EL AMOR Y EL SENTIMIENTO RELIGIOSO EN GLORIA,

DE GALDÓS

Carmen Lucía Álvarez

Esta novela es un ejemplo de lo polifacético que es Galdós, teniendo en cuenta la

diversidad temática que abarca en su obra. Como nos asombra aquí, no sólo por su

extraordinario talento narrativo sino también por la maestría con que va desenvolviendo el

conflicto y sondeando los más ocultos recovecos del alma.

Comienza la novela con un clima francamente despreocupado y feliz. Con lentitud aparece

la posibilidad de que todo lo que esté oculto se manifieste; los hechos se van eslabonando de

manera lógica y fatal –porque ya traían marcado su curso–, y la novela se vuelve

decididamente agónica desde el final de la primera parte hasta el desenlace.

Si Galdós puede situarse más allá de las contiendas, de los partidismos religiosos y llegar a

una tolerancia y reconciliación de dos creencias –como el judaísmo y el cristianismo– en

virtud del amor, es porque en realidad era un temperamento verdaderamente religioso y

superior.

En cuanto al fondo de la novela, Gloria, para mí, puede dividirse en dos grandes planos: un

primer plano de la realidad profunda y un segundo plano de la realidad aparente.

En el primero, el autor nos habla del alma y de la secreta armonía entre algunas de ellas,

como en este caso las de Gloria de Lantigua y Daniel Morton. Esa armonía que se manifiesta

de diversas maneras, queda –yo diría– “sellada” por el amor que sienten el uno por el otro. Es

el amor con mayúscula, único, verdadero, desinteresado, superior, eterno... simplemente

amor, hecho poco frecuente. Ese amor es cuidado constante. Es vivir fuera de sí. Es ser

atraído desde el centro esencial de un ser por el centro esencial de otro. Es sentirse entregado

al otro a pesar de las decisiones de la voluntad. Dice Galdós:

Eran como la playa y la ola que siempre parece que huyen la una de la otra y siempre

se están abrazando.1

Aquí, en este gran primer plano del alma, en esta última realidad de la que sólo puede

decirse que es, estamos en el reino de la verdad suprema, de Dios. Esas dos almas son un

reflejo de él.

Veamos cómo se manifiesta esa armonía. Antes de la llegada de Daniel, Gloria, que parece

por momentos vivir en el mundo de la irrealidad y del sueño, oye misteriosas voces interiores

que le hablan de un ser tal vez inexistente.

El alma sentía pasos, que es como decir que su facultad de adivinación anunciaba la

proximidad de algo profundamente interesante para ella.2

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Esto también tiene su contraparte en Daniel Morton, porque más adelante expresará:

Mi corazón te adivinaba hace tiempo. Cuando te vi no me pareció verte sino

hallarte.3

La llegada de Daniel está además rodeada de otros elementos premonitorios como el sueño

de Caifás, el rayo que Gloria cree que ha caído en su casa y la tormenta que es a la vez una

gran catástrofe. Los elementos naturales desencadenados juegan un papel importante en

momentos clave de esta historia. Una tormenta trae a Daniel, otra le impide irse y otra sigue a

la muerte de Gloria. Pareciera que todo obedeciese a los designios de una voluntad superior y

sólo algunas almas pudiesen presentirlo.

Otro hermoso ejemplo de esta tenue realidad puede verse en el capítulo titulado Otra

referido a una obra de caridad. Galdós termina dicho capítulo con un contraste que consiste en

nombrar los mismos elementos que había descrito en la caminata de ida de Gloria hacia la

casa de Caifás: las vacas, el verde maizal, los cinco castaños mutilados, la torre de Ficóbriga,

los pájaros que volvían del horizonte... En todos ellos había reparado Gloria al ir, pero al

volver no los ve, porque se siente como arrancada de la realidad cotidiana, como abstraída de

todas las limitaciones espaciales y temporales y sólo percibe la realidad de su alma en la

forma de un sol que allí había salido.

