LA INCÓGNITA:

EL RETO DE UN TEXTO EPISTOLAR

José María Navarro de Adriaensens

Con una opinión precipitada podría resumirse La incógnita como una

novela epistolar, cuyo argumento es un homicidio, relacionado, al parecer,

con un adulterio. Algunos críticos prestigiosos han centrado su atención

en el carácter de novela policiaca1 aunque con características antes comparables

a las novelas de Simenon que a las de Chandler.

Voy a plantear aquí el estudio de La incógnita como proceso comunicativo

basado en la ficción de un texto epistolar. Junto a su ficcionalidad, el

canon epistolar utilizado es un reto para la adecuada configuración de un

discurso narrativo: la dinámica del relato, la cohesión textual, la elección

de un corresponsal -el incógnito Equis- nebulosamente insinuado pero depositario

de las cartas que configuran el texto epistolar y, además, la libertad

con que Galdós rompe irónicamente las reglas del juego epistolar (extensión

de algunas cartas, interpolación de diálogos) acentúan la virtualidad

del procedimiento comunicativo elegido.

Ambos corresponsales, Manuel Infante y Equis, actúan como dramatis

personae, si bien la actuación inmediata del protagonista le confiere rasgos

de narrador. Pero los intentos de identificar a cualquiera de ellos con

Galdós no me parecen eficaces.2 En todo caso Galdós, agazapado tras

ellos como un representante de bululú tras sus muñecos, ni siquiera va a

utilizar al narrador como instrumento para aludir al macrotexto de todas

sus obras, mediante alguna referencia. Galdós, autor, es absolutamente

real aunque implícito. Recordemos sus palabras en el prólogo a El abuelo:

El que compone un asunto y le da vida poética, así en la Novela como en

el Teatro, está presente siempre. (p.248)3

Manuel Infante asume un papel esquizoide entre narrador y personaje,

sometido al vaivén de juicios, opiniones, conjeturas, ante situaciones y

conductas. Como pocas veces ocurre, el narrador reitera insistentemente

su zozobra y su inseguridad interior, a través de la interiorización que permite

el relato epistolar.

De su corresponsal Equis sólo llega al lector -tan real como el propio

autor- la acción perlocutiva de los actos de habla entre ambos, salvo la

famosa carta XLII, en la que Galdós juega irónicamente con la fantasía. La

eficacia perlocutiva de las cartas de Equis se trasluce en las reacciones de

Infante al replicar a algunas de las cartas recibidas.4

4.1-31

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Si Galdós, emisor tácito del texto comunicativo, escamotea aquí su presencia

visible, justificará años después este criterio narrativo en su contestación

al discurso de ingreso en la Real Academia de Pereda:

En la acción sencilla y con fácil lógica no vemos la mano que

compone. Creyérase que todo se ha hecho por sí mismo, con

espontáneo proceder y por natural formación, sin que lo tocaran

los dedos del artífice.5

No sólo el autor es silenciado en el texto. También el lector, el otro ser

también real, es escamoteado irónicamente en el relato: “Y es que esto no

ha de leerlo nadie” (carta I), “Vamos te lo cuento si no lo dices a nadie”

(carta XXVI).

La configuración del texto elegida, el género epistolar, es por sí misma

un reto por su canon estricto, que Galdós rompe siempre que su planteamiento

narrativo lo requiere. A este reto se añade la dificultad de mantener

la dinámica narrativa del relato por medio de la acción y actuación

directa de los personajes. A medida que avanza el desarrollo de la trama

va aumentando la acción, para dinamizar el lastre de dudas, reflexiones,

cambios de opinión del narrador, que a veces parecen, mas que un monólogo,

un diálogo interior con el “otro yo”.

