CRUZ DEL ÁGUILA Y TULA: DOS RESPUESTAS DE
GALDÓS Y UNAMUNO
A LOS VALORES DE LA FAMILIA BURGUESA
Marta E. Altisent
Un análisis comparado del personaje de Cruz del Águila, en las tres
últimas novelas de Torquemada de Benito Pérez Galdós, y de Tula, en la
novela epónima de Miguel de Unamuno, que tenga en cuenta su lucha por
sobreponerse a los respectivos universos ficcionales, revela interesantes
confluencias a nivel arquetípico, lingüístico y formal. Comparar y contrastar
el matriarcalismo patricio de Cruz con el maternalismo de Tula, como
vocaciones de signo antitético pero de paralela intensidad, nos permite
demarcar mejor el ideolecto y la personalidad artística intransferible de
sus creadores; ahondar en el significado de dos poéticas, en el fondo más
complementarias que contrarias.1
Los microcosmos familiares de estas novelas reducen a escala el desequilibrio
entre individualismo y responsabiliad social, autonomía femenina
y lazos comunales, adquisición y altruismo que afecta a la gran familia
española. Galdós y Unamuno revisan la crisis de valores de la familia tradicional
y replantean las premisas del matrimonio burgués ante la reposición
de los roles sexuales y la hibridación social operada en la España del
cambio de siglo. Como ha visto Tony Tanner, la disolución del canon de la
domesticidad que expone la novela naturalista servirá de punto de partida
a la ficción posterior para reconstituir la unidad familiar del porvenir, dentro
de fórmulas más diversas y complejas.3
La invertebrada y grotesca unión de Águilas y Torquemadas (en
Torquemada en la cruz, Torquemada en el purgatorio y Torquemada y San
Pedro) y la heterodoxa familia de La tía Tula configuran la transición de
una concepción dieciochesca de la familia a otra más actual. De una definición
basada en preocupaciones de linaje, integridad de la herencia, primogenitura
y permanencia del nombre, se pasa a otra centrada en la familia
conyugal, como imagen poderosa que brota de la relación entre padres
e hijos, y que va unida al tema de la crianza de los niños (Janice Doane).4
Lo que cuenta en novelas como Amor y pedagogía y La tía Tula, de Unamuno,
es la emoción que despierta el niño como imagen viva y perpetuadora de
los padres. En esta última, se exploran además, los límites y posibilidades
de las relaciones familiares, reforzando el eslavón matrilineal y rompiendo
con la idea de la comunidad conyugal y de la diada biológica de madre e
hijo, con la invención de un nuevo contrato social o asociación “sororial”.
4.1-3
166
En el proceso degenerativo de la familia del Águila, Galdós muestra
cómo la yuxtaposición de un pretérito idealizado en la degradación presente
crea un sentimiento de nostalgia y distorsión temporal por el que la
reposición de los signos de clase (patrimonio, protagonismo social, título,
palacio y promesa de primogenitura) lleva consigo el reconocimiento de
su oquedad y de la pérdida de su fuerza originaria de poder. Las posesiones,
una vez restituidas, quedan metamorfoseadas (por servirme del término
acuñado por Carlos Blanco Aguinaga)5 e irremisiblemente contaminadas
por el dinero de Torquemada que las cambió de manos; asfixian a
sus dueños en su acumulación improductiva. Todo un catálogo de patologías
subraya el repliegue narcisista de los hermanos del Águila y su imposible
vuelta al origen: desde la dependencia edípica de Rafael de su hermana
Fidela, como referente materno y estable del hogar perdido, hasta la
malformación congénita de Valentín; punto muerto de un proceso
degenerativo familiar y metáfora de su irreducible hibridación social.6
Dos décadas después, Unamuno, situado en una clase media más consolidada
y homogénea, abandona el curso materialista y contingente de la
historia, en favor de la intrahistoria, y trata de dar estatuto inmanente a la
novela como expresión de la privacidad de la experiencia, más que como
testimonio objetivo o normativo de la vida pública. El desencanto que
este autor percibió en el mundo antiheroico de Torquemada, cuyo “peso
muerto siente sobre su corazón” y cuyo desmoronamiento cultural y político
toca fondo con el desastre del 98,7 le incita a recomponer y trascender,
a la desesperada, los viejos mitos de su religión ibérica. En sus parábolas
ficcionales, la dialéctica de materia y espíritu adquiere un sesgo íntimo
y atemporal. El matriarcado espiritual de La tía Tula implanta la semilla,
a nivel de la convivencia doméstica, de esa civilidad, democracia y
sociabilidad futuras que puedan atenuar el cainismo y segregacionismo de
la vida pública española. Aspira a ser una influencia regenerativa duradera,
por no estar sujeta a fórmulas políticas concretas.
Si el anacronismo de la familia del Águila es signo de la involución histórica
a que se aferra el antiguo régimen (su enlace con Torquemada sólo
sirve para acelerar su desprestigio y desplazamiento por la nueva clase
capitalista), el microcosmos sororial de Tula esboza, en cambio, la célula
social del porvenir con una alternativa de convivencia y consenso que no
anula la disensión y la diferencia sino que las trasciende por medio de la
educación y la neutralización de rasgos (sexuales, sociales y económicos)
exclusivistas. La organización “colmenar” del hogar, integradora y
encauzadora de las energías intelectivas y genesíacas del grupo, es selectiva
y, a la vez, inclusiva. Va unida a la revalorización de la laboriosidad y
del esfuerzo personal frente a los imperativos mecanicistas de la productividad,
la transacción, la competitividad y el consumo que han relajado y
disipado las energías de la ética burguesa. Nada más antitético que las
metáforas con que ambos autores representan estos espacios hogareños:
la casa de Tula es el hogar informe, abstracto, asexuado que la presencia
167
de los niños va expandiendo y configurando, desde dentro, como las celdas
del panal; el palacio de las Gravelinas es, en cambio, una mansión
monolítica que sirve de mausoleo, capilla, almacén de antigüedades, cárcel
y tumba a quienes lo habitan.
