¿QUÉ ÁNGEL PARA QUÉ HOGAR? LA TRAYECTORIA
DE TERESA VILLAESCUSA
Lieve Behiels
La crítica feminista reciente (Condé, 1990, Jagoe 1994) ha analizado la imagen de la mujer
que se desprende de las Novelas contemporáneas y de las obras de teatro de Benito Pérez
Galdós. Los Episodios Nacionales no han gozado, hasta ahora, de mucha atención a este
respecto. Creemos que los Episodios encierran un importante número de trayectorias de
mujeres cuyo sentido no siempre coincide con el de las peripecias vitales de las heroínas de
las Novelas contemporáneas más canónicas. Su estudio puede servir para matizar la
conclusión de Catherine Jagoe de que en la última fase de su producción Galdós sólo concede
un poder duradero y un trabajo fuera de casa a las mujeres en sus novelas fantásticas.1 En esta
ponencia nos interesaremos por la construcción novelesca de Teresa Villaescusa, personaje
eminente de la cuarta serie de los Episodios Nacionales. Tradicionalmente se la analiza desde
la categoría de la cortesana, como una variante sobre el esquema de la Dama de las camelias
de Alejandro Dumas, intertextualmente presente en La de los tristes destinos.2 Creemos, sin
embargo, que la perspectiva del ‘ángel del hogar’ puede constituir un punto de partida
esclarecedor. Veremos cómo y hasta qué punto este personaje se desmarca de la imagen
tradicional del ‘ángel del hogar’ y en qué modelo femenino se convierte al final de la serie.
La cuarta serie de los Episodios se escribe a principios del siglo veinte, entre 1902 y 1097.
Para entonces, la figura del ángel del hogar ya había dado mucho de sí. Su uso y su
contestación por el mismo Galdós en las Novelas contemporáneas han sido ampliamente
comentados. Hasta fue retomada críticamente por sociólogos como Adolfo Posada quien en
Feminismo (1899) se burla de la representación tradicional de la mujer de su casa:
Concedido que la mujer ha nacido para la maternidad: perfectamente: el papel de la
mujer, papel admirable, casi divino, es el de esposa, reina del hogar, ángel de la
familia, es aquel que se resume en la fórmula tradicional de la “mujer de su casa”:
todo está muy bien; pero, ¿y si la mujer no se casa, porque no hay quien la quiera
como ángel, reina y encanto del hogar? ¿Si tiene que vivir siempre soltera? Y lo que
es más grave, ¿si después de casada se queda viuda, con hijos, y el marido al morirse
se llevó consigo la única o principal fuente de ingresos de la familia? O todavía otra
hipótesis, bien frecuente, por desgracia. ¿Si después de casada, su marido resulta un
perdido, un disipado, o se inutiliza para el trabajo, y ella, el ángel aquel, tiene que
buscar con el sudor de su frente, como buena descendiente de Adán y Eva, el pan
propio, el del marido, y el de sus hijos? (Posada 1995: 71-72)
En el libro citado, Posada relaciona explícitamente la necesidad de la instrucción de la
mujer y la apertura para ella de todas las profesiones con la necesidad que tienen muchas
mujeres de ganarse la vida, estén o no casadas. No es muy optimista con respecto a los
cambios legales que se necesitan para llegar a tal fin, porque la opinión pública, incluida una
mayoría de mujeres, sigue defendiendo el modelo de “la mujer de su casa.” (Op. cit. 267-268)
Para varios personajes femeninos de la cuarta serie, tarde o temprano se produce el choque
entre el deseo de realización personal y amorosa y las exigencias de la supervivencia
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económica. La única excepción es la pareja María Ignacia de Emparán – Pepe Fajardo, en la
que la persona que se vende para salvarse de la ruina económica es el varón. Lucila Ansúrez
se cura de su desengaño amoroso y de su falta de recursos gracias al matrimonio y la
maternidad; sus maridos sucesivos resultan intercambiables. Virginia Socobio deja el
matrimonio burgués y la seguridad material para seguir a su gran amor, Leoncio Ansúrez y
convertirse en ‘ángel del hogar’ extramatrimonial. En este contexto se desenvuelve Teresa
Villaescusa.
