GALDÓS ENTRE DOS SIGLOS.

NOTAS SOBRE UN CAMBIO DE MENTALIDAD

Benito Madariaga de La Campa

Pérez Galdós fue testigo desde Santander de los movimientos de las

tropas en la guerra con las Colonias que, en 1897, no ofrecía dudas de

que se iba a complicar, aún más, con la intervención de los Estados Unidos.

Los preludios de la contienda se anunciaron con rumores y falsas

noticias que no presentaban en su realidad la situación desfavorable de

España. En Madrid había seguido el novelista con atención el movimiento

político y la derrota de la escuadra en Cavite. La prensa, sometida después

a la censura, a raíz de la suspensión de las garantías constitucionales, no

pudo o, en otros casos, no quiso reflejar los detalles del aniquilamiento y

rendición, que el diario El Cantábrico de Santander, ciudad donde veraneaba

Galdós, había publicado, respecto a Cuba, el 8 de julio de 1898. La

guerra fue breve y contraria a los intereses de España en Cuba, Puerto Rico

y Filipinas. Aquel “Desastre”, como lo calificó el pueblo español, se suavizó

con noticias de hechos históricos o de cantos a pasadas gestas de la

marina española. Pero aún así, muchos periódicos y revistas facilitaron

una información veraz de la guerra hispano-americana.1 Por ejemplo, El

Norte de Castilla (26-VII-98) ofreció datos sobre el desarrollo del conflicto

con noticias sobre el paso de la escuadra por el canal de Suez los días 5 y

6 de junio, la falta de personal artillero en los buques y de combustible en

la flota, el propósito de armar buques de la Compañía Trasatlántica, etc.

En estas circunstancias, como decía el periódico, el valor de estos buques

en combate era “absolutamente nulo”. (p.2)

Quizá el informe más directo lo tuvo el novelista a través del testimonio

personal de Alfredo Nárdiz con el relato de su intervención y de la batalla

naval que presenció en Santiago de Cuba, en artículos publicados del 11

al 16 de octubre en El Cantábrico cuando estaba prisionero en Annápolis

en agosto de ese año, interesante informe de aquella derrota heroica.2 El

verano siguiente, en el que permaneció el escritor todo el tiempo en

Santander, ya pudo leer el libro escrito por el Almirante Cervera con los

documentos referentes a las operaciones de la Escuadra en las Antillas. En

él se recogían estas palabras tomadas del parte de combate, escrito el 4

de julio de 1898:

En cumplimiento de las órdenes de V.E., salí ayer mañana de

Cuba con toda la Escuadra, y después de un combate desigual

contra fuerzas más que triples de las mías, toda mi Escuadra

quedó destruida, incendiados y embarrancados Teresa, Oquendo

4.3-9

965

y Vizcaya que volaron; el Colón, según informes de los americanos,

embarrancado y rendido; los cazatorpederos a pique. Ignoro

aún las perdidas de gente, pero seguramente suben de 600

muertos y muchos heridos, aunque no en tan grande proporción.

Los vivos somos prisioneros de los americanos. La gente

toda rayando a una altura que ha merecido los plácemes más

entusiastas de los enemigos.3

El informe era suficientemente ilustrativo del desenlace de la guerra,

solamente en ese área de combate, ya que el resultado fue similar en

Puerto Rico y Filipinas, hasta el punto de que España tuvo que aceptar una

paz deshonrosa y sin condiciones.

Tan triste como la derrota fue la repatriación de los soldados de las

Antillas y Filipinas, gran parte de ellos enfermos y heridos, sometidos al

desembarcar a una cuarentena en los lazaretos de Pedrosa en Santander,

de Oza en La Coruña y de San Simón en Vigo.4 España no tenía, incluso,

suficientes barcos para la repatriación de los soldados, todavía en gran

número en los escenarios de la guerra. La situación se agravó al correr

peligro la seguridad de los españoles y el mantenimiento de sus propiedades,

al asaltarse las casas e incendiarse las fincas y las cosechas de los

residentes. En Filipinas, algunos religiosos fueron, incluso, maltratados

por los tagalos. La posibilidad de que se extendiera la contienda a España

ensombreció el panorama nacional.

El hecho de que durante aquel verano coincidieran en Santander

Menéndez Pelayo, Pereda y Galdós, hizo que intercambiaran opiniones

sobre la situación, al tiempo que les permitió presenciar aquellos cuadros

patéticos de los soldados repatriados que regresaban, gran parte de ellos,

frustrados, enfermos y sin perspectivas de trabajo. Desde su amplio ventanal,

que ofrecía vistas a la bahía, refiere el Dr. Madrazo,5 cómo Galdós

conoció de primera mano la llegada de este ejército destrozado que, al

desembarcar, gritaba, en algunos casos, contra España. Ese mes de agosto

se reunió también con ellos Ramón Menéndez Pidal, que lo pasó estudiando

junto a don Marcelino en su biblioteca.

