GALDÓS, EL CABALLERO ENCANTADO,

O EL FILTRO MÁGICO DEL 98

Paloma Andrés Ferrer y Miguel Jiménez Molina

Introducción.

Galdós ofrece en ECE1 un nuevo testimonio, descriptivo y explicativo,

del presente histórico de España. Escrita en el año 19092 los sucesos sobre

los que el novelista debe reflexionar atañen a la crisis -histórica y espiritual-

que sacude la vida nacional a fines del XIX y primeras décadas del

XX. Más allá de alusiones concretas a hechos contemporáneos, Galdós se

sirve de la novela como medio de reflexión, más pausado y sereno, sobre

el ser de España. A través del viaje por la geografía, la historia y el paisanaje,

Galdós hace un análisis profundo de la patria, detecta los males, hace

propuestas para la regeneración e invita a la catarsis colectiva. El intento

de Galdós es afín en múltiples aspectos a la literatura regeneracionista y a

la labor coetánea de los jóvenes del 98. Una breve mirada al argumento

nos hace reparar en la indudable filiación de Galdós con los temas y propósitos

de esta literatura finisecular: “Don Carlos de Tarsis y Suárez de

Almondar, marqués de Mudarra y conde de Zorita de los Canes, terrateniente

y oligarca, “explota miserablemente a los campesinos para vivir con

todas las comodidades y comer opíparamente a costa del trabajo agotador

de los explotados, y la Madre -alegorización de España- lo encanta para

castigar su delito y para que aprenda a ganar el pan con el sudor de su

rostro”. Campesino primero, obrero después, Tarsis transformado en Gil,

es llevado por las tierras castellanas en peregrinación purificadora, en pos

de la verdadera España intrahistórica y trabajadora -explotada, hambrienta,

reprimida- y de su amante, la maestra Cintia-Pascuala. Terminada la

peregrinación, unida ya la pareja y con un niño, Héspero, símbolo de un

futuro mejor, los héroes se incorporan a la lucha por desencantar y regenerar

España entera”.3

La originalidad de la novela radica en el hecho de ofrecer una respuesta

positiva a los males de la patria, apostando por la esperanza y el optimismo:

la regeneración, individual y colectiva, nos dice el autor, es posible

partiendo de una eficaz base educativa para todos y a través del esfuerzo

y voluntad comunes. De alguna forma sentimos la novela galdosiana como

una superación -acaso consciente- de las posturas pesimistas y abúlicas

en que habían venido a caer -influidos por el ambiente- autores y personajes

de la literatura del 98.

4.1-4

181

El simbolismo y lo inverosímil.

En ECE personajes y situaciones, más allá de la referencia individual,

dicen -encarnan- conceptos o cualidades genéricas de naturaleza sociológica.

Carlos de Tarsis representa a la oligarquía cortesana, ociosa y pesimista;

José Caminero, al campesino empobrecido por la tenencia de la

tierra en alquiler; Boñices es el símbolo de la agonía de los pueblos españoles;

y así sucesivamente. Se trata de una simbolización de corte realista.

No obstante algo importante ha cambiado en esta obra con respecto a

todas las suyas anteriores. Su realismo -visión sociológica de la España

contemporánea- es parte ahora de una fábula estructural y argumentalmente

inverosímil donde la lógica aparece reiteradamente transgredida a través

de componentes narrativos como la magia, los sueños y visiones, o las

personificaciones simbólicas. La fábula es dotada de una dimensión

alegórica que coincide con los símbolos y mitos del 98. En ECE se hace

evidente que la proximidad de espíritu con la nueva literatura no afecta

sólo al contenido, sino también a los mecanismos constructivos. Galdós

se sirve de categorías literarias finiseculares -mundos inverosímiles,

simbolismo, formas oníricas- como armazón narrativo de un discurso profundamente

reflexivo y crítico con respecto a la realidad presente y el ser

histórico de España.

En ECE la inverosimilitud del marco ficcional es un componente estructural

básico. La regeneración espiritual del protagonista, Carlos de Tarsis,

es impulsada por un personaje irreal -la Madre España- y por un medio

igualmente inverosímil -el encantamiento-. Inverosimilitud en Galdós quiere

decir aparición de personajes y sucesos que trasgreden las leyes de la

realidad cotidiana pero que son utilizados literariamente para demostrar

ciertas tesis y conseguir cierto efecto de “desrealización” narrativa.4

A) Uno de los mecanismos retóricos que sustenta la inverosimilitud

argumental de ECE consite en la corporeización -conversión en personajede

entidades abstractas o simbolismos (míticos, psicológicos, sociales).

Así, la figura de la Madre que dirige el encantamiento de Carlos de Tarsis

es la personificación de una abstracción histórica -España en su ser y su

historia- al tiempo que hierofanía de una deidad pagana y mítica -la diosamadre

de las religiones agrícolas-. Ambos planos se funden íntimamente:

la patria es la tierra, espacio geográfico pero, sobre todo, fuente generadora

de vida -hombres, frutos, tradición eterna-; por ello a la imagen tradicional

de la patria como madre protectora de sus hijos, se le superpone ahora

la personalización en forma de diosa-Madre agrícola, Ceres o Cibeles.

El símbolo por excelencia del vigor de la historia patria, el león hispánico,

se hace visible en varias ocasiones de la novela. Galdós irónicamente

nos presenta dos leones diferentes: el erudito Augusto Becerro se transforma

en varios momentos de la narración en león -“un poco anciano ya y

algo raído de melena, dando entender su larga domesticidad” -; es el “león

182

apócrifo” según la Madre, pues representa el falseamiento de la historia

patria a través de la erudición estéril. El “auténtico león heráldico”, siervo

de la Madre, ha sido enviado al Atlas para reponerse de los achaques que

el debilitamiento del espíritu nacional le ocasiona.

La técnica galdosiana de corporeización de entidades abstractas con

resultados inverosímiles se manifiesta en la primera escena nocturna en

Calatañazor: la maestra Cintia se dispone a huir y los niños del pueblo, en

tandas fantásticas de miles, tratan de impedir la marcha. La narración nos

indica que los niños forman parte de una escena sobrenatural que hace

visibles abstracciones como la infancia simbólica del futuro o las dudas

-igualmente simbólicas- de la maestra.

B) El segundo mecanismo de inverosimilitud que queremos comentar

atañe al proceso de metamorfosis o deslizamientos súbitos de una naturaleza

a otra que presentan muchos personajes y elementos de la naturaleza

en la novela: Carlos de Tarsis es transformado de noble ocioso en pueblo

trabajador; Augusto Becerro adopta la forma de un león simbólico y renqueante;

la Madre se muestra ante Gil con diversidad de apariencias: desde

la matrona espléndida hasta la campesina envejecida y harapienta; una

montaña puede convertirse en un gigante que resulta ser el cacique; la

paniquesa de Cíbico se desliza hacia una naturaleza humana en varias

ocasiones: ya es una joven que ha sido captada por un convento de religiosas;

ya es la hija o la amante de Cíbico; ya el hijo que espera Cintia.

Estas transformaciones insólitas aparecen envueltas en una atmósfera

visionaria y onírica. Pareciera como si todo cuanto experimenta Tarsis durante

su encantamiento no fuera sino producto de un sueño o pesadilla.

Recordemos que Carlos de Tarsis, la noche en que penetra en la casa de

Becerro, cae postrado en un banco de donde no despierta hasta contemplar

el aparato sobrenatural de la Madre y sus amazonas -¿qué nos asegura

que ha despertado de verdad?- y ser arrojado por una pendiente honda

que va a dar a la intrahistoria. Galdós, por tanto, ofrece la posibilidad de

una explicación natural para las alteraciones a la lógica que Carlos experimenta

durante su encantamiento. Sueño y despertar tienen, claro, un sentido

hondamente simbólico: el personaje que alecciona a Gil durante su

estancia en la redoma de peces dice: “Vayamos a Madrid penetrándonos

de que esto no es más que un despertar, un abrir de ojos, que nos pone

delante el mundo que desapareció al cerrarlos por cansancio... o del sueño”.

La España del post-98 sigue viviendo la historia en un estado de cansancio

y ensoñación engañosa -en una suerte de encantamiento-: es preciso,

pues, despertarla haciéndola reencontrar las fuerzas auténticas que

perviven en la intrahistoria. El encantamiento de Tarsis -sueño regenerador,

utopía- es la fórmula elegida por la Madre-España para llevarle a la nueva

vida.5

183

Teniendo como marco las transmutaciones inverosímiles entre seres de

que hablábamos hace unos instantes, se explican con mayor naturalidad

los pasajes que atribuyen rasgos de animales o cosas a personas o

inversamente caracterizan con cualidades humanas a elementos de la naturaleza.

Las técnicas de humanización, cosificación y animalización -tan

características del arte galdosiano- se aplican ahora a un universo donde

los seres no son entidades discretas sino un continuum de deslizamientos

y solapamientos. Tendremos ocasión más adelante de referir con algún

pormenor una escena -muerte del cacique Galo Zurdo- en que tales tratamientos

retóricos tienen una funcionalidad significativa importante. El trasvase

de cualidades de unas realidades a otras es usado como mecanismo

simbólico por parte de Galdós: a cada transformación los seres van revelando

la verdadera naturaleza que les constituye más allá de la apariencia.

