ELECTRA.

UN PERSONAJE FEMENINO ENTRE MUNDOS

DIVERGENTES

Rosa Delia González Santana

Galdós fue un escritor que se distinguió, entre otras cualidades, por su

vivir coherente con su tiempo. De sus novelas, artículos, y obras de teatro

podemos decir, sin caer en la exageración, que cumplieron la doble y

grandiosa misión de destacar como manifestaciones artísticas y además

como documentos históricos.

La obra que analizamos en este trabajo es un ejemplo de ello. Electra,

que se estrenó el 30 de enero de 1901 en el Teatro Español de Madrid, es

una “criatura” que nace con el siglo, y que se revela al lector joven, tímida

pero al mismo tiempo fuerte.

El autor nos presenta una historia con argumento sencillo y prácticamente

sin misterio, si exceptuamos la paternidad de la protagonista. Esta obra de

teatro ofrece al menos dos niveles de lectura:1º) Electra como obra, lectura

de conjunto que nos conduce a la interpretación del texto.1 Algunas de

estas interpretaciones se han expuesto en anteriores Congresos de Estudios

Galdosianos, en los que se analizan las relaciones del texto con los

acontecimientos histórico-políticos que sobrecogieron a España en su

transición finisecular, los paralelismos existentes con Doña Perfecta, y en

otros se profundiza en los elementos mitológicos que aparecen entretejidos

en la trama; y 2º) Electra como personaje, lo que nos lleva a acercarnos a

la condición femenina al alba de nuestro siglo. El enfoque que

desarrollaremos a continuación se basará principalmente en el análisis del

personaje protagonista, Electra, como el núcleo de todo un sistema de

relaciones entre personajes, a partir del cual iremos abordando diferentes

aspectos de la obra: consideración tradicional de la mujer a principios de

siglo, postura galdosiana ante este tema y con respecto a la educación de

la mujer y el rol masculino-paterno.

Electra, como ya sabemos, es una joven de dieciocho años, hija de la

malograda Eleuteria, prima hermana de Evarista, ahora protectora de la

joven. Desde el principio, a través de los comentarios que oímos acerca

del origen de la joven, sabemos bastante de las aventuras amorosas de su

madre (de las cuales Electra es el fruto), de cómo cambió de vida y expió

sus pecados entre las paredes de un convento, concretamente en San

José de la Penitencia.

4.2-5

773

En la creación de este personaje Galdós realiza una verdadera “fusión”,

y no nos referimos precisamente a la que ella y Máximo llevan a cabo casi

al final de la obra, comprometiéndose en matrimonio, sino que Electra es

una mujer en la que confluyen características de otros personajes femeninos

galdosianos, así como rasgos nuevos que no aparecen en sus predecesoras.

Daría Montero-Paulson, en su estudio La jerarquía femenina en la obra

de Galdós establece una minuciosa clasificación de estos personajes.2

Coincidimos con esta autora en que:

Del vasto panorama de las creaciones humanas de Galdós, las

que más impresionan la mente del lector son los personajes

femeninos : dinámicos, inteligentes, voluntarios y dúctiles, sus

mujeres luchan y aspiran a realizarse, a ser auténticamente “ellas”

en una sociedad muchas veces complejísima y hostil. (Montero-

Paulson, 1988, pp.15-16)

Seis son los tipos de mujeres reconocidos por esta autora : social, víctima,

natural, Quijote, rebelde y Figura Christi, al que añade un séptimo como

grupo aparte, la mujer “nueva” “núcleo de la sociedad nueva, soñada,

deseada y expuesta por Pérez Galdós en sus últimas obras” (Montero-

Paulson, 1988, p.195). Concretamente en Electra, a la que considera “mujer

nueva”, distingue tres de los seis primeros tipos simbólicos: natural, víctima

y rebelde. (Montero-Paulson, 1988, p.205)

