UNAMUNO: A PROPÓSITO DE LA INEXISTENCIA

DE GALDÓS

Paolo Tanganelli

Se han hecho ya importantes contribucciones al estudio de la relación,

de las influencias cruzadas y de la recíproca consideración ética de Unamuno

y Galdós,1 y hay pleno acuerdo sobre el hecho de que Unamuno comete

una grave injusticia, dando una prueba manifiesta de miopía hermenéutica,

al atacar a Galdós -el más agudo precursor, no sólo de la experimentación

técnica modernista en general, sino de la misma forma “nivolesca”-2

en dos artículos de la serie Alrededor del estilo (1924).3 Por supuesto, este

ataque no es más que la culminación de una disconformidad que tal vez

encontró su primera expresión en el diálogo Sobre la filosofía española,

anterior en veinte años, en el cual dos anónimos interlocutores deciden

salir de la impasse en que se ha estancado la conversación -que ha abarcado,

no casualmente, la cuestión de los símbolos literarios que encerrarían

la filosofía nacional-, decidiendo hablar de algo más fácil y menos

problemático: “de la labor literaria de Pérez Galdós”.4

El hecho que, hasta la fecha, se han realizado sólo análisis diacrónicos

de la opinión crítica unamuniana con respecto a Galdós, junto a la impresión,

muy difusa y bastante probable, de que el pensador vasco no se

adentre en la obra galdosiana, sino que la use sencillamente como pretexto

para algunas consideraciones personales,5 ha llevado a que se examinaran

las duras declaraciones del 24 siempre fuera de contexto, es decir,

ignorando el planteamiento teórico de Alrededor del estilo. No se ha creído

que fuera necesario preguntarse y averiguar, ante todo, qué entiende

Unamuno por estilo en su discurso, aunque lo que se reprocha al novelista

canario, en este extraño y polifacético manual del buen vivir, sea justamente

una carencia estilística. Ha primado, en definitiva, más la exigencia

de condenar que de comprender.

El horizonte de este trabajo, por cierto muy limitado, se agota en un

intento de reconstrucción del sentido de estas afirmaciones del 24, todavía

inauditas en su radicalidad crítica, quedando al margen la tarea de su

valoración exegética a la luz de la obra galdosiana.

1. Cuando Unamuno afirma que Galdós “escribía sin estilo propio” (ADE,

p.836), puesto que el suyo “era el estilo de café, el estilo de la improvisación

periodística, el estilo parlamentario, el de artículo de fondo” (ADE,

p.837), claramente no se limita a una consideración de mero orden lin-

4.1-42

637

güístico. Unamuno, durante sus estudios madrileños, conoce la

Völkerpsychologie y aprende a servirse de la lingüística como de un instrumento

inmejorable para vislumbrar el alma de un pueblo,6 y lo que hace

en los felices años Veinte, tal vez bajo el nuevo impulso de la lingüística

idealista, pero sin preocuparse demasiado de la validez teórica de la metodología

aplicada y restringiendo su mirada al horizonte autor-texto, es especular

sobre la correspondencia entre expresión lingüística y revelación

de una rica personalidad:

El amigo Galdós, como los meros y netos creadores, confundía la

pobreza de estilo con la pobreza de vocabulario, sin comprender

que cabe un estilo riquísimo, la expresión de una personalidad

riquísima -que siempre será una expresión riquísima- con un vocabulario

pobrísimo, con unos centenares de palabras. (ADE, p.847)

Lo que está equivocado en Galdós -para Unamuno- no es, por tanto, el

lenguaje empleado en sí, o el mundo novelesco que describe, sino su “impersonalidad”,

atributo biográfico difícilmente definible que precede y condiciona

la verdad de cada uno de sus textos.7 Aseverar que “Unamuno, al

criticar a Galdós, parece, más que nada, estar criticando la sociedad

isabelina”, como opina Schraibman,8 no es de por sí erróneo, porque efectivamente

la presunta impersonalidad de Galdós hace que el rechazo

unamuniano cruce -por decirlo de alguna forma- al escritor canario, llegando

a impactar sobre el mundo que, en sentido radical, éste representa. En

apariencia no le daña. Sin embargo, se silencia, de esta manera, un tremendo

juicio de inconsistencia. Galdós no habría interpuesto, entre la

desoladora miseria de la Restauración y la pluma, su opacidad existencial,

y este no ser “visible“ en el texto -que se podría sin duda discutir-, equivale,

en la concepción que de su oficio tiene Unamuno, a un no-ser. En

cambio, de lo que se trata, a su manera de ver, es de tesaurizar el nexo

romántico vida-literatura, porque el sentido último de la escritura estriba

en la creacción de una biografía “alternativa”:

Todo estilo que lo sea es biográfico, describe una vida. Y aun mejor,

es autobiográfico, describe la vida de aquel que lo tiene, del

hombre cuyo es el estilo. Y de aquí que todo biógrafo con estilo,

que todo hombre biógrafo llamémosle, si se quiere, novelista-, es

un autobiógrafo, se describe, se expresa a sí mismo. Y lo mejor de

sí, lo que quiso haber sido. (ADE, p.818)

Conforme se va acercando el cambio de siglo, parece reforzarse en

todo el continente una llamada generalizada a la proyección de “un hombre

nuevo”. El final de la metafísica, anunciado por Nietzsche, es el ocaso

de la noción tradicional de hombre y de su apuesta onto-teológica. Las

novelas de Dostoievsky intentan retratar este nuevo sujeto en acción, que,

inevitablemente, acaba por revelar manifiestos rasgos “evangélicos“ (el de

hombre nuevo es -para bien y para mal- un concepto de abolengo cristia638

no).9 El marxismo quiere liberar a una humanidad alienada y así renovarla.

