DECEPCIÓN Y MODERNISMO O MODERNIDAD
EN EL GALDÓS DE 1902
Julián Ávila Arellano
Desde la convicción de que estos afloramientos artístico-culturales, que son las creaciones
literarias, no nacen en el vacío psicológico de las conciencias ni en el teórico de las poéticas,
sino de profundos arraigos en los generadores vitales de las épocas históricas en que fueron
moldeados sus autores,1 y convencido también de que la mejor realización de su virtualidad
artística está siempre condicionada por la capacitación técnica e interlocutiva de los
receptores,2 el estudio que sigue pretende recuperar, con la intención de mejorar esto segundo,
el curso de la experiencia histórica galdosiana en el que la euforia revolucionaria de los
jóvenes protagonistas de sus obras primeras de 1868 desemboca en la domesticación
ideológica y socioeconómica de las últimas. Para ello voy a tratar de poner en relación los
testimonios obtenidos de las propias declaraciones de Galdós con las huellas que la evolución
ideológica subterránea, reflejada en ellas, va dejando en la superficie del lenguaje y en la
construcción de sus obras. Todo ello, además, con la pretensión de demostrar que también en
Galdós, igual que en el resto de los escritores e intelectuales que viven la crisis finisecular
decimonónica,3 existe este desencadenante modernista que va desde la decepción moral y
sociocultural del Desastre (un fracaso que en el grupo de este escritor del 68 sólo es la
culminación de una decadencia que se venía fraguando desde la Restauración canovista) hasta
el definitivo rechazo de las actitudes utilitaristas y racionalistas. Tales actitudes quedarán
artísticamente superadas por la intrasubjetividad impresionista, simbolista, irrealista de que
habla Carlos Bousoño con motivo de la poesía del Modernismo.4 Es, en fin, una nueva
subjetivización romántica de la expresión, ahora decepcionada y distanciada, que los
estudiosos de la polifonía narrativa del grupo ruso de Bajtín denominan la categoría
perceptiva mixta o particularizante en la que se desemboca una vez agotada y superada la
mentalidad objeto-analítica y verbal-analítica practicada en el Romanticismo y en el
Realismo-Naturalismo.5
Concretando más los objetivos de esta exposición, de lo que se trata es de demostrar que la
decepción ideológica y emocional del escritor, en lo que tiene de enfriamiento de los
entusiasmos progresistas, termina incidiendo de modo detectable y destacable en su capacidad
perceptiva y creativa, al tiempo que afecta también a su energía expresiva en una especie de
bajón generalizado del tono enfático expresivo primero. Un bajón que acaba manifestándose
sobre todo en la descompensación de los componentes narrativos miméticos y diegéticos del
mundo literario construido, que se deslizan desde el esfuerzo complicado y sostenido de la
mímesis realista/naturalista hacia los juegos pragmáticos de la oralidad conversacional.
Oralidad conversacional o monólogo interiorizado que son, en fin, el resultado natural de esta
crisis de valores que se va generalizando a medida que la burguesía y su liberalismo
mercantilista ha ido ocupando el terreno de los ideales tradicionalistas (incluido él al
racionalismo ilustrado de raíces dieciochescas tan importante en el caso de Galdós) con el
cada vez más consolidado pragmatismo y positivismo de sus intereses.
Dentro de la tendencia general señalada, el estar Galdós fuertemente comprometido con el
idealismo regeneracionista de raíces ilustradas, le hace especialmente sensible a este
fenómeno sociopolítico y económico, de modo que, aunque no se pueda decir que su
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producción literaria finisecular y posterior sea plenamente modernista, según el canon del
grupo de los escritores jóvenes que inician su revolución artística en el siglo XX, tampoco se
podrá negar que tal producción, desde su dedicación al teatro hasta los últimos episodios, es
todo lo modernista que puede ser la de un decepcionado superviviente como él del naufragio
de la burguesía canovista que asume el fenómeno del 98 como la culminación de la crisis del
progresismo que había comenzado 30 años atrás con la Revolución de 1868 y la Restauración
de 1875.
