SANTA JUANA DE CASTILLA EN SU
CONTEXTO. CULMINACIÓN DEL TEATRO DE
GALDÓS
Demetrio Estébanez Calderón
El objetivo de esta ponencia es analizar el último drama que escribió
Galdós íntegramente y a cuyo estreno, el 8 de mayo de 1918 en el Teatro
de la Princesa, de Madrid, aún pudo asistir personalmente. En dicho análisis,
se trata de situar la acción de la “tragicomedia” en el contexto político y
religioso en el que vivió doña Juana de Castilla, cotejando la versión del
drama con los datos que aportan los estudios históricos y teniendo en
cuenta la recepción crítica de la obra en la prensa de la época e
investigaciones posteriores.
El eje central de la acción dramática lo constituye la tragedia personal
de Doña Juana, expuesta en su cruda realidad por Valdenebros en la escena
VIII del primer acto: “Toda la vida de esta reina ha sido un continuado
suplicio. Primero, el amor desatinado que tuvo a su esposo, la ingratitud
de éste, su muerte; luego, la resolución despiadada del Rey Católico y
Cisneros, privándola del gobierno de Castilla para confinarla en este tétrico
palacio de Tordesillas, donde lleva ya medio siglo de cautiverio, como si
estuviera expiando un delito”.
Al estudiar el texto dramático, lo primero que llama la atención desde el
comienzo del drama es la insólita versión que se ofrece sobre el origen de
dicha tragedia, en contraste con la información histórica tradicional, que
atribuye dicho encierro a las reiteradas muestras de demencia de la Reina
(sobre todo, a raíz de la muerte de su marido) y a su consecuente
incapacidad para el gobierno de Castilla. De esta versión tradicional se
aparta llamativamente Galdós en los siguientes puntos:
- Doña Juana no está loca: desde el comienzo del drama, centrado
en los últimos días de su vida, la Reina se encuentra en su sano
juicio, como lo advierte Mojica, uno de sus servidores: “Su alteza
discurre atinadamente sobre cualquier asunto. Su único
desconcierto consiste en no darse cuenta y razón del paso del
tiempo”. (I, 1ª)
- Su encierro en Tordesillas no se debe a la supuesta locura sino a
que se la cree proclive a la herejía, (“Es público aquí y en toda
Castilla que el mayor achaque de la señora es que está tocada o
inficionada de herejía”, dice Marisancha, una dueña del servicio, I,
1ª), y, en concreto, al Erasmismo, según palabras de su guardián,
el Marqués de Denia: “...esta señora sigue aferrada a la herejía, y
4.2-4
758
para ella no hay más creencias que las insensatas doctrinas de ese
maldito filósofo holandés que llaman Erasmo”. (III, 1)
- Por otra parte, desde el punto de vista político, la Reina, que no
oculta sus convicciones democráticas, manifiesta su disconformidad
con la forma como su hijo está llevando los asuntos de Castilla,
abandonando el gobierno en manos de “una nube de flamencos
que devoran toda la riqueza y, a la postre, nos llevarán a la completa
ruina del suelo castellano”. (I, 5)
Esta insólita interpretación de la historia por parte de Galdós, plantea
algunos interrogantes: ¿Qué motivos de orden estético e intelectual le
mueven a elegir un drama histórico de estas características, con doña Juana
como protagonista, y cuándo surge la idea de llevarlo a cabo? ¿En qué
fuentes se inspiró para ofrecer esta controvertida interpretación de la
historia? ¿Cómo reaccionó el público y la crítica ante esta versión que
ponía en entredicho la conducta personal y cívica de grandes figuras de la
historia nacional como Fernando el Católico, Cisneros y el Emperador Carlos
V? Y, finalmente, ¿en qué sentido puede interpretarse esta pieza teatral
como culminación de la dramaturgia galdosiana?
Respecto del primer punto, cabe señalar, en relación al género, que,
aparte del ya lejano drama de Tamayo y Baus (que hizo de la “locura de
amor” de doña Juana la clave de su obra), en los años inmediatamente
anteriores a la tragicomedia galdosiana, se había estrenado buena parte
de las obras pertenecientes al teatro histórico modernista, por lo que dicha
tragicomedia de tema histórico podía responder a las espectativas de cierto
público habituado a este tipo de piezas teatrales.1 Sin embargo, esta
referencia al drama histórico en relación con la tragicomedia de Galdós
apenas apareció en las críticas de prensa: tan sólo Arturo Mori, en El País,
se refiere a la obra como drama de “evocación histórica”, y “Alejandro
Miquis”, en El Diario Universal, la considera “un modelo de drama histórico
a la moderna, sin lirismos de hojalatería romántica” ni “arcaísmos”
rebuscados.2
Un segundo interrogante atañe al origen de la idea de escribir este drama
sobre la personalidad de doña Juana y a las posibles fuentes del mismo en
relación con la insólita interpretación de la historia del personaje. El primer
texto en el que Galdós evoca con especial interés dicha figura histórica y
muestra inquietud por descifrar su “enigma” personal es un prólogo que
escribió en 1907 para el libro de J. Mª. Salaverría, Vieja España (Impresión
de Castilla), en el que se describen diversas ciudades castellanas, entre
ellas Tordesillas. Al referirse a esta ciudad recuerda el dramaturgo con
emoción, que allí “residió durante cuarenta y siete años, viviendo
oscuramente de la sustancia de sus tristezas y su locura, la reina Dª Juana.
