CIUDADANO DEL TIEMPO: GALDÓS Y LA

HISTORIA LITERARIA

Nil Santiáñez-Tió

En los últimos años la crítica galdosiana ha experimentado un

espectacular avance, tanto por lo que hace al ingente número de trabajos

dedicados al estudio del gran novelista canario, como por lo que cumple a

las novedosas lecturas propuestas por no pocos de tales trabajos. Esta

renovación del galdosismo no se ha visto reflejada, por lo común, en la

historiografía literaria. Los historiadores de nuestras letras siguen historiando

la obra galdosiana sin apenas considerar, por poner un solo ejemplo, los

artículos en que se demuestra la profunda renovación estética inherente a

obras como La Incógnita (i.e. Tsuchiya, pp.335-56; Vernon, pp.205-19;

Weber, pp.57-65; Willem, pp.385-91). Ello no es atribuible, claro está, a la

mala fe, ni tampoco a la ignorancia. Pienso que se trata de un problema

mucho más complejo, y que tiene que ver con el modelo temporal del que

parte la mayoría de los historiadores. Paul Ricoeur sostiene, en su Temps

et récit, que el modelo temporal del historiador determina el objeto de su

estudio o, por decirlo de otro modo, la narración en que tal objeto encuentra

explicación. En el campo específico del hispanismo, el modelo temporal

predominante ha sido y sigue siendo el lineal de orden biologista. Es decir,

la historia literaria moderna se concibe como una sucesión unilineal de

autores y generaciones, uno tras otro, en fila india, dotados de un origen,

una plenitud y un período de decadencia. Esta pauta temporal biologista

dificulta entender el modernismo como un fenómeno transgeneracional

de larga duración que excede los límites de la producción literaria de la

”gente nueva”. Como la novela galdosiana se historia dentro de dicha pauta

temporal, se hace difícil absorber la crítica literaria galdosiana reciente, la

cual tiende a demostrar los elementos modernistas de la producción

narrativa del gran escritor español.

He dividido este trabajo en dos partes. En la primera, esbozo un modelo

temporal complejo desde el cual se puedan tener en cuenta las

complejidades del fenómeno literario, irreductible a una sucesión unilineal

de obras; dicho modelo lo desarrollo y explico con más detalle en un

artículo de reciente aparición. En la segunda trataré de mostrar las

posibilidades que tal modelo brinda para la historización de la novela

galdosiana y, naturalmente, para la integración de las más innovadoras

lecturas galdosianas. Quiero subrayar que el propósito de estas páginas

no consiste en proponer soluciones, sino más bien en suscitar líneas de

pensamiento y debate. Pretender más en tan poco espacio sería tan

pretencioso como inoperante.