A continuación voy a tratar de demostrar con datos esta propuesta: el crecimiento de la
oralidad en sus relatos a costa del mimetismo, hasta llegar a la plena intrasubjetividad de la
instancia narrativa de Las tormentas del 48, y la documentación biográfica que demuestra el
grado de desilusión y de escepticismo que vive el escritor en cada uno de los momentos
claves hasta llegar a esa posición final. Y todo ello sin pretender deslizar ningún juicio
estético desfavorable, ya que es bien sabido que de ambos modos se puede alcanzar el grado
de autonomía u opacidad que dijeron los formalistas debía tener el lenguaje artístico que
termina siendo protagonista más o menos absoluto de la realidad construida en y con su
mediación. Pues cada uno en su estilo es igualmente artístico el sociomimetismo realistanaturalista
de Zola, Clarín o Galdós, y el simbolismo, el superrealismo o el absurdo posterior,
aunque la expresión de los primeros sea más “gramatical”, y más pragmática y elíptica la de
los otros.
Como ya he pretendido demostrar en otros trabajos, la decepción galdosiana nace y crece
cuando descubre los efectos devastadores que en la moral política y en las ideologías produce
el nacimiento y consolidación del Capitalismo en torno y a costa de las revoluciones, y muy
en especial de la Revolución de 1868. Rosalía, esa rareza de relato social y urbano dentro del
periodo histórico e ideológico galdosiano de los años 70, nace del descubrimiento que hace el
escritor de este fenómeno durante el verano de 1872.
Después de más de un año de lucha desde su dirección de El Debate y en sus crónicas
sobre la actualidad política de la Revista de España; después de practicar, como dirá después
en el episodio nacional correspondiente, el más absoluto proteísmo político buscando el modo
de salvar el régimen de la monarquía democrática amadeísta, en ese verano cuando ya todo
estaba perdido, algunos meses antes de que Amadeo I saliera de España, el joven Galdós
descubre que el fracaso no se ha debido a la imposibilidad de este régimen que trata de fundir
lo democrático con lo monárquico, incompatibilidad superada, por ejemplo, en la actual
monarquía de Juan Carlos de Borbón, sino porque aquel monarca no había querido sacrificar
los principios democráticos generales a los intereses económicos particulares coloniales
cubanos, en particular los del general Serrano y los de la mayoría de los progresistas
conservadores (Sagasta), unionistas (Topete) y alfonsinos (Cánovas). Amadeo de Saboya se
mantuvo en su decisión de dar a las colonias la autonomía que había provocado el asesinato
de Prim dos años antes, aunque sólo lo pudo hacer con Puerto Rico. Los hacendados cubanos
habían torpedeado cualquier presencia de democratismo en la Isla desde los primeros
momentos de la Revolución.6 Y también aceptó la decisión democrática del Parlamento en el
conflicto militar/civil que se había suscitado por el apoyo de los radicales al general Hidalgo,
uno de los que habían intervenido en el motín de los sargentos del Cuartel de San Gil de 1866,
contra la negativa de los altos mandos militares.
Éste es el momento en el que Galdós elabora por primera vez y pone por encima de los
esquemas cosmovisionarios históricos masculinos el arquetipo literario femenino que es el
retrato moral de esa nueva España, la España capitalista. Por primera vez aparece en la obra
galdosiana la celestina que hace de la moralidad una farsa y del proxenetismo su principal y
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casi única fuente de ingresos. Esta Romualda Frías de Rosalía ya comienza en 1872 lo que
harán otras muchas figuras femeninas galdosianas a partir de los años 80 (Rosalía de Bringas
con su hija Isabelita y consigo misma, Manolita del Pez con su hija Teresa Villaescusa
durante el periodo de la Unión Liberal entre 1858 y 1866, y otras durante el Sexenio),
comerciar con el sexo, exhibir y difundir estrategias y valores de la más impactante
amoralidad sexual. Estas matronas en las que plasma Galdós el rostro socioeconómico de la
Unión Liberal (el grupo político promotor desde 1858 de la Economía Política en que se
fundamenta el capitalismo español) prefieren entregar la juventud, la belleza, la ingenuidad de
las hijas, sobrinas o protegidas con que Galdós simboliza el futuro español, a herpéticos
industriales y financieros antes que a los jóvenes idealistas que pululan por sus narraciones
históricas o ideológicas. Y la depravación moral de estos personajes y el “garbancero”
ambiente en que se mueven, es lo que estimula en el escritor el tono parlanchín y hasta
verborreico en que se manifiesta el autor yo o narrador editorialista que prima en sus
creaciones de los años 80 y en buena parte de los 90.
