LA NOCIÓN DE CRISIS EN LOS ARTíCULOS DE

BENITO PÉREZ GALDÓS

Sadi Lakhdari

La noción de crisis aparece de manera bastante frecuente en los artículos

de Benito Pérez Galdós publicados en el periódico platense La Prensa

entre 1883 y 1901, es decir en un período particularmente interesante

que se sitúa alrededor de la fecha clave de 1898. Los artículos que tratan

del tema fueron escritos a partir de 1885 hasta 1897, con excepción del

último fechado de 1901. La mayoría de estos escritos es pues anterior al

98, lo que muestra claramente que la impresión de vivir un momento

crítico no fue un descubrimiento de la llamada generación del 98 debido

al célebre desastre.

Cuando don Benito habla de crisis, se refiere primero a las crisis políticas,

es decir a las crisis ministeriales tan frecuentes durante la Restauración

y que aparecen de manera casi institucional dado el sistema. En la

mayoría de los casos, don Benito narra los hechos de manera humorística,

subrayando la pequeñez de los intereses personales, en parte responsables

de estas crisis que se parecen a pequeñas comedias.1 Los artículos no

se contentan con exponer de manera clara y bastante resumida para los

lectores americanos unos asuntos particularmente complejos, presentan

a veces un verdadero estudio que los aparentan con artículos de costumbre.

Es el caso del primero, “Epidemias y crisis”,2 y del último, “Días de

crisis”.3 No nos detendremos sobre estos artículos, por muy interesantes

que sean. Veremos que la crisis política en su sentido limitado y casi técnico

tiene para Galdós un aspecto anecdótico y que se inscribe dentro del

marco más ancho de una crisis estructural, socio-económica y política,

relacionado con la problemática de los regeneracionistas. Hay que subrayar

sin embargo que los artículos políticos no se focalizan nunca únicamente

sobre la “política menuda”. En las introducciones o en las conclusiones

tenemos siempre, más allá de la precisión analítica del observador

agudo, una visión sintética de los hechos que desemboca en unas apreciaciones

generales. Galdós no se contenta con criticar el aspecto grotesco

de esos dramas fomentados por “los crisófilos”, deseosos de obtener una

poltrona ministerial.4 No cae nunca en el antiparlamentarismo que va a ser

una posición tan frecuente después del 98; censura el aspecto anecdótico,

superficial y mezquino de la lucha política, pero lo encuentra normal

en un sistema parlamentario, estimando que evita mayores convulsiones y

4.3-8

952

que establece el diálogo entre las diversas corrientes políticas. Por malo

que sea el sistema, es preferible a cualquier otro, como lo explica claramente

don Benito en la conclusión de su artículo del 19 de marzo de

1887:

En el parlamentarismo luchan y se desarrollan, a veces con

crudísima desnudez, todas las pasiones humanas, todas las expresiones

de la inteligencia desde las más altas a las más rastreras,

todas las energías de la voluntad desde las más sublimes a

las más innobles. [...] El sistema no es bueno, es, si se quiere el

menos malo de los conocidos. [...]

Por desgracia no conocemos manera mejor de afrontar las enormes

dificultades políticas de los tiempos modernos. ¡Hablar,

hablar, hablar, inundar los problemas en un océano de palabras!

Por mal que se nos vaya, siempre iremos mejor que con el silencio

torvo del régimen absoluto, porque si el parlamentarismo

suele tener en los países latinos el peligro de la infecundidad

legislativa, en cambio no puede negársele la gran ventaja de la

fiscalización. Contentémonos pues, con nuestro defectuoso sistema

y tratemos tan sólo de mejorarlo.5

Galdós defiende en estas líneas una posición liberal pero adopta al mismo

tiempo, lo que no aparece aquí con evidencia, una posición democrática,

ya que lucha en aquella época por la instauración del sufragio universal.

El liberalismo caracteriza también su apreciación de la situación económica

y social. Muy consciente de la importancia reducida de la política

en el sentido restrictivo de la palabra, entiende que las crisis políticas y la

crisis política sólo reflejan una serie de problemas que se sitúan a un nivel

más hondo. Esta idea se encuentra en su discurso de recepción a la Real

Academia al que aludiremos repetidamente, por ser una síntesis particularmente

interesante que completa los artículos de La Prensa.

