VIVIR SIN ARMAS, NO SIN MUJERES. EL PACIFISMO
ROMÁNTICO DE LA CUARTA SERIE DE
EPISODIOS NACIONALES
John H. Sinnigen
1848-1917. El entorno europeo. No hubo un 48 en España, un 17 sí, y
entre ellos su especial 1868, esa revolución de septiembre que fue una
semi-réplica de 1868 a la española, el momento culminante de aquel torcido
e incompleto camino hacia la modernización del siglo XIX. Esos sucesos
vividos por el joven Galdós se convertirían en un reiterado punto de
referencia en sus reflexiones sobre el destino de la nación. Concretamente,
en la cuarta serie de Episodios Nacionales Galdós novela la historia de
los veinte años entre los disturbios -mínimos- de 1848 y el derrocamiento
de la monarquía en 1868, y lo hace durante unos años (1902-1907) en los
que, tras el Desastre del 98, se deteriora la estabilidad política del régimen
de la Restauración, comienzan a consolidarse las fuerzas obreras y nacionalistas,
y el propio Galdós se acerca a la militancia política.
Cortázar y Galdós.
En un momento de su cuestionamiento de la actividad política, Horacio
Oliveira, el protagonista de Rayuela, repudia “la parte de chantaje de toda
acción con un fin social, en la medida en que el riesgo corrido sirve por lo
menos para paliar la mala conciencia individual, las canallerías personales
de todos los días” (Cortázar, p.343). Es decir, la acción política como coartada.
Cortázar mismo, al analizar el lugar de Rayuela en su trayectoria
personal y literaria, explica que se trata de una especie de transición hacia
su compromiso con la revolución en América Latina:
Johnny [“El Perseguidor”] y Horacio [Rayuela] son dos individuos
que cuestionan, que ponen en crisis, que niegan lo que la gran
mayoría acepta por una especie de fatalidad histórica y social. Entran
en el juego, viven su vida, nacen, viven y mueren. Ellos dos no
están de acuerdo y los dos tienen un destino trágico porque están
en contra. Se oponen por motivos diferentes. Bueno, era la primera
vez en mi trabajo de escritor y en mi vida personal en que eso
traduce una nueva visión del mundo. Y luego eso explica por qué
yo entré en una dimensión que podríamos llamar política si quieres
decir, empecé a interesarme por problemas históricos que hasta
4.1-41
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ese momento me habían dejado totalmente indiferente. (Picón
Garfield, p.779)
y
Sin todo lo que traduce Rayuela yo no habría podido dar ese paso
que me llevó bruscamente a descubrir, por el ojo coagulante que
fue la Revolución Cubana, una América Latina que, como tal, me
había importado un bledo hasta entonces. (González Bermejo,
pp.70-71)
En Rayuela, obra de transición hacia la militancia política, se censura,
en la figura de Oliveira, el activismo político como un tipo de paliativo
individual justo en un momento cuando Cortázar se encuentra camino
hacia un largo y profundo compromiso político fundamentado en una especie
de identidad latinoamericana. De manera que, en Cortázar, hombre
y escritor, el compromiso político se articula con la crítica de dicho compromiso.
Las huellas de esa aparente paradoja se encuentran sobre todo
en las múltiples entrevistas dadas por el autor a lo largo de los turbulentos
años 60 y 70.
El caso de Galdós no es para tanto. En primer lugar, a diferencia de
Cortazár, don Benito no intentó explicar su visión de la relación entre la
literatura y la política en largas y repetidas entrevistas. Pero sí se combinaba
en él el escritor y la figura política, y en este caso concreto la publicación
de la cuarta serie de los Episodios coincide con el inicio de su compromiso
con el Partido Republicano y su elección al Congreso en 1907. Y
en esta serie se expresa un escepticismo en cuanto a la actividad sociopolítica,
centrada en los años y los sucesos que culminaron en la Revolución
del 68. De modo que aquí la expresión novelística también parece
funcionar como una especie de autocrítica de la actividad política de su
autor.
El discurso contemporáneo: la política de la primera década del Siglo
XX.
