GALDÓS Y UNAMUNO COMO NOVELISTAS
HISTÓRICOS DE LAS GUERRAS CARLISTAS
Geoffrey Ribbans
Como es bien sabido, Unamuno puso un especial empeño, durante un
periodo de unos diez años, desde sus 24 a sus 34 años aproximadamente,
en elaborar una obra de gran trascendencia para él: con sumo cuidado,
expuso en Paz en la guerra el efecto tan entrañable que le produjeron las
guerras carlistas en su propia tierra y su propio curso vital. No es extraño,
pues, que le proporcionara una gran satisfacción reconocer (o creer reconocer)
una influencia de su novela histórica en la obra de un escritor ya
consagrado y veintiún años mayor que él, quien estaba en aquel entonces
reanudando, dentro de una nueva serie (la tercera) sus renombrados Episodios
Nacionales. En una carta a Clarín del 9 de mayo de 1900 escribe
Unamuno: “¿Sabe usted cuáles han sido mis más íntimas satisfacciones?
Pues el ver, sin que de ello me quepa duda, ... la influencia de mi novela
en Luchana, de Galdós, y en otros Episodios de los últimos...“.1 ¿Es una
ilusión esta influencia? Para aclarar el asunto revisemos rápidamente la
relación entre los dos escritores en esta época.
Unamuno mandó al célebre novelista canario un ejemplar de su novela
así que salió de la imprenta el último día, según parece, del año 1896.2 No
se sabe cómo respondió Galdós, pero los dos escritores sostuvieron, eso
sí, una cordial relación epistolar, de la cual algunas cartas de Unamuno
han sobrevivido.3 En la primera que se ha conservado, del 30 de noviembre
de 1898, Unamuno agradece a su siempre lacónico corresponsal “las
seis líneas” de una carta anterior; se trata de una respuesta a un artículo,4
no al recibo de la novela. Así es indudable que, durante los casi dos años
que han pasado desde la publicación del libro, se intercambiaban más
cartas, sobre todo de parte de Unamuno, obsesivamente expansivo en sus
manifestaciones epistolares y ávido de suscitar una reacción crítica de
parte de las figuras establecidas. De todos modos, esta carta de finales de
1898 reviste gran interés porque, como consecuencia de la célebre crisis
nerviosa que padecía a partir de marzo de 1897, Unamuno estaba ya en
plena reacción contra su obra anterior, reacción que lo llevó a afirmar que
“Creo que cometí la torpeza de meter demasiadas cosas, y todas muy
apretadas, en mi libro, y que no tuve el bastante arte para darles relieve,
para subrayarlas“.5 A pesar de su desvío de la novela histórica, expresa
vivo interés por los nuevos Episodios Nacionales que Galdós está escribiendo.
Efectivamente, seis de los episodios de esta tercera serie, todos
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dedicados, están en su biblioteca.6 El tono de esta carta y las que le suceden
es a la vez cordial y respetuoso; expresa varias veces su admiración
por su corresponsal y su deseo de verlo y consultarle.
Otras cartas unamunianas de estos años arrojan más luz, sobre todo las
dirigidas a Clarín, a quien el catedrático de Salamanca persigue de modo
implacable, para alcanzar de él un juicio crítico que pudiera respaldarlo. El
ejemplo más destacado es la larguísima epístola ya citada, escrita en tercera
persona, en que se queja de la indulgencia de Clarín hacia sus favorecidos
y “sus reservas subrayadas y de segunda atención” hacia él. Reveladoras
son las dos referencias a Galdós. Lamenta que Clarín no “se detuviera
lo debido en La Barraca, de Blasco Ibáñez, superior para mi gusto a
cualquier novela de Galdós o de Pereda” (p.85): juicio que se nos podría
antojar como a todo punto insostenible. Al explicar por qué no consiente
en convertirse en crítico de tipo profesional, Unamuno esclarece, entre
otras dificultades, que, “siendo amigo de Galdós, y éste uno de los que
más le animan y más aprecian (iba a escribir admiran) su labor, no quiere
declarar lo que de rapsoda y superficial y folletinesco le encuentra” (p.95).
