CONTINUIDADES Y RUPTURAS: EL SEXENIO EN LAS
NOVELAS CONTEMPORÁNEAS
Y EN LA QUINTA SERIE DE EPISODIOS
NACIONALES1
John H. Sinnigen
En primer lugar, el tema de Galdós visto por la nueva historia me impone serias
limitaciones, ya que no soy historiador ni experto en la historiografía francesa y europea, el
contexto inmediato de la historia de la nueva historia. No obstante, el tema de “Galdós visto
por la nueva historia” me entusiasmó desde el primer momento, puesto que mi labor crítica se
ha colocado dentro del marco de lo que se ha llamado la crítica socio-histórica. Dándole eco
al ¡Historicize! de Fredric Jameson, siempre he clamado ¡Historia, historia, historia!, ante lo
que he considerado el ahistoricismo del nuevo criticismo y de los varios estructuralismos y
posestructuralismos. En el nuevo criticismo he visto el camino hacia un íntimo conocimiento
del texto, y en la deconstrucción he visto una potente arma para la desmitificación ideológica,
pero desde las famosas falacias de Wellek y Warren hasta la insistencia en la omnitextualidad
de algunos posestructualismos he visto el peligro de lo que he llamado la ideología de la
estética aislada, y para mí tal estética, por rebelde que quiera presentarse, está en el marco de
las ideologías capitalistas que se plasman en la fragmentación epistemológica de los
conocimientos.2 De ahí las separaciones entre las humanidades y las llamadas ciencias
sociales seguidas por las muchas separaciones en cada uno de estos campos. En cambio, un
método socio-histórico se basa en la necesidad de estudiar toda obra en el contexto histórico
de su producción y, aunque menos, en el contexto de su recepción. Por eso, intento combinar
el estudio de la intercontextualidad con la extremadamente útil intertextualidad con el fin de
aumentar el conocimiento de la obra y, por tanto, del mundo en que vivimos con el propósito,
utópico que tal vez sigo siendo, de cambiarlo, y los cambios progresistas requieren un
adecuado conocimiento histórico. Para mí los estudios galdosianos se insertan en una crítica
cultural orientada hacia la explicación y la desmitificación de las relaciones entre los
complejos mecanismos del placer textual y unas ideologías que siguen promoviendo las
opresiones y las represiones del patriarcado burgués. Por tanto, el tema de Galdós visto por la
nueva historia me entusiasma ya que me obliga abordar los textos galdosianos en el contexto
histórico de su producción y de su recepción, y en el marco de una visión historiográfica que
pretende superar algunas de las barreras ya señaladas en su ambición de hacer una historia
“global” o “total” que conserve el “propósito de una ciencia histórica, que no mutila la vida de
las sociedades ni levanta, entre los diferentes puntos de vista sobre el devenir de los hombres,
las barreras de las subdisciplinas” (LeGoff 14). Se trata de una metodología histórica que se
apoya en la demografía, la antropología, la sociología, los estudios literarios, etc.
Quisiera elaborar brevemente el marco analítico que extraigo de la nueva historia. En
primer lugar, y siguiendo a Fernand Braudel en su artículo de 1958, esta visión de la historia
no es una visión positivista de los sucesos políticos en un relativamente corto y determinado
período de tiempo, es decir, una visión nuevohistoricista no conduciría a un estudio del
impacto del new deal rooseveltiano en el estado norteamericano de Connecticut en los años
1933-1936, para recordar la tesis de una compañera de mis tiempos de estudios doctorales. En
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mi caso dicho método positivista podría haberme llevado a exponer sobre el impacto de la
política de Cánovas en el Madrid galdosiano de las novelas contemporáneas. Es decir, aquí no
vamos a analizar la historia “episódica”, la “histoire événementielle” de Braudel, sino más
bien su “longue durée”, la larga duración. Mi análisis se centra en la encrucijada entre dos
estructuras, el patriarcado y principalmente en este caso, el capitalismo y en la representación
de la coyuntura del sexenio revolucionario de 1868-1874. En este sentido, defino la larga
duración en función del desarrollo del sistema mundial capitalista y el lugar de España y del
Estado nacional español en éste. Según Immanuel Wallerstein, el autor de la teoría del world
system, el moderno sistema mundial se compone de dos elementos fundamentales, por un
lado, el sistema económico fundado en una sola división del trabajo mundial y, por el otro, un
sistema político interestatal fundado en los Estados nacionales (Wallerstein 162). Wallerstein
insiste en que el sistema capitalista mundial es interestatal en vez de internacional, puesto
que, por un lado, las leyes capitalistas son universales en el sistema, pero, por otro, la política
se determina en función de la actuación de cada Estado nacional. Siguiendo a Wallerstein,
podemos decir que el sistema capitalista moderno se inicia en el siglo XVI con la incorporación
de lo que vienen a ser las Américas, se divide entre tres grupos, el centro (core), la semiperiferia
y la periferia, y las naciones pueden atravesar los tres grupos según la estructura
hegemónica de cada período. En un momento clave de la formación del sistema, a pesar de
estar en la cumbre de su grandeza imperial, España pasa a la semi-periferia. Claras señales de
este paso a un segundo plano del poder mundial son la bancarrota de 1557 y la derrota de la
armada en 1588. En el libro de Wallerstein, El sistema mundial moderno (The World-
Capitalist Systerm) el capítulo en el que se describe esta situación se titula significativamente
“De Sevilla a Amsterdam”, señalando así la hegemonía del noroeste europeo en la época de la
formación del sistema. Wallerstein atribuye el declive español a la debilidad del aparato
administrativo español y a la debilidad del sistema económico (191), debilidades que crean las
condiciones de un posterior paso de España a la periferia, donde se queda hasta el siglo XX
(196). En nuestro análisis nos centramos en dichas debilidades administrativas y económicas.
