GALDÓS Y EL COMPONENTE FANTÁSTICO:

ANÁLISIS COMPARADO

Rosa Eugenia Montes Doncel

Entre la abundantísima bibliografía dedicada a la obra de Pérez Galdós,

resulta proporcionalmente muy escasa la atención suscitada en la crítica

por la última etapa del autor canario. Es opinión generalizada que el período

de “naturalismo simbólico”1 desmerece frente a la anterior producción

galdosiana, tesis rebatida por Ricardo Gullón y José Schraibman,2 que reivindican

el interés que esta fase presenta para el analista literario, sobre

todo desde la perspectiva de las innovaciones técnicas. El elemento fantástico

y la plasmación del ideario regeneracionista son rasgos que unen y

singularizan, frente a la restante narrativa de Galdós, a su última novela, El

caballero encantado, a la pieza teatral La razón de la sinrazón, y a los

episodios de la quinta serie a partir de Amadeo I.3

El Galdós de la vejez, el Galdós del siglo XX, no encaja en los parámentros

de “realismo a ultranza” tantas veces preconizado por los estudiosos. Parece

coherente, por otra parte, e incluso deseable, que se produzca una

evolución perceptible en un autor de tan larguísima vida creativa.4 Probablemente

Tarsis, Atenaida o el historiador Tito carecen del verismo y la

entidad psicológica de Alejandro Miquis, Fortunata o Torquemada; si El

caballero encantado se constituye en testamento literario de Galdós es

gracias a la asunción de novedosos procedimientos narrativos y al cultivo

de un a modo de “realismo mágico”, por un lado original precedente del

que han practicado los novelistas hispanos en nuestro siglo, por otro directamente

enraizado en la tradición cervantina.

El componente fantástico preside El caballero encantado, y se manifiesta

concretamente en los últimos episodios en la presencia de la musa de

la Historia, Clío, y su corte de ayudantes, las Efémeras, que colaborarán

con Tito Liviano en su labor historiadora (y también en cuestiones más

pragmáticas, como la pecuniaria). Ocioso es resaltar la palmaria analogía

funcional y morfológica que existe entre este mágico personaje y la Madre

de El caballero encantado, diacrónica prosopopeya de la raza española.

También hallamos un correlato de la Madre en La razón de la sinrazón: el

Niño Jesús de la urna que sufre por sus hijos y al que los vicios nacionales,

la corrupción y el nepotismo, ponen “flaquito y con una cara muy triste”.

(p.1180)5

Ricardo Gullón y Miguel Enguídanos6 han ofrecido ya una convincente

interpretación del personaje Clío-Mariclío y de su inclusión en los episodios:

sublimar y ridiculizar la materia histórica, los tiempos bobos7 que en

4.1-29

490

esta última serie le ha correspondido a Tito glosar. Galdós realiza a menudo

un juego lingüístico con dos posibles acepciones de la palabra “coturno”,

calzado griego perfectamente adecuado para la musa y, en sentido

figurado, “usar de estilo alto y sublime, especialmente en poesía” (el DRAE

registra este significado como calzar el coturno). Clío aparecerá simbólicamente

calzada, ora con pantunflas, ora con el coturno, en justa adecuación

al contenido histórico o intrahistórico de los acontecimientos: “Lejos

de aquí la hemos visto vestida de señora con borceguíes de tacón dorado,

y aquí se nos presenta hecha un pingajo, con chinelas que dice fueron de

una tal doña Urraca” (p.250), cuenta un personaje de Amadeo I.

Si buscamos en el Galdós previo a El caballero encantado un antecedente

de personaje mágico cabe citar ejemplos muy representativos. El

“Dios” cotidiano que tan campechanamente dialoga con Luisito Cadalso

en Miau se asemeja a la Madre, y su relación con el niño es paralela a la

que ésta mantiene con Tarsis. En Miau existe aun, sin embargo, una explicación

racional de estas intervenciones sobrenaturales, fácilmente

atribuibles a alucinaciones provocadas por la imaginación infantil o por el

hambre.

Galdós da un paso más en su etapa espiritualista, esto es, la inmediatamente

previa a la que nos ocupa, y en el costumbrismo de Misericordia

materializa a un personaje inventado por la protagonista, Benina.8 La introducción

del cura don Romualdo, fantasía de Benina, en la ficción “realista”

de la novela, no ofrece en este caso solución plausible (salvo que Benina

haya obrado un milagro. Galdós deja en el aire si la curación de la niña

enferma en Nazarín se debe a motivos naturales o a la intercesión del

santo manchego).

A estos datos convendría añadir la importancia de los sueños9 en novelas

contemporáneas (Fortunata y Jacinta, La de Bringas), o el profuso tratamiento

de la simbología religiosa y mítica rastreable en toda la obra del

canario desde sus comienzos.10

Por tanto no sorprende que en 1909 Galdós escriba un “cuento real...

inverosímil”, donde aúna componentes propios del cuento de hadas, según

indica el subtítulo citado y el propio título nos hace sospechar, y características

temáticas y formales de distintos géneros narrativos áureos: la

novela de caballerías, la bizantina, la picaresca y la pastoril. Por ello constituye

El caballero encantado un terreno privilegiado para abordar el problema

de la intertextualidad, uno de los más fecundos dentro de la Literatura

Comparada.11 Puesto que lo fantástico responde casi siempre a su

débito con la tradición del Siglo de Oro, estudiaré primero las más llamativas

influencias, y después el carácter utópico del relato, que lo pone en

contacto con La razón de la sinrazón.

