EL CABALLERO ENCANTADO COMO

‘METAPARODIA’:

LA PROPUESTA GALDOSIANA AL 98

Assunta Polizzi

En diciembre de 1909, y después de cinco meses de trabajo entre

Santander y Madrid, Galdós publica la novela El caballero encantado, acompañada

por el asombroso subtítulo «Cuento real... inverosímil».1

Bien conocido es el desconcierto que ha manifestado siempre la crítica

acerca de este texto de tan difícil conjugación con el resto de la producción

galdosiana, o mejor con la producción de más clara aspiración realista.

Las palabras de J. Entrambasaguas, que sin embargo en 1958 incluye

la novela entre Las mejores novelas contemporáneas, sintetizan la actitud

más difundida: “El caballero encantado. Asunto real... inverosímil resultó y

resulta algo desconcertante para la crítica, por la transformación definitiva

que representa...”.2 Por consiguiente, en el pasado, la novela, fruto del

llamado “estilo de la vejez”,3 a menudo ha sido simplísticamente considerada

como un experimento poco logrado de un Galdós al que ya se le

suponía perdida su propia facultad fabuladora junto con la célebre capacidad

de observación y adhesión a lo real.4 Por culpa del supuesto senil

decaimiento artístico, además, parecía que el texto galdosiano se abriera

a una dimensión más gratuitamente fantástica.

Por otro lado, cierto sector de la crítica, especialmente interesado en

trazar la trayectoria de la componente histórico-política de la obra de Galdós,

ha mostrado una especial atención precisamente hacia El caballero encantado,

empeñándose en descifrar la estructura mítico-alegórica de un

texto que, sin duda, representa, en las palabras de Mora García, “un proceso

de culminación de una larga meditación sobre la crisis finisecular”.5 La

conciencia de tal crisis, había dicho el mismo crítico en una ocasión anterior,

fue percibida por Galdós como global, principalmente porque

sintió que el sujeto histórico en quien había confiado, las clases

medias, no había cumplido su función y ahora estaba a punto de

verse desbordado por unos movimientos obreros que podían

subvertir el orden liberal en que siempre había confiado.6

4.1-35

560

De ahí que, en esta clave de lectura, el viaje fantástico del Conde de

Tarsis, el “caballero encantado”, víctima de un asombroso sortilegio metamórfico

que lo obliga a cruzar el corazón geográfico e histórico de España,

Castilla la Vieja, y a la vez los humildes universos agrícola y minero, se

convierte en una alegoría político-social de la situación española en los

últimos decenios del siglo decimonónico. A la exposición de una subjetiva

visión de la historia por parte del escritor, en la novela se acompaña la

exposición de una propuesta para la resolución de la crisis.

Entretanto, según cuanto sostiene también Mainer, la búsqueda de ciertas

“esencias” nacionales en el ámbito de la “intrahistoria”, según el término

unamuniano, y la necesidad de crear un canal comunicativo con el

pueblo que seguía viviendo al margen de la historia oficial de un país

puesto a prueba, entre los dos siglos, por fracasos esencialmente ideológicos,

constituían un impulso determinante en algunos intelectuales que

acababan, así, por dar una respuesta de tipo “populista” a la crisis.7

En un artículo de 1901, titulado «Rura», el mismo Galdós exhortaba a

una solución en estos términos:

Volvamos a los campos, de donde salimos, para venir a

embutirnos en las células de estas ciudades oprimidas,

pestilentes, hospicios de la vanidad, talleres de una multitud de

labores, que acaban la vida antes de tiempo y dan a la Humanidad

este sello de tristeza, señal de turbación, de esclerosis y

desequilibrio. Sin renunciar a las luchas de la inteligencia, a las

investigaciones científicas y a los afanes gloriosos de la industria

y del arte, pongámonos en mejor terreno, en el terreno inicial,

fecundo y primitivo, que es la sacra tierra, de donde todo sale y

adonde todo ha de volver.8

Por consiguiente, El caballero encantado responde, desde un punto de

vista ideológico, a un programa de renovación política y moral muy claro

en la mente del escritor. Los puntos fundamentales de tal programa corresponden

esencialmente a una superación del pesimismo intelectual y

de la abulia que dejaba vislumbrar la literatura “noventayochista”. En el

artículo de noviembre de 1903, «Soñemos, alma, soñemos», Galdós toma

cierta distancia precisamente de esta actitud que, acerca de los inmediatos

acontecimientos históricos del país, la “catástrofe del 98”, había transmitido

la idea de un “inmenso bajón de la raza y de su energía”.