En el siglo XIX, el período que más inmediatamente nos atañe, España ya está en la
periferia, puesto que padece un rezago económico y político, sobre todo, con respecto a la
revolución industrial liderada por Inglaterra y la revolución política con Francia a la cabeza.
De modo que, concretamente, vamos a analizar la representación galdosiana del desarrollo de
España en su lugar periférico en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del
siglo XX. Al final expondré unas hipótesis sobre la recepción de estas representaciones
galdosianas en las condiciones actuales del continuo desenvolvimiento del mismo sistema
capitalista mundial. En realidad, este trabajo es, más que nada, una exposición de una serie de
hipótesis sobre Galdós y la historia y de Galdós en la historia, como temas de debate.
He decidido centrarme en la representación galdosiana del sexenio por tres motivos.
Primero, el sexenio constituye una coyuntura decisiva en el desarrollo del sistema capitalista y
del Estado nacional en el siglo antepasado ya que supone una aguda manifestación de la
relativa debilidad de los dos. En la frustrada y aplazada revolución burguesa en España,
revolución económica, política y cultural, se manifiesta la debilidad de las burguesías a nivel
nacional ante la tarea de desalojar los estamentos del antiguo régimen de los sitios claves del
poder; por lo tanto, la Restauración monárquica supone la renovación de dichos estamentos, el
trono, el clero, las oligarquías terratenientes y las fuerzas armadas, por medio de una alianza
con los aún inmaduros sectores burgueses. En nuestro análisis del moderno Estado nacional
europeo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, seguimos el modelo de Anthony D. Smith.
Según Smith, una nación ideal es: “una población humana que tiene un nombre, que comparte
un territorio histórico, mitos comunes y recuerdos históricos, una popular cultura de masas,
una economía en común y unos derechos y obligaciones comunes para todos sus miembros”
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[“a named human population sharing an historic territory, common myths and historical
memories, a mass, public culture, a common economy and common legal rights and duties for
all members” (43)]. Sus ejemplos son Francia, Inglaterra y, en menor grado (“to a lesser
extent”) España (59). La formación de estas naciones pasa por un Estado que desempeña un
papel directriz en la formación de una economía, una administración y una cultura nacionales,
y que es capaz de generar un nacionalismo. Debido a sus poderes y atribuciones, este Estado
moderno debe generar una identidad nacional a través de los diversos sectores sociales y
étnicos que forman parte de la nación con el fin de que sus ciudadanos sientan suficiente
lealtad como para morir en una guerra en defensa de los intereses de la Nación tales como los
define el Estado. En el caso español cada aspecto de la definición de Smith es problemático,
desde la economía en común hasta el nombre de la población, y el Sexenio pone a prueba los
poderes y los atributos del moderno Estado nacional español en la consolidación la Nación.
Por lo general la novela realista, y en concreto la galdosiana, genera nacionalismo. La gran
preocupación de nuestro autor es el presente y el futuro de la Nación. Según Benedict
Anderson en La comunidad imaginada (Imagined Communities): “lo nacional, y el
nacionalismo, son artefactos culturales de un determinado tipo” [“nation-ness, as well as
nationalism, are cultural artifacts of a particular kind”] (4), y el nacionalismo debe ser tratado
“como relacionado con el 'parentesco' o con la 'religión', en vez de con el 'liberalismo' o el
'fascismo” [“as if it belonged with 'kinship' and 'religion', rather than with 'liberalism' or
'fascism”] (5). Por medio de tan sugerente distinción, el nacionalismo se identifica con los
vínculos afectivos que unen una familia o una comunidad religiosa por encima del
compromiso intelectual con una ideología. Por su parte, Smith comienza una reflexión sobre
los sentimientos nacionales con un breve análisis de las múltiples relaciones entre la identidad
individual y la colectiva en Edipo Rey. Las relaciones edípicas median la articulación de la
identidad individual con la colectiva y, por lo tanto, estas identidades están marcadas por el
“núcleo de neurosis” que se encuentra en la estructura patriarcal de la familia occidental, el
centro de los deseos incestuosos y de su represión. La familia es el lugar donde se forma y se
reprime el deseo erótico. Por tanto, la novela realista, y la galdosiana, desempeñan un papel
mediador entre el individuo, la familia y la nación. Efectivamente, en las novelas de Galdós la
alegoría nacional se narra por medio de una serie de historias amorosas y familiares.
Segundo, el sexenio figura destacadamente en la formación del hombre-escritor-enformación
Benito Pérez Galdós, ya que tiene 25 años en el momento de la Gloriosa. No voy a
volver sobre lo que ya han comentado extensamente los biógrafos. Sencillamente recuerdo
que Galdós presenció la Gloriosa en Barcelona y en Madrid después de un viaje a París y que
en 1868 escribe La fontana de oro.