Acción y dinamismo, hasta hacer olvidar que se trata de una misiva,6

caracterizan la presentación escénica del asedio de Manuel Infante a Augusta

(carta XX) o el interrogatorio a que somete Infante a la Peri (carta XXX),

apesar del carácter retardatorio de los diálogos. El intento de acentuar la

tensión del relato dispone de dos procedimientos. Formalmente, la configuración

de los principios y cierres de las cartas de Manuel Infante procuran

incentivar la atención del lector, para evitar que la obra desemboque

en un marasmo total. Pero mucha mayor importancia tiene el entramado

argumental elegido por el autor, al entrelazar un motivo detectivesco real,

inspirado en el crimen de la calle de Fuencarral, y que Galdós ya había

tratado periodísticamente, con un motivo de adulterio, aliñado con las

tímidas pretensiones amorosas de Infante hacia Augusta.

Lo importante, desde el enfoque de este estudio, es el hecho de que los

tres motivos de ficción -crimen, adulterio, fracaso donjuanesco- están al

servicio del autor como instrumento adecuado para motivar la atención e

interés de los lectores de su momento por estas truculencias. En mi opinión,

no se trata aquí de concesiones, a modo de captatio benevolentiae

de su público, sino de una posibilidad más de poner de relieve su raquítico

nivel espiritual. Viene a nuestro recuerdo aquel pasaje de El Arte nuevo

de hacer comedias, de Lope de Vega: escribo por el arte que inventaron

los que el vulgar aplauso pretendieron porque, como las paga el vulgo, es

justo hablarle en necio para darle gusto.

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En el comportamiento de los personajes, en su acción y en su descripción,

Galdós sabrá encontrar, por encima de lo anecdótico de cada situación,

el reflejo de rasgos sociales.

Infante sazonará el mensaje epistolar con numerosas expresiones del

registro popular, buscando una campechanía confianzuda que documente

su estrecha relación con el receptor Equis. Este repertorio de expresiones

del registro popular alterna, como ya es conocido en la obra de Galdós,

con otros registros y sociolectos, con los que caracteriza a personajes y

situaciones.7

En el marco limitado de esta exposición no puedo detenerme en los

personajes; unos, contradictorios, otros esquizoides. La misma Augusta,

que reencarna aquí, como en otras novelas, un personaje femenino con

un claro perfil ético, no escapa a las sombras y dudas que caracterizan su

ambiente.

Un balance provisional de La incógnita, como configuración de un texto

epistolar, nos muestra que los únicos ausentes de todo el proceso comunicativo

son el autor y el lector reales, aunque implícitos. Si el entramado

argumental es también un mundo ficcional -como corresponde a una novela-,

hay que localizar, dentro del proceso comunicativo, su intención.

Ésta se caracterizará evidentemente por su carácter real.

Galdós, a través del narrador Infante, instrumentaliza al servicio de su

intención tanto la conducta particular de algunos personajes, como rasgos

generales de la sociedad y la política de su tiempo.

En la carta XII Manuel Infante describe la clara antítesis entre las preferencias

de Cisneros y de su hija Augusta, la cual “profesa a aquel suelo un

odio mortal”, lo que justifica con un argumento muy galdosiano el narrador:

Allí hay centenares de hombres que, agobiados por la usura, los

impuestos, la miseria, y luchando heróicamente con un suelo

empobrecido y un clima de los demonios, trabajan como esclavos

para que ella viva comodamente en Madrid, sin cuidarse de

lo que cuesta arrancar a la tierra sus tesoros. (p.61)

La actitud de Cisneros, aparentemente opuesta pero igual,8 de insincera,

la resume el narrador Infante así:

Mi tío no es así. Habla siempre de Castilla con grandes encarecimientos,

y asegura que todo lo bueno que tenemos procede de

allí; pero este amor al suelo nativo es puramente platónico, pues

hace muchos años que el buen Cisneros no aporta para allá, y

sus relaciones con la patria son puramente administrativas y

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epistolares, enderezadas a recoger puntualmente sus rentas y a

comprar todas las fincas que se venden, por sucumbir sus dueños

en las garras de la usura. (p.61)