Las disgregaciones de la vida política son el eco más próximo de

ese terrible rompan filas que suena de un extremo a otro del

ejército social, como voz de pánico que clama a la desbandada.

Podría decirse que la sociedad llega a un punto de su camino en

que se ve rodeada de ingentes rocas que le cierran el paso. Diversas

grietas se abren en la dura y pavorosa peña, indicándonos

senderos o sendas que tal vez nos conduzcan a regiones

despejadas. Contábamos, sin duda, los incansables viajeros con

que una voz sobrenatural nos dijera desde lo alto: por aquí se

va, y nada más que por aquí. Pero la voz sobrenatural no hiere

aún nuestros oídos, y los más sabios de entre nosotros se enredan

en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser

la hendidura o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo

pantanoso en que nos revolvemos y asfixiamos.6

953

No puede ser más clara la expresión del sentimiento de crisis generalizada.

La metáfora del pantano, la del camino interrumpido por ingentes

rocas en las cuales se busca desesperadamente una grieta o pasadizo,

indican la intensidad de esta toma de conciencia. Más allá, Galdós habla

de tinieblas, de zarzas enmarañadas, de recodo sin salida aparente, pero

siempre supone que habrá una solución “porque aquí no hemos de quedarnos

hasta el fin de los siglos”.7

El mismo término de crisis que proviene de la terminología médica supone

una evolución que puede resultar favorable. Esta metaforización frecuentemente

empleada por don Benito se encuentra explotada de manera

sistemática en el último artículo que trata de la dolencia del pueblo español

y de los diagnósticos de doctores y curanderos que agobian al enfermo

con sus continuas visitas y recetas.

Momentos hubo en que se creyó que expiraba, maldiciendo, más

que de sus alifafes, de los emplastos que le aplicaban, en todas

las partes de su lacerado cuerpo. Pero no tardó en rehacerse,

agarrándose a la vida, como tantos otros dotados de una complexión

vigorosa; y fue primer síntoma de su mejora el desenfado

con que empezó a despachar médicos, y a echarlos de su

alcoba, conminándoles con tirarles algo a la cabeza si volvían; lo

que fue para la familia grande satisfacción y consuelo. Confirmóse

luego la reparación del organismo, viendo al enfermo con buenas

disposiciones para echarse a la calle, y oyéndole pedir de

comer a cada momento, y prodigar en cháchara continua las

gracias de su ingenio festivo y mareante.8

El símil humorístico se refiere evidentemente a la crisis del 98, cuya

gravedad se pondera al mismo tiempo que se pronostica una mejora visible.

Volveremos luego sobre este artículo que concluye la serie de La Prensa

y que propone las explicaciones tal vez más globales con el discurso de

recepción a la Real Academia. Conviene subrayar que antes de proponer

explicaciones amplias y globales en términos metafóricos, Galdós presenta

explicaciones precisas aunque resumidas sobre las causas de las crisis

económicas y sociales que aquejan al país.

El último cuarto del siglo XIX fue caracterizado por una serie de crisis

que empezaron por la quiebra de la Kreditanstalt de Viena en 1873, debida

a una especulación desenfrenada. Después de la quiebra de la Unión

General en Francia en 1882, no se verificó ninguna recuperación, sin duda

a causa de una producción insuficiente de oro. La crisis, calificada ya de

depresión, duró hasta 1896 y suscitó unas reacciones de defensa: práctica

del dumping, proteccionismo, excepto en las naciones más liberales, Inglaterra,

Bélgica y los Países Bajos. La expansión colonial y el militarismo

exacerbado con el desarrollo subsecuente de la industria del armamento

pueden ser considerados también como una tentativa de resolver los problemas

económicos suscitados por el desarrollo del capitalismo.