Existe pues una notable discrepancia entre el afecto y agradecimiento personales
que siente hacia su persona y el menguado respeto que ostenta
por su obra. Por encima de este desacuerdo literario apenas cabe duda de
que también se siente acechado por un rival temido. Tal prevención no
puede dejar de influir en su actitud frente a la posible influencia ejercida
del uno sobre el otro. Es de notar, además, que don Miguel tiene muy
presente el ejemplo galdosiano, sin duda con aspiración a superarlo, cuando
en el prólogo a la segunda edición de su novela (ya en 1923) no vacila en
calificarla de “episodio nacional”.
Pasemos ahora a Galdós. Al reanudar la recreación histórica del siglo
XIX tiene que enfrentarse en seguida con la primera guerra carlista, librada
esencialmente en el País Vasco, primero en Zulamacárregui, luego en
Luchana y finalmente en Vergara. Para Unamuno la primera guerra carlista,
la llamada guerra de los siete años, si bien constituye el imprescindible
trasfondo histórico, sobre todo para la caracterización de Pedro Antonio,
no pasa de ser el preliminar de los múltiples sucesos que narra sobre la
tercera de estas guerras, cargada, en lo que corresponde al asedio de
Bilbao, de vivaces recuerdos infantiles. Este primer periodo es donde coincide,
no sólo la temática sino la posible interacción de los dos escritores.
Sabemos, por evidencia externa, gracias a Rodolfo Cardona,7 que Galdós
no leyó la novela entera, porque sólo una parte de las páginas -hasta la
página 73 y las diez últimas páginas- están cortadas. Evidentemente, Galdós
no se tomó la molestia de enjuiciar la obra entera, pero el hecho de que
haya cortado estas páginas y doblado algunas hojas dentro de las mismas
demuestra evidente interés en ciertas facetas. Según estos datos, pues,
parece que a Galdós le ha llamado la atención el desarrollo del comercio
liberal bilbaíno por la familia Arana (pp.13-14, 27-28), los precedentes de
la Revolución de 1868 (pp.21-22), y en la última de las páginas cortadas
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(pp.73-74), la batalla de Luchana: todos ellos son tópicos que patentemente
atraen a Galdós. Fuera de la zona vasca, la flamante figura de Ramón
Cabrera, “el tigre del Maestrazgo”, a la vez cruel y humana, no deja de
fascinar igualmente a los dos novelistas.
El acometido de Galdós le exige trazar desde una perspectiva global el
curso de la lucha entre el liberalismo y el absolutismo. Para él, el desarrollo
de la guerra en el País Vasco es por tanto parte del conflicto nacional, si
bien no cabe negar que se esfuerce por dibujar con cierto efecto costumbrista
aspectos del ambiente local y proferir observaciones sobre el carácter
vasco. Así como a Unamuno le importa señalar el desarrollo del comercio
bilbaíno como elemento modernizante en contraste con el tradicionalismo
aún poderoso pero dependiente del patriarcalismo rural, Galdós se
preocupa en describir, con menos íntima penetración por cierto, la artesanía
vizcaína, aplaudiendo a una clase, como la familia Arratia que, sin
pretensiones de superioridad social, son industriosos, pertinaces, valerosos
y honrados. Este ambiente de ferretería y de escritorio puede relacionarse,
de manera difusa, con la descripción correspondiente de los Aranas
en Paz en la guerra, pero no es más que una pequeña parte del conjunto
galdosiano.
Como parte de lo que se ha llamado su “proteísmo“,8 o sea, su tendencia
a ofrecer un amplio panorama de actitudes divergentes, Galdós deja
traslucir su admiración por Zumalacárregui, demostrando cierta compenetración
con el tesón y la valentía abnegados de los tradicionalistas vascos,
a la vez que no oculta la cruel intransigencia de su comportamiento. Esta
intransigencia, ejemplificada en el fusilamiento de Ulibarri, provoca que
en la hora de la muerte del héroe carlista se registre una destacada excepción,
de parte de la hija de aquél, al duelo universal provocado por la
pérdida del carismático caudillo. De otra índole más íntima es la intensa
emoción que siente Pedro Antonio al evocar la presencia de quien él llama
siempre don Tomás, durante aquella guerra de los siete años recordada de
manera borrosa pero constante.