No vio nada más que un sol poderoso que había salido ha tiempo en su alma y que

subiendo por la inmensa bóveda de ésta, había llegado ya al cenit y la inundaba de

esplendorosa luz. 4

En la segunda parte de la novela no ha transcurrido mucho tiempo pero sí han pasado

muchas cosas, abismos que no tienen medida. Los personajes principales “me refiero a Gloria

y Daniel, han sufrido enormemente”, sobre todo Gloria, en quien el proceso psicológico puede

verse más de cerca, y sin embargo sus almas siguen girando, por decirlo así, alrededor de la

misma órbita. Para ejemplificar esto que digo, basta citar algunas palabras de los capítulos

XVI y XXXIII. En el primero, Morton, luego de hacer detener el “break” en que viajaba

Gloria y de tratar inútilmente de averiguar adónde ha ido, suponiendo que en esto hay alguna

otra causa que provoca su sufrimiento, dice:

Tus penas, vida mía, tienen un eco sensible en mi corazón, y aquí se repiten,

doliendo, porque tus heridas son mis heridas, porque estoy destinado a vivir con tu

vida y a morir con tu muerte.5

Estas palabras son también la medida de su amor, porque un verdadero amor se reconoce

no sólo por las alegrías sino por el sufrimiento y la renuncia de que es capaz. Más abajo dice:

Pues si tú no me lo dices, te lo diré yo, porque lo sé.6

Y luego:

Gloria, mi corazón no puede estar mucho tiempo ignorante de lo que ocurre en el

tuyo. Oh armonía sublime. Si esta correspondencia de afectos no existiera, no

existiera el alma.7

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En el otro capítulo mencionado, Gloria se muere irremediablemente y porque ese trance

entre la vida y la muerte debe ser un momento supremo de gran claridad, en el que la voluntad

ya no cuenta, es que Gloria puede decir la única y última verdad sobre sí misma:

He vivido en ti y en ti muero.8

Y tal vez sobre el alma:

No hay que afligirse, el alma es libre y su

inmortalidad le ofrece tiempo, caminos sin fin

para alcanzar el bien que desea...9

Mañana... mañana serás conmigo en el paraíso.10

En el segundo plano de la realidad aparente Galdós nos habla de un conflicto religioso y

entonces, sí, ya entramos en el reino de los hombres. Gloria y Daniel son seres humanos y de

ninguna manera van a escapar de él especialmente porque ese mundo de los hombres, en esa

época y en esa aldea, presiona, ahoga, mata. Es la fuerza de lo social, en este caso dividido en

castas religiosas irreconciliables, que pugnan por mantener su separatismo. Gloria y Daniel, si

bien en ellos lo religioso tenía profundísimas raíces, habrían superado el obstáculo y logrado

vivir juntos en armonía.

En primer lugar porque no eran almas vulgares. En cuanto a Daniel se nota en su trato y

por sus actos que es profundamente religioso. Incluso Don Angel, el obispo, se da cuenta de

ello y lo compara con otros jóvenes de España que se dicen cristianos, pero que en el hacer

son almas frívolas y vacías. Un ejemplo de ellos es Rafael Del Horro a quien el obispo admira

y considera adalid de la causa católica pero a quien en el fondo desconoce. Este personaje

parece ser la contrafigura de Daniel Morton en cuanto a fe religiosa, firmes principios y

convicciones.

Gloria tampoco es un alma vulgar. Tiene una gran capacidad de discernimiento, lo cual

llega a preocupar bastante a su padre y a su tío Don Angel. Éste, luego del episodio de su

confesión, deja caer todo su rigor sobre ella, no por haber amado sino por alimentar ideas

contrarias a la doctrina cristiana y a las decisiones de la Iglesia. Este diálogo entre los dos está

presentado por Galdós con un fondo de ironía. El obispo la acusa de “latitudinarismo”, idea

corriente en la época y ante cada afirmación trascendental de Gloria responde con una

prohibición de la Encíclica tal o cual como si éstas pudieran impedirle a un ser humano pensar,

razonar o sentir diferentemente de lo que la doctrina establece. Los argumentos de Gloria

son categóricos:

Los hombres pueden encontrar el camino de la eterna salvación y conseguir la gloria

eterna en el culto de cualquier religión...11

Todo hombre tiene libertad para abrazar y profesar aquella religión que, guiado por

la luz de la razón creyera verdadera...12

Por otra parte, el obispo no trata con Gloria el problema en sí, sino que dice solamente que

no se puede pensar de esa manera.

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Estas ideas estaban latentes en ella y el trato de Daniel hizo que afloraran y se aclararan.