Tal como sucede en las demás series de Episodios, en ésta la recuperación
de la historia tiene, a un nivel, el propósito de dar orientaciones para
el presente.1 En primer lugar, como señala Brian Dendle, se articula un
claro discurso anticlerical. Los malos de estas novelas son unos curas y
monjas que tienen una influencia nefasta sobre la Corona, conspiran, conservan
un anacrónico celibato sacerdotal e impiden el matrimonio civil y
el divorcio. Además defienden un injusto orden social, y la consigna de la
beneficencia contra la revolución y el socialismo, adoptada hipócritamente
por el Pepe Fajardo casado y hecho marqués, fue típica de los defensores
del status quo en la época. (por ejemplo 2, p.1514).2 También se repudia
el caciquismo, representado en unas elecciones controladas, de las que el
628
nuevo marqués es beneficiario. Los militares liberales, héroes del 54 y del
68, ya no son de fiar, y la monarquía está alienada del vivir del pueblo. Las
instituciones monárquicas y eclesiásticas reprimen a ese sufrido pueblo
cuyas escaseces materiales no se resuelven. Por tanto, los hilos políticos y
sociales se entretejen:
Y este pan lo pedían llamando al pan democracia, y a su hambre,
reacción... No creáis que aquella revolución era política, ni que
reclamaba un cambio de Gobierno... Era el movimiento y la voz de
la primera necesidad humana: el comer. (3, p.182)
Finalmente, se manifiesta un rechazo pacifista a la Guerra de Marruecos
de 1859-1860. En un ejemplo de una táctica retórica que hoy día sigue
funcionando con la misma destructora eficacia, la evocación del enemigo
externo une la nación en una lucha sangrienta contra otro pueblo que bien
podría ser hermano, tal como son Leoncio y Gonzalo Ansúrez, si no se
encontraran los dos separados por los poderes políticos y religiosos. Juan
Santiuste, el narrador de los sucesos de la guerra, al principio evoca las
glorias del sacrificio por el ideal de la Patria (3, p.238), pero se desilusiona
rápidamente, condena las maniobras políticas detrás de la agresión (3,
p.262) y aboga por la convivencia entre árabes, judíos y cristianos en la
misma ”casa” (3, p.339), otra evocación de la convivencia entre los tres
pueblos en la España preimperial.3
Anti-clericalismo, anti-militarismo, anti-monarquismo, pacifismo. Una
cadena de condenas de una serie de instituciones premodernas que obstaculizan
la necesaria renovación de España en todas las esferas. De esa
forma en la cuarta serie se pronuncia sobre unos temas contemporáneos
de la primera década de este siglo en una línea que corresponde a la del
Partido Republicano en cuyas filas Galdós ingresa. Lo que se condena está
claro. Pero ¿qué alternativa se vislumbra?
El melodrama y la atracción de los personajes populares y femeninos.
Todos estos episodios son típicamente melodramáticos, con personajes
misteriosos, tramas maquiavélicas, castillos abandonados, oscuras
celdas monjiles, etc., los argumentos responden a una dinámica de tensión-
resolución y giran alrededor de luchas contra determinados males
socio-político-económicos. Pero la lucha contra esos males continuamente
se desdibuja. En primer lugar, el protagonismo masculino se fragmenta
entre Pepe Fajardo, Juan Santiuste, Diego Ansúrez y Santiaguito Ibero,
cuatro participantes/observadores/cronistas que se mueven entre los personajes
puramente ficticios y los otros basados en figuras históricas. Tal
como ha señalado Diane Urey, en estos protagonistas no se representa la
coherencia más o menos heróica de Gabriel Araceli, Salvador Monsalud y
Fernando Calpena en las tres primeras series (Urey, p.101).4 Fajardo, por
ejemplo, es un personaje pasivo que se deja llevar por las circunstancias y
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que reconoce cínicamente cómo sus ideas políticas están determinadas
por su situación económica. De modo que la perspectiva novelesca sobre
la historia de estos años no tiene la unidad, que se manifestaría en un solo
protagonista, y no se representa ninguna alternativa al status quo.