Estamos teniendo la oportunidad de comprobar que son múltiples las

técnicas de simbolización presentes en ECE. No hemos aludido todavía a

un importante tipo de simbología que cruza toda la novela: la simbolización

bíblica. Determinados personajes y situaciones -comentaremos las escenas

de la represión por la Guardia Civil y nos referiremos a otras- aparecen

dotados de una dimensión simbólica que hace interpretar determinados

signos a la luz del Nuevo Testamento: pastores de Belén, pasión de Cristo.

En el uso sistemático de todos los elementos maravillosos que hemos

tratado de señalar en estas páginas, reside -a nuestro parecer- la originalidad

del arte galdosiano frente a otros autores contemporáneos. Galdós

crea un “filtro mágico”6 de naturaleza literaria para abordar la problemática

de España. La estética de lo maravilloso le aleja tanto del realismo

decimonónico como de las fórmulas novelísticas del 98. La novedad formal

no es fruto del azar. Estamos de acuerdo con Alan E. Smith7 en la idea

de que la nueva estética galdosiana -mayor importancia de lo inversímil- es

fruto de un cambio ideológico que le aleja de los valores burgueses. Frente

al status quo burgués se propugna ahora una revolución social; la estética

deja de ser realista en exclusiva porque interesa provocar al lector medio

con el despliegue de mundos nuevos donde la objetividad del mundo

físico se pone en tela de juicio y donde las utopías sociales acaban teniendo

cabal cumplimiento.

Transfondo regeneracionista y noventayochista.

Desde la década de los 80/90, Galdós evoluciona ideológicamente hacia

posturas cada vez más comprometidas con las capas populares -proletariado

y campesinos-, únicas fuerzas vivas del país. Por comunidad de

espíritu y por lectura inmediata, Galdós en ECE analiza los males de patria

y hace propuestas de reforma socioeconómica y educativa en términos

muy semejantes a los autores de la regeneración y del 98. A continuación

vamos a hacer un recuento no exhaustivo de los temas, formas y motivos

en virtud de los cuales el ECE es una obra representativa de su momento

histórico.

184

Educación.

Dos son las figuras a través de las cuales Galdós plantea el tema en

ECE: Don Alquiboro es representación del estado lamentable de la educación

presente; Cintia-Pascuala, en cambio, está en el plano de lo venidero:

es un símbolo de esperanza en el futuro. Ambos son maestros rurales. El

mensaje es claro: llevar maestros a los campos es una de las fórmulas

para una verdadera transformación social puesto que la cultura lleva a la

comprensión clara de las situaciones y evita la superstición del conformismo.

Cintia enseña las primeras letras a los párvulos de Calatañazor. La noche

en que Cintia ha planeado marchar con su amante Gil, los niños, sombras

fantasmales, se agarran a la maestra, impidiéndole la huida. La escena

es simbólica: Cintia es “esclava” de sus alumnos en el sentido que para

los krausistas tenía su profesión, “sacerdocio laico”, deber religioso y humano.

8 El propio Gil explica la enseñanza que ha extraído del rapto frustrado:

“Ya entiendo que he de ser vencedor de mí mismo,[...] procederé más

cuerdamente haciéndome yo también maestro y asociándome a su labor,

para que, en perfecto himeneo de voluntades, de corazón y de oficio,

vivamos juntos consagrados a la misma obra santa” (p.234). Estas palabras

de Gil prefiguran el final de la novela: Cintia y Carlos se encuentran

definitivamente, y anuncian su proyecto de vida futura: -“Desecaremos las

lagunas de Boñices, y sobre la pobre aldea edificaremos una gran ciudad”.

-“Construiremos veinte mil escuelas aquí y allí, y en toda la redondez de

los estados de la Madre”. Este final utópico para ECE nos recuerda evidentemente

el lema de Joaquín Costa “Escuela y despensa”. Cintia y Carlos

fundarán una ciudad: con el socorro de la ingeniería será hermosa y salubre;

próspera y justa gracias a la educación y el trabajo laborioso de todos.

Al finalizar la novela, los protagonistas tienen un niño, a quien ponen por

nombre Héspero, en honor a la Madre-España. Héspero es el símbolo de

un futuro regenerado. Ha sido concebido por amor y es fruto de la reconciliación

definitiva del burgués-noble con el pueblo llano: lleva en su sangre

el doble fermento de las virtudes nobiliarias -inteligencia, cultura- y

plebeyas -trabajo, voluntad-. Los padres planifican su futuro en los siguientes

términos “Daremos a nuestro chiquitín una carrera: le educaremos

para maestro de maestros”. Héspero, miembro de una sociedad nueva,

formará parte de la élite cultural del país; no obstante, no habrá desconexión

con los intereses de la comunidad pues Héspero, a través de una

buena enseñanza superior, seguirá colaborando en la tarea de llevar la

educación por todos los rincones de España.

Del personaje de Don Alquiboro se sirve Galdós para representar el estado

de la educación en el presente. Se trata de una situación lamentable

por desinterés de las clases dirigentes. Don Alquiboro enseña en Boñices

“emporio de la miseria”, pueblo “consumido y muerto”. Los pocos habitantes

que aún permanecen en el lugar apenas si son sombras escuálidas,

185

mujeres y viejos, que trabajan sobre una tierra estéril. La presentación de

don Alquiboro es como sigue: “El que así hablaba era el maestro de párvulos

de Boñices, agraciado por la España oficial con el generoso estipendio

de quinientas pesetas al año;[...] El buen señor, rendido a su cansancio y a

la miseria del pueblo, no enseñaba cosa alguna a los chicos, y les entretenía

contándoles cuentos para que adormecieran el hambre, o salía con

ellos al atrio de la iglesia para jugar al chito” (p.242). La miseria de don

Alquiboro ha llegado a ser tal que tiene que salir a los caminos para pedir

limosna con que mantenerse a sí mismo y a los pocos alumnos que aún

quedan con vida. Desesperado, huye del pueblo y recorre errante los campos.

“Vea usted el premio que dan a una vida consagrada a la más alta

función del Reino, que es disponer a los niños para que pasen de animalitos

a personas... y aún a personajes.[...] Los Gaitines han favorecido más

la fábrica de aguardiente que la fábrica de ilustración” (pp.286-287). Don

Alquiboro finalmente es cogido preso por la Guardia Civil. Atados a la

cuerda caminan Gil, la Madre, el ladrón Lobato, Augusto Becerro y Tiburcio.

Es el momento del vía crucis y la pasión definitiva de los personajes. Don

Alquiboro tras sufrir varias caídas, “se tendió a lo largo, quedando en cruz,

los cuatro remos extendidos, el rostro mirando el cielo”; dirige las últimas

palabras al Caballero y a la Madre, y muere: “Así entregó su alma en un

camino el caminante que recorrió larga vida de penas y abrojos; así murió

la solícita abeja, que dio toda su miel a las generaciones ingratas”(p.310).

Oligarquía.

Los intelectuales de la crisis de fin de siglo criticaron duramente el sistema

oligárquico que impedía la constitución de un verdadero estado democrático

y liberal. En los primeros capítulos de ECE, Galdós traza un cuadro

de la oligarquía española en las ciudades en términos muy semejantes a

regeneracionistas y noventayochistas. Representante de esa oligarquía es

nuestro protagonista, Carlos de Tarsis. El personaje reproduce modos del

vivir hispánico y rasgos caracteriológicos enquistados en lo que Unamuno

llamaría “casta histórica” y que suponen desviaciones a la verdadera tradición

eterna introducidas en las clases oligárquicas desde los siglos áureos.

Carlos de Tarsis es el hijo de una familia opulenta que lleva una vida ociosa

y descuidada. La rumbosidad con los amigos, el juego y las mujeres van

consumiendo su hacienda. Torralba, su tutor, le distrae con la política,

arreglando un nombramieto como diputado o le hace vestir con el hábito

de una orden de caballería, “Calatrava o Santiago”; le induce, en fin, a

buscar esposa adinerada que ordene su vida y le saque de apuros económicos.

Tarsis, como otros muchos de los nobles retratados en la novela,

pertenece al sector de la burguesía enriquecida por negocios -en su caso a

través de un negocio de harinas en América- que ha comprado el título

nobiliario. Vivamente complacido escucha las disquisiciones genealógicas

de Augusto Becerro haciéndole descendiente de Tarsis y Noé, de Gonzalo

Gustios y Mudarra, o de Asur, hijo del victorioso. Carlos de Tarsis es un

186

terrateniente absentista que vive de las rentas que le pagan los colonos de

sus fincas en el agro castellano. Cuando las rentas no bastan, recurre a la

usura. Los colonos malviven en un esfuerzo sobrehumano o emigran en

masa en busca de un futuro mejor. La actitud de don Carlos, tan liberal

con los amigos, es ahora la propia del explotador inflexible, encastillado

en sus derechos de clase social dominante: “¿Que las rentas no bastaban?