Tercero, en sus obras de ficción (dejo aparte el periodismo) Galdós narra el Sexenio dos
veces, la primera en las Novelas contemporáneas, la segunda en la quinta serie de Episodios
nacionales. En los años en que redacta estos dos grupos de textos, también es activo
políticamente. En 1886 es elegido diputado Liberal por Guayama, Puerto Rico en las Cortes
de la Restauración y en 1907 se incorpora en las filas republicanas, de modo que las
actividades política y novelística se juntan. En los dos grupos de textos se exponen sendas
interpretaciones galdosianas de una decisiva coyuntura histórica.
Según Jacques Le Goff, una de las metas de la nueva historia es “destronar la historia
política” (279) para poner en su lugar una “vulgarización histórica” que debe “interesarse no
tanto por las individualidades de primer plano como por los hombres, y por los grupos
sociales, que constituyen la gran mayoría de los actores, menos presuntuosos pero más
efectivos, de la historia; preferir la historia de las realidades concretas –materiales y
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mentales– de la vida cotidiana a los sucesos que acaparan la primera página de los
periódicos”(1). Claramente las novelas galdosianas “vulgarizan” la historia, ya que la
representan en forma de amplias ficciones de difusión general, o, por lo menos, más general
de lo que sería el caso de un texto escrito por y para historiadores. También representan
realidades materiales en las extensas y detalladas descripciones que forman parte de los
recorridos por casas, lugares de trabajo, calles, barrios, ciudades y pueblos, a la vez que
representan estados mentales en las reflexiones sociales y psicosexuales de personajes y de
narradores. Destronan la historia política en el sentido de que los personajes más destacados
de las ficciones no son reconocidos personajes históricos y la historia política se articula con
la historia material en diversos grados. Lo privado suele ser representado como más
importante que lo público, y la historia política se subordina textualmente al melodrama. Las
fuerzas históricas están decisivamente presentes y se articulan con las pulsiones eróticas en
unas historias nacionales y pasionales en las que el protagonista que Georg Lukács definiría
como “mediocre” desempeña un papel central. Tales protagonistas no son las grandes figuras
históricas sino personajes que se encuentran en las capas medianas, suficientemente cercanos
a los grandes sucesos para sentir su impacto e interpretarlos sin ser los héroes ni de las
victorias ni de las derrotas. Son los soldados y no los generales, los ciudadanos y no los
ministros; son Fortunata, doña Lupe y Jacinta y no Castelar ni Cánovas, son Vicente
Halconero y Tito Livio y no Pi ni Salmerón.
Las Novelas contemporáneas: Las fisuras de clase y de género3
En las novelas que analizamos, La desheredada y Fortunata y Jacinta, se representa el
patriarcado burgués madrileño a través del sexenio (y más) y se indican paralelismos entre la
trayectoria del país y la de los personajes principales; por ejemplo, la importancia para Isidora
del grito “Todos somos iguales” y la declaración de la República, y la identificación entre la
vuelta de Juanito al redil familiar y la Restauración. En las dos novelas los narradores siguen a
los personajes en su movimiento entre los barrios bajos y altos de Madrid mientras persiguen
los objetos de sus deseos sociales y eróticos. En su representación de la vida material entran
en las casas elegantes de la alta burguesía (Santa Cruz) y de la aristocracia (Aransis), en las
casas medianas de la pequeña burguesía (Rubín), en una casa de corredor (Ido), en una fábrica
(donde trabaja Mariano Rufete), en una farmacia (Ballester), en el convento de las Micaelas,
en el manicomio de Leganés y los personajes pasean ampliamente por las calles de la capital.
Los espacios se articulan con los pensamientos; por ejemplo, el largo paseo de Fortunata por
la calle de Santa Engracia está acompañado por el monólogo interior en que ella reflexiona
sobre su desventajosa situación social y se pregunta “si no haría alguna vez lo que le saliera
de “entre sí” (1: 686). Los espacios madrileños se abren ante los deseos perseguidos,
realizados y malogrados de los personajes, y así se representa una visión de la historia
material y mental de diversas clases sociales en el Madrid del sexenio. La denuncia del poder
se expresa mediante el acercamiento al poder de los personajes. Ninguno de ellos está en el
poder, sino que entran en contacto con él y observan cómo funciona.
Basándonos en el carácter multidisciplinario de la nueva historia, y como punto de partida
de nuestros análisis de las Novelas contemporáneas, vamos a emplear unas categorías del
sociólogo francés Pierre Bourdieu: “habitus” (un esquema duradero de percepciones de
formación temprana y familiar); la distinción (en sus acepciones de diferente y de eminente);
capital económico (e.g. el dinero), capital cultural (e.g. los gustos, el lenguaje, la educación),
capital social (e.g. las relaciones personales) y capital simbólico (e.g. el prestigio, la
legitimidad), ya que con estas categorías podemos analizar la vida material y la vida psíquica
de una manera en que las diferencias culturales también son índices de jerarquías sociales.4
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Desde el vórtice de Leganés –el país como manicomio– surgen las dos líneas que trazan las
trayectorias de los hijos de Tomás Rufete, cada una de ellas marcada por un aspecto del
sistema capitalista, Mariano por la producción, Isidora por el consumo, y los atributos y los
espacios de su actividad son diferentes. Las fábricas de Mariano se sitúan, igual que Leganés,
lejos del centro comercial. Son sucias, oscuras, repugnantes, tal como son también los barrios
obreros. El consumo, en cambio, pertenece al mismo centro donde están localizadas las más
prestigiosas instituciones políticas y religiosas; allí se exhiben los adornos del capitalismo;
allí, mediante el fetichismo de la mercancía, se intenta borrar la fealdad y la explotación del
proceso productivo. En el tejido de las historias de los hermanos Rufete se representa la visión
más íntegra del sistema capitalista que se encuentra en una novela galdosiana, y los destinos
de los hermanos son parecidos: al final los dos pierden sus ilusiones de bienestar económico y
distinción individual, Mariano en la cárcel e Isidora en la prostitución.