954

Galdós empieza a escribir sobre la crisis económica a fines de 1887,

cuando la crisis agrícola se agudiza de manera inquietante en España. En

el largo artículo consagrado a la “Política agraria” de octubre y noviembre

de 1887, explica que “las causas de la depresión del consumo” son complejas.

De tiempo en tiempo, en plazos fatales y misteriosos, como los

que presiden a la aparición de las grandes epidemias, el consumo

universal se deprime, las existencias aumentan de un modo

fabuloso en los grandes depósitos comerciales, las empresas de

transporte ven disminuido su movimiento; muchas fábricas se

cierran; la concurrencia, abaratando excesivamente los precios,

ocasiona pérdidas y quiebras. El agricultor y el fabricante claman,

y como no suelen ver sino aquella parte más próxima del

mal, señalan como origen de éste la pesadez de los impuestos,

los Tratados de comercio, olvidando que en circunstancias anteriores,

los mismos Tratados dieron vida a lo que ahora está tan

abatido.9

El mecanismo de la crisis de consumo se identifica claramente y la descripción

sencilla y rápida se ve acompañada por una hipótesis en cuanto a

las consecuencias del fenómeno. Las depresiones preceden a las grandes

guerras nos dice Galdós, teoría paradójica en su opinión, pero que admite

provisionalmente. Las guerras serían “impulsos instintivos de la humanidad

para restablecer un equilibrio alterado por arcanos incomprensibles”.10

Las causas y los remedios eventuales ponen de manifiesto las posiciones

liberales de don Benito; no cree que la limitación de las importaciones

podrá mejorar la situación y teme las represalias, sobre todo en el sector

agrícola. En gran parte de los artículos, el novelista se ocupa en efecto

preferentemente de la crísis agrícola, tema corriente en el fin de los años

ochenta.

En abril de 1888, en «El mal tiempo y las crisis», Galdós explica que la

noción de crisis se generaliza de manera excesiva con cierta exageración,

excepto en la agricultura que padece una crisis grave sin equivalente anterior.

Tenemos crisis agrícola, crisis industrial, crisis monetaria, crisis

obrera, crisis política, y la vida es una serie angustiosa de momentos

críticos que no sabemos a qué catástrofe nos llevará.

Aunque en esto de las crisis hay bastante exageración, y se mezcla

bastante en ello la aspiración personal de partido, fuerza es

reconocer que en lo tocante a la agricultura, no vivimos hoy en

el mejor de los mundos posibles.11

La agricultura ocupa un sitio privilegiado en los artículos de don Benito

por razones obvias. España, relativamente poco industrializada todavía,

955

padece con retraso y de manera limitada el efecto de la crisis industrial. En

cambio la crisis agrícola, a la vez coyuntural y estructural, reviste una gravedad

particular. Se conoce un período de estancamiento después del fin

del proceso desamortizador, en 1875, a causa de la competencia de los

granos americanos y rusos. La plaga de la filóxera, dilatada respecto a

Francia, hace su aparición a fines de siglo. La producción agrícola conoce

entonces un bache considerable de 1884 a 1890, antes del aumento de

los aranceles que garantizan altos precios.

Los artículos más importantes, «Política agraria» del 28 de octubre de

1887 y «El mal tiempo y las crisis» de abril de 1888, fueron escritos pues

en relación con una cuestión de actualidad; pero, como siempre, Galdós

se eleva hasta consideraciones generales que superan el marco conyuntural.

Sitúa la crisis agrícola respecto de la crisis universal, luego enumera una

serie de puntos negativos que explican la postración de la agricultura. La

agricultura española “sufre los efectos de la crisis puramente española, es

decir de un estado de cosas creado por nuestra rutina administrativa”.12

Después de haber elogiado el Informe sobre la reforma agraria de

Jovellanos, Galdós explica que la contribución territorial es excesiva; el

tipo contributivo es tan alto que provoca una grave desigualdad, “origen

de grandes disturbios en los pueblos y que fomenta el caciquismo y las

malas pasiones“.13 Denuncia después la postración del crédito agrícola que

favorece la usura, y la imperfección del cultivo “que es de lo más primitivo

que se puede imaginar”.14 Denuncia igualmente las causas climatológicas

que imponen la generalización del riego. Pero la falta de agua exigiría la

construcción de pantanos de rentabilidad dudosa.