Cruz y Tula.
En el centro de estos universos, Cruz y Tula son dos superhembras de
voluntad hiperbólica8 que renuncian voluntariamente al matrimonio para
proyectar su pasión de dominio en la familia. Sus manipulaciones productivas
y reproductivas, de signo materialista o espiritual, alcanzan sus metas.
Cruz logra la restauración del linaje mediante la metamorfosis de su
cuñado en Marqués de San Eloy y senador influyente; Tula consigue el
aumento planificado de sobrinos consanguíneos y adoptivos que aseguran
su descendencia espiritual hasta la tercera generación. El éxito de sus
propósitos expone el debilitamiento de la jerarquía patriarcal. Ambas usurpan
como “cabezas de familia” la autoridad marital de sus cuñados y los
“infantilizan”),9 lo que conlleva, a la vez, un sacrificio de sus instintos más
entrañables; de esa feminidad que inhiben o viven vicariamente en sus
hermanas.
Las heroínas se introducen formando una diada indivisible y complementaria
con sus hermanas, Fidela y Rosa. Observa Julián Marías que la
historia de La tía Tula “está determinada por la pareja de las dos hermanas,
siempre juntas, aunque no por eso unidas siempre, una pareja, al
parecer indisoluble, y como un solo valor. . . dos cosas juntas tan distintas
como inseparables.”10 Aparecen después los pretendientes, Torquemada
y Ramiro, que vacilan en la elección de la futura esposa, acatando el veredicto
de la hermana mayor. Tula arranca a Ramiro una promesa de matrimonio
para Rosa, y Cruz, ante la incertidumbre de Torquemada y de Donoso
sobre con cuál de ellas ha de casarse el prestamista, contesta: “con
ninguna, digo, con las dos... Yo pensaré ese detalle,” (p.977), y la misma
noche convence a Fidela sobre su deber de “apechugar” con Torquemada.
Tras la boda, éste sigue dudando sobre la identidad de su cónyugue: “Pero
¿con quién me he casado yo, con Fidela o con Cruz, o con las dos a un
tiempo?... Porque si la una es propiamente mi mujer..., con respeto..., la
otra es mi tirana..., y de la tiranía y del mujerío, todo junto, se compone
esa endiablada máquina del matrimonio...” (p.1047 a,b). También Ramiro,
en La tía Tula, mantiene toda la vida la imagen superpuesta de las dos
hermanas: “al principio, al veros, al ver la pareja, sólo reparé en Rosa; era
a quién se le veía de lejos, pero al acercarme, al empezar a frecuentaros,
sólo te ví a tí pues es a quien desde cerca se veía. De lejos te borraba ella;
de cerca la borrabas tú” (p.147). En la cofiguración de ambas parejas se
da un juego de elusión y entrega: la hermana menor provoca la atracción
inmediata del hombre, mientras que la mayor actúa como prohibición de
un deseo aplazado y promesa de lo inaccesible. La belleza de Cruz es
hierática y fría. Su cuerpo perfecto sugiere falta de alma y de sexo, y la
168
fascinación que produce se retrotrae a quien la contempla con la imposibilidad
de ser poseída. De Tula, dice Unamuno, “Mientras su hermana abría
espléndidamente a todo viento y a toda luz la flor de su encarnadura, ella
era como un cofre cerrado y sellado en que se adivina un tesoro de ternuras
y delicias secretas” (p.73).
El consorcio patrimonial que Cruz establece con su cuñado y la sociedad
doméstica que Tula improvisa con Ramiro-viudo son alianzas de insufribles
dependencias, negociaciones y concesiones en las que sale perdiendo
el varón. En tal antagonía, el dualismo convencional de la producción
masculina y la reproducción femenina queda invertido: el engendro
de ideas es femenino, mientras que la paciente gestación y materialización
de éstas corre a cargo del hombre. Torquemada se somete a la ilimitada
visión de su cuñada, transformando su lenguaje, vestuario, porte,
amistades, vivienda y servicio, y atemperando su barbarie y su naturaleza
de “hombre-masa” (en la expresión de Peter G. Earle)11 bajo los dictámenes
de la etiqueta y el decoro burgués. El triunfo de su mentora no consiste
sólo en estos cambios cosméticos sino en el blanqueamiento espiritual
y “la cimentación metafísica y religiosa que da, al fin, a su dinero, haciendo
coincidir su interés privado con el de toda la humanidad” (Joaquín
Casalduero).12 Ello no impide que la recalcitrante “conversión” del tacaño
se haga más y más ambigua, y que su unión con Cruz degenere en un
“modus vivendi”, lleno de discordia y resentimiento. En La tía Tula, Ramiro
se somete al plan de su cuñada por amor, casándose con Rosa y con
Manuela, y persistiendo en una responsabilidad paternal que agota sus
fuerzas de “zángano”. Cuando muere, la tía continúa esculpiendo en Ramirín
el dechado masculino “desbrutalizado” a que trató de reducir a su padre.
Bajo el contrato doméstico solemne y superior de Tula y Cruz con sus
cuñados, la pareja matrimonial adquiere así un carácter secundario y auxiliar.
Cumplida su función reproductiva, los legítimos desahogos de cariño
y sexualidad entre los esposos se revisten de matíz transgresivo o de frívola
irregularidad.
En la caracterización de Cruz y Tula se dan otras aproximaciones. Ambas
son depositarias de una inteligencia y autoestima de signo matrilineal.
Rafael cree que su madre le ha transmitido el “sentimiento de la dignidad
del nombre y de la raza,” pero fue Cruz la que tomó a su cargo “el culto
idolátrico al honor y a los buenos principios” (p.998) inculcándoselos al
joven. También el tío de Tula, don Primitivo, “sentía un profundísimo respeto,
mezcla de admiración, por su sobrina Gertrudis. Tenía el sentimiento
de que la sabiduría iba en su linaje por vía femenina, que su madre
había sido la providencia inteligente de la casa en que se crió, que su
hermana lo había sido en la suya”... (p.77).