La entrada del personaje en la serie, en la novela O’Donnell, queda marcada por la
ambigüedad. La primera mención de la “coronela Villaescusa y su linda hija Teresa” va
acompañada por un juicio de valor negativo que emana de un personaje femenino: doña Celia
de Centurión califica de “alocadas o locas de remate a la madre y la hija.” (Pérez Galdós 1951:
124).3 En cambio, cuando el narrador –masculino, por más señas– ofrece el primer retrato
de la joven, aparece la calificación de “ángel”: “Linda era como un ángel Teresita
Villaescusa, como un ángel a quien Dios permitiese abandonar la solemne seriedad del Cielo,
adoptando el reír humano.” (127) La caracterización se repite al hablar de la dentadura, “tan
bella y nítida como la de los ángeles, que ni ríen ni comen” y queda reforzada por la mención
“inocente niña.” (Ibídem) Teresa se nos presenta como una joven seria, poco instruida pero
gran lectora, pulcra en el vestir, espiritual y que rechaza a todos los pretendientes, a pesar de
que su padre quiere casarla cuanto antes para “librarse del cuidado que exige la doncellez.”
(128) Aunque el personaje guardará el rasgo de la belleza hasta el final de la serie, otros
rasgos constitutivos del estereotipo como la ignorancia, la inocencia, la pureza, la pasividad y
la falta de movilidad se van perdiendo por el camino. Teresa rechaza sistemáticamente a todos
los novios que se le proponen, para mayor desesperación de su madre que busca una ventajosa
colocación de su hija a fin de resolver los problemas económicos de la familia. Empieza a
enterarse del funcionamiento de la doble moral sexual y del matrimonio como tapadera detrás
del que se puede romper la cadena de la monogamia, debido a su íntima amistad con Valeria
Socobio que consigue mandar a Filipinas al marido que la aburre y la arruina
económicamente. Según el narrador, la joven entiende demasiado bien algunas cosas que
deberían estarle veladas, como la ‘liaison’ entre Valeria y Guillermo de Aransis: “Era Teresa
una de estas vírgenes que, por asistir demasiado cerca al batallar de las pasiones, están
privadas de toda inocencia.” (133) La muerte del coronel Villaescusa hace más apremiante
aún la búsqueda y captura de marido. Después de una violenta disputa con Valeria sobre la
imperiosa necesidad de conformarse a las apariencias sociales, Teresa comete la primera
transgresión: vuelve sola a su casa, lo que le proporciona una “sensación de libertad que
entraba con ímpetu en su alma.” (154) Esta primera ruptura la lleva a otra mucho más
importante: va al encuentro de Guillermo de Aransis, del que se ha enamorado, y concluye un
arreglo con él. Después de la ignorancia, la inocencia y la inmovilidad desecha también la
pasividad. Conviene subrayar que contrariamente a los estereotipos de la literatura popular,
Teresa no “cae” por ser “seducida y engañada” sino todo lo contrario. Dice el narrador:
Su destino le marcaba los caminos irregulares, y por ellos se lanzaba, afirmada su
consciencia en su persuasión de que no podría andar por otros. Cada ambición tiene
su espacio propio para volar. Que el de la suya era de los más extensos, se lo probaba
la grandeza y poder de sus alas. (156)
Las alas son un atributo de los ángeles y de los pájaros, otro motivo galdosiano muy
estudiado en función de las Novelas contemporáneas y sobre todo con respecto a Fortunata.4
Teresa sigue siendo ángel, pero ángel caído, “libro satánico, encuadernado en piel de
serafines.” (156)
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Resulta que la libertad y el bienestar así conquistados son muy relativos. Aransis le
informa sobre los “derechos y deberes” sociales de la mujer entretenida y pronto desaparecerá
de su vida. Pero la joven está dispuesta a pagar el precio que le parece justo. A partir de aquí
circula como una mercancía altamente cotizada y a su vez actúa como distribuidora a los
menos afortunados del dinero que le llega.5 Al final de la novela el personaje de Teresa ha
guardado los rasgos iniciales de belleza, gracia y elegancia y ha trocado la inocencia, la
ignorancia y la pasividad por la lucidez, la competencia profesional y la iniciativa. Es un
ángel algo diabólico sin hogar, dudando entre la pobreza honrada de la Huerta del Pastelero y
el lujo inmoral del palacio del marqués de Salamanca que parece ser el siguiente “contratista”
de sus servicios.
