CONFLICTOS ECONÓMICOS Y CULTURALES EN

EL TEATRO DE GALDÓS

Mary Coffey

En La loca de la Casa, Benito Pérez Galdós dramatiza la historia de los

difíciles comienzos del matrimonio entre Victoria Moncada, la hija de un

industrial catalán, y Pepet Cruz, un nuevo rico cuya situación financiera no

puede redimirle de la falta de refinamiento social. Desde el principio de la

obra, Galdós representa a Cruz y su poder económico bajo una óptica no

muy positiva, claramente reflejada en la descripción hecha por su futura

cuñada.

GABRIELA. -Hombre de baja extracción, alma sórdida y cruel, facha

innoble, la riqueza no le ha enseñado, como a otros, a sobredorar

la grosería de sus modales, la vulgaridad zafia de sus pensamientos

(p.170).1

Por el contrario, Cruz describe a las hijas de la familia Moncada como le

habían parecido cuando eran niñas, como “seres de raza superior, a los

cuales no podía tocar, y me creía indigno hasta fijar en ellas mis ojos”

(p.178). Al unir individuos de estas dos diferentes clases sociales, Galdós

simboliza indiscutiblemente la necesidad de reconciliar la herencia cultural

y las tradiciones españolas con las inevitables demandas del desarrollo

económico y la industrialización. Estas dos fuerzas deben llegar a un arreglo

mutuo para prosperar.

En la obra El abuelo, Galdós cuenta la historia de un aristócrata, antaño

poderoso y ahora arruinado, que siente la necesidad de descubrir la verdad

sobre la legitimidad de sus nietas. En un momento de gran tensión

emocional, el Conde de Albrit arremete contra sus antiguos criados que no

han sido capaces de reconocer su deuda de gratitud hacia él.

EL CONDE.- [...] no sois nobles, que también los de origen humilde

saben serlo; no sois delicados, porque en vez de dar un consuelo a

mi grandeza caída, la pisoteáis; [. . . ] Sois ricos; pero no sabéis

serlo. Yo sabré ser pobre,... (p.661)

Aquí, como en La loca de la casa, Galdós resalta la relación entre el

estatus social y la conducta social. Pero hay una diferencia significativa

con respecto a la obra anterior, en la que la simple dícotomía de posición

social y estatus económico se complica ahora cuando el Conde reconoce

que no hay contradicción inherente en el hecho de ser noble y pobre a la

vez. La nobleza, subraya Galdós, no viene dada por la riqueza económica.

4.2-3

746

En estas dos obras, Galdós presenta dos tratamientos muy distintos de

los temas de la conciencia de clase y la lucha de clases. Mientras en La

loca de la casa Galdós deja ver que cree en la necesidad de una

reconciliación entre el beneficio económico capitalista y la herencia cultural,

en El abuelo sitúa estas fuerzas en relación inversa la una con respecto a

la otra. De manera más significativa, sin embargo, Galdós crea en El abuelo

una nueva configuración de la conciencia social que, en efecto, imposibilita

el esperanzador desenlace de la primera obra, ya que insiste en que estas

dos fuerzas permanecen bloqueadas en una lucha perpetua. En este trabajo

me gustaría analizar cómo Galdós cambia su idea en torno a las clases

sociales y lucha de clases en estas dos obras y lo que esos cambios indican

en cuanto a las propias esperanzas que Galdós tiene sobre el futuro de

España.

El hecho de que Galdós hiciera un papel político más activo en España

con el cambio de siglo, ha animado a los críticos a buscar las diferentes

maneras en que la ideología política del autor queda reflejada en sus novelas

y en sus dramas. Los resultados, como sabemos, han sido diversos. Algunos

críticos lo califican de visionario, otros advierten un firme desarrollo de

sensibilidades políticas y aún hay quienes afirman que Galdós nunca superó

su ingenua confianza en la capacidad de la clase media española para

llevar a cabo una reforma social.2 El debate se ha centrado en la cuestión

de si Galdós, después de 1898, dio alguna vez un tratamiento político a

los problemas de España verdaderamente diferente de aquellos que habían

dominado la escena durante finales del siglo XIX.

