LA RESPONSABILIDAD DE LOS INTELECTUALES

ANTE LA CRISIS FINISECULAR

Mª Lourdes Acosta González

A lo largo del siglo XIX las posturas ideológicas de las dos Españas

vienen encontrándose continuadamente. El desastre de 1898, no sólo

supuso un revulsivo de la conciencia nacional, sino que reactivó una vez

más la polémica o más bien el debate sobre el ser de España. Con la

pérdida del imperio colonial se iniciaría una grave crisis finisecular, precedida

por una desacertada política exterior y la falta de medios prácticos

que promoviesen el desarrollo y el progreso de la nación. Tras la muerte

de Alfonso XII, la Regencia de María Cristina (1885-1902) tampoco supuso

un paso hacia adelante. De hecho, el mal llamado “Pacto del Pardo“ perpetuó

el turno pacífico de los dos partidos dinásticos en el gobierno. Silvela,

al frente del partido conservador desde la muerte de Cánovas, ejercería

alternativamente el poder junto a Sagasta, del partido liberal.

Malogradamente, ni uno, ni otro aportaron soluciones eficaces que resolviesen

las preocupaciones del país. En consecuencia, surgió la cuestión

de las responsabilidades políticas sobre el desastre. España, a los ojos de

Europa y del mundo pasa a ser una potencia de tercer orden como bien

queda plasmado en el tratado de París, firmado con E.E.U.U. en diciembre

de 1898, los españoles deben renunciar a Cuba, Puerto Rico y Filipinas

quedando bajo el control de E.E.U.U., a la vez que Cuba proclama su independencia.

Empobrecida y aislada del resto de Europa, España sucumbe.

¡Pobre España!, exclaman con triste lamento los intelectuales del momento

-sobre todo la generación del 98-. Lo cierto es que el país despertó

de golpe de la consentida adormidera nacional acrecentada,

significativamente, por las noticias falseadas que los periódicos de aquella

época divulgaban.

¿Dónde estaban entonces las críticas mordaces de los intelectuales?

Tenían una responsabilidad para con la verdad, tenían el poder que derivaba

de la libertad política y de la libertad de expresión y no lo ejercieron.

Tenían acceso a la información y cerraron los ojos. Cuando quisieron hablar

ya era demasiado tarde y entonces sólo les quedó el lamento. Y dato

curioso, en vez de ir al análisis práctico del porqué de lo ocurrido o de

¿cuál era el problema de España?, miran atrás, muy atrás en el tiempo,

para encontrarse con el ser español, con el carácter español.1

4.3-1

877

Chomsky dirá al respecto: “...la responsabilidad de los intelectuales consiste

en decir la verdad y en denunciar la mentira...”.2 Y Francisco Ayala,

acerca de la función social de la literatura y en relación con la preocupación

de España afirmará que: “La literatura, pues, no sólo suscita emociones

estéticas, sino que transmite siempre, a la vez una interpretación de la

realidad”.3

Galdós, un “regeneracionista” a su personalísimo modo.

El elenco de intelectuales del país haciendo gala de la ideología que

profesan expresan su sentir: los tradicionalistas -Balmes, Donoso y

Menéndez Pelayo, figuras contrarrevolucionarias y reaccionarias como

Maeztu-, defensores de la España ultramontana, encuentran la solución en

el cristianismo católico.4 Entre los progresistas destacan los

regeneracionistas y Unamuno, que abogan por la modernización y la europeización

de España. Pese a que, éste último, preocupado por la extrema

europeización de la cultura española prefiera hablar de la españolización

de Europa.5

Sobre esta cuestión hay que puntualizar un poco más, ya que con motivo

del derrumbe del imperio colonial se publican infinidad de libros y

artículos -resaltando los de Joaquín Costa, Macías Picavea, Damián Isern,

Morote, Sales y Ferrer, Unamuno, etc.-.