Partiendo de esta clasificación de Daría Montero-Paulson, que nos parece

acertada, profundizaremos en esta múltiple faceta del personaje. La palabra

“natural” aplicada a Electra resulta polisémica. Por una parte, la joven es

hija “natural” de Eleuteria: y para desdicha de sus tíos su conducta para

con los demás carece de artificios, es absolutamente natural, por lo que

no es una muchacha convencional ni vanidosa; y por último, está de alguna

manera marcada por la herencia genética con la que parece que carga al

principio de la obra, o al menos así sus tíos lo temen. Cuando Evarista y

Urbano deciden traerla del colegio en el que estaba interna en Francia, lo

hacen con la intención de integrarla en la sociedad, sin haber determinado

cómo sería esta integración. Es necesario, pues, sondear el carácter de la

joven, con el fin de descubrir si sus inclinaciones personales la llevarán o

no al mismo fin desdichado de su madre, y averiguar la fuerza y el poder

que la “naturaleza” ejerce sobre la muchacha. Así lo explica Don Urbano al

Marqués : “[...]; su objeto no es otro que tantear el carácter de la chiquilla,

ver si podremos obtener de ella una buena mujer, o si nos reserva Dios el

oprobio de que herede las mañas de su madre. [...]”.3

En este frente tendrá Electra que librar su primera batalla. No se trata ni

más ni menos que de sobreponerse a esta “herencia” de mala reputación

y vida licenciosa que le viene de su madre.

774

Electra está en la tradicional línea divisoria de la feminidad, se trata de

la dualidad ángel/demonio presente durante siglos en la literatura. Así el

sirviente de los García Yuste dice al Marqués que Electra sería un ángel “si

es que hay ángeles parecidos a los diablos” (Pérez Galdós, 1990, p.470), y

también al Marqués, confiesa Don Urbano las “excelsas cualidades” de la

chica, pero también sus “agudezas diabólicas” (Pérez Galdós, 1990, p.471);

Evarista riñe a Electra y le dice que su “alma se la disputan ángeles y

demonios”. (Pérez Galdós, 1990, p.486)

Electra tiene un carácter infantil porque así la han educado. Recordemos

que cuando Evarista pretende impresionar a los invitados con las

“cualidades” de su sobrina, le pide que toque el piano o que enseñe sus

dibujos. Hasta aquí no resulta complicado descubrir el tipo de formación

que ésta ha recibido, se trata de esa educación propia de las “señoritas”

de clase medio-alta. Electra ha recibido conocimientos aptos para

conversaciones de salón; observamos que todavía conserva muñecas con

las que habla, y que juega con los hijos de Máximo como una niña más,

mostrando una marcada inclinación maternal.

A ella se refieren como “niña” (Marqués de Ronda, Evarista, don Urbano,

etc), “adorable muñeca” (Cuesta), “niña voluble” (Pantoja). Atendiendo a

esta descripción, Electra responde al tipo de “eterna niña oprimida”, tan

explotado en las novelas del siglo XVIII y XIX; la mujer débil y frágil por

cuya seguridad hay que velar, y a la que hay que proteger de todos e

incluso de sí misma:

Pantoja.- Porque en mí tendrá usted un amparo, un sostén para

toda la vida. Inefable dicha es para mí cuidar de un ser tan noble y

hermoso, defender a usted de todo daño, guardarla, custodiarla,

dirigirla, para que se conserve siempre incólume y pura; para que

jamás la toque ni la sombra ni el aliento del mal. Es una niña que

parece como un ángel. No me conformo con que usted lo parezca:

quiero que lo sea.

Electra.- (Fríamente.) Un ángel que pertenece a usted... ¿Y en esto

debo ver un acto de caridad extraordinaria, sublime? (Pérez Galdós,

1990, p.481)

Sin embargo Electra demuestra pronto no ser tan infantil. Existen varios

fragmentos en los que da prueba de un ingenio maduro que contrasta con

sus travesuras y su aparente aire despreocupado, pasajes como cuando

comprende la confesión de supuesta paternidad que le hace Cuesta con

medias palabras (p.478), cuando pone en duda la autoridad que Pantoja

quiere ejercer sobre ella (p.481), cuando intuye que Máximo le propondrá

el matrimonio (Pérez Galdós. 1990, p.488). Aunque hemos de destacar

que el momento más exquisito en el que demuestra su agudeza es el

discreto “flirteo” verbal que mantiene con Máximo en el laboratorio:

775

Máximo.- Dios hace estas maravillas para que el hombre las coja

[...]. Pero no todos tiene la dicha o la suerte de pasar bajo el

árbol... [...]

Electra.- Sí pasan, sí pasan..., pero algunos van tan abstraídos

mirando al suelo, que no ven el generoso fruto, que les dice:

“Cógeme, cógeme.” Y bastaría que por un momento se apartasen

de sus afanes y alzaran los ojos...

