REGENERACIÓN Y CONCILIACIÓN DE CLASES

EN EL HOMBRE NUEVO GALDOSIANO

Félix J. Ríos

¿Y qué es Galdós sino el más robusto y hermoso conato, ademán

titánico, hacia la tolerancia, en la España del siglo XIX, como

Cervantes lo fue en el siglo XVII? El día que las almas tiernas de

los jóvenes sean sometidas a la inmersión en la obra galdosiana,

como se hace con la lana dentro de la púrpura, España cambiará

de fisonomía...

RAMÓN PÉREZ DE AYALA

Hace exactamente cien años,1 Galdós advertía en su sociedad unos fenómenos

inquietantes que se asemejan a los que podemos observar hoy

en la nuestra:

Examinando las condiciones del medio social en el que vivimos

como generador de la obra literaria, lo primero que se advierte

en la muchedumbre a que pertenecemos, es la relajación de

todo principio de unidad. Las grandes y potentes energías de

cohesión social no son ya lo que fueron; ni es fácil prever qué

fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y el gobierno de

la familia humana. (Pérez Galdós, 1897b, pp.176-177)

Hasta llegar a estas reflexiones, Galdós ha recorrido un largo camino de

incomprensiones y críticas acerbas ante su enérgica defensa de las clases

populares; primero al respaldar a la burguesía frente a la aristocracia y

después, entre otras causas, tras la decepción provocada por el fracaso de

la Restauración, al apoyar al proletariado frente a una clase media que se

limita a repetir los esquemas del Antiguo Régimen para mantener los privilegios

conseguidos. En este largo recorrido, las ideas liberales y krausistas

jugarán un papel determinante en la construcción de su pensamiento ideológico

y social.

Sanz del Río, después de su fructífera estancia en Alemania, adapta la

obra de Krause a la situación española y publica en 1860 una refundición

práctica de El ideal de la Humanidad. En 1865 esta obra es incluida en el

Índice de libros prohibidos y en 1867 el autor es destituido de su cátedra

por heterodoxo (plaza que recupera tras la revolución del 68).

4.3-10

978

La finalidad moral del krausismo atrajo a hombres dispuestos a una

regeneración tanto espiritual como social de España. Las condiciones políticas

y culturales del país, su atraso endémico, explicarían el auge de las

ideas de Krause frente a otros filósofos de mayor calado. El sesgo religioso

de su pensamiento, que parecía tan adecuado al mundo católico español,

no impidió el ataque de la ortodoxia nacional. El problema que encontraba

el orden social establecido, responsable de los códigos de comportamiento

de la sociedad de la época, era que los krausistas unían religión y

razón, algo inusitado en estos lares, acercándose a la llamada religión

natural o cristianismo racional.2

Por otro lado, la sociedad debería alcanzar un estado orgánico y armónico

en el cual el individuo aparecería integrado en un grupo cohesionado

gracias a un fondo común de ideas, emociones y tendencias en constante

evolución. La sociedad así concebida, decían los krausistas, se convertirá

en un cuerpo vivo conformado por seres humanos que desempeñan un

papel determinante en ese equilibrio armónico al que debe tender la especie.

El individuo humano se contiene todo en la humanidad, como

parte y órgano esencial de ella; una misma naturaleza vive y

quiere ser realizada históricamente en cada individuo, familia,

pueblo, y pueblo de pueblos. Por tanto, debe también una institución

análoga atender a la educación armónica total y relativa

del inviduo y de la humanidad. (Sanz del Río, 1860, p.79)

Teresa Toscano ha estudiado el vocabulario político y social de Sanz del

Río. Las relaciones lengua-sociedad las aborda desde un punto de vista

lingüístico, estudiando el léxico de una sociedad para encontrar en él una

serie de palabras que adquieren un relieve especial en una época determinada,

a las que llama palabras-clave o palabras-testigo: Sólo hay, pues,

una palabra-clave para una época histórica, y ésta debe resumir el ideal de

toda la sociedad. Palabra-testigo, por el contrario, puede haber más de

una. (Toscano, 1993, p.70)