Y, limitadamente al ámbito hispánico, con la Institución Libre de Enseñanza

se pretende plasmar hombres nuevos para reformar desde abajo una

sociedad caracterizada por un penoso absentismo político. Unamuno acepta

esta radical exigencia occidental y no la confunde con la discusión sobre

la modernización del país que reabre con terrible urgencia la pérdida de

las últimas colonias, o sea, con el mero regeneracionismo nacional; más

bien, considera éste un singular aspecto de aquélla.10 Unamuno discierne

con claridad el hilo rojo que conecta la impasse del racionalismo postcartesiano

al nihilismo, y por eso busca un giro poético, “cardiaco“, que

redescubra el valor filosófico y vital de la fabulación tan familiar a los

humanistas italianos y españoles. Y, en efecto, en contra de lo que estima

él mismo, son muchos los aspectos de su pensamiento recogidos del Humanismo,

11 acaso a través de la privilegiada y compacta sinopsis de Vico,

como también parece indicar -en Alrededor del estilo- la oposición entre

una “filosofía estética” y una “filosofía crítica”, antinomia que posiblemente

calca del filósofo napolitano, aunque éste prefiriera denominar “filosofía

tópica“ -es decir, inventiva- la opción anti-cartesiana:

Lo que llaman filosofía crítica es una filosofía sobre el método, es

una metodología, y lo que podemos llamar filosofía estética, o,

mejor, filosofía imaginada y sentida, es una filosofía sobre el estilo...

El estilo es camino, y es a la vez lo que camina, como es un

río. No un camino por el que se va, sino un camino que nos lleva.

(ADE, p.844)

Unamuno aboga por una interpretación filológica de la realidad, o sea

que reconoce la “prioridad del problema de la palabra con respecto al de

los entes”.12 De la palabra al ser es el trayecto de su “filosofía imaginada y

sentida”. Por eso, en el séptimo artículo de Alrededor del estilo, titulado

«Cuerpo y alma del estilo», parte justamente de algunas observaciones

sobre el étimo y el uso de la palabra “cuerpo” para poder llegar a vislumbrar

y expresar así el ser del estilo. El estilo es justamente aquella crucial

superación del dualismo de cuerpo y alma, de contenido y forma, de res y

verba, que constituye la piedra de toque de todo filosofar auténticamente

humanista:

“el estilo es el alma hecha cuerpo y es el cuerpo hecho alma“ (ADE,

p.809) “dualismo de alma y cuerpo... es la esencia del problema...

del estilo” (ADE, p.811) “¿cree el lector que la vida, que la vida

fluida, que la sangre de la vida y no su hueso -que es lo que sobrevive

a la muerte total- tiene otra unidad que la del estilo?“ (ADE,

p.844) “Expresar algo es pensarlo, y hasta que no se logra expresarlo,

no se logra pensarlo. O sea que hacer estilo es pensar. Y lo demás

es tomar las ideas -o sea las cosas- en pienso y no en pensamiento”.

(ADE, p.848)

639

La filosofía “sobre el estilo“ de Unamuno va, por tanto, mucho más allá

de la metodología racionalista, porque el estilo no es sólo camino

(methodos), sino también lo que camina, lo que mueve y con-mueve: el

estilo es el hombre, como decía Buffon, en su originaria unidad de pathos

y logos.

Finalmente, no es casual, siempre a propósito de esta huella humanista,

que reconozca a la metáfora un papel central en la revitalización del

lenguaje desgastado,13 y que hable de “ojos metafóricos“ (ADE, pp.814,

815), y se pregunte: “¿es que hay algo, divino o humano, que caiga fuera

de la consideración del estilo? Nada; porque es una manera de ver“ (ADE,

p.851). Falta sólo una explícita referencia a la doctrina del ingenium, como

facultad de descubrir (ver) relaciones a-lógicas originarias entre las cosas.14

El hecho es que Unamuno, como los humanistas, sabe que no se puede

suprimir lo patético del plano filosófico, como reiteradas veces ha pretendido

el pensamiento moderno: “sentir es un modo de pensar” (ADE, p.883).

Por eso el estilo del que trata se define como la expresión de todo el ser de

la persona, es decir, de la inextricable unidad de pathos y logos, de su

verdad existencial, que desde luego no se deja medir con el viejo metro

exclusivo de las capacidades de raciocinio: “el estilo no es cuestión de lo

que llamamos inteligencia, en el sentido racional. Un hombre casi irracional,

incapaz de discurrir con lógica, puede tener estilo“ (ADE, p.869). Y

antes había afirmado: “es el estilo el que crea pensamiento, y el que carece

de estilo no piensa”. (ADE, p.815)

Unamuno comienza su discurso partiendo de la famosa sentencia de

Buffon “le style est l’homme même” (Discours à l`Académie française, 1753).