Obsérvese la cínica posición que se le contagia al escritor, autor implícito casi convertido
en personaje testigo, cuando tiene que presentar a este engendro moral de la Edad
Contemporánea. Es una actitud que no volverá a aparecer en sus escritos de este modo tan
radical y despreciativo hasta que casi cuarenta años más tarde y en el episodio
correspondiente a este momento no vuelva a recordarlo teniendo, además, a la vista en su
actualidad de escritor el penoso espectáculo que en el mismo sentido estaban dando sus
correligionarios republicanos.
Cincuenta años y pico en la fe de bautismo –dice el narrador omnisciente editorialista
de esta presentación– y sobre cuarenta y ocho en la opinión pública, buena presencia,
hiperbólicas y blandas carnes, rostro antiguamente gracioso y ogaño restaurado,
conversación amena y mirada viva, andar trabajoso, buen vestido y una incorregible
tendencia a comer siempre las mejores cosas: he aquí las señas exteriores de D.ª
Romualda de Frías, hermana política de nuestro buen amigo, el de Castro Urdiales.
En lo moral... ¡Oh! en lo moral la calificación es más difícil. Se enredan en la punta
de nuestra pluma mil frases, a cuál más verdadera, que podrían ser otros tantos datos
para juzgar la conducta de esta dama, que aparece algo tarde, es verdad, pero a
tiempo aún, en el escenario de esta historia. Tal vez con un solo detalle podamos
suministrar al lector la linterna que necesita para internarse por las catacumbas de su
inexplorada conciencia. Este detalle es el siguiente. Eran muchísimas las personas
que conocían a D.ª Romualda, y, sin embargo, nadie había podido nunca averiguar de
qué vivía esta señora. [enumeración de fuentes de ingresos excluidos].
Pues entonces ¿de qué vive D.ª Romualda? diran, como decían todos. Por mi parte,
aseguro que nunca me encontré delante de una inscripción latina, griega arábiga o
caldea tan perplejo y confundido como delante de esta mujer, cuya existencia, llena
de enigmas, recordaba esas lápidas en que multitud de informes garabatos, solo
entendidos de algún sabio nigromante, suspenden y emboban al espectador profano.
Lo peor del caso es que no prometo que en el curso de esta narración se esclarezca
tan lóbrego punto. Es probable (y los pocos datos que hasta ahora tenemos inducen a
creerlo así) que escribamos la última palabra de esta historia sin que el lector, ni
nadie, sepa de qué vivía D.ª Romualda.
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En Madrid a ninguno sorprenden estos enigmas, estas contradicciones, estos
aparentes absurdos. La existencia de centenares de personas es una inscripción
caldea.
Pero sigamos nuestro cuento.7 (Cap. XVIII)
Éste es el momento en el que elabora Galdós la rareza de cronología aún no explicada (y
que los criterios taxonómicos genéricos superficiales que hasta ahora se aplican sin el debido
análisis discursivo no podrán explicar nunca) de ese borrador de novela en la que se instituye
el modelo simbólico de la relación histórica de la mentalidad capitalista con las ideologías que
la han precedido. El oficio del que vive esta figura intrigante, hipócrita, retorcida, celestina,
amoral e inhumana, es la especulación pura y dura, convertir en rentabilidad económica
cualquier otro valor o presencia que se le ponga al alcance sin escrúpulos, con el mayor
descaro y máxima impunidad. Sus víctimas, siempre los engreídos o los idealistas, y entre
estos, los más vulnerables, los jóvenes que en la simbología galdosiana siempre son, por su
propia juventud, revolucionarios.
La saga de las Romualdas galdosianas será larga. Recuérdense algunas de las más
relevantes, la Flora Cisniega gaditana, Remedios Tinieblas, la Sanguijuelera, Cándida García
Grande, Rosalía de Bringas, Guadalupe Rubín, y la ya nombrada Manolita del Pez, Carolina
de Lecuona marquesa de Subijana, y la presencia ya explícita y sin máscara, una más entre
tantas otras referencias de las múltiples claves del simbolismo narrativo galdosiano en el
palimpsesto de Amadeo I, la Celestina Tirado de ese cínico episodio de 1910; y todas ellas, a
su vez, definidas también de modo explícito y en su doble faceta de proxenetas y plasmación
simbólica del capitalismo en su versión española de la Economía Política que comenzó
practicando en los años 60 la Unión Liberal (los principales beneficiarios de la derrota
revolucionaria peninsular y del independentismo colonial en la Restauración), por el
entrañable José Ido del Sagrario de La Primera República de este modo (véase cap. IX):
Esa pájara deshonesta –me contestó con hueca voz mi patrón [dice Proteo ya
reportero de Mariclío]– es una tal que hace años vivía del comercio de reses
femeninas. La conocí siendo manceba de un amigo mío, don Pedro Polo, cura y
maestro de párvulos.[Esto es a principios de los años 60 en pleno gobierno largo de
la Unión Liberal].