5-2

1076

Un rasgo peculiar de la obra literaria consiste, bien sabido es, en su

transtemporalidad, en su vigencia más allá del tiempo histórico en que fue

creada. En una misma época conviven obras con distintas edades: en mi

estantería de trabajo, la que tengo junto a mi ordenador, por ejemplo,

agrupé hace un par de semanas libros tan distintos como Fortunata y Jacinta,

Tiempo de Silencio, Fragmentos de Apocalipsis, Jacques le Fataliste y las

Obras completas de Cervantes. La constatación de este fenómeno llevó a

T. S. Eliot a pensar en la ahistoricidad esencial de la literatura, en un

simultaneous order de los textos. De ahí que los modelos lineales de

temporalidad sean insuficientes para estudiar la historia literaria. Es

insuficiente historiar la novela galdosiana siguiendo la sucesión de sus

novelas a lo largo del tiempo, tal como hizo Montesinos en su magistral

libro sobre Galdós o Gustavo Correa en su trabajo sobre el simbolismo

religioso en las novelas del autor canario. Los acontecimientos literarios

no se presentan sólo en una sucesión cronológica, sino también en una

coexistencia espacial. Nadie como Roland Barthes ha expresado tan

claramente esa doble dimensión temporal y espacial de la literatura: la

obra literaria, según el llorado crítico francés, ”est à la fois signe d’une

histoire, et résistance à cette histoire” (p.139). Eso conlleva que obras

muy alejadas de un período histórico determinado puedan jugar un papel

importante en la vida literaria de dicho período: recuerden ustedes la

decisiva influencia de la novela cervantina en el quehacer novelesco de

Galdós. En atención a esa peculiaridad de la literatura, Wellek exigía en un

ensayo de 1956

un concepto moderno del tiempo, modelado no sobre la

cronología métrica del calendario y de la ciencia física, sino sobre

la interpretación del orden causal en la experiencia y en la

tradición. Una obra de arte no es simplemente un factor de una

serie, un eslabón de una cadena. Puede estar en relación con

cualquier cosa del pasado. (p.34)

Hasta la fecha, el modelo más completo para la descripción y explicación

de una temporalidad compleja es el propuesto por el gran historiador francés

Fernand Braudel. Parte Braudel de la tesis de que no existe una sola

dimensión temporal en la historia. El «tiempo social» de la historia está

compuesto por una multitud de ritmos, de aceleraciones y deceleraciones

irreductibles al tiempo periodístico de la crónica y de la historia tradicional,

preocupados casi exclusivamente por los acontecimientos individuales y

políticos de los períodos cortos. Braudel distigue tres «duraciones»

temporales de distinto alcance en las cuales se descompone el complejo y

multiforme devenir histórico: [1] Una duración larga, de ritmo y

transformaciones lentísimos y que abarca siglos enteros. Es una duración

«geográfica», «estructural». Por sus valores casi inmutables a lo largo de los

siglos, esta duración es el «tejido profundo de la historia», y por ello se

configura como la base desde la cual las otras dos duraciones articulan

1077

sus transformaciones. El historiador estudiará en esta duración la evolución

de las mentalidades, los sistemas de cultivo, las técnicas artesanales, las

rutas de comercio, los hábitos alimenticios, los equilibrios demográficos.

[2] Una duración media, superpuesta a la anterior y centrada en las

transformaciones de los grupos sociales. Es una historia coyuntural,

organizada en torno a ciclos de ritmo lento. [3] Una duración corta o historia

de los acontecimientos, situada en la superficie del devenir histórico, de

oscilaciones rápidas, atenta a los individuos y a las discontinuidades, a los

eventos explosivos. La historia se entreteje, indica Braudel, a partir de una

dialéctica de esas tres duraciones solidarias entre sí. (p.117)

Un concepto fundamental en el pensamiento historiográfico de Braudel

es el de «estructura». En él se engloban fenómenos de diversa índole

recurrentes a lo largo del devenir histórico y que confieren unidad y

continuidad a una época determinada:

Par structure, les observateurs du social entendent une

organisation, une cohérence, des rapports assez fixes entre

réalités et masses sociales. Pour nous, historiens, une structure

est sans doute assemblage, architecture, mais plus encore une

réalité que le temps use mal et véhicule très longuement.

Certaines structures, à vivre longtemps, deviennent des éléments

stables d’une infinité de générations... D’autres sont plus

promptes à s’effriter. Mais toutes sont à la fois soutiens et

obstacles. (p.50)

Con esta definición, el historiador francés supera el tradicional

ahistoricismo del estructuralismo sin renunciar por ello al poder organizador

del término «estructura». Por un lado, las estructuras braudelianas contienen

la dimensión arquitectónica y organizativa característica de la estructura

teorizada por estructuralistas como Lévi-Strauss; pero por otro, se engastan,

y de ahí su interés, en un acontecer histórico. El que las estructuras

constituyan marcos de referencia seculares, condiciones de posibilidad a

la vez que obstáculos del conocimiento y la inventiva del hombre, no

significa que sean categorías inmutables, eternas. Al contrario: son sensibles

a la historia, al cambio; bajo ciertas circunstancias, pueden incluso

desaparecer. La estructura adquiere de este modo una dimensión dinámica,

propia de toda entidad viva y (por eso mismo) mortal.

