CONFUSIO O EL LOCO DE LA HISTORIA

Claude Nicolle Robin

En una nota de su libro Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós

Hans Hinterhäuser afirma que los “anormales” que aparecen en las tercera,

cuarta y quinta series “sólo pueden considerarse como débiles reproducciones

de los de las Novelas Contemporáneas”.1 Lo cierto es que los

“locos”, “simples” o “anormales” que se encuentran en dichas Novelas

poco tienen que ver con los personajes de locos en las tres series de

Episodios antes citados. También han pasado unos veinte años desde que

Galdós empezara su labor novelística. Con lo cual se quiere decir que de

una parte evoluciona el concepto de la novela y también el enfoque de los

personajes. En sus Novelas Contemporáneas enterraba definitivamente

Galdós la concepción romántica del loco, tal como la vemos en Barnabé

Rudge de Dickens, por ejemplo, concepción según la cual la locura es

siempre un castigo del Cielo en pago de un pecado familiar: el loco es el

inocente y, como víctima expiatoria, representa como un paso entre la

divinidad y el resto de la humanidad. En Galdós, nada de esto: lo que hace

en La desheredada es reintegrar al loco como enfermo dentro de la sociedad,

acorde con la concepción globalizadora del Naturalismo. Además

existen “locos” de verdad en las Novelas Contemporáneas, pero al mismo

tiempo todo un elenco de tipos más o menos patológicos que son como

otros tantos eslabones entre lo anormal y lo normal.

En cambio entre las mencionadas series de Episodios Nacionales, ya

apagados los fuegos del Naturalismo con sus polémicas y sus innovaciones,

el loco deja de ser un enfermo para ser una concretización de una

locura social e histórica o un “vidente”. Así se presenta Juan Santiuste.

Este personaje recorre la segunda parte de la cuarta serie de Episodios

escritos entre 1902 y 1907. Es un personaje complejo, de difícil interpretación

a veces. No es un personaje segundario, como lo podía ser Ido del

Sagrario ya analizado por William H. Shoemaker:2 aparece al final de

O’Donnell, descubierto por Teresa Villaescusa y asume el protagonismo

esencial en el Episodio siguiente Aita Tettauen (1904).

Arrancado a la miseria por las obras caritativas de Teresa Villaescusa, ya

con un oficio entre las manos, el de periodista, si bien escribe casi siempre

para periódicos que no le pagan, dado a todas las exaltaciones, amorosas

o patrióticas, sale a finales de 1859 acompañando al ejército camino

de Marruecos:

4.3-11

990

Guerra clamaban las verduleras; venganza y guerra los obispos.

No había español ni española que no sintiera en el alma el ultraje,

y en su propio rostro la bofetada que a España dio la cabila

de Anyera, profanando unas piedras y destruyendo nuestras garitas

en el campo de Ceuta.3

Tiene Santiuste dos misiones: Su amigo y protector Beramendi le había

dicho: “Hágase cuenta de que escribe para mí solo, y sea esclavo de la

verdad”.4 La segunda es mandar a Vicente Halconero, niño entusiasta de

las glorias militares y lisiado de una pierna, una carta “en tonos de patriotismo

infantil y sonrosado” 5, por lo cual “en una pintaba la realidad; en

otra dejaba correr su loca fantasía”.6 Pero equivoca los sobrescritos de los

pliegos y recibe Beramendi la “carta imaginativa”. Resumiendo su misión a

Pedro Antonio de Alarcón, con el que se encuentra en el campo de batalla

dice: “Mi misión aquí no es hacer la historia sino contarla”.7

El espectáculo de los cadáveres pronto abate sus delirios patrióticos, y

a partir de este momento se inicia un extraño fenómeno de inversión de

los valores y de los personajes; mirando a Perico Alarcón cuando escribe

sus crónicas piensa:

Si no estuviera yo despierto, ..., creería que uno de esos caballeros

de zancas ágiles, de airosa estampa y de rostro curtido, se

había metido en esta tienda para escribir en ella la relación épica

de los combates, trabucando irónicamente el patriotismo...

Así le sale historia de España lo que debiera ser historia marroquí...