Pues a subirlas. Ponían el grito en el cielo los pobres labrantes y elevaban

al amo sus lamentos. Pero él no hacía caso: el tipo de renta era muy bajo.

Los que chillan por pagar doce, que paguen veinte. El destripaterrones es

un ser esencialmente quejón y marrullero: si le dieran gratis la tierra, pediría

dinero encima. Gran tontería es compadecerle[...]”(pp.84-85).

Opresores Rurales.

La oligarquía rural aparece representada en la novela por los caciques

rurales, grandes y pequeños. Los caciques que aparecen en nuestra novela

reciben humorísticamente los nombres de Gaitanes, Gaitones y Gaitines.

Galdós no desaprovecha un momento para mostrar el lado más feo de

estas familias de caciques que controlan despóticamente las vidas de las

aldeas. Bartolomé Cíbico, mercader andariego, describe el dominio de los

caciques rurales en los siguientes términos: “...aquí no hay más ley que el

capricho y el me da la gana de esta familia. Los alcaldes son suyos, suyos

los secretarios de ayuntamiento, suyos el cura y el pindonguero del juez

[...]” (p.188). “Aquí vivimos de mentiras. Decimos que ya no hay Esclavitud.

Mentira: hay Esclavitud. Decimos que no hay Inquisición. Mentira:hay

Inquisición. Decimos que ha venido la Libertad. Mentira: la Libertad no ha

venido [...]” (p.189).

Durante su estancia en Calatañazor Pascuala es requerida de amores

por un Gaitín, “secretarillo del ayuntamiento, Galo Zurdo y Gaitín, el más

apestoso ganso de la localidad y de todo el territorio (p.224)”. Galdós

practica con este personaje la técnica de la animalización con fines degradantes.

Galo Zurdo, enterado de los amores de Pascuala con Gil, se presenta

con intenciones amenazadoras ante éste la noche del segundo intento

de fuga. Los ojos de Gil no sólo ven al antagonista bajo la especie de

un cerdo, figuración muy próxima al verdadero ser del personaje, sino que

agrandan el tamaño real hasta convertir a Galo en un gigante como una

montaña (p.257). No obstante, Gil superando el miedo, repara en el carácter

ridículo del enemigo -“facha de gigante de bambolla,...mamarracho”- y

se enfrenta a él; el “espantajo”, entonces, “se deshizo al golpe, quedando

convertido en un hombre de mediana estatura, regordete, arqueado de

brazos y piernas, cara de media luna, mofletes gordezuelos con chapas

herpéticas” (pp.257-258). El miedo -nos viene a decir Galdós- deforma la

visión de la realidad. Quien piensa tener la justicia de su parte tiene que

enfrentarse con el adversario, clavarle un puñal en el pecho si es preciso.

El valor devuelve las cosas a su verdadero tamaño y figura: Gaitín derrotado

no es ya sino un pobre hombre, carnoso y cochinil, pelele que agoniza

187

ridículamente y que rueda por la pendiente cosificado en “pelota” -“al rumor

del rebote se mezcló un gruñido sordo, postrer aliento del ensorbecido

secretario” (p.258). La reflexión última del asesino es la siguiente: “Bien

muerto está. Bien vale mi Cintia la vida de un imbécil.[...] Cuando no nos

dan lo nuestro, debemos tomarlo, y caiga el que caiga” (p.259). El mensaje

de reinvindicación social del pasaje es evidente. Los verdugos del pueblo,

los oligarcas y caciques, hacen ahora y deshacen a su antojo,

ensorbecidos, porque las víctimas, paralizadas por el miedo, así lo consienten.

“¿Sabéis lo que os digo?, que vosotros hacéis a los que llaman

capitalistas” (p.250), exclamará con razón la vieja Celedonia en el pasaje

de Boñices. Se hace, pues, preciso tomar conciencia de la propia dignidad,

individual y de clase, y sustituir la mirada de rodillas -hacemos uso de

la alegoría valle-inclanesca- por una visión de frente o desde arriba. La

nueva perspectiva desencantará a los explotadores, conviertiéndolos en

lo que son, grotescos esperpentos.

La Guardia Civil aparece en la novela del lado de las fuerzas opresoras.

Galdós introduce la idea socrática de que la injusticia que cometen no

procede de su maldad sino de la ignorancia.9 El tema de la ignorancia lleva

anejo el automatismo: los guardias resultan títeres -“actuaban con la rigidez

de mecánicas escobas”- manejados por una ley absurda dictada desde

instancias superiores.10 La guardia civil aparece degradada en forma de

“policía de caminos”, trasunto intrahistórico de la Santa Hermandad, brazo

armado de la represión en nuestros siglos áureos. La intención política

de la degradación es mayor si pensamos que uno de los guardias civiles,

Regino, fue un alto mando militar antes de ser encantado por la Madre-

España como correctivo a sus pecados.11

Los capítulos XXI al XXV narran los diversos sucesos que acontecen

desde que Gil es cogido preso por la Guardia Civil hasta su muerte junto a

la Madre y posterior resurrección. Las escenas han sido construídas cuidadosamente

por Galdós para significar un simbolismo bíblico del vía crucis

y pasión de Cristo. Los pastores a los que se une Gil en el inicio de su

peregrinación tenían resonancias de los pastores de Belén. En Boñices la

Madre había reproducido el milagro de la multiplicación de los peces y

panes. Los Guardias civiles ahora representan los esbirros que prenden a

Cristo y lo someten a calvario. “Hemos llegado a las horas de prueba [...]

-dice la Madre- Yo, eterna, sé morir [...] Mi destino me impone la sumisión

a los ultrajes más atroces. No podré ser redentora si no soy mártir...”

(pp.307-308). Momentos bíblicos que aparecen son la traición de Judas

-Regino-, ofrenda litúrgica, última cena en corral de Pitarque, prendimiento

entre los ladrones -el buen ladrón, don Alquiboro y el mal ladrón, Lobato-

, vía crucis -cuerda de presos en camino-, insultos y caídas, ascensión al

monte calvario, muerte y resurrección.

188

Miseria Rural.

La clase oligárquica, minoritaria, carga sus privilegios sobre la masa de

población trabajadora. Tiene como aliados al clero, el ejército y los caciques.

Bajo su sombra, el pueblo vive explotado y reprimido.

Regeneracionistas y noventayochistas vuelven la mirada a la situación

depauperada de los campos españoles, así como a la vida ignominiosa de

sus habitantes. ECE, coincidiendo con este renovado interés de los pensadores

de fin de siglo por los ámbitos campesinos, elige como escenario

exclusivo para el peregrinaje del encantado Carlos de Tarsis las zonas

rurales de la meseta castellana. Carlos, transformado en Gil, se gana inicialmente

la vida como labrador -jornalero- en casa de unos campesinos

empobrecidos; pasa después a pastorear rebaños merinos junto a una

cuadrilla de pastores contratados -esclavos- por los Gaitanes; trabaja en

una cantera próxima a la aldea soriana de Ágreda; excava en las ruinas de

Numancia; se convierte en fugitivo de la justicia, es apresado y fusilado.

En cada una de sus sucesivas metamorfosis y guiado por la mano mágica

de la Madre-España, Carlos aprende a experimentar íntimamente los modos

de trabajar y vivir de las gentes de los campos castellanos. Comienza

a saber de penalidades e injusticias, pero también de fiestas populares y

afectos sinceros. Recorre aldeas ennegrecidas y campos soleados. Contempla

en los pueblos “chiquillos descalzos y andrajosos”, mujeres “escuálidas”,

hombres gastados “por un trabajo estéril” (p.239). Por los caminos

se cruza con mercaderes ambulantes, carreteros, mendigos, ladrones,

gentes de feria. Un tópico constante en el regeneracionismo y literatura

del 98 es el de la decadencia de España metafóricamente concebida como

una enfermedad que degenera en agonía y muerte. De forma semejante,

en ECE se habla del cansancio y envejecimiento que afectan a los miembros

de la sociedad y a la propia Madre-España. “Viandantes encontraba

pocos, y éstos de aspecto miserable; mujeres flacas cargando haces de

leña; hombres que parecían enfermos y lo estaban de penuria y cansancio,

luchadores de la vida, en completo vencimiento y derrota, que iban en

busca de una limosna en forma de jornal”(p.176). Es significativo notar el

cambio de aspecto con que la Madre-España se aparece ante Gil a lo largo

de la novela: en sus primeras apariciones -que coinciden con los pasajes

de idealización agrícola y pastoril, Edad de Oro pasada/futura- se revela

bajo la forma de una espléndida matrona o gran Señora; en el momento,

en cambio, de entrar en Boñices -presente histórico real y mísero- o en el

momento supremo de su pasión, la Madre adopta la figura de una vieja

campesina, encorvada y renqueante.

Campesinos. Los primeros amos de Gil son José Caminero y la señá

Usebia. Galdós se sirve de este matrimonio para representar el sistema de

minifundio, forma característica de tenencia de la tierra del agro castellano.