La “hermosa y desenvuelta” (556) Teresa reaparece en el penúltimo Episodio de la serie,
Prim. De ser “numen de la Unión Liberal” como la calificaba Manolito Tarfe (216), pasa a ser
“símbolo de los valores progresistas o socialmente avanzados.” (Ribbans 1994: 117) Es la
querida de un rico ganadero valenciano, González Leal, cuya fortuna se ve mermada debido a
un tren de vida excesivamente lujoso y a la subvención de las actividades revolucionarias de
los simpatizantes de Prim. Se enfatizan las servidumbres de la “carrera” de la joven
–dependencia económica, disponibilidad continua, hasta maltrato físico– de la que empieza a
cansarse pero que no puede abandonar porque ella y su madre no tienen otro medio de
subsistencia. Ha desaparecido la libertad de elección de la que gozaba Teresa en la novela
anterior. Recordemos que el capítulo XVII de O’Donnell empezaba con el verbo “elegir”:
“Eligió con exquisita cautela y previsión Teresita la persona que más le convenía para sus
fines estratégicos.” (165) Ahora no tiene más remedio que aceptar los arreglos que le busca su
madre. Al mismo tiempo, se destacan la generosidad de Teresa y la manera correcta en la que
honra sus contratos, practicando una especie de monogamia ‘diacrónica’.
En este contexto se produce el primer encuentro con Santiago Ibero, partidario de Prim e
involucrado en actividades revolucionarias. Teresa queda cautivada por la vida aventurera del
joven y por la decisión con la que determina y persigue sus propios objetivos. Cuando Teresa
se entera de que su madre ha traicionado el escondite de González Leal a la guardia civil que
lo mata, se siente culpable y huye. La recogen los partidarios de Prim. Se produce un segundo
diálogo entre Teresa y Santiago sobre su crisis psicológica y su sentimiento de culpabilidad en
el que aparece por primera vez en boca de Teresa la palabra “amor”, que no quiere aplicar a la
sucesión de hombres que desfilaron en su vida. Por primera vez, Teresa dialoga con otra
persona, desinteresadamente, sobre los valores que rigen su vida. A la mañana siguiente,
Santiago se ha marchado y Teresa no ve más remedio que volver a Madrid y aceptar el
siguiente contrato que le ha organizado su madre. Se pone literalmente enferma de
frustración. Recupera parcialmente la iniciativa cuando se da cuenta de su amor por Santiago
y empieza a buscarle por las calles, hasta la escena final cuando lo busca entre los cadáveres
del cuartel de San Gil.
La última novela de la serie, La de los tristes destinos, es, por lo que se refiere a Teresa
Villaescusa, la historia de la conquista de Santiago Ibero y la construcción de un nuevo
modelo de pareja.6 Significativamente, los dos se vuelven a encontrar en el tren que va a
Francia. Es ella la que toma la iniciativa y le explica el cambio de vida que ha decidido.
Mientras que poco antes “temía su propio desprecio por prestarse a una farsa de amor” (656),
ahora ha recuperado la dignidad: “porque es digno, Santiago, es honroso para una mujer pasar
de cosa vendible a persona que no se vende, se da.” (659) Esta concepción nueva de la
relación de pareja implica una regresión económica pero, una vez más, Teresa está dispuesta a
pagar el precio: “Yo doy mi corazón: lo doy a la pobreza, al vivir íntimo” (659). Después de
que Teresa se ha podido liberar de su último ‘contrato’, se encuentra con Santiago en Bayona.
