LA POBREZA ECONÓMICA Y MORAL: PARALELOS

TEMÁTICOS Y ESTRUCTURALES ENTRE LA DE

BRINGAS Y MISERICORDIA

Peter Bly

En el prefacio que escribió especialmente para la edición de Misericordia

que se publicó en París en 1913, Galdós declara insistentemente que

su propósito al componer la novela era pintar la suma pobreza o miseria

del sector más bajo de la sociedad madrileña:

En Misericordia me propuse descender a las capas ínfimas de la

sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más

humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia

viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca

ó criminal y merecedora de corrección [...] No me bastaba

esto [disfrazarme de médico de la Higiene Municipal] para observar

los espectáculos más tristes de la degradación humana [...] pude

ver de cerca la pobreza honrada y los más desolados episodios del

dolor y la abnegación en las capitales populosas. [...] En sus miserables

casuchas, cercanas a la Fábrica del Gas, se alberga la

pobretería más lastimosa. (pp.5-7)

Pero este tema ya lo había tratado, si bien de una manera parcial, en

novelas anteriores, como, por ejemplo, Fortunata y Jacinta o Nazarín. Si

en el mismo prefacio (p.7) Galdós saca a relucir algunos de esos títulos es

sólo para señalar cómo habían aparecido anteriormente ciertos personajes

de Misericordia. El que La de Bringas no figure en la lista es hecho poco

trascendente, si se tiene en cuenta que su mundo social es totalmente

opuesto al de Misericordia. Pero hace más de un cuarto de siglo el crítico,

Javier Martínez Palacio, señaló con gran acierto la relación paródica general

entre ambas novelas. En esta comunicación yo quisiera sugerir que aun

se pudieran trazar más enlaces temáticos y estructurales, de clara importancia

para los lectores habituales de Galdós en los umbrales del nuevo

siglo.

Aunque casi tres decenios de historia española separan los períodos

novelados, a ambos libros asoman claros indicios de las respectivas crisis

económicas que aquejaban a la nación especialmente a la burguesía cursi

y a los marginados de la calle- en los años 1868 y 1897 (Carr, pp.300-301,

438; Vives, pp.673-675). Así las referencias económicas constituyen un

ineludible punto de referencia interpretativo sobre el que se elaboran tra-

4.1-9

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mas bastante parecidas: la protagonista de ambas novelas se encuentra

en apuros financieros cada vez mayores, que, a falta del auxilio muy inmediato

y muy eficaz que pudieran suministrarles hombres capitalistas como

Francisco Bringas y Carlos Moreno Trujillo, se ven obligadas a solventar de

diversas maneras provisionales, hasta que todo se les queda arreglado,

gracias a un tipo de milagro, por decirlo así. Ahora bien, si abundan las

referencias a la ausencia o la presencia, efectiva o imaginada, del dinero,

no pueden por menos de plantearse consideraciones de índole definitoria

y moral. Y viene como de molde en este respecto, a modo de guía crítica

en miniatura para esta comunicación, la pequeña escena de La de Bringas

en que el Jueves Santo los Reyes de España reparten platos de comida a

doce pobres de ambos sexos en el Salón de Columnas. Los mendigos, que

el día anterior pedían un ochavo a las puertas de una iglesia como las que

se mencionan en Misericordia, quedan aturdidos al ser objetos de tanta

atención, puesto que lo único que en esta farsa teatral importa es la pompa

exterior de los uniformes y vestidos de los cortesanos. El objetivo del

acto —darles de comer a los pobres en una ceremonia de caridad pública—

no se realiza, ya que luego les compran los canastos de comida los

fondistas de Madrid por unos cuantos duros. De ahí que se pongan en

entredicho los valores morales de los habitantes del Palacio Real, que no

dan ninguna muestra de la humildad —como lo deberían hacer en tal fecha

del calendario cristiano— que sienten las mismas mendigas.1 Y, para

Galdós, y, por extensión, para sus lectores, el hecho es que el problema

vital de la pobreza económica y su correspondiente solución práctica acarrean

consideraciones morales.2

Pero, ¿de veras son pobres los llamados pobres de estas dos novelas?

