CALLES Y JARDINES. CASAS Y PALACIOS.

LA ESPACIALIDAD EN GALDÓS Y

VALLE INCLÁN

María del Carmen Porrúa

En la literatura finisecular occidental conviven, casi se atropellan, varios

movimientos. Romanticismo, realismo/naturalismo y modernismo son

posiblemente los más cercanos en la dimensión temporal y es obvio que

los deslizamientos entre unos y otros son a veces sutiles, pero no por ello

dejan de ponerse de manifiesto.

Temas, escritura, elección de personajes, perfiles ideológicos, utilización

del tiempo y del espacio son otras tantas posibilidades de abordaje a

la comparación de estos momentos.

Pretendo hoy exponer la posibilidad de que los cambios espaciales tengan

gravitación en un cotejo de modalidades literarias.

Parto de la base de la importancia que los estudios de la espacialidad en

la literatura han cobrado en las últimas décadas y que tiene como signo

más positivo el abandono de la idea reduccionista del espacio como simple

marco referencial para abarcar otras posibilidades entre las que no es

la menor la relación de espacio/personaje, la significación dentro de la

estructura textual y la conexión con el arte y las ideas filosóficas del momento.

Para esta intervención -y simplemente a modo de hipótesis- he elegido

para confrontar con el espléndido realismo galdosiano el primer momento

de Valle Inclán por ser lo más opuesto a la concepción del espacio de la

literatura realista.

Las conexiones entre estos dos escritores se han establecido y estudiado

especialmente en dos campos: el de las relaciones personales y el de la

actitud ante la novela histórica o el teatro. Ambos campos ofrecen el atractivo

de la unión y confrontación de dos figuras que considero privilegiadas

en la literatura española contemporánea. Es imprescindible en el estudio

de estas conexiones el trabajo de Iglesias Feijóo de 1981 donde va más

allá y exhaustivamente pasa revista a las actitudes estéticas de Galdós

poniendo de manifiesto cómo el escritor está cerca de los del 98 y cómo

evolucionó su estética hacia el “impresionismo “aunque sostiene que “sus

intentos de acercarse a los nuevos modos de creación resultan casi patéti-

4.1-36

571

cos”. No me voy a detener en las similitudes que se han encontrado en el

teatro de ambos autores ni en la ya citada relación establecida a través de

las novelas históricas sino en la prosa narrativa entre mediados de los 80

y el comienzo del siglo XX.

Este acercamiento que pretendo, a pesar de corresponder a líneas generales

de movimientos artísticos, tiene un ámbito de singularidad sobre

el que quisiera detenerme.

Las novelas de Galdós despliegan la ciudad moderna. Me ocuparé solamente

de La desheredada (1881) y de Fortunata y Jacinta (1887). En cuanto

a Valle Inclán me apoyaré en algunos cuentos y novelas cortas y en

Sonata de Otoño, obras ubicadas entre 1895 y 1909 y que en la mayoría

de los casos tienen primeras versiones anteriores a 1902 (Cfr. Eliane

Lavaud,1991). Estas obras de Valle Inclán se recogen o bien en los ambientes

rurales (molinos, rectorales, casas aldeanas) o más ostensiblemente

en palacios y jardines.

Calles y Jardines.

1. Benito Pérez Galdós ha utilizado como pocos contemporáneos la ciudad

moderna en todos sus aspectos. Posiblemente sea Clarín el otro único

representante de esta apropiación. De cualquier manera se pueden establecer

claras diferencias entre ambos.

Galdós expone lo urbano, lo utiliza profusamente. Valle Inclán se detiene

en la descripción morosa de ambientes señoriales. En Galdós la calle,

la plaza, es el pueblo; en Valle Inclán, el jardín es la aristocracia. Tenemos

que llegar a los 20 para que, en forma plena, la casa rural cobre significado

en su obra.