Tula y Cruz usurpan el poder de la palabra y la mirada masculinas. La
elocuencia y el buen discurrir de Cruz inspiran un respeto supersticioso en
Fidela (“Sabe más que nosotros” p.1059) y tienen efecto de
“embrujamiento” en la voluntad de Torquemada:
169
¡Vamos, que también doña Cruz era oráculo, y decía unas cosas
que ya las habría querido Séneca para sí! (p.957).
Aquélla mujer, de mirada penetrante, labio temblón y palabra elegantísima
ante la cual no había réplica posible se había constituído
con singular audacia en dictador de toda la familia: Era el genio del
mando, la autoridad per se, y frente a ella sucumbía la superioridad
de la fuerza bruta contra los fueros augustos del entendimiento
(p.1046).
Se había establecido una lucha a muerte; reconocíase muy inferior
a ella por los recursos de la inteligenia y la palabra; pero se creía
cargado de razón (p.1058).
También la palabra de Tula es contundente. Su mirada ejerce hipnótica
coacción en don Primitivo y obliga a Ramiro a “medir sus palabras”:
. . . eran los ojos tenaces de Gertrudis los que sujetaban a los ojos
que se habían fijado en ellos y los que a la par les ponían raya
(p.72).
Y al otro día, al ir Ramiro a visitar a su novia, encontróse con la
otra, con la hermana. Demudose el semblante y se le vió vacilar. La
seriedad de aquellos serenos ojazos de luto le concentró la sangre
toda en el corazón (p.82).
La dicotomía de ángel y monstruo que caracteriza a otras voluntades
femeninas de Galdós, rasgo que Noel Valis destaca en la Leré de Ángel
Guerra,13 asoma en Cruz. Se trata de una “belle damme sans merci,” con
atributos de madre castradora, que, finalizada su labor de Pygmalión femenino,
se retira a los bastidores del drama novelesco. Desde el principio,
su abnegación, el inquebrantable tesón con que emprende restitución de
su linaje y el desafío a la avaricia de Torquemada parodian una gesta justiciera
y martirológica:
Y no sólo era general en jefe en aquella descomunal guerra, sino
el primero y el más bravo de los soldados. Empezaba el día, y con
el día el combate; y así habían transcurrido años, sin que desplomara
aquella firme voluntad. Midiendo el plazo, larguísimo ya, de
su atroz sufrimiento se maravillaba la ilustre señora de su indomable
valor, y concluía por afirmar la infinita resistencia del alma humana
para el padecer. . . .
Era Cruz el jefe de la familia, con autoridad irrecusable; suya la
mayor gloria de aquella campaña heroica, cuyos laureles cosechara
en otra vida de reparación y justicia; suya también la
respondabilidad de un desastre, si la familia sucumbía devorada
por la miseria (p.974).
170
Pero esta heroicidad de la miseria noble queda descompensada por los
resentimientos y rencillas entre parientes que escalan a revanchas de casta.
Cuando Cruz vuelve a ser rica, equipara el expolio del patrimonio familiar
con la profanación de bienes eclesiásticos por la Desamortización y se
arroga la misión de retribuir a la Iglesia con el dinero de Torquemada.
En las aspiraciones de Tula hay también imperativos oscuros (celos,
exceso de amor propio, soberbia, prejuicio antimasculino) que rebajan su
poderosa analogía de virgen-madre. Ricardo Gullón observa que hay en
ella “un monstruo agazapado tras la abnegación”, y Frances Wyers la considera
“rapacious and devouring”, y con un afán de control de consecuencias
devastadoras.14 Pero sus pasiones y defectos exceden la psicología
realista del tipo de mujer dominadora; su conducta está exenta de los
mecanismos compulsivos y compensatorios que mueven a Cruz: “En una
madraza como la tía Tula — dice Francisco Ayala — hay que reconocer las
raíces biosíquicas de que su personalidad se nutre y, basándonos en tal
conocimiento, estamos dispuestos a aceptarla en su absoluta, cerrada y
enteriza determinación.”15 Su complejidad, añadimos, radica en ser una
personalidad inacabada, contradictoria y cambiante, que respira bajo las
represiones y presiones existenciales del propio Unamuno. Con disfraz de
doble grado, el autor parece travestir su voz y cuerpo masculinos para
explorar en su alter ego anhelos del lado femenino de su psique, o los
sentimientos bisexuales del Eros humano original.
El celibato es otro rasgo que Tula y Cruz comparten. La soltería, lejos de
disminuirlas o transformarlas en arquetipos de la esterilidad, se convierte
en razón de ser que las dota de una androginia excéntrica y desafiante.
Tula sublima o reprime su sexualidad, no su sensualidad, con una obstinación
que ella misma no comprende. La frigidez de Cruz es un remanente
de su orgullo aristocrático que inspira respeto mientras es pobre y sólo
suscita grotescas conjeturas cuando es rica (véanse las aberraciones que
la maledicencia le dispara en Torquemada en el purgatorio, II, iv, pp.1054-
55). Ambas ejercen de madres de familia pero resisten sentimientos de
“filialidad”, término con que Unamuno designa el impulso maternal de
orden fisiológico que retiene el vínculo preedípico entre madre e hijo. Son
dos “imposturas maternales” de signo diverso: Cruz es la madre ejecutiva
que relega en Fidela la función biológico-reproductiva, maquinando la llegada
del heredero para sus fines de encumbramiento social; Tula facilita y
comparte la absoluta dedicación maternal de Rosa, y muerta ésta, casa a
Manuela con Ramiro para legalizar el fruto de su embarazo y acrecentar su
estirpe espiritual. Las dicotomías constituidas por las parejas de Cruz/
Fidela, y Tula/Rosa o Tula/Manuela muestran la ambivalencia de sus creadores
en el momento de dar construcción imaginaria a una figura de
completitud y autosuficiencia femenina, optando por segregar una maternidad
primaria y vegetativa, de otra secundaria, intelectiva y sometida a
las premisas racionales de la cultura patriarcal.
