METAMORFOSIS Y MODERNIDAD:

LA ESCRITURA DE LA QUINTA SERIE DE

EPISODIOS NACIONALES

Diane F. Urey

Desde el principio de su carrera y por más de cincuenta años, Galdós experimentaba con la

escritura ficcional, inventando nuevos modos de novelar. Cuando inició su obra novelesca, se

enfrentaba con una nación que seguía sufriendo de guerras y tempestades políticas y

económicas al parecer interminables, y cuyos problemas actuales no habían encontrado

resolución. Al mismo tiempo gran parte de España vivía subyugada, como Don Quijote, por

imágenes legendarias de una edad pasada, sea del Siglo de Oro o de la Guerra de

Independencia. Galdós se dirigió a la historia desastrosa de su siglo y a esa nostalgia de un

retorno al pasado cuando comenzó los Episodios nacionales en 1873. Los cuarenta y seis

volúmenes de las cinco series de Episodios impelen a sus lectores a ver la historia desde

múltiples perspectivas. Enseñan cómo la obsesión con un pasado glorificado y casi mítico

había fomentado ideas quijotescas sobre la realidad española. Exploran cómo el lenguaje

fabrica la cultura: su historia, sus tradiciones y las relaciones entre individuos y sociedad. De

las primeras páginas de Trafalgar, con la maravillosa transformación de Gabriel Araceli,

Galdós guía a sus lectores a una reexaminación de España por medio de la escritura y del ser

que lee.1

Los Episodios desmitifican nociones de objetividad y veracidad en la historia oficial y

manifiestan una disimulada cuando no una abierta contravención de modelos habituales de la

narración histórica y novelesca. No hay ningún lugar donde estas transgresiones de

convenciones conceptuales y discursivas sean más destacadas que en la quinta serie. Escrita

entre 1907 y 1912, se compone de unas de las más curiosas, complejas y problemáticas obras

de Galdós. Son las últimas novelas que escribió y representan la culminación de su obra

magna, su versión de la gran parte del siglo XIX español. Como las cuatro series anteriores, los

seis tomos de la quinta serie son historias revisionistas y ficciones siempre innovadoras. Por

corresponder a una época en que Galdós vivía en Madrid, 1869 a 1880, la quinta serie es, sin

duda, una revisión de algunas percepciones de su propia juventud también. Quizás por eso la

serie parece ser un esfuerzo aún más consciente y deliberado de cuestionar el pasado, presente

y futuro de la nación.

Como textos del principio del siglo XX, los Episodios finales forman parte del ambiente

intelectual que disputaba la fe en la racionalidad y en la posibilidad de conocer verdades, que

veía el mundo como mutable y fragmentado. Mucha de la literatura de la época exhibe

elementos del empeño por expresar esa creciente incertidumbre: un mundo desordenado, sin

lógica tradicional, donde los métodos de explicación de fenómenos no satisfacen; donde el ser

busca una autenticidad perdida, y a veces no se reconoce; una disolución de relaciones

normativas entre causa y efecto, pasado y presente, ser y otro, verdad y mentira. Galdós

participaba en estas transformaciones en sus Novelas contemporáneas, teatro y cuentos. Los

Episodios nacionales escritos después de 1898, desde la tercera serie hasta la quinta, son

progresivamente más perturbadores y subversivos. La quinta serie marca definitivamente otra

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etapa en la constante metamorfosis del arte galdosiano. Estas novelas socavan las bases y los

principios de la cultura, y por lo tanto, el lenguaje que lo expresa, o, mejor dicho, que lo crea.

El renombrado sociólogo Peter Berger escribió en 1967 de cómo inventamos mundos con

lenguajes, instituciones y sistemas de significación que no son “naturales” o “intrínsecos”.

Son construcciones humanas que a la vez forman las identidades y determinan las funciones

de los individuos que las componen y perpetúan. Berger señala el lenguaje como ejemplo

paradigmático de este proceso: “El lenguaje existe porque... el individuo, con otros,... sigue

empleándolo”. Y como el lenguaje, “la sociedad es una empresa que erige un mundo,... un

sistema que ordena y nombra”. Comenta, además, que “Sobre el fundamento del lenguaje y

por el lenguaje se construye el edificio cognitivo y normativo que se designa como ‘la

sabiduría’ en una sociedad. En ‘lo que sabe’, cada sociedad impone un orden de interpretación

común sobre la experiencia, que se convierte en ‘la verdad objetiva’” (17-21 pássim).2

Los Episodios invocan una “verdad objetiva” por sus discursos verosímiles y referencias a

sucesos y personajes históricos. Luego desmitifican esa objetividad ilusoria, exhibiendo cómo

se producen las creencias y clasificaciones históricas y sociales, las convenciones de la

moralidad y la estética, las identidades que individuos forman de sí y de otros. Muestran los

artificios que elaboran las instituciones y categorías culturales que se consideran naturales,

preordenadas y de autoridad indisputable. El proceso de desenmascarar la construcción

cultural y el lenguaje que la forja, que se ha desarrollado desde las obras más tempranas de

Galdós, culmina en la quinta serie de Episodios, cuyos cambios en los modos narrativos

anticipan textos incluso de hoy día. Estas alteraciones, que llegan a su punto de máxima y más

radical expresión en los últimos Episodios, cambian también la experiencia de la lectura.

La quinta serie se resiste a conformar a las expectativas familiares del lector más que

ninguna obra galdosiana. Su desorden narrativo invita a una revisión del “orden” sociohistórico.

La yuxtaposición y equivalencia de lo fantástico y lo mitológico con las referencias

y personajes históricos o realistas, entre muchos aspectos singulares, crean visiones

alternativas de España que pueden dirigir al lector hacia la modernidad. Las invenciones a

veces asombrosas encierran un propósito profundo: la serie se dedica a la transformación de la

sociedad por la palabra escrita. Por medio de la metamorfosis de su escritura la quinta serie

reclama una metamorfosis de la sociedad española. Como la cultura se fabrica a base de la

palabra, por la palabra se puede transformar.