Ahora bien, la posterior contribución de Rafael Jerez Mir, en relación al

tema, es fundamental al reconocer al igual que el resto de la crítica, que

Azorín es el primero en llamar a los hombres del 98, la “generación del

98”, sobre todo, desde el plano literario y cultural considerando al grupo

como un movimiento que desarrolla su actividad crítica sobre la preocupación

de España. La joven intelectualidad rechaza en bloque el sistema

social de la Restauración.6 Pero, el mayor interés de este autor radica en

identificar a Galdós y a Clarín como figuras independientes, entre los intelectuales

del momento, ante la revisión crítica finisecular.7

La idea de presentar a Galdós como una figura independiente, que se

prolonga dentro de nuestro siglo, en connivencia con los intelectuales consagrados

de su propia generación y la nueva prole de jóvenes escritores,

me pareció muy sugestiva. Sobre todo, desde que el propio Ramiro de

Maeztu en su libro Hacia otra España, y tras hacer una profunda reflexión

acerca del problema de España, establece, en primer lugar, una serie de

responsabilidades: responsables son los periódicos, que han engañado al

pueblo; responsables son los gobiernos, que han sido siempre malos. Asintiendo

a continuación, que todos absolutamente todos debemos sufrir el

castigo por no gritar contra ellos. Para terminar diciendo con dolor que

“...Nos aguarda una tierra que se ha quedado sin labrar porque la guerra se

llevó los brazos...”.8 En segundo lugar, hace unas interesantísimas apreciaciones

en torno a Mendizábal que sirven para poner en contacto a Galdós

878

con los regeneracionistas y la generación del 98. Todos ellos autores contemporáneos

aunque pertenecientes a estilos literarios marcadamente diferenciados.

Maeztu critica a los escritores del momento porque no se

centran en el problema de España. Afirmando que sólo Galdós se fija en la

patria de hoy, y lo hace en su libro Mendizábal. Y luego añade, si de alguna

parte puede venir la renovación literaria, vendrá de Unamuno.9

Mendizábal, corresponde al Segundo Episodio Nacional de la Tercera

Serie, publicado en agosto-septiembre de 1898, año del desastre. Pues

bien, debemos tener en cuenta que, a pesar de que históricamente hablando

el Episodio se centra en la España de 1835-1836, período de la

desamortización, Galdós traslada la problemática del 98 al 36, y del mismo

modo que Joaquín Costa en su obra Idearium, habla de la regeneración

de España y del “Hombre Nuevo”, que alternativamente serán:

Mendizábal, el “Ministro Nuevo”, que ha venido de Inglaterra para salvar el

país10 y “...hará de la España una nación tan grande y poderosa como la

Inglaterra;...”;11 o Fernando Calpena, un “Hombre Nuevo”, contemporáneo

a los tiempos y a las nuevas ideas que corren de regeneracionismo. El

autor a través del narrador señala que el protagonista se mezcla con la

juventud de su tiempo ya sea plebeya o aristócrata -grandes hombres del

mañana-:

Hizo en aquellos días conocimiento con los Madrazos, Federico

y Perico; el uno, precoz artista, el otro escritor y poeta, ambos

excelentes muchachos, entusiastas, locos por el arte y la belleza;

con Ochoa, inseparable de aquellos y cofundador de El Artista,

para el cual unos escribían y otros dibujaban; con Villalta,

con Trueba y Cossío, político audacísimo, al par que escritor

bilingüe, pues lo mismo escribía en inglés que en español; con

Dionisio Alcalá Galiano, hijo de don Antonio, uno de los jóvenes

más despiertos y más inteligentes de aquél tiempo; con Revilla,

con Gonzalo Morón, Larrañaga y otros que en la literatura, en la

crítica y en la política empezaban a bullir; con ambos Escosuras,

con ambos Romeas, con Guzmán y Latorre: y al propio tiempo

intimó más con Espronceda, Mesonero, Roca de Togores, Ventura

y otros que ya conocía. Aquella juventud, en medio de la generación

turbulenta, camorrista y sanguinaria a que pertenecía,

era como un rosal cuajado de flores en medio de un campo

de cardos borriqueros, la esperanza en medio de la desesperación,

la belleza y los aromas haciendo tolerable la fealdad maloliente

de la España de 1836.12

Advertimos que estos nombres no son propiamente regeneracionistas,

contemporáneos a Joaquín Costa; pero, sí son los regeneracionistas de su

época, de la época de Fernando Calpena, el protagonista del Episodio.

