EL CABALLERO ENCANTADO EN LA ÓPTICA
CUBANA DE FERNANDO ORTÍZ: UN ENFOQUE
SOCIO-POLÍTICO REGENERACIONISTA EN 1910
Ricardo Viñalet
En 1909 Benito Pérez Galdós publicó su extraña novela El caballero
encantado, cuento real... inverosímil. Ha gozado de notable receptividad
por la crítica, si bien las valoraciones se han movido dentro de un espectro
amplio, de modo que ha resultado controvertida.1 Existe, sin embargo,
consenso de apreciarla como obra de intenciones éticas, sociales y aun
políticas, indepedientemente de la prioridad que se otorgue a cada una de
tales dimesiones. Desde mi punto de vista, ellas integran un conjunto y
pienso que el autor así se lo propuso. La ética y la política, hasta asumidas
individulmente, se hallan socialmente condicionadas y son hechos y actitudes
con alcance colectivo. Por tales razones, opino que Galdós se sintió
en la necesidad, una vez más, de reflexionar sobre España, su historia, su
presente y sus perspectivas. Sabido es que se trata de su temática esencial
y del centro de las meditaciones generadoras en su creación literaria.
El aura de los viejos relatos caballerescos, de las novelas pastoril, sentimental
y picaresca, la sombra del Quijote, se integran aquí en un discurso
narrativo parabólico, rebosante de claves y símbolos en torno a las particularidades
de su tiempo y a las circunstancias españolas. Las peripecias
hilvanadas con apreciables matices irónicos y humorísticos en no pocas
ocasiones, no impiden, sin embargo, observar en El Caballero encantado
a un escritor más explícito, severo e iracundo que Cervantes.
Por otra parte, la formulación real... inverosímil es útil, incluso hoy, para
insistir en que no se puede circunscribir el realismo a determinado “metodo
de creación”, aspecto muy importante para mostrar la inconveniencia no
sólo de entender al realismo casi unidimensionalmente, sino de encasillar
a Galdós en procedimientos literarios muy específicos del siglo XIX. En El
caballero... hay un momento en que el protagonista abandona “el concepto
de lo real para volverse al de lo maravilloso” (Pérez Galdós, 1909, p.240).
Poco después, desde lo maravilloso comprenderá que se encuentra en
otra zona de lo real, muy próxima a la nombrada, cuarenta años mas tarde,
lo real maravilloso por Alejo Carpentier, desde luego con perspectiva
diferente. Quizás en esta novela de Galdós pudiera hablarse de lo maravilloso
real.
4.1-45
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De hecho, el español tampoco descubrió el asunto, pues El caballero...
se factura con antecedentes aportados ya en Don Quijote, homenaje
presumiblemente consciente a quien de modo igual: maravilloso y real fue
capaz de proponer un hondo análisis de su tiempo y lugar.
El tema, obsesivo en la literatura del último cuarto del siglo XIX, se hizo
agónico alrededor de 1898 y en los años inmediatamente posteriores. Ante
la difícil situación en todas las esferas de la vida nacional, la creciente
consciencia de que el país se rezagaba con respecto de Europa; que el
poderoso imperio colonial era ya simple memoria, empezó a delinearse
una actitud entre sectores de la intelectualidad que llevaba como divisas
el pesimismo, la insatisfación y el espíritu crítico. Se conformaba el juicio
colectivo de que, ante el descalabro nacional y la decadencia correspondiente,
era preciso encontrar un remedio que revirtiera el proceso.
El Krausismo constituyó un esencial movimiento ideológico abanderado
de la renovacion española. Su peso recayó esencialmente en los terrenos
cultural y educacional, considerados la vía inmanente para una transformación.