Perico, moro de Guadix, eres un español al revés o un

mahometano con bautismo... Escribes a lo castellano, y piensas

y sientes a lo musulmán...8

Esta inversión de papeles -sobre cuyo significado profundo nos detendremos

luego- se acompaña de una usurpación de identidad, porque en

una duermevela provocada por la fiebre y la mala nutrición “se reconocía

moro”.9 El asco y el terror producidos por la contemplación de cadáveres,

origen también de su trastorno mental que le hace trastrocar no sólo las

cartas sino las personas y los valores tradicionales, pasa rápidamente a un

grado mayor, el odio: “Odio la guerra... No sé en qué consiste que el patriotismo

es casi siempre un sentimiento guerrero; no concebimos la patria

sino incrustada en la idea de conquista”.10 Después de negarse a ser repatriado,

por sentirse demasiado débil, la única solución que le queda es

huir por medio del sueño. Escribe Galdós que “cultiva el sueño”,11 y abundan

en el texto expresiones como “nebuloso sueño” que describen el delirio

que se apodera de Juan hasta llevarle a “un estado de absoluta confusión”.

12 Delirio, confusión y “extasis ambulatoria” que lo llevan a cruzar los

límites entre el campo cristiano y el moro hasta encontrarse con... judíos,

descendientes de los que emigraron en 1492. Cuanto atañe a la descripción

clínica es perfectamente válido, y esta “extasis ambulatoria” es un

991

fenómeno descrito varias veces por los médicos del XIX y suele achacar a

los vagabundos13 y Galdós analiza claramente el caso: “Constituidas en

cabeza directora de todo el ser, las piernas de Juan seguían impávidas su

camino; la vista recelaba; el oído no estaba tranquilo; el corazón dejábase

caer en la indiferencia de la vida y la muerte...”.14 Pero en el caso de Santiuste

se funden lo clínico y lo simbólico, explicando los dos la posibilidad de

pasar en plena guerra de un campo a otro, después de cambiar de vestidos

y tirar al río sus antiguas prendas.

La entrada en este nuevo mundo no resulta tan fácil como la salida del

otro, y se salda por una forma de “bautismo”, por medio de “una peladilla”

lanzada por un morito que le hace sangre en la cabeza. Ensangrentado,

haraposo, topa entonces con las hebreas una de las cuales le pregunta:

“Por el Dios de Israel dinos tus coitas...”15 y Juan, no repuesto aún del

trastorno mental, que el hambre y la fiebre le producían, habló de este

modo: “Yo soy Juan el Pacificador”,16 y le llaman de aquí en adelante “Yahia”.

El trastrueque inicial de las cartas conllevaba el plan ideológico y estructural

que creaba Galdós. La novela Aita Tettauen, dividida en cuatro partes

es en realidad un díptico: la dos primeras partes relatan los principales

hechos de guerra desde el campo español, por eso aparece la figura de

Alarcón, a la vez que la creciente locura de Santiuste que le lleva al otro

bando. Las dos últimas narran paralelísticamente los hechos desde el campo

moro. Las cartas que mandaba Santiuste al principio a sus dos corresponsales,

daban la doble visión posible de la guerra: la “verdadera”, sin ocultar

nada, y una puramente fantasiosa, destinada a enaltecer el sentimiento

patriótico, de un niño exaltado por cierto, pero a través de este niño entusiasta

de las glorias militares se perfila el alma de un pueblo siempre listo

a sentir las “grandezas atávicas”: “El ideal guerrero tan pronto revivía en

los ojos del niño doliente como en los labios de aquel otro niño grande

que jugaba con el Romancero”. 17 La posición de Galdós, ideológicamente

es clara: “...esta guerra que ahora emprendemos es un poquito guerra

civil”,18 pero por otra parte no puede dejar de sentir admiración: “Allí se

vio la grande generosidad de este pueblo, que olvidaba sus miserias, resignándose

a comer entusiasmo y glorias, mal aderezadas con pan seco”.19

La idea central de Aita Tettauen es un problema, bastante moderno y tratado

por novelistas actuales, desde Francisco Ayala hasta Antonio Muñoz

Molina, el de la escritura de la Historia. En unos de sus diálogos con Alarcón

exclama Santiuste:

¿Y yo adoré esto, y yo rendí culto a tales brutalidades y las llamé

glorias? ¡Glorias! ¿No es verdad, amigo mío que muchas palabras

de constante uso no son más que falsificaciones de las ideas?