La reacción que se produjo entre los escritores ante los acontecimientos

se percibe al repasar las colecciones de la llamada “literatura del Desastre”.

Con la impotencia, se originó un desaliento que alcanzó a la mayoría

de los intelectuales. Emilia Pardo Bazán recogía ese estado de ánimo

con estas palabras:

...según la situación de los pueblos, debe ser y manifestarse la

literatura. Un pueblo próspero, feliz, con amplios horizontes, es

natural que tenga una literatura independiente y desligada de

compromisos, que volando por esfera superior y distinta de la

práctica, no aspire a más fin que realizar y expresar la hermosu966

ra o la verdad íntima, el lirismo. Un pueblo como el español, tan

atrasado, tan desorientado y tan infeliz, necesitaría más bien una

literatura de acción, estimulante y tónica, despertadora de energías

y fuerzas, remediadora de daños.6

Casi todos los intelectuales sintieron el fracaso histórico y cada uno, a

su modo, interpretó la forma de curar al país, considerado como un enfermo.

Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo, Pérez Galdós y Costa, entre otros, lo

hicieron a través de sus escritos, pero en tanto los dos primeros dejaron

de trabajar a causa de su estado de ánimo, Galdós no mermó su producción

literaria, sino que, al contrario, la incrementó. Cajal aplazó, como

recuerda Laín,7 su teoría de los entrecruzamientos ópticos, y Menéndez

Pelayo publicó, entre 1898 y 1900, solamente seis trabajos menores. En

cambio, Galdós escribe los diez títulos de la Tercera Serie de los Episodios,

termina en Santander Electra, prologa La Regenta de “Clarín” y publica

varios artículos: sobre la anterior pérdida de las colonias en 1815 en

Vida Nueva (19-VI-98); un capítulo de Zumalacárregui en La Ilustración

Española y Americana (15-V-98); en El Cantábrico (4-VIII-99), «El verano», y

otro en el mismo diario, referente a la Fe Nacional (12-XII-1900); «Las nuevas

posesiones de Africa» en Los Lunes de El Imparcial (14-VII-1900) y «El

general León» en La Alhambra de Granada (31-VII-1900).

Costa, con su espíritu batallador, fue uno de los impulsores del

regeneracionismo, movimiento que compartió también el novelista canario

con amigos suyos de Santander, como Enrique Diego Madrazo, autor

de los libros ¿El pueblo español ha muerto? (1903), La cuestión de la

escuadra (1903) e Introducción a una Ley de Instrucción Pública (1918).

Por su parte, Ramón Sánchez Díaz lo hizo a través de la novela Juan Corazón

(1906), prologada por Joaquín Costa, donde se cita a Galdós entre los

autores que opinaron sobre las causas de la decadencia de España. Otra

novela suya, Jesús en la fábrica (1911), recoge un argumento parecido al

de Celia en los infiernos (1913): Jesús, hijo de un parado, crea en su

pueblo una fábrica para dar trabajo a los convecinos sin recursos. Incluso

Pereda pensó escribir una obra sobre el “Desastre”, en la que el protagonista

sería uno de esos soldados “valiente y pundonoroso” dispuesto “a

trabajar en la reconstrucción de la patria”, una vez vuelto a su tierra natal,

después de combatir en la manigua y en las lomas de Santiago de Cuba,

pero que fracasa en su empresa constructiva ante las presiones de los

caciques y políticos del lugar. En la carta, donde se lo refiere a su amigo

Alfonso Ortiz de la Torre, le hace ver “que nuestros males no tendrán

humano remedio, sin nuevas leyes, nuevos procedimientos y nuevos hombres”.

8 Pero no todos los escritores participaron de ese desaliento y de una

crítica a las posibilidades renovadoras del pueblo español. Ya perdida la

guerra, Juan Valera, ex embajador en los Estados Unidos, ofrecía así su

opinión resignada y esperanzadora para el futuro, con motivo de publicarse

una nueva edición del Quijote en Edimburgo:

967

Vivimos aún y seguiremos viviendo, aunque vencidos. Acaso nos

cumpla imitar al caballero de la Triste Figura cuando fue vencido

por el de la Blanca Luna en la playa de Barcelona. Nada de recriminaciones,

nada de quejas, nada de exigir responsabilidades.

Resignémonos en paz; sometámonos al fallo de nuestro adverso

destino, y tratemos de reponernos, dedicándonos a ocupaciones

bucólicas y agrícolas y a algo parecido a la vida pastoril que,

retirado por la fuerza en su lugar y depuestas las armas, se propuso

hacer don Quijote.9

Pérez Galdós fue más optimista en sus escritos, aunque siguió con profunda

tristeza la pérdida de Cuba, tan ligada a él afectiva y familiarmente.