El modelo historiográfico braudeliano es de una enorme fecundidad

para el historiador de la literatura. Dicho modelo nos permite superar la

lectura fragmentaria y unilineal de nuestras letras modernas al evidenciar

y explicar las continuidades, los ciclos y las condiciones estructurales de

larga duración. Con él, es posible establecer las afinidades, los préstamos

entre autores, estilos o movimientos alejados por el tiempo, sin perder

nunca de vista los cambios literarios, las inesperadas rupturas, el abandono

momentáneo de poéticas, los eventos resonantes propios de la duración

1078

corta, ni la aparición y el paulatino establecimiento o predominio de una

tendencia o escuela, peculiar de la duración coyuntural o intermedia. La

múltiple temporalidad de Braudel muestra con mucha mayor precisión

que la visión lineal de la historia literaria la dialéctica entre el cambio

continuo y las permanencias persistentes, entre las continuidades y las

discontinuidades, entre lo único y lo plural. No se olvide que la historia

literaria consiste precisamente, como ha sentenciado Hayden White, en el

estudio ”of both change in continuity and of continuity in change”. (p.105)

La primera tarea del historiador literario «estructural» será el

establecimiento de las tres duraciones y de los fenómenos que pertenecen

a cada una de ellas. Por lo que hace a la duración corta e intermedia,

habrá que reorganizar un material generalmente ya estudiado por las

historias literarias y alinearlo no según los esquemas biologistas y unilineales

tradicionales, sino a partir de su integración en las otras dos duraciones.

También será preciso elegir unos «centros de atención», por utilizar un

concepto desarrollado por Max Weber, que permitan modular los

acontecimientos literarios, las coyunturas generacionales, los

enfrentamientos polémicos, la adopción de estilos o lenguajes abandonados

para así poder establecer una serie de «conjuntos articulados», verdadero

objeto del conocimiento histórico como oportunamente nos recordaba

Raymond Aron en su libro Dimensions de la conscience historique. (p.112)

En una historia literaria estructural, la duración corta comprenderá los

hechos puntuales, las batallas literarias, las modas pasajeras, los programas

estéticos, las coyunturas generacionales. La duración intermedia incluirá

los períodos literarios tradicionales, de los cuales el historiador destacará

su radical heterogeneidad y sus vínculos con el pasado literario y con las

tendencias que de él derivarán en el futuro, sin olvidar las formas del

cambio literario y sus distintas causas; también dará cuenta la duración

intermedia de la mutua interacción entre las condiciones socioeconómicas

y el proceso literario. Más complejo resultará el estudio de la literatura en

su larga duración, dada la inexistencia de trabajos de tal envergadura en

los estudios hispánicos. Para tratar dicha duración, el estudioso tendrá

primero que determinar las estructuras sobre las que se articulan los

cambios característicos de las otras dos duraciones, para luego proceder a

la ordenación de todo el material. De entre las distintas estructuras de las

letras hispanas modernas hoy comentaré una que me parece de particular

significación para el mejor entendimiento de la novela galdosiana.

Esta estructura la entrevió Hegel en su Estética (2, pp.350, 361-66).

Según Hegel, la disolución de lo que llamaba «arte romántico», esto es, el

arte europeo desde los inicios del cristianismo hasta la Ilustración,

comportaba, por un lado, la presentación de la realidad en su objetividad

prosaica, y por otro, el sometimiento de la realidad a la visión, el lenguaje,

los sentimientos y las concepciones de la subjetividad. En efecto, si uno

atiende a la prosa de la modernidad (y digo prosa porque a ella nos

1079

limitamos en este trabajo), la caótica sucesión de estilos, corrientes y

movimientos de la novela moderna en general y de la galdosiana en

particular se agrupa a lo largo de lo que yo denomino espectro de

posibilidades. Tal espectro de posibilidades cuenta con dos polos o, por

ser más precisos, dos proyectos semióticos ideales, teóricos: por un lado,

el realista (lenguaje representativo, tendencia a la transparencia del código

lingüístico, estructura metonímica, unidad del sujeto, organización temporal,

relación del sujeto con su contexto biográfico y social, predominio de la

historia sobre el discurso, predilección por lo unitario y consistente,

tendencia a las visiones globales, subordinación al principio de nocontradicción);

y por otro, el experimental y modernista (lenguaje

experimental y dislocado, espesor del código lingüístico, estructura

metafórica, disolución de la identidad personal, organización espacial,

predominio del discurso sobre la historia, tendencia a la parodia y a la

metaliteratura, simbolismo, polisemia del signo lingüístico, alejamiento

de la función comunicativa, renuncia a las visiones globales, duda

epistemológica).