El pesimismo, -sostiene precisamente el escritor- que la España

caduca nos predica para prepararnos a un deshonroso morir, ha

generalizado una idea falsa. La catástrofe del 98 sugiere a muchos

la idea de un inmenso bajón de la raza y de su energía. No

hay tal bajón ni cosa que lo valga. Mirando un poco hacia lo

pasado, veremos que, con catástrofe o sin ella, los últimos cin561

cuenta años del siglo anterior marcan un progreso de incalculable

significación; progreso puramente espiritual, escondido en

la vaguedad de las costumbres.9

Para Galdós, en cambio, se hace necesaria la fe en las condiciones para

una renovación a partir de los valores morales antes que de las cuestiones

técnicas. Sin embargo, fundamental se revela la influencia “institucionalista”

que se concretiza en la necesidad de tratar el problema de la educación en

los términos de un instrumento esencial para la reforma del país.

Como el agua a los campos, -escribe Galdós en ese mismo artículo-

es necesaria la educación a nuestros secos y endurecidos

entendimientos (...). Procuremos instruirnos y civilizarnos, persiguiendo

las tinieblas que el que menos el que más lleva dentro

de su caletre.10

Y la transformación del personaje de Cintia en nuestra novela, de despreocupada

y acomodada colombiana en viaje por Europa a empeñada

maestra en la muy pobre aldea de Calatañazor, es un ejemplo muy elocuente

de cómo, una vez más, el interés pedagógico de Galdós se hace

tema narrativo.

* * *

El ambiente en que se mueve el protagonista de El caballero encantado

posee los contornos borrosos de un mundo fantástico en el que se mezclan,

de manera indefinida, los paisajes cervantinos visitados por don

Quijote y las tertulias del Madrid de finales del siglo pasado. Carlos de

Tarsis y Suárez de Almondar, “marqués de Mudarra, conde de Zorita de los

Canes, el héroe (por fuerza) de esta fábula verdadera y mentirosa” (p.75)11,

es un joven aristocrático que lleva una vida ociosa entre viajes y encargos

políticos desempeñados como una distracción más. “Mirando a lo del alma,

aparecían en don Carlos las virtudes caballerescas y, además, la gracia, el

ingenio, el don de simpatía” (p.76), virtudes éstas que lo harán, en cierto

sentido, idóneo para ser elegido como “caballero encantado”, ya que, según

Cintia precisa al final de la novela, “la Madre impone su corrección a

los hijos bien dotados de inteligencia, y que sufren de pereza mental o de

relajación de la voluntad”. (p.343)

Galdós escribe aquí una fábula en la que, gracias a la asunción de un

modelo narrativo que privilegia lo fantástico, un personaje puede entrar

en contacto con la entera dimensión histórica de su propio país. El “caballero”

puede penetrar, por lo tanto, el sentido de “lo hispánico” volviendo

a recorrer como en un peregrinaje diacrónico y sincrónico a la vez, las

vicisitudes históricas a través de los siglos y de las diferentes realidades

sociales de la España finisecular.

562

El viaje de Tarsis, -sostiene Correa- tiene, por consiguiente, un

sentido de encuentro con lo hispánico, a través de la tierra y el

paisaje, del alma colectiva de la raza, del hombre presente y del

antepasado prístino.12

El presente encuentra su respuesta en el pasado, por lo cual el encantamiento

refrena mágicamente el tiempo de la historia y lo obliga a un ritmo

que le permite al hombre comprender y redimirse.

La estructura entera de El caballero encantado se basa temáticamente

en un consistente itinerario que el protagonista cumple en su totalidad. En

este sentido el texto repite las estrategias estructurales del Bildungsroman,

de la novela de aprendizaje.

Temáticamente el personaje adquiere relieve y movimiento precisamente

desde el momento en que, sometido a encantamiento, recupera, junto a

la memoria de su anterior estado, esencialmente la plenitud de su propio

ser:

Sucedió, pues, que por grados llegó Gil a la conciencia de su

anterior vida de caballero, y la plenitud del desdoblamiento fue

determinada de súbito por un incidente, por una palabra (...).