En cuanto a la batalla de Luchana, le interesa a Galdós hacer resaltar el
heroísmo de los liberales, que luchando a lo largo de la Noche Buena en
pésimas condiciones climáticas no se dejan vencer; y de alabar, tal vez de
una manera un tanto ingenua, al caudillo progresista por excelencia que
es Espartero, quien se levanta enfermo de la cama para pelear junto con
sus tropas y que contrasta de modo notorio -según el narrador galdosiano,
que comenta sobre los hechos desde la perspectiva de 1898- con los hombres
de más de medio siglo después:
El ejército que tal hazaña consumó era un gran ejército, mas para
que luciera en toda su grandeza el santo ardor patriótico y el militar
orgullo que le inflamaban era necesario que tuviese caudillos [...]
Sin tales pastores no puede haber rebaños tales. Pastoreaba las
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tropas cristianas en aquella noche terrible un soldado de corazón
grande, que supo infundirles el sentimiento del deber [...] El tiempo,
en vez de amenguar la talla de aquellas figuras, las agiganta
cada día, y hoy las vemos subir, no tanto quizás por lo que ellas
crecen como por lo que nos achicamos nosotros y aun lloramos un
poquito, ya que por el siglo dentro del cuerpo, viendo que gérmenes
tan hermosos no hayan fructificado más que en el campo de la
guerra civil [....] Desgraciada era entonces España; pero tenía hombres...
(p.796)
Técnicamente, Galdós sigue empleando una fórmula bien probada de
mezcla e interacción entre la historia grande y la chica, o sea, los grandes
hechos públicos y la vida cotidiana y oscura de individuos representativos.
9 La historia de la misteriosa protectora de Fernando Calpena -quien
es, de hecho, su madre- y desarrollada en forma de cartas, queda supeditada
a la relación de la familia Arratia, inmersa dentro de la realidad política
y militar de la amenaza del asedio carlista. No faltan tampoco aspectos
heróicos, en la figura de Zoilo Arratia. Éste arrolla todos los obstáculos
tanto en su vida privada (su amor por Aura Negretti), donde se impone
sobre los proyectos de su familia y desplaza al señorito sentimental que es
Calpena, como en la pública de la defensa de Bilbao; en ambos aspectos
brinda un ejemplo cabal de entereza que ostenta un hombre de casta no
privilegiada. Unamuno, por su parte, da de pasada una breve evocación
oximorónica de la batalla por Pedro Antonio desde el lado carlista: «aquel
combate nocturno en medio del huracán y la nieve arremolinada, a la hora
en punto en que los templos del orbe católico se entonaba el “Gloria a
Dios en las alturas, en la tierra paz; a los hombres, buena voluntad”»,10
evocación que nos trae uno de los temas esenciales de la novela: el contraste
entre las aspiraciones de paz y la realidad de la guerra, y la necesidad
de reconciliarlas.
El simbólico abrazo y convenio de Vergara constituye asimismo un esencial
foco de discusión y de reflexión en las dos novelas. Para Galdós, en
Vergara, el célebre convenio consiste en una presión continua ejercida
sobre Maroto por Fernando Calpena, quien actúa de intermediario de parte
de Espartero, para reconocer la necesidad de transigir, frente a un reyezuelo
erguido e incompetente. En el relato unamuniano dicho convenio
está enfocado desde otros ángulos, dentro de la comunidad vasca: es el
constante punto de conflicto entre los comerciantes liberales como Arana
que buscan la tranquilidad y los carlistas intransigentes, encabezados por
el tío Pascual, que lo denuncian como traición y quieren a toda costa renovar
la guerra. Galdós reconoce, por su parte, el oprobio que Maroto había
granjeado con la iglesia, en la significativa anécdota que termina el episodio:
a la hija de Maroto se le niega terminantemente darle confesión. Como
explica muy justamente Antonio Regalado García, “ [Galdós] pone también
más énfasis que Unamuno en los aspectos de política y guerra, y ahonda
menos que aquél en la transcendencia histórica de la vida del pueblo”.