Definitivamente, Galdós pone de relieve que los jóvenes de la España del

36, como los del 98, clamaban por su regeneración.

879

Este despertar de libertad e independencia surgió en Calpena gracias a

su pasión por la hermosa Aura, la “Mujer Nueva”.13 Parece ser, que sus

amores no eran bien vistos por la mano que le protegía y le procuraba

bienestar. Además, se trataría de un matrimonio desigual. En principio, él

es pobre, ahora bien, no le faltan alicientes, ni tampoco, disposiciones

para trabajar.14 Y son, precisamente, estas disposiciones del protagonista

para el trabajo las que hacen de él un “Hombre Nuevo”. El autor pretende

dejar atrás la figura, tantas veces por él creada, del “Señorito”, sin oficio ni

beneficio. En realidad, trata de transmitir la imagen de un hombre práctico,

profesional y culturalmente bien preparado, que sea capaz de “mantener

a España” y su propia vida con su esfuerzo, en definitiva, con su propio

trabajo. De modo que, Galdós, en su artículo: «Soñemos, alma, soñemos

» (1903) aconseja de esta manera: cada cual en su puesto, cada cual

en su obligación, concordia, bienestar y honradez.15 Estrictamente, este

es el sentido de las palabras del escritor cuando sugiere que cada uno

contribuya a paliar a la maltrecha España con su trabajo. Hasta tal punto

obsesiona al autor esta idea que, a lo largo de toda su obra, desprestigia,

ininterrumpidamente, la figura del funcionario apático, al calor de la sopa

boba del Estado. Cuyo principal defecto radica en carecer de iniciativa

privada para cualquier otro oficio que no sea la cómoda seguridad que le

proporcionan los beneficiaderos ministeriales. Y en el Episodio que nos

ocupa, tanto Calpena, como Larra, piensan que no deben resignarse a ser

toda la vida funcionarios públicos. Es más, creen que habrá un

desquiciamiento, si no vienen aires nuevos a regenerarlos. Por esta razón,

Fernando, le comenta a Hillo, su compañero inseparable de la casa de

huéspedes, que quiere ser libre, y que no quiere protección anónima, sino

la de sus propias fuerzas.16

Por otro lado, Galdós, favorece la europeización de España y lo hace a

través de sus personajes. Recordemos que Mendizábal viene de Inglaterra

para salvar a España, y que tanto el nuevo ministro de hacienda como el

mismo autor, eran admiradores del sistema de gobierno anglosajón; es

decir del parlamentarismo inglés. Fernando Calpena viene procedente de

Francia, donde adquirió cultura y experiencia comercial. No olvidemos

que trabajó un año en la célebre casa de banca Ardoin (París), y allí conoció

al Grande Hombre, Mendizábal. Es importante señalar que Galdós más

que en la europeización, piensa en la modernización del país. Y, no por

ello reniega de las costumbres, ni del particularísimo carácter español,

aunque sí es partidario de corregir algunos defectos nacionales como la

holganza aplicada, primordialmente, a la pléyade de empleados inapetentes

y señoritos ociosos que malgastan su vida y su tiempo en prejuicio suyo y

del país. También cuestiona la envidia, pecado capital que mengua las

iniciativas y empequeñece las mentes ocupadas en menoscabar los bienes

ajenos. Como se ha podido observar mientras que para Galdós europeización

equivale a modernización; para Unamuno implica la negación

del ser de España. Por ello se declara firme partidario de la españolización

de Europa.

880

Finalmente, Maeztu, en un artículo dedicado a Joaquín Costa: «Como se

hará la nueva España», constata que “... la realización de estos sueños no

la pedía el señor Costa á una revolución ni á un pronunciamiento, sino á

una noción de ingeniería; á la (hidráulica). Y pienso España: (He aquí a un

hombre nuevo)...”.17

Parece imposible que un reaccionario, por el fondo y por la forma,

como Maeztu, pueda entenderse con un regeneracionista libre-pensador

como Costa. Para el caso, las palabras de la cita anterior son muy

esclarecedoras. Simplemente, les une un terrible sentimiento y un profundo

dolor por España enferma. Maeztu ve en Costa al Hombre Nuevo porque

éste a su vez, concibe la regeneración de España, no desde un pronunciamiento,

sino que trata de poner remedio a los endémicos males de

la patria a través de soluciones concretas y eficaces. Todas ellas expuestas

en su Idearium.