Cervantes, quien realizó incursiones en todas las modalidades novelescas

reseñadas, bien puede considerarse el primer cultivador del “realismo

491

mágico”, sobre todo en su crepuscular Persiles y Sigismunda. La combinación

del costumbrismo de raigambre picaresca con encantamientos, pócimas

y transformaciones se lleva a cabo, en Cervantes y Galdós, en un

plano deliberado de separación cuasi absoluta entre lo maravilloso y lo

real, que sirve para generar ironía y realzar la comicidad de las situaciones,

o bien comporta un marcado carácter simbólico. Lo que diferencia

este realismo del que desarrollará la novela del boom hispanoamericano

reside en que en ésta se realiza la fusión completa entre ambas perspectivas,

haciendo verosímil lo inverosímil, provocando incluso la confusión

del lector, que no sabe dirimir los constituyentes imaginarios de los realistas.

12

Si muchos elementos temáticos, discursivos y elocutivos de El caballero

encantado están tomados directamente de El Quijote, la estructura de

la obra se asemeja a la de una novela bizantina, por lo que entronca con el

Persiles, herencia en la que apenas ha incidido la crítica:13 dos jóvenes

enamorados realizan un viaje14 iniciático-purificador15 que culminará en

unión feliz tras producirse distintos encuentros y separaciones, y superar

una serie de obstáculos. Este viaje, sin embargo, no acaece en el mar,

como en el Persiles y en la novela bizantina clásica (Heliodoro, Aquiles

Tacio), sino en España, como El peregrino en su patria, de Lope, y en

concreto por la más emblemática región española, Castilla, en torno a las

ruinas de Numancia. El espacio constituye por tanto un supersignificante

de los orígenes de la raza celtibérica,16 al tiempo que una vinculación con

el teatro cervantino y el casticismo noventayochista.

Como Periandro y Auristela, Gil y Pascuala son personajes de noble condición

que responden a una identidad falsa. El cambio de nombres, tan

grato a la novela del Siglo de Oro, propicia en El caballero encantado el

galdosiano recurso del nominalismo. “Gil” y “Pascuala”, de inconfundible

filiación rústica en nuestra historia literaria,17 encajan además perfectamente

en la realidad rural de la España del siglo XIX. Sus nombres “verdaderos

en la ficción” paradójicamente son los que poseen una entidad más

libresca (aunque siempre verosímil). Tassis, o Tarsis, fue el apellido de

don Juan, conde de Villamediana y supuesto amante de la reina Isabel de

Borbón. Varias circunstancias, entre ellas el misterio que envolvió su muerte

prematura, coadyuvaron en su tiempo a forjar una leyenda18 (similar a la

que Miquis en El Doctor Centeno crea en torno a Pedro Téllez Girón, protagonista

de su drama El Grande Osuna, y con el que se identifica). “Cintia”

se incluye a su vez en el mundo pastoril y caballeresco, como ya han

señalado distintos estudios.19 Galdós no oculta la elección predestinante

del nombre, que en la coordenada realista se justifica por la procedencia

extranjera de la joven. “Su nombre era Cintia, de dulce sabor pastoril y

pagano, y le caía tan bien, que habría desmerecido su gentileza si la llamaran

Manuela o Francisca. En las americanas se advierte cierta inclinación a

paganizar los nombres (...)”. (p.1024)

492

Entre Gil y su dama se desarrolla el siguiente diálogo, reivindicativo de

la asunción de un universo fantástico, “falso”: “(...) Cintia eres y Cintia te

llamaré. -No es feo nombre. Yo he notado que suelen ser bonitas las cosas

falsas”.

Es un juego muy barroco el que pone en relación las cosas con sus

nombres, cultivado por Lope entre otros.

Cierto es que los héroes de la novela bizantina se ven forzados a ocultar

su auténtica personalidad para ahuyentar peligrosos enemigos, a lo que

también habrá de recurrir Gil cuando se hace llamar Florencio Cipión,

pero la metamorfosis primera Tarsis-Gil y Cintia-Pascuala obedece a mágico

sortilegio y no a la libre voluntad de los personajes. Éstos, no obstante,

en un momento concreto toman conciencia de su alta estirpe y primitiva

identidad, que asimismo perciben quienes tienen contacto con ellos.20

Las intuiciones vagas de una vida anterior y auténtica confieren una

naturaleza platónica sensu stricto al primer encuentro de los amantes en

su existencia encantada. Gil ya conoce que es víctima de una transformación,

pero no Pascuala, cuando se desarrolla la siguiente escena:

(...) Cuando llegaron uno frente a otro, Gil lanzó una gran exclamación

y extendió el brazo con ademán de detener a la joven

aguadora.(...)

-Cintia, Cintia -dijo Tarsis -, no te me escapas ahora.

-Quite allá... Déjeme. No le conozco.

-¿Me negarás que eres Cintia? ¿Crees que puedo yo confundir

tus ojos divinos; tu boca, tan linda, risueña como enojada (...)

La hermosa joven, cuyas incomparables facciones correspondían

a la forma encomiástica con que el mozo las había descrito,

le miró con fijeza y seriedad.

-Qué -dijo Tarsis prontamente-, ¿haces memoria?...¿Buscas mi

fisonomía en tus recuerdos?... ¡Ah Cintia!, tú estás encantada

como yo, y aún te encuentras en ese estado crepuscular de la

memoria que vuelve, que quiere volver... (...) Un instante, Cintia.

Tengo una sed horrible... ¿Serás tan cruel que no me des un

poco de agua?

Sin decir nada, la lindísima mujer alzó el cántaro y lo inclinó

sobre su brazo izquierdo para que el sediento bebiese. (...)

