EL REGENERACIONISMO EN DE OÑATE A LA
GRANJA
Martínez Pico
En su memorable ensayo “Don Quijote o el amor”, el escritor
noventayochista, Ramiro de Maeztu (1875-1936), escribiendo en 1925
comentó que durante las celebraciones del tercer centenario de la publicación
del Quijote en 1905, hubo un escritor atrevido que calificó la obra
de Cervantes como “decadente” y “apoteosis de nuestra decadencia” (p.19).
Pero Maeztu, como explicó a cotinuación, no utilizó dicho vocablo en el
sentido peyorativo de la palabra. Maeztu usó el califiativo de “decadente”
para describir la situación socio-histórica de España a principios del siglo
XVII cuando Cervantes escribió la primera parte del Quijote. Según el escritor
vasco: “la decadencia se marca cuando nos reconocemos vencidos
ante el ideal inasequible, cuando se muestran nuestros medios inadecuados
para nuestros fines y la realidad se encoge anonadada ante el ideal
enhiesto e inalcanzable”. (p.21) La clave de dicha definición es la noción
de desengaño ante la verdad de que un ideal es inasequible. Según Maeztu,
el Quijote describía:
“la melancolía que un hombre y un pueblo sienten al desengañarse
de su ideal; y si se añade que Cervantes la padecía al poco
tiempo de escribirlo, y que también España, lo mismo que su
poeta, necesitaba reirse de sí misma para no echarse a llorar”.
(p.22)
Más adelante Maeztu añadía: “Cuando Cervantes concibe el Quijote, no
sólo está cansado y desilusionado, sino fracasado y desmoralizado”. (p.40)
La visión que Maeztu poseía del siglo XVI abarcaba no sólo el Quijote,
sino también las Lusiadas, de Luis Vaz de Camôes, pues estimaba que ”Sin
las Lusiadas no se puede entender el libro de Cervantes” (p.46), puesto
que las Lusiadas constituían “el encantamiento del ideal” (p.46) de las
grandes empresas; el Quijote, como contrapartida de la obra de Camôes,
constituía, por lo tanto, el desengaño de dicho ideal. Así es que Maeztu no
podía concebir la obra maestra de Cervantes sin situarla en el contexto
histórico-político del siglo XVI “para que se percibía su épica grandeza” y
“para prevenirnos contra su sugestión de desengaño”. (p.26)
4.1-25
442
Benito Pérez Galdós escribió, por esa misma época en que Maeztu había
hecho esos comentarios sobre el Quijote, un episodio cuyo tema es
muy quijotesco, o sea, el desengaño. El episodio es De Oñate a La Granja,
escrito en octubre y noviembre de 1898, que pertence a la tercera serie de
los Episodios Nacionales. No se debe olvidar uno del contexto históricopolítico
en que se publicó, ya que 1898 fue un año cataclísmico para el
pueblo español tras perder sus últimos vestigios ultramarinos. En dicho
episodio, Galdós, como se verá, emplea de forma insistente, el mito de
don Quijote. Pero antes de contestar a la pregunta de ¿por qué tantos
Quijotes en este episodio?, veamos cómo se manifiesta dicho mito en De
Oñate a La Granja.
Ya en el principio del episodio, el lector puede apreciar una clara alusión
al Quijote. Uno se entera de que la Incógnita, la protectora secreta del
joven héroe Fernando Calpena, explotando su influencia socio-ecónomica,
ha logrado que encarcelen a Calpena y su escudero, Pedro Hillo, para que
Calpena reflexione sobre su intención loca de abandonar su carrera para
buscar a su amante Aura Negretti, quien ha sido llevada al País Vasco. En
esta primera escena, el lector recuerda de inmediato la escena en la que
don Quijote también fué encarcelado en una jaula de león para ser llevado
a casa donde podría recobrar la cordura. La intención que la Incógnita
alega para encarcelar a su hijo es la de darle un período de paz para que se
restablezca y vuelva a ser clásico, en vez de un romántico loco:
De este modo, te voy infiltrando las ideas sanas, te adormezco en
el justo medio, calmo tus locas ansiedades, te reconcilio con el
mundo en que estás destinado a vivir, y voy poquito a poco restableciendo
en ti el equilibrio de humores, y templando, hasta ponerlas
en el son debido, las harto tirantes o harto flojas cuerdas de tus
nervios. (II, p.561)
El concepto del justo medio es, de hecho, un leitmotiv de este episodio
que se retomará más tarde en este artículo. Al final de la novela, cobrará
mayor importancia dicho concepto cuando Calpena se encuentra en la
casa de Demetria de Castro-Amézaga.