Luego identifica el hombre-estilo con la persona, concepto de alcance social

que matiza contraponiéndolo al de mero individuo.15 Estilo y personalidad

forman, a su juicio, un connubio no escindible. Un idiota no puede

usurpar el estilo de otro imitándole servilmente: “Una sentencia profunda

o ingeniosa pronunciada por uno, por el que la creó... es algo, y repetida

luego por un tonto no pasa de ser una tontería. La misma frase en dos

bocas distintas hace dos frases“ (ADE, p.811). La unidad de lenguaje y

vida no es analizable racionalmente, porque viene a caer el mismo principio

de universalidad: todo es circunstancial, no abstraíble de contexto,

hasta el punto de que las mismas palabras, en dos bocas distintas, ya no

son las mismas. De lo cual se colige que el problema estilístico no es

esencialmente literario,16 sino existencial; es el problema del qué-hacer

con y de la propia vida. Y la tarea existencial que a cada uno se impone -

glosa Unamuno- es crear el propio personaje: “Todo el que se sabe su

papel tiene estilo” (ADE, p.797), “lo primero que hay que hacer es hacerse

a sí mismo” (ADE, p.861).17

Alrededor del estilo es de 1924. Pero es mucho antes cuando se afirma

en Unamuno18 la necesidad de un giro poético anti-cartesiano, tal vez justamente

en los albores de su pensamiento y su aventura literaria, ambos

640

dirigidos, como se apuntaba, a la creacción de un propio personaje. En

1895 Unamuno empieza a trabajar en una novela corta19 destinada a quedarse

en el cajón, inicialmente titulada Nuevo mundo, que, después de la

conocida crisis del 97, transforma en la base de una obra teatral igualmente

poco afortunada: La Esfinge. Esto, que fácilmente puede comprobarse

colacionando esta novela frustrada, publicada recientemente, con una

cualquiera de las redacciones conservadas de la pieza, Unamuno lo confía,

aunque de manera velada, únicamente a Galdós:

En lo que sí he venido a dar es en lo que no creí nunca, en lo

mismo en que fue usted a dar: en el teatro. Cuando hace tres o

cuatro años me excitaban Villegas y Colorado a que hiciese algo

para el teatro me resistí alegando que ni mis gustos, ni mi complexión

espiritual, ni mi estilo me llevaban a él. Y a él he ido a dar

casi sin sentirlo; intentando hacer una novelita.20

A otros corresponsales, el escritor vasco presenta su drama en gestación

como un reflejo y una confesión de la crisis atravesada,21 y, por tanto,

como el resultado de un radical y repentino cambio de ruta y de perspectiva.

Muy probablemente, evita, en estos otros casos, cualquier fortuita

alusión a Nuevo mundo, porque le hubiera resultado difícil explicar a sus

interlocutores la verdad de una crisis “preparada“ por lo menos durante

los dos años anteriores. Pero, en realidad, la anécdota de la crisis nocturna

no parece tener más importancia -a la luz de estos borradores- que la

de una estremecida respuesta biográfica al proyecto idealizado de vida

que Unamuno comienza a esbozar justamente en Nuevo mundo -y parcialmente

en Paz en la guerra -, y que intenta corregir luego en la pieza comenzada

en el 98 y seguirá retocando, con abnegación y constancia, a lo largo

de toda su obra.

Pero, lo que más interesa destacar, del testimonio citado, es -sobre todola

reticencia del futuro rector de Salamanca, que, delante del maestro

Galdós, no deja transparentar el autobiografismo de su personaje in fieri,

y se limita a una vaga alusión a su crisis,22 para tratar luego de La Esfinge

sólo desde una perspectiva técnica (el pasaje del género novelesco al teatral).

Ya se ha visto que, en Alrededor del estilo, autobiografía y estilo son

términos parejos, y que la falta de estilo achacada a Galdós equivale, entre

otras cosas, a la ausencia de verdaderas autobiografías en su obra.

2. Falta de estilo, en este contexto, quiere decir -entonces- incapacidad

de expresar una rica personalidad: en la obra como en la vida; o sea,

inexistencia, puesto que no existe de veras quien no tenga estilo: “lo más

raro es encontrar quien tenga estilo, quien sea él, quien exista“ (ADE, p.829).

En Alrededor del estilo Unamuno anuncia también la intención de quererse

ocupar aun del problema del estilo en sus planes inmediatos, aunque,

en apariencia, trate de otras cosas: “Lo que no quita que en todo lo demás

que escriba, sea lo que fuere, trate principal y esencialmente de estilo aun

641

sin nombrarlo“ (ADE, p.844). Es tentador leer en esta afirmación un presagio

de Cómo se hace una novela, texto híbrido, a medio camino entre la

novela, el diario y el ensayo, en que se discepta sobre “cómo” escribir la

novela de la propia existencia, es decir, sobre el estilo que permite al

anónimo individuo convertirse en “persona”. Cada uno es el novelista de

sí mismo, llamado a dar forma al hombre nuevo que, en lo más íntimo,

aspira a ser; si no lo consigue, un novelista sin estilo, aunque su dominio

de las técnicas narrativas sea perfecto y sus elecciones léxicas siempre

acertadas.

