EL 98 DE GALDÓS, UN EPISODIO

ENTRE PRESTAMISTAS Y ADMINISTRADORES

Julián Ávila Arellano

El estudio que sigue se inserta en la investigación del referente de actualidad,

implícito pero estimulante y operativo, como un agujero negro

galáctico, dentro del realismo de las creaciones galdosianas. Para ello me

apoyo en la idea de que éstas fueron planeadas y realizadas con mentalidad

y criterios periodísticos, como una crónica continuada de la actualidad

española, y que, por ello mismo, sus mensajes trascienden la anécdota

superficial del argumento para elevarse al rango de construcciones

intrahistóricas, simbolizadoras, como radiografías del fondo moral del tiempo

del relato y del escritor, conseguidas mediante la virtualidad de la expresión

literaria.

La complejidad del tema propuesto resulta evidente tanto por lo que

toca a su localización histórica dentro de la crisis del 98, como por su

constitución interna. Porque no cabe duda de que Galdós compartió con

el resto de los intelectuales de su tiempo el bochorno de lo que 17 años

más tarde recordaría como “la ruina de la soberbia española en la colonia”

(“El viaje de Galdós a Cuba”, El País, 21 de febrero de 1915, p.2, col. 1).

Una soberbia sólo comparable en motivaciones y resultados con la que

había impulsado unos lustros antes a la burguesía francesa del Segundo

Imperio a entrar en contienda con los alemanes en la Guerra Franco-Prusiana

de 1870.

Siendo patentes las repercusiones que en la vida y en la obra de este

escritor tuvieron las perturbaciones socipolíticas, militares, morales y artísticas

de la crisis finisecular, el poco tiempo y espacio de que dispone

este trabajo no permiten ni siquiera señalarlas. Tampoco es posible adelantar

alguna reflexión sobre la naturaleza simbolizadora de la actualidad

que atribuyo a sus narraciones, ni sobre la mentalidad y criterios periodísticos

en que considero se sustentan sus estructuras y su estilo realista.

Respecto del referente de actualidad sólo adelantaré algo que parece obvio,

y es que el carácter abstracto del lenguaje verbal, especialmente ambiguo

en la comunicación en ausencia de los textos literarios, debiera

motivar la atención de los críticos hacia el control de estos espacios

referenciales, entre la realidad y el pensamiento verbal, tantas veces reconstruidos

de modo inconsciente y casi reflejo sin cuestionar cuál pueda

ser la índole verdadera de la creación.

4.1-6

212

El referente literario es la sombra cultural que proyectan las palabras

dentro del espacio textual, siempre de acuerdo con la altura intelectual y

enciclopédica del autor y de cada uno de los lectores que compartan con

él, y al alimón, la tarea de irse poniendo de acuerdo respecto del mensaje

construido. Como ya se puede suponer es ésta una relación siempre inestable

e imprecisa, además de revisable y mejorable, en la que se producen

los mayores éxitos y fracasos de cualquier lectura literaria, las de Galdós

incluidas. Lo mismo puede suceder que el lector-crítico encuentre en el

texto mucha más información referencial que la que pretendían las propuestas

del creador, como lo contrario, que el tiempo y la distancia espiritual,

tan fuerte después de la crisis aquí señalada, hubieran afectado a los

lectores del mismo modo negativo que a los historiadores e intelectuales

modernistas.

En esta situación y tratándose de la presencia dentro del texto literario

de referentes de actualidad, naturalmente carentes, por otro lado, de marcadores

cronológicos precisos —sólo posibles cuando esa actualidad ya

se ha fijado en un discurso histórico concreto—, lo único que se puede

hacer es tratar de reconstruirlos señalando la eficacia motivadora y organizadora

que resulta de su presencia y contextura histórica real.