-Acabarás por recordarme; acabarás por reconocer al que desdeñaste,

al que te amó con locura..., al que te lleva en su alma

vagando por estas soledades tristísimas. (...)

(...) La que Gil llamaba Cintia no se mostró tan esquiva como en

la primera embestida galante del barrenador de rocas. Le miraba

muy seria, balbucía cortos y turbados conceptos, tuteándole...

La arrogante y viril hermosura del mozo la cautivaron sin duda;

pero en su confusión ni aun se daba cuenta todavía de que aquel

493

hombre le gustaba. (...)

-Dirían que te sirvo como buen caballero. (...) Sigamos sin miedo.

Nadie nos mira. Pasamos junto a las mozas y mozos sin que

ninguno nos mire. Es que no nos ven, Cintia.

-De veras parece que no nos ven... -obsevó ella con pasmada

ingenuidad-. Nadie se fija... Pues te diré que antes de ahora no

me conocías, como yo no te conozco a ti. (...)

-Gil, Gil -replicó la bella con sorpresa y susto -. Hace dos tardes

pasé por la cantera y vi a los hombres trabajando... Me parecieron

demonios. Por la noche soñé cosas horribles... Soñé que era

yo de piedra, y que me estaban barrenando el corazón. Desperté

al dolor de mis carnes taladradas por el hierro. ¡Ay, qué susto al

despertar, y qué sudores de muerte! Oía los graznidos de una

bandada de cuervos, y los cuervos decían Gil, Gil..., y eso mismo,

Gil, estuvo sonando en mis oídos aquella noche y todo el

siguiente día.

-Oías mi nombre... era el anuncio de que hoy nos encontraríamos

en la fuente y seríamos novios.

-No sé... -dijo la moza; y mirándole de hito en hito, agregó un

comentario mudo, guardado dentro de sí como impúdico secreto-:

“¡Y qué guapo es!... ¿Será verdad que yo he visto a este

hombre en alguna parte?... ¿Dónde, Señor, dónde?” (pp.1050,

1051, 1052. La cursiva es mía excepto en el caso del nombre de

Gil).

Claudio Guillén, glosando a Rousset, se sirve precisamente de un fragmento

del Teágenes y Cariclea de Heliodoro, el modelo que Cervantes

quiso emular en su Persiles, para extraer las recurrencias del enamoramiento

tópico.

(...) Las almas de los dos enamorados se verán atadas por afinidades

innatas, de origen divino:

En efecto, en cuanto se vieron los jóvenes, se enamoraron mutuamente,

como si el alma, ya desde el primer encuentro, reconociera

lo que se le asemejaba y se lanzara presurosa hacia aquello

que le era familiar y sólo a ella merecía pertenecer. Pues primero

se quedaron parados de repente, llenos de azoramiento ...

Durante un buen rato mantuvieron los ojos fijos uno en el otro,

como indagando en sus recuerdos para ver si se conocían previamente

y si se habían visto antes... En resumen, en breves

momentos mudaron los dos muchas veces de aspecto y experimentaron

repetidos y variados cambios en su color y en su mirada,

denunciando con todo ello la turbación de sus almas.

Basándose en este y otros textos similares, recoge Rousset los

rasgos característicos del encuentro arquetípico: la instantaneidad,

la reciprocidad, el destino manifiesto, el elogio de la hermosura,

la anulación del espacio, el lugar festivo o insólito en

que sucede... Las variaciones, por supuesto, son incontables.21

494

Todos estos motivos, matizados por la ironía de Galdós (vb. gr., en el

sintagma la embestida galante del barrenador de rocas) están nítidamente

expuestos en la secuencia citada de El caballero encantado: el amor de

visu, manifiesto en Gil a la primera mirada, la insistencia en el “estupor” y

“conmoción” de la dama -”Le miraba muy seria; balbucía cortos y turbados

conceptos; recelosa; replicó la bella con sorpresa y susto”-, las alusiones

hiperbólicas a su belleza -”La hermosa joven, cuyas incomparables facciones...”-

“la anulación del espacio”, explícita en el hecho de que “nadie los

mire”, y como último constituyente enunciado por Guillén, “el lugar festivo

o insólito en que sucede”. En este caso Galdós recrea la escena del encuentro

en la fuente, en que el “viajero” pide a la “aguadora” que le dé de

beber. Puede registrarse en la Biblia (Eleazar y Rebeca) y con enorme reiteración

en el romancero, en la lírica oral y en la cuentística. Su conexión

con lo popular determina sin duda que Galdós opte por el locus de la

fuente como marco para el principio de las “relaciones campesinas” entre

Tarsis y Cintia.

He omitido hasta este momento, por su mayor relevancia, el factor del

“destino manifiesto”. Si las formulaciones ejemplificadas del tópico, por

su gran difusión en muchas literaturas (¿habrá lugar común más extendido

que éste?), no permiten hablar sino de una poligénesis, los elementos

platónicos del recuerdo y el sueño guardan un parentesco ya directo con

la novela bizantina, como demuestra el pasaje de Heliodoro. La novedad

(y la parodia) del texto de Galdós reside en que la conciencia imprecisa de

un conocimiento primigenio se explica argumentalmente en el sortilegio, y

no sólo en la teoría platónica de la vida suprasensorial del alma.

Los ecos platónicos (aunque nunca exentos de ironía), son perceptibles

en otros ámbitos en el Galdós de la vejez; por ejemplo, afirma Calixta en

La razón de la sinrazón: “Afinados o no, los murmullos de la naturaleza

corresponden (...) a la suprema inteligencia que gobierna los mundos”.