El Madrid de Galdós es un espacio dinámico, opulento en sus barrios

burgueses, miserable en sus reductos populares. Algunos talleres (la fabrica

de sogas del cap.3 de la I Parte y la linotipia del cap.4 de la II de LD)

marcan la incipiente industrialización. No faltan los espacios de la ”carrera”-

también característica del siglo- como la farmacia de Samaniego en F y

J. No se olvidan los que significan reclusión -las Micaelas, el Leganés, la

cárcel-. Pero sobretodo aparece la calle, las calles madrileñas que crean

una ineludible geografía galdosiana.”Calles bulliciosas, cuya vida y animación

convidan a los placeres y a intentar gratas aventuras” (LD, I, p.17). El

Madrid de Galdós, como el París de Balzac o el Londres de Dickens, es el

lugar privilegiado donde deambulan, se pierden, se encuentran, se asombran,

se enfrentan o se refugian los personajes. No es dable adjudicar

inocencia a don Benito. Las calles le sirven para las conjunciones y

disyunciones, le sirven para abrir el abanico social. Las calles son bullangueras,

vivientes: la Puerta del Sol late como un corazón siempre alborozado

(LD, íd.). La ciudad entera está viva: “Los teatros llaman con sus

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rótulos de gas, las tiendas atraen con el charlatanismo de sus escaparates,

los cafés fascinan con su murmullo y su tibia atmósfera (...). El vagar (...)

tiene todos los atractivos del paseo y las seducciones del viaje de aventuras.

La gente se recrea en la gente” (íd.). La modernidad provoca atascos,

accidentes (FJ, III, p.7); aparece la ruina, lo sucio, lo asqueroso, la “forma

intermedia entre la vivienda y la cloaca (...)” donde “todo está a punto de

desquiciarse y caer. Es una ciudad movediza compuesta de ruinas” (LD, I,

p.6). Alguna vez (caso de Ido en el cap.9 de la parte I de F y J), el personaje

transforma el entorno. Así “el campo del Mundo Nuevo que es el sitio más

desamparado y más feo del globo terráqueo, le pareció una bonita plaza

(...) Allí la Puerta de Toledo, ¡qué soberbia arquitectura! A la otra parte, la

fábrica de gas... ¡oh prodigios de la industria!”

Las calles sirven para mezclar, nivelar o individualizar. Provocan la tentación

de buscar la apoyatura real. Inquietan al lector. Es Madrid. Pero

también es no Madrid. Es el Madrid transfigurado, es el Madrid recortado y

elegido pero es el Madrid nominado, como el París de Balzac, como el

Londres de Dickens. Pareciera que las grandes capitales pueden mostrarse,

desnudarse ante el lector. En cambio las ciudades de provincia son

enmascaradas por el narrador: Orbajosa, Vetusta, Marineda...

Ninguna ciudad aparece en el Valle Inclán cercano a este momento.

Hasta Luces de Bohemia y de muy diferente manera, no surge la gran

ciudad en Valle. Sí aparecen, en obras bastante contemporáneas al momento

modernista, y también enmascaradas, las “villas” de la costa gallega:

Flavia Longa, Viana del Prior etc.

¿Qué aparece en el Valle de esa época? Un poco Compostela (“Mi hermana

Antonia”), reducida a la plaza de las Platerías y a la Catedral. Una

visión mínima que luego ampliará con sus concepciones en La Lámpara

maravillosa diciendo: “De todas las rancias ciudades españolas, la que

parece inmovilizada en un sueño de granito, inmutable y eterno, es Santiago

de Compostela (...) En esta ciudad petrificada huye la idea del tiempo.

No parece antigua, sino eterna”. Esta visión corresponde a la idea de “ciudad

muerta”, estudiada como topos simbolista en un excelente trabajo de

Lozano Marco (1995) quien cita un texto de Unamuno en el que don Miguel

afirma:

Yo no sé por qué me acordaba de Brujas (en clara alusión a Brujas

la muerta de Rodenbach) y de tantas otras muertas ciudades, y

pensaba en amores furtivos, en tragedias ocultas, en dramas de

misterio entre amantes de negro bajo la negrura lluviosa de la ciudad,

en citas que alguien creería sacrílegas, en las oscuras naves

románicas de la catedral (1912, “Santiago de Compostela”,

Andanzas y visiones españolas).