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En un primer momento, Teresa incluso juega, irónicamente, a la sumisa casada: propone ser
“económicos y arregladitos” y le dice a su amigo: “Reúne tú todo el dinero y guárdalo, que al
marido le corresponde administrar los bienes matrimoniales” (665).7 Pero a continuación
queda bien claro que la fuerza motriz detrás de la pareja es ella. Sabe que para asegurar el
amor de Santiago tiene que eliminar dos obstáculos: el recuerdo a un noviazgo anterior y la
aventura revolucionaria. El primer obstáculo se elimina solo, ya que la niña en cuestión se ha
metido a monja en un convento francés. Teresa le estimula a Santiago a participar en la
intentona revolucionaria de Moriones en el Pirineo aragonés, experiencia que fracasa debido a
la falta de coordinación. Cuando resulta que Santiago es perseguido por la policía, la pareja
decide irse a París. Allí Teresa puede realizar su “noble ambición de adquirir con su trabajo
un vivir decoroso” (698), trabajando en la tienda de encajes de Úrsula Plessis. Como el padre
de Santiago se ha encaminado a París para sacar a su hijo de las garras de la mujer de mala
vida, la pareja opta por esfumarse. Se proclama la tan anhelada revolución, pero pronto
Santiago se da cuenta de que no se ha cambiado nada en lo esencial. Mide la falta de
autenticidad de la revolución de septiembre según unos criterios de moralidad privada. Son la
inmoralidad y los prejuicios burgueses de Tarfe los que provocan el rechazo de Ibero cuando
éste le dice “Ahora veo todo lo vulgar, todo lo indecente y chabacano de esta revolución que
ustedes han hecho.” (742) Conforme a la regla de conexión entre el microcosmos privado y el
macrocosmos público que rige los Episodios Nacionales, Ibero ya había concluido que “No
podemos ser revolucionarios en lo público y atrasados o ñoños en lo privado.” (734) Al final
de la novela vemos, pues, que la pareja protagonista vuelve a París, bajo la máxima de que
“cada cual obedece a sus propias revoluciones.” (757)8
El repaso de las tres novelas en las que aparece el personaje de Teresa Villaescusa nos ha
permitido ver que el epíteto de “ángel” la acompaña desde el principio hasta el final. Como
los ángeles, Teresa es buena, generosa y caritativa. Uno de los rasgos constitutivos de la
categoría de ángel es la belleza, belleza joven o más madura, alegre o triste, por ejemplo
cuando se la compara a la Magdalena “en el llorar y en la hermosura” (601), o cuando el
narrador destaca su “admirable belleza melancólica” (628) al haber desaparecido Santiago
Ibero. Pero no se trata de la belleza en el estado salvaje, como la que caracteriza a Lucila
Ansúrez en su juventud, sino de una belleza cultivada y puesta de relieve mediante una
refinada elegancia que aumenta su valor comercial, de modo que su madre puede vender “los
aún cotizables pedazos de su hija” (656) cuando ésta tiene treinta años. Esta elegancia gracias
a la que puede venderse cara le permitirá más tarde encontrar un empleo asalariado en una
tienda de modas de París.
Pero hay otros rasgos en la configuración de Teresa que la alejan del modelo angelical
tradicional. Nada de pasividad ni de movilidad restringida. Teresa lucha para adquirir la
consciencia de su proyecto vital y una vez que lo ha determinado lucha para realizarlo. En el
modelo tradicional del ángel del hogar suele oponerse la sensibilidad y emotividad típicas de
la mujer a la racionalidad y la reflexión masculinas. Teresa combina las características
tradicionalmente asociadas a su sexo con lo que ahora llamaríamos inteligencia emocional y
un sentido de la organización práctica de las cosas. En París aprende aritmética y quiere
“ponerse muy fuerte en contabilidad.” (707) Además, es correcta en los negocios, tanto
cuando comercia con su cuerpo como cuando vende productos de lujo a una clientela
femenina. El saber de Teresa le otorga cierto poder frente a su compañero, poder que éste no
le disputa. En la relación de pareja que se va construyendo en la novela, no parece que el
poder de uno disminuya la libertad del otro: Teresa, mujer cuyas grandes y poderosas alas
conocemos (156), reconoce las calidades de “águila” de Santiago, diciéndole: “Vete a tus
espacios altos, águila mía, que aquí me quedo yo viéndote subir y esperando que vuelvas a mi
lado.” (687)
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Vimos que la entrada de Teresa en el mundo de los Episodios se produce en el momento de
la pérdida de la inocencia, que se sustituye por una comprensión cada vez menos ilusionada
de la sociedad isabelina y una mayor conciencia de sí misma. La búsqueda de conocimiento
se realiza a través de contactos con otras personas, en su mayoría hombres. Su “poderoso
razonar” está “inspirado en la realidad de la vida” (687) ya que a Teresa no la volvemos a ver
coger ni un libro más después de su primera presentación en la serie. En las tres novelas
donde figura actúa un narrador ‘omnisciente’ que dedica una mirada irónica a los altibajos de
su carrera de cortesana y le cede cada vez más la palabra. En Prim y Los tristes destinos las
conversaciones en discurso directo entre Teresa y Santiago constituyen un medio para que los
personajes conozcan sus deseos esenciales, gracias, precisamente, a su esfuerzo para
explicarlos.