Los mundos creados en los Episodios finales son desequilibrados y paradójicos, otra

manera en que los textos sugieren que no hay ninguna perspectiva objetiva o cierta sobre “una

realidad”. No nos dejan “sustituir” sutilmente una imagen textual verosímil por una realidad

vivida, como pretende, o finge, hacer el realismo, según Roland Barthes.3 La gran divergencia

entre las evaluaciones críticas de la serie se debe a esta resistencia a la “naturalización” de su

forma y contenido. Pero la forma de una obra, el lenguaje que la constituye, es su contenido,

como apunta Hayden White.4 Así la escritura “laberíntica” de la quinta serie traza los

mensajes encubiertos que el lector podría encontrar.5

La serie se ha examinado por sus ideas políticas e ideológicas acerca de la época sobre la

que Galdós escribe y de la época en que escribe; por su reflejo de un Galdós optimista o de un

Galdós pesimista; y por su valor literario. Hay los que consideran las novelas obras de

inmensa riqueza y valor literario, desde Azorín a Casalduero, Ricardo Gullón y Miguel

Enguídanos, a unos más recientes como Rodolfo Cardona.6 Pero la gran parte de los críticos

las ha visto como novelas flojas, y productos de pesimismo, cansancio e incluso senectud. Es

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precisamente a causa de lecturas tan diversas que la escritura de la quinta serie se muestra tan

fascinante.

Agudísimo lector de España y los españoles, Galdós también era su propio lector más

crítico, como observó, por ejemplo, Stephen Gilman en “Galdós as Reader”. Mientras

examinaba la sociedad y la historia, refinaba y profundizaba constantemente su expresión

artística. Galdós siempre parecía adelantarse de su época, como escribieron hace años John

Kronik de su temprana metaficción, Carlos Clavería de su uso de lo fantástico, o Rodolfo

Cardona de sus intuiciones psicológicas.7 Las innovaciones extravagantes de la quinta serie

han creado obstáculos a la interpretación, como se ve por la polémica crítica. Prohiben una

lectura naturalizada y la producción del sentido de la verdad. En el proceso de releer los

últimos Episodios he revisado unas ideas anteriores. Veo más coherencia entre los seis

volúmenes que antes, y he modificado mi evaluación del papel de Tito Liviano, narrador y

protagonista de los cuatro Episodios finales. Encuentro en él una evolución más profunda que

antes (v.g. 1989, 163-64), hasta que llega a ser un tipo de héroe o voz de la verdad en una

época sin héroes o verdades.8 En otras palabras, como dijo Galdós en su segundo prólogo a la

edición ilustrada de los Episodios nacionales, “me desdigo resueltamente”.9 Y no es la

primera vez que he caído en la trampa del gran titiritero Galdós. La riqueza de sus juegos

textuales era lo que me atraía al principio de mis estudios, y sigue siendo aspecto fundamental

de mi amor por este autor incomparable. La imposibilidad de agotar lo que se puede descubrir

en Galdós es lo que le mantiene vivo.

Desde las primeras palabras de España sin rey hasta las últimas de Cánovas hay un

enlazamiento tan profundo como sutil. Aunque la mayoría de los críticos ve una división

esencial entre los dos tomos iniciales de la serie y los cuatro finales, Rodolfo Cardona acierta

cuando escribe que España sin rey, junto con España trágica, sirve de prólogo a la quinta

serie, como suelen servir los primeros tomos de las series anteriores. Examina cómo el

simbolismo, sobre todo del nombre y del “triunfo” paradójico del personaje Nicéfora,

presagia argumentos centrales de la serie entera.10 También unifican la serie la cantidad de

escenas, personajes y temas paralelos y las repeticiones de frases evocadoras y palabras

claves. Estos aspectos tematizan la vacuidad política y social, la hipocresía, la inmoralidad y

el egoísmo; al mismo tiempo, los paralelos y repeticiones, junto con todos los juegos

estilísticos, reinscriben estas novelas históricas como textos escritos.11

Todas las novelas revelan corrientes de erotismo por sus triángulos amorosos y amores

ilícitos, los mundos de prostitutas y don Juanes degenerados. Ostentan lo inverosímil y

exhiben metamorfosis literales y figurativas de mundos, personajes y voces narrativas. En

España sin rey, el quijotesco carlista cincuentón, Don Wifredo, apodado Gaiferos,

experimenta lo que él llama “una metamorfosis” que le hace “otro hombre” (291-92). Este

“terremoto cerebral”, “revolución o cataclismo” le concede la capacidad de “profetizar” y

“adivinar” sucesos por el espacio y el tiempo con su nuevo pensar poderoso o “lógico

artificio” (v.g. 340-45).12 Vicente Halconero, joven protagonista del segundo volumen,

España trágica, ve imágenes y prefiguraciones mitológicas en caras conocidas y cae en

‘sopores’ donde aprende de acaecimientos políticos y adivina la muerte de Prim. Él cambia

también. Después de un fallido paso heroico-literario, decide que su “alma no estaba

fortalecida para ninguna clase de acción”. Deja atrás sus ideales y sus libros, tomando la

dirección moderada del futuro que avista: él y su esposa formarán una de “estas familias

medianamente ilustres, medianamente ricas, medianamente aderezadas de cultura y de

educación [que] serán las directoras de la Humanidad en los años que siguen” (460). Tito y

sus mundos se metamorfosean constantemente y en mil maneras: de estilos narrativos y de

amantes, de forma y tamaño físicos, de visible a invisible, de hombre a gato, etc. Realiza

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viajes fabulosos por espacios míticos y tierras de España, por pasajes subterráneos y palacios

reales. Habla lo mismo con personajes míticos que con personajes históricos. Comunica

“telepáticamente” y entra en el pensamiento de otros con su “artilugio milagroso” (810).