Antonio Regalado García ha analizado el dinamismo del pueblo en la
Serie, y Urey ha llamado la atención sobre el protagonismo femenino. Según
Regalado, Galdós se encuentra bajo la influencia del regeneracionismo de
Costa y:
Al pueblo trabajador, urbano y campesino, de esa España olvidada,
que es el fundamento y la esperanza de la nación, se le abren
ahora las puertas de los Episodios, en los que el ideal individualista
cede ante el empuje colectivo, y la caridad, como remedio, ante
los principios de la justicia social. (Regalado, p.353)
Según Urey:
Una multitud de figuras femeninas viene a llenar el vacío en el
protagonismo. La destacada importancia de las mujeres es apropiada
en la cuarta serie, puesto que trata sobre el reinado de Isabel
II. Los retratos de ella y de los otros personajes femeninos señalan
las contradiciones sociales, políticas y morales que se asocian con
este período de la historia española [“A host of female figures comes
to fill the protagonistic void... The focus on women is
appropriate to the fourth series because it deals with Isabel II’s
reign. Its portrayals of her and the other women characters illustrate
the social, political, and moral contradictions associated with this
period of Spanish history”] (Urey, p.102).
Para nosotros nada de esto es nuevo en Galdós. La alternativa popular
se manifiesta en las novelas contemporáneas, sobre todo en Fortunata y
Jacinta, y las novelas de Galdós, como muchas de las grandes novelas del
siglo XIX, son feminocéntricas: Madame Bovary, Ana Karenina, Doña Perfecta,
La desheredada, etc. Para nosotros, lo que se distingue en la representación
de lo popular y lo femenino en la cuarta serie es la tibieza de la
alternativa articulada por los personajes femeninos y populares.
Lucila Ansúrez, la bella hija del pueblo que atrae la atención de Pepe
Fajardo en Atienza, desaparece misteriosamente para luego reaparecer en
Madrid como una figura fugaz en la sacristía de San Ginés, es típica de la
figura femenina que representa el misterio que se debe resolver en un
argumento melodrámatico.5 También es típico su comportamiento materno
con el herido capitán Bartolomé Gracián. Luego, desaparecido éste,
acepta un matrimonio de conveniencia con un Vicente Halconero mucho
mayor que ella. Deja de ser un misterio y deja de ser una abnegada amante
romántica para convertirse en una buena madre y esposa de un buen
630
burgués provinciano. Además, aún en la fase misteriosa de Lucila, Pepe
Fajardo reconoce que sus atractivos son una función de su propia “efusión
estética”, asociada con una “efusión popular” (2, p.1592). Esta atracción
de una figura femenina popular se desmitifica en el reconocimiento de
unos móviles románticos; en vez de la capacidad seductora de la mujer en
sí, se trata más bien de una proyección de las necesidades expresivas del
escritor burgués.
Por su parte, Fajardo también se encuentra entre tres figuras femeninas:
Antonia, la mujer del pueblo, Eufrasia Carrasco, la casada misteriosa, y su
esposa, María Ignacia Emparán. La relación con la primera es efímera,
reducida a unas cuantas páginas de Las tormentas del 48. Hija de
cordoneros, malcasada, cortejada por Bringas, seducida y robada “en los
rápidos galanteos de una tarde” (2, p.1467), Antonia y los asedios pecuniarios
de su “insaciable familia” (2, p.1467) pronto se convierten en un
lastre del que su amante quiere librar. En cierta medida, se parece a la
relación entre Juanito y Fortunata: Antonia es otra guapa chica del pueblo
cuya otredad incita el donjuanismo del joven burgués, el cual tiene que
gastar dinero en la familia de la muchacha para mantener la relación. Pero,
a diferencia del caso de Fortunata, los atractivos de Antonia no perduran,
ni para Fajardo ni, aparentemente para Galdós, ya que se muere en seguida.
6 De modo que, en la cuarta serie la atracción de la figura femenina
popular es pasajera y su capacidad regeneradora inexistente.
La relación con Eufrasia es más compleja, morbosa y extensa. Casada
con el aristocrático Saturno Socobio, dama de la Reina, está marcada por
la sombra y la clandestinidad; aparece primero en Las tormentas del 48
detrás de un antifaz (2, p.1440), es conspiradora y mantiene una distancia
seductora de Fajardo, el cual la denomina la moruna. Su imagen evoca la
de Barberina, la aventura erótica italiana que dio fin a la vocación religiosa
de Fajardo, y también la de su hermana, la monja Catalina (2, p.1446).