La situación es tan compleja que los remedios son también complejos.

La protección arancelaria empeoraría la situación provocando represalias

extranjeras que impedirían la exportación de los frutos secos, de los vinos

y de la naranja. En varios pasajes de los dos artículos, Galdós se muestra

totalmente opuesto a un aumento del arancel, situándose claramente en

el campo liberal. No dice nada de los cambios estructurales de la propiedad

agraria, aparte la alusión del principio al Informe de Jovellanos. Pero

propone soluciones globales, insistiendo sobre el hecho de que no se

puede proponer soluciones parciales y radicales que no tendrían efectos a

largo plazo.

Es preciso que a la vez y mancomunadamente se reduzcan las

cargas públicas, se fomente el crédito agrícola, se faciliten las

comunicaciones, se suavicen las tarifas de ferrocarriles, se difunda

la enseñanza agrícola y se emprendan obras destinadas a

combatir la sequía de nuestros campos.15

No aboga todavía Galdós por soluciones radicales, como las que parece

apuntar en El caballero encantado en 1907. Propone una serie de medidas

956

coherentes que cambiarían fundamentalmente la situación, dentro de un

marco liberal en el cual el libre cambio seguiría manteniendo a España

dentro del mercado mundial. Galdós presta gran atención a los problemas

de la enseñanza, dedicando largos pasajes a la enseñanza agrícola en el

colegio Alfonso XII. Esta preocupación típica del optimismo progresista

del novelista se relaciona también con los estudios de su sobrino, don

José Hurtado de Mendoza, ingeniero agrónomo.

Las soluciones preconizadas por don Benito se caracterizan por su

moderación, así como su valoración de la crisis siempre evocada con humor.

Este humor no se encuentra en el discurso de 1897 pero sí en el

artículo de 1901, lo que deja suponer que la solemnidad de la ocasión

influyó sobre el tono empleado. Sin embargo, notamos una evolución evidente

en la manera de enfocar la crisis en los últimos escritos. Hemos

visto que la solución de la crisis no parece probable y que don Benito hace

un cuadro bastante pesimista de las posibilidades de cambio en el discurso

de 1897. Veamos pues en qué consiste la evolución desde los artículos

de 1887-1888 y cuál es la diferencia con el último artículo de 1901.

En La sociedad presente como materia novelable, tema del discurso de

1897, don Benito evoca la crisis española en relación con la evolución de

la novela que constituye su propósito. Escoge en efecto estudiar el medio

social como generador de la obra literaria, es decir que elige un punto de

vista sociológico. Sin entrar en detalles que hubieran sido enfadosos en tal

tipo de discurso, enuncia desde el principio de su estudio que la sociedad

moderna se caracteriza por su falta de unidad. Ha desaparecido todo principio

de unidad, concebido como potente energía de cohesión social. La

crisis consiste pues en una disgregación general, en una disolución de los

grupos políticos e ideológicos. Galdós no dice en este discurso que el

factor más potente de unidad era la Religión católica y la Iglesia, y que los

progresos del ateísmo causan esta disgregación generalizada, lo expresa

en otro artículo anterior.16 Insiste sobre la uniformización de los tipos y la

desaparición correlativa de los antiguos grupos sociales: pueblo y aristocracia

pierden sus caracteres tradicionales “de una parte por la

desmembración de la riqueza, de otra por los progresos de la enseñanza”.

17

Las antiguas clases sociales han sido sustituidas por “la llamada clase

media que no tiene existencia positiva y es tan sólo informe aglomeración

de individuos procedentes de las categorías superior e inferior, el producto,

digámoslo así de la descomposición de ambas familias”.18 Esta masa

dominante, poco estructurada, no tiene carácter propio por su origen y la

variedad de sus funciones en la sociedad. Galdós describe esta capa social

como un conglomerado incoherente, habla de muchedumbre caótica

en la cual se verificará al final del proceso de descomposición de las clases

antiguas una fermentación “de la que saldrán formas sociales que no

podemos adivinar, unidades vigorosas que no acertamos a definir en la

confusión y aturdimiento en que vivimos“.19

957

Los frecuentes términos que expresan la idea de caos y de confusión

traducen el sentimiento de desorientación del novelista que no acierta a

ver la dirección que va a tomar la sociedad. Pero este sentimiento no provoca

una reacción defensiva. Galdós adopta una posición de testigo de la

evolución: tiene una concepción dinámica de la historia y de la sociedad.