(p.1148)

El sueño premonitorio constituye también un recurso muy bizantino.

Recordemos por poner un ejemplo que en Leucipe y Clitofonte, de Aquiles

Tacio, la madre de la protagonista preludia en un sueño los peligros que

acechan a su hija. En su Persiles Cervantes utiliza los sueños de Mauricio,

Sousa Coutiño o el propio Periandro como forma de prolepsis de acontecimientos

futuros.

La aparición de un tercero (o terceros) que conformará un triángulo

amoroso con los dos personajes principales es otra constante de la novela

bizantina. Si Sigismunda huyó de su casa y se vio obligada a emprender un

viaje a causa del matrimonio indeseado que su familia quería imponerle,

otro tanto le ocurre a Pascuala, cuyos tíos se oponen a sus amores con Gil,

y pretenden casarla con el opulento Galo Zurdo y Gaitín. Metamorfoseado

éste en gigante, libra una batalla con Gil de la que resulta muerto, y este

495

evento funciona como deus ex machina de ulteriores aventuras, y del encarcelamiento

del caballero.

Frente al antagonista negativo, encarnado por Maximino en Persiles, y

por Galo Zurdo en El caballero encantado, surge la figura del rival que es a

un tiempo amigo del protagonista (Arnaldo y Regino, respectivamente).

Puesto que una serie de circunstancias conmina a la pareja a ocultar su

condición de amantes (a menudo haciéndose pasar por hermanos), pueden

generarse situaciones como la de que el adversario convierta al héroe

en confidente de sus propios amores. Así acaece entre Arnaldo y Periandro

(capítulo II del libro primero). Llega a darse la paradoja de que Arnaldo

pide a Periandro la mano de Auristela, creyéndola su hermana (capítulo

XVI del libro primero). También Sinforosa confesará a Auristela su amor

por Periandro (capítulo III del libro segundo).

El guardia Regino comunica ingenuamente a Gil su intenciones matrimoniales

respecto a Pascuala (pp.1073 y 1074), pero el héroe, enloquecido

de celos, no le permite terminar. Regino como Arnaldo demuestra ser

un buen perdedor y ayuda generosamente a sus amigos.

En el tratamiento del tema del amor, sin embargo, Galdós no mantiene

el rasgo de la castidad inherente al género. Gil y Cintia engendran un hijo,

Hespérido, símbolo del regeneracionismo de la raza. Bien es verdad que el

novelista resuelve el episodio mediante una elipsis, con el pudor que le

caracteriza.22

Existe en el Persiles y en El caballero encantado el mismo juego entre

lo científico y lo astrológico, lo religioso y lo agorero. El trasfondo

humanístico y contrarreformista de la primera se corresponde con el marco

regeneracionista de la segunda. Coincidencias no gratuitas: ambos novelistas

han llegado al final de su vida y al cenit de su actividad creadora y

están un poco de vuelta de la crítica corrosiva y el extremismo de la juventud;

la ironía de ambos se ha tornado mucho menos ácida; la visión del

mundo, menos pesimista.23 En la utopía de Galdós, de raigambre krausista

y rousseauniana,24 “el pueblo vigorizará el destino de la raza en orden a

una potencia espiritual, la voluntad, cuya dilucidación sería caballo de

batalla del regeneracionismo”, dice José-Carlos Mainer.25 Este enfoque tiene

su trasunto en las sociedades utópicas descritas por Cervantes en el

Persiles; por ejemplo, una de las islas que aparecen en el libro primero

(capítulo XXII), regida por un sistema democrático.26

Cervantes cuenta la gran impresión que produce la belleza de Auristela

a su llegada a Roma, e ironiza sobre la ponderación literaria del asunto.

(...) dijo un romano, que a lo que se cree, debía de ser poeta:

-Yo apostaré que la diosa Venus, como en los tiempos pasados,

vuelve a esta ciudad a ver las reliquias de su querido Eneas. Por

Dios, que hace mal el señor gobernador de no mandar que se

496

cubra el rostro desta movible imagen. ¿Quiere, por ventura, que

los discretos se animen, que los tiernos se deshagan y los necios

idolatren?

Con estas palabras, tan hipérboles como no necesarias, pasa

adelante el gallardo escuadrón (...) (p.428. La cursiva es mía)

Galdós pinta con tintes grotescos una situación análoga: la entrada de

los héroes en Sigüenza, preso Gil por los guardias: “(...) la caravana fue

rodeada de gente curiosa, (...) que con preferencia se agolpaban a los

lados del carro para contemplar a la dama dolorida, en quien algunos

vieron una princesa cautiva”. (p.1099. La cursiva es mía.)

El intertexto cervantino opera, como hemos visto, en el contenido, pero

sobre todo en la selección léxica, que potencia el distanciamiento del narrador.

La multitud (¡una multitud del siglo XX!) ve en Cintia una princesa

cautiva, como Don Quijote se pensaba encantado dentro de su jaula.

Contribuyen a crear el marco bizantino las separaciones y reencuentros

de los amantes, y el hecho de que trabe Gil conocimientos y amistades a

lo largo del camino. Es barroco el recurso del cambio de ropas, usado

también en La razón de la sinrazón cuando Atenaida y Alejandro se disfrazan

de campesinos. (p.1174)

Por su parte, la parodia de la novela picaresca27 aflora así mismo en la

estructura narrativa, que se abre con la genealogía del protagonista. La

alcurnia de Tarsis es tan alta como vil la del Buscón y el Lazarillo, pero

igualmente irónico el tratamiento que le confiere Galdós. Becerro, en su

afán de adular al conde, está dispuesto a hacerle descendiente del mismo

Noé.