Estas y otras manifestaciones prodigiosas reflejan las de la escritura galdosiana.

Ricardo Gullón observó de estos Episodios que “el asunto harto visible” no es referir la

historia sino contar cómo se escribe. Amadeo I podría haberse titulado “Cómo se escribe una

historia”, anticipando “Cómo se hace una novela” de 1926 (408). Se podría extender este

juicio para decir que toda la serie desarrolla el relato de “cómo se escribe una novela histórica

en un mundo carnavalesco y fragmentado, contra las barreras y en las fronteras de la

modernidad”. La “revolución” que exige Mariclío en su carta final a Tito, esos párrafos tan

citados y los últimos que noveló Galdós (875-76), encuentra su porqué y su cómo en la

escritura metamórfica, incluso revolucionaria, de la quinta serie. Pide una metamorfosis del

lector y de la nación entera por medio de sus propias transformaciones discursivas. Estas

alteraciones imprevistas constituyen ambos la extraordinaria novedad de la serie y los

impedimentos a su lectura.

Porque el impulso más poderoso del lector, sea “ocioso” o “crítico”, “picaresco” o “noble”,

por citar unas maneras en que la quinta serie se dirige a su lector, es desentrañar secretos,

enlazar hilos, y reconstruir un lógico tejido escrito. Recurre a formas familiares para crear un

mundo que se asemeja, de algún modo, a lo ya conocido. Galdós estorba este empeño, tanto

en los lectores como en los personajes que espejan, y hace resaltar el proceso y el poder

manipuladores del lenguaje. Los personajes, en particular Wifredo, Halconero y Tito, intentan

descifrar enigmas y descubrir verdades. La retórica de los políticos, las mentiras sociales y

amorosas, las historias apócrifas, entre otras cosas, erigen “barreras de palabras” (514) a sus

esfuerzos. Los personajes, como nosotros, “ansían penetrar... en esta selva histórica”, como

dice Tito al comienzo de La primera República. Pero es una “selva o manigua tan

enmarañada, que es difícil abrir caminos en su densa vegetación, orientarse por este laberinto”

(581). Las novelas de la quinta serie no son “invenciones para suplantar a la realidad” como

en las que se refugia Halconero y que quiere imitar (367), sino invenciones para disolver los

límites entre la realidad y la ilusión. El lenguaje, como la cultura, suele esconder sus artificios.

Galdós se aprovecha de las expectativas del lector y a la vez parodia su propia obra. Quita la

máscara de los trucos narrativos y enseña que la búsqueda de un mundo textual que refleja

nuestra concepción de lo que la realidad debe ser es tan equivocada como la de Santiuste.13

Las novelas desorientan y engañan desde el principio. Sus títulos señalan que van a referir

acaecimientos, lugares o personalidades históricos conocidos, y su ya renombrado marco de

Episodios nacionales refuerza esta presunción. Pero una vez entrada en estas narraciones

ofuscadas, el lector encuentra el retrato de una cultura que ha perdido su sentido de dirección.

Los textos alternan constantemente entre códigos y estilos incompatibles, rompiendo reglas

narrativas en muchas maneras. Contravienen el sentido común, la razón y la lógica,

reemplazándolos con el “lógico artificio” adivinador de don Wifredo o la “sinrazón”. Como

dice Tito en De Cartago a Sagunto cuando se encuentra otra vez “navegante en el piélago de

las cosas suprasensibles”: “Mejor... Bien venido sea el mundo quimérico. Bendita sea la

sinrazón, que es casi siempre el molde de la razón” (764). Usa y luego distorsiona lo familiar;

destruye barreras entre géneros; incorpora para derribar tradiciones y convenciones; y crea

roturas en la continuidad especular o simbólica entre ficción e historia. El lector encuentra

tramas fragmentadas, una falta de transición coherente entre escenas, cambios abruptos de

lugares y tiempos, multiperspectivismo, esfumación de principio y fin, y saltos e inversiones

de la cronología. Estas modalidades incongruentes, junto con la exploración de la

subconsciencia y lo sobrenatural, el entretejido de lo mítico o fantástico con lo político o lo

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erótico, y tantos personajes desdoblados y “volubles”, sorprenden y confunden. No se puede

leer estas novelas de modo inconsciente; no se puede suspender la incredulidad. Por el

continuo “tejer y destejer” de la quinta serie, su significado no aparece sin roturas. Como

Maese Pedro, cuyo nombre y retablo se invocan desde el primer volumen de la serie (273),

Galdós tira de las cuerdas y juega con sus personajes y lectores para que veamos el juego, de

la escritura y la cultura, por lo que es. Los textos trabajan para que el lector perciba el

lenguaje como un sistema engañoso y metamórfico, un proceso que fabrica y desenmascara

“el telar” del “Retablo de la historia española”.14 En el espacio, o el escenario, entre la

textualidad y la referencialidad, desde luego, encontramos la quinta serie, siempre oscilando

entre estos polos. Es donde reside, también, la imaginación del lector, eso es, su realidad.

La turbación que puede sentir el lector ante los fenómenos irracionales refleja las

reacciones iniciales de los personajes. Mientras al principio los dichos y hechos absurdos se

explican como productos de sueños o fiebres, hacia el final del primer volumen y

progresivamente por las novelas siguientes, no hay ninguna explicación, racional o irracional.

Wifredo, y su Sancho Panza, Filiberta, Tito y su consorte final, Casiana, llegan a ver lo

sobrenatural como más verdadero que el pensamiento lógico o el mundo cotidiano. Esta falta

de sorpresa por parte de los personajes crea aún más desconcierto en el lector que los

elementos inverosímiles. La serie termina sin explicar lo fantástico, sin enlazar hilos y sin

resolución. Como la ninfa Floriana le dice a Tito de la relación entre el mundo “mítico” y “la

vida vulgar”, “esto acabe siempre en aquello y aquello en esto, pues nunca se verá el fin

definitivo de las cosas” (643).