Influenciado sin duda por el transformismo, supone un movimiento obligatorio,

y su vocabulario establece una relación evidente entre las ciencias

sociales y biológicas. La “fermentación social” inevitable proviene de

esta concepción biológica y vitalista de la sociedad.

Galdós concibe una crisis de larga duración, a la que sucedería tal vez

un período estable en el cual se destacarían unidades vigorosas. El período

“de confusión evolutiva”,20 “de días azarosos de transición y de evolución”,

21 corresponde en el orden científico con una sucesión rápida de

inventos que hace “que los asombros de hoy sean vulgaridades mañana, y

que todo prodigioso descubrimiento sea pronto oscurecido por nuevas

maravillas de la mecánica y de la industria”.22 La impresión de aceleración

de la historia es muy perceptible en estos textos. La evolución social y

política aparece como una realidad impuesta por las transformaciones

generales aparecidas en el siglo XIX y sólo queda la posibilidad de analizarlas

y de tratar de entenderlas. Esta posición corresponde a la de los

numerosos héroes pasivos que se encuentran en la obra de Galdós (José

María de Guzmán por ejemplo en Lo Prohibido o el amigo Manso). Se trata

al mismo tiempo de una posición claramente progresista en la medida en

que nadie puede impedir o retrasar esta evolución potente y acelerada

que representa un fenómeno mundial. Tampoco imagina Galdós una posible

vuelta atrás, ni estima oportuno presentar como modelos, tipos de

organización social antigua o ideologías pasadas como lo harán muchos

reformadores atemorizados por una evolución llena de incógnitas. El tiempo

histórico parece siempre irreversible en los escritos de don Benito.

El autor se muestra muy admirativo todavía a fines de siglo frente a los

progresos de las ciencias y técnicas y no encuentra al nivel literario que la

inestabilidad presente sea causa de decadencia. Al contrario piensa que la

falta de principios de unidad favorece “el florecimiento literario”.