Gil escoge el nombre de Cipión para ocultarse de la Justicia. El heraldista

Becerro lo asocia con la rendición de Numancia [“¡Qué coincidencia! ¡Llamarse

usted como nuestro expugnador, Escipión! Le falta el cognomen, el

Africano...” (p.1066)], pero supone también una reminiscencia de El coloquio

de los perros, curiosamente una novela cervantina, simbólica y dialogada.

En un mágico entorno que Galdós no duda en parangonar con la

quijotesca cueva de Montesinos, el caballero se transforma en pez, igual

que le sucede al protagonista del anónimo Lazarillo de los atunes.

Este estadío precede en la novela a la curación definitiva. Azlor se refiere

a uno de los encantados como muestra gloriosa “en el ciclo picaresco

de nuestra raza (...)” (p.1127. La cursiva es mía.)

El autor dice que ha escrito un “cuento”, y la metamorfosis del poderoso

en desgraciado en aras de su “regeneración” se halla con frecuencia en

497

relatos infantiles. (Príncipe y mendigo, de Mark Twain, no es sino un largo

cuento). Se trata del tópico del mundo al revés,28 festejado en las Saturnales

romanas, que resurge con vigor en épocas conflictivas, como el Barroco.

Fue formulado por Quevedo en La fortuna con seso y la hora de todos, y

por Cervantes en el episodio de Sancho en la ínsula Barataria. Galdós lo

aplica a la crisis de fin de siglo.29

Hay ciertas equivalencias entre el comportamiento de la Madre y el propio

del hada madrina en un cuento: aparece y desaparece arbitrariamente,

puede dotar de fuerza y vigor a sus protegidos, les impone pruebas y,

sobre todo, utiliza sus poderes para “corregirlos” (v. p.1130). Exhorta a Gil

con las siguientes palabras:

Te encargo mucho, hijo mío, que hagas por esquivar las enemistades

que podrían salirte en esta villa rústica. No provoques a

nadie; disimula, si es menester, tus intenciones; adopta nombre

distinto del que llevas, y trazas y apariencia de persona que anda

en cualquier negocio. (p.1091)

Éste es el tipo de admoniciones que el héroe suele transgredir, según

señala Propp en su Morfología del cuento.

El “realismo” y la sensatez del ente mágico (la Madre, Clío) se convierten

en el arma más punzante de la ironía galdosiana. Dice la Madre, personificación

de la historia, refiriéndose a los anales del cronista Becerro: “En

verdad, no sé si Becerro está en lo firme: con los años y el tráfago del vivir

presente, se me van olvidando estas cosas”. (p.1119)

Los influjos de la literatura pastoril30 se integran en dos coordenadas: el

ideario costista de reorganización agraria, y el añejo tópico de la Edad de

Oro. Si bien, como había señalado Bly, escasean las referencias al siglo

XIX (un coche pasa velozmente, p.1114), el ensalzamiento de lo natural y

la recreación de una Arcadia arquetípica aparecen como símbolos de la

solución a un problema contemporáneo del escritor. Los ejemplos son

múltiples: “(...) le agradaba (la ocupación) pastoril, por gozar en ella de

absoluta independencia de espíritu”. (p.1037, v. también pp.1046 y 1064)

Paradójicamente, Gil y los protagonistas de La razón de la sinrazón obtienen

la felicidad de forma paralela a su descenso social, y al establecimiento

de un aureas mediocritas. Por supuesto, este significativo marco

resulta idóneo para cultivar el motivo de la vanitas vanitatum y del superbi

colli, y encomiar los vestigios de glorias pretéritas, pero Galdós vierte el

mecanismo en el molde de su ironía. Exclama la Madre: “¡Pobre Clunia! Ya

no eres más que un montón de polvo que revuelven con sus narices, a

manera de ganchos, los traperos de la erudición... (...)”. (p.1044)

498

Y escribe Mariclío, en Cánovas: “Días ha encontrábame yo en las ruinas

del teatro romano de Murviedro, rememorando la espantosa ocasión de la

caída de la heroica Sagunto en poder del furioso Aníbal (...)”. (p.550)

Ligado al proyecto agrario se concibe el tema de la enseñanza,31 plasmado

en la profesión de maestras de Pascuala, Atenaida y Casiana, la

última amante de Tito.32 El humorismo simbolista de Galdós recrea el episodio

mitológico de Ulises y las sirenas cuando, de forma misteriosa, los

niños de la escuela retienen a Pascuala con sus voces lastimeras, y la

fuerzan a permanecer en el pueblo en contra de su voluntad.

Explícame este fenómeno que me confunde y anonada. ¿De noche

das lección a tus chiquillos? He oído las voces tiernas deletreando.

-(...) Es absurdo -repitió Cintia, cuya voz y actitudes eran como

las de una sonámbula-. (...) yo también oigo el sonsonete de mis

amadas criaturas... ¿Qué es esto? Parece que salen en tropel de

la escuela... Vienen tras de mí.

-Ven..., huyamos, salvémonos de esta fascinación horrible..., hechicería

que no entiendo.” (p.1079)

Casiana, la maestra iletrada, recibe el onomástico del maestro mártir

que fue torturado por sus alumnos en tiempos de Diocleciano.