(p.297)
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El propósito unamuniano, pues, es fundamentalmente regionalista y
asimismo personal; para él es una historia a la vez de un pueblo, de una
sociedad y de individuos atrapados entre los valores de lo colectivo y lo
diferenciado. Por un lado, Unamuno se propone estudiar desde dentro los
conflictos ideológicos en el seno de la comunidad vasca: campo contra
ciudad, comercio moderno frente a intercambios agrícolas, fueros contra
centralismo, eusquera contra castellano, intransigencia religiosa contra liberalismo.
Tales conflictos se contemplan, con notable compenetración
en todos ellos, en las sentidas escenas del casamiento campestre, donde
Ignacio presencia por primera vez la fuerza viva de la tradición; en la tertulia
tradicionalista de Pedro Antonio, con los distintos pareceres matizados
del tío Pascual, don Braulio, don Eustaquio, don José María, Gambelu,
etc.; y en menor grado, en el ambiente mercantil de los Arena y el
apoliticismo de Pachico. Así se representa la crisis de un pueblo y de una
sociedad en plena evolución, si bien con una acumulación excesiva, como
Unamuno admitió más tarde, de acontecimientos y personajes. Yuxtapuesto
todo este escenario a una serie de íntimos y fluctuantes problemas personales,
que corresponde a determinadas fases de la agonía espiritual del
propio novelista. Tal vez la estructura adolece del defecto de que se comparte
el protagonismo entre tres figuras clave, Pedro Antonio, Ignacio y
Pachico, si bien cada uno representa un aspecto distinto: la continuidad
intrahistórica, el conflicto ideológico-espiritual resuelto en la muerte, un
sobreviviente que busca, de modo idiosincrático, una paz procedente de
la guerra misma. Esta paz, que Pachico concibe en la célebre conclusión
de la obra, es de dimensiones puramente personales, en la cual las consecuencias
políticas se han desvanecido. Es, además, un acto de prestidigitación
espiritual sumamente precario que no tarda en desbaratarse en
obras unamunianas posteriores. Interesa notar que forma parte de las páginas
cortadas por Galdós. Por lo tanto es posible que éste, amigo él también
de reconciliación de esfuerzos opuestos, pero de otra manera que
Unamuno, haya asimilado algo de este mensaje tan característico. Lo que
los une sin duda es una común adhesión a actitudes humanitarias de tipo
tolstoyano; y existe en los episodios galdosianos, a mi parecer, no diría
una influencia directa de la intrahistoria,11 pero sí una destacada semejanza,
como, por ejemplo, en la sugestiva imagen dibujada por el joven Pepe
Fajardo, en Las tormentas del 48, sobre la huella que pretende dejar en la
historia. Fajardo discurre sobre “los caracoles, que van soltando sobre las
piedras un hilo de baba... y no me digan que la huella babosa que dejo no
merece ser mirada por los venideros”.12 No deja de haber acusadas diferencias,
por cierto, entre los dos escritores. Si Galdós aspira siempre a
fusión y conciliación, en Unamuno se trata esencialmente de fuerzas difícilmente
reconciliables: de una dialéctica truncada que mantiene una tirantez
continua entre elementos inmutables que nunca se resuelven en
síntesis.13
A continuación, ya en la quinta serie, Galdós trata de la tercera guerra
carlista en Amadeo I y De Cartago a Sagunto, pero aunque ésta sea el tema
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principal de Paz en la guerra, no corresponde a la parte de la novela leída
por Galdós. Dentro de la trayectoria galdosiana, hay, además, una evolución
muy notable desde la lucha más o menos patente entre el progreso y
el oscurantismo de la tercera serie a una actitud enfática, nada “protéica”,
de desenfado y de desesperación, que caracteriza los últimos episodios.