Las teorías críticas (sociocríticas) se enfrentan al problema de las relaciones

entre lengua y sociedad de otra forma.3 No estamos hablando de

teorías sociológicas de la literatura. La sociocrítica se centra en el texto

literario enmarcado en su contexto social, histórico e institucional. En el

texto está presente, junto al material lingüístico, la producción, la estructura

y el funcionamiento del objeto estético, determinado por las prácticas

de significación ligadas a la institución literaria que las canoniza en cada

época o estadio cultural. El análisis no se detiene en el punto de vista

lingüístico sino que trata de integrar otros aspectos que son más difíciles

de analizar desde el plano formal-estructural. En este sentido, volviendo a

las palabras-clave, de lo que se trataría es de estudiar algunos conceptos

que se convierten en paradigmas ideológicos que el sistema imperante

979

hace suyos y usa a su conveniencia, despojándolos de todo contenido

práctico e impidiendo la realización de un proyecto político progresista de

veras. El sistema de valores o ideologemas que proyectan los textos es

muy significativo. El krausismo va a redefinir y reacentuar algunos semas

al privilegiar los aspectos utópicos que la ortodoxia condenaba. Veamos

algunos ejemplos de esta cuestión.

El significado de progreso se había degradado y se limitaba a

englobar aquellas ideas que aspiraban al perfeccionamiento de

las instituciones políticas, un deseo compartido por toda la sociedad;

de hecho, los representantes del tradicionalismo fueron,

probablemente, los que más usaron esta palabra en las Cortes.

(Battaner, 1977, p.110)

Para los krausistas, el progreso se resume en una propuesta ideal:

si queremos ver progresar de verdad al ser humano, la Humanidad

debe encaminarse hacia la perfectibilidad moral y social del

hombre en relación armónica con sus semejantes. (López Morilla,

1980, p.80)

La Humanidad es la sociedad suprema e interiormente armónica de todos

sus pueblos, sus familias, sus individuos (Sanz del Río, 1860, p.12).

Es un cuerpo social que ya ha vivido su infancia y su juventud y que

alcanzará la madurez cuando lleve a cabo un programa de vida

armónicamente organizada en un todo orgánico donde alcance su plenitud

el hombre entendido como ser social (sociabilidad frente a individualidad).

El hombre debe atender el dictado de su razón, como ya avanzábamos

al hablar del aspecto religioso de la filosofía krausista, razón que alumbra

y rige igualmente a todos los seres humanos y a cada uno. Guiado por ella,

el hombre debe escuchar, también, la voz de su corazón. El amor, en su

sentido filantrópico, forma parte de este proyecto porque la persona que

ama es un ser superior y ese amor debe estar abierto a todos los semejantes

(Para Toscano, estas alusiones de Sanz del Río son imágenes, figuras,

tópicos retóricos).

La renovación de la sociedad encuentra su arma más eficaz en la educación,

gracias a la voluntad individual, ya que el ser humano debe conocer

en la ciencia a Dios y el mundo; debe, en el claro conocimiento de su

destino educarse a sí mismo. (Sanz del Río, 1860, p.3)

La sociedad total hacia la que se debe ir será tan científica como política

o religiosa porque todas estas facetas se ocupan de la realización de la

humanidad. La armonía física y espiritual se alcanza a través del conocimiento.

La sociedad no se salvará gracias a un acto de gracia de la divinidad

sino a través de la libre disposición del ser humano, de la voluntad

980

individual injertada en el cuerpo social de manera armónica y racional. Se

trata de una reconstrucción y regeneración ética y moral. Pero la moral

colectiva es una simple extensión de la moral individual. Humanizar sería,

en definitiva, educar. Hay que hacer hombres. Después del fracaso de la

revolución del 68, el mundo mejor no vendrá gracias al golpe revolucionario

sino a través del perfeccionamiento gradual del individuo por medio de

la educación y el ejemplo, los preceptos de la moral racional y el buen

sentido. La educación de la mujer -centrada en dos virtudes principales: la

inteligencia y la sensatez- se equipara a la del hombre (López-Morillas,

1969). La cultura es un bien que debe estar al alcance de todos los seres

humanos sin distinción de género.