Devino plataforma expresiva del rechazo a las circunstancias
en que se vivía. Han sido justamente llamados los Krausistas educadores
de la España contemporánea; fueron autores de textos impregnados del
ansia modificadora y estuvieron imbuidos de profundo espíritu crítico. Junto
al valor que en sí mismos tienen, al constituir otra vuelta de tuerca para el
movimiento reformista producido en el siglo XVIII y, a la vez, marcar el
preámbulo de la llamada Generación del 98, asimismo son fundacionales
para otros alientos que se vinculan a las ideas y a la creación literaria más
adentrado el siglo XX. El Krausismo tiene mucho que ver con el afán de
mejoramiento axiológico para varias promociónes de españoles. En consecuencia,
llega a ser un enlace de angustias, aspiraciones y juicios críticos
de hombres anteriores al XIX con los del XX. En rigor, el “complejo de
decadencia” puede rastrearse desde el siglo XVII con Cervantes y Quevedo.
En el XVIII es perceptible en autores como Gaspar Melchor de Jovellanos
y José Cadalso, entre otros.
Coincidentemente con el Krausismo sobreviene, como es sabido el periodo
realista-naturalista, etapa en la que Pérez Galdós produce buena parte
de su obra. Atípico resulta su caso, pues si cronológicamente habría
que situarlo en la promoción inicial, su creación transciende por estar más
cercano a los temas y en el espíritu a la segunda, aunque su trayectoria,
técnicas literarias y concepciones lo llevan a ser hombre y autor contemporáneo.
Verdaderamente es en el año 1898 cuando sobreviene el clímax. Constituyó
una crisis de las conciencias. En muchos españoles quedó un amargo
sabor, incluso en algunos que no se caracterizaron por el conservadurismo.
No hay que inferir en todos los lamentos por la derrota una actitud
imperial, sino que -en medio de serias contradicciones de múltiple signo675
vieron en la pérdida de las colonias la manifestación suprema del descalabro
total de su patria.
Así, el grupo conocido como Generación del 98 emerge como una suerte
de movimiento que, a partir de cuestionamientos sobre la situación
nacional en todos los órdenes, cobra un sesgo marcadamente intelectual
y posee manifestaciones de gran importancia en el terreno literario, ámbito
en el cual desarrollaron el pensamiento crítico y su afán renovador. Al
poco tiempo desearon abrirse a las más novedosas corrientes del pensamiento
europeo, esto es, se trazan como objetivo la europeización de
España; europeizadores con pasión española, ya que volvieron de igual
manera los ojos hacia sí mismos, intentando comprender los orígenes de
los males. Dentro de la diversidad de sus integrantes, les vinculó el interés
por dignificar el espíritu hispano, el afán regenerador, la búsqueda de una
españolidad anclada en las raíces pero de signo distinto.
Contexto inenudible de la Generación del 98, pero no sólo de ella, es el
regeneracionismo. Con frecuencia el término queda circunscrito al movimiento
ideológico desarrollado en España a consecuencia del desastre de
1898 y, en tal sentido, su alcance se limita a tentativas de modificaciones
para la vida política del país. Por las consideraciones expuestas, gusto de
extender en tiempo y espacio el ámbito regeneraciónista, incluso más allá
de las frontreras hispanas. Si regenerar implica el restablecimiento o la
mejoría de algo que ha degenerado; si presupone en seres humanos y en
colectividades el abandonar hábitos o conductas reprobables, pudiera
coincidirse en que la crítica a la sociedad española se vislumbraba con
determinada sistematicidad desde casi los inicios del último cuarto del
siglo XIX, y aun antes con menor coherencia.
El regeneracionismo apunta a las ideas y clama por la reconsideración
de la vida política; no obstante, su esencia va más lejos y se expande
totalizadoramente desde una asunción ética, de apego a los genuinos valores
de la espíritualidad hispana, de su cultura, con marcado interés por
la modernización de las estructuras en el país y en las mentes. Su presencia
es impactante en el pensamiento, pero también en la literatura. Verdad
es que el regeneracionismo se delinea con presición alrededor de 1898,
mas su espíritu llega de otros tiempos, de manera que es factible asumir el
concepto con sentido amplio y perspectiva dialéctica (Viñalet, 1996, pp.27-
29).