No hay drama más intenso que el lento agonizar de aquella infeliz viuda,
cuya psicología es un profundo y tentador enigma”. Galdós, subyugado
por dicho enigma, da pruebas de conocer el estudio histórico más
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importante sobre la vida de doña Juana escrito hasta ese momento, y al
que se refiere a continuación: “Los elementos allegados por el sagaz erudito
señor Rodríguez Villa en su admirable libro Doña Juana la Loca, ofrecen
singular encanto al lector y le conducen por una selva de amenas relaciones
tan verídicas como novelescas, sin que al término de ella se vea claramente
el alma de la Reina, ni la razón de la sinrazón...”. La referencia al tema
finaliza con esta observación: “Quédese para mejor coyuntura el capítulo
de Tordesillas y doña Juana, que forzosamente ha de ser larguísimo”.3
La importancia de esta reflexión consiste en que el mismo Galdós señala
su primera fuente informativa, de la que ha recogido gran parte de los
datos sobre la personalidad y la vida de doña Juana, aludidos o
representados en dicho drama. El libro, publicado en Madrid en 1892 con
el título de La Reina Doña Juana la Loca, se encuentra en la Biblioteca de
Galdós, y de él indica R. Cardona “lo profusamente marcado que estaba
de la mano de don Benito”.4
Pero, ¿de dónde le pudo venir a Galdós la idea de que la reina doña
Juana podría ser convertida en personaje de ficción teatral al estilo de los
grandes protagonistas de dramas históricos de Lope de Vega, Calderón o
Shakespeare? Se ha apuntado como dato revelador el que ese mismo año
1892 doña Emilia Pardo Bazán publica un sugerente artículo sobre “el
drama psicológico” de Juana la Loca, basándose precisamente en la obra
de Rodríguez Villa para narrar los momentos y aspectos más significativos
de la vida y personalidad de dicha Reina. Sin embargo, conviene advertir
ya desde ahora que ni en este artículo ni en la obra de Rodríguez Villa se
acepta el presupuesto básico de la interpretación galdosiana: que doña
Juana no estaba loca y que había sido recluída por sus simpatías hacia el
Erasmismo. Doña Emilia se centra en el drama psicológico de la supuesta
locura de amor de la Reina por la muerte de Felipe el Hermoso, que es
donde aquella percibe “la belleza poética” del personaje y su interés para
ser objeto de posible atención por parte de algún dramaturgo. En ese
sentido, piensa que podría haber sido “la más conmovedora y sublime de
las heroínas de Shakespeare”.5
Fue el profesor Cardona quien, en una ponencia presentada en el Primer
Congreso Internacional Galdosiano, descubrió la fuente de la que partió
Galdós para la citada interpretación y en la que creyó encontrar la clave
del enigma de doña Juana: un libro de G. A. Bergenroth en el que se
transcriben en español y se traducen al inglés los documentos conservados
en los archivos de Simancas y Elsewhere, relativos a las negociaciones
entre España e Inglaterra respecto a las reinas Catalina de Aragón y Juana
de Castilla. En la introducción a dicha obra se plantean los presupuestos
básicos de la interpretación que están en la base de la tragicomedia de
Galdós, en la línea de lo apuntado anteriormente: que doña Juana no
estaba loca, que estuvo “prisionera” en Tordesillas por orden de su padre
y, más tarde, del Emperador; que, cuando la Junta de los Comuneros se
estableció en dicha ciudad, pudo volver a ser reina de Castilla y no lo hizo
760
para no perjudicar a su hijo Carlos; que, después de este periodo de libertad,
cayó en manos de los nobles, los cuales, pretextando liberarla de “los
bárbaros”, la retuvieron como prisionera treinta y cinco años más, periodo
en el que mostró una continuada falta de interés por los ritos católicos, lo
cual la confirmó como “sospechosa” de la herejía protestante.6
Esto supuesto, ¿cuál fue la reacción de la crítica periodística de la época
ante la versión galdosiana del personaje de doña Juana y, en concreto,
sobre el supuesto de su cordura, que constituye el primer eje temático de
la tragicomedia? Andrenio opina, en La Época, que Galdós “sigue fielmente
a la historia”, lo mismo que ”A. Miquis” en El Diario Universal. Sin embargo,
A. Mori, crítico de El País, opina que el escritor “ha tomado fielmente de la
historia el carácter entero de Juana de Castilla”, aunque liberada, “para los
efectos del teatro, del desastroso estado” en que la encontró Francisco de
Borja cuando llegó “para consolarla”;7 M. Machado, en El Liberal, alude a
modernas “investigaciones serias y documentadas” que presentan a doña
Juana “más tiranizada que demente”,8 mientras M. Rodríguez Codolá en
La Vanguardia, de Barcelona, no se pronuncia sobre “si tuvo la razón sana,
como suponían algunos de sus leales castellanos”, aunque la percibe
“comida por celos”, lo mismo que ”Floridor” en ABC, que la juzga
“enloquecida por el extravío de los celos”, aunque admite que “para otros
historiadores doña Juana mostró el más prudente y recto juicio en sus
decisiones”, y que su locura “fue sólo inventiva de los interesados en privarla
de la gobernación del reino”;9 en la misma línea incide M. Bueno en El
Heraldo, que aventura una especie de diagnóstico clínico, al preguntarse:
“¿Estaba realmente loca la Reina? Los síntomas de su mal más parecen
revelar una neurastenia intensa o un histerismo difuso, agravado por un
traumatismo moral, que una demencia declarada (...) ¿Curable? Sin duda
alguna. Pero ni el padre de la Reina ni su hijo prestaron atención a aquella
enfermedad, sin duda porque en ellos la ambición hablaba más alto que
otros sentimientos”.10 Por su parte, R. Pérez de Ayala, en El Sol, es el primero
en sugerir la fuente de la versión galdosiana sobre el enigma de la Reina
cautiva. Después de recordar que sus vasallos, lamentando el cautiverio,
“rezongaban que doña Juana no estaba loca”, apunta que un sabio
“tudesco” llamado Bergenroth, investigando en los archivos, “averiguó”
que la habían encerrado “sus fanáticos padre e hijo a causa de creerla
inficcionada de herejía”.11
A la vista de la recepción crítica de la obra en la prensa de la época,
cabe preguntarse si alguno de los críticos se había preocupado por consultar
“esas investigaciones serias y documentadas”, a las que alude Machado,
para determinar si la supuesta cordura de la Reina respondía a una realidad
histórica o más bien a una estrategia poética de Galdós, al crear un texto
ficcional de arte dramático. Y es que una crítica rigurosa exige conocer el
referente histórico sobre el que se basa el dramaturgo, para descubrir las
posibles razones por las que pudo transformar, distorsionar o sublimar
ciertos aspectos de la realidad histórica con unos fines determinados. Esto
dicho, cabe preguntarse: ¿Cuál es la opinión de los historiadores sobre la
761
personalidad de la reina Juana y sobre la causa de su alejamiento del
gobierno? ¿Era una demente o, más bien, una víctima de un entramado
político interesado? En síntesis, se pueden observar dos posiciones
divergentes: una, la de quienes opinan que no estaba enferma sino que
fue apartada del poder y recluída por razones de Estado, y que este encierro,
en condiciones inhumanas, terminó por hacerle perder la razón. Ésta es,
entre otros, la opinión de M. Pradwin, expuesta de forma ingeniosa en su
conocido libro Juana la loca.12 Una segunda, la de quienes afirman que
dicho apartamiento se debe a una decisión política obligada, al ser patente
su incapacidad para el gobierno, por padecer una grave perturbación
mental, implícitamente reconocida por la reina Isabel en su testamento.