Cuando presintió el final de nuestro imperio de ultramar publicó el citado

artículo en Vida Nueva (1898), lleno de ironía, «Fumándose las colonias».

Como si fuera un vaticinio, al año siguiente se suprimió el Ministerio de

Ultramar por decreto del 10 de febrero de 1899, y, el 25 de abril, desapareció

la Dirección que aún permanecía de dicho Ministerio. Joaquín Costa,

en su programa de reducción de ministerios, llegó a solicitar hasta la eliminación

del de Marina. Al principio del nuevo siglo se liquidaban nuestras

posesiones definitivamente al venderse a Alemania las islas Carolinas,

Palaos y Marianas.

En el discurso pronunciado en 1900 con motivo del banquete de homenaje

ofrecido por la Colonia Canaria, Galdós, ante ese panorama sombrío,

expuso su profundo sentimiento patriótico y solicitó de los españoles robustecer

la fe nacional. A su juicio era peligrosa aquella inercia ante la

pérdida de las últimas colonias:

Esto es absurdo -escribe- es pueril, y revela un decaimiento del

ánimo y una pobreza de vitalidad que, sin correctivo enérgico,

nos llevarían a la muerte. Contra este pesimismo, que viene a

ser, si en ello nos fijamos, una forma de la pereza, debemos

protestar confirmando nuestra fe en el derecho y en la justicia,

negando que sea la violencia la única ley de los tiempos presentes

y próximos, y declarando accidentales y pasajeros los ejemplos

que el mundo nos ofrece del imperio de la fuerza bruta.10

A estos escritos siguieron otros claramente regeneracionistas en los que

se muestra contrario al dogmatismo político y al excesivo espíritu de crítica

hacia el pueblo español, en los que se le considera un país enfermo. En

el extenso artículo publicado en El Heraldo de Madrid (9-IV-01), a modo de

manifiesto, expone su esperanza en el renacer de la nación dedicada al

desarrollo industrial y minero, en tanto que censura a la oligarquía directora,

el caciquismo y el poder clerical. Pocos meses más tarde, escribe otro

en el diario La Prensa de Buenos Aires (17-XI-01), solicitando la llegada de

la deseada regeneración que acabe con el caciquismo tan combatido por

Joaquín Costa, a quien dedica palabras de elogio y reconocimiento. Éste

968

le contestó, a raíz de recibir de don Benito el artículo del Heraldo, animándole

a agruparse con otros intelectuales, del estilo de Cajal, y confirmándole

el mal estado del país del que se quejaba el novelista canario. En la

misma línea regeneracionista está su artículo «Soñemos, alma, soñemos»,

solicitado para abrir el número primero de la revista Alma Española (8-XI-

1903). Aquí vuelve a presentar su programa recomendando el europeísmo,

la instrucción y el trabajo, bases en las que coincide con Joaquín Costa.

Pero conviene advertir que ya anteriormente Galdós había participado de

tesis reformistas posiblemente debido a su concordancia con Giner de los

Ríos y los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, tal como puede

apreciarse en algunas de las cartas publicadas en La Prensa, en las que se

anticipó en el tratamiento de temas sobre los problemas españoles y la

forma de vida de otros pueblos europeos.11 Su proyecto, si bien coincidente

en parte con el de Costa, no contemplaba la revolución hecha desde

arriba ni a un “cirujano de hierro”. Galdós era, por temperamento y criterios,

hombre conciliador y enemigo de radicalismos. Sin embargo, intuyó

que vendría desde abajo ya que, a su juicio, los poderes públicos no podrían

vivir sin pactar en el futuro con el socialismo,12 vaticinando como

diremos, un mayor protagonismo de la clase trabajadora en la sociedad

española. A finales del siglo y principios del actual, se advierte en él una

mutación ideológica respecto a los republicanos y socialistas, a los que

había rechazado en sus artículos en la Revista de España, en 1871 y 1872,

según ha estudiado Demetrio Estébanez Calderón.13 Sólo perduró su rechazo

respecto a los carlistas y neocatólicos. El ideario político de Galdós

va a cambiar, pues, de opinión en cuanto a los movimientos y partidos

obreros. Según propia confesión, desde 1880 venía siendo ya republicano,

14 pero no parece que fuera así si se revisan sus colaboraciones en La

Prensa, cuando todavía le dedica a Ruiz Zorrilla, el 15 de diciembre de

1888, un comentario desdeñoso, que luego modificó, siendo republicano,

en Amadeo I (1910). Un talante conservador y cauteloso se advierte también

al escribir sobre el Primero de mayo en Política Española (15-IV-1890)

y en La Prensa (15-VI-90) “La cuestión social y las huelgas de mayo”. Las

primera muestras de cambio son más tardías. Así, en 1893 tenía en su

biblioteca de Santander Le socialisme contemporain de Emile de Laveleye

(Bruselas, 1881) y en el verano de 1903 durante su estancia en Pamplona

la prensa recogió la noticia de que varias comisiones del partido republicano

fueron a saludarle.