El lenguaje es el gran encubridor de las corruptelas del sentido

moral, que desvían a la humanidad de sus verdaderos fines... 20

Escribir la Historia, ¿qué Historia y para quién? Este es el problema que

plantea Santiuste. Es obvio que no será Alarcón, tan petulante, quien le dé

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la respuesta, sino el cristiano renegado, el hermano de Lucila convertido

al Islam, que también, para un amigo poderoso, escribe historia de los

acontecimientos.

Linda historia será -dijo Santiuste- ...Quítate allá. ¿Crees tú que

es historia lo que escribo para el Zebdy? No, hijo; no es nada de

eso, porque he tenido que escribirlo al gusto musulmán, retorciendo

los hechos para que siempre resulten favorables a los

moríos. Y cuando no me ha sido posible desfigurar el rostro de

la verdad, hele puesto mil mentirosos adornos y afeites para que

no la conozca ni la madre que la parió.21

Para El Nasiry, español convertido al Islam, imposible es alegrarse abiertamente

de la entrada de los españoles: “Tengo aquí un nombre, tengo

una posición, tengo un estado que gané a fuerza de trabajo y de astucia

inteligente. No puedo renegar de mi estado, Yahia; no puedo arrojarlo a la

calle por un melindre de patriotismo...“.22 Verdad y patriotismo, entendiendo

por patriotismo las raíces de cada uno en un determinado rincón del

mundo, éste es el problema que plantea Galdós por medio de Juan el

Pacificador.

El personaje de Santiuste no protagoniza sólo esta novela. La novela

siguiente Carlos VI en la Rápita es la continuación y finalización de Aita

Tettauen, relatando las aventuras amorosas de Santiuste en Tánger, esta

vez en forma de novela autobiográfica, como para mostrar que se ha recuperado

de su trastorno anterior. Es también la primera novela en que aparece

el nombre por el que se le nombrará en los demás Episodios:

¡Vive Dios, que no sé ya cómo me llamo! Yahia dicen los del

Mellah al verme; Alarcón me saluda con apodos burlescos,

Profetángano, don Bíblico; para algunos moros maleantes soy

Djin, que quiere decir diablillo, geniecillo; y mi venerable amigo

el castrense don Toro Godo me ha puesto el remoquete de

Confusio (con ese).23

Ya hemos notado el fenómeno de usurpación de identidad, pero aquí el

personaje de Santiuste cambia de identidad y casi de ser según quién lo

mire. Saliendo de África, el que le quedará será el de Confusio.

Al principio, lo que encierra este remoquete es bastante sencillo: “No

olvido, Juan, que tus amigos españoles te llaman Confusio, con lo que

indican que está en tu naturaleza el confundir las cosas, sin que sepas

remediarlo”.24 Visión reductora y unilateral, que viene a completar la de

Beramendi:

...tú eres Confusio, y tu misión es vivir, ver tierras, pueblos, y

humanidad próxima y lejana; probar todas las pasiones, sufrir

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todos los infortunios y gustar alegrías inefables. Tu misión es

ésta, Confusio amigo, y por ser tuya esta misión y no mía, te

envidio, quisiera ser como tú, pobre, aventurero, hijo de tus obras,

soberanamente libre... 25

Cobra con esta definición la figura de Confusio una dimensión proteica

que permite al personaje, con nuevo nombre -se llama ahora Juan Pérez

de Confusio-26 asumir una dimensión al tenor de las circunstancias. Esta

novela gira alrededor de la sublevación fracasada de Carlos VI, llevada a

cabo por el General don Jaime Ortega. Tiene Galdós amargas y violentas

frases para calificar ese nuevo conato de la facción: “En San Carlos de La

Rápita desembarcó la locura. Venía guiada por la necedad, y salió a recibirla

la ceguera”.27 Pero lo que constituye realmente el núcleo del Episodio,

en medio de una locura histórica, es el ajusticiamiento de Ortega es “la

monstruosa ficción legal política y religiosa”,28 “la hipocresía de las leyes,

que sacrifican a un hombre en el ara de la Disciplina Militar, mil veces

violada y escarnecida”.29 El terror producido por la ejecución de Ortega,

por “ver morir a un hombre en aquella forma de glacial justicia sin entrañas”