Esta cita de Unamuno resulta la enumeración de los motivos que encadenan

el citado cuento de Valle Inclán.

573

Pero, contrariamente a sus compañeros de generación -a Baroja, a

Azorín-, Valle Inclán no se detiene en las quietas ciudades provincianas

sino que elige, en esta primera época, los jardines señoriales cuajados de

rosas y de mirtos, los jardines “umbríos” de “Rosarito”, jardines que configuran

un sólo tipo de personajes, jardines que son caminados por un sólo

tipo de personajes. No hay abigarramiento, no hay sonido, excepto el de

las fuentes modernistas, nadie tropieza con nadie; no hay manera de que

la intriga se anude por el azar. El eje de circulación de la novela realista

está anulado. Es reemplazado por el club cosmopolita y mundano para

esta función (“Rosita”). No hay un solo jardín en la narrativa galdosiana de

esta época, como los hubiera en novelas anteriores (el de los amores de

Mariquiña, el perteneciente a los Lantigua, para citar algún ejemplo). A

veces un paisaje: el que se ve desde Madrid, o Madrid desde la lejanía. Sí,

lo habrá más adelante, -y con tintes modernistas según lo visto por

Casalduero en el capítulo VI de su conocida obra sobre Galdós (1943) y

recogido por Allen W. Philllips (1979)- en Las tormentas del 48, donde no

faltan las rosas, las lilas, las blancas azucenas, los lirios y el laberinto.

Pero donde hay que detenerse, insisto, es en la calle. Galdós lanza a las

calles madrileñas a sus personajes. Todos ellos transitan, se mueven por

el Madrid galdosiano. El trabajo de Farris Anderson (1985) demuestra cómo

en Fortunata y Jacinta la ciudad “deja de ser trasfondo ambiental para

convertirse en ordenadora de las experiencias de sus personajes” pero

creo que se pueden también aplicar estas palabras a La desheredada. Isidora

y Fortunata aman la calle y su bullicio. Es también para ellas el lugar de las

tentaciones. Guillermina Pacheco las recorre en cambio apresurada, siempre

con un destino prefijado (A las nueve y media “ya había andado aquella

mujer medio mundo (...)” (F y J, III, p.7), nunca morosa como pueden

serlo Fortunata o Isidora que a veces vagabundean sin meta, llevadas y

traídas por sus pensamientos o sus apetencias o sus corazonadas, deteniéndose

aquí y allá, ante un escaparate de artículos de lujo o ante un

escaparate de tubos, escaparate que se repite en la ensoñación de Fortunata

en el cap.7 de la III parte. Es en el cap.7 de la I Parte de LD donde se

despliega este motivo del ambular y del desear. Ahora bien, tanto

vagabundeos sin rumbo, como caminatas pautadas, tanto escaparates de

tentación como escaparates neutros, son elementos fuertemente imbricados

en los personajes y en sus acciones. Se ha estudiado (Bly, 1977) la

importancia de la Plaza Mayor en Fortunata. Es indudable que la pertenencia

a ese espacio madrileño es muy fuerte y que esto incide en la estructura

de la obra. Pero también los otros personajes femeninos son absorbidos

por las calles. Recordemos el paso de Jacinta por la calle de Toledo en

el cap.9 de la I Parte aunque va “tan pensativa que la bulla de la calle (...)

no la distrajo de la atención que a su propio interior prestaba”, pero, al

final de la descripción, el narrador advierte que Jacinta se asustaba de ver

tantas tabernas. Casi no existen los espacios “vacíos” en el sentido que da

Jeaninne Jallat (1985) a los “lieux balzaciannes” donde nada ocurre

narrativamente. Lugares de paso o meras descripciones que configuran lo

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que denomina “desiertos” porque, con muy pocas excepciones, los lugares

están “llenos” por los personajes y sus acciones.