Después de la muerte de Antonia, Eufrasia se encuentra en el cementerio
con Fajardo, al cual encomienda el matrimonio con María Ignacia Emparán;
combina la muerte, el sexo y la conveniencia. Es decir, en Eufrasia se
juntan el misterio, la seducción, el poder de su clase y de su sexo, el
incesto y la morbosidad. Bien podría ser una figura explosiva. Sin embargo,
en Narváez Fajardo mantiene una discreta relación con ella, un doble
adulterio que los dos esposos ofendidos o ignoran o prefieren ignorar (2,
p.1591). De modo que, a fin de cuentas, Eufrasia es otro misterio que se
convierte en banalidad.
Maria Ignacia Emparán es la fea y tonta niña de una familia aristocrática
enriquecida en la desamortización con la que Fajardo se casa por motivos
económicos. No obstante, el matrimonio se desenvuelve sin problemas.
Ignacia se espabila en el viaje de novios en Atienza, adquiere soltura, aunque
no pierde su fealdad. Fajardo reconoce en sí mismo el amor para con
su esposa (2, p.1526) y una “armonía de satisfacciones y responsabilida631
des” (2, p.1519). Las posibilidades de escándalo se mitigan, y Fajardo se
convierte en un buen burgués noble que reconoce cínicamente cómo
emplea la benevolencia que su fortuna le permite para desvirtuar las justas
reivindicaciones de la clase obrera. Aunque afirma que “La riqueza
pertenece a los trabajadores” (énfasis en el original), también admite: “Me
pone la carne de gallina la idea de que una súbita y despiadada revolución
venga a despojarme de todo esto” (2, p.1510). Su matrimonio le confiere
unos intereses y unas responsabilidades que sabrá defender por medio de
la benevolencia y de la tranquilidad familiar.
Finalmente, Teresa Villaescusa, hija de Pez, es la puta redimida. Chica
de buen corazón, pasa, entre el quinto y el décimo episodisos, por una
serie de novios y otra de amantes. Es la bella mantenida que se solidariza
con Virginia Socobio, la rebelde adúltera feliz, y que “resucita” a Juan
Santiuste. En La de los tristes destinos, rompe definitivamente con la mala
madre Manuela Pez, se enamora de Santiaguito Ibero, y la consolidación
de su relación con él coincide con el triunfo de la Revolución en 1868. La
pareja, otro ejemplo de la satisfacción amorosa fundamentada en la transgresión
moral característica de Galdós,7 bien podría representar una alternativa
al status quo. Sin embargo, en un gesto que recuerda la marcha de
Amparo Sánchez Emperador y Agustín Caballero al final de Tormento, el
triunfo melodrámatico se diluye en la huida de estos personajes para buscar
su propia libertad en París, otro ejemplo de la atracción europea y
modernizadora que ofrecían los países del norte para Galdós.
Conclusión: las ambigüedades del final.
En medio de la guerra de Marruecos en Aita Tettauen, el patriota convertido
en pacifista, Juan Santiuste, declara: “La guerra va contra la Humanidad,
como el amor en favor de ella. Las armas destruyen las generaciones,
que son reedificadas en el seno de las mujeres”. (3, p.298)
Es decir, “Haz el amor, no la guerra” tal como proclamaba la consigna de
los años 60 de este siglo (Ribbans, p.234). Se trata de una típica afirmación
pacifista en la que la guerra y Tánatos se asocian con lo masculino
mientras que Eros y la regeneración de la especie se identifican con lo
femenino. A esta declaración de Santiuste se le da eco en el último episodio
de la serie, La de los tristes destinos, cuando el entusiasta revolucionario
Santiago Ibero también se vuelve pacifista después de la batalla de
Alcolea, ya que: “La vista y el olor de la sangre despejan las cabezas ahumadas
de ensueños de gloria”, según explica Manuel Tarfe (3, p.763).