Los hermanos se parecen en la medida en que los dos quieren acumular suficiente capital
económico y simbólico para diferenciarse de los demás, para distinguirse. Las principales
diferencias entre ellos son su nivel de capital cultural. Mariano carece del capital cultural
necesario para lograr sus metas conforme a los medios indicados por las normas de las clases
medias; por lo tanto, desde el inicio está condenado al fracaso escolar puesto que no ha sido
formado para introducirse en la cultura de un instituto. Isidora procede de la misma familia,
pero su “habitus” está condicionado por la ficción de su origen noble, por las novelas
románticas que ha leído y por su lugar en las estructuras de sexo y género. Su capital cultural
es una combinación de belleza y buen gusto. En ella la fetichización del cuerpo femenino
propio del patriarcado se articula con la fetichización comercial de los objetos/mercancías que
lo adornan.
En el decisivo penúltimo capítulo de la primera parte, “Igualdad. Suicidio de Isidora” se
narra relevantes cambios en las trayectorias de Isidora y del país. Despedida por la marquesa,
Isidora tiene que replantear su identidad. No se ha realizado la ilusión romántica según la cual
el encuentro con la marquesa iba a ser una escena de reconocimiento después de la cual iba a
quedarse al lado de su “abuela”, en una versión de la “novela familiar” freudiana. El capital
cultural de su belleza no le ha valido para poder ocupar el sitio en la sociedad que pensaba era
suyo. Esa ilusión ya está hecha pedazos e Isidora tiene que situarse en una nueva historia. Sin
renunciar al fin noble, va a esbozar un nuevo proyecto. El contexto político de este crítico
momento individual es la tumultuosa noche de la abdicación del Rey Amadeo y la declaración
de la Primera República. Todo es confuso, tanto el destino de Isidora como el del país.
“Cambio general” dice el narrador (234). Isidora escucha, mira y medita. Profundamente
desorientada por la fría acogida de la marquesa, Isidora se identifica con el monarca que
abdica y con el pueblo nuevamente soberano. La transición que resuelve esta contradicción es
el abandono por parte de Isidora de su historia romántica, el reconocimiento basado en la
sangre, y su nueva fe en la justicia burguesa, el pleito, para conseguir el mismo fin, el capital
simbólico contenido en el ascenso social, y por fin entiende que la belleza física no lleva
consigo el derecho a la distinción de clase, pero que sí es una mercancía cuyo valor de uso es
acompañado por un determinado valor de cambio.
En la segunda parte, al combinar el valor de uso de su belleza con su valor de cambio en el
mercado sexual, Isidora tiene un relevante contacto con el poder en su relación con Sánchez
Botín. En la figura de éste se juntan destacados atributos del patriarcado burgués: el hombre,
el capitalista, el político y el religioso. Se trata de una figura en la que se juntan atributos
masculinos, capitalistas, católicos y políticos, y su relación con Isidora representa un
momento culminante de la novela: la alianza entre el capital y el Estado (Botín) se enfrenta a
la rebelión femenina y popular (Isidora). En él se manifiestan unos mecanismos de la
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desvaloración patriarcal de las mujeres a la vez que se exponen los medios legales e ilegales
empleados por este nuevo burgués para llegar a la cumbre del poder político y económico: el
fraude electoral; un matrimonio de conveniencia; la gerencia del ferrocarril de Albarracín; la
compra de los abonarés de los soldados de Cuba (318-19; la crisis colonial se manifiesta en su
impacto en la metrópoli). La doble moral católica, la expansión capitalista, el fraudulento
sistema electoral, la corrupta administración pública y una guerra imperialista, toda una
constelación del poder que se junta en un Sánchez cuyo Botín es el país y su símbolo, Isidora.
En la relación entre Botín e Isidora estas manifestaciones del poder económico y político se
articulan con el deseo sexual. En su rebelión contra el despotismo de su amo/amante, Isidora
se incorpora a la popular romería de San Isidro donde se junta la rebelión femenina ante el
patriarcado con la rebelión popular contra la burguesía y contra el imperio.