Pero la locura no la padecen solamente los personajes ficticios, sino
incluso los históricos como el célebre primer ministro, Mendizábal. Según
explica la Incógnita, el famoso político se ha puesto “tan ciego, tan penetrado
del carácter providencial de su papel político, que no hace caso de
las advertencias de los amigos más leales” (II, p.559). Más tarde se ve a un
Mendizábal que desafía a duelo a su rival más inmediato, don Javier Istúriz,
como si de repente el lector hubiera sido transportado en el tiempo a la
edad de los caballeros andantes. El narrador omnisciente no deja lugar a
dudas al sentido absurdo, loco y anacrónico en que yacía la estancada
España al afirmar que el espíritu romántico, que había sido la chispa que
encendió la primera guerra carlista, se había propagado ahora a los políti443
cos mismos que actuaban como caballeros andantes al estilo de un Amadís
de Gaula:
Para que el romanticismo, ya bien manifiesto en la guerra civil, se
extendiese a todos los órdenes, como un contagio epidémico, hasta
los ministros presidentes iban al terreno, pistola en mano, con
ánimo caballeresco, para castigar los desmanes de la oposición.
En los campos del Norte, la cuestión dinástica se sometía al juicio
de Dios. Los políticos, ciegos, medio locos ya, no pudiendo entenderse
con las palabras que de todas las bocas afluían sin tasa,
apelaban a la pólvora. (II, p.580)
Si quedaba alguna duda de que Galdós estaba caracterizando a
Mendizábal como un Quijote, la duda se desvanece cuando José del Milagro
advierte que Mendizábal adora a la Regente María Cristina, como si
fuera su Dulcinea: “Yo, Juan Álvarez y Méndez, caballero que tiene la verdad
por Dulcinea, yo, yo,..., yo lo demostraré” (II, p.595). Por lo tanto, no
queda lugar a dudas de que este político racional se había transformado
en otra víctima del espíritu romántico y medieval que reinaba en la España
decimonónica.
Los Quijotes abundan sobremanera en este episodio. Además de Calpena
y Mendizábal hay otros cuatro: Pedro Hillo, Nicomedes Iglesias, Aníbal
Rapella y Alonso Castro-Amézaga.
El caso de Hillo es similar al de Mendizábal. Hillo es supuestamente la
voz de la razón, encargado por la Incógnita con la misión de restablecer
orden en la vida de Calpena. Sin embargo, Hillo experimenta un arrebato,
y también reta a duelo al cura Víctor Ibráim cuando éste insulta a la madre
de Calpena, que él cree que es la Incógnita. Hillo mismo reconoce al tranquilizarse
que se ha dejado influir por el espíritu caballeresco de la época,
pues ya, “No habla el sacerdote, no habla el amigo; habla el caballero, y
sostiene que no debe consentir el ultraje que un deslenguado infiere a la
madre de Calpena” (II, p.584). A continuación, el nexo con don Quijote se
hace explícito cuando se confiesa a sí mismo que “estoy más perdido que
Don Quijote y que cuantos locos hicieron disparates y simplezas en el
mundo” (II, p.587); como don Quijote, Hillo se considera “caballero,
desfacedor de agravios”. (II, p.587)
El siguiente Quijote es Nicomedes Iglesias, vecino de Calpena e Hillo en
la pensión de Méndez. El vínculo, de hecho, con el caballero manchego es
todavía más estrecho en este personaje. Iglesias, como don Quijote, dejó
La Mancha para buscar aventuras y éxito en Madrid. En el siglo XIX, los
gigantes que se enfrentaban a Iglesias eran la maquinación política. Hillo,
que también era de La Mancha, acusa a su compatriota de haberse lanzado
ciegamente como don Quijote, y “abandonó usted el bienestar y la paz
rústica de su casa manchega; dió usted de lado a sus padres y hermanos,
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y trocó la tranquilidad obscura y modesta por los afanes ruidosos”
(II, p.588). Hillo luego le acusa de haber deseado una ínsula inalcanzable
como Sancho Panza, pero “la ínsula no parece, y don Martín, don Juan de
Dios, don Salustiano, don Javier, don Francisco y don Fermín no hacen
más que marearle y traerle de Herodes a Pilatos con una soga al pescuezo”.
