DEL GALDÓS NARRADOR AL GALDÓS

DRAMATURGO: UN ACERCAMIENTO AL

PROBLEMA DE LAS DIDASCALIAS

Ana Padilla Mangas

In memoriam Carmen Díaz Castañón

El objeto de nuestro estudio consiste en constatar cómo el discurso de

la didascalia se ha ido transformando desde las obras dramáticas que

derivan de novelas preexistentes hasta las obras que, desde el inicio del

proceso creador estaban destinadas a la escena. Así pues, si lo fundamental

del texto dramático consiste en la virtualidad de su representación es

decisivo detenerse en el “texto secundario”, ya que es el medio donde se

perfilarán los personajes y las situaciones en un juego simultáneo de signos

de diversos sistemas sémicos.

Según Carmen Menéndez Onrubia un buen tratamiento de las acotaciones

hubiera subsanado los fallos teatrales de Galdós, pero ni el espectador ni

el actor estaban preparados ni para apreciarlas ni para transmitirlas.

La presencia de las acotaciones en los dramas galdosianos es tan

abundante que se puede entender gran parte de los fracasos de los

mismos en la impericia de los representantes para personificarlas.

En mi opinión, son el elemento básico que caracteriza toda la

producción de Galdós, la clave de su éxito, estén desarrolladas al

máximo en sus novelas o encerradas en sus dramas.1

Por todo ello creemos que si en su momento no fueron integradas

adecuadamente las didascalias en el texto principal, ahora con el avance

de los estudios semiológicos se hace posible una nueva lectura de un

discurso que puede configurar en toda su complejidad el hecho teatral y

hacerlo posible para un nuevo espectador, actor y director, sin olvidar la

capacidad de un espectador finisecular, más o menos limitada por las

convenciones teatrales, para descodificar la simultaneidad de signos de la

representación.

Las acotaciones inciden en la relación texto-representación cumpliendo

una función referencial en un proceso de simultaneidad en el que los signos

no tienen un significado definitivo, sino que dependen de las condiciones

socio-culturales y el punto de vista personales. Así el signo es multivalente

y el número y el valor de los signos emitidos con relación al número y valor

de los signos percibidos varía según el espectador.

4.2-6

783

En el texto dramático hallamos incluido el texto virtual de la

representación, se va desarrollando la historia y a la vez de forma explícita

va creando las referencias necesarias para presentar el estatuto psicosocial

de los personajes en un tiempo y en un espacio determinado.

“En la representación teatral todo es signo” -comenta Kowzan-2

diferenciando trece sistemas de signos tanto visuales como auditivos,

incorporados al actor -palabra, tono, mímica, gesto, movimiento, maquillaje,

peinado, traje-, y accesorios, decorado, iluminación, música y sonido, como

signos visuales y auditivos fuera del actor.

Según Mª del Carmen Bobes Naves todos estos signos forman parte del

discurso didascálico “como referencia propia de los signos lingüísticos, y

pueden también ser referencia del lenguaje literario, adquirir un valor

simbólico en la historia y tener una función en ella”.3 Señala cuatro formas

de incluir los signos no-lingüísticos en el texto dramático y que tendremos

en cuenta en el presente trabajo.

En primer lugar las acotaciones hacen referencia a objetos, movimientos,

gestos... de la representación en un lenguaje generalmente funcional. Así

el texto secundario materializa las ideas del autor.

En segundo lugar, las acotaciones no existen, pero en el diálogo está

implícita la información precisa para la representación.

En tercer lugar el texto dramático puede no tener acotaciones ni

información implícita en los diálogos de carácter no-lingüístico, con lo que

es responsabilidad del director la situación espacio-temporal de la obra.

Ahora bien, esta ausencia no implica la falta total de información. Existen

las “presuposiciones”, es decir, las relaciones que un texto establece:

a) signos paralingüísticos (admiraciones, interrogaciones, puntos

suspensivos), b) el lenguaje es signo del origen de los personajes (clase

social, origen geográfico, ideología etc...) y c) la función del diálogo filosófico

o científico.

Finalmente la cuarta forma de incluir los signos no lingüísticos en el

texto dramático es a través del texto principal o dialogado y en las

acotaciones, provocando un mayor énfasis en el lenguaje.

Esta inclusión de los signos no-lingüísticos en el texto dramático conlleva

una evolución en los momentos de cambio de teatralidad tanto cuantitativa

como cualitativamente.