Luego, tanto Maeztu, como Galdós coinciden en la idea del “Hombre

Nuevo”, regenerador de España. El uno lo dice claramente en su artículo y

el otro lo recrea en su Episodio. Ambos hablan de un hombre perfectamente

bien formado en su profesión y Costa reunía las condiciones.

Galdós, defensor de “La España Única”.

Ya en su día, Menéndez Pidal, hizo una síntesis ejemplar del carácter y

ser de los españoles, del hombre español, en sí. Esta reflexión suya o

ensayo, apareció en 1947 como prólogo al tomo I de la Historia de España

dirigida por él mismo y publicada por la editorial Espasa-Calpe.

A partir de un estudio científico determina que “...Fué España la única

que, prolongando su inveterada decisión medieval, identificó sus propios

fines nacionales con los fines universales de la cristiandad, tomando estos

como propios a partir de Fernando el católico”.18

En cuanto a la peculiar concepción histórica que cada una de las dos

ideologías adquieren en el Siglo XIX, Menéndez Pidal, considera que el

pensamiento tradicionalista aprueba la actualización de la España de los

Siglos XVI y XVII. Y que el desastroso decaimiento procede de haber sido

abandonada la dirección que marcaron esos siglos de oro.19 Por otro lado,

las mentes liberales sostienen que el desprestigio del país se debe, como

señala Unamuno, a que la juventud de España “...vive en la esclavitud del

pasado, no en la libertad del porvenir”.20 En consecuencia, los progresistas

apuestan por la modernización de España, la europeización de España

y la España plural; aunque Maeztu asegure que España interrumpe su verdadera

historia por imitar a Francia.

Galdós defiende la España única, pero, ¿de qué manera la entiende?, si

tanto, el propio Menéndez Pidal, como Unamuno sostienen que la concep881

ción de la España única es un error político. Y de hecho, éste último en

carta a Ángel Ganivet le dice: “...nuestro pecado capital fué y sigue siendo

el carácter impositivo y un absurdo sentido de la unidad...”.21 La explicación

es sencilla, porque todos ellos, ya sean progresistas o tradicionalistas

como Maeztu, territorialmente hablando, no admiten otra España, que no

sea la España única, incluidas las colonias consideradas como meras provincias

del Estado español. Es decir, que en aquel momento histórico no

está en las mentes de nadie la desmembración del territorio nacional, y

menos en la de Galdós. Otra cosa es la ideología; aquí sí cabe la España

plural, pero entendida como la conciliación de todas las ideas, de todas

las regiones y porqué no de todos los pueblos. Lo cierto es, que la España

realista, carlista o tradicionalista, como se la quiera llamar, según al período

histórico del siglo XIX a que nos refiramos, negaba esta posibilidad

conciliadora. Pero, aún así, cuando sobrevino el desastre del 98, tanto la

intelectualidad progresista como la reaccionaria estuvo de acuerdo en lamentar

la pérdida de las últimas colonias españolas y, por supuesto, en

condolerse ante el bochornoso papel que España estaba ofreciendo al

mundo.

La postura de Galdós, al respecto, queda demostrada a lo largo de toda

su obra. Y su evolución política, de la monarquía constitucional al

republicanismo,22 no le impiden defender su concepción de la España única.