Ahora bien, ¿cómo explicamos la quinta serie de Galdós?. Rodolfo Cardona en su

admirable libro, Galdós ante la literatura y la historia, escribe que

Galdós... no puede ser modernista... [sin embargo] siente que los movimientos

artísticos de su siglo han dado de sí todo lo que podían dar. Galdós siente, entonces,

la necesidad de renovarse, pero lo hace a su manera y no imitando a los nuevos,…

Retrospectivamente hoy vemos que las trasgresiones de Galdós lo acercan más a

nosotros, a nuestra propia época; es decir, lo acercan al Postmodernismo (139).15

También Linda Willem considera que los cuatro episodios finales se aproximan a la

literatura postmodernista. Aunque el esfuerzo por definir lo que constituye la modernidad, el

modernismo o el postmodernismo se encuentra tantos problemas como la interpretación de la

quinta serie, estudios como los de Cardona o Willem, y muchos en este Congreso, indican que

ya es hora de emprender una reevaluación completa de la quinta serie. 16

¿Anticipa Galdós a la novela postmodernista? La bien conocida teorista literaria Linda

Hutcheon escribe: “Porque es contradictoria y trabaja dentro del mismo sistema que intenta

subvertir, el postmodernismo no se puede considerar un paradigma nuevo…. Puede señalar,

sin embargo, el sitio donde algo nuevo lucha por nacer”.17 Ella no identifica el

postmodernismo con una época definida, sino con una visión y una práctica, como las que

ofrece la quinta serie. Sea por sus innovaciones literarias o sus mensajes ideológicos, es

evidente que la narración galdosiana se empeña en establecer lo nuevo, en la literatura, la

historia y la nación.

Hutcheon señala un género particular de la novela, que llama “la metaficción

historiográfica”, como el paradigma ideal de obras postmodernistas que cuestionan las

convenciones y tradiciones que invocan (245). Su definición de esta forma de novela podría

describir los episodios de la quinta serie: “No es metaficción pura, ni es igual a la novela

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histórica o la novela no ficcional... [es] metaficcionalmente auto-reflexiva a la vez que habla

poderosamente de las realidades políticas e históricas” (246). Autor metaficcionalista desde

sus obras tempranas, Galdós es ya artista consumado en esta práctica manipuladora. Las

novelas de la quinta serie son bien auto-conscientes del proceso de su escritura y de los

límites de la representación. Son, además, unas de las más estridentes críticas de la historia y

la política de España en toda la obra de Galdós. Sin embargo, él no rechaza su patria; espera

una España reconstruida y modernizada del futuro.

Hutcheon observa de la diferencia entre el modernismo y el postmodernismo que: “el

postmodernismo... se enfrenta y se opone a cualquier empeño de recuperar o repudiar el

pasado por el futuro”, como hace el modernismo. No persigue “una significación

trascendental ni eterna” sino apoya “una reevaluación de, y un diálogo con el pasado en vista

del presente... No niega que el pasado existe; pregunta si podemos conocer el pasado por otro

medio que sus huellas escritas” (261). Estas consideraciones son propias de los últimos

Episodios en muchos sentidos. También concuerdan con la aserción del profesor Cardona que

las obras no son modernistas. Si son o no son precursores del postmodernismo, bajo ese

prisma podemos alumbrar más caminos por ‘la selva enmarañada’ de la quinta serie.

Hay muchas perspectivas teóricas que ayudan a entender las novelas finales de Galdós. Las

corrientes fantásticas, mitológicas y psicológicas que se ven en obras tempranas reaparecen en

modos diversos por toda la obra de Galdós, hasta dominar en la quinta serie. Aquí en los

Episodios finales Galdós profundiza todavía más en el mundo de la subconsciencia, y su

relación con lo fantástico y lo mítico. En su valioso libro, Los cuentos inverosímiles de

Galdós, Alan Smith resume unos argumentos provocativos de Rosemary Jackson en Fantasy:

The Literature of Subversion y de Donald Palumbo en Erotic Universe: Sexuality and

Fantastic Literature cuando escribe: “Puesto que... la literatura fantástica tiene como

preocupación central el deseo inconsciente, y a su vez este deseo entra en conflicto con la

cultura, se puede comprender que el texto fantástico sea contestatario ante la cultura, y,

además, conlleve una corriente erótica central” (41). En la quinta serie el deseo se expresa en

muchas formas. Sí esconde lo erótico; también lo manifiesta explícitamente. El honrado

soltero Don Wifredo, bajo la influencia corrupta de Madrid, se enamora de una prostituta.

Halconero tiene relaciones con ‘la Eloísa’ durante su noviazgo con Pilar Calpena. Ellos

prefiguran a Tito y sus numerosas amantes, y también a otros personajes, ficcionales e

históricos, por la serie.18

Las corrientes libertinas han sido otro objeto de crítica por unos galdosistas. Pero las

prostitutas y don Juanes de diversas clases refuerzan y amplifican la sátira de una sociedad

que acepta su propia hipocresía e inmoralidad. Es una manera más de parodiar, de usar para

rechazar, ‘normas’ sociales. Lo hace igualmente con tradiciones veneradas y costumbres

vanas. Al final de Cánovas, por ejemplo, Tito adopta conscientemente la cursilería porque

odia “las elegancias faranduleras y la hinchada presunción” de la sociedad española, porque le

revientan “todas las vanidades que se habían mancomunado para contener los progresos de

nuestra Patria, y encerrarla dentro de unos moldes que no podría romper sin nuevas y más

iracundas revoluciones”. Se hace “contrafigura del señorío enfatuado, rémora contumaz de la

vida española”, diciendo que él y su consorte Casiana se hacen “cursis por patriotismo” (812).

Derroca a la vez la hipócrita invocación del “bien de la patria” hecha por tantos “hombres del

estado” y el modus vivendi de mucha de la sociedad española.