171
Para mejor definir a estas mujeres voluntariamente infértiles, que se
apartan de su sexo y que no son hombres, Galdós y Unamuno recurren a
imágenes poéticas de lo inaccesible, lo intangible y lo imposible. Imágenes
que concretan la soberbia e inhumana virtud que las separan del tráfico
vital de sus congéneres. El símil de la torre y del águila que “bebe los
vientos” y se remonta cada vez más lejos, tratando de deshacerse de las
ataduras y bajezas que dificultan su vuelo, es el leitmotif de Cruz: “Ellos a
morder y ella siempre a levantarse; mejor dicho a levantar el figurón que
les daba sombra, hasta erigir con él inmensa torre, desde la cual pudieran
las Águilas mirar a los Romeros, como miserables gusanillos arrastrando
sus babas por el suelo” (p.1055). La “flor gigantesca, solitaria y palpitante
de la luna” que mantiene la otra cara oculta, “el rayo de luz solar que la
ciega de su alrededor”, y “el armiño que esquiva légamo y porquería” son
emblemas del horror de Tula a la sexualidad y demás servidumbres de su
fisiología femenina.
El declive de las heroínas está marcado por un repliegue solipsista. Una
renuncia al mundo que se apoya en una espiritualidad individualista de
signo místico que, lejos de anegarlas en lo divino, acoplan a sus anhelos
egotistas. Cruz trastrueca su sociabilidad por la lectura de poetas místicos,
desplazando al goce de su palabra inefable la concupiscencia del lujo y la
voluptuosidad que le inspira el arte acumulado en el Palacio de las
Gravelinas: “Al poco de morir Fidela dióse Cruz a la lectura de escritores
místicos. Le encantaban no sólo por la senda luminosa que ante sus ojos
abrían, sino porque en el estilo encontraba un cierto empaque aristocrático
embeleso de su espíritu siempre tirando a lo noble... Además de santa
por las ideas, era por la forma digna, selecta, majestuosa” (p.1160). Tula
lee a Teresa de Ávila, modelo que se ajusta a su ideal ascético de domesticidad.
Tanto don Primitivo como el autor implícito parangonan la aventura
carmelita de la Santa con el proyecto sororial de Tula, como fundaciones
derivadas de una misma raíz de idealismo quijotesco.
Al final de sus días, Cruz y Tula sufren una distorsión de sus percepciones,
producto de su soledad y de la visión desde arriba (Cruz) o desde
afuera (Tula). La tía “se sentía deshacer. Sufría frecuentes embaimientos,
desmayos, y durante días enteros lo veía todo como en niebla, como si
fuese bruma y humo todo. . . Pero ella había pasado por el mundo fuera
del mundo” (p.170). En Cruz, la conciencia subjetiva del tiempo se acelera,
mientras, a su alrededor, las horas se ralentizan “como pretendiendo
que no fuesen muy notadas la cadencia de sus andares ni la fatalidad de
sus divisiones inflexibles. Desde el día precursor al de la muerte [de Fidela],
la imaginación de Cruz, exaltada por la ansiedad, apreciaba el tiempo con
garrafales equivocaciones, y en la mañana del entierro, el tiempo llegó a
ser para ella absolutamente inapreciable” (p.1150 a).17
Un sentimiento de insatisfacción y fracaso cierra ambas vidas. En
Torquemada y San Pedro, el desencanto es lento, impersonal y generaliza172
do. Clarín percibió que invade al lector “la tristeza como un desgaste temporal,
más que como un drama existencial de exagerado desencanto”.18
En La tía Tula, asistimos a la inesperada confesión de ésta al padre Álvarez
sobre la inautenticidad e inutilidad de su vida: “Hay días en que siento
ganas de reunir a sus hijos, a mis hijos. . . y decirles que toda mi vida ha
sido una mentira, una equivocación, un fracaso.” (p.166). Compartimos
así la congoja de Tula por los sacrificios de su inhumana virtud, especialmente
los de su amor no realizado.
Con distinta intencionalidad y grado de tragedia, estos escritores encarnan
en sus protagonistas una pasión ciega de voluntad y furioso egocentrismo
que son, en sí, un desafío a la ley patriarcal. Pero su autoridad no se
extiende más allá de la esfera doméstica, ni tiene consecuencias liberadoras,
por la idiosincrasia reaccionaria, o absolutista, que las sustenta.
El utilitarismo y la esfera de acción pragmática de Cruz no se apoyan
sólo en los principios inalterables de la tradición, como ocurría, por ejemplo,
con la autócrata Doña Perfecta. Su desafío refleja la crisis histórica de
unos valores androcéntricos de los que es víctima y vindicadora. Ante su
indómita voluntad, Donoso propone a Rafael y Torquemada ejercitar las
virtudes femeninas del compromiso y la adaptabilidad. “Vivir es transigir”
es el lema de conducta y de renuncia que el árbitro de la familia recomienda
a los “cabezas de familia” desplazados para paliar ese desarreglo doméstico
e histórico que Cruz significa.19 En el trágico encumbramiento de
la dama asoma cierta prevención frente a la mujer de clase alta que actúa
como agente económico libre de lazos conyugales, maternales o filiales
que frenen su impulso consumista. Las aprensiones de Torquemada ante
el dispendio de su cuñada forman parte de la misma mentalidad que por
estos años se resiste en los países más avanzados, a ceder el voto a la
mujer propietaria o a aceptar su participación en la administración pública.
Judith Lowder nos recuerda que su influencia era temida como fuerza
potencialmente más desestabilizadora y subversiva que la de la clase obrera.
20
Por otra parte, la subjetividad de Tula queda como espacio de fuerzas
opuestas de lo femenino y lo feminista; deseos de independencia junto a
impulsos regresivos de amor, maternidad, sensualidad y seguridad. Su influencia
aparece idealizada, su magisterio es más profundo y duradero,
pero el culto que la familia le tributa se revela al fin como sublimación del
egocentrismo y la inhumana idea de virtud que la separa de los demás. La
inflexibilidad hace de su utopía de sororidad construcción que resulta
“desorbitada y antinatural”, pese a la lógica natural que pretende obedecer.