A tanto, sin embargo, no se podrá llegar en esta ocasión respecto de la

propuesta de presencia referencial del problema del colonialismo cubano,

entre otros motivos por su extensión y complejidad sociopolítica, económica

y militar. El tema cubano es actualidad española acuciante por lo

menos desde el principio de la Guerra Grande o de los Diez Años, que

viene a coincidir con la primera narración extensa de este escritor, La Fontana

de Oro. Cuba estará también entre los proyectos literarios galdosianos

de sus últimos años, como se puede apreciar en el texto anteriormente

citado de 1915 y en otros similares de entonces.

Me reduciré, pues, a plantear, por lo menos, algunos de los datos históricos

que este escritor consideró relacionados con el proceso colonial y

presentes en la construcción de la actualidad de aquella crisis reduciendo

el espacio considerado a las dos décadas interseculares y a lo económico

de su contenido, ya que lo ideológico y lo bélico no cabrían en este momento.

Y, como se adelanta en el título de esta exposición, la apreciación

que durante años va realizando este escritor sobre el proceso colonial se

puede resumir en ese relevo señalado de los prestamistas por los administradores,

o del capitalismo proteccionista e intervencionista europeo por

el más higiénico y librecambista norteamericano.

Tres fases se podrían considerar en ese proceso: Los orígenes

sociopolíticos que detecta el escritor en este particular arquetipo de capitalista

español que es Francisco de Torquemada, versión económica del

fanatismo doctrinario tradicionalista; la reacción tardía y equivocada que

tiene éste ante los efectos ruinosos que ha producido el severo tratamien213

to especulativo que le ha aplicado a Cuba durante las primeras décadas de

la restauración canovista; y, en fin, la nueva relación de control administrativo

y vigilancia de la estabilidad que precisan los negocios que trae la

victoria norteamericana, prevista por el escritor varios meses antes de que

fuera realidad histórica.

Orientado el trabajo por esta dirección, lo primero que habría que señalar

es la perspicacia con que Galdós supo captar los fundamentos económicos

de la crisis colonial varios años antes de que se llegara a la resolución

del Desastre, y sin descontextualizarla del frente común de la lucha

de clases que incluía en este caso a los insurrectos coloniales.

Todo ha cambiado —dice Galdós en una carta a La Prensa de

Buenos Aires del 30 de abril de 1891 titulada “El 1º de mayo” y

que Alberto Ghiraldo fecha erróneamente como del 15 de abril

de 1885 (Shoemaker, 1973, p.448; Pérez Galdós, 1923,

pp.267-277)—. La extinción de la raza de tiranos [se está refiriendo

a las luchas anteriores entre el tradicionalismo y el liberalismo]

ha traído el acabamiento de la raza de los libertadores.

Hablo del tirano en el concepto antiguo, pues ahora resulta que

la tiranía subsiste, sólo que los tiranos somos ahora nosotros,

los que antes éramos víctimas y mártires, la clase media, la burguesía,

que antaño luchó con el clero y la aristocracia hasta destruir

al uno y a la otra con la desamortización y la desvinculación.

¡Evolución misteriosa de las cosas humanas! El pueblo se

apodera de las riquezas acumuladas durante siglos por las clases

privilegiadas. Con estas riquezas se crean los capitales burgueses,

las industrias, las grandes empresas ferroviarias y de

navegación. Y resulta que los desheredados de entonces se

truecan en privilegiados. Renace la lucha, variando los nombres

de los combatientes, pero subsistiendo en esencia la misma.

¿Qué quiere decir esto? Que los que no poseen, que son siempre

los más, atacan a los que tienen, que son los menos, pero se

hallan robustecidos por el amparo del Estado. El Estado defiende

la propiedad adquirida por los medios legales con absoluta

preterición de la ley moral. El pueblo no se resigna. La iglesia no

se atreve a amparar a los desvalidos, temiendo salir perdiendo si

éstos alcanzan el triunfo. Pónese, pues, de parte de los poderes

y de la propiedad constituidos. En el fondo hay, pues, gran semejanza

con la situación de hace cincuenta años. (pp.268-269)