30 trastorna otra vez a Confusio preso de “un reír convulsivo”31 que

aboga de pronto en contra de la pena de muerte: “¡Oh iniquidad, baldón

de la Naturaleza, bofetada y palos en la propia persona de la Divinidad!”.32

Los anatemas, violentos y con ciertos visos de grandilocuencia contra “la

ley que nos ofrece su auto siniestro de la fe jurídica y militar, remedo de

los sacrificios idolátricos” y “contra tú, perversa ley, como tus auxiliares,

los hombres trajeados de negro, cuya misión en el patíbulo es comprometer

a Dios a que sancione la barbarie llamada pena de muerte”33 no podían

ser sino fruto de un “delirio de furiosa protesta”, pero a la altura de “la

verosimilitud de lo absurdo en nuestra patria”.34 Confusio responde con la

propia locura a la locura de un país y de una historia que no consiguen

encarrilarse en la vía de la modernidad y que siguen anclados en el arcaísmo

de las luchas armadas para solventar problemas políticos: “Carlos VI

un perfil histórico... la encarnación de una idea, tras la cual corre el caudaloso

torrente de la guerra civil! Hay que ver, hay que ver esa cara, dibujada

por Clío... con un hueso mojado en sangre española”.35

En Prim y La de los tristes destinos cobra definitivamenta Confusio la

figura del “loco de la historia”. “De su ser anterior y del desplome de su

entendimiento y de su memoria, no resta más que una idea y propósito,

escribir la Historia de España, no como es, sino como debiera ser, singular

manía que demuestra el brote de un cerebro brutalmente paradójico y

humorístico“. 36 Así es como empieza a escribir, estimulado por Bernamendi

la Historia lógico-natural de los españoles de ambos mundos en el siglo

XIX. “Fernando (VII) es condenado a muerte... y como no resulta decoroso

ahorcarle, ni tenemos verdugos que sepan degollar, es fusilado con muchísimo

respeto en Cádiz” a lo que responde un oyente de la nueva Historia:

“¡Ajusticiado Narizotas!... Hombre, me gusta. Ese historiador es atrozmente

simpático”.37 De igual modo, para borrar “esa vergonzosa guerra

994

civil” rehace el capítulo de la ejecución del Rey “agregando otros cuatro

tiros para Don Carlos...”38 Siguiendo por este camino de limpiar la historia,

“la palabra pronunciamiento sólo figuraba en el Diccionario como arcaísmo,

a disposición de los pedantes”39 Cuando Confusio define su concepto

de la Historia diciendo “Yo escribo para el Universo, para los espíritus elevados

en quienes mora el pensamiento total” resulta lógico que el oyente

se pregunte si “el historiador era un loco de atar, o un espíritu proscripto

que, encadenado en la tierra, poseía el secreto de la razón de la sin razón”.

40 No se trata aquí de insistir en una posible relación con Cervantes,

la cual es obvia. La fuente de la “razón de la sin razón” la encuentra Confusio

-y Galdós- en un constante trastrueque de valores y personajes que se

verifican en la política y la historia españolas. Evocando la sublevación de

los sargentos de San Gil exclama el narrador: “¡Qué sarcasmo, Santo Dios!

Los que se habían juramentado en la fe de la Revolución, ahora se batían

fieramente contra ella. Los amigos eran enemigos. Nadie podría decir si

los leales eran enemigos. Nadie podría decir si los leales eran traidores, o

los traidores leales”.41

La verdadera finalidad en la creación de este “loco de la Historia” que la

maneja a su gusto para cambiar la imagen de España se hace patente al

final de Prim y de La de los tristes destinos. Primero los protagonistas más

cercanos a Confusio puntualizan el verdadero cariz del desvarío de éste:

está trastornado, tal vez, pero “de la fuerza de su talento”, añadiendo algunos

párrafos más lejos “para mí, es más profeta que loco”.42 Su capacidad

de vaticinio le revela de antemano la significación de esta Revolución que

llamaron “La Gloriosa”: “Veo los muertos vivos, los enemigos reconciliados,

el Altar y el Trono llevados a la carpintería para que los compongan.