La historiografía actual y la psiquiatría perciben síntomas evidentes de
grave desequilibrio mental en doña Juana a partir de su matrimonio (1496),
manifestados en unos celos enfermizos, una total ausencia de interés en
el cumplimiento de los deberes y en un “embotamiento emocional”, según
se deduce de una carta del confesor de Juana, Fr. Juan de Matienzo, a la
reina Isabel ya desde su primera estancia en Flandes: “Doña Juana... tiene
duro el corazón, crudo y sin ninguna piedad”.13 Cuando viene a España en
1502, los Reyes Católicos constatan que, junto a los celos desatinados,
padece graves trastornos de personalidad como la abulia y apatía, que la
hacen incapaz para tomar decisiones importantes. Cuando Felipe el
Hermoso se traslada a Flandes, y Juana, por el avanzado embarazo tiene
que quedarse en Castilla, surge en ella el delirio obsesivo de que sus padres
están empeñados en alejarla de su marido, obsesión que será agobiante
cuando, después de dar a luz, el Rey Católico decide demorar el viaje.
Juana, en un ataque de nervios, se enfrenta a su madre con tremendos
insultos que provocan en la reina Isabel una recaída en su enfermedad. De
un nuevo altercado en Medina del Campo, dice la reina Isabel: “Y entonces
ella me habló tan reciamente, de palabras de tanto desacatamiento y tan
fuera de lo que la hija debe decir a su madre que si yo no viera la disposición
en que ella estaba, yo no la sufriera de ninguna manera”. Estas palabras
significan a juicio de L. Suárez Fernández que “desde noviembre de 1503,
a menos de un año de su muerte, Isabel tenía constancia de que su hija y
heredera estaba loca”.14
Consciente de las consecuencias políticas de esta grave situación, la
reina Isabel, previendo su muerte próxima, hace testamento, en el que,
aun declarando a Juana heredera de la corona de Castilla, incluye una
cláusula adicional en previsión de su incapacidad para el mando (“si no
quisiere o no pudiere entender en la gobernación” del reino) y encomienda
al rey Fernando que “gobierne los dichos mis reinos e señorios por la
dicha Princesa”.15 La importancia de esta cláusula es fundamental como
respuesta a la hipótesis de la cordura, ficcionalizada en el drama de Galdós.
No entra en nuestro cometido hacer un inventario de los acontecimientos
y situaciones en los que la demencia de doña Juana resulta incontrovertible.
Los Reyes Católicos estaban al corriente de los desequilibrios mentales de
762
su hija desde la etapa de Flandes a través de su embajador y del confesor.
Por su parte, Felipe el Hermoso mandó anotar en un diario al maestresala
Mojica (el personaje del drama galdosiano) los comportamientos anómalos
que advirtiera en la Princesa, y que más tarde llegaría a conocer el rey
Fernando. Es fácil imaginar, dice Suárez Fernández, “la zozobra que tales
datos, enseguida enmendados por los embajadores” provocarían en el
ánimo de Isabel, “pues ella era hija de una loca”. En este sentido, señala
Joseph Pérez que “el caso de Juana presenta muchos puntos en común
con el de su abuela materna, Isabel de Portugal” y, dos generaciones más
tarde, con el del príncipe Carlos, hijo de Felipe II, que “también sufrirá
problemas mentales”.16 Por eso, insiste Suárez: “Aparte veleidades literarias
-en las que nunca debe caer el historiador- no se trataba de ninguna “locura
de amor”. Parece probado hasta donde los médicos pueden diagnosticar
valiéndose de documentos históricos, que Juana padeció una
esquizofrenia”.17 De esta opinión participa Joseph Pérez, que se inclina
por la tesis de L. Pfandl, el cual afirma que Juana “mostraba en forma
inequívoca todos los caracteres de la demencia precoz o esquizofrenia”,
cuyas manifestaciones analiza de acuerdo con los estudios de E. Kraepelin
y E. Bleuler.18 El padecer esta enfermedad no impide la existencia de
momentos de lucidez, ni expresiones dotadas de “buen sentido”, como
indica el mismo Pfandl; de hecho, estos enfermos, en diferentes ocasiones,
pueden comportarse con aparente normalidad, sobre todo, cuando se
mueven por automatismos ”profesionales”.19
Esta circunstancia explica que algunos momentos de lucidez pudieron
desorientar a muchos contemporáneos suyos, p.e., al Almirante de Castilla
(en 1506, tras una prolongada audiencia con doña Juana, “no pudo
convencerse de que estuviese loca”, dice Pfandl), y a una parte del pueblo
y de sus líderes, que, desconfiando de Fernando y Felipe el Hermoso, y
más tarde del Príncipe Carlos, creían que, en su lucha por el poder habían
marginado a la Reina con interesado pretexto de locura. Por eso, cuando
este último es nombrado emperador de Alemania y, para sufragar los
cuantiosos gastos de los desplazamientos de la Corte y de la coronación,
exige aumentar drásticamente los impuestos directos y subir la presión
fiscal de las alcabalas, surge al unísono el descontento general en Castilla.