He aquí la interpretación que Galdós hace de la actual lucha de los

marginados atendiendo más a los orígenes de “desheredados de entonces”

que tienen los “privilegiados” de ahora, que al proletariado revolucionario

e insurreccional. Dos décadas habrán de transcurrir hasta que este

escritor abandone definitivamente esta perspectiva burguesa del problema

socioeconómico y alcance la sensibilidad socialista que manifiesta du214

rante el verano de 1910 (El Bachiller Corchuelo, julio 1910, p.34). Mientras,

su atención sigue centrada en estos nuevos burgueses que, tras la

serie de revoluciones liberales, han ido saliendo de la posición de víctimas

en que estaban 50 años atrás, hasta la recién alcanzada durante la Restauración

de verdugos. Estos son, en lo que toca al tratamiento económico de

lo colonial, los prestamistas cuya inhumanidad financiera acabará resolviéndose

en el relevo de los nuevos administradores del territorio antillano,

los norteamericanos, después del tratado de París del 10 de diciembre

de 1898.

Esta misma es la versión que da Manuel Moreno Fraginals, uno de los

historiadores cubanos que mejor conoce este tema de las repercusiones

decisivas que tiene el desarrollo del liberalismo peninsular en la marcha

de la historia interna de la Isla hasta el definitivo relevo norteamericano.

El peligroso juego político —comienza diciendo en el capítulo

“Definiendo una política” (Moreno Fraginals, p.190)— de la

plantocracia criolla, apoyando el Antiguo Régimen y promoviendo

interiormente reformas que socavaban en su favor el sistema

colonial, hizo crisis en 1834, cuando, después de la revolución

de La Granja, España envió a la Isla un gobernante liberal: el

capitán general Miguel Tacón. Una vez más se enfrentan en Cuba

el liberalismo español (que trata de poner la colonia al servicio

de la metrópoli) y el liberalismo criollo (que intenta usar la metrópoli

como salvaguarda del papel de Cuba en el equilibrio internacional

americano, pero reservándose para ella la explotación

económica de la Isla).

Nuevamente el liberalismo como impulso de la lucha de clases y sus

efectos en el relevo cíclico de las víctimas y los verdugos. Pero los “desheredados”

que llegaron a Cuba, dadas las peculiaridades geográficas y

socioeconómicas del lugar, alcanzaron el estado de “privilegiados” en unas

circunstancias y con unas pretensiones en buena medida diferentes, mucho

más agresivas que en la Península. Así lo resume el citado Moreno

Fraginals (pp.235-237):

La oligarquía financiera-comercial española de Cuba [en 1868]

ya era más poderosa que los sacarócratas cubanos: dominaban

el comercio, la banca, la producción y exportación de tabacos

(más de 200 millones de habanos al año), las líneas navieras, las

principales industrias y servicios urbanos y gran parte de la manufactura

azucarera. Por lo tanto la conservación del poder gobernante

era para ellos una cuestión de vida o muerte.

Para esta élite financiero-comercial de la Isla, quedaba claro que

eran igualmente enemigos suyos los independentistas cubanos

levantados en armas en Oriente, los reformistas criollos, el re215

cién nombrado capitán general Domingo Dulce y los hombres de

“La Gloriosa” en España. Por lo tanto no se trataba de un conflicto

contra un único bando: por el contrario, era una lucha en tres

frentes. De esta manera la élite financiero-comercial de Cuba se

enfrentó al gobierno revolucionario de Madrid, al que consideró

aliado de los reformistas criollos. Dentro de sus posibilidades,

su pugna con Madrid la llevó a tomar el poder de la colonia,

mediante un golpe de estado. Todo ello sin dejar de combatir a

los rebeldes independentistas de oriente. [...]

Dado el golpe de estado, la oligarquía financiero-comercial, o

dicho en las palabras de Dulce, el partido peninsular tomó el

poder [y eliminó de los cargos de funcionarios e institucionales

de la Isla a todos los que tuvieran algo que ver con la revolución

de 1868...] Así, el movimiento político contra la revolución

septembrina había comenzado en La Habana, lo que equivale a

decir que la lucha por la restauración monárquica había comenzado

en Cuba, aunque esto no aparezca nunca en las historias

de España. Poco después moriría asesinado Joan Prim i Prats, y

el pueblo cubano dejó una frase que la tradición repite: “Prim

fue asesinado en Madrid, pero el gatillo lo apretaron en La Habana”.