La Historia de España escrita por los orates...”43 Todo queda en un puro

cambio de aspecto y no de esencia: “Total: revoco, raspado de la vieja

costra, nuevo empaste con yeso de lo más fino, y encima pintura verde o

rosa... Y el edificio, cuanto más viejo, más pintado”. A Confusio, le queda

un futuro lejano, en que imagina que su andamiaje lógico-natural le sirva

“para edificar de nueva planta sobre el basamento secular”... “que es del

mejor granito” y se despide Confusio del lector y de su interlocutor con

una última pirueta recomendándole que dé “memorias de mi parte a las

naciones extranjeras”.44

Confusio, el loco de la Historia no es un mero portavoz del narrador: es

el reflejo de la vesanía de la Historia en una sensibilidad exaltada. Al principio

-en O’Donnell- es un joven apuesto, hermoso, que se lanza ávidamente

a las aventuras amorosas o literarias. Ocho años más tarde, es un

ser desgastado por la enfermedad, la fiebre -en sus dos acepciones- protegido

por un mecenas sin el cual se habría muerto de hambre, reducido a

una vida puramente imaginativa, avejentado, encanijado. También esta

transformación física de Confusio la podemos interpretar como un declinar

progresivo de la idea de la Revolución, que primero es sueño grande y

luego puras componendas con los que más enemigos son de ella, pero

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que ahora se acogen a la bandera revolucionaria por puro provecho personal.

Todos los personajes de la novela -ficticios e históricos- exceptuando

a Prim y a dos personajes ficticios, el marqués de Beramendi y Santiago

Ibero, todos salen o sucias las manos de sangre española o sucia la frente

de bajas ambiciones: “La inmensa grey desheredada del Progreso y Democracia

aprestábase a invadir los nacionales comederos”.45 ”Comederos”,

“pesebres”, a esto se reduce la Revolución, e igual que la idea, se deshace

la figura de Confusio, hasta no ser más que un vago recuerdo de sí mismo:

el brillo y los bríos de una idea joven y generosa se han desvanecido: “El

romanticismo, ya pasado de moda en el teatro, no había dejado ni una

chispa de fuego en las almas glaciales de los señoritos de la clase

media”.46 Confusio, ya no es más que una vocecilla que intuye un futuro

lejano, en que revolución no sería sinónimo de revoco, y que apelaría al

fondo granítico de España, a una fuerza nueva, el Pueblo.

En conclusión, quisiéramos hacer una incursión en el plano de la “ficción

histórica”, o sea en la creación galdosiana. Confusio es el doble anímico

de Beramendi, su “Doppelgänger” sin el cual no existiera la narración,

porque la cuarta serie se organiza alrededor de este “aristócrata revolucionario”

47 de la que es hilo conductor para introducir al lector tanto

en las regiones palaciegas como entre los conspiradores y Confusio llega a

ser la proyección y plasmación de ideas que un hombre de altas miras no

puede expresar sin desdecir su principal personaje, y lo exaltado o radical

de estas ideas no compagina con el personaje social, donoso y generoso,

que aparece en los diez tomos de la serie. Sin embargo, y en esto consiste

el acierto de la creación galdosiana, aunque doble de Beramendi, sigue

teniendo Confusio todas las caracteristícas de un personaje, con un destino

propio, el de ser “el loco de la Historia”.

996

NOTAS

1 HINTERHÄUSER, H., Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, Gredos, Madrid

1963, nº 86, p.386. HINTERHÄUSER, por otra parte, sólo considera a los personajes de

Juan de Dios en la primera serie, el capellán Fago en la tercera y Santiago Ibero en los

últimos Episodios de la tercera parte.

2 SHOEMAKER, W. H., «Galdós literary creativity: D. José Ido del Sagrario», en Estudios

sobre Galdós, Castalia, Madrid, 1970, p.8122.

3 PÉREZ GALDÓS, B., Aita Tettauen,O.C., Aguilar, Madrid, 1971, en T. III, lª Parte, cap.V,

p.1072 b.

4 Ibíd., IIª Parte, cap.1, p.1083 a.

5 Ibíd., p.1083 b.

6 Ibíd., p.1083 b.

7 Ibíd., IIª Parte, cap.III, p.1088 b.

8 Ibíd., IIª Parte, cap.V, p.1095 b.

9 Ibíd., IIª parte, Cap.VIII, p.1106 b.

10 Ibíd., IIª Parte, cap.X. p.1111 a.

11 “Despierto o a medio despertar, continuaba Juan cultivando el sueño...” Ibíd., IIª Parte,

cap.X, p.1113 a.