Porque él, como el resto de la España liberal apuestan por la pluralidad de

ideas, por la convivencia pacífica y por el fin de la guerra civil; pero, nunca,

por el desmembramiento del territorio nacional. Por lo tanto, la pérdida

de las colonias le producía desasosiego y malestar y la idea de separatismo

o el simple planteamiento de nacionalismos como eran y son el

caso catalán y vasco le molestaban. Como en su día le molestaron, también,

los amagos de anarquismo, de federalismo, y los brotes de

cantonalismo en la península.23 Luego, pluralidad de culturas, sí, república,

también, pero siempre bajo la unidad territorial. Curiosamente, había,

en aquella época, una manera de hablar de España que a todos gustaba

porque evitaba polémicas: se generalizó la expresión de “la España multicolor”,

término propiciado, claro está, por la variedad de climas, pero

que, a la vez, englobaba toda la confluencia de culturas dentro del territorio

español.

Al final de sus días el desencanto hace mella en Galdós. Ya no tiene fe ni

en la monarquía ni en la revolución para resolver los problemas de España,

puesto que la solución política de los sucesivos gobiernos monárquicos

para con las colonias significaba el sometimiento por la fuerza, y por

otro lado las políticas llevadas a cabo durante el sexenio revolucionario,

de 1868 a 1874, implicaban la pérdida del imperio colonial, ya sea por

independencia o venta de las mismas. Recuérdese que Galdós en la España

trágica, durante el gobierno provisional, recoge la idea de la venta de

Cuba a los Estados Unidos.24 Ni él ni nadie están de acuerdo con la venta,

pero sí, en cierto modo, con lo que sugiere Prim en el Episodio, el cual

882

había propuesto unas bases para conceder a la isla de Cuba, la autonomía,

o la completa emancipación.

La propuesta de Galdós sería la siguiente:

(Segismundo García a Vicente Halconero)

Este licor de América trae a mi pensamiento la idea de la comunidad

pan-hispánica, que apoya uno de sus brazos en el viejo

solar de Europa, para extender sin esfuerzo el otro por el continente

americano... ”libertad, fraternidad”, dice la universal lengua

soberana, constitución íntima de estos gloriosísimos reinos;

y por lo que toca al amigo Prim, opino que ha querido dar un

salto en los tiempos, y se caerá al suelo sin que su idea por hoy

tenga realidad...25

Como se ha podido observar, Galdós estaba pensando en una comunidad

hispano-americana bajo una constitución amplia que acogiese a todas

las culturas o pueblos en lengua castellana. Pero, también, sabía que esta

posible solución política no solventaría el problema de España porque,

sencillamente, se adelantaba a los tiempos y resultaba inviable. La evidencia

de esta triste realidad le llevaría a una profunda e inmediata decepción

política y social, por lo que, al autor, y ya como último recurso, no le

quedaría más remedio que apelar a la regeneración social, y a la revolución

social, pero a través de la educación.26

Confiaba en que si se preparaban y se cultivaban las mentes de los

españoles desde la escuela, serían capaces de tomar resoluciones adecuadas

y eficaces como pueblo. Lógicamente, intentaba transmitir una y

otra vez la necesidad vital de elevar el nivel cultural del país.

En conclusión, podemos decir que Galdós afronta el problema del desastre

y la crisis finisecular con la aportación de una posible solución política,

pero, sobre todo, manteniendo una dura postura crítica a través de

sus obras contra el inmovilismo del régimen de la Restauración canovista

y la posterior Regencia de María Cristina. No olvidemos que con la práctica

de la llamada literatura social pone de relieve los males de la patria.

883

NOTAS

1 FRANCO, D., España como preocupación. Antología, Presentación de Azorín, Guadarrama,

Madrid, 1960, p.21 de la introducción.

2 CHOMSKY, N., La responsabilidad de los intelectuales y otros ensayos histórico y políticos,

Ariel, Barcelona, 1974, nº 25, p.82.

3 AYALA, F., España a la fecha, Sur, Buenos Aires, 1865, p.82.

4 Para el tema de los tradicionalistas interesa ver las obras de: MAEZTU, R. de, El nuevo

tradicionalismo y la revolución social, Editorial Nacional, Madrid, 1959. PÉREZ EMBID,

F., Ambiciones españolas, Editorial Nacional, Madrid, 1953.

5 UNAMUNO, M. de, La españolización de Europa, en FRANCO, D., España como preocupación,

Guadarrama, Madrid, 1960, p.352.