Como recuerda Joseph Pérez, la protesta antifiscal pronto da paso a una
oposición política, encabezada por el ayuntamiento de Toledo en noviembre
de 1519 con un doble objetivo: evitar que Castilla tenga que financiar la
política imperial y que sea relegada a segundo plano al encomendar su
gobierno a un regente extranjero, el flamenco Cardenal Adriano.20 En ese
momento, se constituyen las diversas Juntas de las Comunidades de
Castilla, cuyos líderes piensan entonces, como alternativa de gobierno, en
la Reina Juana, a la que consideran cautiva y abandonada, y en la que ven
el símbolo de una Castilla preterida y expoliada. Joseph Pérez resalta que
por estas fechas (junio de 1520) “en Ávila y en Segovia se afirmaba que la
finalidad esencial de la Junta sería acudir a Tordesillas a devolver a la
reina todas sus prerrogativas. Ni más ni menos circulaba la idea de destronar
a Carlos V”.21 Constituída la Junta de Comunidades, se acuerda ir a
763
entrevistarse con la Reina. Antes de la llegada de los comuneros, la
población de Tordesillas se subleva, fuerza las puertas del palacio y el
marqués de Denia, su guardián, no puede impedir que una delegación
visite a la Reina, que se entera entonces de todo lo que había sucedido en
Castilla desde la muerte de su padre. El 29 de agosto de 1520 llegan los
jefes militares de la Junta, que le exponen la situación por la que atraviesa
Castilla y cuál es su objetivo: suprimir los abusos, devolver a la Reina sus
prerrogativas y protegerla frente a “los tiranos”. Doña Juana parece que
respondió : “Sí, sí, estad aquí en mi servicio y avisadme de todo y castigad
los malos, que en verdad os tengo mucha obligación”, a lo que respondió
Padilla: “Así se hará como Vuestra Majestad lo manda”.22
Los comuneros tratan de convencerse y de convencer al pueblo de que
la Reina no está loca y a ésta de que “se esfuerce para regir y gobernar y
mandar sus reynos”. En una carta al Emperador, el Cardenal Adriano le
comenta que la mayor parte de los servidores de Juana han declarado que
fue “agraviada y detenida por la fuerza en aquel castillo, como que no
estuviera en sí, habiendo estado siempre en buen seso y tan prudente
como lo fue en el principio de su matrimonio” y que han venido a liberarla
de la opresión y “traella encima de sus cabezas, como a su reina” y que la
instan a “regir y gobernar sus reinos”.23
Es este el contexto histórico en el que encuentra su pleno significado el
final del primer acto y todo el segundo acto de la tragicomedia, centrado
en el encuentro furtivo de doña Juana con las gentes sencillas de una
aldea castellana, Villalba del Alcor. Ante ellas, la Reina va a vivir un momento
de libertad (“¡Ya respiro! ¡Ancha Castilla! Voy a ver a mi pueblo”.) y va a
rememorar un momento clave de su propia historia y la de ese pueblo,
sobre el que deplora el abandono en que está sumido tras la derrota de las
Comunidades. Así se lo ha recordado antes de partir al Marqués de Aguilar,
que viene a anunciarle la llegada de Francisco de Borja, enviado por Carlos
V para atenderla espiritualmente: “El Cesar, como llaman a mi Hijo desde
que fue coronado en Alemania, debiera ocuparse, más que en
recomendarme confesores, en administrar los negocios de Castilla, como
cumple al soberano de estos reinos. Mi hijo, desconocedor de las grandes
virtudes de este pueblo (...) nos ha traído acá una nube de flamencos que
devoran toda la riqueza, y a la postre nos llevarán a la completa ruina del
suelo castellano“. (I, 5)
Por lo demás, el marco escénico en el que se desarrolla el encuentro
con los campesinos resalta un tema doblemente significativo en su contexto
histórico: el menosprecio de corte y alabanza de aldea, junto con la
oposición implícita cautiverio-libertad: “Toda la decoración respira paz y
sosiego campesino. Óyese el paso de un rebaño, cencerros lejanos. En el
centro de la escena está sentada Doña Juana en una silla rústica”, dice la
acotación. En este marco se desarrolla un diálogo en el que se nuclea todo
el mensaje del texto: gratitud de los campesinos por la visita de la Reina a
“este olvidado pueblo de Castilla”, exposición de la situación de penuria
764
en que vive el pueblo oprimido por “esa roña de pechos, alcabalas, foros,
gabelas y otras socaliñas” con las que se se llevan “el fruto de nuestro
sudor para costear esas endiabladas guerras de los países que llaman bajos”;
nostalgia de los tiempos de la reina Isabel, “vuestra santa madre “, que “a
caballo venía con reducida escolta de jinetes y espoliques, buscando
necesidades que remediar y pleitos que resolver”; emotiva evocación de
“aquellos arrogantes caballeros que traían la buena nueva de las
comunidades” y que venían a “devolverle el gobierno de aquellos reinos”
a “nuestra reina que está presente”. En este momento, Doña Juana (“muy
emocionada”, se dice en la acotación) comenta: “Me ha recordado el día
más triste de mi vida en este destierro”.
Antes de terminar el encuentro, Peronuño lanza el gran mensaje
democrático recogido de los líderes comuneros: “El pueblo debe gobernarse
a sí mismo en conformidad con la soberana (...) y nosotros, con ayuda de
Dios, estamos decididos a derramar nuestra sangre por resucitar las
Comunidades de Castilla“. Afirmación que es aclarada por Valdenebros:
“Lo que quiere decir este buen hombre es que la voluntad de su alteza dé
vida a un Estado nuevo”. La Reina, por su parte, asiente (“El pueblo en
estrecha unión con la corona”) y, superando un nacionalismo de corto
alcance, invita a su pueblo a una apertura a otros pueblos europeos, de
acuerdo con la idea erasmiana (“Los flamencos no son tan malos como
creéis. Fraternizad con ellos, trabajad todos juntos en la labor de la tierra
y en las artes y veréis como al fin las comarcas españolas serán felices y
ricas”), al tiempo que anima a los más jóvenes a colaborar en la empresa:
“Vosotros cuando seáis hombres, trabajad por Castilla a hacerla venturosa
y rica”.
¿Cómo reaccionó la crítica periodística a esta visión del pasado de
Castilla y a la posible proyección del mensaje democratizador -dar vida a
un Estado nuevo, atento a las necesidades del pueblo- en la España de
1918? M. Machado destaca el acierto de Galdós al cifrar en doña Juana
“toda la España muerta en el momento de su renacer propio y genuíno,
ahogada por la universalidad ambiciosa de Carlos V, destrozada en Villalar,
fracasada en sus más nobles anhelos de libertad, de democracia, de vida
propia nacional. Y lo que es más aún de autonomía de conciencia“.24 Gómez
de Baquero cree que son “rigurosamente históricos (...) el amor de la Reina
a Castilla y el que le profesaba el pueblo, como la heredera de la gran
Isabel (...), el gran descontento por la intervención de extranjeros en el
gobierno de Castilla, causa principal del movimiento comunero”.25 M. Bueno
ha percibido la importancia concedida por Galdós al recuerdo de los
comuneros, cuyo propósito era “impedir que el curso de la historia patria
se desviase (...) Aquellos demócratas temblaban por la suerte de la
democracia, y para salvarla acudieron a la Reina”.26 M. Mori destaca el
hecho de que Galdós muestre sus reticencias frente a Fernando el Católico
y al César con su “séquito de aduladores y enemigos de las libertades
populares”, que conceda a Isabel “todo el realce de su gran significación
espiritual y política”, y destaque el clamor de Juana por su liberación del
765
“encierro en donde ha perdido la salud y va a perder la vida”.27 “Floridor”
ve en el episodio de Tordesillas “una exaltación de las virtudes de Castilla”,
en tanto que M. Rodríguez Codolá percibe la figura de Juana como “la
encarnación de la Castilla esquilmada y gobernada por voluntad que no
era del pueblo”.28
En el tercer acto de la tragicomedia, centrado en los últimos momentos
de la vida de doña Juana, se plantea otro de los ejes temáticos del drama:
la actitud y creencias religiosas de la Reina, tema recurrente desde el inicio
de la obra. Una vez más, se comprueba que la fuente primordial de
información galdosiana está en el citado libro de Rodríguez Villa, en cuanto
al desarrollo de la enfermedad y dolencias de doña Juana (descritas por el
doctor Santa Cara en su carta al Emperador el 10-V-1555, y enunciadas
por dicho personaje en el drama) y en lo relativo a la atención espiritual de
Francisco de Borja a la Reina en sus momentos de lucidez. El nucleo central
de la acción en este tercer acto lo constituye el diálogo entre ambos
personajes. El bondadoso y sensible jesuíta trata de tranquilizar a doña
Juana, sobre quien pesa la angustia de ser considerada como hereje por
su abandono de los ritos religiosos, hecho que tanto preocupaba a la reina
Isabel. Borja aborda directamente la cuestión: “Y vuestro criterio religioso,
según he podido entender, deriva del sistema religioso de Erasmo, el cual
dice que no nos cuidemos del formulismo ni de las exterioridades rituales,
sino de la pureza de nuestro corazón y la rectitud de nuestras acciones“. A
lo que asiente la Reina con una sensación de “alivio”, intensificada por la
afirmación consoladora del jesuíta: “No sois hereje, señora. En el libro de
Erasmo nada se lee contrario al dogma. Lo que hay es una sátira mordaz
contra los teólogos enrevesados, los canonistas insustanciales, las beatas
histéricas y los predicadores truculentos, que han desvirtuado la divina
sencillez con artilugios retóricos“.