José vive pobremente, pero sin penurias, hasta el momento en que

decide aumentar su patrimonio con tierras tomadas en arriendo. Galdós

arremete contra la ignominia de las condiciones rentistas que imposibilitan

cualquier intento de progreso del campesino español. Las duras condi189

ciones de trabajo hacen que Caminero “al cabo de cuarenta años o más

de tremenda porfía con la tierra, era ya un atleta cansino y derrengado,

con todo el vigor recluido en los pensamientos, en la palabra y en la voluntad”

(p.119).12 José Caminero -la agricultura-, como don Alquiboro -la educación-,

morirá como un cristo sacrificado: “como el atleta que expira al

dar de sí el postrer esfuerzo, agotada la reserva vital. Luchó con la tierra;

murió en la batalla, como un héroe que no quiere sobrevivir a su vencimiento.

Si estuviéramos en la edad mitológica, Ceres y Triptólemo le llevarían

a su lado en un lugar del Olimpo” (p.237). La imagen, de raigambre

clásica, es de una belleza y dramatismo inigualables. La santificación en la

muerte se corresponde con la sacralidad de una vida dedicada al contacto

con la tierra, la Madre Diosa -Ceres/Cibeles/Rea- de las religiones agrícolas.

Galdós, en un afán por dignificar el trabajo agrícola -objetivo común

para todos los reformistas-, mitifica el campo y el arado. “El mozo [hacía]

rayas con el arado, labor harto penosa, la más primitiva y elemental que

realiza el hombre sobre la tierra, obra que por su antigüedad, y por ser

como maestra y norma de los demás esfuerzos humanos, tiene algo de

religiosa” (p.118). La regeneración del país está en los campos, en su conversión

en tierras fértiles. Gil se inclina sobre el arado y aprende de la

tierra su misterio generador.

Pueblos. Galdós elige el pueblo de Boñices [cap.XVIII] como enclave

simbólico de la miseria de la España rural -“emporio de la miseria”-. Carlos

de Tarsis es guiado a la aldea por la Madre, que aparece bajo la figura de la

señá María, una campesina envejecida y de paso vacilante. El envejecimiento

de la Madre tiene, por supuesto, un valor simbólico: “Yo, cuando

entro en él, como en otros igualmente consumidos y muertos, me parece

que entro en mi sepultura...sí..., no te espantes..., en la sepultura que

entre todos me estáis cavando para el descanso de estos antiquísimos

huesos”(p.239). Por desidia de los gobernantes, el pueblo, antaño próspero,

agoniza lentamente. Las tierras pantanosas vuelven estéril cualquier

esfuerzo y las pocas gentes que aún permanecen malviven y se resignan.

La Madre y Gil son recibidos en casa de Fabiana “mujer vestida de negro,

de éstas que más parecen envejecidas que viejas, flaca, rugosa y

desguarnecida de los dientes incisivos” (p.240). Al calor del hogar, consuelan

la velada el maestro de párvulos, don Alquiborontinfosio, la anciana

Celedonia Recajo, el sacristán y enterrador Cernudas, el cura don

Venancio. La Madre, compasiva, extrae de entre los pliegues de la ropa

unas mágicas hogazas de pan, cebollas, chorizos, perdices y vino. Gil se

asombra de que la olla rebose más de comida cuanto más comen los

hambrientos contertulios; la escena es de una evidente simbología bíblica:

la señá María, como Cristo los peces y el pan, hace multiplicación de la

comida y la bebida. La conversación gira en torno a las calamidades que

sufre el pueblo. La descripción de los males y la denuncia a los poderosos

se convierte en un perfecto ejemplo de literatura regeneracionista/

noventayochista. El pueblo, rodeado de lagunas pantanosas, apenas si

sobrevive de una agricultura escasamente productiva. Las malas cosechas

se suceden. El Fisco embarga las tierras por falta de pago. La putrefacción

190

del agua estancada provoca epidemias y alta mortandad. No hay qué comer

y los niños, malnutridos, mueren. La plaga de la emigración ha dejado

el pueblo sin los hombres jóvenes, sin mujeres, sin niños, sin “santa alegría”.

Durante la velada de Boñices, los míseros aldeanos prorrumpen en

maldiciones contra los poderosos y preparan una revolución de las clases

proletarias que acabe con las injusticias. “-Alguien propuso que se reunieran

los supervivientes de Boñices con la gente de las aldeas cercanas,

hombres y mujeres, viejos y chiquillería, y armados todos con garrotes, o

con escopeta el que la tuviese, se lanzaran bramando por campos y caminos

hasta llegar a Soria y a la casa del gobernador, y allí, con escándalo,

tiros y estacazo limpio, pidieran y recabaran el derecho a vivir”

(pp.248-249) La propia madre apoya el “derecho a rebelarse” de los oprimidos:

“abandonad toda blandura; sed fuertes, clamad, pedid...”(p.250) y

aduce el testimonio de autoridad de los Santos Padres. El mensaje

galdosiano parece ser claro: la revolución es preferible a la apatía o la

resignación. La España somnolienta precisa de un revulsivo de actividad:

las protestas revolucionarias inquieterán a los poderosos encastillados en

sus privilegios; los pobres dejarán de ser responsables pasivos de su miseria.

No obstante, la revolución es una palabra “alarmante” y Galdós, como

por otra parte también hicieron los noventayochistas, trató de evitar su

necesidad proponiendo fórmulas que llevaran a una constructiva “revolución

desde arriba”. Galdós no pretende el enfrentamiento civil sino posibilitar

la armonía entre los intereses de la burguesía y los del proletariado.

Por ello la Madre España encanta a miembros de la burguesía -a aquellos

dotados de inteligencia y buena voluntad- para que a través del “vía-crucis

correccional” se purifiquen espiritualmente, comprendiendo el sufrimiento

de los oprimidos y vislumbrando los medios de salvación. “En la naturaleza

corregida de estos elementos útiles, espera cimentar la paz y el bienestar

de sus reinos futuros” (p.344).13

Superación del pesimismo y la abulia noventayochista.

Carlos de Tarsis aparece configurado en los pasajes iniciales de la novela

con rasgos que evocan claramente el estado espiritual de una parte de

la sociedad contemporánea: perezoso, pesimista y abúlico, nuestro personaje

encarna novelísticamente el prototipo de caballero español de finales

del XIX y principios de XX. Algunos de los rasgos que lo definen son fiel

reflejo de lo que Unamuno llamó “casticismo histórico”, esto es, continuidad

de una forma de ser nacional que va surgiendo -y modificándosecondicionada

por un clina, un paisaje y unas condiciones históricas concretas.

Los escritores del 98 criticaron duramente el casticismo castellano

vigente desde los siglos áureos pues entendieron que los rasgos que se

fraguaron en aquella época se desviaban de las auténticas potencialidades

del ser castellano que apuntaban en los orígenes nacionales. Paradójicamente,

autores y héroes novelescos del 98 -llegados a un punto de inflexión

que puede situarse en torno a 1902- vinieron a dar ellos también

191

en actitudes comunes de pesimismo, parálisis de la voluntad, y ensoñación

consoladora; se trataba de intelectuales socavados -vital e

intelectualemente- por el mismo mal del espíritu patrio. En el personaje de

Carlos de Tarsis, Galdós viene a aunar todos estos aspectos del análisis

nacional.

A) De un lado, la pura contemporaneidad -sport, clubes, automóviles...-

de su forma de vivir se trasciende haciéndole representante de una casta

histórica en decadencia. Digno español castizo le caracterizan la ociosidad,

el horror al trabajo, el despilfarro y el afán de diversiones, la frivolidad

y maneras aparenciales de relumbrar en sociedad, el ingenio y la ironía

punzante, las conversaciones fútiles y pesimistas, el vivir al día y sin

pensar, la inercia, la pereza y la falta de voluntad. Son, pues, los rasgos

propios del carácter nacional tal como se reflejan en las clases pudientes

de la ciudad. Un repaso a ciertas páginas de En torno al casticismo de

Unamuno, nos sorprendería por las similitudes en la caracterización del

español “prototípico” o castizo: por momentos la labor de Galdós parece

consistir en dar encarnadura novelesca a las reflexiones del pensador vasco.

B) No es menos cierto, sin embargo, que ciertas divagaciones del personaje

Carlos de Tarsis sobre la sociedad actual y su propio estado de

conciencia, recuerdan vivamente discursos negadores de toda esperanza

por autores del 98. Reproducimos algunos fragmentos: “No tenemos teatro

como no tenemos agricultura, como no tenemos política ni hacienda.

Todo esto es aquí puramente nominal, figurado, obra de monos de imitación,

o de histriones que no saben su papel. Aquí no hay nada. Cuanto

véis es bisutería procedente de saldos extranjeros” (pp.96-97). “...tampoco

hay justicia, ni banca, ni industria. [...] La poca industria que hay es

extranjera...”(p.98). “¿Trabajar? ¿Para qué?[...] Todo nos llama al descanso,

a la pasividad, a dejar correr los días sin intentar cosa alguna que

parezca lucha con la inercia hispánica. Si me pusieran en el dilema de

trabajar o perecer, yo escogería la muerte.[...] No trato de presentarme

como superior a los demás: soy el peor, soy el último perezoso, el último

sacerdote o monaguillo de la inercia. Mi único mérito está en la brutal

sinceridad de mi pesimismo” (p.98).