Galdós, escritor que no forma parte de la Generación del 98 a pesar de
ciertas coincidencias, es excelente ejemplo de escritor regeneraciónista,
no sólo en la obra producida en los años que vivio del siglo XX, sino desde
su primera época.2 Su literatura, desde el principio, colocó a los españoles
ante el tribunal de sus propias conciencias (Viñalet, 1984, pp.100-129).
676
Me parece necesario buscar la esencia de los anhelos Galdosianos en
sus ideas acerca de la tolerancia, el amor y la comprensión. En esa tríada,
tal vez creyó, pudieran encontrarse las sendas para la conciliación de las
pugnas nacionales. Anheló una armonía sociopolítica e individual entre
cada hombre, apoyada en la justicia, en modos de distribución menos
desiguales para la riqueza; ansiaba que cada ser humano fuese expresión
libre y sana de sí mismo, sin perjuicio de otros. Bellos sueños, estrellándose
contra una realidad que no admitía conciliaciones.
El caballero encantado, novela de concretas y reales meditaciones, angustiadas
en hombre de espíritu sensible, es consecuente con la trayectoria
vital de su creador. Por ello, Sainz de Robles, delicado, respetuoso y
fascinado, considera: “Es una narración deliciosa. (...) Ciego, torpe, un
poco desengañado de todo, se refugia en su todo: España. Y la ve mejor
que nunca. Y mejor que nunca la penetra y la entiende”. (Sainz de Robles,
1951, pp.221-222)
Si deliciosa es palabra que emplea Sainz de Robles para cualificar la
novela, varias décadas antes el cubano Fernando Ortiz la llamaría divina e,
inspirado por ella, publica en 1910 una versión libre y americana que
titula El caballero encantado y la moza esquiva (García-Carranza, 1970,
pp.36 y 71). La simpatía sentida por Ortiz hacia El caballero... obedece
tanto a razones literarias como extraliterarias.
En el primer caso, existe amplia referencia de cuánto admiraba a Pérez
Galdós (Ortíz, ¿1911?). Reconoce la maestría del escritor canario para crear
en esa oportunidad una novela fantástica, sobrenatural, especie de jornada
onírica donde el tiempo marcha caprichosamente y desplaza a los personajes
por diferentes planos, no sólo temporales, sino espaciales, envueltos
en magia y en misterios. Ha gustado de la propuesta simbólica,
esencial en el relato, pues le incita a la diversidad de lecturas y él asume
una interpretación. Desde ella elabora su “versión libre” y dará un consejo
al lector, según Ortiz válido para el acceso al original y, por ende a la
traducción que él emprende:
Avive el entendimiento el que quiera seguir leyendo si no es ducho
en simbolismos, que el maestro Pérez Galdós nos exige a todos en
este caso imaginación cautelosa al par que avispada para darnos
justa razón de lo que se descubre en los repliegues de su lenguaje
y se transparenta tras el velo de las personificaciones y sucesos, a
veces borrosos, por el misterio que -para mayor atracción- los rodea
como neblina. El caballero encantado es novela que debe leerse
dos veces, una al correr de la vista sobre las páginas, otra más
pausada y entre líneas toda ella (Ortíz, ¿1911?, p.256).
Las consideraciones extraliterarias radican en la temática y en su significación,
dadas las específicas circunstancias en que fue escrita y en las que
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se produce la recepción de Ortiz. Como El caballero... plantea el asunto de
la regeneración de España desde el prisma socio-histórico y ético, toca de
lleno en preocupaciones de don Fernando en esos años primeros de la
centuria, por su incidencia en la vida cubana. De ese mismo carácter es su
interpretación e, inevitablemente, con tal sentido -desde la otra orilla del
Atlántico y enfoque americano-, escribiría El caballero encantado y la moza
esquiva. Llegados a este punto, es obligada una referencia a contextos en
que ella se gesta, así como a la formación intelectual del cubano.