En los mismos días de 1872 en que dejaba sin terminar este relato inaugural sobre el
capitalismo español y su perverso y esterilizante comportamiento amoral respecto del entorno
idealista en el que aflora, también escribía estas desesperadas palabras que son las últimas de
la última revista política publicada en la Revista de España en el verano de 1872 y que tanto
se parecen a las últimas de la propia Mariclío en el cierre de su episodio Cánovas :
Desconfiamos mucho del porvenir, y no son solo [atención a este adverbio] los
radicales los que han infiltrado en nosotros el pesimismo, harto general ya en la
presente sociedad. Desconfiamos mucho del porvenir, y ante el discurso del Sr.
Zorrilla, que encierra todas las osadías de los unos y las debilidades de los otros [los
conservadores], todos los pavorosos problemas que va a plantear el futuro Congreso,
más demócrata que monárquico, y más republicano que nada, tememos mucho que
en las próximas Revistas [no habrá más] nos veamos obligados a consignar tristes y
tal vez bochornosos acontecimientos.8
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El porvenir inmediato de 1873 fue el relevo de aquella monarquía por el barullo grande y
efímero de la Primera República española. Galdós reaccionó con las propuestas
regeneracionistas de Gabriel Araceli y Salvador Monsalud. El patriotismo del pueblo en
Trafalgar, el honor contra las intrigas en La Corte de Carlos IV de 1807, el descontrol
popular de los motines que siempre beneficia a los tiranos, los valores de la raza en Bailén,
Gerona y Zaragoza, y los avisos de la amenaza de la Restauración en Napoleón en
Chamartín, Cádiz, Juan Martín el Empecinado y La batalla de los Arapiles, para terminar
con la reedición del enfrentamiento fratricida fernandino al principio de la Restauración
canovista y coincidente con la represión del independentismo cubano.
Nuevamente las peores expectativas se confirman. Galdós asume esta restauración
canovista y sus secuelas sociopolíticas con el esquema interpretativo de la década ominosa
fernandina y su persecución de los liberales y progresistas. Pasadas, sin embargo, las primeras
escaramuzas ideológicas que refleja en sus novelas de tesis, los conflictos se desvanecen, se
relegan hasta medio siglo más tarde sin resolverse. Los intereses económicos de 1827 y de los
hacendados cubanos en 1878 imponen el armisticio en Cuba y en la Península. El romántico
revolucionario Salvador Monsalud recupera la mitad de su herencia materna y Carlos Garrote
deambula perplejo y alucinado por un país vasco navarro ensangrentado del que han
desaparecido las armas. La competencia de Salvador Monsalud (político) con Benigno
Cordero (comerciante) por la mano de Solita Gil de la Cuadra en los últimos episodios de esta
segunda serie y el positivismo de los Golfines de Marianela, son testimonios elocuentes de la
perplejidad con que el propio Galdós está observando el rápido resurgir de este renovado
paisaje capitalista y el rápido cambio de mentalidades y comportamientos que conlleva.
Es el capitalismo de Mendizábal y el que desarrollaron María Cristina y su marido
morganático a través de sus influencias palaciegas9 lo que subyace en las apreciaciones
enigmáticas que hace el yo autor galdosiano al final del último episodio de esta segunda serie,
teniendo ante los ojos la floración de nuevos ricos, financieros e industriales que, como
aquéllos, ahora también han medrado de los desastres de las guerras y revoluciones que
acaban de terminar:
Los años que siguen al 34 están demasiado cerca, nos tocan, nos codean, se
familiarizan con nosotros. Los hombres de ellos casi se confunden con nuestros
hombres. Son años a quienes no se puede disecar, porque algo vive en ellos que
duele y salta al ser tocado con escalpelo. (cap. XXXI).10
Y lo que sigue en su producción literaria de los 80 es la revisión de los problemas
económicos que llevaron al fracaso del Sexenio democrático mediante los símbolos literarios
de Isidora Rufete, Alejandro Miquis, Amparo Sánchez Emperador, Fortunata Izquierdo, Luisa
Villaamil; o el desparpajo amoral de Rosalía de Bringas para gastarse el dinero que tenía
Refugio Sánchez Emperador para montar el comercio que nunca regentará, o el laberinto en
que se mueven los tres protagonistas masculinos, tan galdosianamente autobiográficos, y sus
fúnebres memorias de perdedores (El amigo Manso, Lo prohibido y La incógnita).