El problema campesino y rural no aparece en el programa de Galdós. Su

mundo, como dijo Unamuno, “es la epopeya de la clase media urbana, no

aldeana ni obrera, que se deja adormecer en la costumbre de nuestra

España”.15 Esto le diferencia también de Costa, preocupado por la política

hidráulica y los problemas de la agricultura española, aunque en El caballero

encantado (1909), ya comprometido políticamente, el novelista toca

el tema de los terratenientes y la explotación del trabajo campesino, obra

de un profundo contenido regeneracionista. Quizá siguiendo el consejo

de Costa quiso llevar al teatro y a la novela los temas sociales al estilo de

969

Heinrich von Sybel (1817-1895). En lo que sí coincidieron ambos fue en

su religiosidad y anticlericalismo.

Junto a tales muestras, Galdós adopta, como vemos, un cambio de

mentalidad social y político y se encuentra, a la vez, con una renovación

de las tendencias literarias por parte de las promociones más jóvenes, que

lo respetan y consideran como un maestro. Debido a su producción anterior

y a su nueva faceta de autor dramático, el novelista canario se mantiene

con un prestigio que no conservan otros escritores de su generación. El

éxito de Electra y las manifestaciones anticlericales que siguieron a su

estreno, aunque significaron el reconocimiento intelectual de su obra, le

convirtieron, sin desearlo, en un enemigo de la Iglesia española. En el

prólogo de Alma y vida (abril de 1902) recordaría las campañas contra

este drama que ocuparon las páginas de los Boletines Eclesiásticos de las

diócesis del país. A ellas se unieron también revistas religiosas, como Razón

y Fe, regida por los jesuitas. Así, en 1902, J.M. Aicardo recoge en la

sección de “Crónica literaria” una opinión desfavorable sobre Alma y Vida,

y lo mismo hace ese año Ramón Ruiz Amado al referirse a Doña Perfecta (t.

II, 1902, pp.323-336). En julio de 1910, participó en la manifestación

anticlerical de Madrid y en octubre en el Primer Congreso de

Librepensadores españoles.

En una carta dirigida al director de El Liberal, Alfredo Vicenti, declara

Galdós brevemente sus postulados patrióticos dentro de un programa republicano

en el que solicita que se restablezcan “los sublimes conceptos

de Fe nacional, Amor patrio y Conciencia pública” y explica, además, las

motivaciones de ese cambio político:

A los que me preguntan la razón de haberme acogido al ideal

republicano, les doy esta sincera contestación: tiempo hacía que

mis sentimientos monárquicos estaban amortiguados; se extinguieron

absolutamente cuando la ley de Asociaciones planteó

en pobres términos el capital problema español; cuando vimos

claramente que el régimen se obstinaba en fundamentar su existencia

en la petrificación teocrática. Después de esto, que implicaba

la cesión parcial de la soberanía, no quedaba ya ninguna

esperanza. ¡Adiós ensueños de regeneración, adiós anhelos de

laicismo y cultura! El término de aquella controversia sobre la

ley Dávila fue condenarnos a vivir adormecidos en el regazo

frailuno, fue añadir a las innumerables tiranías que padecemos

el aterrador caciquismo eclesiástico.16

Como podemos apreciar, ahora es más preciso en cuanto a los motivos

de su cambio ideológico. Aparte de ello hay mucho de justificación y también

de reformismo en esta carta de declaración política de Galdós. Para

conocer tal evolución se precisa analizar sus escritos y discursos en las

diferentes intervenciones políticas leídas en los mítines como diputado y

970

miembro de la coalición republicano-socialista. En ellos aparece un Galdós

cuyo ideario se basa en robustecer el patriotismo y las aspiraciones democráticas,

así como en conectar, como él dice, las tres ruedas de la actividad

humana -arte, capital y trabajo-, y oponerse a las oligarquías, al capitalismo

improductivo y al clericalismo. “Mi patriotismo -dice en 1909- es

de puro manantial de roca, intenso, desinteresado, y con él no se mezcla

ningún móvil de ambición”.17 Este año, en que se desencadenó la Semana

Trágica de Barcelona, fue, posiblemente, el más conflictivo. El manifiesto

de los diputados republicanos, encabezado por él y dirigido ese verano a

la nación, ante el que llama “presente desastre nacional”, supuso un fuerte

radicalismo. En él se solicitaba el urgente cambio de régimen y representaba

un frontal ataque a la política de Maura y a “las calamidades de

estos tiempos, los más azarosos que he visto en cuarenta años, o más, de

presenciar la corriente viva de la historia”.18 El Ministro de la Gobernación

prohibió su circulación.