Entre las múltiples conexiones con el Quijote puede consignarse el sobrenombre

de Bartolomé Cíbico, Bartolo (p.1059), quizá recuerdo de otro

Bartolo, protagonista del anónimo Entremés de los romances, que tantas

similitudes guarda con los primeros capítulos de la novela cervantina. Cabe

también asociar el apellido Bálsamo al pasaje del Bálsamo de Fierabrás,

porque ambos carecen de efecto balsámico alguno. Del primero se nos

dice que “(...) hombre sesudo y de claro juicio, (Carlos) le odiaba con toda

su alma” (p.1017), y su nombre de pila, Arsenio, más bien lo emparenta

con el arsénico.

Galdós, arcaizante en toda su producción, lo será con más motivo en la

aventura caballeresca de Gil. Figuran, entre otros muchos casos registrables,

el verbo ser con valor de estar -“su vivienda lejana, que era en lo más alto

del barrio de Salamanca.”- (p.1028), la preposición de introduciendo el

complemento agente, -”de muchos eran conocidos Bartolo y su ardilla”-

(p.1076), desde luego con el valor de inmediatamente: “Él se cuidaba de

buscarle novia rica y de buenas partes, y para no cansarse en investigaciones,

desde luego le propuso la hija única de los marqueses de Mestanza

(...)”. (p.1014)

Tienen, no obstante, mayor relieve las imitaciones del estilo paródico

de Cervantes,33 que lleva a cabo tanto en el terreno semántico como en el

morfosintáctico: ”Hallábase, pues, el asendereado caballero en una esfera

499

de la vida de encantamiento, que de las anteriores se distinguía por la

mudanza (...).” (p.1122) ”Tras este importante suceso cuentan que Gil se

lanzó (...).” (p.1091)

El escritor canario, tantas veces tachado de pedestre por sus coetáneos,

declara en su última novela, al tiempo que una actitud esperanzada ante el

futuro de España, su amor por la lengua que él contribuyó a dignificar:

Diego Porcellos, Gonzalo Gustioz, Nuño Rasura, mi bravo y

generoso Fernán González, ya no sois más que polvo. Polvo sois

ya, pero aún dura y perdura por los siglos, en uno y otro mundo,

la lengua que en vuestros días y en vuestros labios empezó a

remusgar, y al fin quedó hecha, sicut tuba, trompeta de nuestra

energía. Ya ves, pobre Gil; por esa bocina de oro que aquellos

gigantes nos dieron, somos fuertes tú, yo y cuantos la poseemos

(...) (p.1045)

Galdós se ríe de la realidad a la manera cervantina, ironizando sobre el

expediente literario del narrador, igual que su predecesor hiciera con los

cronicones falsos. (El cronicón falso para el siglo XX sería Becerro). ”Dicen

historias fidedignas que se incorporó sin desperezarse, y algún cronista

consigna el desperezo como dato preciso.” (p.1118)34

Si resulta innegable el valor intertextual, lingüístico e histórico de El

caballero encantado, la presencia de la tradición áurea se hace también

demasiado evidente para provocar el extrañamiento del lector. La agilidad

narrativa de Galdós se supedita al ritmo de las estructuras imitadas, menos

fluidas.35 El milagro ya aludido de don Romualdo en Misericordia,

auténtica “trampa” dentro de un esquema realista, surte un efecto mucho

mayor, y más novedoso, que este “realismo imaginario” ya algo consabido.

500

NOTAS

1 Con este nombre es enunciado por José-Carlos Mainer. V, su artículo «El teatro de Galdós:

símbolo y utopía», en La crisis de fin de siglo: ideología y literatura. Estudios en memoria

de Rafael Pérez de la Dehesa, Ariel, Barcelona, Colección Letras e Ideas, 1975,

pp.177-212.

2 v. GULLÓN, R., «La historia como materia novelable», en Benito Pérez Galdós. El escritor

y la crítica, Taurus, Madrid, 1973, pp.403-426. v. p.404. Apareció en Anales Galdosianos,

V, 1970. José Schraibman, «Galdós y “el estilo de la vejez“», en Homenaje a Rodríguez

Moñino, II, Madrid, 1966, pp.165-175. v. p.165. Considero sin embargo desmesuradas

las palabras elogiosas de Miguel Enguídanos, quien habla del “mejor Galdós” para

definir los episodios de la última serie. «Mariclío, musa galdosiana», en Benito Pérez

Galdós. El escritor..., pp.427-436. v. p.427. También recogido en Papeles de Son

Armadans, LXIII, 1961.

3 Excluyo España sin rey y España trágica, pues, como señala Ricardo Gullón en el citado

artículo, «Amadeo I (...) es en realidad el primero de la nueva serie», p.407. En esta

novela se presenta al narrador que cerrará los episodios, Tito Liviano, y a la musa

Mariclío.

4 Aun prescindiendo de sus obras inéditas, cuarenta y cinco años separan la publicación

de La Fontana de Oro (1870) y la de La razón de la sinrazón (1915).

5 Cito siempre las obras de Galdós por su edición en Obras completas, Aguilar, Madrid,

1990, especificando entre paréntesis la página.

6 v. los artículos citados.

7 Así se refiere Galdós a los años de la Restauración en la página final de Cánovas, último

episodio que dejó escrito.

8 v. GULLÓN, G., El narrador en la novela del siglo XIX, Taurus, Madrid, 1976, especialmente

el capítulo VI: “Milagrerías del narrador”, pp.117-131.

9 Han realizado estudios sobre lo onírico en Galdós, entre otros, Ricardo Gullón, L. B.

Walton, Agustín Yáñez, Carlos Clavería.

10 v. CORREA, G., Realidad y ficción en las novelas de Pérez Galdós, Gredos, Madrid,

1977.