Una vez más Galdós se limita a subrayar lo que Montesinos ha llamado

“la inautenticidad de la vida española”.9 En La incógnita seguimos

inductivamente la conducta contradictoria, cuando no cínica, de los personajes,

y su reflejo evidente en la conducta social -de la llamada “buena

sociedad”-, insistentemente reflejada a lo largo de la obra. En el anonimato

de la conducta colectiva se pierde el sentido de la responsabilidad sobre

lo que se afirma. La tertulia, la comidilla, encubren indulgentemente

las murmuraciones, la difamación, la calumnia. A ese intercambio de

irresponsabilidades se refiere Sobejano cuando escribe: “El tema de La

incógnita es la opinión: la opinión particular y la opinión pública”(p.90). En

la carta XXXI Infante da pie al acertado juicio de Sobejano: Ante un suceso

de gran resonancia todo español se cree humillado si no da sobre el su

opinión firme, tanto mejor cuanto más distinta de las demás.10

Si del plano particular y social pasamos a la vida pública, la crítica de

Galdós, a través del narrador, reflejará consecuentemente la actuación de

una sociedad desastrosa. La demagogia, el oportunismo, la explotación

del pueblo y su ignorancia (el “orbajosismo”), los negocios políticos y el

tráfico de influencias saltarán al primer plano de la intención narrativa.

Infante escribe sobre el Congreso:

Al que se calla no le hacen maldito caso. Supón que eres, como

yo, consumado gramático del idioma del silencio, y que en tales

condiciones pides un favorcito a cualquier ministro. Como no te

teme, ni le prestas tus servicios en el banco de la Comisión, ni le

consumes la figura de vez en cuando con preguntas fastidiosas,

te sonríe muy afable cuando le saludas; pero no te da nada,

créelo. (carta VII, p.39).

El empleo de la parodia para ridiculizar el ambiente del Congreso, ofrece

una instantánea, sucinta y burlona, instrumentalizando la construcción

asindética:

Animación en los pasillos, runrún de crisis, chismorreo largo,

mucho secretico, mucho racimo de curiosos en torno a éste y el

otro personaje, pechugones aquí y allí por si tú debías votar y no

votaste. Óyense las frases iracundas de siempre, y aquello de ni

esto es partido, ni esto es Gobierno, ni esto es nada. En el salón

reina la paz de los sepulcros. (XXI).

Me limito a estos pasajes, elegidos entre otros muchos, para marcar la

línea ascendente de un proceso negativo, que arranca desde el individuo,

abarca la sociedad, simbolizada por las tertulias burguesas, y culmina,

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como consecuencia evidente, en un entramado político inoperante, anticipo

del desastre colonial de 1998.11 El mosaico de episodios utilizados sólo

supera lo anecdótico, si se interpreta como modelos de lo que no funciona,

del marasmo general del país.

La trama epistolar, además del reto que supone para la configuración

narrativa, permite una interiorización en el espíritu y carácter del narrador

Infante, que el verdadero receptor real, el lector, rara vez encontrará en

otros narradores con tanta minuciosidad introspectiva.

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NOTAS

1 Entre los trabajos que han prestado especial atención a la trama policiaca destacan el

de OVADÍA, P., «Spanish Society in Fiction: A Partial Study of La incógnita and Realidad

(Novel in Five Acts or “Novela dialogada”)», RHM, XXIV, 1968, pp.159-175, y el de

KEREK DE ROBIN, C. N., «La incógnita de Benito Pérez Galdós: primera novela policiaca

de la literatura española», en Actas del IV Congreso Internacional de Estudios

Galdosianos, I, Las Palmas de Gran Canaria, 1993, pp.413-419.

2 Roberto Hernández, tras un pormenorizado análisis de rasgos autoriales en Equis, afirma:

En fin, digámoslo de una vez: Equis el corresponsal y mentor de Manolo es, nada

menos que Galdós. “(CH, 92;3 1973, pp.544-560, aquí: p.549) Sobejano subraya la

identificación de los corresponsales Infante = Equis, como desdoblamiento del yo reflejado

en el monólogo, en su artículo «Forma literaria y sensibilidad social en La incógnita

y Realidad, de Galdós», en RHM, XXX, Nº 2, 1964, pp.89-107. Maryann Weber

recoge, junto a la opinión de Sobejano, la de otros críticos, como Gullón, que se inclina

a identificar a Equis con el lector (Introducción a La incógnita, Taurus, Madrid,

1976). La objeción de Tarrio sobre la imposibilidad material de desarrollar esa correspondencia

en tan poco tiempo señala un rasgo mas de ficcionalidad: TARRIO, A., «Lectura

semiológica de Fortunata y Jacinta», Las Palmas de Gran Canaria, 1982, Cfr. WEBER,

M., «Pragmatic Ploys in La incógnita», Anales Galdosianos, XXIII, 1988, pp.57-65.