Las ideologías que hasta ahora movían las narraciones galdosianas son sustituidas ahora
por el control o el descontrol económico. La sensatez crematística se impone, los escenarios
se reducen a salones y gabinetes, y con ello crece la asiduidad conversacional y aumenta de
modo importante, hasta posiciones de personaje testigo, la presencia verbal del yo autor del
escritor.
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El 1 de mayo de 1890 se produce la primera celebración de la fiesta del obrerismo en
España,11 y con este motivo Galdós envía un artículo al periódico La Prensa de Buenos Aires
que, según el lado por donde se mire, resulta irónico o esperanzado, pero en ambos casos
perspicaz y definitivo. El grito del proletariado es una experiencia, entre otras igualmente
estimuladoras, que impulsa a Galdós fuera del estancamiento y de la desorientación que le ha
producido el desarrollismo económico selectivo de los años 80, y le pone en el camino de la
sensibilidad y el compromiso social de los republicanos y de los socialistas, como les ocurre a
muchos de los jóvenes noventaiochistas. El modelo artístico de esta nueva sensibilidad lo
terminará encontrando en la fuerza de lo espiritual evangélico y de las conciencias que son
capaces de encontrar las soluciones de generosidad y regeneración de que el racionalismo ha
sido incapaz. La lucidez histórica y moral del Galdós de esta década finisecular ha quedado
recogida en el naturalismo espiritual de sus creaciones y en su predisposición a dar por
terminada su filiación en el constitucionalismo monárquico sagastino según se manifiesta en
el artículo citado y en el fragmento que copio a continuación:
Todo ha cambiado. La extinción de la raza de tiranos ha traído el acabamiento de la
raza de libertadores. Hablo del tirano en el concepto antiguo, pues ahora resulta que
la tiranía subsiste, sólo que los tiranos somos ahora nosotros, los que antes éramos
víctimas y mártires, la clase media, la burguesía, que antaño luchó con el clero y la
aristocracia hasta destruir al uno y a la otra con la desamortización y la
desvinculación. ¡Evolución misteriosa de las cosas humanas! El pueblo se apodera de
las riquezas acumuladas durante siglos por las clases privilegiadas. Con estas
riquezas se crean los capitales burgueses, las industrias, las grandes empresas
ferroviarias y de navegación. Y resulta que los desheredados de entonces se truecan
en privilegiados. Renace la lucha, variando los nombres de los combatientes, pero
subsistiendo en esencia la misma. ¿Qué quiere decir esto? Que los que no poseen,
que son siempre los más, atacan a los que tienen, que son los menos, pero se hallan
robustecidos por el amparo del Estado [...] El pueblo no se resigna. La Iglesia no se
atreve a amparar a los desvalidos, temiendo salir perdiendo si éstos alcanzan el
triunfo. Pónese, pues, de parte de los poderes y de la propiedad constituidos. En el
fondo hay, pues, gran semejanza con la situación de hace cincuenta años [cuando los
primeros burgueses luchaban contra los privilegios de los tradicionalistas].12
Esta incapacidad de los partidos monárquicos para hacer frente a la nueva historia de
España, la del proletariado peninsular y colonial, será una de sus proclamas más repetidas en
la intensa actividad política que desarrolla como diputado republicano a partir de 1907. En El
País del 6 de abril de ese año, dos semanas antes de que resultara en las elecciones celebradas
el día 22 el candidato republicano más votado por Madrid, Galdós hacía las siguientes
declaraciones:
Jamás iría yo a donde la política ha venido a ser, no ya un oficio, sino una carrerita
de las más cómodas, fáciles y lucrativas, constituyendo una clase, o más bien un
familión vivaracho y de buen apetito que nos conduce y pastorea como a un dócil
rebaño.