Una cuestión importante es saber hasta qué grado Galdós realmente

entendió el tema de la lucha de clases. Su teatro nos brinda una excelente

oportunidad para estudiar este tema. El ensayo de Ángel Berenguer “Teatro

y teatralidad en Galdós” señala la conexión entre el teatro y el activismo

político de Galdós.3

En efecto, no debe olvidarse la conexión entre objetivos sociales y

creación literaria que coexisten en un sector de la tradición

romántica al avanzar el siglo XIX. Ello, unido al desarrollo de las

ideas elaboradas en torno al socialismo (utópico y científico),

coadyuva a sentar las bases de una tradición teatral, tan atenta a la

justicia social como intrigada por la aparición de nuevas dimensiones

psicológicas en los individuos de las clases medias profesionales

europeas, que se enfrentan a un nuevo siglo sin modelos ni fórmulas

viables.

Una comparación entre La loca de la casa y El abuelo indica que los

conceptos sobre las clases sociales y la lucha entre el capitalismo y la

herencia cultural se desarrollaron de manera importante después de 1898.

El problema social que trata en 1893 en La loca de la casa vuelve a aparecer

con mayor profundidad, complejidad y pasión, en El abuelo en 1904.

747

Galdós, en efecto, trata de concienciar al público de clase media sobre el

tema de clases al presentar un tratamiento singular de la definición de la

identidad social.

La loca de la casa: un estudio de las divisiones de clase y el poder

económico.

Como en su obra anterior, Realidad, Galdós intentó formular un nuevo

subgénero dramático con La loca de la casa, una mezcla de novela y teatro.

La publicación de la novela recibió escasa atención, pero la versión teatral

de enero de 1893 tuvo mejor acogida.4 Berkowitz ha afirmado que el interés

de Galdós en el teatro se debía a su convicción de que España necesitaba

“un nuevo drama que acentuara el carácter y los valores morales y éticos

que atañían a los nuevos problemas de la vida”.5 Ciertamente La loca de la

casa se centraba en algunos de estos problemas sociales contemporáneos.

Ángel del Río opina que La loca de la casa fue un intento de “dar una

visión conciliadora frente a la visión de la vida como lucha de elementos

irreconciliables característica de su obra anterior.”6 La familia Moncada,

miembros de la alta burguesía, se han aliado socialmente a la aristocracia.

Por consiguiente, corren el riesgo de no aportar nada al nuevo orden social

que Pepet Cruz y el auge del capitalismo representan.

La aristocracia, creación del pasado, de la historia, es la depositaria

de la cultura y del espíritu. El pueblo es la fuerza vital. El pasado es

el alma, el presente la vida. El problema de la historia es el de ir

trasvasando las esencias permanentes del espíritu en las nuevas

formas de la vida. (del Río, p.243)

Así lo indica Cruz con su deseo de emparentarse con la familia Moncada,

“...yo, que fui y quiero seguir siendo pueblo, deseo que el pueblo se

confunda con el señorío, porque así se hacen las revoluciones... sin

revolución...” (p.192).

En otra interpretación de las fuerzas opuestas, Finkenthal opina que la

obra “trata la realidad social del bien y del mal”.7 Victoria le dice a Cruz en

las últimas líneas de la obra, “Eres el mal, y si el mal no existiera, los

buenos no sabríamos qué hacer... ni podríamos vivir” (p.215).

Significativamente, la identificación del bien y del mal está unida de forma

intrínseca al uso del dinero. Victoria presenta una perspectiva socialista

muy clara, y es ella quien propone que el dinero de su marido debería ser

utilizado para lograr grandes reformas sociales. El deseo de Victoria de

lograr reformas, y su identificación en la obra como “el bien”, indica

claramente la actitud de Galdós hacia la responsabilidad social de las clases

altas.