En el caso de Fortunata es indudable que los diferentes espacios en los

que habita a lo largo del texto la ayudan a configurar transformaciones

que están acompañadas ostensiblemente por modos de vestir, de hablar

etc. Esto tal vez sea aún más notable en el personaje de Isidora.

2. Galdós moviliza a sus personajes. Valle Inclán los inmoviliza. En las

obras más cercanas a la producción de don Benito de la época a la que

estoy haciendo referencia, los personajes de Valle pueden “pasear” (Rosita

y el duquesito; Bradomín y Concha), pueden llegar o partir (Bradomín,

Montenegro), a trasladarse pausadamente por cortos trechos (Antonia y su

hermano) pero nunca a recorrer tumultuosamente las calles coloridas. El

punto más alto de inmovilidad es el de la madre de Beatriz. “La condesa

casi nuca salía del palacio: Contemplaba el jardín desde el balcón plateresco

(...)”. Un jardín “señorial, lleno de noble recogimiento. Entre mirtos

seculares blanqueaban las estatuas de dioses (...) Los cedros y los laureles

cimbreaban con augusta melancolía sobre las fuentes abandonadas: Algún

tritón, cubierto de hojas, borboteaba a intervalos su risa quimérica, y

el agua temblaba en la sombra, con latido de vida misteriosa y encantada”.

(cap.I)

Este jardín de “Beatriz” tiene su ampliación en el jardín de “Rosarito” en

el que resuenan las estrofas del Nocturno de José Asunción Silva de

1894:”Una noche/Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de

música de alas/Una noche/ en que ardían en la sombra nupcial y húmeda

las luciérnagas fantásticas/(...)”.

Veamos el texto de Valle Inclán que abre el capítulo VI:

Del fondo oscuro del jardín, donde los grillos daban su serenata,

llegaban murmullos y aromas. (...) El jardín cargado de aromas, y

aquellas notas de la noche, impregnadas de voluptuosidad y de

pereza, y aquel rayo de luna, y aquella soledad, y aquel misterio,

traían como una evocación romántica de citas de amor (...).

Este texto se condice con la personalidad y la actitud de Don Miguel de

Montenegro. Resulta como él “misterioso y oscuro”.

En 1902, el jardín de Sonata de Otoño es también “antiguo”, tiene como

el Palacio, ”esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en

otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor”. Está en esa

mañana de otoño “húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la

noche” y Concha se encuentra sumida en la señorial ocupación de cortar

rosas. Pero no se detiene aquí Valle Inclán. Necesita impregnar el texto

con la visión complementaria de ese jardín decadente y moribundo don575

de “las carreras estaban cubiertas de hojas secas y amarillentas”, los caracoles

tomaban sol “inmóviles como viejos paralíticos”; las “flores empezaban

a marchitarse en las versallescas canastillas recamadas de mirto y

exhalaban ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos”.

El agua de la fuente, rodeada de cipreses, “parecía difundir por el jardín un

sueño pacífico de vejez, de recogimiento y de abandono”.

Si el jardín de “Beatriz” es contemplado por la Condesa como una

reafirmación de su aislamiento; si el de “Rosarito” está consustanciado

con la figura del impenitente seductor, éste del palacio de Brandeso, al

que se ha homologado con “el parque viejo del modernismo” (Cfr. Gullón,

1980), no hace más que acumular elementos para que la enfermedad y la

muerte se refuercen con su aspecto.

Casas y Palacios.

1. No está ausente en Galdós el palacio. El de Aransis tiene una especial

connotación en la historia de Isidora pero también en la de los propios

Aransis. “Aunque todo está en orden y bien defendido de la polilla, hay allí

olor de soledad y presentimiento de ruina”. Se la define como “casa desamparada”.