Ibero responde con otra frase que también recuerda la postura de Santiuste:
“Los espíritus son los mensajeros del amor... Su misión es propagar la ley
de amor en todo el Universo”. (3, p.763)
Esta tensión entre la victoria y la desilusión es la base de las ambivalencias
que caracterizan el final de La de los tristes destinos y de la serie. Si por
632
un lado se destacan las declaraciones pacifistas, por otro se alaba la firmeza
de los oficiales derrotados (3, p.764), y de ese modo el honor militar se
rescata en medio de una condena de la guerra, la razón de ser de dicho
honor. Triunfa el progreso sobre la reacción y la camarilla en “una desviación
de la vida española hacia los ideales del progreso” (3, p.764). Además,
Teresa Villaescusa no recae en la prostitución, tal como se pensó en
un momento (3, p.765), sino que se mantiene en su puesto de trabajo
productivo. En cambio, el triunfo es traído de la mano por una carnicería
(3, p.761) y amenaza quedar “en un juego de militares” (3, p.758). Además,
persisten el fanatismo religioso y una moral cerrada que no tiene
cabida para el amor de Villaescusa e Ibero. Por tanto, los personajes dejan
atrás los logros revolucionarios para probar suerte en París. Según Teresa:
“Huimos del pasado; huimos de una vieja respetable y gruñona que se
llama doña Moral de los Aspavientos, viuda de don Decálogo Vinagre...”; e
Ibero: “Somos la España sin honra y huimos, desaparecemos, pobre gotas
perdidas en el torrente europeo (3, p.781; énfasis en el original). Es decir,
la revolución es victoriosa, pero dicha victoria no saca a España de su
atraso, y el entorno europeo sigue inspirando las rebeliones individuales y
amorosas representadas en la pareja Villaescusa - Ibero.8
Podemos sacar diversas conclusiones de estas ambivalencias. Por un
lado, para el autor y los lectores contemporáneos, la huida de Villaescusa
e Ibero podría connotar las deficiencias de la Revolución de 1868, un
asunto cada vez más presente en el Galdós de la primera década del siglo
XX, deficiencias que deberían ser corregidas por una pacífica transformación
republicana. Desde esa perspectiva, esta serie sería la representación
de los logros y de los fallos de 1868 y una indicación de lo que resta por
hacer.9 Por otra parte, la respuesta individual y amorosa a una problemática
socio-politica es típica de la obra galdosiana (y de la novela realista en
general); piénsense, por ejemplo, en el imaginado abrazo entre Fortunata
y Jacinta, la boda de Victoria y José María Cruz en La loca de la casa, la
epifanía de Benina en Misericordia, además de la marcha a París de Amparo
Sánchez Emperador y Agustín Caballero al final de Tormento. Esa tensión
entre la representación de un vasto mundo de problemas sociales
que están pidiendo soluciones y la resolución casi necesariamente individual
es un aspecto de la conformación de la novela realista, y de hecho,
también de la novela en nuestros tiempos. (El Libro de Manuel de Cortázar
sería un ejemplo de un intento de ir más allá de esa problemática individual,
intento que probaría una vez más las dificultades de tal empresa).
Finalmente, en estos episodios la identificación de la paz con lo femenino
tiene una connotación doble. Por una parte, unos rebledes personajes
femeninos desafian el status quo: Virginia Socobio, la adúltera feliz, y Teresa
Villaescusa, la puta redimida. Pero por otra, en última instancia, toda
rebeldía termina en un tipo de aceptación pasiva del mismo status quo: la
reconciliación de Virginia Socobio, el matrimonio de Lucila Ansúrez con
Vicente Halconero y, sobre todo, el abandono de España de parte de Tere633
sa Villaescusa y Santiaguito Ibero en el momento crucial de la construcción
de un nuevo orden después de la revolución. De manera que la asociación
de la paz con lo femenino se extiende en este caso a la también
tradicional identificación de lo femenino con la pasividad, y eso justo en el
momento cuando el autor emprende el camino hacia su mayor nivel de
actividad política. Es decir, en la reflexión novelesca se manifiestan típicamente
las dudas y la llamada de la quietud, destacadas también en Rayuela,
unas propensiones psíquicas que las urgencias del discurso político evidentemente
no pueden admitir.10 De ese modo el Galdós escritor y el Galdós
político se contradicen y se complementan.