El erotismo sirve para otros propósitos. Smith cita a Palumbo sobre la vena erótica, incluso

a veces pornográfica, que es característica de la literatura fantástica: “es en la fantasía que el

sexo, precursor y símbolo de la vida, de la renovación, de la supervivencia de la especie... se

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presenta... como antídoto de la muerte”.19 El deseo de regenerarse en vez de morir coincide

con lo que escribe Mariclío al final de Cánovas, y lo que vocea Tito y otros personajes en

numerosas ocasiones. Las últimas palabras de Mariclío amenazan que si no hay una

revolución verdadera, España, ya enferma, se muere. Pero no me parecen tan pesimistas estas

palabras ni la serie. Se puede divisar una esperanza por el futuro en la figura de Tito, lector

de esa carta final y último narrador de los Episodios nacionales.

Por un lado Tito encarna las épocas degeneradas de qué escribe y desde qué escribe. Por

eso, su escritura conscientemente desordenada establece un contrapunto paradójico al orden

falso y arbitrario de la sociedad. Su estilo cambia tan frecuentemente como sus amantes, sus

formas físicas y psíquicas, y como el gobierno. Dice en Amadeo I:

Escribo fácilmente, ajustándome a las ideas que se me piden.Escribo en republicano,

escribo en conservador y hasta en neo si fuera menester. Pero esto es, como si

dijéramos, producción inconsciente de mi ser, un chorro de variados criterios, que

brota de mí sin más valor que el de un juego de palabras. Dentro de mí quedan mis

convicciones inalterables... Vendo por un pedazo de pan mis tiradas de prosa

política; mis ideas no las vendo por ningún tesoro. (515)

El pasaje no sólo parodia la retórica política, sino la mezcla de códigos discursivos en estas

novelas. Al mismo tiempo, Tito conserva al fondo sus creencias, incluso durante sus

enfermedades y en sus estados alucinados. Cuando piensa estar escribiendo una nueva

Constitución, por ejemplo, promulga “la reforma inmediata, radical, concluyente... Libertad

de cultos, enseñanza totalmente laica, derechos inalienables, imprescriptibles; igualdad social,

reparto equitativo del bienestar humano,... desamortización de conciencias...” (515-16). Son

ideas que se repiten en palabras y frases análogas por toda la serie, resumiendo su receta para

una España enferma, pero no sin remedio.

Las experiencias deslumbrantes de Tito con Mariclío y en el mundo mítico, sus

percepciones sobrenaturales y su ceguera le iluminan, enseñándole a ver su patria y a sí

mismo más claramente. Lo que dijo Casalduero de Galdós en esta última etapa de su creación

literaria se personifica en Tito:

Ha desaparecido la duda acerca del valor de su propia obra, la cual queda envuelta en

la misma ironía con que cubre a toda España. Al mismo tiempo encontramos su

decisión revolucionaria, reforzada por un tono agresivo y despectivo y una pasión

que no trata de contener... con su fantasía mitológica se eleva a un Olimpo irónico,

desde el cual puede sentirse libre de la realidad temporal y hacer que sus personajes

se metamorfoseen. La metamorfosis es un acto de amor acendrado, pues, gracias a su

ironía, el Olimpo no le separa de la humanidad, de España. (165)

Tito adquiere una seguridad en la importancia de su papel como historiador a causa de su

visión remota de un porvenir mejor, como se comprueba al final de La primera República.

Llega a sobreponerse de una manera satírica pero humana de la España para la que toma la

responsabilidad de representar.

La voz de Tito, protagonista burlador y narrador histórico-autobiógrafo, es una paradójica

combinación de escepticismo y esperanza, que capta el tono de esperanza escéptica de la

serie. Además, la forma autobiográfica subraya la subjetividad de la historia contada, y añade

a la complejidad de la narración en muchas maneras. Cuando “el isleño” le da a Tito, como

“dio Cervantes al morisco aljamiado, traductor de los cartapacios de Cide Hamete Benengeli”,

70

la tarea de “sacar al mundo la vaga historia de Amadeo I”, Tito escribe: “A mi observación de

que yo tendía, por temperamento y volubilidad natural, a la mudanza de opinión y a variar mi

carácter y estilo conforme a la ocasión y lugar..., contestó [‘el canario’] que ... la variedad de

mis posturas o disfraces darían encanto a la obra” (493). “El isleño” escoge consciente y

deliberadamente el discurso anárquico de Tito por la narración de esos tiempos caóticos. Tito

y su historia son las expresiones de una sociedad cuyo “orden” o “lógica” es ilusión, cuyas

opiniones varían según los intereses de los que estén en el poder.

Mariclío, Musa de la Historia, también escoge a Tito como amanuense o historiador

auxiliar-mundano a causa de su habilidad de inventar historias, su ironía y su sentido de lo

absurdo en la sociedad y en sí mismo. La autocrítica y proteísmo de Tito le permite

comprender su obligación de cambiar, una lección que internaliza definitivamente en los

últimos capítulos de La primera República. En Cartagena, y en la presencia de dos bellas

figuras míticas, vislumbra una España regenerada. Observa como “la divina Maestra”

Floriana da a los niños pobres de ambos sexos “las primeras migajas del pan de la educación.

Les enseñaba las letras y los sonidos que resultaban de unir una con otra”. Educa a maestros

que educarán a otros para “engendrar la felicidad de los pueblos futuros”, como dice su novio,

“el ser titánico”. Él es “forjador de los caracteres hispanos del porvenir”, de “voluntades que

no han de redoblarse ni romperse”. Trabaja con la mítica maestra, le cuenta a Tito, con el

objetivo de que “tu patria y las patrias adyacentes serán regeneradas, ennoblecidas y

espiritualizadas hasta consumar la perfecta revolución social” (675- 79).