Sin embargo, hay un interesante giro en la lucha de la pareja para coexistir,

el cual supone más que un deseo de presentar a Victoria como “la abogada

748

del nuevo credo” (del Río, p.248). Una separación crucial entre ellos sucede

cuando Victoria le da dinero a la Marquesa de Maravella, que no puede

cubrir los pagos del patrimonio hipotecado de su familia. Cruz, como se

sospechaba, es el que mantiene la hipoteca, y cuando descubre lo que

Victoria ha hecho, deniega el préstamo. El suceso tiene su explicación en

la primacía de las tradiciones culturales. Victoria entiende que el prestigio

social y la herencia cultural del patrimonio es mayor que el valor del

préstamo. Por otro lado, Cruz entiende que su lugar en la sociedad depende

de su capacidad para acumular poder económico, lo que le servirá de

apoyo contra el capital cultural acumulado en manos de familias como los

Moncada. Así, el conflicto, que hasta entonces había sido tratado con

respecto a la diferencia de clases, de repente se revela como un conflicto

entre el capital cultural (las tradiciones sociales y la herencia cultural que

la aristocracia y la alta burguesía representan) y el mero poder económico.

Victoria deja a Cruz primeramente decidida a vivir separada de su marido.

La obsesión de Cruz por el dinero, su avaricia y sus celos parecen ser un

obstáculo insalvable para la felicidad conyugal. A pesar de todo, a Victoria

le sigue atrayendo la vida activa de su marido. Ella ha aprendido a ayudarle

en los negocios y eso le hace sentirse útil. Y lo más importante es que está

embarazada, y desea un padre para su hijo. Debe haber una reconciliación,

y Galdós la llevará a cabo de manera heterodoxa.

En el clímax de la obra, la pareja comienza a negociar sobre las

obligaciones de Cruz para asegurar el regreso de su esposa y su futuro

hijo.

VICTORlA. - Pues... empiezo por una pretensión muy justa de papá.

La perpetuidad por sucesión directa de la casa Cruz-Moncada bien

merece que reconozcas como nominativas y pertenecientes a mi

padre la quinta parte de las acciones del Banco Industrial.

CRUZ. - (Vivamente.) Concedido. (p.213)

Claro que la reconciliación familiar depende de la aportación económica

de Cruz. Pepet protesta, agobiado, por las continuas exigencias

económicas de Victoria.

CRUZ.-(Trastornado.) Victoria..., me fascinas..., me enloqueces, me...

Considera....yo, yo, como jefe de la familia; yo, el padre, debo velar

por la propiedad, por los intereses.

VICTORlA.- (Levantándose, orgullosa.) iAh!, no..., eso es una

antigualla. Dios me ilumina, y me dice que las madres gobiernan el

mundo. (p.214)

Victoria, que acaba de descubrir sus aptitudes para los negocios, se

hace con el control de los recursos económicos de su marido. El matrimonio,

ejemplo de una reconciliación pacífica de dos clases diferentes, solamente

749

tiene éxito cuando el poder económico de una clase es traspasado a la

otra. Este desenlace es realmente problemático ya que el conflicto real

entre el capital económico y el prestigio social sigue sin ser tratado. Victoria

se hace cargo del control económico, lo utiliza contra su marido, y se

erige, haciendo honor a su nombre, victoriosa.

El problema esencial de este desenlace es que Victoria recurre a la misma

arma utilizada por su marido, el simple poder económico, para así obligarle

a reconocer su autoridad y la superioridad cultural que ella representa.

Victoria comercia con su vida y la de su futuro hijo. Así herencia, familia y

tradición se convierten en bienes legítimos para el mercado.

VICTORIA.-[...] Al lado tuyo me he vuelto muy mercachifle, y todo lo

cotizo, como tú.

CRUZ.- Pero los hijos no sé yo que se hayan cotizado nunca.

(p.213)

Este problema estructural que presenta la obra ya fue reconocido por

los críticos de la época. La lucha maniquea, reflejada especialmente en la

primera mitad de la obra, no logra alcanzar un clímax sustancial. Como

José Yxart apuntó, “El drama resulta mientras dura su planteamiento,

mientras se prepara la batalla; pero el drama se achica, se empequeñece y

cae, en cuanto se trata ya de construir sobre aquel plano, en cuanto empieza

la batalla”.8 En otra perspicaz crítica contemporánea, Rafael Altamira expresó

reservas9 similares sobre un desenlace que “el público encontró frío y falto

de intención dramática”. Sin ofrecer una respuesta, Altamira siguió

cuestionando, “¿Tuvo razón el público en su desilusión? ¿Debía esperarse

otra cosa de la que sucede en el drama?”