Hay constelaciones semánticas: soledad, silencio, humedad,

oscuridad, que se condensan en el cuarto de la hija muerta: polvo, neblina

gris, flores naturales convertidas en harapos, cárdenos dorados que se

han vuelto negros, ropa ajada y descolorida, ”todo invadido de tal modo

por la muerte que parecía próximo a caer si se tocaba (...)”. Olores a polilla,

a flores mustias, a perfumería podrida y descompuesta por la vejez.

Tal como sucede en la literatura decimonónica aparecen los “secretos” en

un escritorio de ébano: el inevitable paquete de cartas, que van a la hoguera

junto con mechones de cabello, recuerdos y flores. (LD, I, p.9). Hay

además una aproximación a órdenes arquitectónicos. Esos caserones del

XVII “parecen responder a la idea de que Madrid fuese una corte provisional”.

Caserones que tienen una nula importancia artística, mediana solidez

e indican que al parecer “los señores antiguos (...) se acomodaban a

vivir sin luz y sin abrigo, ya en anchas cavidades desnudas, ya en oscuras

estrecheces”. (íd.)

También Evaristo Feijóo tal como aparece en el cap.4 de la parte III de

F y J, vivía “en el segundo piso de un caserón aristocrático de la calle de

Don Pedro. Era uno de esos palacios grandones y sin arquitectura, construidos

por la nobleza”.

Sin embargo son las casas burguesas o humildes las que acogen o expulsan

a la mayoría de los personajes. Hay además otra característica relacionada

con los lugares de habitar: son las mudanzas. Tanto Isidora como

Fortunata varían de domicilio de acuerdo a los cambios que se operan en

sus vidas. En el caso de Fortunata, sus cambios de domicilio son enumerados

por el citado trabajo de Farris Anderson y es ocioso abundar en ello.

576

La pequeña burguesía galdosiana vive estrechamente. “El comedor, expuesto

al Poniente, estaba caldeado como un horno (...) Doña Laura había

abierto la ventana que daba a un renegrido patio, por donde subía el vaho

infecto de una cuadra de caballos de lujo instalada en el fondo de él” (LD,

I, p.8; la casa de Relimpio). La casa de Isidora como amante de Pez en la

calle Hortaleza es “nueva, bonita, alegre, nada grande” pero la carencia de

proporciones “indicaba que aquel hogar se había formado de improviso y

por amontonamiento, no con la minuciosa yuxtaposición del verdadero

hogar doméstico, labrado poco a poco por la paciencia y el cariño de una

o dos generaciones” (LD, II, p.1). La descripción de esa casa, que no conforma

el gusto estético de Isidora, lleva gran parte del capítulo. La sala

“comprada in solidum por Joaquín en una liquidación provenía de una

actriz que no pudo disfrutarla más de un mes”, le resulta “cursi”. El armario

de luna de su gabinete había tenido gran apariencia por algunos días

pero luego empezó a desvencijarse “como nacido en talleres de pacotilla y

vendido en un bazar por poco dinero”; los cromos que adornaban las

paredes le parecían “groseros”. De todo se desprende o bien el mal gusto

de Joaquín o bien la poca importancia que le concedía a Isidora. Pero

además, todos esos objetos también se movilizan. Observemos esta movilidad:

provienen de diferentes lugares, se asientan precariamente en la

calle Hortaleza para desperdigarse nuevamente. Corresponden a la movilidad

de la propia Isidora.

Fortunata transita por varias casas: la puesta por su marido, la puesta

por Juanito, la puesta por Feijóo. En esta última aparece la máquina Singer,

emblema del arreglo económico y de la laboriosidad que ya imperaba en

la casa de Relimpio.

La casa de La Cava es descrita en el cap.4 de la I Parte y en el 3 de la IV,

principio y final para Fortunata “de la historia de sus desdichas”. La primera

vez que se menciona, se hace desde un punto de vista arquitectónico.