El espectro de posibilidades no es una estructura taxonómica que permita

agrupar la variedad literaria en dos polos; se trata más bien de una escala

espacial superpuesta a la cronología temporal lineal. En el caso de Galdós,

el historiador deberá determinar qué novelas se aproximan hacia un polo

y cuáles tienden hacia el otro. Importa añadir que semejante lectura no

anula o invalida la tradicional sucesión observada en la novelística

galdosiana: novelas de tesis (Doña Perfecta, Gloria, La familia de León

Roch), novelas naturalistas (La desheredada, La de Bringas, Lo prohibido,

Fortunata y Jacinta) y lo que, a falta todavía de mejor término, se ha

denominado de modo impreciso como el período espiritualista o idealista

(La incógnita, Realidad, El abuelo). Esta sucesión que acabo de esbozar

formaría parte de la duración media. El espectro de posibilidades

simplemente permite una agrupación distinta superpuesta a la anterior,

que por añadidura facilita relacionar las novelas de Galdós con otras obras

alejadas en el tiempo histórico. Y ello tanto por lo que cumple a las novelas

realistas, enmarcadas en una tendencia realista de longue durée, como las

que sin ningún rubor hemos de llamar modernistas, encuadradas en la

tendencia modernista también de larga duración. En rigor, como bien ha

visto Hazel Gold en un libro reciente, las Novelas contemporáneas oscilan

entre ”the word as representation and the word as a signs of its own nature

and making”. (p.17)

Ya es hora de llamar por su nombre, sin ningún remilgo, a esa segunda

polaridad de la novelística galdosiana. Porque si atendemos al polo

modernista, es evidente que una serie de novelas galdosianas están bajo

su éjida.