En Fortunata y Jacinta la polarización del patriarcado burgués está representada en la
oposición entre Fortunata y Juanito, entre la hija del pueblo y el señorito burgués, entre el
poseedor de un enorme capital económico, cultural, social y simbólico y la portadora de los
déficit social y cultural de ser mujer y pobre; la novela comienza como la biografía del
señorito burgués y termina como la historia de la hija del pueblo, del problema de la
descendencia y, metafóricamente, del futuro de la nación. En el desenvolvimiento de esta
polarización se recorre el Madrid de la Plaza Mayor, el de la miseria del sur, el de la
opulencia de la casa de los Santa Cruz y el de las afueras de Las Micaelas y de Leganés. Los
personajes tipifican varias capas sociales: tenderos, hueveras, pobres de solemnidad,
prostitutas, monjas, banqueros, estadistas, comerciantes, militares, etc. También tipifican
diversas fuerzas sociales y tendencias psíquicas. Jacinta es el estéril ángel del hogar que se
rebela contra su designada pasividad; tiene un limitado capital económico y social, pero le
faltan el capital cultural y simbólico de su marido. Con su “habitus” de mujer de clase alta, se
encuentra incómoda ante la pobreza de la casa de Ido y las rudezas de Izquierdo. Barbarita es
la consentidora madre burguesa, Baldomero el bonachón padre burgués. Mauricia es la
rebelde hija del pueblo, Guillermina la santa burguesa. Torquemada es el usurero desalmado,
doña Lupe la avara soltera pequeña burguesa y también figura materna consentidora. Juanito
es el señorito burgués cuya volubilidad e inactividad son índice de la debilidad de la burguesía
castellana ante la tarea de aglutinar a los demás sectores de las burguesías para llevar adelante
el proyecto de su clase. Fortunata es la hija del pueblo que desea activamente al señorito
burgués y que, por medio de este deseo socialmente ilegítimo se rebela contra la doble
explotación de ser mujer y pobre para romper barreras sociales y ofrecer la esperanza del
futuro en la forma de su hijo. En el famoso abrazo entre Jacinta y Fortunata se proyecta el
utópico escenario de la reconciliación de clases en medio de los tristes y aburridos primeros
años de la Restauración. En cambio, como Juanito y Maxi, por lo general España es
representada como una nación adolescente que, como el mantón de Manila y Feijoo, es el
producto de un imperio en decadencia.
En el cruce de la representación de los discursos de género con los de clase, del patriarcado
occidental y español con el periférico capitalismo español, las dos novelas son
feminocéntricas y sus estructuras son las de una melodramática alegoría nacional.
Mayormente lo masculino se identifica con la Cultura, lo femenino con la Naturaleza, y el
dominio de aquél sobre éste se manifiesta en la estructura narrativa. El narrador se identifica
con algún personaje masculino (por ejemplo, Miquis), éste observa y persigue a algún
personaje femenino (por ejemplo, Fortunata); el deseo de ver se articula con el deseo de
poseer y de saber. Por su parte, el deseo femenino se representa como desestabilizador ante el
orden social y textual. Es la fuente de la energía que activa los argumentos; a causa de la
amenaza que representa, al final esta insubordinación femenina debe ser castigada y el
personaje rebelde y la protagonista silenciada, tal como sucede en los casos de Isidora y
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Fortunata. En la representación de la historia material y mental se retratan unas jerarquías de
clase y de género, el habitus de género y de clase, y en las ecuaciones de los capitales
económico, cultural, social y simbólico se inscribe una subversión popular y femenina que,
sobre todo en el caso de Fortunata, es el punto de partida de la visión utópica de una España
unida.
Una cadena de la volubilidad: La quinta serie de Episodios nacionales
En la quinta serie de los Episodios nacionales (1907-1912) se narra el torbellino de los
sucesos políticos ocurridos entre 1869 y 1880 por medio de una compleja estructura narrativa
y una serie de personajes que ejemplifican diversas tendencias en la historia española del siglo
XIX. Ya en el primer episodio, España sin rey, se manifiesta explícitamente la vinculación
entre lo público y lo privado, y a lo largo de los seis episodios que componen la serie se
insiste en una visión pesimista de una historia nacional caracterizada por continuos cambios
superficiales acompañados de la persistente hegemonía de tres instituciones premodernas: las
castas militares, la Iglesia y el Trono. Fundamentalmente, se representa la frustración del
proyecto burgués a través de las Cortes Constituyentes, la monarquía constitucional y la
Primera República, un proyecto que se debilita ante las amenazas del carlismo, del
cantonalismo, de la Internacional y de la guerra de Cuba. Esta rápida sucesión política, de la
Revolución a las Cortes Constituyentes al reinado de Amadeo I a la República, al golpe de
Pavía al pronunciamiento de Martínez Campos a la Restauración, todo en un tiempo de seis
años, se narra por medio de una serie de cambios en la forma de narrar, la representación de
diversas ideologías (carlista, cantonalista, alfonsista, etc.) y en la volatilidad de los personajes,
siendo el observador/participante/ periodista/historiador Proteo Liviano el más destacado de
ellos. Vamos a analizar esta cadena de la volubilidad, centrando nuestra atención en Amadeo
I, La Primera República, De Cartago a Sagunto y Cánovas. En ellos se representan
momentos de grandes cambios, esperanzas y decepciones. Además, vamos a analizar las
interpretaciones que el narrador sugiere para la España del siglo XX, puesto que Galdós
redacta esta serie de Episodios desde la perspectiva de los primeros lustros del siglo pasado,
en el período de convulsiones anterior a la Primera Guerra Mundial.