En Galdós el proceso es aún más complejo por las siguientes razones

que hemos de tener muy presentes:

Por un lado, la propia evolución dramática del autor que se manifiesta

en una también evolución pausada y progresiva del discurso didascálico.

784

Por otro, como hemos apuntado más arriba, es preciso tener en cuenta el

diferente proceso creativo en la concepción dramática del autor desde las

obras que proceden de otras anteriores -dialogadas o no- y las que fueron

concebidas exclusivamente para ser representadas. Si en el primer caso

Galdós va de la imagen a la palabra, estas últimas obras están concebidas

ya como diálogo y acción. El autor va a descodificar dentro del discurso

didascálico los nuevos signos pertenecientes a la nueva teatralidad y que

deberán ser trascodificados en la representación escénica. Ahora bien, el

cambio es lento, no abrupto, por las convenciones teatrales del momento,

a las que más o menos se sometió Galdós.

Por estas razones, los criterios que he seguido para seleccionar las obras

en las que me centraré son: uno el cronológico y otro la procedencia o

proceso de elaboración. Así he creido conveniente detenerme en Realidad,

18904 y Alceste, 1914.

Estas dos obras, como cualquier texto dramático, tienen una autonomía

total, son textos cerrados, acabados. “La obra de teatro es primero texto

escrito y después espectáculo. Estos dos momentos de la comunicación

dramática no son fases cerradas de una sucesión... La obra dramática en

su texto es un hecho literario acabado que incluye, como virtualidad, su

representación como espectáculo, sin necesidad de adaptaciones o

manipulaciones previas... puede admitirse con Ingarden que el texto

dramático está en el límite de lo literario y se orienta hacia el espectáculo

donde adquiere una mayor intensidad semántica y hasta mayor diversidad

de sentidos, pero es un texto literario autónomo y perfecto”.5

Además de la autonomía del texto dramático, y antes de entrar en los

análisis textuales en los que nos basaremos para apoyar estos principios

que hemos enunciado, conviene tener en cuenta otro aspecto directamente

relacionado con los textos concretos que nos ocupan. Nos referimos a la

importancia en la relación texto dramático/texto espectacular del proceso

creador del discurso didascálico en su relación intertextual (obra/s

precedente/s) y su conexión o incidencia en el director como intermediario

entre el texto dramático y el texto espectacular, incidencia que finalmente

recae en el receptor o público.

Realidad obra dramática está escrita y pensada para el escenario, pero

su origen proviene de Realidad (1889), novela dialogada. El autor va a

alterar y a modificar el texto. “Los planteamientos dramáticos le han exigido

-comenta M. Alvar-, sí, abreviar sus novelas... Pero la abreviación no es

escamochar las ramas salientes de un árbol, es replantear teóricamente

todo un arte y aplicar prácticamente el fruto de la especulación. Porque la

cortedad significa sacrificio, economía de medios, pobreza, pero nada de

ello debe ser percibido por el espectador; conforme se reducen las

posibilidades, hay que cargar de intención a cada uno de esos retazos

para que los resultados se mantengan eficaces”.6

785

Nos hemos centrado para el análisis de las acotaciones en las escenas

VIII y IX del Acto II y la IV del Acto V. La selección proviene del especial

relieve que desempeñan en el desarrollo de la obra en función del haz de

relaciones de los personajes y de los temas. Temas y personajes que se

mantienen en la novela dialogada y que se corresponden igualmente con

estas escenas, sumamente dinámicas y expresivas de los contrastes

bipolarizadores de la obra.

Manuel Alvar en su estudio sobre Galdós, al cotejar ambos textos, expone

cómo en la escena VIII de la Jornada II de la novela en relación con la del

drama “apenas subsisten unas cuantas frases; se añaden otras” y en la

escena IX “con numerosísimas supresiones se van eliminando comentarios

triviales o repeticiones de los pensamientos de los personajes”.7

La escena VII de la novela nos presenta a través de un monólogo no

muy extenso la impaciencia de Augusta ante la tardanza de Federico. En la

siguiente escena asistimos al encuentro de los amantes, a los reproches

de Augusta, a su pasión por Federico y al deseo de que acepte el dinero de

su marido para seguir sus relaciones. Federico pese a sus terribles

escrúpulos no puede evitar la pasión que siente hacia Augusta.