Todos estos elementos conforman un discurso social con el que se va a

identificar la mayor parte del pensamiento progresista español del siglo

XIX. Esta configuración ideológica de lo que se dice y se escribe en un

estado de sociedad (Malcuzynski, 1991, p.22) está regulada mediante unas

convenciones establecidas que, en el caso que nos ocupa, pueden

resumirse y explicarse mediante una imagen muy utilizada, retorizada ya

en la época que estamos analizando: la imagen del hombre nuevo. Esta

figura ha estado presente en todos los proyectos utópicos del ser humano

pero no es ahora el momento de hacer un recorrido intertextual para determinar

las transformaciones semióticas que ha sufrido el concepto a

través de la historia.

Nos vamos a detener en el problema krausista gracias al discurso de

uno de sus promotores más preclaros, don Francisco Giner de los Ríos. En

1870, el padre de la Institución Libre de Enseñanza escribe un artículo

demoledor, titulado «La juventud y el movimento social», en el que expresa

su frustración ante los exiguos frutos que ha cosechado la revolución

septembrina del 68. La España del progreso se lanzó a la renovación total,

al cambio de las estructuras políticas,

y los hombres nuevos, surgiendo al cabo de la honrada penumbra

de su ostracismo y viniendo a la clara luz del día en medio de

este radiante cortejo, borraron por el pronto hasta la dolorosa

memoria de los que parecían haberse llevado consigo y para

siempre el germen de todas las corrupciones que antes envenenaban

la sociedad y el Estado. (Giner de los Ríos, 1870, p.103)

Pero, ¿qué hizo ese hombre nuevo, qué hizo esa juventud con la herencia

revolucionaria recibida? Desnaturalizarla volviendo a los antiguos procedimientos.

Giner considera que este paso atrás se explica por la falta de

principios claros y definidos de las nuevas clases dirigentes y por la incultura

del espíritu patrio. La esperanza está en la nueva generación, en la

nueva juventud enérgica que debe sacudir el orden social establecido (y

restablecido) que está a punto de caer por inoperante. Porque es evidente,

sigue diciéndonos el gran educador institucionista, que la sociedad esen981

cialmente sincrética que apareció en el Renacimiento se acerca ya a su

término. Para los intelectuales de la época se trataba, pues, no sólo de la

crisis de un régimen sino el desmantelamiento de todo el sistema social

(el ocaso de toda una civilización, dice Giner). A los jóvenes les corresponde

asistir a la aparición del nuevo ideal y responder a su misión.

Pérez Galdós es uno de esos jóvenes que ese mismo año de 1870 se

atreve a mandar a la imprenta su primera novela, bajo el disfraz de la

narrativa histórica, pero que en realidad expresa sus preocupaciones

potíticas ante el momento que vive el país, preocupaciones muy cercanas

a las que exponía Giner en el artículo citado. En el esclarecedor Preámbulo,

el novelista habla de una gran época de reorganización social que comenzó

a principios de siglo y que no parece haber terminado todavía. Esta

gran época se caracteriza por sufrir crisis periódicas; una de ellas (la de

1820-1823) es la novelizada, otra (la del 68) es la que vive en el momento

en que escribe esas líneas y algunas más serán las vividas por el entonces

joven Galdós antes de su llorada muerte bien entrado nuestro siglo. Vista

desde esta perspectiva, la reflexión del narrador externo que citamos a

continuación se podría encontrar en cualquier obra galdosiana:

Una sociedad decrépita, pero conservando aún esa tenacidad

incontrastable que distingue a algunos viejos, sostenía encarnizada

guerra con una sociedad lozana y vigorosa llamada a la

posesión del porvenir. En este libro asistiremos a algunos de sus

encuentros. (Pérez Galdós, 1870, p.16)

La imagen del hombre nuevo aparecerá desde un primer momento en

la obra del canario, aunque sin la elaboración de su época de madurez.

Lázaro, el héroe de La Fontana de Oro, tiene algo del hombre moderno en

busca de un futuro mejor. Es símbolo del fervor liberal, sí, pero pertenece,

a la vez, a una estirpe de hombres educados, inteligentes, de moral religiosa

(Lida, 1967, p.2). Este militar romántico y liberal es la primera construcción

heroica galdosiana. Pero desde el principio, el narrador establece un

distanciamiento irónico con el personaje, como se aprecia en la escena en

que acompaña al viejo Elías a su casa. Mediante un largo y engolado parlamento

en el que refleja su pensamiento progresista, Lázaro se retrata y,

simultáneamente, se avisa al receptor del sentido irónico de tal reconstrucción

lingüística. Veamos el fragmento final del prolijo discurso y el

comentario del narrador.