Galdós recoge en estos diálogos los elementos esenciales del Erasmismo
tanto en su vertiente ascética como en su crítica a la deformación de la
doctrina evangélica por parte de los teólogos y canonistas, a los que Erasmo
dedica irónicos comentarios en su Elogio de la locura, libro que, según
Mogica, habría regalado el autor a la Reina, estando en Gante. Fueron este
libro y el Enchiridion los más leídos en España, y los que mejor sintetizan
la doctrina erasmiana. Cuando Mogica dice que la Reina “lleva la religión
en su alma piadosa. Ama fervorosamente a los humildes, a los limpios de
corazón”, está definiendo lo esencial de esa religiosidad evangélica
propugnada por Erasmo en su Enchiridión.29 Por otra parte, en la referencia
al Elogio de la locura parece sugerir Galdós que se encuentra la repuesta al
enigma de la locura de doña Juana. Mientras los tres varones de su familia
(Fernando, Felipe y Carlos), afanados en la lucha por el poder y la grandeza
humana, han impuesto la versión “oficial” de los motivos de la reclusión
de doña Juana, mereciendo la aprobación de los poderosos, la Reina,
olvidada, vive en un anonadamiento radical. Sin embargo, cuando le adviene
la muerte, después de esa confesión de fe esencial en Cristo, Borja la
declara santa:
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Tú, que has amado mucho sin que nadie te amase ; tú que has
padecido humillaciones, desvíos e ingratitudes (...); tú que socorriste
a los pobres y consolaste a los humildes sin vanagloriarte de ello,
en el seno de Dios Nuestro Padre encontrarás la merecida
recompensa.
Y es que la locura de Juana podría relacionarse con lo que en el capítulo
66 del Elogio de la locura llama Erasmo la “insensated de la cruz”: la de
aquellos que “entregan lo que tienen, olvidan las injurias, se dejan engañar,
no distinguen entre amigos y enemigos”, etc.
Este mensaje religioso del drama apenas mereció la atención de la crítica.
Tan sólo Pérez de Ayala y A. Mori lo abordaron directamente. Este último,
de forma certera, indica:
La reina que Galdós nos presenta sigue con fe ciega las teorías
místicas de Erasmo y afecta a ellas muere. Con habilidad de maestro
ha sorteado el gran escritor los peligros que esta revisión histórica
podría acarrearle dado el espíritu restringido de ciertos públicos, la
heroína del drama muere abrazada a la cruz, pero sin una esplícita
confesión católica. Cristiana, sí, con todos los fervores del
cristianismo. Y ésta es, sin duda, la verdad histórica que puede
lógicamente acomodarse a las opiniones de unos y de otros.30
Desde este punto de vista, resulta evidente el buen sentido de Galdós al
rechazar la hipótesis de Berguenroth sobre el supuesto luteranismo de
doña Juana (inverosímil, además, por la sencilla razón de que no pudo ser
encerrada en 1509 por tal motivo, ya que esa confesión no se configura
como cisma hasta 1517) y presentarla, en cambio, como simpatizante del
Erasmismo, puesto que uno de los erasmistas españoles más notables fue
Juan Luis Vives, vinculado a Catalina de Aragón y y admirador de doña
Juana, tan diestra en el dominio del latín. En cuanto a Francisco de Borja,
es sabido que muestra un espíritu abierto hacia Erasmo, Vives y las
corrientes de espiritualidad de la llamada Reforma católica. Por eso, cuando
la Inquisición condena las obras de Carranza, Juan de Ávila, Fray Luis de
Granada, etc., tampoco se salva el libro de Borja Obras del cristiano, como
recuerda Bataillon.31 Por otra parte, Miguel Batllori asegura que cuando
Laínez y Borja fueron generales de su Orden (1557-1572) se vivió una
“mayor apertura pedagógica y doctrinal” respecto a la lectura de las obras
de Erasmo y Vives en los colegios de jesuítas.32
Galdós, al delinear esta figura de Francisco de Borja, lo hace con un
profundo respeto. Este aristócrata, que había pertenecido, de niño, al
personal de la Corte, aparece desde un principio como un “espíritu
superior”, dotado de una gran “bondad”; se enfrenta serenamente al
Marqués de Denia por el trato inhumano que recibe la Reina (“esto es una
iniquidad. Seamos benignos”), y sabe “cumplir como sacerdote y como
caballero” en su entrañable atención a doña Juana.
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Una vez más, Galdós da muestras de un gran respeto por la religiosidad
evangélica y por quienes la representan con autenticidad: recuérdese al
Padre Nones, Nazarín o don Rafael, o las figuras de Benina o Sor Simona.