Y para nosotros, lectores y críticos de estas novelas a unos cien años de
su producción, la representación de la fragmentación en los personajes y
de las ambivalencias de las resoluciones constituyen un fértil campo de
reflexión en este fin de siglo, cuando los interrogantes sobre la justicia y
las transformaciones sociales, la conformación de la nación (o en algunos
casos su desintegración), la identidad nacional (en medio de la
globalización), el orden internacional y la fragmentación del individuo siguen
figurando las bases de nuestras ansiedades.
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NOTAS
1 De ahí el juego deíctico: el futuro del narrador es el presente del autor y del lector
contemporáneos, y el presente de aquél es el pasado de éstos.
2 Sobre las relaciones entre las tendencias religiosas y los conflictos de clase en la época,
véase, por ejemplo: “No convincing description of Spanish society at the turn of the
century can be drawn exclusively in terms of the social conflicts common to western
Europe. The survival, after a hundred years of liberalism, of an officially Catholic state
and a Catholic society meant that religion was the prism through which all other conflict
was refracted... (CARR, pp.463-464).
3 Otro destacado ejemplo de la evocación de una visión positiva de esta convivencia sería
el de Almudena de Misericordia.
4 Según Urey, Fajardo representa la abulia o un quijotismo decadente y Santiuste un
donjuanismo inefectivo (p.101). Para Regalado, Santiuste: “es una contrafigura y a
veces una caricatura de Castelar, que usa Galdós para dar una visión de la retórica
patriótica y republicana que florecía por el tiempo de la Guerra de Africa” (p.373). Esta
fragmentación del protagonista es también una indicación de la participación de Galdós
en una corriente literaria que se destacará en la novela de este siglo.
5 “Era Lucila... la sacerdotisa, la musa histórica del gran Miedes, la perfecta hermosura, la
ideal hembra con quien ninguna de las de nuestrea edad y raza puede ser comparada”
(2, p.583). Para un análisis más teórico de esta misteriosa figura femenina en la obra
galdosiana, véase nuestro Sexo y política: lecturas galdosianas.
6 Resucita sólo momentáneamente en La revolución de julio cuando Fajardo reconoce en
el regicida Martín Merino al sacerdote que le dio la extrema unción a Antonia (3, p.15).
7 Una explicación psicoanálitica de este fenómeno se encuentra en Lakhdari. Se tratará
de otra representación de una solución a los conflictos entre el Superyó, el Yo y el Ello
que éste analiza en Angel Guerra y Tormento (p.490).
8 La otra pareja rebelde, Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez, sí encuentran un puesto en
el nuevo orden, puesto que éste: “iba a ser colocado con pingüe destino en el Museo
de Artillería” (3, p.780). Es llamativa la colocación de este rebelde de antes en una
institución donde se glorifican precisamente aquellos cañonazos que se censuran en
otros lugares.
9 Para Ortiz Armengol, el rechazo definitivo de Galdós de la Gloriosa se manifiesta en
1908. (p.676)
10 Otras manifestaciones de las ambivalencias de Galdós ante la militancia política se
encuentran en sus cartas a Teodosia Gandarias (de la Nuez). Sus discursos políticos
están en Fuentes. Véase, por ejemplo, la convicción de estas “Palabras de Galdós. A
los republicanos” de 1907:
Nunca creí que el despertar del pueblo español fuese tan rápido: nunca pensé
que las esperanzas de encontrar en el cuerpo nacional el calor de la vida tuvieran
realidad tan pronto. Los que allá, en el páramo de la oligarquia, miden la
extensión del aplanamiento de España por el escepticismo y la tristeza del rebaño
monárquico, podrán decir ahora con sorpresa y alegría: El pueblo español se
nos presenta de nuevo en pie, con la noble arrogancia cívica, con todo el espíritu
de libertad y reivindicación que palpita en nuestra historia, desde Viriato hasta
Prim. (Fuentes, p.53)
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BIBLIOGRAFÍA
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