A partir del establecimiento de la coalición republicano-socialista tiene

lugar su mayor actividad política, que se extiende a años posteriores, en

colaboración con Pablo Iglesias, con el que, incluso, se entrevistó varias

veces en su casa “San Quintín” de Santander, en agosto de 1911. Allí se

celebró, en septiembre, la reunión plenaria del Comité Nacional Ejecutivo

de la Conjunción de ambos partidos, ante la situación grave del país. Tanto

entonces como durante las huelgas de obreros y las detenciones que

tuvieron lugar este mes en Vizcaya, adonde acudió Iglesias, la prensa destacaba

la vigilancia policial a que estuvo sometida la casa de Galdós en

Santander.19

Al año siguiente, se advierte ya un estado de ánimo pesimista en el

escritor al comprobar la falta de criterios comunes entre radicales y

reformistas. Sin el fortalecimiento del republicanismo no esperaba que se

produjera la tan deseada renovación del país. A su juicio, España estaba

entonces muerta y por ello traslada su esperanza a los países latinoamericanos.

20 En abril se celebró en el pabellón de Bellas Artes del Retiro un

banquete de homenaje a Melquíades Álvarez, en el que se leyó una carta

del novelista, donde dijo que los republicanos debían organizarse y disciplinarse

agrupándose en derecha e izquierda. Fue entonces donde mostró

su posición cuando afirmó: “Los que vamos por la derecha debemos dar

la mano a los de izquierda, guardando la mejor armonía entre los dos

lados de este sendero que hoy nos abren las voluntades de los españoles

de nuestro campo y de los fronterizos”.21 Al hablar el homenajeado mencionó

en su discurso sus postulados políticos muy de acuerdo, por cierto,

con los de Galdós: matrimonio civil, secularización de los cementerios,

libertad de cultos, escuela neutra, afirmación de la cultura y fortalecimiento

del país. Por el verano pudo presidir el escritor canario el mitin reformista

en Santander, en el que su secretario, Pablo Nougués, leyó unas cuartillas

en las que señalaba: “No es, ni puede ser motivo de discordia, la

propaganda y acrecentamiento del partido reformista, que nació y vive en

971

el seno de la feliz Alianza republicana-socialista”.22 Sin embargo, la creación

de dicho partido por Melquíades Álvarez significó, si no la ruptura del

republicanismo, sí el nacimiento de la opción moderada, que Galdós miró

con simpatía. En 1913, el Comité Ejecutivo de la Conjunción decidió que

tal grupo no podía estar integrado en ella. Entonces, don Benito abandonó

en junio la Conjunción sin dejar, por ello, de admirar la figura política de

Pablo Iglesias. En octubre, se adhirió con una carta al homenaje, en el

Palace Hotel de Madrid, al jefe de los reformistas, en la que anunció su

persistencia en el quehacer literario, su simpatía ferviente al tribuno de

dicho partido y su apoyo “a la brava conquista de la realidad democrática,

efectuando una colaboración puramente ideal, sin acompañaros -dijo- en

la gestión directa de los asuntos públicos”.23 Era, en cierto modo, su retirada

política. Sin embargo, no lo fue definitiva, ya que su afán patriótico le

llevó a aceptar presentarse a diputado por su ciudad natal de Las Palmas,

en mayo de 1914, cuando tenía 71 años.

En otro aspecto, el escritor se comportó como un precursor de los

noventayochistas. Coincide con ellos en la crítica a la Restauración, al

caciquismo y en el amor al paisaje e interés por los pueblos castellanos,

pero rechaza el pesimismo y se muestra confiado en los valores del pueblo

español. Colabora con las jóvenes promociones en la mayoría de las

nuevas y efímeras revistas innovadoras que se crean al fin y principio del

siglo, como Vida Nueva, Alma Española, Revista Nueva, España Nueva o

La República de las Letras, publicaciones todas de inquietud intelectual,

de búsqueda de cambios políticos y culturales y de formación de una conciencia

patriótica nacional. Sin embargo, como dijo Luis Morote, los del 98

no hicieron nada por evitar la guerra de Cuba, si bien es cierto que, como

opinó después Pío Baroja, poco podían solucionar.24 A su modo y en diferente

grado fueron la mayoría de ellos regeneracionistas. Azorín consideró

a Galdós, igual que a Pereda, como uno de los ilustradores literarios en el

tratamiento del paisaje:

Galdós ha pintado España; pero ha escrito entre sus páginas,

quizás con más amor que ningunas las dedicadas a Castilla.