Estas preguntas son importantes porque subrayan el fracaso de la obra

a la hora de tratar el conflicto central entre el capitalismo y la responsabilidad

social. Porque también la responsabilidad social, tal y como Victoria la

personifica, exige aceptación y respeto por las diferencias de clases. La

importancia que, para la trama, tienen los bienes de la marquesa y el

hospital local benéfico, refleja el deseo de mantener una estructura social

en la cual Victoria y su familia ostenten el prestigio social. Al mismo tiempo

que ella cree que sus ideas son socialistas, “invadiendo cautelosamente tu

confianza, para repartir tus riquezas, dando lo que te sobra a los que nada

tienen” (p.202), convence a Cruz del valor de su último negocio haciéndole

ver que si se vuelven a unir, compartirán finalmente un panteón en el

nuevo asilo, “en la cual labraremos nuestros sepulcros: el tuyo, el mío y

los de nuestros hijos, y cuando muy viejecitos ya, cargados de años y

méritos, nos muramos...” (p.214). La imagen del panteón de la familia

Moncada-Cruz apenas sugiere un nuevo orden social. Muy al contrario,

simboliza un orden ya existente, más antiguo, cuya única diferencia es la

incorporación del advenedizo hombre de negocios a las filas de la alta

burguesía. La visión del panteón familiar refuerza el deseo de una

separación de clases sociales.

750

En La loca de la casa, Galdós presenta una situación en la que las

diferencias de clase son, al fin y al cabo, indiscutibles e insalvables. El

aparente socialismo de Victoria se revela como poco más que el altruismo

de una clase alta que desea proteger sus privilegios sociales aún cuando

se apropia los beneficios de una creciente clase trabajadora. El esperado

enfrentamiento nunca se da y el tema de la lucha de clases al final se evita

al favorecer a aquellos que ostentan el capital cultural.

El abuelo: un desarrollo de nuevas acepciones de las relaciones entre

clases.

Cuando, once años después, Galdós presenta El abuelo en escena, sus

ideas parecen haber sufrido un giro significativo. En lugar de exponer una

lucha entre simples fuerzas opuestas, Galdós complicó su tesis

reformulando la relación entre el capital económico y el capital cultural y

su importancia para una conciencia de clase. Por un lado, la obra presenta

un más amplio espectro de relaciones sociales entre varias clases sociales.

Pero al mismo tiempo presenta una idea singular de capital cultural que

podría estar hoy relacionada con las teorías de la sociología reflexiva de

Pierre Bourdieu.10 Por ejemplo, aunque el capital económico supone poco

más que el poder del dinero para alcanzar fines específicos, por su parte el

capital cultural se manifiesta de formas más complejas, implicando

tradiciones culturales heredadas, prácticas culturales aprendidas e incluso

tendencias artísticas naturales, y todo ello tiene el potencial necesario para

convertirse en prestigio social. Ciertamente los sucesos que ocurrieron

durante los años que mediaron entre las dos obras deben haber jugado

estas perspectivas políticas. Mientras el consecuente compromiso de

Galdós con el republicanismo y el socialismo crecía, sus representaciones

literarias de las clases se sofisticaron.

Es interesante recordar que Galdós había escrito El abuelo originalmente

como una “novela en cinco jornadas” en 1897 y no fue hasta más tarde

que lo adaptó teatralmente para ser estrenada en enero de 1904. Desde el

principio el texto tenía una estructura típicamente dramática, con

predominio del diálogo y división en jornadas. Galdós apuntó en el prólogo

que “en toda novela en que los personajes hablan, late una obra dramática”.

Sin embargo cuando decidió llevar El abuelo a escena, hizo varios cambios

en el texto. Clara Hernández Cabrera, en un estudio detallado, considera

que, “a pesar de la pretensión galdosiana de fundir novela y drama en una

obra que participa de los dos géneros, don Benito conoce perfectamente

las diferencias esenciales que existen entre ambas formas literarias”.11

La relevancia de los cambios representa algo más que el simple deseo

de cambiar la novela por el escenario. Estos cambios reflejan un nuevo

modo de pensar en cuanto a su conciencia de clases y su identidad social.