Máximo.- (Contemplándola.) Como alzar los ojos, yo... ya miro,

ya... (p.498)

Electra es un personaje que lucha por expresarse, por definir su propia

identidad. Para el resto de los personajes ella es un espacio en blanco en

el que cada uno puede garabatear sus frustraciones: para Evarista y Urbano

ella puede ser una de sus tantas obras de caridad, para el servicio de la

casa, una niña traviesa; para Cuesta, un cargo de conciencia, y para Pantoja,

un medio de redención. Los únicos que la observan a cierta distancia de

forma objetiva son Máximo, que distingue en ella nobles cualidades y el

Marqués, que es el primero que destaca su buen juicio, su inteligencia y su

sentido para “encontrar su camino” en la vida. (Pérez Galdós, 1990, p.492)

Al contrario de lo que se puede pensar en un primer momento, Electra

no es un ser frágil, ella misma lo reconoce cuando acepta la similitud que

establece Máximo entre ella y el aluminio: poco peso, pero mucha tenacidad

y resistencia (Pérez Galdós, 1990, p.494). Ella sabe que no es tan frágil

como quieren hacerle creer (Pérez Galdós, 1990, p.494), y llegado el caso,

hasta se permite un arranque de violencia:

Electra.- [...] ¡Mi pobre madre, mi pobre madre!. No la nombran

más que para deshonrarla..., y la denigran los mismos que la

envilecieron. (Furiosa.) Quisiera tenerlos en mi mano para

deshacerles, para destruirles, y no dejar de ellos ni un pedacito

así. (Pérez Galdós, 1990, p.509)

Estas experiencias de sufrimiento e injusticia despiertan en nuestra

protagonista un espíritu reivindicativo, también es cierto que lo hace

alentada por Máximo, quien le propone la emancipación:

Electra.- Quieren anularme, esclavizarme, reducirme a una cosa...

angelical... No lo entiendo. [...]

Máximo.- (Sin vacilación.) La independencia. [...] La

emancipación..., más claro, la insubordinación. [...]. Sí; corran

libres tus impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y

sepamos lo que eres. (Pérez Galdós, 1990, p.481)

De esta forma se establecen dos polos completamente opuestos: Pantoja,

que ejerce la tiranía del patriarcado, y que actúa como un Pigmalión místico,

no carente de cierto narcisismo:

776

Pantoja.- (Con efusión y elocuencia.) [...]. Desde que la vieron

mis ojos, la voz de la sangre clamó dentro de mí diciéndome que

esa criatura me pertenece... Quiero y debo tenerla bajo mi

dominio santamente, paternalmente... Que ella me ame como

aman los ángeles... Que sea imagen mía en la conducta, espejo

mío en las ideas. Que se reconozca obligada a padecer por los

que le dieron la vida, y purificándose ella, nos ayude, a los que

fuimos malos, a obtener el perdón... [...] (Pérez Galdós, 1990,

p.506) [...] ... Electra será nombrada superiora, y bajo mi autoridad

gobernará la congregación... Con profunda emoción.) ¡Qué feliz

será, Dios mío, y yo que feliz! (Quédase como en éxtasis.). (Pérez

Galdós, 1990, p.507)

Pantoja confunde su concepto de la felicidad con el de su supuesta hija,

y en su delirio para pretender la reconstrucción de una falsa trinidad, que

en un momento dado se separa del camino puramente virtuoso y se reduce

a una simple actitud egoísta y terrenal, pues pretende tener cerca de él a

“sus dos amores”, para lo cual prevé la vida de Electra e incluso su muerte,

y su descanso eterno. El afecto paternal es un pretexto para tiranizar con

total impunidad una vida que no le pertenece:

Pantoja.- ¡Oh!, sí... Allí reposarán también mis pobres huesos.

(Con gran vehemencia). Quiero, además, que así como mi espíritu

no se aparta de aquella casa, en ella residan también, por el

tiempo que fuera necesario, el espíritu de Electra... No la forzaré

a la vida claustral; pero si probándola tomase gusto a tan hermosa

vida y en ella quisiese permanecer, creería yo que Dios me había

concedido los favores más inefables. Allí las cenizas de la

pecadora arrepentida, allí mi hija, allí yo, pidiendo a Dios que a

los tres nos dé la eterna paz y cuando llegue la muerte, los tres

reposando en la misma tierra, todos mis amores conmigo, y los

tres en Dios... ¡Oh, qué fin tan hermoso, qué grandeza y qué

alegría! (p.507)

El otro polo es Máximo. Éste desea revelar a Electra a sí misma, y frente

a Pantoja-Pigmalión, él se erige en Prometeo. No sólo intenta en su

laboratorio llevar la luz a la civilización, sino también a la vida de Electra:

Máximo.- [...] ... Que aprenda por sí misma lo mucho que aún

ignora; que abra bien sus ojitos y los extienda para que vea que

no es todo alegrías, que haya también deberes, tristezas,

sacrificios... (Pérez Galdós, 1990, p.475)

[...]