3 Cito por la edición crítica de HERNÁNDEZ CABRERA, C. E., El abuelo (novela en cinco

jornadas), Las Palmas de Gran Canaria, Biblioteca Galdosiana, 1993.

4 Maryann Weber (op.cit.) ha llamado la atención en especial sobre los actos ilocutivos.

Creo que conviene insistir en la fuerza narrativa de los actos perlocutivos, como elemento

de cohesión textual: Ver el principio de la carta XVI (¡Qué pesado estás con tu

exigencia (...)”, de la carta XVIII: “Bueno, hombre, bueno: variaré de tocata”, de la XIX:

“pero es broma o qué es?”, entre otros y en especial en las cartas XXI, XXII y XXIII.

5 «Contestación del Sr. D. Benito Pérez Galdós», en Discursos leídos ante la Real Academia

Española en las recepciones públicas del 7 al 21 de febrero de 1897, Tello, Madrid,

1897, p.177.

6 Para la reducción temporal del relato con una carta, véase NAVARRO, J. M., «Estructura

textual y perspectiva narrativa en Doña Perfecta», Actas del Tercer Congreso Internacional

de Estudios Galdosianos, II, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Excmo.

Cabildo Insular de Gran Canaria, 1989, pp.113-121, y el efecto de sinopsis epistolar,

como en La familia de Leon Roch (1878) y en Las tormentas del 48 (Episodios Nacionales,

cuarta serie, 1902), en NAVARRO, J. M., «Terminología y concepto en Galdós:

turba, masa, pueblo», «Centenario de Fortunata y Jacinta (1887-1987)», Actas (Congreso

Internacional, 23-28 noviembre, 1987), Facultad de Ciencias de la Información,

Madrid, 1989, pp.81-86.

7 Infante usa el registro popular/coloquial: ‘abur’ (en vez de ‘agur’), como cierre y despedida,

‘chusco’ (III, 18), ‘filfa’ (III, 23), ‘guipando’ (XXIII, 116), vulgarismos expresivos,

como ‘rimpuesta’ (XXIII, 115), ‘trigedias’ (XXXI, 156), o retrata a a Pepe Amador, ‘el

pollo malagueño’, con su propio registro vulgar: “¡Miá que toó un día y toa una noche”.

¡Pamplinosa...! ¿pa qué esos papeles, si tú no eras na del cadáver?” (XXXI, 156). Cito

por la edición de Losada, Buenos Aires, 1944.

8 La apología del anarquismo y la revolución de Cisneros, que asombra a Infante, y que

culmina con el principio de la negación de la negación, resultan en la boca del burgués

Cisneros no tanto una actitud dialéctica como una Widerspiegelung de la ideología

burguesa del momento (carta III, pp.20-22)

9 MONTESINOS, J. F., Galdós, 3 T., Castalia, Madrid, I, 1968, p.175.

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10 Infante incurre en las mismas contradicciones de Cisneros con su conducta. En el

orden moral la figura de Orozco ofrece un caso singular, detenidamente analizado por

Penuel «The Ambiguity of Orozco’s Virtue in Galdós’ La incógnita and Realidad», Hispania,

53, 1970, pp.411-418.

11 Sobre las relaciones con el 98, ver especialmente RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, J, «Galdós.

Burguesía y revolución», ediciones Turner, Madrid, 1975, y, para una detenida visión

histórica, ÁVILA-ARELLANO, J., «El desastre del 98 en la obra de Benito Pérez Galdós

(1895-1905)», en Actas del Quinto Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, II,

Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1995,

pp.165-175.