Unos relevantes parecidos entre el sexenio y la época de la redacción de estos textos son la
precariedad económica y la debilidad tanto del régimen del Estado español como de las
alternativas. Los años entre 1907-1912 forman parte de un período de un acentuado deterioro
de la Restauración. Las primeras décadas del siglo XX están marcadas no sólo por el “desastre”
del 98, sino también por el crecimiento, por un lado, de las fuerzas opositoras nacionalistas,
sobre todo en Cataluña y Euskadi, y por el otro, del republicanismo y del socialismo, unos
movimientos sociales que llevan a la Conjunción republicano-socialista que era el escenario
del mayor protagonismo político de la vida del autor (V. Fuentes). Galdós entra en las filas
republicanas en 1907 y es elegido diputado por Madrid en el mismo año, enfrentandose así a
la política reaccionaria de los gobiernos de esos años (Ortiz Armengol 647-52). En 1910 está
a la cabeza de la candidatura republicano-socialista y vuelve a ser elegido diputado, junto con
Pablo Iglesias. En estos años manifiesta simpatía hacia el socialismo al mismo tiempo que
critica con dureza su propio partido (Fuentes, Ortiz Armengol 696-97).
De nuevo el Galdós político y el Galdós novelista se contradicen y se complementan,
puesto que la visión histórica general de esta serie es desoladora.5 El sexenio es representado
como un fracaso rotundo, y dicho fracaso incumbe tanto a los republicanos como a los demás
partidos. Una metáfora recurrente es la enfermedad. Por ejemplo, en Amadeo I, el narrador
Tito Livio describe a España como una “nación sin ventura, como cuerpo en que circula
sangre viciada, se llenó de granos, manchas eruptivas y forúnculos” (1102). En De Cartago a
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Sagunto la adorada Mariclío exclama: “Tu pobre España gemirá, por largos años, bajo la
pesadumbre del despotismo que llaman ilustrado, enfermedad obscura y honda, con la cual los
pueblos viven muriendo..., y se mueven, gritan y discursean, atacados de lo que llaman
epilepsia larvada... Debajo de esta dolencia se esconde la mortal tuberculosis... (1295). Igual
que en las novelas contemporáneas, en estos episodios los cambios políticos son
representados como superficiales, teatrales, y la corrupción es ubicua. El establecimiento de
la añorada Paz y República, el proyecto del Galdós republicano, está continuamente aplazado
debido al peso de los lastres del pasado. El camino hacia la paz y la república lo señala la
semi-divina Floriana en la enseñanza, pero esta idealizada enseñanza se retrata como débil
ante las poderosas fuerzas retrógradas (1213).
El lugar periférico de España en el sistema mundial se manifiesta en la clara debilidad ante
Francia, Inglaterra y Alemania cuyos barcos, por ejemplo, vigilan el cantón de Cartagena. El
peso de los restos del Imperio, índice de la España que había estado en el centro del sistema
mundial, otra vez se hace evidente en la representación de la guerra de Cuba, una de las varias
guerras coloniales condenadas por el Galdós novelista y que encuentra un eco en la Semana
Trágica de Barcelona en 1909.
Más que nada, la crítica socio-política de la Quinta serie se centra en la debilidad de las
fuerzas políticas ante la tarea de encauzar la unidad nacional alrededor del Estado. Los
gobiernos sexenales se encuentran entre la Guerra de Cuba, el carlismo, el cantonalismo y la
Internacional, y ante tan potentes fuerzas centrífugas son incapaces de encontrar un camino
hacia una unidad modernizadora. Por tanto, el pasado se impone en la Restauración por medio
de la alianza entre la monarquía, la Iglesia y unas fuerzas armadas cuya postura política desde
este decisivo momento se vuelve conservadora. “Todo queda lo mismo… Aquí y allá, en la
guerra y en la paz, es siempre el mismo, un poder arbitrario que acopla el Trono y el Altar
para oprimir a este pueblo infeliz y mantenerlo en la pobreza y en la ignorancia” (1358). La
crítica es devastadora, incluso en el momento de la I República declara Mariclío:
gobiernan a España las manadas de hombres que alternan en las poltronas o butacas
del Estado, ahora con este nombre, ahora con el otro… Tus gobernantes son
creadores de mitos, y mostrándolos al pueblo andan a ciegas, sin saber lo que quieren
ni adónde van... Resígnate, pues, a llevar contigo este emblema de la vida nacional
en la cristalización que llamamos política militante. (1299)
En el caso de los políticos republicanos, se les critica la falta de capacidad de conseguir
suficiente unidad para mantener el proyecto republicano. Por otra parte, el rechazo de las
políticas monárquicas del siglo XIX es visceral:
Dos ejércitos, dos familias militares, ambas enardecidas y heroicas, se destrozaban
fieramente por un quítame allá ese trono y un dame acá ese altar… En sinfin de
páginas de la Historia del Mundo se ven hermosas querellas y tenacidades de una
raza por este o el otro ideal. Contiendas tan vanas y estúpidas como las que vio y
aguantó España en el siglo XIX, por ilusorios derechos de familia y por unas briznas
de Constitución, debieran figurar únicamente en la historia de las riñas de gallos.