En 1882, a la edad de un año, viajó Fernando Ortiz a Menorca con su
madre, donde permanece y estudia hasta 1895, en que regresa a Cuba. En
La Habana se matricula en Derecho hasta 1898 y torna a España. Se matricula
en la Universidad de Barcelona y se licencia en 1900. A seguidas, en
1901, alcanzará el Doctorado en Madrid. Volvería a la patria en el simbólico
1902.
Conoce y vive el clima existente en España. Lee y estudia a literatos,
historiadores, juristas y sociólogos; se identifica con el krauso-positivismo
y el afán renovador, se relaciona con regeneraciónistas, admira a hombres
de la Generación del 98. Sin perder, la raigal cubanía que habrá de
caracterizarlo a lo largo de su vida, este respirar y nutrirse de lo más avanzado
de las ideas hispanas lo marcó profundamente. Pudo apreciar también
zonas oscuras dentro de las tendencias que allí se manifestaban,
incluso en las novedosas como el panhispanismo (Ortiz, ¿1911? y 1913).
En este propósito de rastrear y de esbozar una aproximación a Fernando
Ortiz desde momentos y particularidades epocales anteriores a la creación
de su obra vasta y monumental, que lo ha convertido en personalidad
sobresaliente por sus aportes a la identidad nacional y cultural cubanas,
pueden establecerse coordenadas del hombre que comenzó a delinear su
pensamiento y a escribir en el tránsito del siglo XIX al XX. Diríase imposible
acceder a él sin tomar como premisas las raíces hispanas de su etapa
formativa. No pudieran entenderse cabalmente sus proyecciones vitales
ni las razones que lo movieron a emprender sus estudios (Viñalet, 1996,
pp.27-29).
El descalabro español y nuestra gesta independentista se hallan en el
centro del problema. En Cuba, el 98 hubo de tener una violenta repercusión.
Baste apuntar que la noción del desastre fue también para nosotros
una dolorosa realidad. Los ideales y luchas liberadoras desembocaron en
frustraciones gigantescas. El final del dominio español coincidió con la
primera intervención norteamericana y sólo en 1902 nació la república,
como se sabe distante de los sueños y mutilada por la Enmienda Platt, que
nos condicionaba a los intereses y apetencias del vecino poderoso. Tal fue
el signo de aquellos primeros años. La historia es prolija en recoger las
disputas civiles, revueltas militares, la segunda intervención estadounidense,
la corrupción social, administrativa y política. Duros tiempos en que
ganaron terreno el escepticismo y el desengaño.
678
Núcleo de las preocupaciones y acciones de cubanos ilustres fueron el
mantenimiento de la identidad nacional, de la nación misma; la conciencia
de que era necesario remediar la situación; la comprensión de lo impostergable
de indagar acerca de la identidad cultural, esto es, quiénes
qué y cómo somos. Dentro de los primeros esfuerzos de Fernando Ortiz,
no pocos se dirigieron al autoexamen, al autoconocimiento del cubano
(Serrano, 1987). Asimismo, emprendió una cruzada en pro de la
dignificación ciudadana en aquella república artificial y exhausta desde el
alumbramiento mismo, cercenada en la soberanía, urgida de emprender
un camino largo y arduo de ascensión ética, social y política. Ortiz percibió
que por ahí se marcaba un rumbo para alcanzar los objetivos:
regeneracionismo desde la derrota, la pobreza y la identidad, tan afines
evaluó las condiciones cubanas y españolas. Un regeneracionismo desde
la otra linde, transculturado.3
La inquietud renovadora, asimilada creativamente en las estancias españolas
de Ortiz, devino génesis de su quehacer sobre Cuba, sus problemas
y su cultura. Las confluencias que en su obra, de principio a fin, se
observan entre regeneracionismo, identidad nacional y cultural son la espina
dorsal de Fernando Ortiz.