Concluyo diciendo que el presente estado social, con toda su

confusión y desconcierto han favorecido el desarrollo de tan

hermoso arte. No podemos prever hasta dónde llegará la presente

descomposición. Pero sí puede afirmarse que la literatura

narrativa no ha de perderse porque mueran o se transformen los

antiguos organismos sociales. Quizás aparezcan formas nuevas,

quizás obras de extraordinario poder y belleza, que sirvan de

anuncio a los ideales futuros o de despedida a los pasados, como

el Quijote es el adiós del mundo caballeresco. Sea lo que quiera,

el ingenio humano vive en todos los ambientes, y lo mismo da

sus flores en los pórticos alegres de flamante arquitectura, que

en las tristes y desoladas ruinas.23

958

Las últimas líneas del discurso subrayan la importancia de la adaptación

y las posibilidades evolutivas. A pesar del pesimismo general del texto, se

desprende siempre una visión optimista de un futuro fecundo, por lo menos

al nivel artístico. No se percibe en ningún momento una actitud

decadentista. Este optimismo moderado persiste después del desastre de

1898. El último artículo fechado de 1901 propone un diagnóstico para el

país enfermo. Explica que, salvada la crisis, padece

una secular ingestión y asiento estomacal de dogmatismo político,

más grave que el filosófico y literario, y de añadidura, una

terrible intoxicación de criticismo, que vino a producir un derrame

de materia biliosa o pesimista, la cual trajo el aplanamiento,

el abandono de la voluntad, las ideas lúgubres y la monomanía,

que casi era un deseo, de pasar pronto a mejor vida.24

El pesimismo, el criticismo exagerado y el dogmatismo son las grandes

causas, con la abulia y la falta de educación, que explican globalmente la

crisis. Galdós defiende una posición realista en su artículo, esencialmente

pragmática. No cree que el desastre povocó el estado de decadencia actual,

piensa que

la dolencia existía con anterioridad a nuestros desastres, y que

no contribuyó poco a producirlos. Los desastres no causaron la

enfermedad: sólo la pusieron de manifiesto, confundiéndose la

tristeza de aquel desventurado caso con los achaques que ya

minaban al enfermo.25

La crisis ha servido de revelador del estado verdadero de España donde

los problemas fueron siempre enfocados al revés; hay que empezar por

los hechos y acabar por los principios. La crisis profunda no puede ser

salvada únicamente por unos cambios políticos. Los ataques generalizados

contra la clase política no toman en cuenta el hecho de que los políticos

sólo son el reflejo del país. La regeneración pasará pues por una “vigorosa

reconstitución de la conciencia nacional”.26 Hay que modificar el terreno

y no las ramas del árbol; los cambios políticos no modificaron nunca

nada.

Los problemas hondos de la sociedad española han permanecido

siempre en pie, como ídolos de bronce cimentados en granito,

contra los cuales nada pueden ni los esfuerzos de los hombres,

ni los terremotos del suelo.27

A partir de esta constatación, ya presente en los artículos anteriores,

don Benito va a privilegiar un aspecto de la crisis, el problema del caciquismo,

ya denunciado en varios artículos anteriores con una gran precisión.

La última parte del artículo hace referencia a Joaquín Costa y a la

Unión Nacional, así como a Oligarquía y caciquismo. Resume de manera

959

extremadamente elogiosa la obra y la acción de Costa “propagandista de

los buenos principios”.

Su labor ardua, generosa, absolutamente desinteresada, nos abre

horizontes de esperanza en medio de esta cerrazón que envuelve

los desmayados caracteres de nuestra época. Con muchos

como Costa, fácil sería que nos viéramos si no regenerados, en

camino de serlo; pero hombres de este temple hay pocos en

todas partes, y aquí es tan reducido su número que se les puede

contar por los dedos de la mano, aun exponiéndonos a que sobre

algún dedo en la cuenta.28

Galdós aprueba de manera natural una corriente a la que anuncia por

sus opiniones y críticas anteriores. A pesar de la correspondencia cordial

que intercambian los dos hombres, y de la similitud de posiciones, podemos

destacar sin embargo ciertas diferencias que revisten gran importancia.

Aunque tenemos textos cortos en el caso de don Benito, constatamos

que el novelista tiene siempre una visión sintética amplia que sitúa la problemática

española dentro de un contexto europeo. El caciquismo se define

como una “calamidad” que ”no es privativa de nuestro suelo y de nuestra

raza”.29

Todos los pueblos latinos la padecen con más o menos intensidad.

En Francia la vemos manifestarse y crecer en plena República,

renovando vicios y corruptelas del segundo Imperio, que

se creyó desaparecerían con él. Se ocultaron para renacer en el

régimen que se tiene por más perfecto. En Italia también lo hay,

y los países americanos de origen ibérico no estarán libres de

esta plaga.30

La observación es exacta: obvia en lo que se refiere a Italia; es verdadera

también para Francia que conoce un “régime des notables”. Esta constatación

permite evitar las consideraciones pesimistas y abstractas sobre

la incapacidad española de ser como las demás naciones europeas. La

singularidad española, -su carácter africano según muchos regeneracionistas-,

no aparece más que como una variante posible en el desarrollo

de las naciones europeas. La visión del caciquismo de Galdós es una

visión precisa, que no reviste un aspecto exageradamente polémico y que

enuncia unas verdades generalmente ocultadas.

Don Benito explica que la enfermedad del caciquismo es tan vieja y

constitutiva que casi viene a confundirse con la normalidad de la salud.