Enfrentado con estos seres majestuosos y con su visión distante de una España fuerte y

moderna, Tito siente su propia pequeñez: “Yo, Tito Liviano,... residuo miserable de una raza

extenuada, politicastro que pretendía reformar el mundo con discursos huecos,... fililíes

retóricos y dogmáticos requilorios, me sentí tan humillado que anhelé... huir” (678). Pero este

Tito sin meta “perece”,20 y, a causa de lo que aprendió del mundo mítico, renace con una

determinación vigorosa:

Al retirarme, vi en mi mente con absoluta claridad que mi papel en el mundo no era

determinar los acontecimientos, sino observarlos y con vulgar manera describirlos

para que de ellos pudieran sacar alguna enseñanza los venideros hombres. De tales

enseñanzas podía resultar que acelerasen el paso las generaciones destinadas a

llevarnos a la plenitud de los tiempos. Seguí, pues, en mi atalaya histórica, y

presencié fríamente sucesos culminantes... de la intrincada manigua de las

desgarradoras contiendas civiles... no sin reconocer que nuestra incorregible tontería

fue Razón transitoria de una Sinrazón que ya, ¡vive Dios!, va durando más de la

cuenta. (679)

El papel que asume Tito ahora señala un desenlace anhelado y quizás el designio principal

de estos Episodios. Sería fácil pensar que es aquí donde Tito se convierte en auténtica voz de

Galdós. Como Tito, es claro que reevalúe su trabajo de novelar la historia española del

desastroso siglo XIX.21 Sea o no de Galdós, no puede concebirse descripción mejor de la voz

que proporciona la enseñanza manipuladora de la quinta serie. Tampoco son resignadas las

palabras de Tito; encierran la esperanza lejana de una nación curada de sus enfermedades

egoístas. El diminuto historiador lucha hacia este fin utilizando la única arma que posee, que

es un arma poderosa: la palabra escrita. Es la misma arma que blande Galdós.

La quinta serie exhorta a cada español que sea útil, que trabaje para el futuro.22 Su mensaje

reiterado se inscribe en la escritura de estos episodios, que quieren lectores activos, no los que

leen por escaparse del mundo, como hace Halconero, hijo nacido a media vida de la abortada

71

revolución del 68. Él consume con “avidez” libros extranjeros, no como el “pan de la

educación” que Floriana da a los niños que enseña, sino para imitar sus figuras idealistas. En

esto también refleja su país, donde “el cúmulo de ideas que ensartadas en masas de papel

pasaron de los grandes cerebros del siglo a la fácil asimilación de nuestros ávidos

entendimientos” (366-67).23 Al fin, el hombrecillo de media voluntad, deja de leer y se hace

diputado, “contagiado”, el pobre, como dice Tito, “del negro y pestilente virus” de la

mediocridad que devora España” (872).

Para otros, como Cánovas, los libros son posesiones, tesoros de guardar. Hacia el final de

la serie, Mariclío observa de los 30.000 tomos en su biblioteca que

toda esta ciencia arcaica y este fárrago, que tuvieron su porqué y razón en siglos

remotos, ¿le sirven... para consumar y sutilizar sus artes... de gobernador de los

reinos hispanos...? ...esto no es más que un bello delirio de coleccionista, ávido de

gozar tesoros raros no poseídos por otro alguno, monomanía que satisface los amores

de erudición platónica, con poca o ninguna eficacia en el arte de aplicar las

sabidurías trasnochadas al vivir contemporáneo (865).

Cánovas se contenta con el orden como es, y no parece aprender de lo que lee. Su

muletilla, “continuando la historia de España”, indica que sólo cambia el escenario, no los

actos o el tema del drama nacional, como observa Tito cuando “maese Cánovas, como quien

cambia los títeres de un retablo, compuso … el llamado Ministerio Regencia” (794).

Gobernadores, o lectores, como Cánovas y Halconero, no llevarán el país a la modernidad.

Cánovas pudiera simbolizar la España que cree en las ilusiones que ha fabricado. En De

Cartago a Sagunto Mariclío dice que

gobiernan a España las manadas de hombres que alternan en las poltronas o butacas

del Estado, ahora con este nombre, ahora con otro. … También ellos inventan

historias para domar las fieras oleadas de la opinión [y] acaban por creer lo que

engendró su propia fantasía. Tus gobernantes son creadores de mitos, y mostrándolos

al pueblo andan a ciegas, sin saber lo que quieren ni adónde van (764-65).

Perdidos en la selva histórica y los laberintos de palabras, ven como realidad su propia

“palabrería”.

Tito ejemplifica, entre burlas y veras, los españoles capaces de concebir realidades

alternativas. Su metamorfosis le enseña su papel en la construcción de la España del futuro.

Por desbaratar normas narrativas, la quinta serie demuestra que hay que romper las reglas y

costumbres que perpetúan el ciclo que continúa la misma historia de España. Por medio de la

metamorfosis de su escritura, Galdós señala la necesidad de abandonar tradiciones

anacrónicas y convenciones hipócritas para elaborar otros modos de vivir, de gobernar la

nación, de progresar y modernizar. No vale otra “revolución a medias”, ni sólo manipular las

figuras del retablo. La sociedad y los individuos que la construyen tienen que cambiar de

forma y práctica, como en un mito ovidiano. Galdós busca la transformación de la sociedad

por su palabra transformadora.

72

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74

NOTAS

1 En varios lugares examino la desmitificación de la historia en Trafalgar y la primera serie; véase, por

ejemplo, ‘Mythological Resonances in Galdós's Early Episodios nacionales’.

2 The Sacred Canopy, 17-21; las traducciones son mías.

3 Hayden White, The Content of the Form, escribe: “It was, Barthes has argued, the supreme achievement of

nineteenth-century realism... to substitute surrepticiously an already textualized image of the world for the

concrete reality it feigned iconically to represent” (206).