Pensemos en El amigo Manso, novela autodiegética en la que el propio

narrador reconoce su naturaleza ficticia, y en la que se juega constantemente

1080

con la textura artesanal de la novela, como demostró en su tiempo John

Kronik en un decisivo artículo (pp.71-94). Pensemos también en La

incógnita; en esta magistral obra, Galdós renuncia al proyecto totalizador

de sus novelas realistas y opta por literaturizar, en la misma novela, la

dialéctica creadora establecida entre autor y lector mediante las cartas

que Manolo Infante envía a su corresponsal Equis Equis; el novelista canario

organiza su novela en torno a cuatro espacios lúdicos (la Peña de los

Ingenieros, la casa de Augusta, el piso de la Peri y el Casino) en los cuales

los personajes se enfrascan en una serie de juegos de lenguaje literarios

en los que, lejos de valorarse la relación entre el signo y su referente, se

aprecia la originalidad artística y lo disparatado de las ocurrencias de los

contertulios; el lector nunca sabrá a qué atenerse respecto a las versiones

que los personajes dan de los acontecimientos o del modo de actuar de

otros personajes que ellos comentan; nótese que esa concepción lúdica

de la palabra es una mise en abyme de la propia novela, confiriéndole a

ésta una indudable tonalidad modernista: no hay nada más allá de los

juegos del lenguaje; la realidad, viene a decir el Galdós de La incógnita, es

una construcción del lenguaje (más información al respecto en Santiáñez-

Tió, pp.299-326). En Realidad, El abuelo y Casandra Galdós también

renuncia a la voluntad total de su proyecto realista; en esta ocasión

experimenta con la técnica del diálogo teatral para dar mayor profundidad

a sus personajes; en esas tres novelas no hay un narrador omnisciente

que todo lo sepa, sino una serie de conciencias que dan su versión de los

hechos; la realidad se desintegra en una serie de subjetividades, todas

ellas parciales. Acaso no sea ocioso recordar que esa presentación de la

realidad desde una multiciplicidad de subjetividades es, para el comparatista

Erich Auerbach, uno de los rasgos más destacados de la narrativa

modernista (p.536). En Lo prohibido, considerada generalmente como

novela naturalista, se pueden encontrar aspectos enmarcados en el polo

modernista; concretamente, son dos los elementos que cuestionan la

estabilidad característica del lenguaje de la representación: la neurosis del

narrador, que lo convierte en un narrador no fiable; y su deseo incestuoso,

ya que éste es irreductible al lenguaje y a la lógica de la representación; en

palabras de L. Bersani, ”[1] e désir est une menace pour la forme du récit

réaliste. Le désir subvertit l’ordre social; il fait aussi éclater l’ordre

romanesque” (p.65; complementar con pp.65-67). El título, «lo prohibido»,

contiene por ello una triple significación modernista: «lo prohibido» es no

sólo el deseo incestuoso, sino también la locura y la escritura autodiegética

no fiable, puesto que esos tres factores exceden a la racionalidad y

objetividad definitorios de la escritura referencial. Así pues, Lo prohibido,

novela aparentemente naturalista, es en el fondo una puesta en escena de

la inquietante alteridad de la razón (la locura), de la reglamentación social

del sexo (el deseo incestuoso) y de la literatura mimética (la voz

autodiegética no fidedigna).

El hecho de que unas obras se aproximen a un polo o a otro no significa

que no contengan elementos del contrario. En rigor, todas las obras

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modernas manifiestan una clara contaminación de elementos ajenos a su

orientación principal, a su «dominante», como diría Roman Jakobson. Es

el caso de Fortunata y Jacinta. Resulta evidente que Fortunata es la obra

maestra del realismo galdosiano; pero también lo es que en ella se emplean

técnicas que ponen en entredicho semejante realismo. En primer lugar,

Fortunata y Jacinta es lo que Joseph Frank llamaría una «forma espacial».

La «forma espacial», como se recordará, es aquella construida a partir de

un principio espacial y no temporal en el que se altera la coherencia causal

y la sucesión cronológica de los hechos mediante una serie de recursos.

En Fortunata y Jacinta, lo ha demostrado Ricardo López-Landy en su libro

El espacio novelesco en la obra de Galdós, el novelista yuxtapone escenas

cuya temporalidad es simultánea y altera la disposición temporal con

continuos flash-backs. El lector debe reorganizar cuidadosamente las

escenas para que éstas tengan sentido. Tal exigencia al lector es

característica de la narrativa modernista; a diferencia de la prosa realista,

al lector de novelas modernistas no le basta con seguir la ordenación

cronológica de los hechos; está obligado, de querer entender lo que lee, a

reorganizar un material disperso, deslavazado, descoyuntado. Por

añadidura, como indicó oportunamente Germán Gullón en una excelente

ponencia sobre esa novela galdosiana, Galdós se acerca en Fortunata y

Jacinta a la sensibilidad modernista ”al registrar los movimientos internos

del individuo”, al penetrar en los entresijos de la mente de los personajes;

en palabras de Gullón, ”ahí reside lo moderno de la obra en cómo los

hechos de conciencia acaban por imponerse a los físicos” (p.206). Esta

imposición de la conciencia sobre la objetualidad de la realidad culminará

en las tres novelas dialogadas antes citadas, Realidad, El abuelo y Casandra.

Diríase que novelas como Fortunata y Jacinta se encuadran en el justo

medio del espectro de posibilidades, pues combinan por igual elementos

del polo realista y del polo modernista. Un caso parecido es el de La

colmena, de Camilo José Cela, en la que la presentación realista, mimética

de los personajes y de su entorno se combina con una estructura cubista

y fragmentaria. Por ello, acaso convendría denominar a esas obras en las

que no se impone definitivamente una dominante como espacios de

intersección.