La expresión parece ser cierta. (Cuando 30 años más tarde

sea asesinado Cánovas del Castillo, el gatillo también será apretado

en La Habana.)

Como ya he demostrado en un trabajo reciente (“Texto y referencia”)

con motivo de los negocios con que prospera el “desheredado” protagonista

de Torquemada en el purgatorio (1894), la financiación de los siempre

exorbitantes gastos del Estado (como hicieron estos comerciantes y

financieros cubanos hasta lograr la restauración de Alfonso XII y la pacificación

de los territorios españoles, descontrolados por el afán liberalizador

de los sectores marginales y marginados) y de la aristocracia tradicional,

junto con las inversiones en las grandes empresas de los capitalistas extranjeros

(otra modalidad de préstamos sin riesgos), conforman los fundamentos

del capitalismo español de la restauración canovista. Y de todo

ello aquí interesa destacar la coincidencia existente entre la información

que se desprende de los estudios precedentes de los historiadores y la

lectura tan certera que un coetáneo de los hechos como lo fue Galdós

realiza en sus crónicas y en sus creaciones.

Para Galdós, como para los historiadores que se han ocupado de

aquellas décadas, el capitalismo decimonónico adquiere los vicios derivados

de la inestabilidad sociopolítica que producía el continuo enfrentamiento

entre las posiciones más conservadoras y las más progresistas. Es

un capitalismo que se interesa más por la especulación sobre los frágiles

presupuestos de los individuos y de las instituciones que en correr riesgos

en la creación de bienes agrícolas, industriales o de servicios. De aquí el

216

arquetipo de prestamista con que el escritor diseña su rostro moral. Los

grandes negocios capitalistas de la época isabelina, del Sexenio revolucionario

y de la Restauración se realizan a través de préstamos al Tesoro

Público (el peninsular y el cubano), arrendamientos de servicios como es

el del abastecimiento y manufactura del tabaco, especulación en Bolsa,

préstamos a grandes familias nobiliarias incapaces de control financiero

en una época cada vez más consumista y, en fin, los préstamos individuales

en un tiempo en el que los bancos eran escasos e inadecuados para

este tipo de economías. En todas estas acciones se repiten los tres rasgos

del arquetipo galdosiano, la especulación, las implicaciones humanas directas

entre prestamista y prestatario y la inestabilidad sociopolítica que

subyace como motor del proceso financiador. Lo que en la historia son

procesos macroeconómicos, en los textos galdosianos son peripecias individuales,

aunque como he señalado en el trabajo citado más arriba, también

existen alusiones a negocios de envergadura concretos.

He aquí un resumen de todo ello aplicado a la biografía económica y

social de Francisco de Torquemada, tomado del primer capítulo de su

novela-corta Torquemada en la hoguera:

El año de la Revolución [1868] compró Torquemada una casa de

corredor [...]. El año de la Restauración ya había duplicado

Torquemada la pella con que le cogió la Gloriosa, y el radical

cambio político proporcionóle bonitos préstamos y anticipos. Situación

nueva, nómina fresca, pagos saneados, negocio limpio.

Los gobernadores flamantes que tenían que hacerse ropa, los

funcionarios diversos que salían de la oscuridad famélicos, le

hicieron un buen agosto. Toda la época de los conservadores

fue regularcita, como que éstos le daban juego con las esplendideces

propias de la dominación, y los liberales también, con sus

ansias y necesidades no satisfechas. Al entrar en el gobierno en

1881, los que tanto tiempo estuvieron sin catarlo, otra vez

Torquemada en alza: préstamos de lo fino, adelantos de lo gordo,

y vamos viviendo.[...]