El caciquismo es la voluntad de algunos que, al amparo de una

viciosa organización política, aplican las leyes en provecho propio,

y estorban la acción legal de los más, produciendo un régimen

caprichoso, en el cual viven a sus anchas cuadrillas organi960

zadas por regiones, provincias y lugares, mientras viven en el

desamparo de toda ley los ciudadanos que no han sabido o no

han podido afiliarse a estas comunidades vividoras. Éstas tienen

por cabeza un personaje de alta significación y poder en uno o

en otro partido, y sobrenadan en todas las agitaciones, y continúan

imperando a despecho de turnos gobernantes y de combinaciones.

Si no fuera nuestro caciquismo un régimen civilizado

y benigno, ajeno a toda intención melodramática y a todo trágico

procedimiento, se le podría comparar a la maffia. Pero aunque

remoto, innegable es el parentesco de la comedia urbana

con el drama espeluznante, pues ambos son representaciones

de los humanos apetitos, y en uno y en otro espectáculo vemos

el egoísmo y la maldad frente a la descuidada inocencia de los

que componen la mayoría social.31

La comparación con la maffia es evidentemente muy interesante, pero

notemos cómo Galdós evita toda exageración hiperbólica, matizando la

importancia del fenómeno. Sin embargo no le quita su importancia fundamental,

ya que en los párrafos siguientes explica que el fenómeno es tan

arraigado que su erradicación resulta todavía más dificil. La oligarquía es

amable y en general los oligarcas son personas excelentes

de trato fácil y ameno, y están dispuestos a prestar un servicio al

amigo, favoreciéndole en cualquier caso con la ilegalidad más

amable y bondadosa. Acontece que tronamos contra el caciquismo,

y que necesitándolo para que nos sirva en cualquier entorpecimiento

de la vida común acudimos a él de la manera más

candorosa, y al vernos prontamente atendidos, olvidamos la violación

del derecho que hemos perpetrado, y no vemos la víctima

lejana de aquel mismo poder que ha funcionado en nuestro provecho.

Ved aquí el grande inconveniente de esta oligarquía; ved su amabilidad,

la eficacia con que sirve, y la mansa labor con que se

arraiga. Resulta que todos llevamos la oligarquía en la médula

de los huesos y en los glóbulos de la sangre, y que cuando hablamos

de su destrucción, olvidamos que sería menester arrojarnos

colectivamente a un inmenso horno, en que fundiéramos

para tomar moldes nuevos. Ya se ve que no es fácil la reforma, al

menos sin contar con la acción lenta de la evolución fisiológica.

32

La preocupación por todos los aspectos del problema, incluso los aspectos

éticos y psicológicos, la precisión de la descripción, evitan las simplificaciones

groseras. Si la gravedad de la plaga es evidente, si la democracia

nueva reanuda con viejos vicios, no puede haber soluciones únicamente

políticas, y tampoco rápidas. Galdós excluye aquí toda solución

961

revolucionaria, confiando en la evolución fisiológica y en la labor educativa,

en particular de ciertos tribunos como Costa.

Esta posición excluye todo recurso providencialista, sea de un partido

sea de un hombre. Tiene el inconveniente de ser poco exaltante por su

moderación razonable. El carácter pragmático de las soluciones apuntadas,

el rigor intelectual y moral de la observación pueden pasar por tibieza

y pusilanimidad. Es muy probable sin embargo que los ataques lanzados

contra Galdós por ciertos miembros de la generación del 98 no se basaron

sobre estos artículos desconocidos, creo, en España hasta la publicación

parcial a partir de 1923 por la editorial Renacimiento. Existe un verdadero

desconocimiento del pensamiento político y social de Galdós por parte de

Baroja o Unamuno que escribieron páginas singularmente injustas sobre

su egoísmo, su ceguedad en cuanto al papel de las clases medias. No

conocían estos artículos y no trataron tampoco de desentrañar el sentido

de las novelas del “garbancero”. Este término particularmente mal escogido

no corresponde con las posiciones liberales, en efecto, pero demócratas

de don Benito; no corresponden con la visión sintética que le permite

situar la crisis española dentro de un marco europeo y mundial, tomando

en cuenta todos sus aspectos, tanto económicos y sociales como políticos

y culturales. El rigor y la honradez del observador que siempre se distancia

de su objeto, reconociendo al mismo tiempo su posición exacta en la

sociedad, permite el reconocimiento de la imposibilidad de una objetividad

total, garantía contra los errores del subjetivismo y del fanatismo.