Un enfoque sustentado por ciertos regeneracionistas hispanos, sobre el
cual don Fernando se manifestó especialmente crítico, fue el panhispanismo
(Ortiz, ¿1911?), verdadero intento neocolonialista por someter a Hispanoamérica
a la tutela de la ex-metrópoli. Derrotada completamente en el
terreno militar, cruzó por la mente de algunos la idea de que España volviera
a imperar en las antiguas colonias mediante el ejercicio de influencias
y de privilegios económicos. Maltrecha y rezagada, ansiando europeizarse
para hallar una senda emergente de salida a sus males, con elevados
índices de analfabetismo e incultura, así como con serios conflictos
sociopolíticos, pobre modelo habría de ser España para las repúblicas hispanoméricanas.
Desde tales presupuestos rechazaba Ortiz el
panhispanismo.
No pocos voceros de esa tendencia elaboraron un discurso oportunista.
Llegaban a argumentar que, o España ejercía su misión tutelar sobre Hispanoamérica
o ésta caería bajo el hegemonismo norteamericano. Así el
viejo imperio estaría llamado a rescatar a sus hijas de las fauces del imperialismo
yanqui, joven y pujante. La maniobra panhispanista sólo ofrecía
optar entre dos imperios. Fernando Ortiz, como otros cubanos lúcidos,
comprendió de qué se trataba y al respecto abundó en múltiples ocasiones.
4
Encarando el dilema en sus formulaciones polares, insistirá en el rumbo
de las soluciones:
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Engendros anémicos de un imperialismo que moría, hemos seguidos
embrutecidos en la modorra tropical, de la que despertaremos
tarde, cuando otro imperialismo que crece nos haya arrastrado en
su torbellino. (...) Sólo una civilización intensa podría salvarnos;
siendo cultos, seríamos fuertes. Seámoslo. (Ortiz, 1913, pp.77-78)
La salvación desde la cultura es la propuesta, de clara ascendencia krausopositivista,
estandarte ideológico de los hombres de la Generación del 98
y del regeneracionismo.
Don Fernando, con nítido concepto de nuestra identidad, no hilvanaría
en cambio, ideas apendiculares de la ex-metrópoli, sino acerca de la importante
tarea que le correspondería en los nuevos tiempos:
Esto es lo que debería hacer España, traernos cultura, mucha cultura,
porque cuando España impere por su cultura y por el genio
científico de sus hombres nuevos, entonces, entonces sí, la América
entera será verdaderamente española, hasta la que hable inglés.
(Ortiz, 1913, p.107).
El pensamiento estratégico de Ortiz busca la integración de las repúblicas
hispanoamericanas, lejos de los intentos panhispanistas y tratando de
evitar la absorción por los Estados Unidos: “Si nos convencemos y conseguimos
llevar a la realidad (...) la asociación para la lucha, podremos algún
día presentar un bloque mental iberoamericano bien unido, resistente y
bien caracterizado”. (Ortiz, 1913, pp.17-18)
He aquí, pues, un conjunto de hechos que motivan el surgimiento de El
caballero encantado y la moza esquiva.
El título y el subtítulo pudieran conducir inicialmente a pensar en un
don Fernando narrador. Si tal óptica fuera asumida, esta obra requeriría de
consideraciones específicamente literarias y, en tanto novela, carecería de
valores para destacarse en el género. La esencia del fenómeno está en
que Ortiz no pretendió novelar. Se trata de una interpretación y de una
reconsideración que persigue el objetivo de desarrollar un discurso
regeneraciónista opuesto al panhispanismo. No por otra razón forma parte
de La reconquista... Ha manipulado la literatura, juega con ella y la resultante
es una suerte de sátira con ribetes paródicos, lo cual sí demuestra en
el escritor una conciencia estética (algo, por lo demás muy habitual en su
obra total).
Al declarar sus pretensiones, señala que podará y simplificará porque
su tarea es otra y no las del “esclarecido ingenio de su primer narrador”
(Ortiz, ¿1911?, p.256), e insta al lector a procurarse la original, de manera
que esté en capacidad de acceder al texto matriz, diferente del suyo, don680
de han de constatarse hasta alegatos complementarios o, llanamente diferentes.
En la más literal y sabrosa acepción del término, estamos ante un
texto tendencioso.