Como se decía, en el fondo de esta teoría existencial de la novela es

preciso divisar la piedra angular del autobiografismo unamuniano, tantas

veces señalado, pero -nos parece- casi nunca penetrado en su sentido

último. Este autobiografismo, en realidad, tiene que entenderse como autoproyección:

no basta decir que Unamuno atribuye a ciertos personajes

algunas de sus experiencias y todas sus ideas; esto le sirve sólo para una

identificación preliminar, para engancharse a su personaje. Pero, lo que de

veras es relevante, es que éste asuma a menudo también rasgos evangélicos

y quijotescos, como en el caso de Eugenio Rodero (Nuevo Mundo );

Ángel (La Esfinge), Agustín (Soledad), o la Vida de Don Quijote y Sancho,

texto clave en el cual seguramente es más manifiesta la superposición de

los dos esenciales mythoi del orbe ficcional unamuniano. La inicial representación

en el personaje se transforma así en proyecto ontológico: en

posibilidad de metamorfosis ética o de liberación estética. Al fin y al cabo,

para Unamuno, es el proyecto, el querer-ser, lo esencial de toda biografía,

en cuanto encierra su télos: sólo tomando como base éste, la existencia in

fieri del novelista logra una opción de “plenitud“. El hombre-biógrafo, esto

es, el novelista, “se describe, se expresa así mismo. Y lo mejor de sí, lo

que quiso haber sido”.

Si se comparte que lo fundamental, en el autobiografismo unamuniano,

es el proyecto de futuro más que la inserción de vestigios de lo vivido

(puesto que lo que se pretende averiguar, escribiendo, es qué futuro pueda

tener cierto pasado), entonces se debe juzgar de la máxima relevancia

que el horizonte mitológico unamuniano, centrado, como se decía, principalmente

en la figura evangélica de Cristo y la de don Quijote, sin lindes

exactos entre una y otra, ya hubiera aparecido en precedencia, en el ámbito

circunscrito de las letras españolas, justamente en un texto de Galdós:

Nazarín, de 1895 -es evidente que el referente europeo, en este caso, es

Dostoievsky-.23

Es imposible que Unamuno no se diera cuenta de que esta novelita

reunía los mismos paradigmas mitológicos que caracterizan su proyecto

de “hombre nuevo“ (aunque es cierto que, con respecto a don Quijote, su

inicial entusiasmo se enfría sensiblemente en el 98 -pero enseguida asistimos

a un nuevo acercamiento empático-). Esto, junto a la textura claramente

autobiográfica de algunas criaturas galdosianas, como Evaristo

642

Feijoo, en el cual -como se ha dicho- no es difícil reconocer un “doble

ficticio de don Benito“,24 nos lleva a la conclusión de que se pueden encontrar,

en Galdós, los dos “elementos” básicos de la novela existencial

unamuniana: una representación autobiográfica en ciertos personajes

(Feijoo), y un proyecto existencial “alternativo” y mitológico en otros

(Nazarín): falta, sin embargo, -desde el punto de vista unamuniano- la conjunción

entre ambos aspectos en una figura única y titánica.

Esta “carencia de conexión“ se refleja, desde luego, también en la estructura

narrativa elegida, y fundamentalmente en el hecho que en Galdós

no haya, como en Unamuno (o en las primeras obras de Azorín y Baroja),

un personaje autobiográfico central que monopoliza toda la atención del

lector: la obra galdosiana no se agota, en efecto, en la dramatización de

las peripecias espirituales del “novelista“ en el sentido específico que otorga

Unamuno a la palabra. Nazarín podría ser un válido ejemplo de hombre

nuevo incluso para los hombres del 98; pero -como se hacía notar- falta

justamente aquí el autobiografismo que en otros lugares de la producción

galdosiana se puede vislumbrar. Además, su rasgo psicológico dominante

es la resignación: una resignación atemporal, evangélica. Aunque Unamuno

quiera resignarse de la misma forma a su destino ontológico en el 97, su

camino maduro es seguramente el del agonismo, y no en vano E. R. Curtius

le llamó; Excitator Hispaniae. Por eso sus personajes paradigmáticos se

caracterizan, desde el primero -Eugenio Rodero-, por la voluntad indómita

de empeñarse en un “sostenido apostolado”.25 Nazarín es pasivo desde el

primer momento; en cambio, el héroe modernista emprende una dura

lucha, aunque sus esfuerzos naufraguen al final en la abulia (Fernando

Ossorio, Antonio Azorín) o en el sacrificio cruento de matriz cristiana

(Eugenio Rodero, Ángel). La distancia no podría ser mayor: el héroe

modernista experimenta todo el peso de su fracaso y su personalidad resulta

literalmente aplastada, mientras que Nazarín es intocable en la torre

de marfil de su fe.

Repárese también, de paso, en la distancia que separa los personajes

de Azorín y Baroja -instalados, al final, en la abulia nihilista- del agónico

protagonista unamuniano: éste fracasa como ellos, pero su derrota se convierte,

al mismo tiempo, en adhesión al mythos evangélico. Lo cual, por

supuesto, no basta para remediarla: el sacrificio cristiano, como se desprende

también de Dostoievsky, se ha vuelto, después del fin de la metafísica,

tremendamente ambiguo -el sentido del martirio ya no está garantizado-.