Electra.- ¿Y quién es mi Colón?

Máximo.- No hay Colón. Digo que eres un mundo que se descubre

sólo... (p.497)

[...]

777

Máximo.- [...]. Digo, sí; te escapas..., te salvaré yo...

Electra.- Me has prometido ampararme. (p.497)

Sin embargo, Máximo, de alguna manera, también participa del

comportamiento de Pigmalión,4 en cuanto que se propone como maestro

de la joven (“...yo te reclamaré como protector tuyo, como maestro...”,

Pérez Galdós, 1990, p.498). Electra acepta esta subordinación de buen

grado, reconoce en Máximo a su maestro, es más, desea ser

verdaderamente una página en blanco en la que él imprima sus enseñanzas:

Máximo.- (Con admiración.) ¡Corazón grande, inteligencia

superior!

Electra.- Aumenta corazón y rebaja inteligencia.

Máximo.- No rebajo nada.

Electra.- ¿Sabes? Quisiera yo ser muy bruta, muy cerril, para llegar

a ti en la mayor ignorancia, y que pudieras tú enseñarme las

primeras ideas. No quiero tener nada que no sea tuyo.

Máximo.- Ideas hermosas y sentimientos nobles te sobran. Dios

te ha dotado generosamente colmándote de preciocidades, y

ahora te pone en mis manos para que este obrero cachazudo te

perfile, te remate, te pulimente.

Electra.- Te vas a lucir, maestro; yo te digo que te lucirás.

Máximo.- Haré una mujer buena, juiciosa, amante... ¡vaya si me

luciré! (Pérez Galdós, 1990, p.504)

En medio de estos polos se encuentra Electra, como una presa disputada

entre el pasado y el futuro: la angelidad prometida/impuesta por don

Salvador, y la vida hogareña y prosaica ofrecida por su prometido.

Finalmente elige esta última, y tal como confiesa al Marqués será “lo

que él” (refiriéndose a Máximo) “quiera hacer de” ella (Pérez Galdós, 1990,

p.504)

Esta heroína tiene de peculiar, dentro de la galería de creaciones

femeninas galdosianas, el hecho de que ella misma busca su integración

en la sociedad, una integración a su medida. La aureola de angelidad con

que quiere vestirla Pantoja le queda demasiado grande y demasiado

sacrificada teniendo en cuenta la dicha sencilla que ella busca junto a

Máximo y sus hijos. En sus circunstancias, la angelidad se convierte en un

estorbo que le impide el acceso a la felicidad. Electra prefiere el laboratorio

de Máximo y sus experimentos antes que las formalidades a las que intenta

someterla su tía, y la paz claustral de Pantoja; y aunque no tiene

conocimientos de química ni de electricidad, se familiariza con los libros y

los objetos del laboratorio, pone interés en las explicaciones de Máximo y

en lo que éste comenta con sus alumnos.

778

Si fuéramos a destacar aquellos elementos originales por parte de Galdós

en esta obra en lo que respecta a la condición femenina en esa época, nos

sorprenderíamos al observar que la mayor parte de los recursos que ha

utilizado para la construcción del personaje, ya existían: no nos llama la

atención la educación escasa que ha recibido Electra, su actitud infantil

tenida por encantadora por los personajes masculinos (a excepción de

Don Urbano y Pantoja); no nos sorprende el tutelaje sofocante de sus tíos,

ni la consideración dual de la mujer que la etiqueta. Se trata de “lugares

comunes”. En cuanto a los elementos que hacen de Electra una mujer

“nueva”, tampoco son realmente originales del autor; ya muchos años antes,

Emilia Pardo Bazán reivindicó una educación positiva para la mujer, y el

derecho a que ésta pudiera tomar decisiones acerca de su propia vida;

también Concepción Arenal en La mujer del porvenir,5 pretendió despertar

en la mujer una conciencia de dignidad, y la conveniencia de su integración

en la sociedad como un individuo más consciente, propuestas que como

bien indica Lacalzada de Mateo6 ya eran revolucionarias en aquella época,

por lo que no podemos considerarlas tan innovadoras al comienzo del

siglo XX. ¿Dónde pues, radica la originalidad de esta obra? Sencillamente

dentro de la trayectoria del propio autor.