4 El libro citado de Hayden White, como la mayoría de su obra, se dedica a mostrar que los discursos

históricos tanto como los ficcionales, y los movimientos culturales y artísticos de varios tipos que se

agrupan comúnmente bajo la designación de postmodernismo, reconocen que “narrative, far from being

merely a form of discourse that can be filled with different contents, real or imaginary ... , already

possesses a content prior to any given actualization of it in speech or writing” (xi; el énfasis es mío). Es

este ‘contenido de la forma’ que White analiza en su libro del mismo nombre. Sus observaciones sobre las

posibles reacciones de lectores a técnicas narrativas insólitas pudieran aplicarse a la quinta serie: “Once we

are enlivened to the extent to which the form of the text is the place where it does its ideologically

significant work, aspects of the text that a criticism unsensitized to the operations of a form-as-messge will

find bewildering, surprising, inconsistent, or simply offensive... themselves become meaninfgul as

message” (204; el énfasis es mío).

5 ‘Laberinto’, como ‘metamorfosis’, ‘odisea’ y muchas palabras y frases mitológicamente evocadoras, se

repiten por la serie desde el primer volumen. ‘Laberinto’ se usa en varios contextos, incluso como

metáfora de la historia caótica de la época y por la escritura, v.g. 354, 367, 418, 460, 467, 581, 594, etc.

Las referencias de la quinta serie de Episodios nacionales se indican entre paréntesis dentro del texto;

vienen de Federico Carlos Sainz de Robles, ed., Benito Pérez Galdós, Episodios nacionales, Vol. IV, 1a

ed., 3ra reimpr., Madrid, Aguilar, 1979.

6 Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós; Ricardo Gullón, ‘La historia como materia novelable’; Miguel

Enguídanos, ‘Mariclío, musa galdosiana’; Rodolfo Cardona, Galdós ante la literatura y la historia;

también véase mi The Novel Histories of Galdós. Azorín elogia a Galdós en varios lugares, y escribe de

Cánovas en 1912 que es “sencillamente maravilloso. Pocos libros habrá escrito don Benito Pérez Galdós

de tan soberbio modo” (Escritores 54); examino la presencia de Galdós y su obra en la de Azorín en

‘Galdós y Azorín: Hacia una teoría de la escritura finisecular’.

7 John Kronik, ‘El amigo Manso and the Game of Fictive Autonomy’ y ‘Misericordia as Metafiction’;

Rodolfo Cardona, ‘Introduction’ a su edición de La sombra; Carlos Clavería, ‘Sobre la veta fantástica en la

obra de Galdós’.

8 También Tito me parece ya una figura mucho más positiva, que toma responsabilidad por sus palabras y sus

acciones, y que trabaja, a su modo, por una España regenerada.

9 En su breve prólogo de 1881 a la edición ilustrada de las dos series primeras de los Episodios nacionales y

en el ‘prólogo’ más extenso de 1885, puesto antes del último tomo de la edición ilustrada, Galdós se

describe escribiendo con agudeza duplícita y auto-paródica. Se permite renegar de sus palabras ‘pueriles’

de 1881, donde había prometido explicar sus fuentes históricas y técnicas de creación: “Me desdigo

resueltamente, recojo mi palabra” (1885, 59). Pero luego escribe en detalle sobre estos y otros tópicos,

incluso lo que constituye la historia y la vida, y la relación entre el texto escrito y el texto gráfico. Peter

Bly, ‘El encanto de las artes visuales’, ofrece unos comentarios interesantes sobre este aspecto de los

prólogos a la edición ilustrada. Los prólogos se encuentran reimpresos en William Shoemaker, Los

prólogos de Galdós.

10 Galdós ante la literatura y la historia, 163-71 pássim; y ‘La victoria de Nicéfora’.

11 Frases como ‘el tejer y destejer del telar burocrático’, ‘la jerga política’ ‘corte y costura’ de Constituciones,

‘hilar la historia’, ‘taller de la historia’; analogías entre el gobierno, la historia, y malas comedias o

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entremeses; hilos amorosos o fantásticos ‘juntados y amalgamados’ con políticos o históricos; etc., entre

muchos otros ejemplos, llaman la atención al lenguaje de estos textos como un proceso creador y

manipulador.

12 En cuanto a lo inverosímil y Don Wifredo, y también su quijotismo, véase España sin rey, capítulos 12-13

(páginas 288-96) y capítulos 25-32 (páginas 340 - 63) especialmente. Las conexiones entre Don Wifredo y

Don Quijote y sus novelas respectivas son múltiples, y merecen un estudio aparte. Se asemejan en edad,

figura, estado social, sirvientes ingenuos, lecturas (aunque Wifredo lee libros que evocan los de Jules

Verne en vez de novelas de caballerías), en sus ideales de honor, tradición, y la mujer adorada, en el

entretejido de la cordura con la locura, etc. Más que nada, las acciones y palabras de Don Wifredo,

particularmente después de su ‘metamorfosis’, evocan los capítulos 24 a 27 de la segunda parte de Don

Quijote. Mientras Wifredo justifica como fuente goda de ‘Wifredo’ el apodo Gaiferos, que le da su amante

‘Paca la Africana’, maese Pedro pone en el retablo su versión de la epopeya del galante enamorado

Gaiferos. Don Quijote entiende la producción ‘teatral’ como realidad, con el fin que sabemos. Pasa igual

con Don Wifredo, trastornado por ‘las figurillas del retablo’ en las Cortes, y de Paca la Africana, quien

quiere ‘redimir’. Sobre todo, Wifredo mantiene ideales, siquiera fútiles, como el Quijote que describe

Unamuno. Y a pesar de sus modos anacrónicos y su caballerosidad fracasada, los persigue. Representa el

honor y los principios morales de generosidad y justicia que España necesita conservar, como implica el

narrador al principio de España trágica (véase lo citado abajo, nota 23).

13 Ni Galdós, Tito ni Mariclío reescriben la historia ‘como debe ser’ como hace Santiuste en su ‘Historia

lógica-natural’ de la cuarta serie. Entre burlas y veras reveladoras, interpretan y narran lo risible y lo triste.