26

3. En conclusión, Unamuno no niega sólo el magisterio de Galdós, sino

su misma existencia. Por eso descubre en la frase de Manso, “Yo no existo“,

la clave para interpretar tal vez la única autobiografía que Galdós hubiera

trazado en su obra (ADE, p.845). Como se ha visto, el no haberse

plasmado como “hombre nuevo”, el no haber dibujado una biografía

“optativa“, y el haberse conformado -en cambio- con retratar a una socie643

dad exangüe y corrupta, representan las dos caras de la única acusación

que Unamuno logra formular en contra del novelista canario; y que -desde

luego- no nace ex nihilo en 1924, no obstante cuanto declarado ocho años

más tarde a R. Castañeyra Schamann: “En la quietud y en el sosiego de esa

isla [Fuerteventura] es donde pude darme cuenta de todo el enorme trabajo

de aquel hombre recogido. Mi Galdós de hoy es el que aprendí a conocer

ahí”.27 Porque en 1920 ya había escrito:

Apenas hay en la obra novelesca y dramática de Galdós una robusta

y poderosa personalidad individual, uno de esos héroes que luchan

contra el trágico destino y se crean un mundo para sí, para sí

mismos, un Hamlet, un Segismundo, un Don Quijote, un Tenorio,

un Fausto, un Brand o un Juan José. Es que Galdós no les encontró;

en el mundo en que el destino le hizo vivir.28

Éste es el primer paso hacia las críticas del 24, aunque en este artículo

no se reproche todavía a Galdós el no haber creado lo que no había podido

encontrar en su época. El cuento “Una tragedia“ (1923), que Unamuno

publicó enCaras y Caretas, puede entonces leerse como el sucesivo desarrollo

y ya como una anticipación cifrada del ataque lanzado al año siguiente.

La historia, muy sencilla, está basada en la disputa entre dos escritores:

el afirmado y maduro Ibarrondo, y el principiante Pérez. El primero

se niega a escribir un prólogo para el segundo, y cuando éste le pide

explicaciones, Ibarrondo, tajante, afirma:

He hojeado su libro, he leído acá y allá pasajes de él y he visto que

no hace usted sino repetir lo que todo el mundo dice, y lo que es

peor, como lo dice todo el mundo. Ni una expresión, ni un grito, ni

una metáfora, ni un acento personal. Y cuando cree usted ir contra

la corriente general es cuando más ramplonerías escribe, pues se

hace usted eco de la contracorriente también general.29

El juicio expresado en el 24 sobre Galdós es ligeramente menos cruel -

“Escribía sin estilo propio. A las veces, un concepto sutil, una metáfora

viva; pero una frase, un giro suyo... jamás“ (ADE, p.836)-, pero la argumentación

de fondo es la misma. Es tentador suponer que, para que no resultase

sospechoso el relato del 23, Unamuno convirtiera al maestro Benito

Pérez Galdós en un escritor primerizo. Los nombres de los personajes

unamunianos, como es sabido, son casi siempre significativos, y no sería

del todo disparatado preguntarse si, en este caso, justamente el anónimo

“Pérez” no sea una apretada máscara que oculta cuanto desvela.

Pérez sabe que renunciar a la literatura no es una solución para él. Su

carencia de estilo es un hecho existencial y no sólo “retórico” -en el sentido

trivial del término-, un defecto ontológico que, como teme no poder

remediar, parece destinado a invalidar todas sus obras futuras, del género

644

que sean: por eso elige el suicidio. Es el único camino que ve abierto: el

reconocimiento total de la propia, ya demasiado manifiesta, “inexistencia“.

Así termina el relato:

Días después Pérez se pegaba un tiro, después de escribir a

Ibarrondo una carta en que le decía que le había puesto ante los

ojos un espejo en que vio su inutilidad. Ibarrondo se aquietó pensando

que los suicidas lo son de nacimiento.30

Es fácil comprobar que el símbolo del espejo, en la literatura unamuniana,

acompaña siempre la trágica cognición de la nada, el momento crucial en

que el protagonista descubre -como en este caso- toda la propia esencial

“inutilidad“.31 Pero, lo que más alarma, es la conclusión de Ibarrondo, de

un determinismo basto e inquietante: “los suicidas lo son de nacimiento“,

que parece confirmar el temor de Pérez sobre la imposibilidad ontológica

-para él- de llegar a tener estilo, a existir de verdad.

En Alrededor del estilo Unamuno se enfrenta al problema de la posibilidad

de aprehensión del estilo y su actitud resulta mucho más conciliadora:

aunque no pueda ser suficiente -como se ha visto- la imitación servil, el

estilo se encuentra justamente emulando, ya que cada uno llega a conocerse

sólo en el otro: a través de la imagen reflejada en las pupilas que le

miran (ADE, pp.800-801). Se es “persona“, y se demuestra tener estilo,

sólo mientras se actúa en el teatro de la convivencia social. Y, en efecto, el

proyecto unamuniano de hombre nuevo no se agota en su formulación

literaria, sino que exige sobrepasar la imperturbabilidad del texto, requiere

una interpretación existencial, una applicatio32 histórica. Las ficciones

de Unamuno, lejos de reducirse a un absurdo juego solipsístico, representan

la dramatización de un anhelo de reforma ontológica, individual y colectiva,

cuyo éxito o cuyo fracaso piden ellas mismas, a gritos, que se mida

no en un manual cualquiera de literatura, sino sobre el tablado de la historia

más reciente de España y de lo que llamamos occidente (de aquí la

problematicidad de su legado ideológico).

Bajo esta luz, el hecho que el autor vasco, en carta a Chonon Berkowitz,33

parezca achacar a Galdós hasta el no haber sido un hombre público (otra

afirmación muy discutible, sobre todo si no se restringe a los últimos años

de retiro forzado), tiene que verse, una vez más, como el revés del delito

-más general y más terrible- de no haber sabido entender el arte de la

novela como él la concebía: como proyección de autobiografías

desiderativas-dilucidación, en y mediante la escritura, de un paradigma

vital destinado a ser encarnado, ante todo, por el mismo hombre-biógrafo,

esto es, por el novelista-personaje, delante del vasto y atento público nacional.