(II, p.589)
Otro Quijote es Aníbal Rapella, un personaje misterioso a quien Calpena
conoce en el camino hacia Oñate. Según el narrador, Rapella es físicamente
un don Quijote “en quien podría verse la reproducción exacta de Don
Quijote, quitándole diez años, dándole un poco más de carnes, y una
ligera mano de belleza y frescura en el rostro”. (II, p.600)
Al igual que don Quijote, Rapella tiene un escudero llamado Ezequiel
Sancho, que se parece a su tocayo en más que nombre. Como Sancho
Panza, a Ezequiel también le gusta hablar mucho, lo que Aníbal censura:
“¡Acaba de una vez, condenado! -exclamó Rapella dando una patada-.
Aburres al Verbo Divino con tus historias” (II, p.601). A ambos Sanchos la
alimentación es de suma importancia; y los dos tienden a interrumpir a los
que están contando alguna historia. En este episodio, dicho fenómeno
vuelve a ocurrir cuando Demetria está contando las peripecias sufridas
por su padre en el territorio carlista. En casos como éstos, Ezequiel Sancho
proporciona un intervalo cómico en un momento en que la novela ha
tomado un tono muy serio con la triste historia personal de los Castro-
Amézaga.
Sin embargo, el más Quijote de todos los Quijotes es el rico noble don
Alonso Castro-Amézaga. En primer lugar consta que éste es tocayo de don
Quijote, ya que su nombre de pila era don Alonso. Pero los dos se parecen
aun más en el hecho de cómo se volvieron locos. Según cuenta Demetria,
al estallar la guerra, don Alonso apoyó ardientemente a la princesa Isabel,
y por subsiguiente empezó a leer todo tipo de propaganda liberal. De la
misma forma que se le secaron los sesos a don Quijote de tanto leer
novelas de caballería, don Alonso de tanto leer literatura cristino-liberal
“se fue poniendo como Don Quijote con los libros de caballería, enteramente
perdido de la cabeza sin hablar de cosa alguna que no fuera aquel
cansado tema” (II, p.634). Demetria confirma que la Dulcinea de su padre
era la libertad:
Advierta usted que la Dulcinea de mi buen padre era la Libertad,
esa señora hermosísima, según dicen, pero que a mí me parece
tan imaginario como la del Toboso; vamos, que no existe más que
en la voluntad de los caballeros que la han tomado por divisa y
bandera de sus aventuras. (II, p.634)
Es muy importante observar que Demetria escoge la palabra “caballeros”
para describir a todos los participantes de la guerra, lo que implica
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que España se había transformado en una nación de caballeros que habían
ido a la guerra en pos de aventuras absurdas.
El afán de don Alonso por defender la causa cristino-liberal fue tan ardiente
que abandonó su hogar y organizó un grupo para “comerse crudos
a todos los malandrines del otro bando” (II, p.635). Al agravarse su locura,
don Alonso, ya prisionero en Oñate, desafía a Carlos V en “el singular
combate en que había de decidirse la suerte de España” (II, p.637). Tras
ser liberado, don Alonso ha envejecido de tal manera que sus hijas lo ven
como “una sombra de nuestro padre” (II, p.643). Es, como don Quijote,
un hombre derrotado que sólo desea volver “¡A casa!” (II, p.642). Los
golpes sufridos en la guerra han tenido el efecto de devolverle a la realidad,
del mismo modo que don Quijote volvió a casa al final de la segunda
parte. Pero don Alonso murió antes de llegar a casa.
El último Quijote que se discutirá es Calpena, quien, como ya se ha
visto anteriormente, padece de la misma enfermedad quijotesca. El narrador
establece un vínculo directo entre el joven romántico y el famoso
caballero andante al advertir: “Bonita empresa, singular aventura se preparaba,
digna de los Amadises y Esplandianes, por donde había de resultar
que las hermosuras morales de la edad y de la caballería, en la nuestra,
prosaica y materialista, gallardamente se renovaban” (II, p.570). Como
bien se puede apreciar, el narrador pone de relieve el fenómeno de la
transformación de Calpena en un caballero andante.