Finalmente, y a pesar de la voz interior que le dice:

Rebélate, rebélate. Ay de ti si no te rebelaras.13

Gloria se somete, porque no quiere perder el cariño de su padre y su tío. No obstante, las

proposiciones echan raíces en el fondo de su mente y como dice el autor:

... la corriente bajo el hielo saldrá fuera y marchará por donde tenía trazado su

camino.14

En segundo lugar diré que habrían logrado vivir en armonía porque estaban controlados

por una fuerza unificadora, un poder que está en el seno de todas las religiones, que

corresponde a la esencia de las mismas y que va más allá de las doctrinas y los dogmas, y que

es el amor. A pesar de esto, qué difícil es para la mayoría de los personajes de esta historia

comprenderlo... Para Don Juan de Lantigua, que pone el acento sobre la autoridad religiosa y

reniega absolutamente de la libertad... Para Don Angel de Lantigua, que profesaba la doctrina

de la tolerancia, que era todo bondad y parecía inclinado a ver el bien en todas partes, a tratar

de resolverlo todo y paradójicamente a dejarlo todo sin resolución... Para la “santa” Serafinita

de Lantigua, a quien, para condenarla por el daño que causaba creyendo hacer un bien, como

dice Galdós, habría sido necesario que:

Dios recogiese su Decálogo y lo volviese a promulgar con un artículo undécimo que

dijese: no entenderás torcidamente el amor de mí.15

Para la intransigente Ester Espinoza, ejemplo de la consecuencia israelita, en quien la

religión tenía el valor de una patria común, de un patrimonio de los antepasados legado a las

generaciones subsiguientes y como a tal, la profesaba con lealtad y respeto.

Sin embargo hay personajes menos intransigentes, y uno de ellos es Don Buenaventura de

Lantigua. De carácter menos riguroso y más adaptativo, no piensa que el mundo y la sociedad

de su época funcionen tan mal. En cuanto al asunto religioso, él también tiene sus dudas,

como Gloria, y se asombra de expresarlas delante de un judío, delante de Daniel. En realidad

está convencido de que en los cultos sobran reglas, de que los buenos se salvarán y de que la

conciliación habrá de llegar porque el fondo moral de todas las religiones es muy similar.

En cuanto a Gloria y Daniel, que están unidos por el amor, presienten que Dios está más

allá de las doctrinas y los odios humanos. Aunque el conflicto religioso determine el curso y

desenlace de sus vidas en este plano de la superficie, ellos están ligados en un plano más

profundo y contra esto no hay lucha posible. Nada pueden la educación, la razón, la lógica, la

voluntad... porque siempre van a llegar a la conciliación, porque como dice Gloria:

... los que se aman son de una misma religión.16

Refiriéndose luego a su tío, a su padre y a ella ejemplifica muy bien esta diferencia de

sentimientos entre unos y otros; ese predominio de la razón en unos, que sólo les permite ver

lo aparente mientras que otros, menos ciegos, como ella, pueden ver lo más hondo.

Ellos son buenos, están llenos de rectitud; pero no sienten el amor que es el que ata y

desata. Se fijan en la superficie; pero no ven el fondo. Yo, iluminada, lo veo y lo

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toco. No puedo equivocarme, porque una luz divina me acompaña, porque amo,

porque las sombras que a ellos les oscurecen la vista caen delante de mí. 17

Entonces, la novela se desarrolla aquí, en este mundo terreno donde pugnan y empujan

fuerzas diferentes. Galdós lo ha presentado como una gran contienda donde han venido todos

a disputar y a vencer. Ester, Serafinita, Don Angel, Don Buenaventura y el pueblo de

Ficóbriga que es otro gran personaje tipificado en parte por Teresita la Monja y Juan

Amarillo.

En esa contienda merecen especial mención las “madres”. Ester Espinoza, la madre de

Daniel y Serafina de Lantigua, la madre espiritual de Gloria, ninguna de las cuales es

verdaderamente madre porque quieren a sus hijos para si y no para ellos mismos. Por el

decoro social las dos, y Serafinita, además, por el temor a la condenación eterna, quieren ser

las dueñas de sus almas, dirigir sus vidas y hacerles, en fin, a su semejanza.

A Ester Espinoza, mujer hábil y práctica, la mueven, en el fondo, razones de honor, de

vergüenza, de familia, pero no de religión. Daniel le dice:

- De todo me has hablado, menos del fuego eterno.18

Ester tiene trazado un plan para desbaratar los propósitos de su hijo y lo cumple a la

perfección. Primero, atraerse a la autoridad legal del pueblo: el alcalde Don Juan Amarillo.