Santa Juana de Castilla continúa el pensamiento y la actitud de Galdós en
este punto, al tiempo que supone la culminación de su teatro, no sólo en
el plano del contenido sino también en el de la composición textual. En el
primer aspecto, el drama constituye el último testimonio de la fidelidad de
Galdós a sí mismo en dos temas fundamentales abordados en la obra: el
político y el religioso. La protagonista de la tragicomedia, privada de libertad
y de autonomía personal, expoliada de sus prerrogativas de reina, se
convierte en símbolo del pueblo de Castilla, sojuzgado y esquilmado por
unos ideales imperialistas que alienan su conciencia comunitaria. La
referencia a la creación de un “Estado nuevo”, a propósito de la evocación
de las Comunidades, abierto a las aspiraciones y necesidades populares,
adquiere todo su sentido en la España de 1918, apenas salida de una
huelga revolucionaria (sus líderes son excarcelados el mismo día del estreno
del drama en Madrid) y cuando aún resuenan las palabras de Ortega en el
teatro de la Comedia sobre vieja y nueva política.33 Y, en lo ético-religioso,
las figuras de Erasmo y Francisco de Borja significan, en una Europa dividida
por la Primera Guerra Mundial, un mensaje de religiosidad tolerante y
pacificadora, tan apropiado, también, para un país necesitado de concordia
en temas como el de la libertad religiosa.
Por lo que respecta al texto teatral, no deja de ser significativo que este
último drama galdosiano, aparte de su indudable calidad estética en el
plano de la composición,34 termine siendo una tragicomedia cristiana: hay
que tener en cuenta que la protagonista muere después de haber
consumado una vida de “suplicio” (posible connotación ascética: “supliciocalvario”),
en un Viernes de Pasión y en un contexto bíblico enaltecedor: la
sed de “agua pura” y “purificadora” (referencia bautismal), la “cruz” y la
muerte liberadora del cautiverio (referencia escatológica), y la promesa de
la salvación (“encontrarás la merecida recompensa”) por haber vivido de
acuerdo con el espíritu de las “bienaventuranzas”: “tu que has padecido
humillaciones... que socorriste a los pobres...” Desde esta consideración,
se puede vislumbrar ahora por qué Galdós eligió el personaje de doña
Juana como protagonista de esta tragicomedia, trastocando y sublimando
la realidad histórica. Por su mediación, el dramaturgo logra trasmitir su
último legado poético e ideológico, congruente con el resto de su obra:
doña Juana de Castilla ha sido configurada como símbolo de una moral
solidaria y de una religiosidad evangélica enraizada en la tierra. De ello son
testigo sus palabras a Marisancha en Villalba del Alcor (“Recoge todo lo
que me resta de caudal y repártelo entre esta infeliz gente”) y la expresión
de su última voluntad antes de morir: “Quiero que mi cuerpo repose en
esta tierra de Castilla sin otro emblema que una cruz de madera, ni más
adorno que las flores del campo”.
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NOTAS
1 Entre los dramas del teatro histórico modernista estrenados durante la década de 1908-
1918, figuran cuatro obras de MARQUINA, E., (Las hijas del Cid, 1908, Doña María la
Brava, 1909, Las flores de Aragón, 1915, El Gran Capitán, 1916), dos de VILLAESPESA,F.,
(El alcázar de las perlas, 1911, y Doña María de Padilla, 1913), una pieza de VALLEINCLÁN
(Voces de gesta, 1912) y otra GRAU, J., (El conde Alarcos, ed. en 1917), estrenadas
las dos últimas, como Santa Juana de Castilla, en el Teatro de la Princesa, de
Madrid. Como muestra de la continuidad del género en años posteriores, baste recordar
el estreno, en 1923, del Romance de Doña Blanca, de FERNÁNDEZ ARDAVÍN, y
Santa Isabel de España, de TOMÁS, M., en 1934. Sobre las características de esta
modalidad teatral, puede consultarse: CABRALES ARTEAGA, J. M., «El teatro histórico
modernista de inspiración medieval», en Dicenda, Cuadernos de Filología Hispánica, nº
8, Edit. Univ. Complutense de Madrid, 1989, pp.11-35.
2 MORI, A., «La vejez triunfante de Pérez Galdós, Santa Juana de Castilla», en El País, 9-V-
1918. GONZÁLEZ, A., “Alejandro Miquis”, «Santa Juana de Castilla», en Diario Universal,
9-V-1918.
3 Prólogo a Vieja España (Impresión de Castilla), de SALAVERRÍA, J. Mª., Librería de los
Sucesores de Hernando, Madrid, 1907, p.XXXIV. Galdós sigue, en años posteriores,
atraído por el tratamiento literario del enigma de doña Juana, como lo prueba la carta
de un dramaturgo apenas conocido, Juan de Arzadum, a quien Galdós habría animado
a escribir un drama sobre dicho personaje, según se infiere de dicha carta, que Arzadum
dirige a Galdós el 31-X-1913, en la que le dice: “V. me animó a escribir un drama acerca
de Dª Juana en Tordesillas. Ya está. Su título ¡Castilla por doña Juana! da a entender
que el protagonista real es el pueblo castellano. La acción transcurre entre el día que
los Comuneros proclaman como reina en Tordesillas a la prisionera del marqués de
Denia, y aquel otro que presencia el desastre de Villalar.
Doña Juana es el único personaje predominante. ¿Loca o cuerda? He procurado que
perdure el misterio, porque en el teatro no han de resolverse los problemas de la
historia.
¿Querría darme su consejo después de leer mi obra?”. Al final de la carta hay una nota
en la que se dice: “Contestada el 2 de Nov. 1913”. Esta carta figura en la Casa-Museo
Pérez Galdós, de Las Palmas de Gran Canaria, pero se desconoce la respuesta de
Galdós, así como el texto del drama de Arzadum.
Finalmente, en 1916, en una carta a A. Ghiraldo, Galdós le comunica que enseguida va
a dar “comienzo a un drama de asunto histórico que ha tiempo que me preocupa”, en
GHIRALDO, A., «Don Benito Pérez Galdós», en Atenea, 20, 1943, p.169, cit. por ÁVILA,
J., La historia lógico-natural de los españoles de ambos mundos de Benito Pérez Galdós,
Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1994, p.302.
4 CARDONA, R., «Fuentes históricas de Santa Juana de Castilla», en Actas del Primer Congreso
Internacional de Estudios Galdosianos, Editora Nacional, Madrid, 1977, p.463.
5 PARDO BAZÁN, E., «Un drama psicológico en la historia: Juana la Loca según los últimos
documentos», en Nuevo Teatro Crítico, 1892, año II, parte I, pp.67-68.