(1279)
Es decir, las guerras civiles del siglo como violentas, inútiles y banales. La declaración de
Mariclío que da cierre a Cánovas y a la serie es aún más tajante. Constituye una total
reprobación de la “casta” de los políticos, de los tiempos bobos de la Restauración, de la
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“pereza de una raza” (1410). Al mismo tiempo constituye una llamada a la Revolución que
parecería válida también para la segunda década del siglo XX:
Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no la inventáis otra menos aterradora, no
tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que el
cansado cuerpo de tu Nación. Declaráos revolucionarios díscolos si os parece mejor
esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando los
años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constiruirán el único
síntoma de vida. (1410)
Los cuatro episodios en que me centro, Amadeo I, La primera República y De Cartago a
Sagunto, son todos narrados por el narrador/observador/participante Tito Livio. La diferencia
del modo de narrar de estos episodios frente a las contemporáneas es marcada, ya que Tito es
ubicuo y sigue la línea de la ficción fantástica evidente en la obra de Galdós en esta época, ya
que es capaz de metamorfosearse en un gato y de hacerse invisible, y los papeles de los demás
personajes dependen de él.6 De modo que estos tres episodios son una especie de historia de
unos movimientos sociales mediados por las fantasías del narrador, o “viceversa”. Tito insiste
en la primacía de lo privado sobre lo público, los sucesos públicos se representan a través de
los fantásticos encuentros suyos, y la volubilidad de sus pasiones amorosas es emblemática de
los rápidos cambios insustanciales de la política. Tito se desplaza velozmente entre aventuras
eróticas y enfrentamientos políticos, se mueve entre imprentas, tabernas, oficinas
ministeriales, casas fantásticas, sueños y ensueños; presencia relevantes sucesos políticos en
Madrid, el País Vasco, Cuenca y Cartagena; se entrevista con Cánovas.
Tito es alavés de nacimiento y tiene un doble canario. Es decir, en estas dos
manifestaciones, igual que Galdós, es ajeno al centro castellano en el cual se encuentra
inmerso. Se mueve principalmente entre las capas populares, en las que sus numerosas
conquistas tienen su procedencia. En Madrid está entre revolucionarios y periodistas, en
Euzkadi entre aldeanos carlistas, en Cartagena entre cantonalistas, presidiarios y prostitutas.
Es decir, observa y narra las condiciones materiales, los quehaceres y las ideas de grupos
populares que están ajenos al proyecto monárquico liberal, y en Cuenca se encuentra al lado
de las víctimas de las atrocidades carlistas. En estos continuos desplazamientos no encuentra
hilos unificadores. Al contrario, halla brechas sociales, políticas y culturales de tales
dimensiones que imposibilitan la unidad nacional. En las Novelas contemporáneas, en
cambio, tales diferencias se representan generalmente en y desde un espacio burgués y
madrileño. En estos episodios, gracias al moderno tren y a la imaginación del autor, el
narrador sale de Madrid y está inmerso en ambientes populares. Es decir, en la quinta serie se
representan unas fisuras sociales y culturales, de clase y de región/nación que son destacados
elementos en la historia de la duración, la historia del capitalismo y del Estado nacional en
España. En estos textos se añade las fisuras regionales/nacionales a las sociales ya retratadas
en las Contemporáneas. El panorama se complica. El gobierno central, incluso en su vertiente
republicana, manifiesta su ineficacia ante los problemas sociales y el destino de la nación. No
puede encauzar las fuerzas centrífugas –carlistas, federalistas, cantonalistas, nacionalistas–
por un sólo camino, y la oposición entre el centro y la periferia se queda por resolver en un
futuro indeterminado. La expresión más cruel de un camino hacia la unidad es el tan
aplaudido discurso de Tito, ante un público vasco-carlista, en el que propone la República
Hispano-Pontificia, una burla infantil de los arbitristas del destino nacional (1079).
Y la visión del republicanismo fundada en el sexenio no es prometedora para los
republicanos contemporáneos de Galdós. Son incapaces de unir las faccciones; los más
convencidos, los cantonalistas de Cartagena, tienen bravura pero les falta seso (1235). Tito
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nunca madura, nunca crece, su simbólica volubilidad amorosa persiste y su representación
irónica del actuar político en general es devastadora. En medio del saqueo de Cuenca,
proclama:
Mas tengo que rendirme a las brutalidades de una raza que en sus accesos de locura
suicida se divierte rasgando sus propias venas para morir de anemia”(1310).
Continuidades y rupturas. A través de los textos, tanto los episodios como las novelas, y a
través de los años en cuestión las rupturas son varias: las rupturas entre regímenes políticos;
las brechas sociales y culturales; los cambios en los compromisos políticos del autor; los
diferentes tipos de ficción. Las continuidades son las estructuras del patriarcado y del
capitalismo periférico y la búsqueda galdosiana de una modernidad española capaz de
sostener las mejores de las tradiciones nacionales. Voy a terminar con unos comentarios
hipotéticos sobre las lecturas de Galdós en medio de las fragmentaciones posmodernas de la
globalización. Estos comentarios están en la línea del análisis de la larga duración en la
historia propuesto por la nueva historia.