173
Fidela y Rosa y Manuela.
A la sombra de Tula y Cruz, Fidela, Rosa y Manuela, son contrapartida
de la pasividad y sumisión femeninas. Su sexualidad aparece involuntaria
y natural. Ambas internalizan el dictado patriarcal de su inmolación en
aras de la familia, accediendo a una boda que perpetúa su condición de
niñas, esclavas y madres vegetativas. Las dos recurren a la enfermedad y a
la muerte en callada protesta de su desposesión y falta de control del
propio cuerpo. Internalizan así los mitos del discurso médico sobre la condición
intrínsecamente débil y enferma del cuerpo femenino que debe
preservar todas sus energías para la reproducción ya que, paradójicamente,
serán las funciones reproductivas las que prolonguen su salud (Tubert
p.42). La fragilidad e insuficiencia cardíaca de Fidela son signos del final
exhausto de una raza no mezclada; la desnutrición de Manuela es, en
cambio, metonimia de la máxima desposesión y devaluación femenina.
Cuando Manuela muere de un segundo parto, Tula se recrimina: “¡A ésta la
hemos matado! ¿No la he matado yo más que nadie? ¿No la he traído yo a
este trance? ¿Pero es que la pobre ha vivido? ¿Es que pudo vivir? ¿Es que
nació acaso? Si fue expósita, ¿no ha sido exposición su muerte?” (pp.150-
151).21 El remordimiento de Cruz es más sutil, asoma en una pesadilla en
la que los asistentes al funeral de Fidela aceleran su despedida y la dejan
sola, sin que pueda adelantarlos ni retenerlos.
La regresión de Fidela a la infancia y su deseo de autoanulación se
expresan en un lenguaje anticipadamente unamuniano, cuando, antes de
morir, confiesa a su amiga Augusta: “Si yo también quiero dormirme. . .
Los que duermen, sueñan y el que sueña vive en sueños y su ser soñante
puede ser su imagen visible... Pues sí, a dormir, a dormir. Cerró los ojos y
Augusta, después de abrigarle el cuello con el embozo, la besó cariñosamente
y la arulló como a los niños” (p.1143 a, b). Fidela, como figura del
inconsciente femenino, se transforma en la personalidad más insumisa y
hermética de la novela. Su alma evade las categorías psiquiátricas del
pedante Zárate;22 resulta inmune a la literatura sentimental que Morentín
utiliza como preludio de su seducción y, al frustrar los avances de éste,
defrauda al mismo tiempo los pronósticos de Rafael sobre la infidelidad
de su hermana como respuesta natural a un matrimonio aberrante; también
resiste las reprimendas del padre Gamborena al expresar
desinhibidamente su deseo de morir. Su vida y muerte configuran un
espacio enigmático y esencialmente femenino porque escapa toda construcción
cultural, porque no es semiótico ni narrable.
La voluntad de morir de Fidela anticipa, además, el sueño de no-ser que
Unamuno vincula a la madre y a su regazo maternal como fuerzas
hipnotizantes sobre el hombre e imágenes vivas del subconsciente. Esa
figura de madre nutriente y primordial es, en palabras de Blanco Aguinaga,
“refugio primero y último en que el hombre se entrega”, (p.178) y da signo
femenino a la intrahistoria como remanso de los altibajos la historia e
174
invitación al sueño eterno (p.164).23 En la Rosa unamuniana encontramos
su más poética y prosaica encarnación literaria:
Tenía su pobre mujer algo de planta en la silenciosa mansedumbre,
en la callada tarea de beber y atesorar luz con los ojos y derramarla
luego convertida en paz; tenía algo de planta en aquella fuerza
velada y a la vez poderosa con que de continuo, momento tras
momento, chupaba jugos de las entrañas de la vida común y ordinaria,
y en la dulce naturalidad con que abría sus perfumadas corolas
(p.104).
Como en el caso de Fidela, la maternidad deja a Rosa “débil y exangüe
. . . no [pensaba] sino en morirse, y era que la pobre Rosa vivía como en
sueños, en un constante mareo, viéndolo todo como a través de una niebla”
(p.99). Sólo la simbiosis con la vida que ha engendrado le otorga
ilusoria fuerza, y como ocurre con Fidela y Valentín, la criatura actúa de
momentáneo “escudo contra la muerte” (p.101). Los sacrificios de Fidela
y Rosa en nombre de la autoridad, en el fondo paterna de Tula y Cruz,
sirven para prolongar el sueño de una vida privada impecable y son hipérbole
del frágil y masoquista destino femenino. Representan esta entrega
sin resistencia hasta la muerte que, como ha visto Anne Robinson, recurre
en la literatura decimonónica como fantasía masculina del deseo femenino.
24 El misterio de la maternidad aparece así como un caudal de energía
creadora que ambos autores envidian y evitan, sublimándola, a la manera
rousseauniana, como la más noble aspiración de la vida femenina, sin
dejar por ello de asociarla con el riesgo, la enfermedad y la muerte.25 Lou
Charnon-Deustch, siguiendo las pautas de Nancy Chodorow, sugiere que
la angustiada fijación del autor finisecular en la figura de la madre frágil es,
además, una forma de aliarse con una presencia no amenazadora de lo
femenino frente al temor de la madre castradora. Estrategia que permite a
su subjetividad sobrevivir textualmente la amenaza de una madre
dominadora que arrastra al hijo al peligroso terreno de la indiferenciación
presimbólica, o que trata de prevenir la sustitución del amor materno por
el amor a otra mujer.