Resulta inevitable recordar a Isidora Rufete (La desheredada, 1881) con

aquellas ansias que tenía de aprender, malogradas por la herencia genética

y por el medio; también hay un momento de recuerdo para Fortunata

(Fortunata y Jacinta, 1887), que falleció con la palabra “ángel” en sus

labios; y cómo dejar atrás a Tristana (Tristana, 1892) que buscó su manera

de integrarse en la sociedad, y terminó mutilada física y creativamente...

La novedad que presenta Electra es que ella sí decide cómo va a integrarse

en la sociedad: salva las trampas de la herencia genética y adopta el rol

tradicional y “doméstico”; no será nada grandioso ni sorprendente, pero lo

importante es que se trata de su elección, y de la imposición de su voluntad

a la tutela de quienes la tiranizan (como Pantoja) o quienes la abandonan

en manos ajenas (sus tíos) bajo el pretexto justificador de velar por ella.

Lo innovador de Electra es su humanidad, su rebelión silenciosa y pacífica,

como cuando replica a Pantoja:

Electra.- [...] ¿Salimos otra vez con la tecla de que yo he de ser

ángel...? Soy muy terrestre, don Salvador. Dios me hizo mujer,

pues no me puso en el cielo, sino en la tierra. (Pérez Galdós,

1990, p.508)

Electra, como creación femenina, fue en 1901 una síntesis de lo vivido,

pero fue también una promesa, un atisbo de esperanza, un horizonte.

Galdós captó con su habitual sensibilidad cambios en la sociedad, y los

reflejó sin exagerar el alcance de los mismos en aquel primer año de nuestro

siglo. Es posible que él ya empezara a ver más cerca la importancia del

papel de la mujer en la construcción de una nueva sociedad, con hombres

y mujeres “nuevos”, ya vislumbrada por Flora Tristán en 1836 en su novela

779

Méphis, en la que la mujer aparece como guía de la humanidad, figura

utópica que en Electra se conforma con ser esa “bendita esposa” que “va

por delante por el camino de la eternidad”, de la que habla el Marqués, y

que no los “dejarán atrás” (Pérez Galdós, 1990, p.474); o ese personaje

Electra, que sostiene en sus brazos al hijo de otra mujer, dispuesta a

convertirse en su madre y guiarlo.

780

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NOTAS

1 En el primero de estos dos niveles aceptamos las interpretaciones acerca de los diferentes

valores dados a los personajes: Electra sería la España que despierta a la subyugación

del poder de la iglesia; Máximo, la ciencia; Pantoja, el poder religioso, etc.

Han resultado de gran interés la consulta de los siguientes trabajos: CAO, A. F.,

«Intertextualidad mítico religiosa en Electra de Galdós», en Actas del Quinto Congreso

Internacional de Estudios Galdosianos (1992), Cabildo Insular de Gran Canaria, Las

Palmas de Gran Canaria, 1995, vol. II, pp.295-302; LÓPEZ NIETO, J. C., «Electra o la

victoria liberal. (Una nueva interpretación a la luz de la situación española hacia 1900)»,

en Actas del Cuarto Congreso Internacional de Estudios Galdosianos (1990), Cabildo

Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1993, vol. I, pp.711-730, y

MADARIAGA de la CAMPA, B., «La crítica de Electra en la prensa de Cantabria», en Actas

del Congreso Internacional Centenario de Fortunata y Jacinta (1887-1987), Facultad

de Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1989,

pp.325-336.

2 MONTERO-PAULSON, D. J., La jerarquía femenina en la obra de Galdós, Pliegos, Madrid,

1988.

3 PÉREZ GALDÓS, B., Electra (1901), en Obras completas. Cuentos y Teatro. Aguilar,

Madrid, 1990, vol. 4, p.471.

4 MILLER, S., «Galdós la imaginación mitológica: la historia de Pigmalión», en Actas del

Cuarto Congreso Internacional de Estudios Galdosianos (1990), vol. I, Las Palmas de

Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1993, pp.311-326. Destaca “cierta voluntad

destructiva y hasta necrófila en los varios pigmaliones galdosianos”, 1993, p.319.

Podemos observar que Pantoja sí es nefasto, pero no ocurre lo mismo con Máximo.

5 Obra escrita en 1861 y publicada en 1869.

6 LACALZADA de MATEO, Mª J., La otra mitad del género humano. La panorámica vista

por Concepción Arenal (1820-1893), Universidad de Málaga, Málaga, 1994, p.26.