En la obra dramática cambia el final de la escena con la airada salida de

Augusta. El dramaturgo tiene que concentrar lo esencial y así lo hace

insistiendo en las distancias que los separan, en el sentimiento de culpa

de Federico que también aquí oscila entre la pasión y el arrepentimiento,

la vehemencia y la dejadez de espíritu, decidiéndose por esta última opción

al permitir que Augusta abandone el rincón donde secretamente se reunían.

Se altera y modifica el texto, pero el mensaje permanece, se hace

teatralidad y es el tratamiento de las acotaciones el que nos permitirá

asistir a este trasvase y convertir en signos multivalentes lo que antes era

imagen.

La situación espacial de los personajes se confía a las indicaciones

escénicas cuya función semiológica fija la acción en el espacio y en el

tiempo encerrando signos que se relacionan con las circunstancias más

diversas. Así asistimos al primer encuentro en la obra de los amantes (que

no al primero en el tiempo pues de su actuación y de su relación habitual

con el espacio se deduce que era su lugar de encuentro) en “Un gabinete

amueblado con dudosa elegancia”, en la escena I. En casa de Tomás Orozco

se nos dice que estaba amueblada con “elegancia y lujo”. La oposición

creada entre los dos ambientes se dirige también a la bipolaridad tanto

económico-social de un lugar y otro como a la legalidad-ilegalidad,

monotonía-irregularidad, que se hallan luchando en el alma de Augusta;

por ello es el director el que debe inventar los signos de la “dudosa

elegancia” para que tengan eficacia ante un espectador actual. Continúa la

indicación escénica así: “Ventanas al fondo y a la izquierda. Puerta a la

786

derecha, por la cual se verifican todas las salidas. Chimenea, entredós,

pupitre. Un sofá y butacas. Es de día”.

El ambiente creado es coherente con los personajes y los problemas

que les afectan. El sofá, las butacas, además de objetos decorativos que

conforman un ambiente realista, tienen un valor funcional, los personajes

se van a sentar, pero no se agota en la funcionalidad su objetivo sino que

sirve también para buscar nuevas referencias simbólicas. Así, Augusta se

levanta y se sienta como signo de nerviosismo y ansiedad, también lo hará

Federico pero con otro valor: él no se incorporará, para evitar que Augusta

se vaya, indicio de su actitud contradictoria, “Aparte, sentado y calmoso.

Con frialdad afectuosa.” o “Cariñoso, pero frío, sin moverse del asiento”.

“Los objetos -dice Roland Barthes- no transmiten solamente informaciones,

sino también sistemas estructurados de signos, es decir, esencialmente

sistemas de diferencias, oposiciones y contrastes”.8

Junto a los muebles, la chimenea forma parte del decorado y además

de situarnos en el tiempo -es invierno-, nos revela cierto ambiente acogedor

y familiar; Augusta está bien, pero Federico dirá que hace calor: de nuevo

opiniones divergentes como indicios de actitudes diferentes. Finalmente

nos dice que es de día, la luz también se convierte en un signo por cuanto

la esperanza, al menos en la protagonista, se mantiene en oposición a la

última escena de la obra.

Por primera vez en su teatro -comenta Carmen Menéndez Onrubiaconsigue

Galdós que el ambiente y los escenarios elaborados coincidan y

cumplan con las dos funciones complementarias de marco natural de la

acción y exteriorización plástica y simbólica de los conflictos que viven los

protagonistas.9

Las acotaciones de este breve monólogo hacen referencia por un lado a

signos auditivos que dependen del actor como es el tono: “(Con febril

impaciencia) No sirvo, no sirvo para esperar” o “¿Qué día es hoy?

(Meditando) Si no puedo pensar nada”.

Siguiendo a Kowzan en al artículo ya citado, la forma en que se pronuncia

la palabra le proporciona valores semiológicos complementarios creando

los más variados significados. En este texto el ritmo acelerado, la entonación

desesperada, la intensidad de la entonación apuntan a la angustiosa espera

de Augusta, a su imposibilidad de objetivar la realidad por un retraso más

ficticio que real.

También los signos visuales pertenecientes al sistema kinésico cobran

especial relevancia, así los gestos de impaciencia: “(Mirando el reloj)”,

“(vuelve a mirar el reloj)”.

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La mímica por otra parte, siempre suele estar en función del texto

pronunciado en un plano semántico, haciendo la palabra y el movimiento

escénico del actor más expresivos: “Levantándose, se acerca al salón”

todo con paso precipitado que además escénicamente utiliza la técnica de

la ticoscopia, es decir, reproducir verbalmente lo que sucede fuera del

espacio dramático a través de un balcón o ventana reproducido en el

escenario.