Esto lo consigue relacionándose con su esposa Teresita la Monja y avivando en ella la

vanidad y la envidia, resortes claves de su personalidad. Luego, detener la conversión y

aplazar el matrimonio. Para lograr este objetivo se vale de la calumnia. No necesita llevar más

adelante su obra por la determinación de Gloria de retirarse a un convento; pero de haberlo

hecho evidentemente habría salido triunfante. La desesperación y el amor propio tal vez, la

llevan a actuar con una frialdad y un cálculo increíbles.

Daniel es sincero con su madre y sabiéndola angustiada le confiesa, para su mal, su

conflicto de conciencia y la verdad sobre su conversión. Ester es incapaz de comprenderlo. Lo

cree fanático y piensa que le falta sentido común, algo que a ella le sobra en demasía. En

realidad parece estar tan lejos de él como el cielo de la tierra.

Para ejemplificar esto veamos el capítulo XXIX de la segunda parte. En esa escena

desencadenante de la catástrofe final, en que Ester acusa a Daniel en público, éste se muestra

asombrado al ver lo que su madre es capaz de hacer y rechaza el vínculo que a ella lo une,

diciendo:

-Ésta no es mi madre, no lo es. 19

La astucia de Ester consigue engañar a todos, menos a Gloria... Sin embargo gana la

batalla de la manera más inesperada cuando ésta dice:

-Querido tío, ¿por qué tanto afán? Yo no quiero casarme.

-Tú...

-No, señor; Dios no quiere que sigamos ese camino, y, hablando en mi interior me

señala el único posible. Deseo retirarme a un convento. 20

Al oir estas palabras se alegran las “madres”. Serafinita estrecha a Gloria y Ester le dice a

Daniel unos momentos después:

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Te he salvado..., hijo de mi corazón! Al fin eres mío otra vez.21

Acaba de destruir la razón de su existencia pero paradójicamente cree que lo ha salvado.

Luego le cuenta la minuciosa preparación de sus planes para poner una barrera insuperable

entre él y los Lantigua y después de escucharla Daniel expresa significativamente:

(...) Y dices que me has dado a luz dos veces! Yo digo que la única ha estado de

más.22

En cuanto a la madre espiritual, Serafinita de Lantigua, es una mujer que ha errado su

vocación, al menos en su primera juventud, pues debería haberse retirado a un convento antes

de casarse. Su matrimonio, que, según Galdós, habrá sido como el infierno cristiano “el

conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno”,23 debe haber servido como purgatorio

para su alma. De todas maneras su delirante arrobo en Dios y su extremada bondad no son

garantías para entender el alma humana. Su misticismo, es un misticismo mal entendido y,

ciega en él, no comprende que la Voluntad divina se manifiesta de muchas maneras y que

cada uno sirve a Dios en la medida de sus fuerzas.

Por algo Galdós la llama irónicamente Mefistófeles del cielo. Serafina, sin quererlo, sin

saberlo y tratando de hacer un bien a su sobrina, es quien más la tortura. En ese camino de

purificación moral que le tiene señalado no le basta con que renuncie al amor y al mundo;

antes bien, quiere que renuncie también a su hijo y que entre en un convento. En una ocasión,

abatida de tanto luchar contra ella y consigo misma, Gloria le dice estas sabias palabras:

Usted es una santa. Usted es una santa, pero... nunca ha sido madre. 24

La tía lleva meses en su noble tarea de salvar el alma de Gloria de la condenación eterna y

ve fracasar sus argumentos unos tras otros hasta que por fin se le ocurre uno: si Gloria

consagra su vida a Dios, ¿cómo es posible que Dios le niegue la redención del alma de

Daniel? Este es el argumento que no será rechazado porque con él toca una parte sensible del

alma de Gloria: el amor humano. Entonces, las resistencias de ésta ceden como por encanto y

es lógico que así ocurra porque no se puede marchar contra ese ser íntimo que todos llevamos

dentro. Además, en la acorralada situación en que Gloria es puesta por su tía, aquel argumento

es el único que puede salvarla de la locura, darle sentido a su sacrificio y permitirle

permanecer fiel a sí misma. Por el amor humano y no por el amor divino su alma ha sido

lanzada hacia un más allá metafísico. Dice Gloria en el Capítulo XXXII de la segunda parte:

Sé que entrarás en su reino (de Jesucristo) y ése es mi consuelo, la idea que me ha

salvado de la desesperación y del Infierno (..) Sobre todas las cosas me cautivaba en

aquella hora la idea de que este horrible conflicto en que se encuentran nuestras

almas no había de concluir sino por un gran sacrificio, y de que ese sacrificio debía

hacerlo yo... Y no dará sus frutos en este mundo miserable, sino en otro, allá donde

brotan y se alzan, llenas de aroma y belleza, las flores cuya semilla hemos arrojado

aquí.25

Don Angel está en la misma línea de Serafinita, con la diferencia de que él tiene las

decisiones irrevocables, especialmente en un asunto que no es de su entera incumbencia: el

pequeño Jesús. Se cree con derecho a arrebatárselo a sus padres si es preciso y, por lo menos a

no permitírselo ver a Gloria cuanto ella quisiera para que no se exalten demasiado sus

sentimientos maternales. Asume esta posición con el argumento de que lo crían para el cielo.

También estipulará las cláusulas de la conversión de Daniel y la celebración de la boda. Don

Angel, que no era un hombre sino un santo, y a pesar de su innata propensión a ver el bien en

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todas partes, vive limitado por su doctrina religiosa, aunque menos que sus hermanos Don

Juan y Serafina. Esta limitación le impide ver la verdadera realidad de Gloria.

Lo curioso es que el hombre de mundo, el que está con los pies sobre la tierra, es el único

capaz de comprender el alma humana. Me refiero a Don Buenaventura, no sólo el más

sensato, el más atemperado, sino también el más feliz. Es, por otra parte, el que literalmente

hace algo en beneficio de los demás y, finalmente, es el que, inspirado en su conciencia, se

atreve a adoptar una posición diferente: la de la conciliación. Tal vez porque cree que:

Todo el daño producido en las esferas de lo humano es humanamente susceptible de

ser remediado.26

Hay dos personajes que lo secundan: Don Silvestre y el médico. Por supuesto que mirado

desde este ángulo, el mundo no es tan malo como parece. Don Buenaventura representa la

tendencia al bien en el mejor sentido, dentro de esa sociedad desquiciada entre otras cosas,

por el antagonismo religioso. No obstante, todos sus esfuerzos se van a estrellar contra el

egoísmo de los demás contendientes, porque en las luchas materiales no necesariamente

ganan los más justos sino los más hábiles y los más fuertes.

Gloria y Daniel son los que más sufren esas presiones y vaivenes del combate y es también

en ellos donde más recrudece el conflicto. Vemos cómo el alma, tanto de uno como de otra,

busca resquicios por donde aflorar. Por eso es padecimiento, porque no se puede dejar de ser

lo que se es. Daniel lucha contra su razón y se siente limitado porque no comprende por qué

Dios, para su tormento, hace que Gloria pertenezca a la odiada secta del cristianismo. Sin

embargo piensa que hay algo más allá de su lógica, que él no alcanza a comprender. Luego de

largas horas de meditación y de tormento interior en la playa, oye la voz de Jehová que le

dice:

Estoy contigo.27

Entonces toma una resolución con la certeza del que sabe lo que debe hacer y se traza un

plan que tratará de cumplir inexorablemente.

Gloria, en cambio, por medio de la voluntad, trata de ahogar su verdadero ser, que está

latente siempre y que se libera en distintos momentos de la novela, especialmente en el

momento anterior a su muerte. A Galdós le interesa mostrar este personaje en primer plano.

Gloria debe luchar contra fuerzas muy superiores a las suyas, a las que es prácticamente

imposible vencer. Por eso lo que se ve es su agonía.