Las muertes de Fidela, Rosa y Manuela ponen de manifiesto las funestas
consecuencias de la devaluación social de la madre, y de la inhibición de
los sentimientos de “filialidad” en la organización familiar burguesa (exaltados
por Galdós en su diada maternal de Fortunata y Jacinta). Inhibición
incrementada por la intrusión masculina en el ámbito doméstico y la creciente
intervención médica en las funciones de la reproducción. El triunfo
del hombre con sus fórceps, la sustitución de la comadronería por la obstetricia,
y el reemplazo del pecho materno por una lactancia mercenaria o
artificial son temas candentes que asoman en el nacimiento de Valentín II
(Torquemada en el purgatorio). Episodio en el que el futuro padre queda
más aturdido que calmado por las explicaciones que le da Zárate sobre los
avances de la obstetricia, por la asistencia al parto de tres facultativos (“lo
175
primero del globo terráqueo en clase de comadrones”), y por la anexión
de dos amas de cría al servicio doméstico, como lujos que él juzga
antinaturales. Todo este aparato higiénico-científico que irrumpe en el gineceo
hogareño para manipular las funciones reproductivas alcanzará su
hipérbole más deshumanizada en Amor y pedagogía (1902) de Unamuno,
donde un padre primerizo, don Avito, destruye la interpenetración armoniosa
entre Marina y su bebé, y trata en vano de anular a la “madre entrañable”
26, conocedora de las necesidades del infante, en favor de una presencia
libidinalmente aséptica que enseñe al niño a reprimir sus deseos y
a someterse, cuanto antes, a la autoridad paterna. En La tía Tula, el autor
replanteará esa “depuración racional” del instinto maternal primario pero
en términos de una ciencia materna de signo femenino: esa sabiduría de
Tula que, capaz de dar “a la leche industrial una virtud de vida materna”
(p.161), conjuga los principios de la maternidad como función natural con
los de la paternidad, como función simbólica y social.
Para concluir, estas ficciones coinciden en el reconocimiento de la enorme
esfera de influencia femenina que ha dejado el debilitamieno de lo
edípico y la crisis de la autoridad patriarcal. Ambos autores se dejan sustraer
al influjo de una mujer inteligente que usurpa el rol demiúrgico del
autor, manejando las vidas de otras criaturas, transformándolas en muñecos
de su voluntad y resistiendo a figuras de autoridad patriarcal (Rafael,
Gamborena; Don Juan y el padre Álvarez) que tratan de limitar el alcance
de sus quimeras, o desentrañar la raíz profunda de su desazón.27 La trama,
parcial o totalmente feminocéntrica, de estas ficciones no es de impulso
femenino ni de espíritu feminista,28 se limita a implicar las peligrosas repercusiones
inherentes a la segregación del impulso sexual femenino y
muestra el desfase de una raza que no puede escapar los dictados reaccionarios
del exclusivismo sexual.
En las novelas contemporáneas, la iniciativa femenina surge como relevo
de la indirección o pasividad masculinas, y casi siempre tiene consecuencias
detrimentes (Lou Charnon-Deustch). María Zambrano advierte que
en la nómina de personajes galdosianos, la máxima actividad corresponde
a las mujeres pero es una actividad estéril y autodestructiva. La desmedida
energía de Cruz y de otras “desheredadas” galdosianas (Isidora, Rosalía,
Eloísa), su capacidad de desafío a la inercia masculina y sus delirios son
formas de enajenación más que de autoafirmación: “Galdós hace depender
a esas malogradas criaturas, de una pasión sin rango alguno. . . Entregadas
a un asfixiante mundo de cachivaches; una cacharrería insoportable,
aisladora de las personas entre sí, y, a quién en ellas vive, de sí misma,
como si estuviesen enredadas en lianas maléficas que les permiten la
ilusión de mantenerse a flote porque les ocultan el vacío. ¿Por qué viven
entre muñecos y muertas pinturas? ¿Por qué los hombres, el hombre, no
les interesa? ¿Por qué en su delirio no hay amor?“30 En el otro extremo de
esta enajenación cosificadora y consumista, la Tula de Unamuno agota
sus fuerzas en un anhelo de elevarse y elevar espiritualmente a los suyos
176
desde un mundo ahogado en la mediocridad. Su autoridad espiritual es
contingente de una renuncia a formas prestigiosas de poder, fuera del
ámbito doméstico, pero su influencia moral aspira a ser algo más que esa
cualidad convencionalmente femenina que muere con su posesora, pretende
ser virtud de palabras y enseñanzas, tan duraderas como las del
poder masculino, que por estar codificado en leyes parece de naturaleza
“permanente y transmisible”.31
Más allá de la ficción, en el término medio de la vida, Galdós vuelca su
confianza en esa mujer cargada de razón y sentido común que aún carece
de foro para hacerse oir. Forma parte del pueblo laborioso y sensato que
ha pasado desapercibido a sus gobernantes, y en ella afloran las virtudes
menos extremas de la Tula unamuniana: “Hay también las mujeres del
sentido común, silenciosas; hay una segunda opinión pública que se manifiesta
lejos de los altos círculos políticos, en más baja esfera, en el hogar
doméstico, en la conversación de personas rudas, pero de claro y natural
sentido, en las apreciaciones de aquel sexo más apartado de los negocios,
pero más delicado en su observación y de más exquisito instinto. . . Es
conveniente convencer a esa mayoría callada, paciente, razonable” (El
Debate, 7 febrero 1871). Esta opinión secundaria seguía sin haber logrado
la menor consideración política en los años en que Unamuno escribe La
tía Tula. De ahí que el escritor vasco sólo pudiera concebir para su heroína
un liderazgo espiritual, sin participación activa en la historia del momento.