6 JEREZ MIR, R., Introducción a la sociología de España, Ayuso, Madrid, 1980, p.397.

7 Op.cit., nota (6), pp.400-401.

8 MAEZTU, R. de, Hacia otra España, Librería de Fernando Fe, Madrid, 1899, pp.121-127

de Responsabilidades.

9 Op.cit., (8), pp.207-208.

10 PÉREZ GALDÓS, B., Mendizábal, Obras de Pérez Galdós, Hortaleza, Madrid, 1898, 132.

Ver cp.I.

11 Op.cit., nota (10), p.23, cp.II.

12 Op.cit., nota (10), pp.280-281, cp.XXVII.

13 Op.cit., nota (10), pp.230-231, cp.XXII.

14 Op.cit., nota (10), p.233, cp.XXII.

15 PÉREZ GALDÓS, B., «Soñemos, alma, soñemos», artículo publicado en el primer nº de la

revista Alma española (noviembre de 1903) en FRANCO, D., España como preocupación,

Guadarrama, Madrid, 1960, p.247.

16 Op.cit., nota (10), ver pp.243-245, cp.XXIII y cp.XXVII.

17 Op.cit., nota (8), p.235 en Como se hará la nueva España.

18 MENÉNDEZ PIDAL, R., Los españoles en la historia y en a literatura (dos ensayos),

Espasa-Calpe, Buenos Aires, S. A., 1951, p.38

19 Op.cit., nota (18), p.142.

20 UNAMUNO, M. de, El porvenir de España 1898-1912. España y los españoles. I 1897-

1919. Prólogo, edic. y notas de Manuel García Blanco. En Obras Completas, Afrodisio

Aguado, Madrid, S. A. Editores, 1958, Tomo IV, p.1022.

21 Op.cit., nota (20), tomo IV, p.962.

22 BRAVO-VILLASANTE, C., Galdós, Mondadori, Madrid, 1988, pp.168-170.

23 Tras el desencanto, Galdós, retira su confianza tanto a la monarquía -vease para el caso

La de los tristes destinos y Cánovas -, como a los sucesivos gobiernos de la revolución

-ver la España trágica, La primera república y De Cartago a Sagunto -. Esta sentida

decepción la pone, principalmente, de manifiesto en el último Episodio Nacional de la

Cuarta Serie: en La de los tristes destinos, dónde la reina comete un importante error

político. Isabel se pasa al bando vencido. Su adhesión al absolutismo le costará el

trono (ver p.144 del cp.XIV). Después, con el advenimiento de la revolución del 68 y la

884

Primera República, tampoco se creará un clima de gobierno estable y los problemas

de España continuarán sin resolverse: hay sublevaciones cantonalistas en Cataluña,

dónde se aspiraba a proclamar el Estado Catalán (interesan las pp.46, cp.IV y 51, cp.V

de La primera república), y en Andalucía (ver cp.XI de La primera república), Castellón,

Valencia y Murcia (pp.138-139, cp.XII de La primera república). Para el caso concreto

del cantonalismo en Cartagena, además de las pp.205-209, del cp.XVIII de La Primera

república se hace necesaria la lectura del Episodio Nacional, De Cartago a Sagunto,

dónde se trata el tema ampliamente. Por otro lado, en cuanto a la postura de Prim, que

es la de Galdós -y por lo tanto es, también, la postura de la España progresista- acerca

de la cuestión de la desmembración del territorio nacional, como resultado de las

sublevaciones cantonalistas, queda claro en las pp.148-149 de la España trágica que,

no está dispuesto a prestarse a descoser el mapa de España.

24 PÉREZ GALDÓS, B., España trágica, Perlado, Páez y Compañía (Sucesores de Hernando),

Arenal, 11, Madrid, 1909, pp.141-143, cp.XIV; pp.170-174, cp.XVI; p.176, cp.XVII.

25 Op.cit., nota (24), p.176, cp.XVII.

26 PÉREZ GALDÓS, B., La primera república, Perlado, Páez y Compañía (Sucesores de

Hernando), Arenal 11, Madrid, 1911, p.228, cp.XXVIII.

885

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