Todas las acotaciones inciden en la impaciencia de Augusta como signo

de su carácter y de su amor-pasión hacia Federico. La coherencia del texto

es clara, el discurso didascálico insiste, matiza y enfatiza el carácter de

Augusta pero el texto -seis acotaciones en un breve monólogo de veintitrés

líneas en la edición que utilizo- además está cargado de signos

paralingüísticos -admiraciones, interrogaciones, énfasis, puntos suspensivos

y reiteraciones- que insisten en la información ya ofrecida por las

acotaciones: “(Se acerca al balcón). No, no es, pasa... ¡Qué silencio ahora!...

Otro coche... Como no sea este, me entrará la desesperación... Sí, sí es...”

Sólo en el texto citado se da un caso de acotación implícita referente

a signos auditivos -fuera del actor- que es el sonido que produce el coche

al pasar por la calle; la información es de carácter antagónico: “silencio”

frente al supuesto ruido de “otro coche”.

En la escena siguiente las acotaciones se ajustan idóneamente al texto

principal, formando parte de la simultaneidad de signos que logran la

teatralidad que persigue Galdós en el encuentro deseado por la efusiva

Augusta y, de alguna manera temido por el inquieto, indeciso Federico.

El diálogo de los personajes es rápido y ágil con intervenciones y réplicas

la mayoría de las veces breves. Sólo en tres ocasiones detienen un poco el

ritmo acelerado de la escena con réplicas más extensas.

En esta escena, las acotaciones como signos que se integran en la

simultaneidad de la representación son sumamente indicativas, incluso

más que el texto principal, pues añaden significados nuevos dando giros

totalmente diferentes a las palabras, de ahí que el actor o director deberá

tener muy en cuenta el discurso didascálico para la comprensión completa

y exacta del texto.

En esta escena frente a la anterior predomina el tono deliberadamente

modulado, es decir el texto pronunciado, que como ya vimos va

íntimamente unido al gesto como signo visual. “La palabra no es sólo signo

lingüístico. La forma en que se pronuncia le otorga un valor semiológico

suplementario. La dicción del actor puede hacer que una palabra

aparentemente neutra e indiferente produzca los efectos más variados y

más inesperados”.10 Así en este texto, las acotaciones revelan la actitud de

Federico más velada, menos clara que la de Augusta, indicaciones escénicas

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que cambian el significado de las palabras, por ello la entonación del actor,

el ritmo, la intensidad, rapidez o lentitud será fundamental: FEDERICO:

“(Cariñoso, pero frío, sin moverse del asiento.) No te vayas enojada

conmigo..., no creas...” La mezcla un tanto paradójica de cariño y a la vez

frialdad, junto al movimiento escénico del actor, indican y revelan la

profunda lucha interior del personaje, clave que se desarrollará en la obra.

La actitud de Federico según manifiestan las acotaciones presentan un

espíritu atormentado -“(Con digusto)”, “(Con desdén)”. Por otra parte en

Augusta se concentran el mayor número de acotaciones -veintidós- frente

a once en Federico, en un proceso que va desde la sonrisa hasta la ira y

todas, excepto las tres primeras, pertenecen al mismo campo semántico:

furia, enfado, desaliento.

Veamos algunas acotaciones y cómo revelan este proceso evolutivo en

Augusta y sumamente contradictorio en Federico.

FEDERICO: “Con digusto”, “Cariñoso”, “Con recelo”, “Admirado”,

“Agitado”.

AUGUSTA:”Riendo”, “Con veleidad graciosa”, “Sonriendo”, “Con

arranque”, “Con desaliento”, “Con gravedad después de una pausa”,

“Impaciente por no recibir respuesta”, “Despechada”, “Con aflicción”,

“LLorando”, “Con brío”, “Con terquedad”, “Altanera”, “Con ira”, “Nerviosa

y trémula”, “Furiosa, queriendo aparentar desdén”.

En la novela dialogada el número de acotaciones es menor (24 en total

frente a 33 en la obra teatral) y por supuesto el texto es mucho más amplio.