177
NOTAS
1 Los numerosos datos reunidos por ORTÍZ ARMENGOL, P., en su Vida de Galdós, Editorial
Crítica, Barcelona, 1996, permiten considerar que la relación de Unamuno y Galdós
fue compleja, con altibajos de apasionada lectura, admiración, dependencias,
distanciamientos y revalorizaciones. Al escritor vasco le conmovieron los personajes
de Nazarín, Doña Juana (Casandra) y el amigo Manso, precedente de su Augusto Pérez
(como han analizado Ricardo Gullón, John Kronick y Harriet Turner). Admiraba la lengua
de Galdós pero objetaba su «falta de estilo individual», su latitud y enfoque demasiado
populista. La distancia e impersonalidad de Galdós contrastan con el temperamento
exhibicionista y el autobiografismo de Unamuno. A partir de 1905 —indica Ortíz-
Armengol— la preocupación religiosa, el creciente solipsismo y búsqueda de respuestas
individuales y acientíficas apartan a Unamuno de su maestro (p.558). También
Laureano Bonet matiza en sus diferencias de estilo: «El de Galdós, objetivo, hasta
cierto punto impersonal y diríase que público, forjado en sus mejores momentos con
el habla callejera del pueblo de Madrid; el de Unamuno, por el contrario, intensamente
subjetivo, lírico y más poemático que narrativo.» Benito Pérez Galdós. Ensayos de crítica
literaria, Ediciones Península, Barcelona, 1971, p.89 NUEZ, S. de la, y SCHRAIBMAN,J.,
en su introducción a Cartas del Archivo de Galdós, Madrid, Taurus, 1967, afirman que,
pese a sus personalísimos estilos y divergencias ideológicas, estos escritores compartieron
una honda preocupación por el pasado y el porvenir de España, volcada en el
análisis de la sociedad contemporánea.
2 Unamuno vio en el mundo de Cruz y Torquemada un paradigma de la sociedad de la
Restauración («un espejo fidelísimo de la pavorosa oquedad de espíritu de nuestra mal
llamada clase media que ni es media ni es apenas clase»). Véase, «La sociedad
galdosiana», Libros y autores españoles contemporáneos, Madrid, Austral, 1972, p.175.
Publicado en El Liberal, Madrid, 5 de enero, 1920. En sus ficciones, Unamuno transforma
el desencanto histórico-político de la generación precedente en soluciones individuales
y sueños metafísicos.
3 TANNER, T., Adultery in the Novel: Contract and Transgression, John Hopkins, Baltimore
and London, 1979. Véase especialmente el epílogo.
4 DOANE, J., and HODGES, D., Nostalgia and Sexual Difference, Methuen, New York, 1987.
5 BLANCO AGUINAGA, C., La historia y el texto literario. Tres novelas de Galdós, Editorial
Nuestra Cultura, Madrid, 1978, pp.102-124.
6 El tema de la nivelación social aparece formulado en los temores de Torquemada de
que su proposición matrimonial sea rechazada: “¡Y a fe que estaban los tiempos para
reparillos y melindres!... Sin ir más lejos, véase la Monarquía transigiendo con la Democracia,
y echando juntos un piscolabis en el bodegón de la política representativa. Y
este ejemplo, ¿no valía? Pues allá iba otro. La aristocracia, árbol viejo y sin savia, no
podía ya vivir si no lo abonaba (en el sentido de estercolar) el pueblo enriquecido”
(p.972a). Y la imposibilidad de esta nivelación se vaticina el sueño de Fidela: “Don
Francisco anoche soñé que venía usted a vernos en coche. . . . Yo me asomé a la
escalera, y le ví sube que te sube, sin llegar nunca, pues los escalones aumentaban a
cientos, a miles, y aquello no concluía. Escalones, siempre escalones. . . . Se me
ocurrió bajar, y el caso es que bajaba, bajaba sin poder llegar hasta usted, pues la
escalera se aumentaba para mí bajando como para usted subiendo”. PÉREZ GALDÓS,
B., Obras completas V, Aguilar, Madrid, 1961, p.962a. Todas las citas proceden de esta
edición.
178
7 UNAMUNO, M. de, «Nuestra impresión de Galdós», Libros y autores españoles contemporáneos,
Madrid, Espasa Calpe, 1972, p.185. Publicado a la muerte de Galdós en El
Mercantil Valenciano, Valencia, 8 de enero de 1920.
8 El autor insiste en la innata superioridad de Cruz, “mandaba, y mandaría siempre, cualquiera
que fuese el rebaño que le tocara apacentar; mandaba porque desde el nacer le
dio el cielo energías poderosas” (Obras completas, V, p.1046).
9 Cuando Tula cita las palabras de Teresa de Ávila sobre su cuñado don Juan de Ovalle:
“Él es de condición en cosas muy aniñado...”, añade, refiriéndose a Ramiro, “¿Cómo le
aniñaría”. UNAMUNO, M.de, La tía Tula. Ed. Carlos A. Longhurst, Cátedra, Madrid, 1987,
p.129. Todas las citas proceden de esta edición.
10 MARÍAS, J., “Introducción”, La tía Tula, Salvat Editores, Barcelona, 1969, p.13.
11 Véase EARLE, P.G., «Torquemada: Hombre-masa», Anales Galdosianos II, 1967, pp.29-
43.
12 CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós, Gredos, Madrid, 1970, p.118.
13 VALIS, N. V., «Ángel Guerra, or the Monster Novel» Galdós, Ed. Jo Labany, Longman,
London, 1990, pp.218-234.
14 Citas procedentes de LONGHURST, C. A., “Introducción”, La tía Tula, Cátedra, Madrid,
1987, p.31. Véase también: GULLÓN, R., Autobiografías de Unamuno, Gredos, Madrid,
1964, pp.214-15 y WYERS, F., Miguel de Unamuno: The Contrary Self, London, 1976,
pp.78-81.
15 AYALA, F., Galdós y Unamuno, Seix Barral, Barcelona, 1974, p.156.
16 Para TUBERT, S.,“la mujer infértil representa, simbólicamente, un cuestionamiento al
binarismo basado en la diferencia de los sexos en cuanto a la mujer reproductora:
¿Dónde situar a alguien que no es hombre ni es madre? Algunos pueblos encuentran
una respuesta situando a la mujer que no tiene hijos en la categoría de hombre, puesto
que, si la mujer se define exclusivamente por su capacidad reproductora, la que no es
madre no puede ser mujer. En nuestra cultura, la falta de hijos parece remitir a una
sexualidad femenina que se imagina descontrolada, omnipotente, avasalladora.” Véase,
Mujeres sin sombra, Siglo Vintiuno Ediciones, Madrid, 1991, p.xvi.