6 CARDONA, R., art. cit., pp.466-67. El libro de BERGENROTH, A. G., (ed.) se titula:
Supplement to Volume I and Volume II of Letters, Despatches, and State Papers, Relating
to the Negotiation Between England and Spain, Preserved in the Archives at Simancas
and Elsewhere. I Queen Katharine. II. Intendet Marriage of King Henry VII with Queen
Juana, Longmans, Green, Reader, and Dyer, London, 1868. La sección dedicada, en la
“Introduction”, a la “Queen Juana”, abarca las pp.XXIV-XXX.
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7 GÓMEZ DE BAQUERO, E., “Andrenio”, «Crónica literaria: Santa Juana de Castilla», en La
Época, 9-V-1918. A. Miquis cree que “Galdós ha visto la figura de doña Juana tal como
ella fue, tal como la definen no las leyendas, más gratas a otros autores, sino las
pacientes investigaciones de los eruditos, y por ese camino, que fue siempre el suyo
propio, ha servido a la vez al arte y a la verdad”, en El Diario Universal, 9-V-1918.
MORI, A., art. cit.
8 MACHADO, M., Santa Juana de Castilla, en El Liberal, 9-V-1918.
9 RODRÍGUEZ CODOLÁ, M., «Santa Juana de Castilla. Drama en tres actos, original de don
Benito Pérez Galdós», en La Vanguardia, 16-VI-1918. GABALDÓN, L., “Floridor”, «Santa
Juana de Castilla», en ABC, 9-V-1918.
10 BUENO, M., «Galdós en La Princesa. Santa Juana de Castilla», en El Heraldo de Madrid,
9-V-1918.
11 PÉREZ DE AYALA, R., «Una obra nueva de Galdós, Santa Juana de Castilla, poema dramático
», en El Sol, 9-V-1918. En este artículo de Pérez de Ayala aparece ya señalada la
fuente de la mencionada versión galdosiana. R. Cardona sugiere la posibilidad de que
Pérez de Ayala, “quien conocía tan bien el inglés y había vivido en Londres, le hubiese
contado a Galdós la teoría de Bergenroth”, en art. cit., p.468. Cardona señala otras
posibles fuentes p.e., un artículo de The Edinburgh Review (1870, nº 268, pp.341-369)
o que pudiera encontrarse el libro en la biblioteca del Ateneo de Madrid o en la Biblioteca
Nacional. De todas formas, ya en 1870 se alude a la interpretación de Bergenroth
en un opúsculo de DE LA FUENTE, V., Doña Juana la Loca vindicada de la nota de
herejía, Madrid, Imp.a cargo de D. Antonio Pérez Dubrull, 1870, 4ª ed., p.10, nota 1,
donde consta el título de la obra de Bergenroth (Supplement..., véase el título completo
en nota 6) y MENÉNDEZ PELAYO, M., hace una amplia referencia a la obra de Bergenroth
(cita el título completo de la misma) y califica su información de “enteramente absurda”,
en Historia de los Heterodoxos Españoles, B.A.C., Madrid, 1967, vol. II, p.283.
12 PRADWIN, M., ha tratado de dar una explicación razonable a los comportamientos
anómalos de doña Juana, sobre todo a raíz de la muerte de Felipe el Hermoso, de
forma que la “tenebrosa necrofilia” atribuída a la Reina sería pura leyenda: así, la Reina
habría abierto en dos ocasiones el ataud, sencillamente para comprobar que los flamencos
no habían llevado el cadáver del marido; Juana viajaba de noche con el cortejo
funerario para huir del calor sofocante de Castilla; no quería alojarse en conventos
de monjas para evitar posibles abusos de los lansquenetes de su escolta, no por celos
enfermizos, etc., en Juana la Loca, Juventud, Barcelona, 1953, pp.124-143. Por otra
parte, Juana habría dado notables pruebas de lucidez en diversos momentos importantes,
p.e., al dirigirse a los procuradores en las Cortes de Mucientes, desbaratando la
pretensión del marido de que fuera declarada incapaz de gobernar por su demencia.
Otra de las supuestas muestras de cordura de Juana estaría en la carta que envía al
representante de Felipe el Hermoso en España, De Vere, defendiéndose de la fama de
loca: “... pues allá me juzgan que tengo falta de seso, razón es tornar en algo en mí,
como quiera que yo no me debo maravillar que se me levanten falsos testimonios,
pues que a Nuestro Señor se los levantaron (...) si yo usé de pasión y dejé de tener el
estado que convenía a mi dignidad, notorio es que no fue otra la causa que los celos...”,
en RODRÍGUEZ VILLA, A., La Reina Doña Juana la Loca. Estudio histórico, Librería
de M. Murillo, Madrid, 1892, p.110.
13 RODRÍGUEZ VILLA, A., o. c., p.34. En relación con esos celos desatinados, el cronista
recuerda la reacción brutal de doña Juana al enterarse de que su marido le era infiel
con una bella dama flamenca. Va en busca de ésta como una “brava leona” y “dicen
haberla herido y maltratado y mandado cortar los cabellos a raíz del cuero...” , en
RODRÍGUEZ VILLA, A., o. c., pp.92-93.
14 SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., Isabel mujer y reina, Ed. Rialp, Madrid, 1992, p.335.
15 Cit. en PÉREZ, J., Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, Nerea, Madrid, 1988, p.367.
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16 PÉREZ, J., o.c., p.370.
17 SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., o. c., p.331.
18 Refiriéndose, p.e. a la etapa de estancia en Bruxelas desde mediados de 1504, dice
PFANDL, L., “En el aislamiento y el desengaño de 1503 los morbosos celos de Juana se
convirtieron en un delirio paranoico de persecución, cuyo objeto y fin eran sexuales.
Bajo la presión de la discordia conyugal provocada por ellos se abrió paso rápidamente
su disposición esquizofrénica. La resolución de no comer, a la que acudía en toda
ocasión, y la agresividad, impropia de su alta dignidad, eran medidas defensivas procedentes
de una formación insana de la voluntad (...) Observáronse anomalías depresivas
en la vida instintiva. Todos los apetitos, aun el de la nutrición, murieron y se convirtieron
en actos mecánicos, que solamente se realizaban por impulso exterior (...) Por lo
regular, permanecía sentada o echada, inmóvil, con la cara y los miembros sin vida
motora, los ojos sin fin ni movimiento. También estos son caracteres propios de la
esquizofrenia”. Otro rasgo es el de la abulia que “se extendía a los deberes de su cargo,
a la práctica de su vida religiosa, al grupo de sus hijos nacidos y educados en Flandes,
y aun a las necesidades y cuidados de su cuerpo” (...) Con el tiempo, “ni siquiera se vió
libre de aquella forma de estupor catatónico, la más terrible, que consiste en que el
enfermo hace las evacuaciones naturales sin advertirlo”, en Juana la Loca. Su vida, su
tiempo, su culpa, Espasa-Calpe, Madrid, 1945, pp.107-111.