En él se habla en primer lugar de los celos que le provoca a Augusta la

amistad que tiene Federico con La Peri, de su concepción del amor, de su

pasión, para acabar finalmente haciendo el amor, acto que se insinúa muy

levemente como suele suceder en Galdós: AUGUSTA: “(Riéndose y

abandonándose) ¡Borrico! (Intermedio largo) “En la siguiente escena Augusta

habla desde la alcoba”.

En la obra que nos ocupa, los temas del diálogo son los mismos y sólo

se ha alterado el final con la airada salida de Augusta. Ha habido

concentración, no una reducción, y a las acotaciones se les confía esta

responsabilidad.

En cuanto al vestuario como signo visual, hallamos en esta escena abrigo,

sombrero y pañuelo de Augusta. Aparte del valor puramente funcional,

nos informa del nivel social, época y buen gusto del personaje, pero también

estos signos van íntimamente unidos al signo kinésico del movimiento.

Augusta se pone el abrigo para irse, pero olvida el manguito y después el

pañuelo. Debe irse pero no quiere: “nerviosa y trémula se pone el abrigo”,

espera que su amante la detenga.

789

Se aúnan, en un derroche semiológico, tono, gesto, movimiento y

vestuario, dando agilidad y provocando el movimiento escénico en un

momento en el que interesa sintetizar los sentimientos de los personajes y

sus reacciones: nerviosa, altanera, siempre espectante y finalmente resuelta.

La escena IV, Acto V, creo que es una de las más conflictivas y difíciles

de llevar a la escena; frente a la desmesurada extensión en la novela es

muy breve y aunque está muy modificada, conserva el mismo ambiente.

En ella, la penúltima de la obra, Orozco intenta regenerar a Augusta

instándole a que confiese su infidelidad para conducirla a su mundo

espiritual, pero ésta se niega y él se aleja definitivamente.

Frente al dinamismo de la escena anteriormente analizada, en este texto

asistimos al diálogo del matrimonio y a sus pensamientos, a su

incomunicación y a su soledad. Aparentemente es menos teatral que las

precedentes, pero esta ateatralidad se resuelve a través de dos tipos de

diálogos: uno externo, falso y frío, y otro interno que se lleva a cabo en los

“apartes”. Esta convención teatral es el cauce más oportuno para un

desenlace cargado de luchas íntimas y secretas, expresa la simultaneidad

y diversidad por la que fluye el pensamiento y la palabra en la realidad.

Ahora bien, la profundidad de las palabras y este juego interno-externo

están muy mediatizados por todo un discurso didascálico fundamental

para dar teatralidad a la escena.

El escenario es el mismo de los actos primero y tercero, la casa de

Orozco, pero hay grandes cambios que alcanzan un importante valor

simbólico. Sólo están Augusta y Orozco, soledad que se acentúa por

oposición a las escenas anteriores en las que lo habitual era la casa llena

de amigos que entran y salen.

La acotación escénica al iniciarse el acto dice así: “Es de noche. Apagadas

las luces del salón y billar. Una sóla lámpara alumbra la escena.” Augusta

está “arrebujada en su cachemira, se acomoda en una butaca, a la derecha.

Orozco, sentado a la mesa”. La realidad interior de los personajes se adecúa

al clima escénico. “Es de noche”. Existe una fuerte coherencia simbólica

en el clima recreado. La única luz que existe procede de la mesa en la que

se encuentra Orozco; según la acotación del primer acto hay “a la izquierda,

cerca del espectador, una mesa con una planta viva, libros, lámpara de

bronce, retratos y recado de escribir”, la luz da sobre Tomás dejando en

penumbras a Augusta, él tiene la verdad y ella el pecado y la insatisfación.

Él está a la izquierda y su esposa a la derecha. La posición dentro del

espacio escénico es importante y muy rica desde un punto de vista

semiológico ya que también están separados en sus corazones, la distancia

que los separa, como más adelante dirá Tomás, no se podrá superar.

Este tercer sistema de signos kinésicos está muy unido al vaivén interior

del personaje que se desplazará según sus deseos más íntimos a través de

790

apartes o a través del diálogo externo siempre frío y dominado con habilidad

por los protagonistas. Así Orozco se levanta “con determinación” o “se

sienta, toma un libro o revista y lee”, “Deteniéndose detrás del sillón en

que está sentada Augusta, contemplándola. Ella no le ve”. “Apretando los

puños, la amenaza; mas al instante recobra su grave actitud”. Tomás Orozco

oscila entre sus deseos de dar rienda suelta a sus instintos de venganza y

su dominio de sí mismo. Augusta no se mueve, sólo al final se levantará y

vacilará antes de irse acercándose a la mesa y por tanto a su marido; es la

última posibilidad de sincerarse, de confesarse.