Para empezar, Galdós desechó todas las descripciones de comportamientos

morales de determinados individuos, lo cual desembocó en una mayor

751

complejidad del personaje. Se suprimen muchas de las escenas en las

que los representantes de la clase media estaban presentes, y el personaje

de don Pío Coronado gana en simpatía. Hernández Cabrera ha afirmado, y

con razón, que la diferencia esencial entre la novela y el drama fue

mayormente la búsqueda de la verdad y la menor presencia del

maniqueísmo. Sin embargo, yo diría que lo político-social, tal y como se

representa en el drama, no ha perdido relevancia. Por el contrario, gana en

intensidad porque Galdós rechaza la simple dicotomía de La loca de la

casa y presenta una nueva fórmula de las diferencias y luchas entre clases.

Tradicionalmente las interpretaciones de El abuelo han tendido a

centrarse en el tema de la verdad desde una perspectiva espiritual, haciendo

hincapié en que la aceptación por el Conde de su nieta ilegítima, representa

la creencia de Galdós que las acciones, y no la herencia, definen el carácter.

Cito como ejemplo una introducción a la literatura española, que en su

estudio de la historia del teatro en España, afirma que el mensaje central

de El abuelo es que “la única nobleza es la que proviene del corazón y no

la que se hereda mediante la sangre”.12 Stanley Finkenthal declara que El

abuelo representa una nueva concepción española del honor como “amor

al prójimo” en vez de “pureza de sangre, de raza, de nombre”

(pp.123-124). Casalduero identifica el centro de la obra como “el

desacuerdo entre la ley y la naturaleza” (p.240).

Pero un problema que permanece sin respuesta en todas estas

interpretaciones del significado de la obra es el tema de las clases sociales.

A lo largo de toda la obra, hay continuas referencias al agradecimiento y la

consideración que se debe al Conde. Sabemos que muchos de los

personajes de la clase media que anteriormente habían recibido favores

del Conde, ahora prefieren, para su conveniencia hacer caso omiso de

aquella generosidad. Aún así la posición del Conde como cabeza de una

vieja familia aristocrática es la causa manifiesta de que en ocasiones se le

diera respeto. El Conde, acostumbrado al trato social propio de un miembro

de su clase, muestra un carácter desagradable cuando siente que no es

tratado como se merece. Se queja de que le sirvan achicoria en vez de

café, se enfada cuando no le proporcionan un criado y desata una ira

aristocrática cuando le dicen que estaría más cómodo en cualquier otra

casa que en la de Venancio.

EL CONDE. - ... (Con voz entera y vigoroso acento.) Al que se atreva

a poner la mano en el “León de Albrit”, al que manche estas canas,

al que toque estos huesos, le tiendo a mis pies, le despedazo...

(p.662)

De hecho, Galdós no justifica los méritos del Conde únicamente por su

anterior generosidad. Es su linaje y su clase lo que en definitiva le hacen

merecedor de ese respeto, en particular cuando es maltratado por sus

antiguos criados. Su nieta sale en su defensa argumentando que la posición

752

aristocrática de la familia es razón suficiente para que el Conde sea tratado

con respeto.

DOLLY . - ¿Lo entiendes bien? A excepción de esta huerta, las tierras

que cultivas y que tienes en arrendamiento casi de balde o en

administración, nuestras son, nuestras. Somos las herederas de la

casa de Laín, y tú, Venancio, y tú, Gregoria, servís a mi abuelo, no

por caridad, que caridad está visto que no tenéis, sino porque yo

os mando, ¿lo entendéis bien?, porque yo os lo mando. (Repite el

concepto con firme autoridad.) (p.669)

Como vimos en La loca de la casa, el tema de pertenecer a una clase

recobra protagonismo. ¿Cómo entendemos pues la importancia de estos

diferentes miembros de clases sociales? ¿Qué intenta decir Galdós sobre

las relaciones apropiadas entre ellos?