Galdós es un pintor de interiores y de figuras. Sería interesante

examinar en qué grado el amor a Castilla... a las viejas ciudades,

a los pueblos, al paisaje suscitado por la generación de 1898, ha

influido en el Maestro. Si Galdós ha influido sobre estos aludidos

escritores, estos escritores han ejercido, a su vez influencia sobre

Galdós.25

Ya en 1866 había escrito don Benito su libro de viaje Cuarenta leguas

por Cantabria y había sido en sus novelas un verdadero maestro en la

descripción de los barrios urbanos, sobre todo de Madrid y Toledo, pero

cuando quiso manifestar su conocimiento de los pueblos castellanos supo

hacerlo con la misma maestría que los jóvenes cultivadores del paisaje. El

cuidado prólogo, por ejemplo, a Vieja España (Impresión de Castilla) (1907),

972

de José María Salaverría, no desdice de las mejores muestras de los

noventayochistas. Pío Baroja dice refiriéndose a él que sintió un gran interés

por los pueblos castellanos (Op.cit., p.221). Esas páginas, que en algunos

momentos recuerdan una técnica cinematográfica, muestran que no

le era ajena esa especialidad narrativa.26 En los primeros años de este

siglo visitó Tordesillas, Villalar, Olmedo, Osma, Madrigal de las Altas Torres,

Quintanar de la Orden y El Toboso.

Unamuno, otro de los miembros de la Generación, a pesar de que tras

la muerte del escritor canario no le trató justamente en la velada necrológica

celebrada en noviembre de 1920 en el Ateneo de Salamanca, anteriormente

en sus cartas a Pedro de Múgica27 se había referido al “gran Galdós”

como “nuestro primer novelista y uno de los buenos de Europa”, señalando

como lo mejor “su lengua viva” recogida del pueblo, aún con sus incorrecciones.

Es conocida la influencia que tuvo en la obra de don Miguel,

quien le invitó en 1905 a unirse a un plan de acción colectiva de signo

radical posibilista mejor que a una revolución.28 Fue Unamuno combativo

y directo en su regeneracionismo que llevó tanto al campo del pensamiento

como de la política y de la religión. Su artículo «La vida es sueño. Reflexiones

sobre la regeneración de España» constituye uno de los escritos

más rotundos sobre los resultados del Desastre y la muerte de muchos

españoles. En otro, «De regeneración: en lo justo», combate, igual que

Galdós, el desdén y pesimismo imperantes y la que llama “hipocondría

colectiva”. Así recomienda:

El deber de los intelectuales y de la clase directora estriba ahora,

más que en el empeño de modelar al pueblo bajo éste o el otro

plan, casi siempre jacobino, es estudiarle por dentro, tratando

de descubrir las raíces de su espíritu. Si es que acaso ha sido

una torpeza nuestro empeño en retener colonias cuando está la

mayor parte de España por colonizar, no es menos torpeza la de

anteponer el estudio de cómo han llegado otros pueblos a su

actual grandeza aparente, al estudio de cómo vive, siente, trabaja,

sufre, espera y ora nuestro propio pueblo.29

Respecto a Ramiro de Maetzu, fue el más unido con su familia a Galdós,

con un aprecio mutuo. Igualmente, fue el mejor informado del desarrollo

de la guerra y sus consecuencias. De 1891 a 1894 había vivido en Cuba y

visitado Nueva York y más tarde Londres, por lo que conocía las posibilidades

y la potencia de la joven nación y la política del mundo anglosajón. La

contienda le sorprendió, de abril a agosto de 1898, estando de soldado en

Mallorca y publicó, más tarde, un artículo en el diario España de Madrid

(23-II-1904) criticando la ridícula defensa de la isla cuando temían una

invasión yanqui. Terminada la guerra, publicó en 1899 Hacia otra España.

Sus artículos abogan por las iniciativas económicas y culturales, con claros

ribetes regeneracionistas en algunos de ellos.30 En cambio, Pío Baroja

no correspondió en sus Memorias, a la simpatía que le profesó don Benito,

973

al que criticó su vida amorosa apoyándose en las declaraciones de

Bonafoux, y tampoco intuyó la importancia posterior de su obra, debido,

en parte, a ser dos hombres de muy diferente talante y carácter.

Galdós continuó durante el siglo actual con su trayectoria de completar

los Episodios Nacionales y de cultivar el teatro. También en esto fue un

precursor de nuevas tendencias cuando en 1899 preconizaba que fuera

libre, sin trabas, “pensado y escrito con amplitud”, que solo se daba, a su

juicio, en el teatro leído.31 Con esta actividad literaria pretendía reformar

el país sabiendo la gran influencia que tenía en la mentalidad del público.