Hay que tener perseverancia y fe, esperar a que la Libertad dé

sus frutos y no condenarla desde el primer día ¿No sería loco el

que plantando un árbol lo arrancara desesperado al ver que no

echaba raíces, crecía y daba flores y frutos al primer día? Es

probable que el militar no empleara estos mismos términos; pero

es seguro que las ideas eran las mismas. (Pérez Galdós, 1870,

p.39)

982

El hombre nuevo galdosiano no sólo tiene preocupaciones políticas; de

hecho, son otros los problemas que sacuden su interior. Es, por encima de

todo, un hombre con conciencia moral. Como dice Gustavo Correa, el

culto a la conciencia es una característica presente en toda la obra

galdosiana y constituye el fondo en que se proyecta la dimensión moral de

los personajes. (Correa, 1967, p.250)

Estamos asistiendo en esta novela primeriza a la configuración discursiva

de un prototipo galdosiano, expresado de múltiples maneras a lo largo de

su obra.

Entre 1873 y 1887, Galdós inicia la publicación de los Episodios Nacionales

y culmina el cuarto tomo de Fortunata y Jacinta. Entramos, pues, en

los años de madurez creativa. Desde el punto de vista ideológico, el escritor

mantiene sus viejas convicciones liberales. Todavía deposita su confianza

en el progreso, en la cultura y en la ciencia y sigue viendo a la

aristocracia como el enemigo natural de la burguesía, savia nueva que

aportan los hombres del pueblo, capaces de consolidar la sociedad hispana

de forma armónica (Jutglar, 1970-1971, p.247). Durante la década del

70, Galdós se erige en defensor de las clases medias, ataca las tendecias

antiburguesas y declara su antipatía por los partidos de izquierda. Su acercamiento

a los obreros no debe entenderse ni extenderse al grupo social

(Goldman, 1969, p.77). Galdós está lejos de la lucha de clases. Sigue

pensando en una solución integradora, armoniosa y equilibrada. If stability

was for Galdós the prerequisite for progress, conciliation was its byword.

(Goldinan, 1969, p.82)

Pero la ideología galdosiana se transforma de modo paulatino porque

no ve en su sociedad los resultados esperados. Galdós escribirá desde la

óptica burguesa pero cada vez más en su contra. (Berkowitz, 1948, p.393;

Casalduero, 1970, p.153)

Ya en Marianela (1878) se observan las dudas del esritor que lo empujan

al radicalismo.4

Felipe tiene como modelo a Teodoro Golfín, un personaje que despierta

la simpatía de los lectores, pese a su vanidad. Pero es que su caso merece

ser conocido. Es un hombre que se ha hecho a sí mismo, el moderno

héroe burgués (Scanlon, 1989, pp.88-89) que triunfa en la nueva sociedad.

La trayectoria de este personaje es más el resultado novelesco de un

deseo idealizado del creador que una realidad en la España turbulenta del

XIX donde no abundan casos como el aquí relatado. La realidad política,

social y educativa de España es muy otra. Teodoro Golfín es uno de los

prototipos de ese hombre nuevo que Galdós aspira a representar a través

de muchos de los personajes de su ingente obra novelesca.

983

Golfín, José María Manso (El amigo Manso, 1882) y Agustín Caballero

(Tormento, 1884) han sido estudiados teniendo en cuenta su condición

de indianos: los tres hicieron las Américas, los tres se hicieron a sí mismos

en la tierra del hombre nuevo -el Nuevo Mundo. Pero uno de ellos, Manso,

tiene una consideración negativa: es egoísta, ocioso y busca el brillo social

a través de la práctica política que se basa en el poder económico más que

en la capacidad del individuo. (Quevedo, 1990)

A partir de 1887, año en el que culmina su impresionante Fortunata y

Jacinta, Galdós va presintiendo la llegada al país de una profunda crisis

ideológica ya que no existe cohesión ideológica en la burguesía triunfante.