645

Unamuno no parece admitir ni siquiera la posibilidad de una frecuentación

diversa del espacio literario -más amena, más lúcida, más abierta al

placer del texto-; y esta misma ceguera -a todas luces- fue lo que le impidió

valorar con justicia la constitutiva “polifonía” de los mundos galdosianos,

irreductibles a dos o tres arquetipos fundamentales.

646

NOTAS

1 BERKOWITZ, H. Ch., «Unamuno’s Relations with Galdós», en Revista Nacional de Cultura,

Caracas, 1957, XIX, pp.170-77, capta una cierta dosis de envidia latente, en Unamuno,

que enturbiaría su opinión crítica con respecto a Galdós. SCHRAIBMAN, J., «Galdós y

Unamuno», en Spanish thought and letters in the 20th Century, Nashville, 1966, pp.451-

482, ablanda esta toma de postura afirmando que, en realidad, el escritor vasco pretendía,

con sus reiterados ataques a la obra galdosiana, poner en tela de juicio a la

sociedad de la Restauración. ONTAÑON DE LOPE, P., «Una ruptura generacional: Galdós

y Unamuno», en Anuario de letras, Universidad Autónoma de México, 1995, vol. 33,

pp.201-228, pone de manifiesto las influencias galdosianas que, al margen de las declaraciones

del mismo Unamuno, se pueden rastrear fácilmente en su producción (aunque

cometa un pequeño error suponiendo que Amor y ciencia de Galdós pueda haber

influenciado, al menos por lo que se refiere al título, Amor y pedagogía de Unamuno -

p.224-, visto que esta novela es de 1902, mientras que el drama galdosiano es de

1905). La tesis de CLABÉ, M., El Galdós de Unamuno, Université de Rennes II - Haute

Bretagne, septiembre 1996, presenta un detallado cuadro de la evolución del juicio

unamuniano sobre Galdós. De su parte, Mª del Carmen Rodríguez Acosta, «¿Galdós es

lector de Unamuno?», en Actas del quinto congreso internacional de estudios galdosianos,

Cabildo insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1992, Vol. I, pp.445-453,

trata del influjo de la primera novela publicada por Unamuno, Paz en la guerra, sobre

las galdosianas Bodas reales.

2 “¿No será Manso un ejemplo de ficción autónoma, de ser novelesco independizado, a lo

último, de su autor? Es raro que Unamuno no siguiera esta pista, pues Manso es el

personaje de la galería galdosiana más propio para ser entendido por él. La posición de

Galdós en cuanto a la invención del personaje es, en El amigo Manso, pre--unamuniana“.

GULLÓN, R., «La invención del personaje en El amigo Manso», en Ínsula, Año XIV, 15-

III-1959, nº 148, p.1.

3 Citaré el texto, mútilo por la censura, de las Obras Completas, T. IX, Afrodisio Aguado,

Madrid, 1958, pp.787-884, indicando, detrás de la sigla ADE, el número de página

correspondiente. Los artículos que forman esta serie se publicaron en El Imparcial del

20 de abril al 30 de noviembre de 1924, y los dos en que se ataca a Galdós son: «El

estilo de Galdós» op.cit., pp.915-917, y «El amigo Galdós sobre el estilo» op.cit., pp.921-

923

4 «Sobre la filosofía española-diálogo», Obras Completas, T. I, Escelicier, Madrid, 1967,

pp.1160-1170 (se citará esta edición de las Obras Completas con la sigla O.C.E., seguida

por el número del tomo y la página correspondiente) - 1ª ed., La España Moderna,

XVI, nº 186, Madrid, junio, 1904, pp.28-42; las palabras citadas se leen en la última

página. En una carta del 19-VI-1905 escribe Unamuno a Francisco Antón: “No intente

usted poner aquí alma en nada. Lo mejor es las filosofías archi-ramplonas y ultravulgares

de los personajes de Blasco Ibáñez o las cursis superficialidades cientificistas

de los inevitables ingenieros de Galdós“. (Casa-Museo Unamuno, colocación COR/237)

5 “Unamuno no penetra en Galdós más allá de lo que su sensibilidad y personalidad le

permiten. La obra de Galdós es objeto de sus reflexiones, pero más que nada es catálisis

que le sirve para sus propias ideas y preocupaciones“, SCHRAIBMAN, J., op.cit.,

p.458.

6 Cfr. MORÓN ARROYO, C., El «Alma de España» en Cien años de inseguridad, Ediciones

Nobel, Oviedo, 1996, pp.129-130.

7 “Su personalidad artística era algo como una representación de la impersonalidad; era el

hombre medio el que hablaba en él“. (ADE, p.837)

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8 SCHRAIBMAN, J., op.cit., p.453.

9 Clarín así presenta al personaje de don Saturno: “Después de bien lavado iba a misa sin

falta, a buscar el hombre nuevo que pide el Evangelio. Poco a poco el hombre nuevo

venía; y por vanidad o por fe creía en su regeneración todas las mañanas aquel devoto

del Corazón de Jesús“, ALAS «CLARÍN», L., La Regenta, Cátedra, Madrid, 1987, T. I,

p.173.