14 ‘Telar’ se repite frecuentemente y su etimología es interesante; además de lo obvio: ‘Máquina para tejer’ o

‘Fábrica de tejidos’, también significa ‘Parte superior del escenario, donde quedan fuera de la vista del

público los telones y bambalinas que desde allí se hacen descender al escenario cuando es preciso’

(Moliner).

15 Cardona acierta cuando dice que Galdós no imita ni participa en los cambios expresados por los del ’98. De

todos modos, los había anticipado hace 30 y más años, aunque esto es otro tema (véase mi ‘Galdós y

Azorín’, nota 8, por unas referencias bibliográficas importantes sobre la cuestión). En obras tempranas

como tardías, Galdós inventa su propio estilo, que otros asimilan a la vez que rechazan a su creador. Los

del ‘98 constituyen un ejemplo clásico de ‘la ansiedad de la influencia’ descrita por Harold Bloom en The

Anxiety of Influence.

16 Linda Willem, ‘Anticipating Postmodernism in Two Galdosian Fantasies: “¿Dónde está mi cabeza?” and

the Final Episodios Nacionales’ ; también véase mi The Novel Histories of Galdós, 147-227, y Benito

Madariaga, que escribe de la ‘ruptura’ estilística en Amadeo I, una obra que constituye ‘un tipo nuevo de

novela histórica’ (376). Además ofrece una reconstrucción interesante de ‘la cronología de la elaboración

literaria’ del episodio basándose en cartas de Galdós a Teodosia Gandarias (371).

17 Linda Hutcheon, ‘Beginning to Theorize Postmodernism’, 245; las traducciones son mías.

18 Entre estos tres protagonistas y también personajes secundarios, históricos y ficcionales, Halconero cae lo

más bajo. En una escena repleta de juegos cervantinos, la presencia de la ‘matrona Historia’ que se tapa la

cara o se hace invisible, de ‘laberintos’ y ‘metamorfosis’, la Eloísa saca del bolsillo de Vicente una carta

de su novia. ‘Con no poco trabajo, valiéndose de la fuerza, de la autoridad varonil, y viéndose obligado a

golpear a la linda mujer en diferentes partes de su cuerpo y rostro, pudo Halconero recobrar lo suyo’. Su

amigo Segismundo García Fajardo interviene, recordándole que ‘Es de mal gusto llegar a la riña material’

(418-19; España trágica cap. 16). Como bien se sabe, Halconero se asemeja mucho al joven Galdós en sus

preferencias literarias. Por eso es más curioso que le dibuje de este modo denigrante. Me parece que tiene

que ver con la mediocridad del personaje, su asimilación superficial de ideales prestados, que luego

abandona completamente por seguir el status quo. En contraste, Don Wifredo no abandona sus ideales, y

Tito adquiere más.

19 Smith, 41, cita y traduce de Palumbo aquí. Examino las relaciones complejas entre el impulso erótico y la

muerte desde perspectivas jungianas y semióticas en ‘“Immaculate Conceptions” and Other Mysteries in

Galdós's Cádiz’. En esa novela, por supuesto, la mujer dividida entre la religión y la sensualidad, Asunción

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de Rumblar, prefigura en muchas maneras a Nicéfora. Y entre esas dos figuras hay otros paralelos, como

Sor Teodora de Aransis en la segunda serie, Salomé o Marcela en la tercera, Dominicana o Donata en la

cuarta, etc.

20 El divino forjador finaliza la ‘reconstrucción’ de Tito (676) cuando le arroja por “un inmenso talud o

escarpa de inconmensurable altura”. Tito cree perecer, pero cae suavemente de pie en la playa, sano y salvo

(679).

21 De hecho, la serie recapitula y revisa muchos aspectos de los cuarenta episodios anteriores, alterando el

énfasis y tono, aunque no me parece su enseñanza fundamental. Pudiera mencionar una multitud de

prefiguraciones, repeticiones y paralelos entre personajes, escenas, motivos, temas, etc. Se ve una línea de

prefiguración y repetición entre mujeres divididas entre el amor religioso y el amor sensual, por ejemplo,

como he indicado anteriormente; Don Pedro de Congosto de la primera serie tiene sucesores en Don

Beltrán y Ventura Miedes, entre otros, hasta llegar a Don Wifredo. Gabriel Araceli es el primero en una

línea de protagonistas-narradores progresivamente más auto-paródicos que terminan en Tito Liviano.

Desde la primera serie Galdós utiliza técnicas sutiles de contravenir lecturas oficiales de la historia e

incorpora elementos fantásticos y experiencias extra-sensibles. Cada serie incluye complicados triángulos

amorosos que se enredan con la historia y contribuyen a su desmitificación. Estos sólo son unos de muchos

ejemplos del entretejido maravilloso de los cuarenta y seis Episodios nacionales.

22 Miguel Enguídanos escribe que Galdós “...se aferra a una lejana y utópica esperanza: la revolución... que

ha de ser el resultado del esfuerzo continuado e individual de todos los españoles” (436).

23 “Halconero... provenía espiritualmente de la Revolución del 68. Esta y las ideas precursoras le engendraron

a él y a otros muchos, y como los frutos y criaturas de aquella Revolución fueron algo abortivos, también

Vicente llevaba en sí los caracteres de un nacido a media vida. Produjo... la Gloriosa medias voluntades...

[y]... se desordenó a mitad de su camino. La razón de esto era que buena parte de la enjundia

revolucionaria se componía de retazos de sistemas extranjeros,... La fácil importación de vida emperezó en

tal manera a los directores de aquel movimiento, que no extrajeron del alma nacional más que... sus

ambiciones y envidias, olvidándose de buscar en ella la esencia democrática y el secreto del nuevo

organismo con que debían armar las piezas desconcertadas de la Nación” (366-67).

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