En El caballero... y la moza... se observan tres partes: un corto prólogo
con claves interpretativas; la versión propiamente dicha de la novela
galdosiana, cuyos capítulos y títulos no se ajustan al primario; y un epílogo
que trasciende los criterios del autor canario.
La narración se reduce en, apróximadamente, dos terceras partes y el
número de capítulos desciende de veintisiete a catorce. En nota a pie de
página en el Capítulo I, Ortiz explica estas diferencias, o sea, insiste en
hacer explícito su trabajo libre, en llevar al esqueleto la anécdota, muchas
veces glosando en pocas palabras lo que en Pérez Galdós resulta prolijo, y
también volviendo a llamar la atención acerca de su papel de traductor,
vale decir, de interpretador.
El tono de esta glosa llega a ser humorístico e irónico, y don Fernando
revela una estupenda capacidad para caracterizar personajes y situaciones,
a veces mediante el empleo de simples adjetivos. De igual manera
varía con frecuencia el punto de vista del narrador para tomar partido ante
sus actitudes. Hay ocasiones en que convierte al propio Galdós en participante
de la version: “En la fecha en que la narración comienza, cuando
Pérez Galdós entró en tratos (...) con Don Carlos de Tarsis, éste se sentía
desesperado, tristón, pesimista...” (Ortiz, ¿1911?, pp.259-260). También
emplea el recurso de citar textualmente pasajes, relativamente breves, del
original, como apoyatura de su enfoque y de los matices empleados.
A lo largo de un diálogo que sostiene Tarsis (devenido el pelagatos Gil)
con La Madre, éste enumera un grupo de defectos que caracteriza a los
españoles de la decadencia. En la óptica galdosiana, aun consciente de
los desafueros cometidos por los ricos contra los pobres, no se pretende
subvertir el status, sino que se reclama a los poderosos que lo sigan siendo,
aunque ricos buenos para que los pobres lo sean menos y también
buenos. Aquí Ortiz vuelve a anotar a Galdós, en punto altamente revelador
de tales idealizadas concepciones: “Somos iguales, y el pobre y el rico, el
plebeyo y el noble, nos hallamos en venturosa fraternidad y por ella vivimos”
(Ortiz, ¿1911?, pp.275-276).5 Si bien esta sublimación no forma parte
de las opiniones de don Fernando, él respeta la intención sana que la
provoca, no polemiza y cuando prosigue el relato, ya con sus palabras,
comenta: “Donosa lección (...) que podría aprovecharnos por igual a todos,
al hispano hablador para su vida nueva trabajosa y dura, y al americano
parlero en su labor de esperanzas” (Ortiz, ¿1911?, p.276). Va
intercalándose de esta manera la proyección americana con que Ortiz ha
deseado elaborar su versión.
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Sin embargo, en ocasiones no puede menos que disentir, sobro todo
cuando de la americanidad se trata: la amada de Tarsis sufre también de
un hechizo que la transforma de Cintia en Pascuala; de hermosa sudamericana
capaz de rechazar a Carlos por sus defectos, en una maestra rural
española. Ortiz lo admitiría si se tratara, simbólicamente, de mostrar cuánto
pudieran aprender los hispanos de sus ex-colonizados, y así no deja
pasar la oportunidad para el señalamiento irónico y humoristico:
Si de Tarsis sabemos desaciertos y majaderías que a La Madre inspiraron
un encantamiento por bien, no sabemos que la ingenua
Cintia tuviese mataduras (...), ni que se hubiese apartado del bien
y que al bien hubiese de volverla el amor a la Madre común. (...)
Por lo que quizás este largo capítulo estaría mejor titulado así: Donde
aparece una Pascuala y donde el encantamiento o no es o es
injusto o es sólo del caballero. (Ortiz, ¿1911?, p.287)
El cese del hechizo sólo se producirá cuando La Madre considere cumplida
su tarea regeneradora. En el espíritu galdosiano ello tendrá lugar
dentro de un clima de concordia: Cintia y Tarsis se amarán, serán felices y
sobrevendrá un hijo común. Se imponen especialmente a estas alturas las
leídas entre líneas que Ortiz recomendaba en su prólogo. ¿Escaparía realmente
Pérez Galdós a ejercer la misión tutelar?