Voy a donde la política es función elemental del ciudadano con austeras obligaciones
y ningún provecho, vida de abnegación sin más recompensa que los serenos goces
que nos produce el cumplimiento del deber.
A los que preguntan la razón de haberme acogido al ideal republicano, les doy esta
sincera contestación: tiempo hacía que mis sentimientos monárquicos estaban
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amortiguados, se extinguieron absolutamente cuando la ley de Asociaciones planteó
en pobres términos el capital problema español; cuando vimos claramente que el
régimen se obstinaba en fundamentar su existencia en la petrificación teocrática.
Después de esto, que implicaba la cesión parcial de la soberanía, no quedaba ya
ninguna esperanza. ¡Adiós ensueños de regeneración, adiós anhelos de laicismo y
cultura! El término de aquella controversia sobre la ley Dávila, fue condenarnos a
vivir adormecidos en el regazo frailuno, fue añadir a las innumerables tiranías que
padecemos el aterrador caciquismo eclesiástico.
En aquella ocasión crítica [se refiere al año 1902 de la coronación de Alfonso XIII y
los conflictos sociales que siguieron] sentí el horror al vacío, horror a la asfixia
nacional, dentro del viejo castillo en que se nos quiere tapiar y encerrar para siempre,
sin respiros ni horizontes. No había más remedio que echarse fuera en busca de aire
libre, del derecho moderno. De la absoluta libertad de conciencia con sus naturales
derivaciones, principio vital de los pueblos civilizados. Es ya una vergüenza no ser
europeos más que por la Geografía, por la ópera italiana y por el uso desenfrenado de
los automóviles (p. 1, cols. 1-8).
La salida la encuentra ahora por el lado republicano, aunque tres años más tarde tendría
que reconocer que los republicanos estaban tan podridos como los monárquicos:
Esto es nauseabundo [le decía don Benito al periodista Enrique González Fiol el 24
de abril de 1910, poco antes también de las elecciones a Cortes de ese año]. En este
partido se tropieza por excepción con hombres sinceramente republicanos, con
hombres que deseen el advenimiento de la República.
Este partido está –continuó– pudriéndose por la inmensa gusanera de caciques y
caciquillos. Tienen más que los monárquicos. En cada capital hay cincuenta que
quieren imponer los caprichos de su vanidad o de su ambición a todos sus
correligionarios... Y si nada más hubiera esos cincuenta, menos mal. Luego vienen
los caciques de distrito y los de barrio... ¡Oh! ¡Esos vejestorios endiosados de comité
central y de barriada! ¡Papas rojos que se creen infalibles e indiscutibles!... Para
hacer la revolución, lo primero, lo indispensable sería degollarlos a todos. Si estos
trajeran la República, estaríamos peor que ahora. Sería cosa de emigrar. Suerte, que
no hay miedo a que la traigan. ¡Hay cada revolucionario que tiene un miedo feroz a
la revolución!... Hubiera usted visto a algunos de ellos cuando la semana roja de
Barcelona, cuando aquí se dijo que iba a estallar la huelga general, irse huyendo de
Madrid como ratas... No sé qué diablos ocurría entonces, que a todos les salían
negocios en provincias o tenían por esas tierras de Dios parientes enfermos de
gravedad que les llamaban [...]¡Oh! Usted no puede darse idea de lo que aquí se
persiguen unos odios a otros y unas vanidades a otras... ¡Con qué ensañamiento, con
qué perfidia, empleando todos los medios, hasta la difamación y la calumnia!...13
En este escalonamiento de entusiasmos y decepciones Las tormentas del 48 nacen, como
ya se ha señalado, a principios de 1902 y en el calor agobiante de la cercana mayoría de edad
y automática coronación de Alfonso XIII. No es preciso decir que la narración tiene en este
acontecimiento su principal estímulo. En la sucesión de sus episodios de la tercera serie
Galdós acababa de casar y de hacer mayor de edad un año antes a la inolvidable abuela y ni
esta coronación, ni las dos anteriores de Fernando VII, ni la posterior de Alfonso XII habían
supuesto avance alguno para el progresismo político, más bien siempre había ocurrido lo
contrario.