11 El término “intertextualidad” fue acuñado por Julia Kristeva. V. Sméiotikè, Seuil, París,

1974. v. también LAURENT J., “La stratégie de la forme”, en Poétique, XVII, 1976,

pp.257-281, y GENETTE, G., Palimpsestos. La literatura en segundo grado, Taurus,

Madrid, 1989. Genette establece una detallada clasificación de las variantes posibles

de intertextualidad. pp.9-14.

12 Vid. CHANADY, A. B., Magical Realism and the Fantastic. Resolved versus Unresolved

Antinomy, Gerland Publishing Inc., Nueva York-Londres, 1985, p.24. Señala que, al

contrario de lo que ocurre en la literatura fantástica, el realismo mágico presenta lo

sobrenatural como aceptable, por lo que los personajes y el lector no necesitan darle

una explicación racional.

13 Ángel del Río alude muy sucintamente a este influjo en el artículo «Notas sobre el tema

de América en Galdós», en NRFH, Año XV, Enero-Junio 1961, Núms. 1-2, pp.279-296.

“Podría decirse que es (El caballero encantado) en relación con la obra de Galdós lo

que el Persiles en relación con la de Cervantes. (...) la trama novelesca narra “los

trabajos” de la pareja simbólica. En Cervantes, Periandro-Persiles: Auristela-Sigismunda.

En Galdós, Tarsis-Gil: Cintia-Pascuala. Tarsis, el caballero español arruinado, y Cintia, la

heredera colombiana, se pierden y reencuentran en diversos lugares de una geografía

real y fantástica a la vez”, p.294.

501

14 No pocas veces Galdós alude a Gil como “peregrino”, y tintes de “peregrinaje” adquieren

los trabajos del héroe en el bizantinismo español, que vierte a lo contrarreformista

el género cultivado en el siglo IV.

15 Este rito de purificación incluye la estancia en la cárcel, como en el caso de Nazarín. En

muchos folletines la prisión puede representar el paso de las tinieblas a la luz (El

Conde de Montecristo), así como la salida de la misma (Los miserables). José F.

Montesinos ha puesto de relieve las marcas folletinescas en la obra de Galdós. V.

«Galdós en busca de la novela», en Benito Pérez Galdós. El escritor..., pp.113-119.

También en Ínsula, 1963, XVIII, 202.

16 Así, en la redoma de peces mantiene Tarsis la siguiente conversación con Azlor, otro

aristócrata encantado: “-Al cumplir mi condena -dijo el que ya no se llamaba Gil -, no

me sentiré dichoso si no logro complementar mi vida. Y te aseguro que me estorban

estos cuellos y esta corbata, y el traje todo que envuelve mi humanidad... Cree que me

siento celtíbero... (...)/ -En igual situación me encuentro -replicó el otro-. Puedes creer

que me cargan los guantes. Me siento visigodo...” (pp.1127-1128. La cursiva es mía).

El rancio linaje de Tarsis no sólo potenciará la parodia y la hipérbole a través del

personaje de Becerro y sus aficiones genealógicas; también opera en la novela como

símbolo: Tarsis es exponente de la raza española por su herencia genética (olvidada en

su vida de señorito ocioso), y por su comportamiento. La Madre sólo tiene poder para

castigar a sus propios hijos, celtíberos y visigodos.

17 Gil y Pascual han sido nombres generalmente aplicados al personaje rústico en la

égloga renacentista o al “gracioso” del teatro barroco. En su edición de Don Gil de las

calzas verdes, y ante las protestas de Doña Inés (“¿Don Gil?/¿Marido de villancico?”),

apostilla Alonso Zamora Vicente que este “es, efectivamente, nombre de pastor muy

frecuente en el teatro primitivo y en los villancicos tradicionales. Lope de Vega adjudica

este nombre a pastores, villanos, etc. (...) Quevedo recomendaba a los poetas de

villancicos que “no jueguen del vocablo ni metan más en ellos a Gil ni a Pascual,

porque se quejan”. (Problemática del desengaño contra los poetas güeros, p.54).

Covarrubias (...) ya notaba esta cualidad. Este nombre “ordinariamente le usurpan en

las poesías pastoriles, y es muy apropiado a los zagales y pastores en la poesía”. MOLINA,

T. de, Don Gil de las calzas verdes, Edición de Alonso Zamora Vicente, Madrid, 1990,

p.38 (nota). Se amplían datos sobre esta cuestión en la p.293. En El caballero encantado

el narrador reproduce en estilo indirecto libre los consejos de Eusebia (p.1034),

quien dice en alusión a la obra de Tirso “que si comúnmente hubo tres Giles para una

moza, estando él habría diez para un Gil”.

18 Para Marañón la personalidad de Villamediana pudo ser incluso una fuente que inspirase

la creación del mito de Don Juan, que tomó su nombre del famoso conde del Madrid

de los Austrias. V. Gregorio Marañón, Don Juan, Espasa-Calpe, Madrid, 1967.

19 Rubén Benítez se percata de que “es el mismo (nombre) de una pastora de la Diana de

Jorge de Montemayor”. La literatura española en las obras de Galdós, (función y sentido

de la intertextualidad), Universidad de Murcia, 1992, p.222.

20 “(...) mi amiga Felipa (...) me dijo que tú tienes aire de persona principal, y que se te

puede tomar por un conde con ropa y manos de peón.” (p.1054), afirma Cintia.

21 GUILLÉN, C., Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada, Crítica,

Barcelona, 1985, pp.287-288.