La Incógnita atribuye dicha locura a la literatura romántica que abundaba
en España, y en particular al poeta “Espronceda [que] le ha incitado a
correr tras de la chica de Negretti, calentándole los cascos con la poética
al uso, que es en aquellas cabezas destornilladas lo que los libros de caballerías
en la del pobre Don Quijote” (II, p.598). De este modo, Galdós no
dejó lugar a dudas de que el romanticismo simbolizaba para Calpena lo
que los romances de caballería significaban para don Quijote. Por tanto, el
modelo mismo del episodio es una adaptación del paradigma cervantino
en el Quijote.
Galdós insiste en describir al protagonista como un caballero; Demetria,
por ejemplo, le llama su “caballero libertador” (II, p.649). Cuando ella
decide llevar a Calpena a La Guardia para que se recupere de su herida,
Demetria afirma que lo llevaran “encantadito en una jaula, como llevaron
a Don Quijote a su pueblo” (II, p.653). Esta es, por tanto, la segunda vez
que se encarcela a Calpena. Es durante su período de convalecencia que
Calpena atestigua un modelo humano de orden, responsabilidad y diligencia.
Ese modelo de comportamiento ideal lo encarna Demetria, una mujer
joven de tan sólo veintidós años, quien, sin la ayuda de nadie, administra
la hacienda recién heredada. Sintiéndose avergonzado al compararse con
Demetria, y al ver cómo ella se comporta de una forma tan diligente y
responsable, Calpena se da cuenta de haber sido un caballero loco: “¡Es446
pantosa desigualdad! - se dijo -. Veo a esta mujer tan útil, tan activa, repartiendo
alegrías en torno suyo y aumentando el bienestar humano. Luego
miro para dentro de mí y observo mi inutilidad, mi insuficiencia”.
(II, p.661)
De Demetria, Calpena aprende a apreciar su carácter laborioso que es
todo lo contrario de lo que él ha simbolizado últimamente, y dice a sí
mismo:
He aquí un hombre sin carrera, sin profesión, que no sabe cómo
vive hoy ni cómo vivirá mañana..., un hombre que todo lo espera
del acaso, que apoya sus cálculos en lo desconocido, un hombre
que desconoce el trabajo, y que no da señales de vida en la sociedad
más que para perturbar. (II, p.661)
En realidad, Ildefonso Negretti, tío de Aura, fue la primera persona que
fue para Calpena “un chorro de agua fría derramado en un brasero”
(II, p.626). Tras la conversación entre los dos, Negretti no rechazó a Calpena
como pretendiente de su sobrina, pero lo que sí le exigió fue que comprobara
su capacidad para ser trabajador y racional. Frente a la lógica de
Negretti, Calpena no tuvo más recurso que aceptar “los procedimientos
pacíficos que proponía, los cuales significaban decencia, lógica y facilidad”
(II, p.626, el énfasis es mío).
Personajes tales como Demetria y Negretti son el antítesis de los Quijotes
de este episodio. Sendos personajes son ejemplares; para ellos, el trabajo
y la diligencia priman sobre todos los demás valores. Al ofrecer dichos
modelos de comportamiento responsable, Galdós intentaba dar una solución
para los males que asolaban a España. El personaje de Demetria,
sobre todo, se convierte en símbolo de una España próspera y productiva,
tal como sugiere su nombre, ya que Demetria en la mitología griega es la
diosa de la agricultura y de la prodigalidad. Por tanto, el nombre Demetria
no es una mera coincidencia; Galdós lo escogió precisamente porque le
servía para avanzar su argumento regeneracionista. Si los españoles, en
vez de preocuparse por nociones ilógicas y anticuadas de legítimos derechos
monárquicos, honor y religión, reflexionasen sobre los verdaderos
problemas que afectaban al país, entonces se evitarían estas guerras inútiles
que desangraban al pueblo. Como dice el boyero Gaínza, el pueblo
español ansiaba “que don Carlos se sentase en el trono de todo reino, o
que se entendiese con su cuñada para reinar los dos apareados”. (II, p.638)
Al concluir De Oñate a La Granja bajo una nube oscura de rebelión en
La Granja, la cual Calpena descarta como un incidente normal en el contexto
de la historia española porque “no traería el tal suceso revolucionario
más catástrofe que las usuales y corrientes: el cambio de empleados,
el desconcierto de todo, la continuación de la guerra” (II, p.666), aún queda
la duda de si Calpena seguirá siendo un caballero andante en busca de
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su Dulcinea, o si inspirado por el ejemplo de Demetria, se establecerá y
llevará una vida productiva. De todas formas, consta que las posibilidades
de reforma personal han aumentando definitivamente al final de este episodio.