Se destaca la fortaleza del edificio, su empinada escalera toda de piedra

que provoca el orgullo de Estupiñá. La segunda vez aparece el interior de

la vivienda de Segunda en la que vivirá hasta su fin Fortunata. La descripción

tiene un signo negativo y otro positivo. El primero está conformado

por semas como sucio, feo, mugre, inferior, basurero, grietas etc. El signo

positivo está constituido por el balconcillo o terraza desde el que se divisa

el cuadrilátero de la plaza cuya vista desde allí era “bonita, despejada y

alegre”. Entre lo negativo y lo positivo están los pensamientos de Fortunata

sobre los arreglos que pedirá al administrador y las reflexiones sobre el

posible dueño actual de la casa que había pertenecido a Moreno Isla y que

seguramente estaba administrada por Estupiñá. La vista de la plaza introduce

en el cuarto de la Cava al hermano de Máximo Rubín, o sea, el

pasado reciente en el presente narrativo.

Las casas de la alta burguesía rezuman comodidad y confort. Son amplias,

poseen muchas habitaciones que a veces funcionan como parte de

577

la intriga. No habría enfrentamiento entre Fortunata y Jacinta si no hubiera

en la casa de Guillermina Pacheco recatadas alcobas (III, p.7). Tampoco

podrían vivir juntas las dos generaciones de Santa Cruz dando lugar a

necesarias reservas o justificadas expansiones (pongamos por caso los

celos de Jacinta o la complicidad para adoptar el pitusín) si no se tratara

de una casa muy grande en la calle de Pontejos calle también de habitación

de Guillermina Pacheco y del primo Moreno. Una quinta parte del

capitulillo III del cap.VI de la Primera parte está ocupada por su descripción,

bastante minuciosa: disposición de las habitaciones (a la izquierda, a

la derecha, seguía luego, se comunicaban, era interior etc.), mobiliario y

ornamentación. Se trata de una vivienda sólida que está acorde con la

solidez de sus propietarios.

La calle de Mira el Río alberga una casa de vecindad que está constituida

por un patio cuadrilongo y dos filas de corredores con antepechos de

fábrica y pilastrones de madera pintada de ocre“. Una y otra vez el narrador

especifica cómo es de trabajoso avanzar por tales lugares sorteando

obstáculos. Al mismo tiempo, el avanzar de los personajes (Jacinta y

Guillermina) permite la visualización de los diferentes interiores. Hay mayor

abundancia por parte del narrador que expresa las diferencias sociológicas

y económicas que implica la existencia de un segundo patio al que

dan viviendas más estrechas y miserables y donde hasta “el aire (era) más

viciado, el vaho que salía por puertas y ventanas más espeso y repugnante“

(F y J, I, 9). Focalizando la descripción aparece la vivienda de Ido del

Sagrario: salita angosta, alcobas interiores, “oprimidas y lóbregas“, cocina

como cubil frío, paredes como de carbonería, ladrillos tecleantes bajo los

pies, etc. Y en medio de todo ello, los elementos con los que esa familia se

ganaba la vida como “luteros“, actividad que es detallada prolijamente en

el texto. La misma casa aparece en el cap.6 de la III Parte, pero esta vez se

trata del domicilio de Severiana donde agoniza Mauricia y que es “una de

las mejores de aquel falansterio, y que por su capacidad y arreglo bien

podría pasar por lujosa en semejante vecindad“. Lugar de doble significado

narrativo: el de la muerte de Mauricia y el del primer enfrentamiento

entre Fortunata y Jacinta.

2. En el Valle Inclán modernista, los molinos son lugares de citas clandestinas

(Eulalia) o lugares de refugio momentáneo (Sonata de Otoño) y

sirven también para expresar las diferencias sociales como aparece

explicitado en las primeras páginas de Sonata de Otoño. En Eulalia, el

molino es descrito plásticamente: “Era alegre y geórgica la paz de aquel

molino aldeano, con sus muros cubiertos de húmeda hiedra, con su puerta

siempre franca, gozando la sombra regalada de un cerezo“(II, Eulalia) El

molino tiene arriba “una sala entarimada de nogal, con tres puertas sobre

la solana y ruinosa balconada sobre el río (...). (III, íd.)