Paradójicamente, su desilusión con los liberales hace que, desde Amadeo
I, reivindique en cierto grado las aspiraciones tradicionalistas. Así es que,
mediante su estrambótico personaje Tito Liviano, hablando sobre los vascos
y apuntando tan sólo una interesante reserva sobre la necesaria colaboración
entre la tradición y el progreso, ensalza: “las sólidas virtudes de
la raza, su contumaz apego a la tradición, cualidad meritoria cuando sirve
de punto de partida para el progreso, como acontece en Inglaterra”.14 En
De Cartago a Sagunto, el levantamiento del asedio de Bilbao en 1874 no
suscita ya el mismo entusiasmo algo ingenuo que la hazaña de Espartero
una generación antes, y la muerte de Concha no despierta más que un
módico respeto por su valor. La queja anterior, más bien callada, de que el
heroísmo de los militares como Espartero se malgasta en una guerra civil,
se ha convertido ya en una denuncia general de las luchas dinásticas,
calificadas de “vanas y estúpidas”.15 Según el Galdós de 1911, los dos
bandos tienen el mismo objetivo: “establecer aquí un despotismo hipócrita
y mansurrón que sometiera la familia hispana al gobierno del patriarcado
absorbente y caciquil” (p.1288). Al evocar el precedente de Vergara, afirma
con duras palabras que “la pobre y asendereada España continuaría su
desabrida Historia dedicándose a cambiar de pescuezo a pescuezo, en los
diferentes perros, los mismos dorados collares” (p.1288). Además, en vez
de crear personajes que intervienen con más o menos verosimilitud en la
acción política, Galdós inventa ahora figuras de índole puramente simbólica,
para mí poco convincentes, como Chilivistra, que representa las extravagancias
de la historia nacional. Lejos estamos ahora de las situaciones
más abiertas a discusión creadas tanto en la tercera serie de Episodios
como en Paz en la guerra.
Los Episodios Nacionales, como es natural, comparten, sobre todo por
su contenido vasco referente a las guerras carlistas, ciertos puntos de enlace
temáticos e ideológicos con Unamuno. La larga novela histórica de
éste, por otra parte, es única en su género. Como ha esclarecido Nicholas
G. Round en un estimulante artículo, Paz en la guerra a la vez continúa y
se aparta de la novela realista, y al mismo tiempo carece de descendientes.
16 En la época en que la redacta, Unamuno se siente a la vez competidor
e innovador frente a Galdós y se complace en descubrir en él huellas
de influencia. No tarda en reaccionar a medias contra su propia obra y en
reforzar poderosamente su desconformidad con la práctica galdosiana,
exagerando lo que ésta tiene de convencionalismo lingüístico e ideológico
y suprimiendo lo mucho que había en Galdós de ponderado compromiso
con la historia.
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NOTAS
1 MENÉNDEZ y PELAYO, UNAMUNO, PALACIO VALDÉS, Epistolario a Clarín, Prólogo y Notas
de Adolfo Alas, Ediciones Escorial, Madrid, 1941, p.99.
2 Carta a Leopoldo Alas, 31. XII. 1896, MENÉNDEZ y PELAYO, UNAMUNO, PALACIO VALDÉS,
p.70.
3 Véase DE LA NUEZ, S. y SCHRAIBMAN, J., Cartas del archivo de Galdós, Taurus, Madrid,
1967, p.53. También en SCHAIBMAN, J., «Galdós y Unamuno», en Pensamiento y Letras
en la España del siglo XIX, ed. Germán Bleiberg y E. Inman Fox, Vanderbilt University
Press, Nashville, 1966, pp.451-482 (463).
4 Debe ser «Más sociabilidad», Vida nueva, 27. XI. 1898, como indica ORTIZ ARMENGOL,
P.,Vida de Galdós, Crítica, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995, p.558.
5 Es curioso advertir que Unamuno no se refiere para nada a su otro proyecto novelístico
de los últimos años, de orientación radicalmente distinta, introspectiva y antihistórica.