Unamuno diría que hizo propaganda política con su teatro y Costa le sugirió

que llevara a él los temas y soluciones de los problemas del país. Así, la

fusión de las diferentes clases, a veces con uniones muy extremas, se

advierten en La loca de la casa (1893) y en La de San Quintín (1894),

como ejemplos de las inquietudes de Galdós en ese momento. En Alma y

Vida (1902) recoge la ideas regeneracionistas de la época. De un modo

simbólico alude a un deseo de modificar España basado en el reparto de

las tierras, como hace Laura. En cambio, Monegro representa la mala administración

en manos de caciques inmorales, y el protagonista, Juan Pablo,

encarna la España viva y del progreso. Pero Galdós no ve posible, de

momento, ningún cambio, si bien vaticina en el futuro mutaciones sociales

profundas. Así, le dice Juan Pablo a Monegro: “No llaméis al rayo, que

ya vendrá... y no temáis a los del cielo; temed a los de la tierra, a los que

forja el hombre, cansado de la esclavitud, de la miseria, de tanta y tanta

iniquidad” (p.578). En Mariucha (1903) se realiza a través del trabajo y el

matrimonio de la protagonista, hija de los marqueses de Alto-Rey, que,

arruinada, busca el trabajo como fuente regeneradora, y se casa con un

señorito calavera, Antonio Sanfelices, convertido en carbonero. Mayor repercusión

política y social tuvo la representación de Casandra (1910), estrenada

en Barcelona, en la que Galdós reivindica también el trabajo. Ismael

se referirá en la obra al Dios que invocan los pobres en los hospitales, en

las buhardillas, en las cárceles. Paradójico resulta el caso en Celia en los

infiernos (1913) al transformar su vida y convertirse en dueña y patrona

ideal de los obreros. Esta clase de teatro, que pretendía instruir, fue acogida

por la burguesía con escepticismo, como utópico y, a la vez, revolucionario

para su tiempo. Como dijo el Dr. Enrique Diego Madrazo, en el Ateneo

de Madrid, al referirse a La de San Quintín, “la manera de que se vale

el autor para confundir en una sola clase social la aristocracia de la sangre

y el pueblo, es una piadosa ilusión”.32

En la última serie de los Episodios, Galdós introduce, igualmente, el

problema social y persiste en sus ideas sobre la educación del pueblo, los

manejos de los políticos y caciques, el poder de la Iglesia y del clero,

preferentemente de los jesuitas, etc. Es, sobre todo, en Amadeo I donde

manifiesta, a través del protagonista, su concordancia con el programa

político de Ruiz Zorrilla que propugnaba la libertad de cultos, enseñanza

laica, supresión de los títulos nobiliarios y de la pena de muerte, igualdad

974

social, autonomía provincial y municipal, etc. (O.C., t.III de Episodios Nacionales,

1951, p.1018). Sus palabras son ahora de admiración hacia el

político republicano: “Ruiz Zorrilla, el más valiente y entero de los hombres

de la revolución, popular cual ninguno por mirar de frente a los intereses

del pueblo, voluntad firme, corazón que ardía en el amor romántico

de una España redimida”. En este Episodio se muestra patente su

anticlericalismo en numerosos pasajes, como en el discurso irónico de

Tito en Durango y las alusiones a Pío IX y al que llama plan del Estado

Pontificio de España (Op.cit., pp.1040-1042). Brevemente menciona aquí

la cuestión de Cuba al tratar el problema de la integridad del territorio y la

abnegación y patriotismo de los voluntarios en aquella guerra, en la que,

por cierto, los socialistas protestaron por la desigualdad entre pobres y

ricos en el servicio militar. La misma tónica va a persistir en los siguientes

Episodios en los que muestra su animadversión al carlismo y a la Iglesia

española. Como ha escrito Yolanda Arencibia,33 Galdós proyecta su pensamiento

histórico en las primeras series, en las que deja patente su postura

antibelicista, sobre todo cuando es una guerra fratricida, postura que llevó

también, como hemos visto, a sus discursos políticos en contra de la guerra

de Marruecos.

Galdós, puede ser considerado, pues, un regeneracionista, cuyo ideario

perseguía un programa basado en la transformación del país hacia

modelos europeos, patente en su obra literaria y en los artículos y discursos

políticos en los que recomendó seguir la senda del trabajo y la cultura.

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NOTAS

1 Entre las publicaciones ilustradas con noticias de la guerra hispano-cubano-americana,

con la información del momento, pueden verse La Ilustración Española y Americana y

Nuevo Mundo, ambas de 1898. Desde el punto de vista técnico y militar son de interés

los estudios de GÓMEZ NUÑEZ, S., sobre La guerra Hispano-americana. Barcos, cañones

y fusiles, Madrid, 1899 y La guerra Hispano-Americana. El bloqueo y la defensa de

las costas, Madrid, 1899.

2 El Cantábrico, Santander del 11 al 16 de octubre de 1898.

3 CERVERA, P., Colección de documentos referentes a la Escuadra de operaciones de las

Antillas, en Guerra Hispano-Americana, 4ª edic., Madrid, 1904.