También los objetos que recrean el ambiente están cargados de sentido;

Tomás, frío y distante, está rodeado de un mundo que le es familiar: una

planta viva, una lámpara, retratos, recado de escribir... mientras Augusta

está “arrebujada en su cachemira” y sentada en una butaca “temblando” y

amparándose con esta prenda como signo de indefensión y de protección

ante su soledad, soledad que es superior a la de su marido, siempre

refugiado en su torre de marfil. Esta autosuficiencia subraya el aislamiento

de Augusta11, la comunicación entre ellos no es posible y su tragedia es

ser como es. Parece que Galdós sintiera compasión por su personaje que

en definitiva creo que es el más castigado. En definitiva, “la casa de Orozco,

en las habitaciones más íntimas... es el decorado de la tragedia de Augusta

y de aquél, con la sublimación final”.12

El resto de las acotaciones inciden en la realidad interior del personaje

adecuándose al ambiente creado. Predomina como signo auditivo el tono

y como visual, la mímica y el gesto.

En 1914 estrena Galdós, después de un largo proceso de elaboración y

depuración, Alceste, obra creada desde el principio para la escena. El

discurso didascálico ya es diferente al texto anterior y revela una nueva

experiencia de renovación teatral.

De hecho: “Antes de que comenzara el siglo XX, y con él los intentos de

superación del teatro naturalista por el teatro histórico y poético de Eduardo

Marquina, Galdós pretende encontrar un camino de renovación que,

participando del espiritualismo de las nuevas corrientes, no contradiga las

intenciones efectivas y pragmáticas de sus obras; es decir, participando de

lo exótico y espiritual, rechaza la evasión y el autoengaño que caracteriza

a muchas de ellas”.13

La preocupación de Galdós por la teatralidad se ve reflejada en las

diferentes licencias que existen en la obra y de las que da cumplida cuenta

en la nota que antecede la obra: “A los espectadores y lectores de Alceste.

...ni el indumento vistoso, se acomodaban a la época arcaica, en la cual la

tosquedad de la arquitectura, la simplicidad de los trajes y la barbarie de

las costumbres amenguarían el encanto del artificio teatral”.14

791

El tema se prestaba al dramatismo y a la espectacularidad. Se trata de la

historia de una redención basada en la adaptación del mito de Alceste en

el Anfictionado de Tesalia, en la República Griega. Alceste se sacrificará

por su rey y sus hijos pues nadie puede evitar la muerte de Admeto, pero

los dioses reconocen su generosidad, el hechizo se rompe y la reina resucita.

Ya en los “dramatis personae” Galdós añade en la lista inicial datos que

antes no había proporcionado sobre la edad y el parentesco: “Eumelo,

niño de ocho años, príncipe de Tesalia, hijo de Alceste y Admeto.”

Las indicaciones escénicas son minuciosas y variadas (hay cuatro cambios

de escenario) adaptándose a la grandiosidad del tema tratado. Si nos

detenemos en el Acto II observamos la espectacularidad del decorado

(“En distintos lados de la estancia dos columnas altas, que sostienen

lámparas encendidas”) junto a los elementos y objetos que lo pueblan

convirtiéndose el aparato escénico en una multitud de signos con

indicaciones muy precisas sobre accesorios, decorado e iluminación: Tres

puertas dan lugar a la entrada y salida de personajes, objetos que funcionan

como indicios de alegría y mundo infantil. “Sobre la mesa, y esparcidos

por el suelo, los juguetitos de la niña Diomeda, que consisten en diferentes

objetos de barro: animales, cráteras, anforitas etc...” y que se oponen al

drama de Alceste.

También abundan las acotaciones en relación a las apariencias exteriores

del actor: maquillaje, peinado y traje. “La princesa Erectea es una anciana

un poquito encorvada, muy bien arregladita y compuesta; el adobado rostro,

risueño; el pelo, canoso, peinado con exquisita elegancia.” “Los Principitos

vienen descalzos, con largos ropones de color rosa”.

Galdós incorpora igualmente efectos sonoros: “Óyese música lejana de

liras”, “Óyese lejano ruido de trompetas y cuernos de caza”. La música y la

elección del instrumento sugieren y crean el ambiente.