Todo iba como una seda para aquella feroz hormiga, cuando de

pronto le afligió el Cielo con tremenda desgracia: se murió su

mujer. (pp.8-9)

En febrero de 1889, cuando ya se ha producido la desintegración

definitiva de la oligarquía comercial y financiera cubana defensora del centralismo

peninsular, cuando buena parte de sus miembros se han pasado

al autonomismo, es el momento en el que Galdós descubre el sentido de

la historia y comienza con un primer bosquejo de novela corta lo que

serán la serie de las tres novelas centradas en la decadencia y muerte final

de este arquetipo (1893-1895). Primero muere su primera mujer en 1881

(tiempo señalado en el relato). En febrero de 1883 ó 1884 recibe el casti217

go inhumano de la rápida muerte de su superdotado Valentín, el primero.

El 15 de mayo de 1889 muere su socia doña Lupe la de los Pavos. A

finales de 1891 le nace un hijo tan monstruoso como monstruosa es la

alianza de altanera aristocracia y zafio capitalismo en que ha sido engendrado.

Hacia la primavera de 1892 muere, casi se podría decir de imposibilidad,

su aristocrática esposa y él la sigue pocas semanas después.

En sentido inverso pero demostrando bastante coincidencia con las

fechas propuestas, se van sucediendo los acontecimientos históricos que

van colocando a los Estados Unidos en el puesto del comercio internacional

caribeño que había venido ocupando España. Durante el verano de

1881 los Estados Unidos y Colombia firman los acuerdos de constitución

del protectorado norteamericano sobre el Canal de Panamá. Por esas mismas

fechas comienza la reforma económica librecambista del ministro

sagastino Juan Francisco Camacho que tanta controversia suscitaría de

parte del proteccionismo torquemadesco catalán.

Desde 1884 y a través de las cartas que comienza a enviar este año

Galdós como crónicas de actualidad española a La Prensa de Buenos Aires,

podemos disponer de testimonios directos suyos acerca de su preocupación

por la agonía económica que está padeciendo la Isla en la que

familiares suyos muy cercanos tienen la fuente de sus recursos económicos

(véase Pattison).

El 15 de julio (Shoemaker, 1973, p.105) aparece la primera referencia

en esa dirección señalando que las reformas planteadas para atender

la situación de las Antillas son

resultado de laboriosas transacciones concertadas entre cubanos,

malagueños, castellanos y catalanes [es decir, los cuatro monopolios

peninsulares e insulares que se estaban resarciendo de la financiación

de la Restauración con el hipotecado tesoro cubano], y

siendo necesario que estos varios intereses queden satisfechos,

no parece posible que el problema cubano se resuelva y que los

monopolios de aquí queden contentos. Podrá suceder que todos

pierdan y Cuba continúe ahogada por su horroroso presupuesto.

El 9 de noviembre especifica más en qué consiste ese “horroroso

presupuesto”:

Una cruel guerra originó enormísima deuda, y éste es el motivo

del elevado presupuesto de la Isla, el cual excede al de algunos

Estados americanos que tienen doble y triple población.

(Shoemaker, p.127)

218

Tanto es así que

Aquella isla en otro tiempo rica y floreciente está hoy tan pobre

que sin los auxilios de la metrópoli perecería irremediablemente.

(Shoemaker, p.126)

¿No recuerda esta situación las relaciones que dice el narrador de

Torquemada en la cruz mantenían los hermanos Águila con doña Lupe

antes de que les dejara ésta encomendados a Francisco de Torquemada?

Una semana después de los textos citados, el 17 de noviembre de

1884, recoge Galdós pormenorizada y positivamente el tratado de comercio

que España acaba de firmar con los Estados Unidos. Los monopolistas,

sin embargo, retrasarán la realización del acuerdo hasta que sea imposible

demorarlo más ante la presión norteamericana de la ley McKinley de

principios de 1892. Mientras tanto, ante lo inevitable de la nueva situación

librecambista, se van produciendo los inevitables reajustes económicos.