El personaje de Daniel Morton está presentado desde lejos, y el conflicto, a pesar de ser

similar, no adquiere las proporciones que tiene en Gloria porque Daniel ve soluciones

probables y a corto plazo, y porque tiene la posibilidad de la acción. Su agonía comienza

después de la muerte de Gloria, en su afán por encontrar “la religión única; la religión del

porvenir.”28

Dice Galdós después del entierro de Gloria:

A las diez de la mañana la tierra había ya pasado su nivel sobre el cuerpo, y el mundo

seguía su marcha. Ideas y acontecimientos, todo marchaba en la rueda fatal, dejando

atrás aquella idea y aquel suceso caídos ya y segregados del movimiento humano. En

tal movimiento debemos comprender la dispersión de los personajes principales de

esta historia; dispersión lúgubre y oscura, como la retirada de los ejércitos que han

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dado encarnizada batalla sin victoria. También aquellos nobles corazones habían

venido de lejanas y contrapuestas tierras para pelear; habían peleado y se retiraban

después chorreando sangre preciosa. ¿Quién los lanzó al bárbaro combate?

¿Volverían a empeñarlo? La querella subsistía, subsiste y subsistirá pavorosa, y antes

de que se acabe, muchas Glorias sucumbirán ofreciéndose como víctimas para

aplacar al formidable monstruo que toca con la mitad de sus horribles patas a la

historia y con la otra mitad a la filosofía, monstruo que no tiene nombre, y que si lo

tuviera lo tomaría juntando lo más bello, que es la religión, con lo más vil, que es la

discordia; muchas Glorias sucumbirán, sí, arrebatándose del mundo que encuentran

despreciable a causa de las disputas, y corriendo a presentar su querella al Juez

absoluto .

Estas palabras, que sintetizan su tesis, son válidas tanto para el momento en que las

escribió como para los tiempos modernos. Y luego de referir la muerte de Daniel formula una

pregunta con respuesta certera:

¿Encontraría su ideal allá donde alguien la esperaba impaciente y quizás con hastío

del Paraíso mientras él no fue?... Es preciso contestar categóricamente que sí o dar

por no escrito el presente libro.

Por último, expresado entre líneas a través de la novela hay un interrogante acerca de la

vida. ¿Es preferible vivir una vida inauténtica y relativamente cómoda o una vida auténtica y

breve aunque se tenga que correr el riesgo de morir por eso? Galdós se inclina por esta última

posibilidad y, en verdad, es la única vida que vale la pena vivirse.

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BIBLIOGRAFÍA

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PÉREZ GALDÓS, B., Obras completas, Aguilar, Madrid, 1949.

PÉREZ GALDÓS, B., Gloria, Editorial La Guirnalda, Madrid, 1886.

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NOTAS

Las citas están tomadas de: BENITO PÉREZ GALDÓS. Obras completas, tomo IV. Madrid, Aguilar,

1949, y de BENITO PÉREZ GALDÓS. Gloria, tomo II, Madrid, La Guirnalda, 1886.

1 Aguilar, Primera parte, Cap. XXVIII, pág. 557 a.

2 Aguilar, Primera parte, Cap. XIV, pág. 520 b.

3 Aguilar, Primera parte, Cap. XXVI, pág. 551 a.

4 Aguilar, Primera parte, Cap. XXV, Pág. 550 a.

5 Aguilar, Segunda parte, Cap. XVI, pág. 627 b.

6 Aguilar. Segunda parte. Cap. XVI, pág. 628 a.

7 Aguilar. Segunda parte. Cap. XVI, pág. 628 a.

8 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXXII, pág 674 a.

9 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXXII, pág 674 b.

10 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXXII, pág. 676 b.

11 Aguilar, Primera parte, Cap. XXX, pág. 560 a.

12 Aguilar. Primera parte, Cap. XXX, pág. 560 a.

13 Aguilar, Primera parte, Cap. XXVI, pág. 552 a.

14 Aguilar, Primera parte, Cap. XXX. Pág. 562 b.

15 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXI, pág. 640 a.

16 Aguilar, Primera parte, Cap. XXVI, pág. 551 b.

17 Aguilar, Primera parte, Cap. XXVI, pág. 552 a.

18 Aguilar, Segunda parte. Cap. XXVI, pág. 655 b.

19 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXIX, pág. 663 a.

20 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXIX, pág. 664 a.

21 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXIX, pág. 664 a.

22 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXIX, pág. 665 a.

23 Aguilar, Segunda parte, Cap. 1, pág, 584 a.

24 Aguilar, Segunda parte, Cap. XIX, pág. 636 a.

25 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXXII. Pág. 674 b.

26 La Guirnalda, tomo II, pág.656 b.

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27 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXVIII, pág. 656 b

28 Aguilar, Segunda parte, Cap. XXXIII, pág. 678 b.