19 En este sentido dice PFANDL, L., “Las palabras de los esquizofrénicos no siempre están
privadas de buen sentido ni son siempre incomprensibles”, o. c., p.110. En la misma
línea, dice VALLEJO-NÁJERA, J. A., “Los enfermos mentales, aun los más graves, no se
portan anormalmente siempre, sino cuando entran en juego sus síntomas; el resto del
tiempo pueden aparentar y mantener normalidad. Especialmente suelen conservarse
los automatismos «profesionales», en Locos egregios, Planeta Agostini, Barcelona, 1988,
p.58.
20 En la carta-programa de los frailes de Salamanca, que recoge las aspiraciones de los
castellanos formuladas por la Comunidad de Toledo, se dice “expresamente que las
pecunias de Castilla se deben gastar al provecho de Castilla y no de Alemania, Aragón,
Nápoles, etc. y que Vuestra Majestad ha de gobernar cada una tierra con el dinero que
de ella recibe. De manera que en efecto no quieren dejar nada para las consignaciones
y libranzas hechas para Alemania...”. Por otra parte, la Comunidad de Toledo había
propuesto reservar los cargos públicos y beneficios eclesiásticos para castellanos, prohibir
la exportación de dinero y “designar la persona de un castellano para gobernar el
país en ausencia del rey”, en PÉREZ, J., Los Comuneros, Historia 16, Madrid, pp.33-34.
21 O. c., p.34.
22 RODRÍGUEZ VILLA, A., o.c., p.310.
23 RODRÍGUEZ VILLA, A., o.c., pp.316 y 321.
24 El Liberal, 9-V-1918.
25 La Época, 9-V-1917.
26 El Heraldo, 9-V-1918. En concordancia con la idea de M. Bueno de que los comuneros
querían impedir que “el curso de la historia patria se desviase”, sugiere un anónimo
cronista teatral de Barcelona, a propósito de la reina Juana, que “se truncó tal vez con
ella la historia de España, que Carlos V dispersó por Europa con sueños imperialistas y
católicos”, «Santa Juana de Castilla de Pérez Galdós», en El Diluvio, 16-V-1918, p.13.
27 El País, 9-V-1918.
28 ”Floridor” en ABC, 9-V-1918; RODRIGUEZ CODOLÁ, M., en La Vanguardia, 16-V-1918.
La idea de presentar a la reina Juana como encarnación de Castilla ha sido destacada
por algunos críticos posteriores, como, FINKENTAL, S., para quien “Metaphorically, Juana
is Castile”, «Santa Juana de Castilla: Galdós last play», en Anales Galdosianos, 1974,
IX, p.126.
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29 “Es posible que celebres la eucaristía todos los días y vivas egoistamente sin preocuparte
de las desgracias de tu prójimo (...) Y no me vengas tu ahora diciéndome que la caridad
está en frecuentar la iglesia, en hincarse de rodillas ante las imágenes de los santos, en
encenderles velas o en repetir determinado número de oraciones. Dios no necesita de
estas cosas. San Pablo llama caridad a edificar al prójimo (...) corregir con mansedumbre
al que yerra, enseñar al que no sabe, levantar al que está abatido, consolar al triste,
ayudar al que está en dificultades, socorrer al necesitado...”, en ROTTERDAM, E. de,
Enchiridion. Manual del caballero cristiano, B.A.C, Madrid, 1995, pp.153 y 168.
30 MORI, A., El País, 9-V-1918.
31 BATAILLON, M., Erasmo y España. Estudios sobre historia espiritual del siglo XVI, F.C.E.,
México, 1950, pp.713-714.
32 BATLLORI, M., Humanismo y Renacimiento. Estudios hispanoeuropeos, Ariel, Barcelona,
1987, y Círculo de Lectores, 1995, pp.180 y 186.
33 “Doña Juana va a las aldeas después de haber pronunciado Ortega y Gasset (1914) su
célebre Conferencia en la Comedia. Peronuño, invitado por la Reina, presenta su programa.
Valdenebros aclara: “Lo que quiere decir este buen hombre es que la voluntad
de su Alteza dé vida a un Estado nuevo” (II, 1) (...) Hay que salir de la Corte, poniéndose
en contacto con la tierra. De los pueblos, sacudido el letargo, saldrá el Estado nuevo,
con nueva vida. La coincidencia con Ortega es a veces literal y siempre ideológica”, en
CASALDUERO, J., «Sor Simona y Santa Juana de Castilla», Letras de Deusto, vol. IV, nº
8, julio-diciembre de 1974, p.128.
34 Como texto “teatral”, este drama, el más breve de los escritos por Galdós, es de extrema
sobriedad y desnuda belleza, sin el lastre novelesco de algunos dramas anteriores,
concentrado en su “quintaesencia dramática”, en expresión de Pérez de Ayala. Acción
elemental, acotaciones escuetas al servicio de esa acción y del diseño de los personajes,
configurados por la palabra (diálogos de gran densidad intelectual) y el gesto.
Cuidada construcción triádica por niveles temáticos (psicológico, religioso, político),
recurrencia de oposiciones bimembres (locura-heterodoxia, historicidad-acronía, cautiverio-
libertad, ritualidad-religiosidad interior, corte-aldea, Castilla-Imperio, etc.), red de
símbolos connotadores del mensaje religioso de la tragicomedia: sed-agua, cruz-pasión,
etc. A pesar de que en el texto se advierten algunos anacronismos (p.e., el que
Erasmo regalara a doña Juana el Elogio de la locura, cuando aún no lo había escrito -
1909-, ni publicado -1511) e incongruencias (como el que la Reina fuera recluída por
simpatías hacia el Erasmismo, siendo así que Erasmo fue consejero de Carlos V), sin
embargo, por su armónica composición, adecuado tratamiento de la secuencia temporal,
con oportunas analepsis, calidad expresiva del texto “literario” y por su intensidad
dramática, la obra constituyó uno de los grandes éxitos de Galdós, a juicio de los
críticos, según SACKET, Th., Galdós y las máscaras, Instituto di Lingue e Letterature
Straniere di Verona, Verona, 1982, p.XIV.