El patriotismo de la oligarquía financiera cubana se resiente. En la primavera

de 1888 gran parte de ellos, pertenecientes hasta entonces al Partido

Constitucional Cubano, se pasan al bando contrario de los Reformistas

Autonomistas de la burguesía criolla. El 13 de abril de este año se celebra

en Washington una importante conferencia sobre las colonias caribeñas y

ya la mayor parte de estos financieros comienzan a volverse hacia el mejor

acomodo comercial de los norteamericanos, como bien supo el escritor

recoger y reflejar en la envilecida Jerusa de El abuelo de 1897.

La última oportunidad de España en este litigio económico con los

Estados Unidos por el control comercial de Cuba, se pierde en el fracaso

de las reformas autonomistas que propuso el entonces sagastino Antonio

Maura en la primavera de 1893. Hasta ese momento Galdós había reseñado

literariamente la situación reincidiendo en el apoyo económico con

que los financieros debían atender a la ruina económica de la Isla. Eso

trata de hacer inútilmente Tomás de Orozco en Realidad (1889-1892) con

el joven tronado Federico Viera, Ángel Guerra con los mendigos de Toledo,

Pepet Cruz con la familia de los Moncadas en La loca de la casa, y los

citados Lupe la de los Pavos y el propio Torquemada con la familia de los

Águila. Superar la crisis económica suponía recuperar la paz y la estabilidad,

y con ello se aseguraba la pervivencia de lo español en la colonia.

Tras el fracaso de las propuestas autonomistas de 1893, la interpretación

que el escritor realiza de la actualidad colonial varía sensiblemente.

Hay un análisis, el de La de San Quintín, que apunta a la independencia en

los personajes de Víctor Barinaga y Rosario de Trastamara abandonando

en irreversible decadencia a los despóticos comerciantes y prestamistas

Buendía. La solución de regeneración económica se hunde grotescamente

en el caso de las relaciones monstruosas entre los aristócratas Águila y el

mezquino Torquemada en las dos últimas novelas de esta serie. El bonda219

doso comerciante Santiago Paternoy trata inútilmente de salvar la vida del

rebelde León Martín en Los condenados (1894).

Con el comienzo de la última guerra de independencia en 1895 la

crónica literaria galdosiana se atiene a lo que da de sí el campo de batalla.

Cuando es Martínez Campos el que busca la paz ante todo, sus obras

proclaman la regeneración espiritual y económica mediante el trabajo en

Voluntad, Nazarín y Halma (1895). En la versión teatral de Doña Perfecta

persiste la tragedia del choque irreconciliable entre el hacendado y el rebelde

(la tía y el sobrino) pero ahora la participación del ejército (el Pinzón

de la novela de 1876) es sustituida por las artes aviesas de un personaje

exótico de Orbajosa que se comporta con artes de espionaje, Juan de

Tafetán, y los intereses de medro económico de la subordinada Remedios

aparecen patentes y activos desde el principio de la representación, algo

que tampoco ocurría en la novela original.

El espionaje y la extremada violencia estarán ya presentes en La fiera

del año siguiente, y la terrible actuación del general Weyler le recordarán a

Galdós las campañas devastadoras de Zumalacárregui durante la Primera

Guerra Carlista, belicismo que se continuará en De Oñate a La Granja, La

campaña del Maestrazgo y Luchana.

El último Torquemada, es decir, el último prestamista que convive de

este modo tan “entrañable” con sus víctimas, es el Carlos Moreno Trujillo

de los primeros capítulos de Misericordia (1897) llevando cuenta y razón

de las limosnas que reparte a los mendigos de la parroquia de San Sebastián

y tratando de regenerar la economía de doña Paca Juárez con un lapicero

y un libro de contabilidad en el que se debe acostumbrar Nina a anotar sus

miserias. Este es el momento también en el que del modo tan inexplicable

como debió resultar en la vida de la burguesía criolla cubana, las miserias

de las dos mujeres abandonadas se convierten de pronto en riquezas controladas

y selectivas, sólo para los amos, traídas de la mano de un igualmente

sorprendente don Romualdo Cedrón, personaje ajeno a la vida de

los personajes, como lo es la Lucrecia Richmond de El abuelo.