Galdós creía firmemente en la capacidad regeneradora del trabajo y la

voluntad. A la par que los intelectuales del 98, nuestro autor se sirve de

ECE para denunciar los males presentes o expresar el estado de postración

espiritual -desorientación y pesimismo-; no obstante, a diferencia de

ellos, concibe la novela como una palestra de regeneración: Carlos de

Tarsis renacerá espiritualmente a lo largo de la obra porque ésta consiste

en el aprendizaje hacia el optimismo y la estimulación de la voluntad:

“...no bajarás de esta eminencia sin que saques de tan admirable perspectiva

una lección o enseñanza” le dice la Madre-España a Carlos encantado

en Gil; y en otro momento: “en tu destierro miro por ti, deseosa de tu

regeneración” (p.234). En ECE Galdós muestra cómo la regeneración espi192

ritual que preconizaban los autores del 98 es posible a través de un proceso

de purificación personal que desemboque en el reconocimiento y asunción

de una serie de valores rectores básicos -ideas madre-; éstos no sólo

existen sino que pueden ser llevados a la práctica y contribuir a la formación

de una sociedad mejor. La corrección espiritual que obtiene Tarsis

durante su encantamiento consiste en el descubrimiento del amor y el

trabajo ennoblecedor, el fortalecimiento de la voluntad y la fe. Se trata de

valores olvidados en la Corte “por cansancio... o del sueño” (p.338) pero

vivos aún entre el pueblo. Carlos, regenerado, trabajará por el bien común

a través de dos claves: la educación para todos y el progreso material de

los campos. ECE es, de esta forma, una fábula alegórica y utópica: Carlos

de Tarsis ejemplifica novelísticamente un proceso de reconstrucción nacional

que pertenece con propiedad al ámbito de la utopía. “En la naturaleza

corregida de estos elementos útiles, espera cimentar la paz y el bienestar

de sus reinos futuros” (p.344) le explica un personaje a Carlos: Galdós

-como los del 98- está soñando con una España futura, mejor y más próspera,

reino de la justicia en la tierra; Galdós, sin embargo, no se limita a

esperar adormeciéndose en el pesimismo y la melancolía de un Azorín o

un Baroja, sino que trabaja activamente por el advenimiento de ese sueño

a través de la tribuna política o la cátedra literaria. En ECE -como en tantas

otras obras- Galdós predica el activismo y exalta la voluntad. Enseña a los

españoles a escapar de la muerte moral que es la inacción y el conformismo

abúlico para renacer como hombres y mujeres que reclaman sus derechos

a una vida próspera y digna de forma reivindicativa, laboriosa y tenaz.

14

Carlos de Tarsis, como castigo y fórmula correctiva a su anterior comportamiento,

es convertido en pueblo trabajador por la Madre-España. “Se

te ata corto a la vida, para que adquieras el cabal conocimiento de ella y

sepas con qué fatigas angustiosas se crea la riqueza que derrocháis en los

ocios de la Corte” (p.140). La trasformación de Carlos en campesino, pastor,

cantero o excavador en las ruinas de Numancia tiene un sentido fundamental

de redescubrimiento de las esencias nacionales vigentes en la

intrahistoria y encauzamiento a través de ellas del vivir hispánico. El recurso

ficcional del continuo peregrinar del personaje permite a Galdós ensanchar

el marco temporal y geográfico del aprendizaje: llevado de sus propios

pies o guiado fantásticamente por la Madre-España, Carlos/Gil recorre

toda la extensión del corazón histórico de Castilla, llega hasta los más

alejados rincones, asciende a las más elevadas cimas; el viaje es además

simbólico de un recorrido por la historia patria -épocas de formación y

esplendor del espíritu nacional- contemplada no bajo la especie de un

pasado muerto -delicia de eruditos15- sino en su continuidad en el presente

y como fuente viva de humanidad. La concepción en esta novela de la

historia y la tradición guarda una comunidad de espíritu extraordinaria con

el pensamiento unamuniano tal como éste fue expuesto en En torno al

casticismo. En esta obra Unamumo reflexiona sobre los males del presente

entendiéndolos como consecuencia de un casticismo histórico desviado

de las verdaderas esencias nacionales y humanas. Unamuno niega el

193

presente al tiempo que busca posibles vías de superación a través de un

examen de conciencia histórico y el chapuzamiento de pueblo; ambos

caminos llevan al descubrimiento de la tradición eterna -la cual entronca

con lo universal humano- que reside en el corazón de las naciones y la

vida humilde de sus gentes. Galdós encontró en la obra de Unamuno la

exposición de un pensamiento con el que podía concordar de forma íntima

dado que aunaba la crítica con la superación a través de la energía,

individual y colectiva.16

Nos interesa destacar el hecho de que Galdós -como Unamuno- accede

a la historia como fuente de conocimiento sobre las realidades propias,

nacionales e individuales. El repaso histórico que la Madre-España despliega

ante Carlos en cada una de sus apariciones tiene como objeto que su

discípulo entienda el sentido del ser de España, dirigiendo su voluntad

hacia los momentos germinales y de constitución de un carácter nacional

sobrio y tenaz. La Madre hace que las diferentes etapas del peregrinaje

fantástico de Carlos/Gil contengan algún tipo de representación -encarnación-

de una época histórica concreta: Edad de Oro mítica, épocas prehistóricas,

descubrimiento de la agricultura, ganadería y minerales, período

celtíbero, colonización romana, reconquista, Edad Media. Se trata de un

entendimiento “intrahistórico” del devenir histórico en cuanto éste se

manifiesta perviviendo en el presente, sedimento de los pueblos y tradición

eterna. Unamuno hablaba de excarvar, de buscar en lo más hondo de

la patria, las esencias que nos componen.

La intrahistoria unamuniana consistía en una masa de gente anónima

que con sus trabajos cotidianos, con su vivencia de la lengua y las costumbres,

eran los verdaderos depositarios de las esencias históricas. En nuestra

novela, José Caminero y su esposa, humildes entre los humildes, son

campesinos prototipo del carácter castellano tenaz y voluntarioso, por

contraste con el abúlico Tarsis del comienzo. Ésta es la primera etapa del

Tarsis encantado a la búsqueda de un aprendizaje intrahistórico, de un

empaparse en el hombre-átomo, gota anónima de las profundidades del

mar de la historia. Carlos será campesino, pastor o cantero. En cada uno

de estos trabajos Galdós exalta valores atávicos de reciemdumbre, esfuerzo

y voluntad.

Las gentes de las aldeas viven además una vida cargada de siglos de

tradición. Para ellos, nada o muy poco ha cambiado desde tiempo inmemorial.

Carlos come con los pastores “un guisote prehistórico, céltico,

antidiluviano, compuesto de cecina de cabra y zoquetes de pan, seguido

de queso duro y piñones” (p.182). Comidas, vestidos, formas de trabajo,

sufrimientos y diversiones se mantienen incólumes en una negación del

tiempo histórico. Hay exaltación de los valores que perviven entre las gentes

humildes, pero también hay, de forma inevitable, la conciencia dolorosa

de que la miseria y la humillación no acaban jamás porque desde siempre

los poderosos han cimentado su fuerza sobre la esclavitud ajena.

194

Fuerza poderosa de la intrahistoria es la lengua de la comunidad. El

idioma común es exaltado como un valor permanente al residir en él la

identidad y la memoria del pueblo; por ella la Madre es inmortal: “por ella

vivimos, quiero decir, muertos todos vosotros yo viviré siempre, defendida

por este divino aliento que cierra el paso a la muerte” (p.150). La lengua

garantiza la esencial fraternidad entre todos los miembros de una nación

a lo largo del tiempo y del espacio. Carlos, en su peregrinaje, debe

recuperar aquel idioma que comenzó a “remusgar” en los días iniciales de

la Reconquista y se fue convirtiendo con los siglos en “trompeta de nuestra

energía”, “bocina de oro”. La Madre critica duramente la corrupción a la

que sus hijos someten en la actualidad al idioma: “Habláis demasiado,

prodigáis sin tasa el rico acento con que ocultáis la pobreza de vuestras

acciones” (p.151). Se trata de una lengua de oropeles y convencionalismos.