De modo que don Fernando necesita de un epílogo netamente americano,
en que ya prescinde del texto primigenio, para internarse en su propio
discurso, sin perder el nimbo novelesco. Adoptará la forma epistolar y un
simbolismo casi alegoría.
Se inicia con la Carta íntima de América Andina a su hermana menor
Juanita Antilla, fechada en Buenos Aires el 25 de mayo de 1910, día en
que se conmemora la independencia de Argentina. La remitente se lamenta
por la escasa comunicación entre ambas:
Estamos tan lejos y son tan tardíos los correos, ¡la familia está tan
desparramada! Pero aunque con distinto apellido, hermanas somos
al fin por parte de madre y justo es que nos queramos y contemos
nuestras cosas.(Ortiz, ¿1911?, p.321)
Desde el principio del epílogo ha establecido el concepto del
iberoamericanismo, de su necesidad y llama a la unión. Y dice la hermana
mayor: “Te supongo enterada por nuestro amigo antiguo Don Benito Pérez
Galdós, quien a pesar de no conocernos de vista sabe de viejo nuestras
penas y alegrías (...), de la nueva locura que se ha apoderado de Carlitos
de Tarsis” (Ortiz, ¿1911?, p.322). Añade que el guapo mozo se ha presentado
por aquellas tierras, “rondándonos la reja, hablando nuestro lenguaje
y diciéndonos palabritas mas dulces que la miel”. (Ortiz, ¿1911?, p.323)
682
La carta de América Andina resulta así una llamada de alerta sobre el
intento panhispanista, y está dirigida a Juanita Antilla, quien no pudo zafarse
hasta muy tarde del autoritarismo maternal. Le cuenta de los celos
de Tarsis ante otros pretendientes, en especial Samuel Johnson, y concluye,
atribulada:
Aconséjame tú. Dime si debo rendirme al infeliz enamorado, si he
de despedir a mis amigos y admiradores, y si debo renunciar a mi
rica libertad de rica hembra por una unión, casamentero antojo de
nuestro pobre y alicaído primo. (Ortiz, ¿1911?, p.329)
Diáfano en sus objetivos y preocupaciones, incluye don Fernando a continuación
la réplica confidencial a la hermana mayor. Significativamente
escrita en Baracoa, vi la primada de Cuba y, no menos, el 4 de julio, la
carta se inicia con un nunca olvidada hermana América y luego de felicitarse
por haber recibido sus noticias, comenta: “Hoy estamos de fiesta y
jolgorio por estos barrios con motivo del cumpleaños de un vecino muy
bullanguero que tú conoces”. (Ortiz, ¿1911?, p.329)
Juana, imbuida de espíritu identificable, refiere a su hermana:
Yo estoy en esta villa donde se meció mi cuna, porque a fuerza de
oír hablar de mi raza y de mi linaje ardo en deseos de aprender las
hazañas de mis mayores y aquí he venido y me tienes rebuscando
pergaminos y cronicones de Indias que sirvan de pasto a las llamas
de mi estudioso afán. Apenas encuentro nada, pero sólo el buscarlo
ya es alivio en espera de goces que vendrán. (Ortiz, ¿1911?,
p.330).
Confiesa conocer del delirio de Tarsis porque también a ella la corteja
ardientemente, tal cual hace además con el resto de las hermanas:
“¡Habrase visto sultán! ¡Chica, como se conoce que la sangre mora le bulle
en las venas...! (Ortiz, ¿1911?, p.331). El donjuanesco primo no admite
rivales, y ella no se sorprende por “toda la ojeriza que Carlitos le guarda a
Sam, como por aquí llamamos al vecino” (Ortiz, ¿1911?, p.331). Admite
cierta simpatía por él, aun siendo también cortejador impenitente ya que
reúne cualidades distintas a Carlitos de Tarsis.