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La repercusión de este acontecimiento en el relato resulta evidente y ejemplar si tenemos
en cuenta las palabras citadas del Galdós republicano de 1907. El desarrollo autobiográfico
del relato recupera fuertes resonancias de aquellas cínicas Memorias de un cortesano de 1815
del desvergonzado Juan Bragas de Pipaón, sólo que ahora se ha perdido todo el condimento
expresionista de aquéllas. Pepe García Fajardo, después de sus fracasadas aventuras italianas
dentro del progresismo, también derrotado enseguida, de la Joven Italia, llega a la corte
madrileña como un Pepe Rey domado en el campo y devuelto a la ciudad. Más aún, como el
Jacinto y la Remedios Tinieblas de Orbajosa (Doña Perfecta, cap. XXVII) dando los primeros
pasos de su búsqueda de medro en la Corte como tantos otros futuros Torquemadas
galdosianos que han alimentado y desarrollado el capitalismo español desde la paz social
conseguida en los años 40 y sus corolarios comerciales y financieros.
Compañeros de Fajardo en esta iniciación económica cortesana son Manuel Infante
emigrante también de Orbajosa (La incógnita) y Rodrigo Idiáquez que se viene de
Cintruénigo a ser diputado y a especular con los bienes desamortizados (Vergara, cap.VI).
Al estudio que el profesor Rodolfo Cardona dedica a estas relaciones de ida y vuelta entre
el campo y la ciudad, siempre problemáticas y frecuentes en la narrativa decimonónica, habría
que añadir esta otra en la que los conflictos no son ideológicos sino económicos y que en
Galdós representan el nacimiento del particular capitalismo español.14
Pepe García Fajardo no es más que un principiante en esta lides. Arquetipo de las escasas
expectativas históricas de ese año, la propia Historia le salva de la degradación de la avaricia
económica ramplona que afecta a los otros personajes. Como el Galdós de 1902 buscando la
salida regeneradora en el republicanismo, el Fajardo del 48 está condenado a vivir la
regeneración republicana de la Vicalvarada. Serán los otros, sus ramplones hermanos, los
hipócritas aristócratas de nuevo cuño y los entrometidos clérigos, los que permanecerán
encerrados en el deprimente escenario de esos meses.
Muy decepcionado debía estar Galdós en esos días para adelgazar de ese modo su
locuacidad narrativa al monocorde diario del personaje y a la mediocridad enervante del
ambiente en que se mueve. Es un esfuerzo de contención modernista y de depuración
expresiva a favor de la densificación simbolizadora del lenguaje. La lobreguez moral de esa
dictadura en la que se funde lo clerical, lo palaciego, lo militar y lo capitalista de 1848
trasciende a recinto cerrado y viejo, como dirá Galdós después en el texto citado de 1907, a
través del monocorde monólogo del protagonista que está en el centro de todas las miradas y
de todas las manipulaciones. De este modo la lección histórica del episodio no sólo se recibe
en 1902 por el conducto visual de la lectura, también se puede sentir de modo sinestésico,
irracionalmente sugestivo, su mal olor moral.
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NOTAS
1 Vid. Carlos Bousoño, Épocas literarias y evolución. Edad Media, Romanticismo, Época Contemporánea,
Madrid, Gredos, Biblioteca Románica Hispánica, 1981.
2 M. Bajtín, Estética de la creación verbal, Madrid, Siglo XXI, 1982, y Teoría y estética de la novela,
Madrid, Taurus, 1989. Luis Beltrán Almería, Palabras transparentes. La configuración del discurso del
personaje en la novela, Madrid, Cátedra, 1992, p. 64. Elena Calsamiglia y Amparo Tusón, Las cosas del
decir. Manual de análisis del discurso, Barcelona, Ariel, 1999. W. Labov, “La transformation du vécu a
travers la syntaxe narrative”, Le parler ordinaire, I, París, Minuit, 1978, cap. 9. Jean-Michel Adam, Le
textes. Types et prototypes. Récit, description, argumentation, explication et dialogue, París, Nathan, 1997.
3 Por su edad y formación los escritores de 1868 que vivieron los efectos desmoralizadores del Desastre no
pudieron incorporarse plenamente al acelerón juvenil en que se produce el nacimiento de la nueva
sensibilidad modernista. Esto, sin embargo, no quiere decir que con este llover sobre mojado del fracaso
del 68 y del 98 estos escritores no sientan las desgracias actuales con mayor intensidad que los jóvenes y
que no exista en ellos una transformación similar de su estética que hasta ahora ha quedado ensombrecida e
insuficientemente estudiada. Cfr. Pilar Palomo Vázquez “Le 98 d’une autre génération”, en AA.VV., Les
ecrivains espagnols face à la crise de 1898. Études rassablées et presentes par Geneviève Fabry, Les
Lettres Romanes, 1998, pp. 7-15.