Esta historización de la novela galdosiana en su larga duración permite

relacionar las novelas del autor español con otras alejadas en el tiempo,

integrar los hallazgos de la reciente crítica dedicada a Galdós y, por último,

devolverles la actualidad y el interés que merecen. En el caso de las novelas

de tendencia modernista, se podría estudiar y comparar las citadas novelas

galdosianas con otras posteriores enmarcadas en la misma tendencia, tales

como Niebla, La voluntad, El profesor inútil, Señas de identidad, Tiempo

de silencio o Fragmentos de Apocalipsis. Opino que semejante historización

de la novela galdosiana impediría que libros por otra parte solventes como

Beyond the Metafictional Mode, de Robert Spires, infravaloren el decisivo

componente metaficcional de algunas novelas de Galdós (Spires, pp.25-

32, sobre todo en p.31). El implícito modelo lineal del libro de Spires le

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impide al distinguido estudioso norteamericano entender plenamente las

aportaciones modernistas de Galdós, autor decimonónico y realista por

excelencia según los manuales.

Hay otras estructuras de larga duración en las que se enmarca de pleno

la novelística galdosiana. Aquí no me es posible detallarlas, aunque no

puedo dejar de mencionar algunos aspectos temáticos como la recurrencia

de lo que podríamos denominar como «figuras de la modernidad», tales

como el intelectual, el criminal, la ciudad, el político, etc., muy presentes

en la producción novelística galdosiana y en general en la novela moderna.

En el caso del intelectual, Galdós cuenta con una notable «novela de artista»,

El doctor Centeno, perteneciente a una tradición en la que destacan obras

tan diversas como El fraz azul, de Pérez Escrich, La Quimera, de Pardo

Bazán, Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, de Ganivet, Vida y obra

de Luis Álvarez Petreña, de Max Aub, y El diario de Hamlet García, de

Paulino Masip.Por lo que cumple a la omnipresencia de la ciudad en la

novelística galdosiana, ésta debería estudiarse conjuntamente con otras

visiones literarias de la urbe madrileña: autores como Gómez de la Serna,

Baroja, Martín Santos y Valle Inclán son autores emparentados con Galdós

en la longue durée por su preocupación por literaturizar la ciudad de Madrid

(una reciente aproximación al tema en M. Ugarte).

Es hora de que la historiografía literaria se haga eco de los hallazgos de

la crítica galdosiana. Para ello es antes imprescindible una renovación de

unos métodos anticuados que no dan cuenta de las complejidades de la

literatura, irreductible, como se ha dicho, a un simple estrato temporal.

Cuando ello se consiga llevar a término, recuperaremos a Galdós de las

estanterías del siglo XIX y lo haremos nuestro. Galdós no debe ser solamente

el coto privado de los galdosistas o de los especialistas en la literatura

decimonónica, como sucede hoy en día. La historia literaria, encargada

de canonizar y preservar los textos de una cultura, debe establecer un

puente entre la crítica ultraespecializada de los galdosistas y el lector de a

pie; sin ella, la crítica corre el peligro de convertirse en un ejercicio

sofisticado pero estéril que se retroalimenta consigo misma. Jean

Chesneaux, en un fascinante libro titulado Habiter le temps, criticaba la

supeditación del hombre actual a lo inmediato y proclamaba la necesidad

de reincorporarlo a la duración, al tiempo histórico, porque el hombre es

un ser-en-el-tiempo y sólo en ese magma puede entenderse y establecer

un proyecto de futuro, una vida. Lo mismo sucede con la literatura. Vivimos

inmersos en un continuo flujo de libros recién salidos de las prensas; en

las librerías sólo se venden las novedades, y los lectores de hoy carecen

del sentido histórico preciso no sólo para entender las novedades, sino

para comprender y disfrutar de las obras del pasado con las que conviven

tales novedades; obras del pasado que, huelga decirlo, cuestan cada vez

más de leer porque la historia literaria es para muchos un museo de piezas

muertas sin demasiado interés. Sólo un remozamiento de la historia literaria

puede actualizar el pasado. Porque Galdós, en efecto, fue ciudadano de

1083

su tiempo. Pero también fue y es ciudadano del tiempo de la historia

literaria. Y este tiempo, como el otro, tiene distintas duraciones; y una de

ellas, la de largo vuelo, nos lo trae hasta el presente.

1084

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