La revolución de las clases medias no ha tenido lugar; por el contrario, los

grupos sociales que triunfan en el nuevo sistema económico van a adoptar

los modos y las formas de la aristocracia derrotada y caduca. (Tuñón de

Lara, 1989, p.540)

Galdós también va a ser consciente de las contradicciones que sufren

las ideas de Krause al ser confrontadas con la realidad española. En realidad,

el novelista nunca formó parte de la escuela krausista (Berkowitz,

1948, p.43; Lida, 1967, p.1) ni llegó a elaborar un modelo fijo o reiterado

del nuevo ser humano; a lo largo de los años de creación el patrón se

modifica, se revisa, se vuelve a contar, se resemantiza.

Aunque la educación será siempre un factor de progreso para las corrientes

democráticas y republicanas, el escritor canario no dejará de criticar

con su pluma aguda (v. gr. el caso que veíamos más arriba de El amigo

Manso) la tipología idealizada del krausismo (Tuñón de Lara, 1989, p.549).

En 1882, Galdós muestra ya (con el precedente en 1878 de La familia de

León Roch) que las ideas krausistas no son suficientes para cambiar el

país porque su moralismo ante el problema social se ha convertido en

idealismo. (López-Morillas, 1980, pp.69-70; Díaz, 1989, pp.59-60 y 219;

Cruz Leal, 1990, p.628)

Ahora bien, el novelista no cae en los extremismos sino que continúa

buscando una síntesis armónica, una forma de vida conciliadora que supere

el idealismo y el positivismo. The achievement of harmony in life,

that is, the survival of personal and collective humanity, therefore became

one of Galdós principal interests and served as the core of the novels,

particularly after 1885 and before 1898. (Goldman, 1975, p.10)

Se trata de conseguir un equilibrio histórico entre la persona y las relaciones

sociales mediante la humanización de las estructuras sociales y

económicas (Mora, 1981, pp.43-449). Galdós es consciente de que las

clases populares, por sí solas, no pueden asumir el poder. Necesitan educación

y conocimiento para no fracasar en su intento. La solución sigue

siendo la fusión armónica, sin odios ni violencia, de las clases sociales

(Faus, 1993, p.194). Esta idea se desarrolla en la mayor parte de las obras

984

de esta época. Un caso paradigmático es el que nos muestra en La de San

Quintín (1894). Víctor, un hombre del pueblo, se une a Rosario, duquesa,

representante de la aristocracia nobiliaria que agoniza. Sin embargo, su

futuro común (el amor siempre presente) tienen que buscarlo fuera de

España porque en el país se sigue castigando a todos los que se inclinan

por cultivar la disidencia y el pensamiento crítico. (Ríos, 1990)

Es evidente que la conciliación de clases no va a ser posible. En 1897,

el mismo año de su discurso de entrada en la R.A.E., publica Misericordia,

reflejo novelesco del fracaso de los objetivos regeneracionistas que la clase

media nunca hizo suyos. El hombre nuevo no aparece por ninguna

parte. Frasquito Ponte es el antihéroe, un cesante inútil que esconde su

miseria con un barniz de dignidad. En su personaje descubrimos la caricatura

de alguien que nunca pudo llegar a ser. Incluso en los datos de su

biografía.

Su decadencia no empezó a manifestarse de un modo notorio

hasta el 59; se defendió heróicamente hasta el 68, y al llegar

este año, marcado en la tabla de su destino con trazo muy negro,

desplomose el desdichado galán en los abismos de la miseria

para no levantarse más. (Pérez Galdós, 1897a, p.127)

Como dice Gustavo Correa, los personajes galdosianos irradian a su

alrededor una energía espiritual y psíquica mediante la que influyen sobre

la conducta y el destino de las demás personas (Correa, 1967, p.240). En

Misericordia también se produce esta circunstancia en la relación de Frasquito

con Obdulia. Pero ahora se ha producido un vuelco absoluto en el

ideologema galdosiano. El novelista se ha dado cuenta de que ni el conocimiento,

ni la conciencia ni la verdad son realidades fijas y lo expresa a

través de sus personajes.