Gil durante su peregrinaje por la intrahistoria, encuentra el verdadero sentido

de la lengua en labios de José Caminero, hombre parco en palabras,

o en las conversaciones ancestrales entre los pastores; finalmente es sometido

a una cura de silencio en una redoma de peces. La Madre es la

tradición viva, continuidad de una lengua, unas costumbres, unos hitos

históricos y literarios. La enfermedad de la Madre es sólo temporal. Carlos

trata de definirla al erudito Becerro en los siguientes términos “No es precisamente

la Historia, sino la..., no sé cómo decirlo...Es el alma de la raza,

triunfadora del tiempo y de las calamidades públicas; la que al mismo

tiempo es tradición inmutable y revolución continua...” (p.300). Más adelante

afirmará “Eres inmortal(...) porque no eres una vida, sino millones de

vidas; no eres un lenguaje, sino remillones de lenguas que espiritualmente

te vivifican” (p.319). El ser de la Madre consiste en resucitar perpetuamente

mientras aliente una gota de tradición eterna en algún rincón de

sus estados. El mensaje galdosiano lleva la semilla de la fe y la esperanza:

fe en el corazón sano de la intrahistoria; esperanza sincera en un futuro

renovado. La propia madre confiesa su optimismo: “Caemos y nos levantamos

tan arrogantes como estuvimos antes de caer, y con limpiarnos el

rostro de algunas lágrimas y sacudir los miembros, y abrir plenamente

nuestros ojos a la luz del sol, ya estamos de nuevo en todo el esplendor y

frescura de nuestro optimismo, que podrá tener, como dicen algunos filósofos

regañones, su poquito de ridiculez, pero que es, créme a mí, el

único ritmo, pulsación o compás que nos queda para seguir viviendo[...]”

(pp.319-320)

Puesto que la Madre encarna la historia de su pueblo -bien entendida

ésta como tradición viva- Galdós acumula en torno a ella menciones de

hechos y de letras. Historia y literatura son una misma cosa -memoria de la

identidad de un pueblo- y el peregrinaje geográfico y onomástico se hace

preciso para recuperar ambas tradiciones. El recuento de menciones se

vuelve interminable: El Cid, Berceo, los héroes de nuestra épica y romancero,

el Arcipreste, el apóstol Santiago y la batalla de Clavijo, Cisneros,

Cervantes, el Greco, Larra... Por boca de los personajes o del narrador se

filtran ecos estilísticos de la épica o del romancero, tópicos como Beatus

ille o ubi sunt, refranes y dichos populares, imágenes de raigambre

195

grecolatina... Determinados personajes y situaciones sugieren paralelismos

literarios: literatura de caballerías y el Quijote, Sancho Panza, églogas

de Juan del Encina, montajes teatrales, juglares o ciegos de cordel, El

pobrecito Hablador, etc, etc. Según pedía Unamuno en En torno al casticismo,

17 la recuperación histório-literaria no cae en el vicio del falso triunfalismo,

sino que pretende ser una visión integradora y fraternal. Así, Calatañazor

es el lugar elegido para la reivindicación del Almanzor, “uno de los más

ilustres guerreros y políticos que han nacido en mis tierras” (p.235). Galdós

busca hermanar a conquistadores y conquistados pues ambos pasaron a

formar parte de una misma comunidad geográfica e histórica. En un momento

en el cual estaban aún frescos los acontecimientos de la guerra de

Marruecos y la violenta repulsa popular, la reivindicación de nuestro origen

moro se carga de intención crítica. “Toda guerra que mis hijos traben

con gente mora me parece guerra civil”- dice la Madre de forma explícita

(p.235). La regeneración española, por tanto, pasa por el abandono de la

aventura africana, esto es, por la reconciliación con una parte del ser nacional.

El mensaje optimista que Galdós infunde al encantamiento de Carlos

tiene como consecuencia la aparición de momentos fuertemente idealizados

en sentido y estética. Nos referimos a las escenas correspondientes a

los oficios villanescos de Gil, así como a descripciones paisajísticas. La

novedad galdosiana frente a la literatura noventayochista es evidente.

A) La vida como mozo de labranza, pastor o cantero es dura y está mal

pagada. No obstante, la visión elimina los trazos sombríos. Galdós, por el

contrario, interesado en dignificar el trabajo campesino, recurre a la exaltación

mitológica y poética. Frente a la vida ociosa de la ciudad, el campo

supone para Carlos el regreso a la naturaleza libre, hermosa, prístina (oposición

campo/ciudad) así como el noble ejercitamiento en la voluntad y el

esfuerzo. Los pastores trashumantes a quienes se une Gil se presentan a

sí mismos como una sociedad paradisíaca, donde reina la libertad de espíritu,

el regalo de los cuerpos y la fraternidad humana. Gil llega a amar la

vida pastoril, oficio de duras caminatas pero también de solaces en lugares

umbríos y noches tibias con comidas compartidas y sabrosas charlas

con iguales. “Bendito y descansado oficio era el de pastor” (p.157). La

descripción de la tarea de extracción de la piedra es, a no dudarlo, excepcional.

Galdós, cuyo objetivo sigue siendo la dignificación del trabajo, construye

un discurso disémico que expresa la dureza de condiciones al tiempo

que la nobleza de la labor. La cantera, personificada, es una “llaga

enorme abierta en el costado de una dura montaña, dejando ver la tierra

como sangre y las piedras como desmenuzados huesos” (p.160). En el

trasvase de cualidades en que consiste la retórica de este pasaje, la montaña

es la víctima real del trabajo. Los canteros, por su parte, adquieren

cualidades geológicas y son exaltados por la fuerza física y la hermosura

de sus cuerpos desnudos - “gigantes”, “mostraban admirables torsos y

brazos de atletas formidables” (p.160)-. El despliegue de energía toma

196

tintes épicos “algo de grandioso que veía en aquel luchar al aire libre con

lo más duro que existe: la roca” (p.160).

B) Ciertas descripciones de los pueblos o del paisaje coinciden admirablemente

con las agrias pinturas noventayochistas y regeneracionistas: así,

la cuenca de Arlanza que la Madre y Gil otean desde la altura de los Picos

de Urbión aparece “mal poblada de árboles y de hombres, mísera y cansada

tierra[...] pobrecita y escuálida” (p.149). Camino de Numancia, Gil se

detiene en un monasterio abandonado de templarios “esqueleto de rotos

muros, que parecía maldecir y apostrofar a la dormida soledad que le

rodeaba[...] Creía encontrarse en un país inhabitado, o en el cementerio

de una nación que ni memoria de sus hijos dejara” (p.187). Calatañazor es

descrito de la siguiente forma: “avistaron la histórica villa de Calatañazor,

empingorotada en un cerro, guarnecida de torres y de imponentes y ceñudos

peñascos. [...] Traspasaron la muralla por una caduca puerta entre

carcomidos torreones, y dentro seguían los desniveles espantables, calles

en cuesta, calles con escalones, casa montada sobre casa, arroyos lindando

con tejados, una iglesia de aparato monumental[...]” (p.221). La visión

de Boñices, pueblo donde anida la tristeza, se vuelve melancólica y mística:

“En angulosa encrucijada vieron la torre de la iglesia, alta, fantástica y

muda; revelaba su mole una melancolía perezosa; sus campanas, si las

tenía, guardaban avaras, el son grave y místico” (p.240). Los paisajes que

aparecen en ECE tienen la doble funcionalidad noventayochista de ser

símbolos de la decadencia española, al tiempo que proyecciones del alma

del contemplador. Es interesante observar cómo en los pasajes de idealización

de la vida campesina o pastoril la naturaleza adquiere tintes positivos:

es hermosa y libre, rozagante y fresca, muy verde y muy niña. “se vio

brillar el verde húmedo de las diferentes matas y del intrincado follaje

arbóreo que matizaba las pendientes, dejando calvas aquí y allí, o escondiendo

el cauce torcido de los regatos que bulliciosos bajaban rezongando

entre piedras” (pp.131-132). Lo mismo sucede tras la resurreción milagrosa

de la Madre y Gil: “En un lapso de tiempo cuya brevedad no pudo

apreciar el caballero, pasó con la Madre bajo los inmensos plátanos y

negrillos, ya desnudos de sus hojas. [...] y al cabo de un raudo caminar por

solitarias alamedas y terrenos blandos, cuyos surcos formaban pautas interminables,

llegaron al lomo de una ribera que, como dique, encauzaba

la corriente del dorado Tajo. Impresionó a Gil el rumor de las aguas que

descendían bufando en oleaje hirviente, juntos ya los caudales del Tajo y

Jarama” (pp.322-323). Galdós, por tanto, en los momentos de exaltación

redentora, proyecta sobre la naturaleza una visión prístina -recuperación

de una Edad de Oro- o utópica -proyección de un futuro regenerado-. Para

finalizar, dejemos que Galdós nos cuente cómo sueña el retorno de una

naturaleza hermosa y productiva a los campos españoles, superación de

la sombría visión paisajística del 98: “Preciso es desencantar el viejo terruño,

dándole con las aguas corrientes, la frescura, amenidad y alegría de la

juventud; preciso es vivificar la tierra dándole sangre y alma, y vistiéndola

de las naturales galas de la agricultura. No queremos nada que sea imagen

del yermo solitario, ni tristeza y sequedad de calaveras mondas. En nom197

bre del bienestar público y de la belleza, inundemos las estepas áridas. No

queremos fealdad en ninguna parte, sino hermosura que nos enamore de

nuestros campos para que en ellos podamosvivir y gozar de cuanto da la

Naturaleza; lozanos plantíos, risueños bosques, deliciosas alquerías, donde

hallemos el ejercicio sano y la paz del alma” (“Soñemos, alma, soñemos”,

1903).