Como se dijo más arriba, El abuelo presenta un espectro de clases más

amplio que La loca de la casa. Esta amplia representación nos permite

analizar la percepción galdosiana de las relaciones entre clases. Además,

estas relaciones aclaran la importancia de la distribución del capital

económico y cultural entre los miembros de las diversas clases sociales.

Por ejemplo, las relaciones entre los miembros de una misma clase son, a

menudo, tan problemáticas como las que se dan entre los miembros de

clases diferentes, sobre todo en lo relativo a la fuerza del poder económico

de cada uno.

Además de la figura central del Conde de Albrit, Galdós muestra a la

nuera del Conde, Lucrecia Richmond, la Condesa de Laín. A lo largo de la

obra, Galdós presenta a ambos en términos casi antagónicos, como “el

agua y el fuego”(p.636); “extranjera por nacionalidad” (p.652) y “el primer

caballero de España”(p.636). Su lucha está profundamente enraizada,

basada en la nacionalidad y la idea del honor. También en el aspecto

económico se oponen. El Conde ha “desperdigado toda su fortuna”(p.636),

mientras que ahora otros se dirigen a Lucrecia para obtener favores

económicos y mejoras.

Como resultado del cambio en el estatus económico, el poder del Conde

está limitado. Al principio el Conde exige el nombre de la hija ilegítima

“como jefe de la casa.” Pero cuando Lucrecia se opone, le ruega de manera

diferente, “Ahora no mando, no acuso...no soy el juez..., soy el amigo..., el

padre, y como tal suplico a usted que me saque de esta horrible

duda.”(p.654). Puesto que no puede presionarla económicamente, el Conde

no consigue obligarla a decir la verdad.

Lo único que ambos comparten es su pertenencia a la aristocracia.

Aunque diferentes en casi todo, están unidos por las expectativas sociales

de su común estatus social. La edad y la penuria del Conde hacen que

753

Lucrecia resulte la más poderosa entre los dos, pero el Conde mantiene

una innegable superioridad moral. Este sentido de distinción basado en el

nivel económico se repite también cuando Galdós presenta otras clases

sociales.

Entre los representantes de la clase media en El abuelo se encuentran el

Cura, el Médico, el Alcalde, y don Pío Coronado. Los tres primeros están

claramente motivados por la avaricia, cuando buscan los favores de Lucrecia

y por su propio interés olvidan que fue el Conde quien al principio les

ayudó. Don Pío, por el contrario, no disfrutó de los favores del Conde. No

obstante, es el único que comprende y ayuda al Conde en su búsqueda de

la verdad. Los otros disfrutan de una vida cómoda, mientras don Pío sufre,

a la vez, espiritual y económicamente. La infidelidad de su esposa es de

dominio público y esta vergüenza le une al Conde. Pero le confiesa al

Conde que él cuida de sus hijos ilegítimos “por ley de la costumbre”(p.667).

Los paralelismos entre el Conde y don Pío son muy claros en la obra.

Ambos comparten, no sólo el deshonor de la ilegitimidad de sus familias,

sino también una situación financiera desfavorecedora.

CONDE.- ¡Cómo se enlazan la historia bufonesca y la historia grave!

La tragedia y el sainete son más amigos de lo que parece: amigos,

sí, como tú y yo.(p.668)

La referencia a la tragedia y al sainete en la comparación del Conde

demuestra entre ellos una singular unión, pero son distintos y separados

por una jerarquía. La jerarquía del género legitimiza la jerarquía de clase.

En su retrato de las clases más bajas, Galdós de nuevo presenta a tres

individuos que muestran avaricia y egoísmo: Venancio, Gregoria y Senén.

Todos ellos antiguos criados, se han valido del Conde y Lucrecia para

medrar económicamente. No obstante, cuando el Conde dice “Sois ricos;

pero no sabéis serlo”, pone de manifiesto que no son capaces de elevar su

comportamiento social a la altura de su poder económico. Es decir, carecen

del nivel cultural (en sentido de expectativas culturales) que les distingue

de sus superiores.