Es el que bautizó primero con el título de Nuevo mundo y luego El reino del hombre.
En cambio, piensa entonces en seguir el ejemplo galdosiano de acercarse a las tablas,
y da una descripción de la pieza que después será La esfinge; seguramente es esta
obra la que anda por entonces en el poder de Galdós, que como director del Teatro
Nacional era entonces hombre de gran influencia en el mundo escénico.
6 VALDÉS, M. J., y DE VALDÉS, M. E., An Unamuno source book, University of Toronto
Press, Toronto, 1973, p.188.
7 CARDONA, R., «Apostillas a los ‘Episodios Nacionales de B.P.G.’ de Hans Hinterhäuser»,
en Anales galdosianos, 3, 1968, pp.119-142.
8 Véanse DENDLE, B. J.,Galdós: The Mature Thought, University of Kentucky Press,
Lexington, 1980, p.200, y nuestro libro, History and Fiction in Galdós’s Narratives,
Oxford University Press, Oxford, 1993, p.69.
9 Consúltense los libros de HINTERHÄUSER, H., Los “Episodios Nacionales” de Benito
Pérez Galdós, Madrid, Gredos, 1963 y REGALADO GARCÍA, A., Benito Pérez Galdós y la
Novela Histórica Española: 1868-1912, Ínsula, Madrid, 1966, y desde un punto de vista
narratológico, UREY, D., The Novel Histories of Galdós, Princeton University Press,
Princeton, 1989. Para un estudio extenso de los Episodios en relación con las Novelas
Contemporáneas, véase nuestro libro citado, y «Galdós frente a la historia en los Episodios
Nacionales y las novelas contemporáneas», en Actas del Quinto Congreso Internacional
de Estudios Galdosianos (1992), Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria,
Las Palmas de Gran Canaria, 1995, 2 vols, II, pp.503-510.
10 Cito de UNAMUNO, M., Paz en la guerra, introducción de Juan Pablo Fusi Aizpúrua,
Alianza, Madrid, 1988, p.91.
11 Los críticos demuestran cierta discrepancia sobre este punto. Hinterhäuser, en su ponderado
libro, cree “muy posible” esta influencia, pero añade que “es seguro, por otra
parte, que éste no llegó (por lo menos no del todo) a comprender el núcleo filosófico
de la ‘Intrahistoria’. El pensamiento y la fantasía de Galdós estaban siempre dirigidos a
lo empírico y concreto, a lo racionalmente comprensible, a lo plástico...” (p.111), lo
que me parece demasiado tajante. Regalado García, “mirando el problema por la otra
cara,” apunta acertadamente que “en la novela histórica de Galdós ... tenía Unamuno
modelos que consultar, y que en las novelas contemporáneas y especialmente en las
del período espiritualista, había dado Galdós una visión de la historia de España que
profundizaba en los aspectos tradicionales, llegando hasta los dominos de la intrahistoria...”
(pp.296-297).
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12 PÉREZ GALDÓS, B., Las tormentas del 48, Obras completas, II, ed. F.C. Sainz de Robles,
Aguilar, Madrid, 1968, 10ª ed, p.1428. Véase nuestro Estudio preliminar: «Los Episodios
Nacionales o la huella del caracol», PÉREZ GALDÓS, B., Trafalgar, La corte de
Carlos IV, ed. Dolores Troncoso, Biblioteca Clásica, Crítica, Barcelona, 1995, IX-XXIII.
13 Sobre esta característica, consúltese nuestro artículo, «Dialéctica de lucha y ambigüedad
en la novelística unamuniana», en Actas del Congreso Internacional Cincuentenario
de Unamuno, ed. D. Gómez Molleda, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1989,
pp.153-164.
14 Obras completas, III, Aguilar, Madrid, 1968, 9ª ed., p.1064.
16 «Without a City Wall: Paz en la guerra and the End of Realism», en Re-Reading Unamuno,
Glasgow Colloquium Papers, 1, ed. Nicholas G. Round, University of Glasgow, Glasgow,
Department of Hispanic Studies, 1989, pp.101-120.