Es interesante notar que las observaciones contenidas en los artículos o

en el discurso de entrada en la Real Academia no tuvieron una traducción

sistemática en las novelas contemporáneas. Encontramos reflejos de las

posiciones del Galdós periodista en las novelas, reflejos a veces muy precisos,

pero la problemática de la crisis no aparece de manera central antes

del Caballero encantado. No eran desconocidos de Galdós los defectos de

la política, o de la sociedad española, pero no encajaban con su propósito

y sobre todo con el tratamiento de la materia novelable que es el suyo. La

ambigüedad debida a la forma novelesca no se encuentra en los artículos

escritos en un estilo totalmente diferente. El desconocimiento de los artículos

y la lectura superficial, o en muchos casos muy imcompleta, de las

novelas por ciertos miembros de la generación del 98 explican tanto las

deformaciones como la valoración negativa de la obra y de las posiciones

del novelista en relación con su apreciación de la crisis finisecular.

962

NOTAS

1 PÉREZ GALDÓS, B., artículo del 17 de octubre de 1886, «Crisis ministeriales», en Obras

inéditas, Política española, Renacimiento, Madrid, 1923, Vol. III, pp.241-243.

2 PÉREZ GALDÓS, B., artículo del 4 de julio de 1885, «Epidemias y crisis», en Obras

inéditas, Cronicón, Vol. VI, pp.190-195.

3 PÉREZ GALDÓS, B., artículo del 10 de enero de 1890, «Días de crisis», Obras inéditas,

Política española, Renacimiento, Madrid, 1923, Vol. IV, tomo II, pp.190-195.

4 Artículo citado del 17 de octubre de 1886.

5 SHOEMAKER, W., Las cartas desconocidas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires,

Ediciones Cultura hispánica, Madrid, 1973, p.237.

6 La sociedad presente como materia novelable, Discurso leído ante la Real Academia

Española, con motivo de su recepción, Est. Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello,

Madrid, 1897, reproducido in B. Pérez Galdós, Ensayos de crítica literaria, Laureano

Bonet, Ed. Península, Barcelona, 1972, p.177.

7 Op.cit., p.178.

8 SHOEMAKER, W., Las cartas desconocidas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires,

Ediciones Cultura hispánica, Madrid, 1973, p.536.

9 PÉREZ GALDÓS, B., artículo del 8 de noviembre de 1888, «Política agraria», en Obras

inéditas, Política española, Renacimiento, Madrid, 1923, Vol. IV, tomo II, p.56.

10 Op.cit., p.57.

11 PÉREZ GALDÓS, B., artículo de abril de 1888, «El mal tiempo y las crisis», en Obras

inéditas, Política española, Renacimiento, Madrid, 1923, Vol. IV, tomo II, p.l18.

12 «Política Agraria», en Op.cit., p.46.

13 Ibíd.

14 Ibíd.

15 Op.cit., p.49.

16 SHOEMAKER, W., Carta del 1 de abril de 1885, Las cartas desconocidas de Galdós en La

Prensa de Buenos Aires, Ediciones Cultura hispánica, Madrid, 1973, p.14.

17 La sociedad presente como materia novelable, Op.cit., p.178.

18 Ibíd.

19 Ibíd.

20 Op.cit., p.180.

21 Op.cit., p.181.

22 Op.cit., p.179.

23 Op.cit., p.182.

24 SHOEMAKER, W., Carta del 1 de abril de 1885, Las cartas desconocidas de Galdós en La

Prensa de Buenos Aires, Ediciones Cultura hispánica, Madrid, 1973, p.536.

25 Ibíd.

26 Op.cit., p.537.

27 Op.cit., p.538.

963

28 Op.cit., pp.541-542.

29 Op.cit., p.539.

30 Ibíd.

31 Op.cit., p.540.

32 Ibíd.