Pasemos ahora a la pregunta de por qué Galdós creyó necesario y apropiado
explotar dicho mito de forma tan insistente. Creo que si se vuelve a
los comentarios de Maeztu, se puede explicar la razón de ser de estos
numerosos Quijotes.
Hay dos conceptos que forman el quid de De Oñate a La Granja: decadencia
(según la describió Maeztu) y desengaño, que en realidad es la
consecuencia de la decadencia. Ya para 1898, año en que Galdós escribió
dicho episodio, la Revolución Gloriosa celebraba su trigésimo aniversario.
Pero, para Galdós, esta revolución liberal no había cumplido con los ideales
originales. Bajo el sistema canovista, respaldado por Sagasta y el partido
liberal, y el mecanismo político del turno pacífico, la Restauración
borbónica había traicionado los principios abogados por liberales como
los de la generación del 68, a la que pertenecía Galdós. En efecto, la Restauración
era una farsa; en un artículo escrito el 22 de mayo de 1884,
Galdós denunció la manipulación de las elecciones supuestamente democráticas
por el ministro de Gobernación:
Resultado de este fraude político es que las elecciones las hace el
ministro de la Gobernación, y de aquella fábrica de votos salen
también las minorías. No pudiendo marchar bien el sistema sin
oposición, el Gobierno la fabrica con el mismo celo que pone en la
construcción de la mayoría. (Ghiraldo, III, p.21)
Es obvio que Galdós reconocía vencidos y traicionados por Cánovas,
inicialmente, y Maura, más tarde, los ideales que los padres de la
Setembrina, habían defendido para efectuar la renovación de España. En
su artículo, “La España de hoy“, publicado por vez primera el 11 de abril
de 1901 en La Publicidad de Barcelona, Galdós arremetió contra los llamados
liberales que no habían hecho nada más que perpetuar el viejo y
rancio sistema feudal al mantener en vigor su instrumento principal, es
decir, el caciquismo:
Pero ninguno se decide a romperla con arte, destruyendo siquiera
alguna malla por donde sacar un dedo, después una mano, y llegar
por sucesivas rupturas de hilos a la libertad de esta desgraciada
nación, esclava de los que aquí llamamos caciquismo, tristísima
repetición de los tiempos feudales y de las demasías de unos cuantos
señores, árbitros de los derechos y de los intereses de los ciudadanos.
(Ensayos de crítica literaria, p.225)
Para Galdós no se trataba tanto de que el experimento liberal había
fracasado, sino que el experimento nunca se había llevado a cabo. Dada
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esta situación, España seguía siendo, en opinión de Galdós, un país retrógrado,
estancado en el pasado, en el Medioevo; los valores por los que se
regía España seguían siendo los de los siglos XV y XVI. Galdós estaba
convencido de que el pueblo español estaba gravemente enfermo. De
hecho, en el mismo artículo, “La España de hoy”, Galdós usó la jerga
regeneracionista al describir a España como “el pobre cuerpo convaleciente”
(Ensayos de crítica literaria, p.225). Usando la metáfora de España
como un cuerpo humano enfermo, Galdós afirmó que la situación actual
de la nación era muy crítica, y se preguntó si no sería mejor amputar el
miembro más débil del cuerpo español:
Bien puedo asegurar que la situación presente, de las más críticas
en la trágica historia de mi país, ofrece un nudo muy difícil de
desatar. Los que no dudan que sería forzoso cortarlo, discurren
sobre si ello debe hacerse violentamente, con cuchillo, o cuidadosa
y suavemente, con tijeras. (Ensayos de crítica literaria, p.225)
Galdós estimaba que los españoles estaban viviendo una época
anacrónica, ya que a pesar de estar a punto de empezar el siglo XX, psicológicamente
España se hallaba prisionera del pasado. Por consiguiente, el
uso del mito de don Quijote corresponde a esta visión general de que los
españoles se parecían más bien a caballeros andantes que a ciudadanos
de un país liberal, moderno y positivista. De Oñate a La Granja representa,
por tanto, la melancolía y la frustración de un acérrimo escritor liberal y
krausista al desengañarse de su ideal revolucionario. Pero hay que poner
de relieve que Galdós no se ahogó en su frustración; los cinco Quijotes en
De Oñate a La Granja representan el humor galdosiano frente al fracaso
del ideal liberal. Al igual que el Quijote encarnaba, para Maeztu, la decadencia
de España a principios del siglo XVII, De Oñate a La Granja fue la
manifestación galdosiana de que la España finisecular languidecía en plena
decadencia. Galdós consideraba que la forma de curar los males y
renovar el país era a través del trabajo, concepto nunca bien apreciado en
una España de caballeros, y que cobraría todavía mayor importancia en la
fantástica quinta serie de los Episodios Nacionales.