Esta palabra, este Bálsamo, fue el golpe o manotazo que acabó

de descorrer el velo. Gil vio su interior inundado de luz, y se dijo:

“ya estoy en mí, en el mí de ayer. Soy don Carlos de Tarsis”.

(p.126)13

La metamorfosis, de hecho, que altera su posición social, se efectúa

como un camino terapéutico de psicoanálisis, a través del cual se le hace

posible volver a componer armónicamente sus propios elementos interiores

más disonantes y, sobre todo, activar, según explica el narrador, “la

subconsciencia o conciencia elemental [que] estaba en él como escondida

y agazapada en lo recóndito del ser, hasta que el curso de la vida la

descubriera y alentara de nuevo”. (p.117)

La memoria, de hecho, en las teorías bergosonianas, coincide con la

esencia de la vida espiritual y es la única dimensión en la que los diferentes

“yos”, que el concepto tradicional del tiempo como estructura

“espacializada” crea, pueden unificarse. La aventura real y visionaria del

“caballero” Tarsis se desarrolla, por lo tanto, en un estado de total conciencia

y conocimiento de sí y prepara al personaje a una resurrección

final que coincidirá con la completa asimilación por parte de Tarsis, el

hombre abstracto, de los conocimientos adquiridos a través de la experiencia

de su alter ego, Gil, es decir el hombre concreto.

La dualidad, el doble, el espejo que refleja una imagen mental (“Era un

espejo maravilloso, donde uno se miraba y no se veía, al contrario de lo

que sucede en todos los espejos. Yo me miré y te vi a ti Cintia”, p.165), y,

563

finalmente, la necesidad de recorrer un camino de auto-conciencia son

todos conceptos fundamentales en la novela y revisten este texto de una

especial modernidad, trazando algunas visibles relaciones con las inquietudes

intelectuales de los comienzos del siglo y, concretamente, con toda

la gama de los símbolos utilizados por los escritores del 98.14

A partir del subtítulo, «cuento real... inverosímil», El caballero encantado

le exige al lector un notable empeño exegético. Este último cada vez tendrá

que anclar la dimensión fantástica en que están narradas las “locas

aventuras hispánicas” del Conde de Tarsis a una sólida interpretación que

no contradiga esencialmente el sentido de lo real. Es decir, cada vez el

lector tendrá que volver a formular el común sentido de lo real basándose

en un lenguaje irónico y, en cierta manera, visionario, así como basándose

en una forma narrativa que se presenta de modo lúdico porque vistosamente

repite el modelo tradicional de los “libros de caballería” y, explícitamente,

el Quijote.

El mismo Galdós escribía en una carta a Teodora Gandarias que había

hecho una selección de textos castellanos de entre los volúmenes de su

biblioteca con el fin de encontrar para su novela “una forma fantástica,

extravagante, algo por el estilo de los libros de caballerías, que desterró

Cervantes, y que a mí en guasa, se me ha ocurrido rematar“.15

Adoptando la terminología genettiana, se trata, en efecto, de un declarado

caso de relación hipertextual entre El caballero encantado y un hipotexto,

el Quijote.16 Sin embargo, en la novela galdosiana la recuperación está

conscientemente programada, hasta llegar al juego irónico, y se efectúa

en varios niveles. Del uso de ciertos procedimientos narrativos, cuyo ejemplo

más vistoso está constituido por la división en capítulos cada uno

presentando un título descriptivo (comenzando con el primero “De la educación,

principios y ociosa juventud del caballero“, hasta el último “Con el

desencanto de Asur terminan, por hoy, estas locas aventuras hispánicas“),

a la presencia de un narrador que, lúdicamente, se esconde detrás de la

figura de un cronista, y a la utilización del tema de la locura que permite la

creación de una gama de personajes visionarios entre los cuales podemos

incluir sin duda a nuestro protagonista.