La rectoral de El rey de la máscara, relato de 1897 y agrupado en Jardín

Umbrío “era negra, decrépita y arrugada, como esas viejas mendigas que

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piden limosna, arrostrando soles y lluvias, apostadas a la vera de los caminos

reales“, la de Santa Baya en “Juan Quinto“ “está vecina de la iglesia,

en el fondo verde de un atrio cubierto de sepulturas y sombreado de olivos“.

Se ha dicho que la crisis de fin de siglo lleva a los modernistas a enfrentar

“lo inmediatamente anterior, la situación pequeño-burguesa del realismo

y su pacata y limitada visión reflejada del mundo.

(...) Sienten claro desdén por la observación rigurosa de la realidad

entorno (...) De ahí que no paren mientes en lo cotidiano, lo vulgar,

lo doméstico y de andar por casa, porque les parece pulverizable y

transitorio (...) no cabe hablar de dicotomías y desprecio por la

realidad ambiente: simplemente la ignoran (...). (Polo García 1987)

Esto trae como consecuencia que Valle Inclán ignore las casas burguesas

a las que no les dedica más referencia que la de un canapé o un

brasero y que se detenga, morosamente, en la descripción de palacios en

los que se acumulan los objetos suntuosos y de factura única, los damascos,

los terciopelos, los blasones bordados, los candelabros de plata (“Beatriz“),

los antiguos veladores con tablero de damas“ (“Mi hermana Antonia“,

“Rosarito“), los relojes barrocos, las cornucopias, el lecho de palo santo

(“Rosarito“), los espejos guarnecidos de plata antigua (“Beatriz“) sin omitir

los objetos personales acordes con esta suntuosidad y particularización:

pañolitos de encaje perfumados, un único guante negro, muletas con cojín

de terciopelo carmesí, medias de seda negra con bordadas flechas de

color malva, ligas con broches de oro, rosarios de Jerusalén, etc., que

llegan a tener su correspondencia en Galdós en el pañuelo “marcado con

la cruz de San Juan sobre las iniciales“ que advierte Ortiz Armengol (1977)

en España sin Rey escrito entre 1907 y 1908.

El palacio de Brandeso en Sonata de Otoño, aparece primero desde

afuera. Bradomín lo distingue a lo lejos con todas sus ventana cerradas “y

los cristales iluminados por el sol“. Dentro, en las habitaciones está encendido

el fuego, arden bujías en candelabros de plata, se reproducen las

colgaduras de Damasco.

El palacio, del XVIII, es casi todo de estilo plateresco. “Un palacio a la

italiana con miradores, fuentes y jardines“. Palacio que es recorrido por

los protagonistas “evocando otro tiempo“. Salas entarimadas de nogal,

frías y silenciosas que conservan todo el año el aroma de las manzanas

agrias y otoñales puestas a madurar sobre el alféizar de las ventanas. Salones

con antiguos cortinajes de Damasco, espejos nebulosos y retratos

familiares.

En aquellas estancias nuestros pasos resonaban como en las iglesias

desiertas y al abrirse lentamente las puertas de floreados

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herrajes, exhalábase del fondo silencioso y oscuro el perfume lejano

de otras vidas. Solamente en un salón que tenía de corcho el

estrado, nuestras pisadas no despertaron rumor alguno (...) En el

fondo de los espejos el salón se prolongaba hasta el ensueño como

en un lago encantado (...)

Un punto importante es el mirador. Ese lugar privilegiado entre el adentro

y el afuera que en este caso es flanqueado por

gentiles arcos, cerrados por vidrieras de colores (...) con ese artificio

del siglo galante que imaginé las pavanas y las gavotas. En cada

arco, las vidrieras formaban tríptico y podría verse el jardín en medio

de una tormenta, en medio de una nevada y en medio de un aguacero.