De modo similar, en su lectura del Quijote, Maeztu coligió que la lección
impartida por Cervantes era que lo mejor que podía hacer su hidalgo era
“estarse quietecito en casa”, lo cual Maeztu estimaba como “el sentimiento
de la novela” (p.47). De esta forma, Cervantes anticipó a Voltaire cuando
éste concluyó Candide con el ya famoso dicho, “il faut cultiver notre
jardin” (p.184). Galdós también expresaría un sentimiento semejante en
el quinto episodio de la tercera serie, La campaña del Maestrazgo, al afirmar
el protagonista don Beltrán de Urdaneta, “Conque lo que tú dices:
cada cual a su reino...” (II, p.901). En suma, tanto Cervantes como Galdós
consideraban que la paz y el trabajo eran sumamente necesarios para
realizar una exitosa regeneración nacional.
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Es evidente al llegar al final de este artículo que Galdós y Maeztu compartían
un modo similar de leer el Quijote. Ambos escritores estimaron
como imprescindible el contextualizar la gran obra de Cervantes. Sin ubicarla
en el ocaso del apogeo español, tanto Galdós como Maeztu no podían
comprender cuál era la intención cervantina en el Quijote.
Tampoco se puede entender De Oñate a La Granja sin ver el episodio
dentro del contexto histórico-político y cultural de la España de 1898. El
“Desastre” provocó la producción de una gran oleada de obras, cuya motivación
principal fue indagar en las causas del declive español. Galdós no
se quedó atrás en este fenómeno nacional y añadió su voz a la de otros
escritores regeneracionistas como Joaquín Costa y Lucas Mallada, para
mencionar sólo dos, con el propósito de explorar e investigar las razones
del problema nacional y, al mismo tiempo, proponer posibles remedios
para combatir los males que estaban causando graves heridas internas en
el cuerpo español. La solución propuesta por Galdós en De Oñate a La
Granja fue el justo medio, la paz y el trabajo, lo que implicaba una verdadera
revolución para la mentalidad española, por ser España una nación
que tradicionalmente había desvalorado el trabajo frente al ideal de la
nobleza. De este modo concluyo afirmando que dicho episodio con sus
cuantiosos Quijotes constituye una de las obras galdosianas que más se
arraigó histórica y políticamente en el tema de la España de 1898.
BIBLIOGRAFÍA
MAEZTU, R. de, Don Quijote, Don Juan y La Cetestina, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, 11ª
ed.
PÉREZ GALDÓS, B. Política española. Obras inéditas, Ed. Alberto Ghiraldo, Renacimiento,
Madrid, Volumen III, 1923.
------ De Oñate a La Granja. Episodios Nacionales, Aguilar, Madrid, Tomo II, 9ª ed., 1966.
------ La campaña del Maestrazgo. Episodios Nacionales, Aguilar, Madrid, Tomo II, 9ª ed.,
1966.
------ Ensayos de crítica literaria, Ed. Laureano Bonet, Península, Barcelona, 1990.
VOLTAIRE, F-M. A., Candide, Bordas, París, 1984.