Un personaje que es consciente de la conducta apropiada y de su deuda

de gratitud es Dolly, la nieta ilegítima. Su papel es crucial en esta discusión

de la lucha entre el poder económico y el prestigio cultural, ya que su

papel es único para dejar clara la distinción. Cuando castiga a Venancio y

Gregoria por maltratar a su abuelo, lo hace reclamando sus derechos como

heredera de la fortuna de la familia. Con la ilegitimidad de Dolly, Galdós

parece enfatizar que la nobleza no se transmite por herencia. Pero la

herencia de Dolly es un factor importante en un sentido más amplio. La

decisión de Galdós de convertir al padre de Dolly en un artista no fue

gratuita. Su padre, Carlos Eraul, era “hijo de un pobre vaquero”, que, “fuera

de la educación artística que se debió a sí propio y al estudio del natural,

754

era un ignorante, un bruto...” (p.666). Dolly se parece a su padre no sólo

en su deseo de aprender, ante todo de la naturaleza (“Frente al mar,

estudiaremos el viaje de Colón a América”), sino también en sus tendencias

artísticas.

El CONDE.-(Con gran agitación, que procura disimular.) Dime:

¿sientes una afición honda, un gusto intenso de la pintura? ¿Te

sale del fondo del alma en anhelo de reproducir lo que ves?

DOLLY. - Sí, abuelito.

NELLY. - Desde que era chiquitina hacía garabatos.

Dolly es realmente la hija de su padre y como tal, no aspira a la riqueza

de su madre ni al reconocimiento aristocrático. Su final separación de la

Condesa y su decisión de permanecer con su abuelo, a pesar de los rigores

de la pobreza, resalta no sólo su actitud desinteresada y su amor por el

anciano, que ella cree su abuelo, sino que además pierde el lugar legítimo

en la familia Albrit-Laín. Ese puesto lo ocupa ahora su hermana Nelly.

En El abuelo, Galdós presenta a tres personajes que, a pesar de

pertenecer a diferentes clases, muestran necesidades y circunstancias

similares. ¿Qué es lo que une a estos personajes? En lo que respecta al

Conde y a don Pío, el lazo que les unió al principio parecía ser su mutua

vergüenza familiar. Con la inclusión de Dolly en este grupo, sin embargo,

el enfoque cambia. La semejanza más evidente entre los tres es que ninguno

tiene acceso al poder económico. Son todos pobres. Es aquí donde resulta

útil una vuelta a la estructura binaria de La loca de la casa. El poder

económico está siempre en lucha constante con el capital cultural, bien

sea heredado, aprendido o intrínseco al carácter de cada uno. De hecho

sería difícil simpatizar con el Conde, don Pío y Dolly si no estuvieran

obligados a afrontar la pobreza.

Galdós presentó a estos tres personajes como indiscutiblemente

superiores a sus pares económicamente más favorecidos. Pero lo que el

anciano aristócrata, el fracasado profesor y la hija ilegítima de un artista

también comparten es una medida del capital cultural, adquirido de maneras

diferentes y que resulta en una superioridad moral. El capital cultural del

Conde procede de su condición de aristócrata; el de don Pío viene de

prácticas culturales aprendidas, “la ley de costumbre”, mientras que el de

Dolly, menos común, se deriva de la “voluntad potente” y los talentos

artísticos naturales heredados de su padre (p.666).

El Conde, don Pío y Dolly representan una parte dominada por sus

respectivas clases. Aunque miembro de una clase dominante, el Conde se

siente impotente a causa de su pérdida de poder económico. Así pues, lo

que une a estos individuos en un lazo común es el reconocimiento mutuo

755

de un sentimiento de opresión. Galdós presenta firmemente esta conexión

cuando los relaciona cuidadosamente en diferentes momentos de la obra

y los reúne en la escena final. “Yo te haré rico y dichoso con mi cariño,” le

dice Dolly a su abuelo, mientras don Pío pregunta, “¿En dónde está la

verdad?” (p.675).

En El abuelo Galdós formula un concepto muy diferente de la conciencia

y la lucha de clases. La simple dualidad presentada en La loca de la casa

se complica ahora y aumenta añadiendo otros niveles sociales. Pero aún

cuando reconoce la complejidad de las estructuras sociales de clase en la

sociedad contemporánea, Galdós apoya las diferencias inherentes entre

ellas. Como en La loca de la casa, El abuelo no aboga por suprimir las

diferencias entre las clases. La obra se centra más bien en la responsabilidad

compartida de los miembros dominados de cualquier clase por unirse y

luchar contra un enemigo común, la hipocresía de aquellos que ejercitan

un dominio económico incontrolado.