10 Cfr. CEREZO GALÁN, P., Las máscaras de lo trágico -Filosofía y tragedia en Miguel de

Unamuno, Trotta, Madrid, 1996, pp.426-429. Cerezo Galán considera sólo la continuidad

Humanismo-modernidad; la obra de E. Grassi tiene el mérito de haber puesto de

manifiesto la «novedad» filosófica humanista tanto respecto a la escolástica medieval,

como al racionalismo cartesiano y al idealismo. Debo a Francisco J. Martín la idea de

poder tamizar un legado humanista latente en la tradición española más reciente.

11 «La vida es sueño» O.C.E. cfr., I, pp.940-946.

12 “È il problema centrale specifico dell´ Umanesimo, preminenza del problema della

parola su quello enti nello sforzo di definirli razionalmente tramite una onto-logia“,

GRASSI, E., Potenza dell` immagine - Rivalutazione della retorica, Guerini e Associati,

Milán, 1989, p.258. Cfr. CEREZO GALÓ, op.cit., pp.383-384.

13 “Quedábamos en lo de la pesca de metáforas. Se las pesca en la mar de la filología. Y

es para lo mejor que sirve estarle hurgando y escarbando las entrañas a un lenguaje:

para sacar metáforas y resucitar así las palabras. Que sólo son vivas, que sólo son

poéticas, que sólo son evocadoras cuando nos muestran sus metáforas“. (ADE, p.814)

14 Cfr. GRASSI, E., op.cit., pp.167-261; cfr. también GRASSI, E. - LORCH, M., Umanesimo

e retorica - Il problema della follia, Mucchi, Modena, 1988, passim, donde Grassi recalca

su tesis fundamental: el pensamiento formal debe dejar espacio a un “saber arraigado

en la metáfora“, ya que el hombre vive en situaciones existenciales siempre distintas.

15 “Conocidísimo es que la palabra persona, dicen ahora que de origen etrusco..., significó

primero la careta o máscara trágica o cómica que llevaba el actor antiguo cuando

representaba lo que llamamos un papel, significó luego el papel o la persona, el personaje

mismo representado, y por fin, trasladando su acepción del teatro inmediato e

ingenuo al otro, al teatro mediato y artificioso de la vida pública civil, vino a designar el

papel que uno hace en la tragicomedia de la historia, el personaje que representa“.

(ADE, p.796)

16 El estilo “nada tiene que ver, ¡es claro!, con la corrección gramatical y retórica“. (ADE,

p.797)

17 “A Adán y Eva se les desterró del Paraíso por haberse hecho hombres... por haber

cobrado conciencia humana, histórica, de sí mismos; por haber logrado estilo, por ser

ellos mismos, por ser sinceros. No por lo que hicieron, sino por lo que se hicieron“

(ADE, p.810). Bastante difusa en la cultura de la época es la idea de que el hombre es

novelista de sí mismo (derivada, sin duda, del legado nietzscheano): cfr., por ejemplo,

ORTEGA Y GASSET, J., «Prólogo para alemanes» en El tema de nuestro tiempo, Alianza/

Revista de Occidente, Madrid, 1987, p.31.

18 UNAMUNO, M. de, Nuevo mundo, L. Robles ed., Trotta, Madrid,1994.

19 Cfr. borradores y copias mecanografiadas conservados en la Casa-Museo Unamuno,

colocación 1/16, 3/13 y 5/35.

20 “Fruto de las últimas vicisitudes por que ha pasado mi espíritu ha sido un drama“.

BENÍTEZ, H., El drama religioso de Unamuno, Universidad de Buenos Aires, Buenos

Aires, 1949, p.275 (carta del 23-XII-1898 a Jiménez Ilundain).

21 “Lo peor es que en fuerza de vivir solo conmigo llegó a ulcerárseme la conciencia, y me

sucedió con ella lo que con el estómago ulcerado, que empezó a digerirse, esto es, a

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analizarse, a sí mismo. Dios sólo sabe lo que sufrí.“ Carta de Unamuno a Galdós del 30-

XI-1898 en SCHRAIBMAN, J., op.cit., p.463.

22 Ibíd.

23 Cfr. ROMERO TOBAR, L, «Del `Nazarenito´ a Nazarín», en Actas del Quinto Congreso

internacional de estudios galdosianos, Las Palmas de Gran Canaria, 1992, Vol. I,

pp.471-482. Romero Tobar, después de recordar que Cristo y don Quijote son los dos

modelos a los que Galdós mira para la construcción de su don Nazario, y haber esbozado

la polifacética corriente europea de reelaboración literaria del primero hasta Renan

y Strauss, logra seguir cuidadosamente sus huellas también dentro de la tradición española

del siglo XIX. Sería interesante realizar una pesquisa análoga sobre la figura de

don Quijote, que, como es sabido, a comienzos del Novecientos cataliza la atención de

todos los intelectuales de prestigio, que perciben en él un claro símbolo de la realidad

española. Morón Arroyo señala, como tal vez involuntario iniciador de esta tendencia,

al catalán Valentí Almirall, que ya en 1886 no duda en recurrir a la criatura cervantina

para poner de manifiesto las carencias del alma castellana: “En 1886 Valentí Almirall

ve a Don Quijote como caballero desinteresado y generoso, pero débil de cuerpo y

débil de razón. Tiene en su cabeza unos cuantos lugares comunes que considera la

ciencia más avanzada, y luce en las Cortes una oratoria tan exuberante como vacía...