En su caso, en efecto, también en Carlos de Tarsis hallamos una relación

exasperada con la literatura que se concretiza en la costumbre de

“llenar con ávidas lecturas los vacíos del cerebro“ (p.75), además de serle

atribuida cierta tendencia alucinatoria sea durante su experiencia de “encantado”,

sea cuando vuelve a encontrar su estado original. Leamos ejemplos

de ambas:

Al principio las personas cercanas se le ofrecían en su natural

talla; pero las distantes se agigantaban hasta alcanzar estaturas

de veinte o más metros. Después todos, él mismo, eran gigan-

˙

564

tes, y las ruinas de una extensión desmesurada que en los horizontes

se perdía. (p.208)

Su imaginación exaltada reprodujo en algunas figuras otras de

muy distinta esfera que había visto y tratado en su azarosa vida

penitencial. Una de las damas era propiamente la Usebia de Aldehuela

de Pedrales, adobada la belleza campesina con

blanquetes cortesanos, enmendado el talle bárbaro con cincha

de ballena. El prurito de las semejanzas llevó a Tarsis al delirio...

(p.341)

Pero, en efecto, Carlos de Tarsis sigue en sentido contrario la trayectoria

quijotesca. Precisamente, el “encantamiento” del cual es víctima, en realidad,

se pone más en relación con cuanto le ocurre a Dulcinea, que, en la

mente de don Quijote, sufre la mágica metamorfosis de dama a campesina.

Si consideramos su aventura en conjunto como fruto de una constante

actividad visionaria, debemos tener en cuenta también el hecho de que

los límites entre el mundo real y el imaginario en El caballero encantado a

menudo se borran dejándose cruzar por elementos que turban la verosimilitud.

Sin embargo, en el texto cervantino el lector se quedaba en efecto

fuera de las visiones metamórficas producidas por don Quijote gracias a la

continua actividad desmitificadora de su alter ego, Sancho, o de la misma

realidad que sin piedad imponía continuas correcciones. Por lo contrario,

la novela de Galdós le permite al lector participar constantemente en la

extravagante experiencia del héroe, acompañarle en su viaje fantástico a

través de ambientes crudamente reales hasta hacerle dudar, una vez más,

de la idónea colocación de la realidad respecto a la imaginación.

Si la trayectoria marcada por la locura de don Quijote parte de la falta de

aceptación de una realidad percibida como banal y se dirige

hiperbólicamente hacia su transposición en imágenes re-dibujadas que la

exaltan, Tarsis en su peregrinaje es impulsado por un proceso de signo

contrario, por el cual se sumerge completamente en la realidad,

desvistiéndola cada vez de los falsos valores que la hacen ilógica e inconsistente.

Y aún más, don Quijote en su sueño visionario se viste de los

trajes de un caballero y efectúa un movimiento hacia atrás en el tiempo

para dar vida a sus fantasías acerca de una existencia heroica. Carlos de

Tarsis, en cambio, recibe el título de “una orden de caballería, Calatrava o

Santiago” (p.78)17 durante su vida “real”, es decir como “desencantado”,

pero, ya que “anhelaba, sí, reformar su vida, pero no con ideas y elementos

tan distantes de la realidad” (pp.78-79), se hallará vistiendo los trajes

de las clases más humildes de España y, después de un personal y profundo

conocimiento de la historia, será proyectado hacia el futuro. La locura

de don Quijote, finalmente, se agota gradualmente al contacto con la realidad

y a la vez agota la existencia del héroe; la que mágicamente sufre

Tarsis es un castigo regenerador.

565

Sin embargo, la inequivocable imitación del Quijote en el texto

galdosiano, hecho subrayado por muchas lecturas críticas pero, a nuestro

parecer, no suficientemente profundizado, y el uso del “citar” impulsan un

proceso de recuperación de segundo grado del artificio, cuyo resultado es

la producción de una parodia ella también de segundo grado, una

“metaparodia”, podríamos decir, y de un discurso irónico. Encontramos,

en el trozo que reproducimos íntegramente para no fragmentar su ritmo,

un ejemplo del uso de una voz narrante asimilable a la de un cronista que

adquiere el tono irónico gracias a la imitación paródica:

En este punto, se ve precisado el narrador a cortar bruscamente

su relato verídico, por habérsele secado de improviso el histórico

manantial. Desdicha grande fue que faltaran, arrancadas de

cuajo, tres hojas del precioso códice de Osma, en que el ignorado

cronista escribió esta parte de las andanzas del encantado

caballero. En dichas tres hojas se consignaban, sin duda, los

pormenores de la fuga; si el penco sostuvo en todo el viaje sus

hípicos arrestos; si los amantes hicieron alto en algún hostal o

caserío, para dar reposo a sus molidos cuerpos y a sus inquietas

almas. Falta también noticia de lo que hicieron al siguiente día, y

del vehículo que tomaron, pues el alquiler de la cabalgadura

terminaba en Tardelcuende. Queda, pues, desvanecida en la

sombra de las probabilidades y conjeturas una parte muy interesante

del rapto y escapatoria de Cintia. Mas no queriendo el narrador

incluir en esta historia hechos problemáticos o imaginativos,

se abstiene de llenar el vacío con el fárrago de la invención,

y recoge la hebra narrativa que aparece en la primera hoja, subsiguiente

a las tres arrancadas por mano bárbara o gazmoña.

(p.261)

V. Propp, en su libro publicado póstumo sobre lo cómico, explica que

la parodia consiste nell’imitazione delle caratteristiche esteriori

di un qualsiasi fenomeno di vita (le maniere di una persona, i

procedimenti artistici, ecc.), con il che viene completamento

oscurato o negato il senso interiore di ciò che viene sottoposto

alla parodia stessa. (...) La parodia tende a dimostrare che dietro

le forme esteriori di un principio spirituale non c’e nulla, che

dietro di loro c’e il vuoto.18

Entonces, la recuperación que efectúa Galdós del texto cervantino encuentra

probablemente un sentido precisamente cuando el escritor canario

decide diferir del modelo imitado, cuando elige parodiarlo y repite, por

lo tanto, el mismo experimento literario del Quijote respecto a los “libros

de caballería”, es decir llenar con un nuevo posible sentido un simulacro

literario. Por lo tanto, Galdós llega a producir un metatexto, una

“metaparodia”, en que los efectos de la reflexión literaria, multiplicándose

566

especularmente, abarcan la historia cultural entera de un país y el sistema

literario en su conjunto.

Terminado el encantamiento, sin embargo, no terminan sus efectos y el

nuevo hombre, Tarsis-Gil, que resulta de la fusión de dos diferentes identidades,

resuelve armónicamente el conflicto quijotesco entre la imaginación

y la realidad que su viaje visionario había hecho tangible por ser

narrable a través de imágenes “reales e inverosímiles”, según el subtítulo

sostenía. El héroe galdosiano que mora en esta novela acepta y sintetiza la

esencial dualidad del ser que, en cambio, caracteriza dramáticamente a

los protagonistas de los textos de los escritores del 98. Pensamos

emblemáticamente en el “hombre-voluntad” y el “hombre-reflexión” que

componen al personaje de Antonio Azorín creado por el escritor que, luego,

eligirá para sí este mismo pseudónimo.

En mí hay dos hombres -dice el personaje azoriniano-. Hay el

“hombre-voluntad”, casi muerto, casi deshecho... Hay, aparte

de éste, el segundo hombre, el “hombre-reflexión”, nacido, alentado

en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosas

autoanálisis. El que domina en mí, por desgracia, es el “hombrereflexión...

19

La propuesta de Galdós, en efecto, impone, como solución a la crisis

que le ha tocado vivir como hombre y como escritor, la asimilación armoniosa

porque consciente de lo múltiple a través de lo cual la realidad fundamentalmente

se revela, a partir del plano de la historia y de lo social

hasta llegar al plano del intelectual, que se ocupa de su transcripción en el

texto literario.

De ahí el sentido del viaje iniciático de Tarsis a través de la historia de

su propio país y a través de la memoria. Y de ahí que las trayectorias

cronológicas y espaciales de la narración necesariamente se entrelacen y,

casi mágicamente, produzcan al final un “prodigio” al nivel de mensaje

semántico del texto: un individuo regenerado en tanto en cuanto ha adquirido

conciencia de sí y ha vuelto a componer la fractura de su propia personalidad;

un prototipo de español que pueda resolver el perenne conflicto

entre las dos componentes históricamente antagónicas de la “España

bicéfala”, y que sea capaz de traducirlas en un vigorosa facultad edificadora.