Aun los mendigos de Misericordia no parecen gente desesperada.3 Por

cierto que, según La Burlada , a La Caparola no le hace falta mendigar, ya

que tiene marido e hijo que trabajan y podrán mantenerla. Aun la Benina

tiene ínfulas de negocianta, como la Diega y la Pedra. Por otra parte, cuando

la Pipaón se halla en cierto estado de prosperidad momentánea, exhibe

buenas tendencias capitalistas al estipular tipos de interés y plazos para la

devolución de unos miles de reales que le va a prestar a Milagros. Pero no

puede caber duda al respecto: estos burgueses del Palacio Real son tan

pobres como sus congéneres de Misericordia, doña Paca y Ponte, aunque,

a diferencia de éstos, consiguen disfrazar la pobreza económica con las

apariencias indumentarias o mobiliarias. El fallo, aparentemente inconcluso

al respecto, lo dicta—y sin ambages—Refugio Sánchez Emperador a

Rosalía a finales de La de Bringas: “aquí, salvo media docena, todos son

pobres. Facha, señora, y nada más que facha” (p.1675). Mas ésta no es la

palabra final de Galdós sobre el tema, ni en esta novela ni en la de 1897.

A todas luces, nos incumbe averiguar por qué Rosalía, al igual que Benina,

siempre necesita dinero con tanta urgencia, habida cuenta de la enorme

diferencia de cantidades en cuestión.4 Las dos son amas de casa que tienen

que comprar los comestibles y preparar las comidas diarias a sus

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respectivas “familias.” Pero, en el caso de Rosalía, la mayoría de sus gastos

se incluyen en el apartado de los vestidos de lujo para ella misma o

para sus hijos, mientras que a Benina lo único que le preocupa es dar de

comer a Paca, a sus hijos, y a otros menesterosos, sin ocurrírsele, ni por

asomo, comprar cosas para sí misma. No obstante lo cual, se pudiera

comentar que los enormes sacrificios que diariamente hace la Nina para

recoger pesetas no son totalmente necesarios, en el sentido de que siempre

quiere proporcionar a la familia de Paca los mejores platos posibles, y

a veces, delicadezas refinadas, con lo cual mantener la ficción del bienestar

de la casa, a la que profesa una devoción excesiva: “No podía olvidar a

la señora ni a los nenes. Estos eran su amor, y la casa, todo lo material de

ella, la encariñaba y atraía” (p.1894). Es un defecto humano que se manifiesta

también en las prodigalidades caritativas que demuestra a los habitantes

pobres de las Cambroneras. De otras iguales y por motivos algo

parecidos, es culpable la misma Rosalía Bringas: para ella, Milagros es un

dios en ejercicio u objeto de veneración, a quien estará muy dispuesta a

ayudar en sus trances financieros, cuando le sea posible:

[L]a de Bringas, que en esta época de nuestra historia se había

apasionado grandemente por los vestidos, elevó a Milagros en su

alma un verdadero altar. [...] a Milagros la tenía en el predicamento

de los dogmas vivos y de los dioses en ejercicio. Nadie en el mundo,

ni aun Bringas, tenía sobre la Pipaón ascendiente tan grande

como Milagros. (p.1601)

¿Cómo obtener esta sustancia tan mágica, el dinero, que “es el arreglador

infallible de cuantas dificultades hay en el mundo” (p.1942), según lo

expresa Benina a Almudena? Ese es el quíd del problema, al que las dos

protagonistas siempre tienen que hacer frente.5 Al modo de ver de Rosalía

y Paca, el remedio es muy obvio: que se produzca una distribución más

equitativa de las riquezas de este mundo, o que pasen las monedas “por

natural trasiego” de unas manos a otras. Cuando la Revolución de Septiembre,

Rosalía profetiza al narrador que “la riqueza se iría de una parte a

otra” (p.1682). Treinta años después la Benina anhela, a escala más reducida,

esencialmente la misma cosa, aunque pretenda minimizar las

implicaciones revolucionarias de tal cambio: “Y si la ansiada moneda pasara

de las manos que con otras muchas la poseían, a las suyas, no se

notaría ninguna alteración sensible en la distribución de la riqueza, y todo

seguiría lo mismo: los ricos, ricos; pobre ella, y pobres los demás de su

condición” (p.1888). Mientras tanto, las soluciones factibles se encuentran

por otro lado, pero, por de contado, van descartadas, porque son las

soluciones tan razonables y sensatas que practican los hombres, tales como

Francisco Bringas y Carlos Moreno, buenos administradores de la economía

doméstica: ahorrar dinero, no tener deudas, o economizar los gastos

domésticos, apuntándolo todo en sus libros de cuentas y guardando su

efectivo en gavetas o arquetas.6 En otras condiciones menos apremiantes,

quizá las dos habrían destacado como capitalistas de buena promesa; pero

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aun cuando disponen de cierto capital, tienen el vicio del descuento, que,

por otro lado, sería una virtud económica (p.1895), pues las dos son sisonas:

roban parte del capital que han acumulado o recibido a crédito, reservándola

para aun más gastos y así imposibilitando el saldo total de sus deudas

pendientes.