Estos dos personajes inauguran un nuevo arquetipo económico en la

obra de Galdós. De los tres rasgos que he presentado como definidores

del prestamista torquemadesco español, la especulación, la inestabilidad

sociopolítica y el trato personalizado de los negocios, es la transformación

de este último en control financiero estricto, junto a la frialdad profesional

en la ejecución de los encargos, lo que más destaca en los administradores

cuyo referente extraliterario de alguna manera ha quedado marcado

por este traspaso de poderes coloniales del 98.

Muchos son los personajes galdosianos cuyo control económico sobre

otros cumple desde ahora una función importante en la construcción

de las obras galdosianas siguiendo el modelo de don Romualdo Cedrón.

220

Las resonancias históricas de esta nueva mentalidad, si es que se acepta

que existan, no pueden provenir de la pésima, pesimista y descontrolada

situación peninsular. Es en las Antillas y en las Filipinas, sobre todo en

Cuba, donde la vida ha dado un giro especialmente significativo. Como es

bien sabido, desde la firma del tratado de cesión de la soberanía por parte

de España, y hasta el 20 de mayo de 1902 en que se establece un gobierno

republicano autóctono, Cuba ha permanecido bajo gobiernos militares

norteamericanos, los presididos por los generales John R. Broocke y Leonard

Wod. Con estos gobiernos de intervención la sociedad cubana inicia unos

años, poco más de un lustro, de paz que repercute de modo rápido en

mejoras de todo tipo, en especial en la realización de obras de saneamiento

público que producen un notable descenso de la mortalidad civil. En la

fecha citada se promulga la Constitución republicana cubana con las ventajas

consabidas para los intereses económicos norteamericanos y se produce

el traspaso de poderes al primer presidente natural de la Isla que es

Tomás Estrada Palma, reelegido en 1906. Hacia 1908 comienzan a rebrotar

la violencia y la inestabilidad en este territorio persistentemente colonizado.

La conciencia cada vez más despierta y extendida contra los fuertes

desequilibrios económicos y sociales repercute también en el crecimiento

de una hasta entonces desconocida sensibilidad racista, y todo ello acaba

desembocando en los intentos revolucionarios de ideología marxista y

socialista que precedieron a la actual sociedad de masas y que las especiales

circunstancias sociopolíticas y económicas de la Isla han prolongado

más allá de lo que parecieran ser sus límites históricos naturales.

Pero la perspectiva de Galdós, saliendo del inoperante capitalismo

proteccionista español decimonónico, no podía alcanzar, al menos durante

los primeros años, tales resultados negativos de la transición colonial.

Se puede pensar que, comparando una situación con la otra, durante algún

tiempo el escritor apoyara con una cierta fascinación este nuevo modelo

de despotismo socioeconómico, higiénico, ilustrado y, sobre todo,

eficaz; esta especie de dictadura tecnocrática cuyos inconvenientes hoy

conocemos, pero que entonces, tanto en el ambiente colonial como en la

reacción de los intelectuales españoles de la escuela de Eugenio d’Ors y

de Ortega y Gasset contra las primeras manifestaciones modernistas, parecía

que traía un necesario enfriamiento de los apasionamientos que habían

resultado tan destructivos e ineficaces durante el siglo XIX, y cuyos

efectos aún perduraban durante los primeros años del XX, como reconocerán

más tarde un Antonio Machado, por ejemplo, con su “montar quisimos

en pelo una quimera” de su “Una España joven” de Campos de Castilla

(1917), o el bohemio valleinclaniano que se descubre ante el anarquista

Mateo de la escena VI de Luces (1924) como “yo soy el dolor de un mal

sueño”.

La pulcritud física, espiritual y financiera de don Romualdo Cedrón es

algo inédito en los ambientes torquemadescos españoles que reconstruye

nuestro escritor, así como su modo transparente de mover el dinero cuan221

do en el cap.XXXIII de Misericordia informa a la estupefacta doña Paca de

las decisiones que ha tomado en sus funciones como testamentario.