17 La distorsión subjetiva de lo temporal en esta novela ha sido meticulosamente analizada
por ROUND, R. G., «Time and Torquemada: Three Notes on Galdosian Chronology»,
Anales Galdosianos Año VI, 1971, pp.82-96.
18 Citado por SOBEJANO, G., «Aburrimiento y erotismo en algunas novelas de Gadós»,
Anales Galdosianos IV, 1960, p.10.
19 Cruz personifica el utilitarismo de la España de Restauración y la Regencia. La implacable
ejecutoria de su plan equivale a esa dirección fría y darwinista de un gobierno que
se mueve sólo por resortes económicos y en el que se han hecho irrelevantes las
disensiones ideológicas de liberales y conservadores: “Era el gobierno, la diplomacia,
la administración, el dogma, la fuerza armada y la fuerza moral. Y contra esta suma de
autoridades o principios nada podían los que caían bajo su férula.” (p.1046).
20 LOWDER NEWTON, J., «Power and the Ideology of the Woman Sphere». Feminisms, eds.
WARHOL, R. R. and PRICE HERNDL, D., Rutgers University Press, New Brunswick, New
Jersey, 1991, pp.765-781.
21 La hibridación social, tema central en el ciclo de Torquemada es motivo secundario en
La tía Tula. Unamuno elige a Manuela, figura de máxima indefensión, para recordar a la
clase media sus obligaciones con lo que explota y corregir las inequidades que se dan
dentro del hogar burgués. Galdós se sirve, en cambio, de la enérgica figura de
Torquemada como vehículo de una retribución clasista, sin que de la alianza de aristocracia
y pueblo resulte más que una contaminación mutuamente degradadora. (Véase
179
al respecto el lúcido análisis de UREY, D. F., «Identities and Differences in the Torquemada
Novels». Galdós, ed. Jo Labany, Longman, London, 1993, pp.181-199.
22 El linfatismo y la susceptibilidad de Fidela son interpetados por Zárate como inhibiciones
patológicas del inconsciente, de acuerdo con las teorías del “autosugestionismo”
de Auguste Liébeault, la Neurypnología de James Braid y otras novedades del
mesmerismo que interesan a Galdós por estos años (véase BOSCH, R., «La sombra y la
psicopatología de Galdós», Anales Galdosianos VI, 1971, p.31.
23 BLANCO AGUINAGA, C., El Unamuno contemplativo, El Colegio de México, México,
1959.
24 ROBINSON TAYLOR, A., Male Novelists and Their Female Voices: Literary Masquerades,
New York, Troy, 1981. Rubén Benítez conecta este estudio con la heroína de Galdós,
especialmente el capítulo «Charles Dickens and Esther Summerson: The Author as a
Female Child», pp.1021-1052, en La literatura española en las obras de Galdós, Universidad
de Murcia, Murcia, 1992, pp.252.
25 En la ficción de Galdós, la máxima sublimación del cariño maternal la hallamos en la
diada de madre real y virtual que constituyen Fortunata y Jacinta, vínculadas, en la
novela epónima, por un amor al niño que supera sus diferencias. Fidela es una madre
más ambivalente: su instinto aparece como energía desordenada (cariño incestuoso
con Rafael) o desplazada y sustitutoria (en la relación conyugal). Sólo cuando nace
Valentín se potencia su capacidad espiritual regenerativa.
26 El concepto de “madre entrañable” procede de los estudios de SAU, V., La construcción
del ‘yo’ femenino: hacerse a si misma, Barcelona, Facultad de Psicología de la Universidad
de Barcelona, 1987, y «La maternidad: una impostura. m=f(P)», Duoda. Revista
d’Estudies Feministes, 1994, p.6.
27 La percepción social del poder incuestionable de mujeres como Cuz y Tula debilita las
propuestas emancipatorias feministas que por estos años se debaten en Norteamérica
y la Europa nórdica. Según LLOYD, T., «el marido se suponía el cabeza de familia, y a
menudo se mostraba a la altura de su papel, pero cuando la esposa [cuñada] manifiesta
una personalidad más acusada, la autoridad, de una manera muy natural, pasaba a
sus manos. Ello no ayudó a las mujeres en su lucha por la igualdad, antes bien dio pie
a los antifeministas para que pudieran sostener que una mujer hábil e inteligente podía
salirse con la suya podía salirse con la suya simplemente ejerciendo su influencia
sobre los hombres, y sin necesidad de poseer ningún derecho legal» Las sufragistas.
Valoración social de la mujer, Ediciones Nauta, Barcelona, 1970, p.6.
28 Las heroínas de la ficción regeneracionista de Galdós ensayan fórmulas de independencia
que retan las barreras sociales pero lo hacen dentro de ámbitos laborales de
idiosincrasia conservadora que no afrentan los códigos y roles sexuales al uso (en la
esfera del magisterio, del apostolado, de los servicios humanitarios laicos o en la economía
familiar). Véase especialmente el estudio de JAGOE, C., Ambiguous Angels,
Berkeley University Press, 1994, capítulo 6, “New Women”, pp.156-177, y CONDÉ, L.
P., Stages in the Development of a Female Consciousness in Pérez Galdós, The Edwin
Meller Press, Lewiston, New York, 1990.
29 CHARNON-DEUTSCH, L., Gender and Representation: Women in Spanish Realist Fiction,
Purdue University Monographs in Romance Languages, 32, John Benjamins, Amsterdam,
1990.
30 ZAMBRANO, M., La España de Galdós, Ediciones Endymion, Madrid, 1989, pp.196-7.
31 Véase LOWDER NEWTON, J., «Power and the Ideology of the Woman Sphere», Feminisms,
eds. WARHOL, R. R. and PRICE HERNDL, D., New Brunswick, Rutgers University Press,
New Jersey, 1991, pp.765-781.