BIBLIOGRAFÍA

- PÉREZ GALDÓS, B., El caballero encantado (Cuento real... inverosímil), Ed. Cátedra,

Madrid, 1982 [3ª ed.], Ed. de Julio Rodríguez- Puértolas.

- _____, Cuentos fantásticos, Ed. Cátedra, Madrid, 1996, Edición de Alan E. Smith.

- BERKOWITZ, H.C., Pérez Galdós: Spanish Liberal Crusader, Madison, 1948.

- _____, «Galdós and the Generation of 1898», PQ, XXI, 1942, pp.107-120.

- BLANCO AGUINAGA, C., «El amigo Manso: la educación pequeño-burguesa y el ciclo

céntrico de la sociedad», en La historia y el texto literario. Tres novelas de Galdós, Edit.

Nuestra Cultura, Madrid, 1978.

- CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós (1843-1920), Gredos, Madrid, 1970, 3ª ed.

- CORREA, G., «El sentido de lo hispánico en El caballero encantado de Pérez Galdós y la

Generación del 98», Boletín del Instituto Caro y Cuervo XVIII, Bogotá, 1963, pp.14-28.

Incluido en Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez Galdós, Bogotá, 1967.

- FUENTES, V., Galdós demócrata y republicano (escritos y discursos 1907-1913), Cabildo

Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1982.

- JESCHKE, H., La generación de 1898 (Ensayo de una determinación de su esencia),

Editora Nacional, Madrid, 1954, 2ª ed. española, 1ª ed. esp.1934.

- LAÍN ENTRALGO, P., La generación del 98, Col. Austral, 1997, 1ª ed. 1947.

- LÓPEZ MORILLAS, J., Hacia el 98: literatura, sociedad e ideología, Ariel, Barcelona,

1972.

- ______, «Galdós y el Krausismo», en Revista de Occidente, nº 60, marzo, 1968.

- REGALADO GARCÍA, A., «El caballero encantado», en Benito Perez Galdós y la novela

histórica española (1868-1912), Ínsula, Madrid, 1966, pp.464-491.

- RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS,J., Galdós: burguesía y revolución, Turner, Madrid, 1975.

- SMITH, A. E., Los cuentos inverosímiles de Galdós en el contexto de su obra, Ed.

Anthropos, [Autores, Textos y Temas, Literatura; 14], Barcelona, 1992.

- TUÑÓN DE LARA, M., Medio siglo de cultura española, 1885-1936, Madrid, 1970.

- UNAMUNO, M. de, En torno al casticismo, Espasa-Calpe, [Col.Austral], Madrid. 1991, 11º

ed.

- SHOEMAKER, W. H., Estudios sobre Galdós, Madrid, Ed. Castalia, 1970.

198

NOTAS

1 Mencionamos El caballero encantado con las siglas ECE.

2 Galdós compone El caballero encantado en un año -1909- especialmente conflictivo

en cuanto a los sucesos políticos: declaración oficial de la guerra en Marruecos, leva y

embarque de soldados, protestas populares, Semana trágica de Barcelona, represión

cruenta, fusilamiento de Francisco Ferrer. La actividad pública de Galdós, como sabemos,

es intensa: trabaja para atraer a Pablo Iglesias a la conjunción Republicano-socialista;

prepara su candidatura para las elecciones de 1910; escribe mítines, manifiestos,

artículos periodísticos; participa en actos públicos. No hemos de ver la escritura de

ECE como un hecho desligado de este compromiso político de Galdós.

3 Extraemos el resumen de RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, op.cit. y REGALADO GARCÍA, op.cit.

4 Con anterioridad a ECE Galdós había cultivado la estética de lo fantástico en una pequeña

serie de cuentos, que han sido publicados de forma conjunta en fechas recientes

por SMITH, A. E., op.cit. Conexiones temáticas y/o formales con nuestra novela

vuelven especialmente interesantes algunos de estos cuentos: Theros (1877),

Tropiquillos (1884), Celín (1889), El pórtico de la gloria (1896), Rompecabezas (1897).

Muy sugestivo, sin duda, sería un estudio comparativo de los cuentos y ECE.

5 Sueño tiene también la valencia significativa de utopía que el alma concibe en su afán

de progreso y por la cual, una vez despierta, habrá de luchar enérgicamente: “Soñemos,

alma, soñemos”, acaba el capítulo de reivindicación social de Boñices. Cintia

desencantada afirmará “Yo también me duermo, Carlos; yo me meto en la hondura del

pensar que ennoblece” (p.340). Las experiencias sueño/despertar, encantamiento/desencantamiento

están usadas en ECE con un valor alegórico de indudable comunidad

de espíritu con la simbología noventayochista.

6 Para ser exactos, habría que añadir “un filtro mágico y un filtro humorístico”. Ciertas

fórmulas de humorismo y distanciamiento narrativo son componentes esenciales del

arte narrativo de ECE. Sería muy gratificante poder detenernos en el análisis de las

formas de subversión del código serio de escritura que afectan a nuestra novela. Habiendo

optado, no obstante, por dedicar nuestra atención a otros aspectos en la presente

ocasión, nos limitamos a enunciar tan sugerente tema.

7 c.f.r. SMITH, A. E., “Introducción” a su edición de Galdós, Cuentos fantásticos, op.cit.,

pp.11-28. cfr. del mismo autor, Los cuentos inverosímiles de Galdós en el contexto de

su obra, op.cit.

8 Confirmando este sentido de lo educativo vinculado al futuro, tenemos las palabras de

la Madre: “En los tiempos que corremos, Gil, los niños mandan. Son la generación que

ha de venir; son mi salud futura; son mi fuerza de mañana” (p.234).

9 Es interesante señalar que la crítica recae no tanto en los individuos -“en quienes veo

nobleza y ceguera,[...] hombres de honor, que ignoráis las villanas intenciones de los

que os mandan” (p.303)- cuanto en las injustas leyes ordenadas por los superiores.

10 La voz autorial se hace terriblemente dura al comentar la salida de la cuerda de presos:

“fueron sacadas las tres cuerdas para emprender el lento y angustioso viaje hacia la

indeterminada meta en que se erigía, el fetiche de la justicia para pobres. ¡Inhumana y

expeditiva ley, sin otro ideal que acabar pronto y cumplir una función de policía de

caminos!. Los guardias conductores de los presuntos delincuentes actuaban con la

rigidez de mecánicas escobas que traían y llevaban las basuras sociales, sin cuidarse

de su destino. Ellos barrían lo que se les mandaba barrer, y no tenían por qué averiguar

si había oro entre el polvo y mondaduras malolientes...” (p.306).

199

11 Gil acusa a Regino en los siguientes términos: “encantado fuiste por entregar a una

nación extranjera tierras españolas[...] Vendiste a tu patria, no por dinero, sino por

obedecer a los que querían la paz aunque ésta fuese bochornosa” (p.312).

12 Análisis semejantes acerca del ser físico y espiritual del campesino español podemos

encontrarlos en muchas páginas de autores regeneracionistas y noventayochistas. Acudamos

a un ejemplo unamuniano:“Allí dentro vive una casta de complexión seca, dura

y sarmentosa, tostada por el sol y curtida por el fío [...][El campesino] es calmoso en

sus movimientos, en su conversación pausado y grave [...] De ordinario suele ser silencioso

y taciturno mientras no se le desata la lengua” (En torno...p.78).

13 Unamuno en En torno al casticismo propone como fórmula de salvación el

“chapuzamiento en el pueblo”, esto es, el entendimiento cabal de los valores y esencias

nacionales y humanas presentes en el pueblo. La perspectiva conciliadora y elitista

del pensamiento unamuniano es evidente en afirmaciones como la siguiente: “La tradición

eterna es lo que deben buscar los videntes de todo pueblo para elevarse a la luz,

haciendo consciente en ellos lo que en el pueblo es inconsciente, para guiarle así

mejor” (p.51). También los héroes de Galdós, tras completar su aprendizaje como

pueblo, emprenderán la labor redentora a la que como clase están llamados. Habrán

comprendido, no obstante, la importancia de la “síntesis social” consistente en “la

armonía compendiosa entre todas las ramas del árbol de la patria” (ECE, p.342).

14 Las siguientes declaraciones de Galdós -extraídas del artículo “Soñemos, alma, soñemos”(

1903)- demuestran en qué medida nuestro autor no se dejó influir por los análisis

derrotistas de la historia presente, reaccionando, por el contrario, con energía y

esperanza frente a la parálisis del 98: “El pesimismo que la España caduca nos predica

para prepararnos a un deshonroso morir, ha generalizado una idea falsa. La catástrofe

del 98 sugiere a muchos la idea de un inmenso bajón de la raza y de su energía. No hay

tal bajón ni cosa que lo valga. Opongamos briosamente este propósito (el trabajo) al

furor de los ministros de la muerte nacional, y declaremos que no nos matarán, aunque

descarguemos sobre nuestras cabezas los más fieros golpes; que no nos acabará

tampoco el desprecio asfixiante; que no habrá malicia que nos inutilice ni rayo que nos

parta”

15 En diversas páginas de En torno al casticismo, Unamuno arremete contra la práctica

erudita de ciertos historiadores de su tiempo: “Hay quienes buscan y compulsan datos

en archivos, recolectando cosas muertas en buena hora, haciendo bibliografías y catálogos,

y hasta catálogos de catálogos, y describiendo la cubierta y los tipos de un libro,

desenterrando incunables y perdiendo un tiempo inmenso con pérdida irrecuperable.