En sus coloquios con Obdulia, Frasquito no cesaba de referirle

su vida social y elegante de otros tiempos, con interesantes pormenores:

(...) Enumeraba las casas suntuosas donde había pasado

horas felices, conociendo lo mejorcito de Madrid en ambos

sexos, y recreándose con amenos coloquios y pasatiempos muy

bonitos. (Pérez Galdós, 1897a, p.132)

La energía que desprende Frasquito es una energía fatua, de oropel.

Obdulia asiste entusiasmada a los relatos que le hace el galán de su vida

pasada.

Otras veces, lanzándose a la poesía, recitábale versos de don

Gregorio Romero Larrañaga y de otros vates de aquellos tiempos

bobos. La radical ignorancia de la joven era terreno propio para

estos ensayos de literaria educación, pues en todo hallaba novedad,

todo le causaba el embeleso que sentiría una criatura al ver

juguetes por primera vez. (Pérez Galdós, 1897a, p.133)

985

Es la doctrina Krausista transformada por el dardo galdosiano, recontada

desde la óptica del fracaso.

A partir del estreno de Electra (enero de 1901), Galdós radicaliza aún

más sus posturas. La solución liberal no le sirve, se ha convertido en una

pieza más del sistema caciquil. Por eso busca la salida ideológica en el

republicanismo. Su acercamiento posterior al socialismo se debe más a

sus simpatías por la figura de Pablo Iglesias que a un supuesto ardor revolucionario

que nunca tuvo (Mora, 1990, p.741). Y también, por qué no

decirlo, a su eterna búsqueda del hombre nuevo que ahora se le presenta

bajo los ropajes del socialismo utópico.

Es este proceso de búsqueda constante lo que lo distingue de los escritores

del 98, su optimismo (con altibajos) y su afán práctico. Frente a los

intelectuales teóricos, don Benito se atrevió a bajar al barro. En este sentido,

está más cerca de los hombres de la generación posterior, la del 14,

que participaron activamente en la vida política y social de la monarquía y

de la II República.

No se trata tanto de señalar el carácter reformista de sus postulados

frente a los principios conservadores en un lado y la salida revolucionaria

en el otro, sino subrayar su afán por hacer algo para cambiar el estado de

las cosas en la sociedad española en vez de limitarse a sesudas

disquisiciones teóricas que no suelen llevar a ningún lado. El pueblo reconoció

su voluntad de servicio en el momento de su muerte y a la hora de

leer una novela del genial canario universal para disfrutar con un doble

regalo: la ficción y la enseñanza (aut prodesse volunt aut delectare poetae,

que diría el clásico).

986

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988

NOTAS

1 E1 discurso de entrada en la Real Academia Española ha sido estudiado y citado por la

crítica muchísimas veces. Véase, sin ir más lejos, la introducción de BONET que precede

a su excelente selección (PÉREZ GALDÓS, 1972) o los trabajos de SHOEMAKER

(1979) y MILLER (1983). Entre la bibliografía más reciente, puede consultarse el riguroso

análisis realizado por el profesor CHICHARRO, A., (1990) en el Cuarto Congreso

Galdosiano.

2 Gumersindo de Azcárate “(...) rompe con la Iglesia Católica a raíz del primer Concilio

Vaticano (1869-1870) y procede a ordenar su vida según la preceptiva moral de un

racionalismo cristiano”. LÓPEZ-MORILLAS, 1968, p.331.

3 Para el conocimiento de las teorías sociocríticas son imprescindibles los estudios de

DUCHET (1979), CROS (1983) y ZIMA (1985). También pueden consultarse los trabajos

de DUBOIS (1978) y BOURDIEU (1979). MALCUZYNSKI (ed.) (1991) ha reunido algunas

de las aportaciones más significativas de estas corrientes críticas que se nutren con las

ideas semióticas y con las novedosas reflexiones de BAJTIN, M.

4 SCANLON, G., (1989) estudia el problema social y el krausismo en Marianela y afirma

que las ideas de Galdós eran bastante avanzadas para la época:

En Marianela, Galdós con respecto a este problema ha adoptado la posición

intervencionista del liberalismo radical, rechazando como insuficientes el remedio

tradicional de la caridad y el abstencionismo del individualismo radical.(...)

El hecho de que hubiese decidido tratar el problema social era en sí

significativo puesto que había muchos que incluso negaban su existencia.

(SCANLON, 1989, p.89)