4 GONZÁLEZ ECHEGARAY, R., Por más valer, Cámara de Comercio, Industria y Navegación,

Santander, 1972.

5 Conferencias dadas en el Ateneo de Madrid, Madrid, s.a., p.266.

6 La Ilustración Artística, nº 903, del 17 abril de 1899.

7 Menéndez Pelayo, Colec. Austral, Buenos Aires, 1952, nº 1077, pp.25-26.

8 FERNÁNDEZ-CORDERO Y AZORÍN, C., La sociedad española del siglo XIX en la obra

literaria de D. José María de Pereda, Diputación Provincial, Santander, 1970, p.46.

9 La Ilustración Española y Americana, Madrid, 15 de agosto de 1898, nº 30, pp.87-90.

10 Discurso en el banquete de la colonia canaria. El Cantábrico, 12 de diciembre de 1900.

11 Ver en el diario La Prensa de Buenos Aires el tratamiento de temas sobre la ciencia

española (5-V-1885), el problema de la lucha española en Filipinas (2-IV-87 y 4-V-87),

la escuadra española (1-VII-88 y 18-X-90), sus impresiones de los viajes por Inglaterra

(15-XII-89 y 3-IV-90), los sucesos graves de América (18-X-90), los últimos descubrimientos

médicos de microbiología (11-I-91), el caciquismo (25-II-91), el problema marroquí

(13-XII-93 y 9-XII-93), etc.

12 MENÉNDEZ ONRUBIA, C. y ÁVILA ARELLANO, J., «Teatro Español, Siete meses de lucha

por el arte, Homenaje a los clásicos, En torno a un texto desconocido de Benito Pérez

Galdós», en Revista de Literatura, Madrid, enero-junio de 1988, t. I, nº 99, pp.203-204.

13 ESTÉBANEZ CALDERÓN, D., «Evolución política de Galdós y su repercusión en la obra

literaria», en Anales Galdosianos, 1982, pp.7-23. Ver también de MADARIAGA, B.,

«Amadeo I, un Episodio de ruptura», en Actas del Tercer Congreso Internacional de

Estudios Galdosianos, Edic. del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1989, II, pp.371-380.

14 ANTÓN DEL OLMET, L. y GARCÍA CARRAFFA, A., Los grandes españoles. Galdós, Madrid,

1912, p.101.

15 UNAMUNO, M., Discurso en el Ateneo de Salamanca, en El Adelanto, nº 10.956,

Salamanca, 1920, en Obras Completas, t. III, pp.365-367.

16 «Galdós republicano», en El Cantábrico, 7 de abril de 1907.

17 «Al pueblo español», en El Cantábrico, 8 de octubre de 1909. Reproducido por

MADARIAGA, B., en Pérez Galdós. Biografía santanderina, Institución Cultural de

Cantabria, Santander, 1979, p.326.

18 Ibídem, pp.223-224.

19 Ibídem, p.233. Ver El Cantábrico, 22 de septiembre de 1911.

20 BLANQUAT, J., «Documentos galdosianos: 1912», en Anales Galdosianos, 1968,

pp.143-150.

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21 «Política republicana. El banquete de Melquíades Álvarez», en El Cantábrico, 8 de abril

de 1912.

22 MADARIAGA, B., Pérez Galdós, biografía santanderina, op.cit., p.239.

23 El Liberal, 23 de octubre de 1913.

24 Citado por BAROJA, P., Desde la última vuelta del camino, en Memorias, Biblioteca

Nueva, Madrid, 1944, p.10.

25 El paisaje de España visto por los españoles, Espasa-Calpe, Col. Austral, Madrid, 1942,

p.56.

26 MADARIAGA, B., «El cine en Pérez Galdós», en Historias de Cantabria, 1992, nº 4,

pp.40-56.

27 UNAMUNO, M., Cartas inéditas de Miguel de Unamuno, Rodas, Madrid, 1972,

pp.180, 185, 194.

28 DE LA NUEZ, S. y SCHRAIBMAN, J., Cartas del Archivo de Galdós, Taurus, Madrid, 1967,

p.61.

29 DÍAZ, E., Selección de textos y estudio preliminar sobre el pensamiento político de

Unamuno, en Unamuno. Pensamiento político, Tecnos, Madrid, 1965, p.170.

30 GAMALLO FIERROS, D., «Menéndez Pidal en el año 1898», en José Cornide, 1968, nº 4,

pp.106-107 y MAETZU, R., Artículos desconocidos 1897-1904, edic. de E. Inman Fox,

Edit. Castalia, Madrid, 1977, pp.63-64.

31 Revista Nueva, n º 14, 1899, p.638.

32 MADRAZO, E. D., op.cit., p.278.

33 ARENCIBIA, Y., «La guerra y la Patria en el pensamiento de Galdós», en Bol. Millares

Carlo, 1987, vol. V, nos 9-10, pp.195-205.