De manera que hay que buscar otras fuentes de ingresos. Una de las

más raras —menos en la década de los noventa— es, como sugiere

Almudena, un atraco de Banco (p.1942). Medio más convencional al que

recurren ambas mujeres es el de empeñar los objetos de valor. Y luego,

del fondo, en su momento oportuno, a medida que se agrava la situación,

salen los respectivos prestamistas: Torres, Torquemada, y en Misericordia,

la Pitusa.

Echarse a la calle y pedir dinero a los transeúntes es el gran remedio

que siempre les queda a los menesterosos, tanto en 1868 como en 1897.

Si bien inconcebible en plan regular para los burgueses venidos a menos

como Ponte, es lo que en último caso se ve obligada a hacer la Rosalía

cuando acude al piso de Refugio donde los billetes de Banco tan apetecidos

se sacan pegados a retazos de tela de un arca comparable a la famosa

caja de su marido (p.1673). Mas si la mendicidad, de cualquier orden, está

siempre sujeta a los vaivenes de la fortuna, ¿por qué no entregarse al

Acaso o a la Providencia, como Rosalía dice para sí misma? O, de acuerdo

con la lógica de los pobres habitantes de las Cambroneras, ¿por qué no

participar en ese gran juego de la Fortuna que se llama la lotería?, como lo

hace, efectivamente, Benina. Y a falta de participación activa, se podrá

siempre, como lo hacen Almudena y Paca, soñar con desenterrar tesoros

escondidos, de una manera u otra, sueños que vienen a realizarse, así

solucionando los problemas monetarios.

En fin de cuentas, las dos protagonistas arreglan sus cosas con éxito:

Rosalía salda su deuda pendiente con Refugio, y Benina, ya recipiente de

limosna regular de don Romualdo, con la que mantiene a Almudena, recibe

otras pesetillas “como caídas del cielo” (p.1991), de Juliana, las que le

permiten pagar la deuda pendiente que tiene con la Pitusa. Desenlaces

felices, por supuesto, pero a costa de ciertos principios morales. Vienen

por delante, evidentemente, las mentiras, pequeñas o gordas, con las que

Rosalía y Benina engañan, respectivamente, a Francisco y a Paca. Y en la

sociedad capitalista española, sea prerrevolucionaria o de la Restauración,

la última mercancía de cambio por ingresos monetarios, será, inevitablemente,

el cuerpo humano, (Blanco Aguinaga y Blanco pp.36-37), trabajo

sexual al que se dedicará cada vez con mayor éxito Rosalía después del

primer gran fracaso con Pez, cuando, en una estupenda inversión de valores

morales, no puede aceptar la gran ignominia de habérsele vendido de

balde. Aunque Benina ya no puede entrar en tal mercado de cambios por

su vejez, es una mujer que tiene historia, según Paca, y da celos a Almudena

por su trato amistoso con Ponte.7

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Si fuera verdad, como dice el Pulido en Misericordia, que los del Gobierno

y del Establecimiento “quieren que no haiga pobres” (pp.1878-79), no

dejarían de producirse consecuencias, tanto éticas como prácticas. Por

ello, Galdós pone fin a sus relatos con unos comentarios a modo de moraleja.

El narrador de La de Bringas rompe sus relaciones sexuales con Rosalía,

ya creyendo que, de continuarlas, sería ir “contra todos los fueros de la

moral y de la economía doméstica” (p.1683), mientras que filosofa Benina

ante Almudena en el capítulo penúltimo de Misericordia: “en dondequiera

que vivan los hombres, o verbigracia, mujeres, habrá ingratitud, egoísmo

y unos que manden a los otros y les cojan la voluntad” (p.1988). En la

novela de 1884, las palabras suenan a falsas, a pura hipocresía, mientras

que en la de 1897, las opiniones de Benina son la pura verdad, fruto de su

odisea humana por las calles de Madrid. Evaluación exacta, franca y contundente,

digamos, de Galdós sobre la España de todo el siglo

decimonónico. Pero estamos en umbrales de otro siglo, y en el capítulo

final de Misericordia, capítulo tan asombroso, Galdós parece acariciar la

posibilidad de una vuelta a una ética en que se combinen “la moral y la

economía doméstica,” puesto que la Juliana, esa heroína aparentemente

nueva del Galdós de finales de siglo —la mujer del pueblo práctica, administrativa,