4 Épocas literarias y evolución.Op. cit., vol. I, p. 232.
5 Luis Beltrán Almería, Palabras transparentes. La configuración del discurso del personaje en la novela,
Madrid, Cátedra, 1992, p. 64.
6 La situación creada en Doña Perfecta es un buen análisis y testimonio de la situación de este territorio
durante el Sexenio y la Guerra Grande cubana con sus caciques y caballucos voluntarios del comercio
frente a los voluntarios de la independencia. Sobre esta poco conocida situación política y económica de la
isla de Cuba es imprescindible la consulta del estudio de Manuel Moreno Fraginals, Cuba/España
España/Cuba. Historia común, Barcelona, Crítica, 1995, pp. 221-255.
7 Benito Pérez Galdós, Rosalía, ed. de Alan Smith, Madrid, Cátedra, 1983, cap. XVIII. He prolongado la cita
durante todo el comentario de este yo autor para que también se pueda comprobar cómo crece casi de
modo espontáneo la focalización interna, cómo se dispara la oralidad casi descontrolada, y cómo este
exceso conversacional oculta el disgusto, el desafecto del escritor por los valores y comportamientos que
tiene que desarrollar. Alan E. Smith, su editor, que dedica un buen espacio de su estudio final a la
extraordinaria polifonía de voces de este relato, termina reconociendo la extraordinaria afinidad de la
polifonía de este relato galdosiano con la que Bajtín reconoce en la narrativa de Dostoievski y sobre la que
fundamenta sus categorías críticas sobre la pluralidad discursiva. (vid. p. 437)
8 Véase en Pérez Galdós, Benito. Los artículos políticos en la ‘Revista de España’, 1871-1872. Brian J.
Dendle y Joseph Schraibman editores. Introducción de Brian J. Dendle. Lexington:Dendle and
Schraibman, 1982, 153.
9 Véase Alfonso de Otazu, Los Rothschild y sus socios en España (1820-1850), prólogo de Gregorio Marañón
y Bertrán de Lis, Madrid, O. Hs. Ediciones, 1987.
10 Véase cómo explica el narrador galdosiano este proceso capitalista en los principios económicos del
arquetipo literario que le dedica, el atormentado don Francisco de Torquemada: “El año de la revolución
[1868] compró Torquemada una casa de corredor en la calle de San Blas [...] El año de la restauración ya
había duplicado Torquemada la pella con que le cogió la Gloriosa, y el radical cambio político
proporcionóle bonitos préstamos y anticipos. Situación nueva, nómina fresca, pagas saneadas, negocio
limpio. Los gobernadores flamantes que tenían que hacerse ropa, los funcionarios diversos que salían de la
oscuridad famélicos le hicieron un buen agosto. Toda la época de los conservadores [1875-1881] fue
regularcita, como que estos le daban juego con las esplendideces propias de la dominación, y los liberales
también, con sus ansias y necesidades no satisfechas. Al entrar en el Gobierno, en 1881, los que tanto
tiempo estuvieron sin catarlo, otra vez Torquemada en alza: préstamos de lo fino, adelantos de lo gordo, y
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vamos viviendo. [...] Todo iba como una seda para aquella feroz hormiga [...]. Torquemada en la hoguera.
Las novelas de Torquemada, Madrid, Alianza, 1992, pp. 8-9.
11 Véase Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XIX, Barcelona, Laia, 1982, vol II, p. 91.
12 Benito Pérez Galdós, Política española. Obras inéditas, ordenadas y prologadas por Alberto Ghiraldo, vol.
IV, Madrid, Renacimiento, 1923, pp. 268-269.
13 Véase en Enrique González Fiol, (El Bachiller Corchuelo), “Nuestros grandes prestigios. Don Benito Pérez
Galdós. Confesiones de su vida y de su obra”, Por Esos Mundos, XX, (junio, 1910), 791-807, y XXI,
(julio, 1910), 27-56. El texto en tomo XXI, (julio 1910), 34, col. 1.
14 Véase Rodolfo Cardona, Caldós ante la Literatura y la Historia, Las Palmas, Ediciones del Cabildo Insular
de Gran Canaria, 1998, cap. IV.
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