Desde el punto de vista de la escritura, a través de la peculiaridad de El

caballero encantado Galdós ha mostrado, en cierto sentido, la superación

de las modalidades del Decadentismo europeo y del Modernismo español,

aislando, de todos modos, su propuesta de renovación en el ámbito de la

palabra literaria. En efecto, a través de la “metaparodia”, según la hemos

llamado, y a través del uso sistemático de las estrategias narrativas que el

discurso irónico impulsa en la narración, El caballero encantado ofrece su

567

propia propuesta para la superación de las normas culturales vigentes con

el fin de establecer nuevos códigos literarios.

Nos lo sugiere L. Hutcheon cuando sostiene que

...the key to the novel’s origins and development might well lie

in parody, in the unmasking of deed literary conventions and the

establishing of the new literary codes (...). Even Madame Bovary

can be, and has been, read as an attack on this very concept of

“realism”, as an allegory of the power of language and literature.

Y finalmente, en el ámbito de la reflexión acerca del principio mimético

del texto realista, el “prodigio” efectuado por Galdós es el de haber escrito

un “cuento real... inverosímil”, es decir, un texto en que el conflicto endémico

del discurso realista puede resolverse si el lector se dispone a aceptar

la ambigüedad radical de reconocer en la novela la ficción pero sin

dejar de asumir la primera como realidad.

568

NOTAS

1 La primera edición de la novela fue publicada en Madrid por el editorial Perlado, Páez y

Cía. (Sucesores de Hernando), pero, en realidad, El caballero encantado, ya desde el 9

de noviembre de 1909, se publicaba por entregas en la revista madrileña El Liberal

hasta el 6 de marzo de 1910 en que apareció la última entrega nº 55.

2 ENTRAMBASAGUAS, J., Las mejores novelas contemporáneas, Planeta, Barcelona, 1958,

I, p.820.

3 La fórmula, “estilo de la vejez”, fue utilizada por Schraibman en el célebre artículo de

1966 en que el crítico analiza El caballero encantado teniendo presente el estudio de

Broch, H., sobre el estilo de la edad mítica del escritor, «the style of old age» precisamente.

“Broch caracteriza este cambio estilístico de abstractismo, -recuerda Schraibmanno

ya de palabras, sino de símbolos, que expresan el significado de la obra, no por el

poder expresivo de la palabra sino por las relaciones sintácticas entre ellas”, p.168

(SCHRAIBMAN, J., Galdós y el “estilo de la vejez”, en Homenaje a Rodríguez-Moñino,

Madrid, 1966, II, pp.165-175).

4 RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS reproduce en su introducción a El caballero encantado una

significativa antología de comentarios críticos que se mueven en esta trayectoria:

«Gamero y de La iglesia (1934): “curioso capricho”; VALBUENA PRAT (1953): “caos

desigual e inelegante”; “bordea el pleno fracaso literario”; EOFF (1954): “claras señales

de declive en la capacidad creadora”; “blandura propia de la vejez”; HINTERHÄUSER

(1963): “una dosis de senilidad prematura”; SCHRAIBMAN (1966): “Estilo de la vejez”;

“Último sueño romántico de Galdós”, p.28 (RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS, J., Introducción a

El caballero encantado, Cátedra, Madrid, 1982, pp.13-72).

5 MORA GARCÍA, J. L., «Galdós novelista. A propósito de El caballero encantado», en Actas

del IV Congreso de Estudios Galdosianos, Ed. del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las

Palmas de Gran Canaria, 1990, p.739. Para un análisis de las implicaciones históricas

de la novela, cfr., además, CORREA, G., «El sentido de lo hispánico en El caballero

encantado de Pérez Galdós y la generación del 98», en Thesaurus, XVIII, 1963,

pp.231-241, incluido también en Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez

Galdós, Gredos, Madrid, 1977, pp.231-241; GILMAN, S., «El caballero encantado:

Revolution and Dream», en Anales Galdosianos, XXI, 1986, pp.45-52; RODRÍGUEZPUÉRTOLAS,

J., «Galdós y El caballero encantado», en Anales Galdosianos, VII, 1972,

pp.117-132, reproducido también como introducción a la edición por él mismo de El

caballero encantado, cit., pp.13-72.