En relación con los signos kinésicos o expresión corporal del actor, se

aúnan mímica, gesto y movimiento en una simultaneidad de signos

espaciales que crean, junto a la inclusión de signos paralingüísticos y a las

acotaciones implícitas, un dinamismo teatral (el aparte ha desaparecido)

cargado de plasticidad y de las más diversas significaciones.

Evidentemente ha habido un cambio en el discurso didascálico desde

Realidad a Alceste, producido por la propia evolución en la estética teatral

debido entre otras cosas a la experiencia adquirida en las distintas

representaciones de sus obras, pero también a que el proceso creador ha

cambiado. Galdós tiene que imaginar, crear a Alceste y demás personajes

directamente sobre la escena, debe informar al lector, espectador o director

de cómo van a actuar los actores que los representen, por ello es pródigo

en la utilización de sistemas de signos no lingüísticos que antes no había

utilizado integrándolos coherentemente en los diálogos.

792

Ahora bien, cuando Galdós concibe teatralmente una historia que ya

tenía escrita en forma de novela, el proceso es diferente, él ya conoce a

Augusta o a doña Perfecta, sabe todo sobre sus personajes, ahora sólo

tiene que distribuir el discurso entre el texto principal y el texto secundario,

convirtiendo lo que es imagen en palabras y acción para ser recibido

simultáneamente por el espectador.

Esta relación intertextual también debe operar sobre el director de escena

y puede obrar sobre el espectador.

El director que quiera llevar a las tablas Realidad encontrará una economía

dramática de determinados signos (traje, peinado, música, sonido...) que

hallará en la novela dialogada o en La incógnita, porque ¿cómo es Augusta?

quitando alguna breve acotación implícita que nos dice que es bella, el

que nos ha dado información completa es Manolo Infante (visión siempre

parcial) o bien ¿cómo es doña Perfecta? también en la novela nos la describe

minuciosamente. Todos estos datos complementarían la eficacia a la hora

de la representación para recrear la atmósfera deseada, y aunque al principio

hemos insistido en la unidad completa de la obra literaria, es inevitable

establecer nexos intertextuales para una mejor comprensión y eficacia.

Finalmente el valor de los signos percibidos variaría según el receptor y

su conocimiento de los textos de la mitología clásica o de la obra dialogada,

porque el significado de los signos no se da de una vez para siempre, “su

descodificación se lleva a cabo en una colaboración activa y desde puntos

de vista personales y socio-culturales de época... Es evidente que la labor

del director no es sólo la de un intermediario, sino la de un mediador

activo”.15

La obra literaria, como sabemos, es irrepetible aunque reiterable.

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NOTAS

1 MENÉNDEZ ONRUBIA, C., Introducción al teatro de Benito Pérez Galdós, Consejo Superior

de Investigaciones Científicas, Madrid, 1983, p.275.

2 KOWZAN, T., «El signo en el teatro. Introducción a la semiología del arte del espectáculo

», A.A.V.V. El teatro y su crisis actual, Monte Ávila, Caracas, 1969, pp.30-52.

3 BOBES NAVES, Mª. del C., «La unidad de la obra dramática: los signos de la representación

», en Serta Philologica, Homenaje a Lázaro Carreter, Vol. II, p.100.

4 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, Aguilar, Madrid, cuarta reimpresión, 1990, T.IV.

5 BOBES NAVES, Mª. del C., «Lengua y Literatura en el texto dramático y en el texto

narrativo», Bulletín Hispanique, pp.310-311.

6 ALVAR, M., Estudios y ensayos de literatura contemporánea, Gredos, Madrid, 1971,

p.84.

7 Ibídem, p.92.

8 BARTHES, R., «Semántica del objeto», en Revista de Occidente, enero 1989, 104, p.6.

9 MENÉNDEZ ONRUBIA, C., Ob. cit, p.203.

10 KOWZAN, T., Art. cit., p.38.

11 De hecho los “apartes” en Augusta son más numerosos que en Tomás Orozco.

12 MENÉNDEZ ONRUBIA, C., Ob. cit., p.203.

13 Ibídem, p.63.

14 PÉREZ GALDÓS, B., O.C. at.aiv, p.879.

15 RAIMUNDO FERNÁNDEZ, A., «El problema significativo de las acotaciones dramáticas.

Valle-Inclán y Luces de Bohemia», en La literatura como signo, Playor, Madrid, 1981,

p.251.