22 “El narrador es pudoroso -como lo fue el autor-. No sorprenderá, pues, que la elusión se

convierta en técnica. Ciertas cosas no las describirá con su pluma. El lector se siente

conducido a la escena “culminante”, o al momento culminante de la escena, pero

cuando llegue allá, el narrador, con brusca transición, saltará y escamoteará la previsible

descripción. ¿Por qué? Precisamente por su previsibilidad y para dejar libre juego a

la imaginación de quien lee”. GULLÓN, R., Técnicas de Galdós, Taurus, Madrid, 1970,

p.209. Jugando con el inveterado recurso del manuscrito hallado que él se limita a

502

transcribir, dice en determinado momento del capítulo XIX: “En este suceso se ve

precisado el autor a cortar su relato verídico, por habérsele secado de improviso el

histórico manantial. Desdicha grande fue que faltaran, arrancadas de cuajo, tres hojas

del precioso código de Osuna, en que ignorado cronista escribió esta parte de las

andanzas del encantado caballero. (...) no queriendo el narrador incluir en esta historia

hechos problemáticos o imaginativos, se abstiene de llenar el vacío con el fárrago de la

invención y recoge la hebra narrativa que aparece en la hoja subsiguiente a las tres

arrancadas por mano bárbara o gazmoña. (p.1093. La cursiva es mía).

23 Es precisamente la actitud negativa, en opinión de Julio Rodríguez-Puértolas, el punto

que separa el decálogo noventayochista del pensamiento del último Galdós. V. la Introducción

a su edición de El caballero encantado, Cátedra, Madrid, 1987, p.33.

24 Para la filiación krausista del texto de Galdós, v., por ejemplo, MORA GARCÍA, J. L.,

“Galdós novelista. A propósito de El caballero encantado”, en Actas del IV Congreso

Internacional de Estudios Galdosianos, I, Cabildo Insular, Las Palmas de Gran Canaria,

1993, pp.731-755.

25 Artículo citado, p.203.

26 “Una de las islas que están junto a la de Ibernia me dio el cielo por patria; es tan grande

que toma nombre de reino, el cual no se hereda ni viene por sucesión de padre a hijo;

sus moradores lo eligen a su beneplácito, procurando siempre que sea el más virtuoso

y mejor hombre que en él se hallara; y sin intervenir de por medio ruegos o negociaciones,

y sin que los soliciten promesas ni dádivas, de común consentimiento de todos

sale el rey (...)”. Cito Los trabajos de Persiles y Sigismunda por la edición de Juan

Bautista Avalle-Arce, Castalia, Madrid, 1969, p.149.

27 Cfr. Julio Rodríguez-Puértolas, quien parangona a la Celestina con el buhonero Cíbico,

“que se presta a llevar mensajes de amor aprovechando sus actividades profesionales

(...) Lazarillo: la novia de uno de los personajes, sobrina de un sacerdote, regala a su

amante con los bodigos de la iglesia, “hasta que el cura olfateó la sustracción de los

panes. (...)” Las peregrinaciones y cambios de amo y de trabajo de Juan de Tarsis, el

héroe de El caballero encantado, tienen mucho que ver, claro está, con los habituales

esquemas de las tradicionales novelas picarescas.” Op.cit., p.32.

28 Sobre este lugar común, v. CURTIUS, E. R., Literatura europea y Edad Media latina, FCE,

México, 1955, pp.143-149.

29 “However, La Madre’s historical lessons are confined to the distant past, and there is

very little mention in the novel of nineteenth-century events. These crop up in the

account of the past life of Celedonia Recajo, who married when Fernando VII was still

King and call recall Espartero’s victory parade in Madrid in 1854. There is no mention

whatsoever of the events which rocked Spain during the composition of El caballero

encantado: the semana trágica in Barcelona, when protests against the renewed war in

Morocco led to bloody street clashes and the internationally condemned execution of

Francisco Ferrer.” BLY, P.A., Galdos’ Novel of the Historical Imagination. A Study of the

Contemporary Novels, Francis Cairns, Liverpool, 1983, p.177.

30 v. BENÍTEZ, R., Op.cit., especialmente el capítulo “Literatura pastoril y égloga realista:

Galdós y Pereda.” pp.189-223.

31 No insisto en sus vinculaciones, ya tratadas, con la Institución Libre de Enseñanza y el

krausismo. v. también RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS, J., «Galdós y El caballero encantado»,

en Galdós: burguesía y revolución, Turner, Madrid, 1975, pp.93-176.

32 v. MONTERO-PAULSON, D., «El grupo de la mujer “natural” en la obra de Galdós», en

Cuadernos hispanoamericanos, 521, pp.7-22.

33 J. Schraibman, en su magnífico artículo, ha estudiado la parodia de las estructuras

cervantinas. Sobre la simbiosis entre estilo y mensaje, v. MAINER, J. C., Art. cit.,

pp.411-412.

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34 Cfr. ejemplos en pp.1053, 1081, 1091, 1093, 1094, 1122, 1122-1125, 1127.

35 No comparte este juicio Schraibman, para quien “la estructura de las obras posteriores

a 1897 es mucho más fluída y menos precisa respecto a las anteriores”. Art. cit., p.165.

Al hablar de agilidad no me refiero obviamente a la “cantidad de acontecimientos”, al

tiempo transcurrido en la historia de la novela, que puede ser mucho más largo en El

caballero encantado que en las contemporáneas, sino a la intensidad, al dominio del

tempo narrativo, a la selección de hechos relevantes y uso de la elipsis, juego de

momentos climáticos y anticlimáticos, creación de expectativas y suspense, etc.