6 MORA GARCÍA, J. L., «El fin de siglo visto por Galdós», en Ulula, 5-6, Athens, 1989, p.27.

7 MAINER, J. C., observa que “precisamente nace esta actitud populista (¿qué otros nombres

cabe dar a obras como San Manuel Bueno, mártir de Unamuno, El caballero encantado

de Galdós y las tragedias rural-populares de García Lorca?) que parece consustancial

a la literatura española del siglo XX: la búsqueda de un pueblo que se inventa

como tema, se manipula como esperanza y se desea como imaginario auditorio,

siempre al margen de la sociedad industrial, siempre identificado con la España rural y

muda” (MAINER, J. C., La edad de plata (1902-1939), Cátedra, Madrid, 1983,

pp.70-71).

8 PÉREZ GALDÓS, B., «Rura», artículo escrito en enero de 1901 y publicado en El Progreso

Agrícola y Pecuario, ahora en Obras completas, Aguilar, Madrid, 1990, III, pp.1260-

1261.

9 PÉREZ GALDÓS, B., «Soñemos, alma, soñemos», artículo de noviembre de 1903, publicado

en el primer número de la revista Alma Española, reproducido en Obras completas,

cit., III, p.1258.

10 Ibíd., p.1260.

569

11 Reproducimos entre paréntesis el número de página de la cita según la edición de El

caballero encantado por RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS, J., cit.

12 CORREA, G., El sentido, cit., p.25.

13 Es conocido el interés de Galdós por los personajes visionarios y por el psicoanálisis,

revelándose ya desde sus primeros textos como La sombra. En la recuperación de la

memoria por parte de Gil se hace evidente la aplicación de las teorías bergsonianas

acerca de la necesidad, por parte del individuo, de efectuar un itinerario sensitivo con

el fin de volver a apoderarse de su propio pasado. Un gesto, un sonido, un sabor, en

efecto, pueden devolvernos el recuerdo de las piezas que faltan a nuestra experiencia,

así como también Proust ha creído, estableciendo, en cierto sentido, un especial género

narrativo todo empeñado en el relato de la recuperación de la memoria.

14 “Of the episodios, -sostiene BLY, P.,- plays and “novelas de la serie contemporánea” that

Galdós wrote in those years in which the noventayochistas were starting their literary

careers, one work in particular, El caballero encantado, published in 1909, presents

points of fruitful comparison with the “temática noventayochista”, precisely because it

seems to contain so many recognizable pet themes of the Generation”, p.86 (CLARKE,

A. H., «El caballero encantado: Galdós’s Ironic Review of “Regeneracionistas”», en

Galdós’s House of Fiction, E. J. RODGERS (eds.), The Dolphin Book Co., Birmingham,

1991, pp.85-97).

15 En MADARIAGA DE LA CAMPA, B., Pérez Galdós. Biografía santanderina, Institución

Cultural de Cantabria, Santander, 1979 p.354.

16 Nos referimos al texto de GENETTE, G., Palimpsestes: La littérature au second degré,

Seuil, París, 1982.

17 El narrador precisamente relata: “Buscando Torralba nuevos modos de distraer al chico

de su vida licenciosa, discurrió afiliarle en una orden de caballería, Calatrava o Santiago,

pues sólo con pensar en los trámites de la ceremonia para recibir el hábito, y el

traje, armas, reglas de la comunidad y demás pormenores de la vistosa mascarada,

tendría entretenimiento para muchos días y una desviación de su espíritu hacia las

cosas nobles y solemnes” (p.78).

18 “La parodia consiste en la imitación de las características exteriores de un fenómeno

cualquiera de la vida (el gesto de una persona, los procedimientos artísticos, etc.) con

lo cual se obscurece o niega por completo el sentido interior de lo que se somete a la

misma parodia. (...) La parodia tiende a demostrar que detrás de las formas exteriores

de un principio espiritual no hay nada, que detrás de ellas hay el vacío” (PROPP, V.,

Comicità e riso, Einaudi, Torino, 1988 [1976], pp.72-73). La traducción es nuestra.

19 MARTÍNEZ RUIZ, J., Azorín, La voluntad, Castalia, Madrid, 1968, p.267.

20 HUCTHEON, L., «Process and Product. The Implications of Metafiction for the Theory of

the Novel as a Mimetic Genre», en Narcissistic Narrative. The Metafictional Paradox,

Routledge, London & New York, 1984, p.38