La “verdad eterna” a la que el Conde se refiere en la escena final se

puede aplicar tanto a su nuevo sentido de conciencia social como a

cualquier sentido de iluminación espiritual. En verdad, el elemento sociopolítico

que hay en esta forma de configurar el compromiso que comparten

las clases no escapó a algunos críticos de la época. “Nosotros, en el mundo

del arte, debemos cumplir también con las santas obligaciones de luchar,

que el presente nos impone y exige”, respondió un escritor entusiasta

(Estrenos, p.302). Visto desde esta perspectiva, lo que parecía un mensaje

sentimental o incluso una convención teatral, ahora parece tener un ribete

sensiblemente más complicado así como una mayor atracción por la política

contemporánea.

El abuelo revela el creciente interés de Galdós por el potencial del

capitalismo como control político y social y su deseo de una reestructuración

del espacio social. Reconoció el peligro que el poder económico

incontrolado suponía para los individuos de todos los niveles de la sociedad,

de aquí que otorgara la altura moral a aquellos que detentaban el capital

cultural. La diferencia más significativa entre El abuelo y La loca de la casa

es que hacia l904 Galdós ya no concebía un espacio en el que el capital

económico pudiera mitigar o aliviar el daño social contraído por su

acumulación de beneficios. Además, ponía en duda que cualquier cantidad

de herencia o prestigio cultural fuera suficiente para reorganizar las

estructuras de poder de la sociedad contemporánea. Pero al presentar la

obra, señalaba su esperanza en que el teatro pudiera convertirse en un

lugar que posibilitara el cambio social, que ofreciera la promesa de llegar

a ser una herramienta que pudiera comenzar a reestructurar el espacio

social.

756

NOTAS

1 PÉREZ GALDOS, B., Obras completas, Federico Sainz de Robles, ed., Madrid, Aguilar,

1986, IV, p.213. Las demás referencias a La loca de la casa y El abuelo proceden de

esta edición y serán citadas por número de página en el texto.

2 Véase FUENTES, V., Galdós demócrata y republicano, Cabildo Insular de Gran Canaria,

1982, p.47; CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós, Madrid, Gredos, 1961, p.189; y

REGALADO GARCÍA, A., Benito Pérez Galdós y la novela histórica española, 1868-1912,

Madrid, Insula, 1966, p.268.

3 BERENGUER, A., El teatro en el siglo XX, Taurus, Madrid, 1988, p.96.

4 ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, Crítica, Barcelona, 1995, p.493.

5 «...a new drama stressing character and moral and ethical values involved in the new

problems of life». (traducción mía), BERKOWITZ, H. CH., Pérez Galdós Spanish Liberal

Crusader, The U of Wisconsin P, Madison, 1948, p.240.

6 DEL RÍO, A., «La significación de la Loca de la casa», Cuadernos americanos, 21:3,

1945, p.240.

7 FINKENTHAL, S., El teatro de Galdós, Madrid, Fundamentos, 1980, p.76.

8 YXART, J., El arte escénico en España, Tomo I, Barcelona, Imprenta de La Vanguardia,

1894, p.336.

9 BERENGUER, A., ed. Los estrenos teatrales de Galdós en la crítica de su tiempo, Madrid,

Comunidad de Madrid, 1988, p.85.

10 Véase, por ejemplo, la definición de capital cultural en la sociología de BOURDIEU, P.,

en Distinctions, Harvard UP, Cambridge, 1984, pp.11-13; Language and Symbolic Power,

Harvard UP, Cambridge, 1991, p.14; y The Field of Cultural Production, Columbia UP,

New York, 1993, pp.37-40.

11 «Consideraciones en torno a El abuelo». Actas del Segundo Congreso Internacional de

Estudios Galdosianos, Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran

Canaria, 1980, II, p.236.

12 VIRGILLO, C., ed., Aproximaciones al estudio de la literatura hispánica, McGraw-Hill,

New York, 1994, p.227.