La descripción de este palacio se hace desde el recuerdo, desde las

memorias del marqués de Bradomín y desde este lugar hay dos recorridos:

uno el que Xavier hace por la noche llevando a Concha muerta en sus

brazos; otro es el pormenorizado al que ya he hecho referencia y donde

hay otro repliegue de la memoria ya que Concha va recordando todos los

sitios donde había transcurrido su vida de niña junto a Xavier.

Este palacio además protege y oculta. Protege de la lluvia y el temporal;

oculta los amores adúlteros. Y estos amores clandestinos son vastamente

descriptos cosa que no sucede por cierto en las novelas de Galdós. Tal vez

porque la sensualidad y el erotismo necesiten de otros espacios que los

que utilizaba don Benito.

Por otra parte, estos palacios de la literatura modernista entrañan una

biografía aún más dilatada que las que se pueden rastrear en la casa burguesa

de Galdós (pongamos por caso la de los Santa Cruz). Estos palacios

se van heredando desde siglos y seguramente nada de su interior se vende

o se compra. Todo se transmite.

La multiplicidad de ventanas, de cristales, de miradores permite a los

personajes de Valle Inclán situarse en los jardines desde los interiores.

Siguiendo los cánones de la literatura realista, la mirada desde lo alto permite

vislumbrar lo exterior (última casa de Fortunata). Muy pocas veces la

mirada atraviesa y nunca por cierto para contemplar un exterior amable.

Esto confirma la idea ya enunciada de que los espacios en el Valle Inclán

modernista inmovilizan a los personajes y que los espacios de la literatura

realista de Pérez Galdós los movilizan. La inmovilización por otra parte, se

presta a una especial estética, la del Jungendstill, la de la influencia

prerafaelista y antindustrialista que fue característica del momento y que

ha estudiado Lily Litvak para España en su trabajo de 1980.

580

La calle vivificante, niveladora, estridente, tumultuosa de la literatura

realista es reemplazada por caminos recoletos, laberintos puramente decorativos,

senderos cubiertos de hojas marchitas.

Las casas cambiantes, diferentes, transformadas, albergadoras de muchos

que están significando deslizamientos sociales y también morales, se

vuelven o inocentes habitaciones primitivas casi arcaicas o, preferentemente,

aristocráticos palacios instalados a través de las generaciones con

muebles y objetos “que tienen historia y narran historia“ (Gruenter1988).

Inmovilidad buscada contra movilidad impuesta por el devenir histórico.

Dinamismo para expresar una sociedad cambiante, heteróclita. Cristalización

para crear una realidad literaria, significativa y distinta.

581

OBRAS ESTUDIADAS

PÉREZ GALDÓS, B., La Desheredada, 1881. Ed. utilizada, Obras Completas, Aguilar, Madrid,

tomo IV, 1949.

PÉREZ GALDÓS, B. Fortunata y Jacinta,1886-1887. Ed. utilizada, Obras Completas, Aguilar,

Madrid, tomo IV, 1949; ed, Fco. Caudet, Cátedra, Madrid, 1992.

VALLE INCLÁN, R. Corte de amor, 1903. Ed. utilizada, Historias de amor, Garnier, París,

1909; Corte de amor, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1949; Obras Completas, Plenitud,

Madrid, tomo II, 1952.

VALLE INCLÁN, R. Jardín Umbrío, 1903. Ed utilizada, Jardín novelesco, Maucci, Barcelona,

1908; Jardín Umbrío, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1946; Obras Completas, Plenitud,

Madrid, tomo I, 1952.

VALLE INCLÁN, R. 1902, Sonata de Otoño. Ed. utilizada, Opera Omnia, Plenitud, Madrid,

vol. VII, 1918; Obras Completas, Plenitud, Madrid, tomo I, 1952.

BIBLIOGRAFÍA

ANDERSON, F., Espacio urbano y novela: Madrid en “Fortunata y Jacinta“, José Porrúa

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