que no necesita hacer números ni apuntar cuentas— , termina

dándose cuenta —y ¡cuántas veces en ambas novelas juega Galdós con el

sentido metafórico de esa palabra!— de que necesita desarrollar una espiritualidad

de que carece todavía. Sí son palabras morales las que pronuncia

la nuera de Paca ante la que será siempre santa para ella: “yo he pecado,

yo soy mala” (p.1992). Los buenos consejos de Benina apuntan al

remedio que se ha de adoptar: “vete a tu casa, y no vuelvas a pecar”

(p.1992), es decir,”sigue siendo buena ama de casa, gran administradora

de hacienda, pero practica a la vez la caridad cristiana que se basa en el

verdadero amor al prójimo sin matices sexuales.” Pero, precisamente por

presentarse de sopetón, este mensaje evangélico suena a algo milagroso e

irreal, por lo que uno se pregunta si va a valer para el nuevo siglo que está

a punto de iniciarse. Y después del llamado Desastre del año inmediatamente

posterior al que vio la publicación de Misericordia, ¿quién se atrevería

a abogar por tal idealismo, aun en plan personal? Pues, ni siquiera el

mismo don Benito, que, al replantearlo en las últimas tres series de los

Episodios Nacionales y las novelas de corte alegórico de su último ciclo,

siempre lo hace en son de parodia. De hecho, si se exceptúa este último

capítulo de Misericordia, uno podría afirmar que el mundo novelesco de

1897 hace eco —a tono menor— del de La de Bringas: no hay ni moral, ni

economía doméstica en los dos, ya que no se rigen por esos valores humanos,

que no se casan bien con las nuevas realidades —un materialismo y

un egoísmo más desenfrenados y más hipócritamente cubiertos— del vivir

español postseptembrino.

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NOTAS

1 «¡Qué avergonzadas las infelices. Algunas derramaban lágrimas de azoramiento más

que de gratitud, por que su situación entre los poderosos de la Tierra y ante de la

etiqueta que las favorecía, más era para humillar que para engreír» (p.1599).

2 Efectivamente, Andrenio (p.85) niega que en Misericordia Galdós enfoque este problema

social desde un punto de vista moral: “El novelista no declama ni hace consideraciones

sobre las causas y remedios de la miseria. Contempla el espectáculo de la

mendicidad con ojos enternecidos, no con la fría mirada del moralista, a quien los

infortunios de los menesterosos sugieren prudentes advertencias sobre las ventajas

del ahorro y las consecuencias de la imprevisión.”

3 Para Andrenio (p.82), “los pobres que pinta Galdós no tienen aire dantesco de desesperados;

son buenas gentes que luchan por la vida a su modo, que ejercen su profesión

y tienen su filosofía. Parecen casi felices; ¿quién sabe si relativamente lo son?”

4 Casalduero (p.229) contextualiza muy bien la realidad histórica de la España de Misericordia:

“Y a finales del siglo XIX, cuando se introducen en las finanzas las cifras

astronómicas, Galdos nos obliga a sujetarnos al céntimo, los dos céntimos, los tres

céntimos. La Banca nos habla de millones, billones de duros, de negocios portentosos;

pero en Misericordia lo único inmenso es la miseria.”

5 Puntualiza Young (p.187): “In the case of Benina, moral implications aside, virtually all

her activities are associated with money in some way or other.” Los Blanco apuntan a la

misma obsesión de los personajes de La de Bringas: “Desde el principio, todo es en

esta novela cuestión de dinero, de comprar y pagar o no poder pagar” (p.38).

6 Rodríguez-Puértolas (p.372) acierta al afirmar que en Misericordia “pues, en efecto, ‘el

que no hace números está perdido’[...]. El capitalismo domina ya la sociedad española.”

7 Bauer (p.247) opina en este respecto: “Benina comprehends and moves freely between

the economics of eros and logos. Most remarkable is her ability to manage the realities

of the latter without succumbing to it.”

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