Cuando le fallan los argumentos, quiere imponerse por la lanza. Y para Almirall don

Quijote encarna un alma: ‘¿Pot donar-se un tipo més geüinament castellà?“, MORÓN

ARROYO, C., op.cit., p.117.

24 GULLÓN, G., La novela moderna en España (1885-1900) - Los albores de la modernidad,

Taurus, Madrid, 1992, p.63.

25 Nuevo Mundo, cit., p.59 (ms, p.76). “Las figuras que Galdós ha hecho pasar por su

retablo de Maese Pedro, rara vez parecen tener libre albedrío; se dejan vivir más que

hacen su vida... Y cuando quieren ser rebeldes no pueden, a pesar de todos sus esfuerzos,

rebelarse... En el fondo todos, hasta los que parecen rebelarse, se resignan y aun

se conforman“. (O.C.E., III, p.1206)

26 Azorín relata estas palabras del filósofo y escritor vasco en su artículo «Charivari en casa

de Unamuno», originariamente publicado en La Campaña (26-II-1898): “¡El Cristo nuevo!

Sí, ya lo sé... Usted ha hecho de eso un artículo. ¿Son esos los ideales? Usted,

querido amigo, y los que como usted piensan están equivocados. Son generosas sus

aspiraciones, pero no es esa precisamente la orientación; hay algo más que eso... //

Cristo no puede ser viejo ni nuevo; Cristo es eterno, el Cristo verdaderamente eterno,

el del Evangelio, no el visto a través de Renán. // Usted ha hecho que Cristo llame

imbéciles a esos resignados proletarios que sustentan a la humanidad con su trabajo.

¡Qué aberración! El Cristo que dijo -Mat., c. 22- que quien llamase a un hombre imbécil

merecía el fuego, no puede llamar imbéciles a sus hijos, ni fue perseguidor de toda ley

quien dijo que no venía a derogar la ley, sino a cumplirla -Mat., c.17- Pero ante todo y

sobre todo, hay en la manera de ver usted a Cristo, y con usted otros muchos, no poco

de la manera con que le veían muchos de sus coetáneos, que querían que fuese un

luchador y nunca comprendieron aquel “mi reino no es de este mundo“. MARTÍNEZ

RUIZ, J., - «Azorín» Artículos anarquistas, (prólogo, selección y notas de J. Mª. Valverde),

Lumen, Barcelona, 1992, p.76, Unamuno aquí se refiere al artículo «El Cristo nuevo» de

Martínez Ruiz, también aparecido en La Campaña el 5-I-1898 (y luego en Don Quijote el

15- XI-1901). Es fácil comprobar la autenticidad de las palabras atribuidas a Unamuno,

basta confrontarlas con la inédita meditación evangélica. «El mal del siglo», conservada

en la Casa-Museo Unamuno (colocación 9/9). En la época de la crisis el juicio sobre el

historicismo de Renan es cruel, pero esta actitud cambiará radicalmente en los años

sucesivos.

27 Carta del 12-IV-1932 en SCHRAIBMAN, J., op.cit., p.480.

28 UNAMUNO, M. de, «La sociedad galdosiana», en O.C.E., III, p.1204. Tanto este artículo,

como otros dos también escritos con ocasión de la muerte de Galdós, -«Galdós en

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1901», en O.C.E., III, pp.1205-1206 y «Nuestra impresión de Galdós», en O.C.E., III,

pp.1207-1209-, suscitaron las críticas de doña Emilia Pardo Bazán, que, en una carta

del 24-II-1920, escribe a Unamuno: “No sé si Ud. sabe que yo soy uno de sus verdaderos

amigos. Tengo esa condición. Y eso no impedirá que le eche una peluca por lo que

dijo de Galdós. Ya sé que lo han aumentado mucho; pero la ocasión fue pésima. De

todo esto se tratará, si Ud. se nos presenta como espero, dispuesto a la plática“. (Casa-

Museo Unamuno, colocación P1/65)

29 O.C.E., II, p.903.

30 O.C.E., II, p.904.

31 “Yo recuerdo haberme quedado alguna vez mirándome al espejo hasta desdoblarme y

ver mi propia imagen como un sujeto extraño, y una vez en que estando así pronuncié

quedo mi propio nombre, lo oí como voz extraña que me llamaba, y me sobrecogí todo

como si sintiera el abismo de la nada y me sintiera una vana sombra pasajera.“

UNAMUNO, M. de, Diario íntimo, Alianza, Madrid, 1986, p.49. Cfr., en particular, el final

del primer acto (escena 13) de La Esfinge, Nuevo Mundo, cit., p.53 (ms, pp.49-50) y el

cuento El que se enterró, O.C.E., II, pp.817-821 (el inédito «Allende lo humano» Casa-

Museo Unamuno, colocación 1\6- presenta otra versión de este cuento).

32 La applicatio como es sabido, es el tercer y conclusivo momento de aquel acto unitario

que es la comprensión: cfr. GADAMER, H. G., Verità e metodo, Bompiani, Milán, 1994,

pp.358-363.

33 “Galdós no podía unir en torno de sí a los jóvenes porque era un hombre solitario,

taciturno -apenas hablaba-, de escasa sociabilidad y que vivía una vida aparte, absorto

en el mundo novelesco que iba creando. Su situación pública y política -y sin ésta no se

puede agrupar a jóvenes, ni para fines de cultura literaria- fue siempre muy secundaria“

Carta a H. Chonon Berkowitz del 9-XII-30 en SCHRAIBMAN, J., op.cit., p.461.