El análisis de la búsqueda galdosiana junto con las estructuras y las coyunturas nos
conduce a unos comentarios sobre el Estado nacional tal como se ve en la globalización de
nuestros días. En primer lugar quisiera dar mi definición del tan manido término, la
globalización. En primer lugar, en los años noventa del siglo XX la globalización capitalista,
hegemónica en el mundo desde el siglo XVI, entró en una nueva fase, estimulada por la
convergencia del colapso del bloque soviético con la explosión informática y con el continuo
abaratamiento del transporte y de la comunicación. La globalización ha sido caracterizada por
un incremento cualitativo en la diversidad cultural, por un dramático aumento en la dinámica
de la compresión espacio-temporal (Harvey), por una variedad de bienes de consumo sin
precedente, por una continua disminución del sector público del estado de bienestar (ninguna
disminución del estado de bienestar para las grandes empresas), por un decrecimiento del
papel desempeñado por el Estado nacional en la economía internacional, por una polarización
entre ricos y pobres, tanto los países ricos y los países pobres como los individuos ricos y
pobres en cada país y por un universo político unipolar dominado por los Estados Unidos. Se
trata de una sociedad globalizada-en-formación que está cada vez más bajo la hegemonía de
las también cada vez más grandes empresas transnacionales, donde aumenta notablemente el
peso de la cultura de los ordenadores y del American way of life y que está en inglés.
Evidentemente hay alternativas, representadas principalmente por los movimientos sociales, y
también evidentemente las mayorías de la población mundial viven en los miserables
suburbios urbanos y rurales de la idealizada aldea global.
De todas formas, el papel del Estado nacional está siendo seriamente cuestionado. En el
reciente congreso de la Asociación de lenguas modernas celebrado en Washington, participé
en un foro sobre la enseñanza de las lenguas y las culturas extranjeras en las universidades
norteamericanas. Varios colegas de francés y alemán se quejaron de una invasión de sus
campos culturales por los departamentos de inglés por medio de los programas de estudios
culturales (cultural studies) y de la necesidad de enseñar sus literaturas nacionales en inglés.
Un profesor de francés lamentó la pérdida del lugar del centro de las vanguardias culturales
que Francia y, concretamente París, ejerció en los años 80. En estos lamentos está latente una
ingenua definición de la cultura. Según tal definición, a pesar de la presencia de materias
sobre la francofonía y el cine, por ejemplo, el eje de la cultura francesa sigue siendo la cultura
burguesa parisina, está ligada a la historia del Estado nacional francés y se manifiesta
principalmente en la lengua y en la literatura.
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En la actualidad la historia parece ir por otros derroteros, ya que la globalización supone la
disminución del papel del Estado nacional al mismo tiempo que diversas fuerzas internas
cuestionan la legitimidad del centralismo nacional. En México el movimiento zapatista y otras
organizaciones indígenas se rebelan contra los centralismos económico, político y cultural que
les ha privado a los indígenas de sus tierras, sus costumbres políticas y sus manifestaciones
culturales. En España el deterioro del poder y del prestigio del Estado nacional se ha
articulado con el crecimiento de las autonomías por lo menos desde la muerte de Franco. En
la actualidad la validez de una historia española ligada al Estado nacional se cuestiona
profundamente. Por ejemplo, en un artículo de El País del 31-10 del año pasado Juan J.
Gómez informa de una mesa redonda sobre el tema de los intelectuales frente a las
humanidades con la participación de los catedráticos Juan Pablo Fussi y Jon Juaristi y los
escritores Juan Goytisolo y José María Ridao en que: “Los cuatro intelectuales sostienen que,
frente a la disgregación que representa la influencia de los nacionalismos periféricos en la
enseñanza de la lengua y de la historia, la única solución es olvidar el relato nacionalista
español y fomentar una educación ‘tolerante e integradora’ de lenguas y culturas”. La tarea es
ardua, puesto que supone contar la historia sin un centro; ¿desde qué perspectiva(s) se va a
narrar un relato “tolerante e integrador?”. Creo que el caso español así descrito es ejemplar de
lo que son las historias y las culturas nacionales en la globalización ya que las circunstancias
económicas que podríamos llamar no-discursivas, ponen en tela de juicio el papel del Estado
nacional, tan importante en el esquema de Wallerstein del sistema interestatal. Esta situación
nos atañe directamente a los galdosistas puesto que en Galdós la representación de la historia
claramente gira alrededor de la historia del Estado nacional. Si la importancia de dicho Estado
nacional sigue disminuyéndose y si viene a ser cada vez más anacrónico hablar de “España”
¿cómo se va a leer y analizar la obra galdosiana?. Creo que es un camino que tenemos por
delante. Por eso, en esta ponencia, sencillamente he intentado proponer algunas maneras de
analizar la representación galdosiana de la historia material y mental de una crucial coyuntura
del siglo XIX, planteando sobre todo, las fisuras de clase social, de género y de región en el
modelo de la cultura nacional que se representan como parte integral de una historia de
continuidades estructurales y rupturas coyunturales que sigue desenvolviéndose en nuestros
días.
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NOTAS
1 Quisiera darles las gracias a Elena Delgado, Pilar García Pinacho, María José López Pozo y Robert Russell
por unas importantes sugerencias.
2 Sobre la ideología de la estética aislada, véase mi “Symbolic Struggles”.
3 Una parte del marco teórico y del análisis de las Novelas contemporáneas se basa en mi Sexo y Política:
Lecturas galdosianas.
4 Véanse sobre todo La Reproduction y La Distincion.
5 También hay una brecha entre el apoyo público de Galdós al republicanismo y su crítica privada. Por
ejemplo véase Ortiz Armengol 696-97.
6 Sobre el papel del narrador, véanse Ribbans y el capítulo “Strategy of Reading in the Fifth Series” en Urey.
Urey también ofrece un buen resumen de las diversas interpretaciones críticas de la quinta serie.
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