12 Ibíd., 1ª Parte, cap.XIII, p.1118 b.

13 Veáse BEAUNE. J. C., Le vagabond et la machine. Essai sur l’ automatisme ambulatoire.

Médecine, Technique et Société. 1880-191O, Ed. Champ Vallon, 1983, Collection Milieux,

pp.399.

14 Aita Tettauen, op.cit., IIª Parte, cap.XlII, p.1119 a.

15 Ibíd., IIª parte, cap XIII, p.1120 b.

16 Ibíd., IIª Parte, cap.XIII, p.118.

17 Ibíd., 1ª Parte, cap.IV p.1071 b.

18 Ibíd., 1ª Parte, cap II, p.1063 a.

19 Ibíd., 1ª Parte, cap.V, p.1073 b.

20 Ibíd., 1ª Parte, cap.IV, p.1092 a.

21 Ibíd., IVª Parte, cap.III, p.1169 a.

22 Ibíd., IVª Parte, cap.III, p.1167 a.

23 PÉREZ GALDÓS, B., Carlos VI en La Rápita, O.C., Aguilar, Madrid, 1971, en T.III, p.1171a.

24 Ibíd., cap.IX, p.1197 a.

25 Ibíd., cap.XIII, p.1212 a.

26 Ibíd., cap.XV, p.1217 a. Cuando oye Santiuste su nuevo nombre, contesta: “Como el

Confusio no les suene a mentira o artificio, paréceme que no está mal mi nuevo nombre,

y que da cierto eco de personalidad erudita y casi filosófica” (Ibíd).

27 Ibíd., cap.XVII, p.1224 a.

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28 Ibíd., cap.XXVI, p.1255 a-b.

29 Ibíd., cap.XXV, p.1253 a. Restablecemos, a las palabras “Disciplina Militar” las mayúsculas

que existen en la primera edición y faltan en la edición de Aguilar.

30 Ibíd., cap.XXVI, p.1256 a.

31 Ibíd., cap.XXV, p.1253 a.

32 Ibíd., cap.XXV, p.1252 a.

33 Ibíd., cap.XXV, p.1252. la palabra “ley” viene escrita en la primera edición con minúscula

que restituímos aquí.

34 Ibíd., cap.XVI, p.1219 b.

35 Ibíd., cap.XXVII. p.1260 b.

36 PÉREZ GALDÓS, B., Prim, O. C., Aguilar, Madrid, 1971, en T. IV, cap.VII, p.29 b.

37 Ibíd., cap.VII, p.29 b- 30 a. El capítulo IX prosigue la historia de Fernando VII, contando

cómo se produce una nueva guerra de Independencia, uniéndose “los franceses de

Anguelma a nuestros absolutistas” y cómo “los Constitucionales se adjudicaron el nombre

de españoles”.

38 Ibíd., cap.IX, p.35. b.

39 Ibíd., cap.XIV, p.54 a. Sin embargo en uno de los numerosos diálogos entre Confusio y

Beramendi, le dice éste: “no debemos juzgar con rigor excesivo las sediciones militares,

porque ellas fueron y serán aún por algún tiempo el remedio insano de una insanidad

mucho más peligrosa y mortífera”. La de los tristes destinos, en O.C. Episodios Nacionales,

Aguilar, Madrid, 1971, T. IV, cap.XI, p.156 a, lo que prueba la fuerte trabazón

argumental e ideológica que existe en esta IVª serie, y la necesidad en que está el

lector de conocer el conjunto de una serie para intentar interpretar algunos aspectos

de ella.

40 Ibíd., cap.XXVIII, p.104 a.

41 Ibíd., cap.XXXII, p.116 a.

42 Las de los tristes destinos, op.cit., cap.V, pp.135 b-136 a.

43 Prim, op.cit., XXXII, p.119 b.

44 Las de los tristes destinos, op.cit., XXXVII, p.246 b.

45 Ibíd., cap.XXXVII, p.245 b. Véase también, cap.XXXII, p.232 b.

46 Ibíd., cap.XXXII, p.231 b.

47 Ibíd., cap.XXXVII, p.246 a.