El amor por Santiago profundiza el conocimiento de Teresa y le permite expresar el
sentido de su trayectoria vital: vive un “amor definitivo y sintético que ponía sello a su
existencia” (684). Considera que su vida tiene dos partes, una buena y otra mala, y que la
buena ha llegado ahora (687). Aquí se introduce otro rasgo del modelo angelical: Teresa está
dispuesta a sacrificarse si resulta que Santiago quiere lanzarse a la revolución. Al fin y al
cabo, ella misma ha tenido que aprender, gracias a la experiencia, que su primera ambición, la
de una vida regalada sin apremios económicos ni trabajo, no valía el precio que había que
pagar. En esta fase de su vida se decide a ser monógama y así cobra otro rasgo del arquetipo.
Otro rasgo que le falta a Teresa para ser un ángel en el sentido tradicional es un hogar.
Durante su vida de cortesana cambia de casa según cambia de ‘protector’ y en su vida de
mujer ‘buena’ su movilidad no disminuye, ni mucho menos. Pero el hogar ya no es el único
espacio en el que la mujer puede desenvolverse. En la composición tradicional del arquetipo
no pueden faltar los hijos. Teresa no tiene hijos y no discute el tema ni siquiera con su “amor
definitivo”. Aún así, su preocupación por Juan Santiuste y su fascinación por Santiago,
bastante más joven que ella, contienen rasgos de ternura maternal.9
¿Hasta qué punto se puede considerar que la creación del personaje de Teresa constituye
una etapa en el desarrollo de una consciencia feminista en Galdós? Para contestar a esta
pregunta no hay que olvidar que la cuarta serie es un conjunto novelesco sobre la España
isabelina y que hay que distinguir, pues, entre el tiempo de la historia (en las novelas que nos
interesan 1854-1868) y el momento de la redacción a principios del siglo XX. Según el
principio de la construcción de los Episodios Nacionales, lo personal es lo político y
viceversa. El escepticismo expresado acerca de la Gloriosa implica que la revolución personal
de Santiago y Teresa no puede florecer en la España de los años 1870.10 Cabe preguntarnos si
este escepticismo sigue estando de rigor en el cambio de siglo. En la última fase de su
producción literaria, que se distingue por los rasgos míticos y metaliterarios, Galdós presenta
unas figuras de mujeres que trabajan como maestras y que ejercen cierto poder sobre su pareja
–Floriana en el Episodio De Cartago a Sagunto, Cintia-Pascuala en El caballero encantado,
Atenaida en La razón de la sinrazón– pero las sitúa en un contexto fantástico. Aquí la pareja
feliz del porvenir busca la realización personal en el extranjero que puede considerarse como
otra especie de distanciamiento, no tan radical como lo fantástico.
En novelas galdosianas anteriores hemos visto cómo las protagonistas –Amparo y Refugio
en Tormento, Tristana– fracasaron en su empeño de vivir independiente y decorosamente de
un trabajo, porque carecían de formación, porque el mercado laboral no les ofrecía
ocupaciones adecuadas y porque la opinión pública constituía un obstáculo fundamental al
trabajo femenino. El éxito de la empresa de Teresa tiene alguna verosimilitud ya que ejerce un
trabajo comercial para el que no necesita preparación especial y que es asalariada de otra
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mujer que ha construido un negocio floreciente de artículos de lujo en París, donde los
habitantes disponen de un poder de compra incontestablemente superior al de los madrileños.
La independencia económica le otorga a Teresa una parcela de poder que en Francia se tolera
mejor que en España. En París la pareja puede desaparecer en el anonimato y liberarse del
ostracismo social al que le condena la doble moral al uso.