Su labor es útil, pero no para ellos ni por ellos, sino a su pesar; su labor es útil para los

que la aprovechan con otro espíritu” (p.530).

¿Tendrá algo que ver con esta clase de erudición estéril el personaje de Augusto Becerro?

Las primeras palabras que Galdós le dedica son las siguientes: “desde sus tiernos

años se dedicó a la enmarañada ciencia de los linajes, a desenredar las madejas

genealógicas y a bucear en el polvoroso piélago de los archivos. Su apellido era una

predestinación, pues el hombre sabía de memoria los becerros de todas las ciudades,

monasterios y beheterías” (p.82). Seguidamente califica despectivamente la información

heráldica que Augusto proporciona a Carlos como “evacuaciones eruditas”. Tales

eruditos -nos dice Unamuno-, incapaces de sentir el presente, se refugian en un pasado

de figuras muertas. No desentierran nada vivo, nada eterno, porque no van más allá de

la recopilación indiscriminada e irreflexiva de datos. Para estos historiadores el pasado

es un valor por sí mismo, y, desde esta perspectiva, exaltan de forma ingenua la constitución

de las castas históricas: “Hay un ejército que desdeña la tradición eterna, que

descansa en el presente de la humanidad y se va en busca de lo castizo e histórico de

la tradición al pasado de nuestra casta, mejor dicho, de la casta que nos precedió en

este suelo. Los más de los que se llaman a sí mismos tradicionalistas, o sin llamarse así

se creen tales, no ven la tradición eterna, sino su sombra vana en el pasado. Son

gentes que por huir del ruido presente que los aturde, incapaces de sumergirse en el

200

silencio de que es ese ruido, se recrean en ecos y retintines de sonidos muertos”

(pp.52-53, En torno...). “Entre ellos[...] se hallan los dedicados a ciertos estudios llamados

históricos, de erudición y compulsa, de donde sacan legitimismos y derechos históricos

y esfuerzos por escapar de la ley viva de la prescripción y del hecho consumado

y sueños de restauraciones” (p.53). El error de fundamentar grandezas y legitimismos

nacionales sobre desviaciones históricas de los pueblos aparece reflejado en las palabras

de Carlos: “¿Ves, Becerro? Sólo con recordar esas grandezas de la raza hispánica

se me ha pasado la murria; ya estoy alegre... Si es lo que te digo: esos hombres son los

que regeneran las razas decaídas...Se comprende que un pueblo formado de varones

tales como ese Gustios de Lara, conquistara medio mundo. Aquí tienes un ejemplo. Ya

me estoy regenerando... Sigue, sigue la historia” (ECE pp.91-92). Augusto Becerro se

recluye en el pasado muerto, engañando “el hambre con los hartazgos de erudición”,

como forma de huir de un presente que no le satisface: “En mis lecturas favoritas

encuentro yo las llaves que me llevan al retiro de los siglos que fueron. Ya sabes que el

autor más moderno que yo leo es el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada [...] Me deleito

en estos amenísimos autores; y cuando quiero mayor deleite, que a olvido mayor de lo

presente me conduzca” ( ) Unamuno decía al respecto: “Viven en el presente como

sonámbulos, desconociéndolo e ignorándolo, calumniándolo y denigrándolo sin conocerlo,

incapaces de descifrarlo con alma serena [...] Llegan, ciegos del presente, a

desconocer el pasado en que hozan y se revuelven” (p.55). “Se les conoce en que

hablan con desdén del éxito, [...]Se les conoce en que creen que al presente reina y

gobierna la fuerza oprimiendo al derecho; se les conoce en su pesimismo” ( ) Las

imágenes que utiliza Unamuno para caracterizar a este tipo de estudiosos guarda una

comunidad de espíritu innegable con la caracterización que de Augusto Becerro hace

Galdós: así, Unamuno los denomina “desenterradores de osamentas” y los presenta

“hozando” entre viejos papeles que “huelen a polvo”; Galdós, por su parte, llama a

Becerro “sabio durmiente entre ratones”, imagina su casa como “caverna papirácea”,

“toda libros, toda polvo, toda mugre, llena de cosas tuertas, cojitrancas, bizcas”, con

“enormes fajos polvorosos de papeles impresos y manuscritos“. La figura del erudito

pergeñado por Unamuno nos recuerda de inmediato a Menéndez Pelayo, el cual -desde

La ciencia española (1876)- había emprendido una labor de recuperación de viejos

libros españoles de tema científico como forma de socavar el supuesto de la primacía

científica de Europa. Dice Unamuno: “cuando nos invade una ciencia más o menos

moderna, sea la fisiología, por ejemplo, al ver citar a alemanes, franceses, ingleses o

italianos, alza la voz un desenterrador y pronuncia el nombre de Hervás y Panduro, que

aún así sigue olvidado (p.53)“. La labor del erudito galdosiano es semejante: “Con

prodigiosa memoria y sin abrir los mamotretos, Becerro le hizo cuento y noticia de

ellos, a saber: André Cesalpino, Jacobo Sprenger (...) que escribieron en latín, y Don

Sebastián de Covarrubias, definidor castellano del hechizo, el Padre Martín del Río, y el

historiador Gonzalo Fernández de Oviedo, que refiere los artilugios maléficos de los

indios“ (p.105). La conexión ciencia-magia no es nada ingenua por parte de Galdós. La

erudición de Menéndez Pelayo recuperó obras científicas; la de Becerro, en cambio,

persigue magos, alquimistas y autores de ciencias ocultas. Percibimos la ironía

galdosiana: nuestro autor parece estar diciendo que en España la ciencia no ha superado

nunca el escalón de la magia o la superstición. En Galdós está también presente la

idea unamuniana de que la mera recopilación de datos es tarea inútil si no va acompañada

de una reflexión asimiladora. La Madre España le dice a Carlos: “siento poca

simpatía por la erudición secamente erudita, quiero decir, por el saber de menudencias

que maldito lo que interesan a la humanidad viva. A pesar de esto, las leyes de mi

existencia me obligan a transigir hasta con los maniáticos y a pasar algunos ratos en los

archivos polvorosos y en las acartonadas academias... Y más de una vez he tenido que

recurrir al sabio para que viniese en auxilio de mi memoria, que en el correr de tantos

años y siglos suele flaquear y oscurecerse. “Pepito -le pregunto-. ¿En que fecha vino

Julio César a España por tercera vegada?“. Y él me lo dice gustoso, y me cuenta después

que traía la calva remediada por un gracioso artificio de su corto cabello. Otro día

me cuenta que Sertorio se afeitaba solo, y que a Perpena le molestaban los sabañones“

(p.144).

201

16 Dice Unamuno en En torno al casticismo: “Volviendo a sí, haciendo examen de conciencia,

estudiándose y buscando en su historia la raíz de los males que sufren, se purifican

de sí mismos, se anegan en la humanidad entera“ (op.cit. p.57) “¿Está todo moribundo?

No, el porvenir de la sociedad española está dentro de nuestra sociedad histórica,

en la intrahistoria, en el pueblo desconocido“ (p.163). “Tal es el alma castiza, belicosa

e indolente, pasando del arranque a la impasibilidad, sin diluir en una en otro para

entrar en el heroísmo sostenido y oscuro, difuso y lento, del verdadero trabajo“ (p.104).

Un fragmento muy significativo de las conexiones del pensamiento de Galdós con este

Unamuno es el siguiente extraído del discurso antes citado Soñemos, alma, soñemos:

“Debajo de esta corteza del mundo oficial, en el cual campan y camparán por mucho

tiempo figuras de pura representación, quizá necesaria, y la comparsa de políticos

profesionales, existe una capa viva, en ignición creciente, que es el ser de la nación,

realizado con débil empuje todavía por la virtud de sus propios intentos y ambiciones;

vida inicial, rudimentaria, pero con un poder de crecimiento que pasma“. Afirma nuestro

autor que hay que “aprender a conocer los estímulos que germinan en el interior

del alma hispánica y que pueden convertirse en una fuerza creativa“.

17 “El estudio de la propia historia, que debía ser un implacable examen de conciencia, se

toma, por desgracia, como fuente de apologías, y apología de vergüenzas, y de excusas,

y de disculpaciones y componendas con la conciencia, como medio de defensa

contra la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama

glorias a nuestras mayores verguenzas, a las glorias que purgamos; en que se hace

jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades

innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen

de conciencia, no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación

para nosotros“ (Unamuno, En torno al casticismo, p.57).