Aquí don Fernando procede a una evaluación de las diferencias entre
ambos, que no pudieran entenderse descontextualizadamente. España era
incapaz de reconquistar a América: sobre ello se ha tratado ya. Mas la
retórica panhispanista necesitaba llamar la atención acerca del peligro representado
por los Estados Unidos, en lo cual si había una actitud oportunista,
no se equivocaba. Fernando Ortiz entendió que una vía de prosperidad
para la nación cubana sería factible, si se lograban nexos adecuados
con ese país.
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No quede, sin embargo, la idea de un hombre deslumbrado ni contemporizador
con afán imperialista alguno, ni siquiera en 1910, ese 4 de julio
en que Juana le escribe a América Andina. Ella sabe de tres conceptos
diferentes: la hermana, el vecino, y el pretendiente. En El caballero encantado
y la moza esquiva, en el resto de los materiales que integran La reconquista...
y en muchos otros de ese período, don Fernando aquilató las
actitudes procedentes de Washington en su raigal esencia.
Si Juana Antilla aconseja a América Andina de este modo; “Paliquea
cuanto quieras con Carlos y hasta entretente con sus romanticismos,
que no es malo mirar hacia atrás cuando sabemos mirar firmes
hacia delante; pero guárdate de permitirle irreverentes dichos,
ni menos osadías comprometedoras” (Ortiz, ¿1911?, p.333), está
así delineando su posición ante el panhispanismo.
También quedará formulada la que asume ante el otro peligro. Expresa:
Así haré yo, si bien, naturalmente, más apegada que tú a mi amigo
Sam por necesidades de más honda gratitud y próxima vecindad.
Si por esto oyes decir a Carlos que he vendido mi honor, dile que
miente, que pura sigo mi vivir honrado, alta y firme la mirada en el
porvenir; angustiosa por la inexperiencia de mis pocos años, pero,
resuelta a morir antes que retroceder un paso. (Ortiz, ¿1911?, p.333)
Patriótico, digno, insobornable desde la otredad cubana frente a España
y a Estados Unidos, esta versión libre de una novela es mucho más: constituye
declaración identitaria y lección de ella. En última instancia es grito
del derecho a ser ante cualquier intento de absorción.
He aquí un modelo de re-escritura interpretativa sobre un texto literario,
inducido por los misteriosos vasos comunicantes que fluyen entre la vida
y el arte. He aquí, de igual modo, el trazado de un destino histórico.
NOTAS
1 Dada la síntesis a que me veo precisado, no desarrollaré la idea en esta Comunicación.
En breve podrá ser consultado mi ensayo «De cómo Fernando Ortiz supo hallar una
moza esquiva para cierto caballero encantado», en anuario L/L, Serie estudios literarios,
nº 28, Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba, en proceso editorial, en el cual
se amplían juicios que ahora únicamente esbozo, o he eliminado, con el objetivo de
no exceder los folios establecidos.
2 Baste recordar Doña Perfecta (1876) y La familia de León Roch (1878). Los Episodios
Nacionales, que se inician en 1873, ciertamente no escapan al intento de reflexionar
684
sobre España, en este caso procurando integrar lo novelesco y una interpretación de la
historia.
3 La correspondecia entre Ortiz y Uamuno es un excelente ejemplo. En 1987, C. Serrano
publicó un grupo de cartas escritas por don Fernando a don Miguel. En 1996, tuve la
oportunidad de dar a conocer dos misivas del insigne representante de la Generación
del 98 a Ortiz (veáse Referencias). Su análisis forma parte de un libro que actualmente
preparo.
4 En su volumen La reconquista de América: reflexiones sobre el panhispanismo, Entre
cubanos y En la tribuna, discursos Cubanos (Véase Referencias).
5 Cotejado con PÉREZ GALDÓS, B., Obras completas, ed. cit., tomo VI, p.256.
BIBLIOGRAFÍA
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