Dos meses de pensión —concluye— han devengado ustedes ya,

y ahora nos pondremos de acuerdo para las formalidades que

han de llenarse, a fin de que uno y otro perciban desde luego...

Muchas consideraciones se podrían realizar contrastando estos comportamientos

con el modo de ser y de actuar de Francisco de Torquemada

a lo largo de las tres novelas con que Galdós completa en la actualidad de

1893 a 1895 la biografía de este capitalista que había aparecido 10 años

antes en El doctor Centeno. Entre los personajes posteriores que siguen

más o menos de cerca ese modelo de nuevo gobierno regularizado y contenido

en lo que toca a los impulsos emotivos, se podrían citar muchos.

Por ejemplo de los participantes en las últimas tres series de los Episodios,

las figuras de Mendizábal, Jacoba Zahón, la madre de los Arratia, la

enigmática Pilar de Loaysa y su recadero Pedro Hillo y las edades maduras

de Fernando Calpena y Santiago Ibero, Demetria Castro Amézaga, Lucila

Ansúrez y su marido Ángel Cordero, el Pepe García Fajardo convertido en

el marqués de Beramendi, etc... Dentro de sus obras teatrales estas presencias

son más directas y perceptibles. Citaré las figuras de Dámaso

Monegro (Alma y vida, 1902), Horacio (Bárbara, 1905) o Guillermo Bruno

(Amor y ciencia, 1905). Del primero, que es el inhumano controlador y

administrador de los estados de la sensible y decadente duquesa de Ruydíaz,

son estas palabras de la escena V del segundo acto contra los afanes

insurreccionales del aristócrata don Guillén.

Sea lo que fuere, ha de saber el señor don Guillén que mis descubrimientos

no me quitan el sueño. Y aquí me tenéis cada día

más severo, más escrupuloso, exigiendo a plebeyos y a nobles

sumisión incondicional, disciplina, obediencia.

Aunque la verdad galdosiana de fondo sobre esta situación la expresa

el joven revolucionario Juan Pablo Cienfuegos (el mismo nombre que

el estudiante que comienza la narración de El doctor Centeno) haciendo el

homenaje de la protagonista en el espectacular cuadro final de la representación:

Vasallos de Ruydíaz, el grande espíritu de nuestra señora está en

un reino distante, en un reino glorioso. Era la divina belleza, la

ideal virtud, y nosotros, unas pobres vidas ciegas, miserables...

¿Qué habéis hecho, qué hemos hecho? Destruir una tiranía para

levantar otra semejante. El mal se perpetúa... Entre vosotros siguen

reinando la maldad, la corrupción, la injusticia. ¡Llorad,

vidas sin alma, llorad, llorad! (Alma y vida, IV, vii)

222

OBRAS CITADAS

ÁVILA ARELLANO, J., «Texto y referencia», en AA.VV., Creación de una realidad ficticia: las

novelas de Torquemada de Pérez Galdós, Castalia, Madrid, 1997.

El Bachiller Corchuelo [Enrique González Fiol], «Nuestros grandes prestigios: Benito Pérez

Galdós. (Confesiones de su vida y de su obra)», Por Esos Mundos, año XI, tomo XX,

junio 1910, pp.791-807, y tomo XXI, julio 1910, pp.27-56.

MORENO FRAGINALS, M., Cuba/España, España/Cuba. Historia común, Crítica Grijalbo

Mondadori, Barcelona,1995.

PATTISON, W. T., «Los Galdós en Cuba: La primera generación», Anales Galdosianos, año

XXI, 1986 (Homenaje a Rodolfo Cardona), pp.15-52.

PÉREZ GALDÓS, B., Obras inéditas. Política española, vol. IV, tomo II, Renacimiento, Madrid,

1923.

SHOEMAKER, W. H., Las cartas desconocidas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires,

Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1973.