Pero conviene no olvidar que en la última novela de la serie, Teresa saca la motivación
para trabajar de su nueva situación de pareja. La perduración de su amor es su mayor
preocupación. El carácter ‘revolucionario’ de esta pareja tal vez no consista tanto en que una
cortesana arrepentida metida a vendedora y un hijo de familia hagan su vida sin reparar en el
qué dirán, sino que haya espacio para el diálogo y la eclosión de los talentos y las ambiciones
de ambos. O, para citar a Geoffrey Ribbans, “Una de las cualidades más atrayentes de la
novelística galdosiana, no reconocida siempre por la crítica, es su capacidad de romper con la
pretensión inconsciente y casi universal en su época, de parte de los escritores masculinos, de
que los valores serios y los intereses esenciales de la sociedad los representan, y así debe ser,
única y exclusivamente los hombres.” (Ribbans 1998: 536) Santiago y Teresa, dos águilas
volando juntos, bien podrían constituir un modelo constructivo de pareja futura.
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NOTAS
1 “Telling, it is only in his fantastic novels that women are envisaged as extradomestic professionals or allotted
any enduring power.” (Cf. Jagoe 1994: 176)
2 El modelo literario de la cortesana arrepentida por amor es Marguerite Gautier de La dame aux camélias de
Alejandro Dumas, popularizado por la ópera La traviata de Giuseppe Verdi, en la que la protagonista se llama
Violetta Valéry. Como demuestra Carmen Servén (1996), los autores realistas españoles (Galdós, Valera,
Palacio Valdés) critican el tópico a través de sendos personajes femeninos que “constituyen la vulgarización de
las grandes actitudes románticas” (99). En La de los tristes destinos la situación tópica en la que se podría hallar
Teresa de producirse el encuentro con Santiago Ibero, padre, en París, es recordada textualmente por Clavería,
cuando dice: “Veremos reproducida la escena de la Dama de las Camelias, cuando viene el papá del señorito
Armando y…”, a lo cual replica Santiago hijo: “Teresa no está tísica, ni de los pulmones, ni de la voluntad. Es
mujer fuerte, mujer valerosa… Ni del corazón ni del cerebro flaquea; no y no.” (711) La misma Teresa
comenta: “No salgamos ahora imitando a las novelas desacreditadas.” (713) Geoffrey Ribbans analiza la
presencia de la novela de Dumas en tres novelas del Galdós maduro: Lo prohibido, Fortunata y Jacinta y La
de los tristes destinos, y pone de relieve el rechazo del “modelo de sacrificio unilateral” (Ribbans 1998: 535) ya
que la pareja decide esconderse del padre autoritario, defensor de la moral tradicional.
3 A continuación mencionaremos entre paréntesis en el mismo texto la referencia a la edición consultada.
4 Ver Gilman (1966), Utt (1974) y Moncy Gullón (1974).
5 El papel de Teresa como nexo en el que confluyen la temática amorosa y la política económica de la Unión
Liberal que pide desamortización ha sido estudiado desde una perspectiva deconstruccionista por Diane Urey
(1989: 126-146). Geoffrey Ribbans, quien estudia la figura de Teresa “entre la historia y la ficción” observa
que “son sus amantes todos ejemplos de tipos socio-políticos representativos” (1994: 117).
6 Es lo que más aprecia Montesinos en este Episodio: “Todo lo mejor de La de los tristes destinos es la novela de
estos dos seres” (1980: 235).
7 Brian Dendle (1993: 237) reproduce la cita pero no la interpreta irónicamente.
8 Según Geoffrey Ribbans, con la salida a Francia de la pareja “Se ensalza (…) la libertad que deja crecer sin
trabas al individuo sobre la nueva oportunidad, muy deleznable por cierto, que ofrece la revolución “gloriosa”
de triunfar sobre los negocios turbios y cínicos del pasado.” (1994: 119).
9 Esto le permite a Dendle (1993: 235) clasificar a Teresa en la categoría “Women as Mother and Protector.”
10 John Sinnigen califica el abandono de España por parte de Teresa y Santiago de “aceptación pasiva del (…)
status quo” (1998: 632). Nos parece que la actitud de los personajes podría describirse más bien como la
continuación de la revolución con otros medios, eso sí, estrictamente privados. Donde coincidimos plenamente
con Sinnigen es cuando relaciona la “tensión entre la representación de un vasto mundo de problemas sociales
que están pidiendo soluciones y la resolución casi necesariamente individual” (ibídem) con la conformación de
la novela realista en general e incluso con la novela contemporánea.
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