¿UN EPISODIO PROTO-MODERNISTA?: LA CAMPAÑA

DEL MAESTRAZGO

Mary L. Coffey

Cuando Benito Pérez Galdós reanudó los Episodios nacionales en los primeros meses de

1898, no cabía duda de que estas nuevas novelas históricas tomarían una forma diferente de

las primeras dos series, escritas entre 1873 y 1879. El campo de la literatura española había

cambiado mucho y entre esos cambios figuraba de manera importante el creciente abandono

del realismo narrativo que había definido la producción novelística española durante las

últimas décadas del siglo XIX. El fin de siglo era, para citar a Georg Lukács, “el período de la

decadencia del realismo burgués” (236).1 Y este hecho indudablemente afectó a la novela

histórica, como afectó a toda producción narrativa de la época. Igualmente importante, los

críticos y los escritores ya estaban discutiendo nuevos movimientos literarios, más evidentes

en la poesía. Estas nuevas y variadas aproximaciones a la expresión literaria, que los críticos

han nombrado de forma flexible Modernismo, por supuesto atrajeron la atención de Galdós en

aquel momento uno de los escritores más relevantes de España.

Desde cualquier perspectiva crítica que se le mire, es obvio que Galdós intentó incorporar

cambios significativos en su producción literaria a partir de 1898. Hoy sólo hemos empezado

a entender la singularidad de sus novelas como El caballero encantado y las novedades de la

cuarta y quinta series de los Episodios nacionales.2 Pero hay también señales de su

experimentación en la forma de la tercera serie de sus novelas históricas. Lo que Gogorza

Fletcher llama “el simbolismo difuso” en esta serie nos ayuda a comprender la trayectoria

temática y formal que la obra galdosiana tomaría desde fines de siglo hasta el final de su

carrera literaria (12). Los críticos con frecuencia ven esta experimentación galdosiana desde la

óptica de su reacción ante el movimiento regeneracionista y las preocupaciones literarias de la

llamada “Generación del 98” (Ciplijauskaité). Al ampliar esta idea, quiero explorar la

posibilidad de que Galdós también fue consciente de, e influido por, las ideas y los temas de

lo que ahora consideramos más apropiadamente representativos del Modernismo. Por

supuesto es necesario recordar las dificultades de definir el Modernismo y las polémicas

extensas sobre el término y su historia (Davison, Gicovate). Sin embargo, al considerar ciertas

características que los críticos contemporáneos aceptan como parte de la estética modernista,

podemos ver resonancias con los Episodios nacionales de la tercera serie (Mainer, Salinas).

La novela La campaña del Maestrazgo es un ejemplo que viene al caso. El personaje

ficticio don Beltrán de Urdaneta y el paisaje romantizado por el cual deambula por toda la

novela, ofrecen una confluencia entre el deseo del autor de incorporar en su representación de

la historia española las ideas subyacentes del regeneracionismo y los elementos estéticos

distintos de la prosa modernista. El marco feudal de la acción, el sentido ominoso del peso de

la historia sobre el presente, más evidente en la representación de la violencia, y el

romanticismo innato de los personajes y el paisaje todo indica un cambio en la aproximación

de Galdós hacia la novela histórica. El resultado, a mi ver, es un texto que cuestiona los

conceptos tradicionales del realismo literario y crea un marco para más experimentación en

los siguientes Episodios nacionales.

187

Galdós escribió La campaña del Maestrazgo en 1899, un año después de la guerra

hispanoamericana. El país todavía amortiguaba el golpe de la pérdida de las colonias restantes

y experimentaba todavía la recesión económica que lo siguió. La tercera serie de los

Episodios, que se enfoca en los efectos de la Primera Guerra Carlista en el desarrollo político,

económico y social de España, le ofreció al autor una oportunidad singular para comentar los

males nacionales del pasado y los del presente.Teniendo en cuenta los efectos

contemporáneos del “Desastre,” no es sorprendente que la serie examine con severidad la

causa Carlista, revelando el egoísmo de sus líderes, su ideología anacrónica y los efectos

sociales devastadores de la guerra en el pueblo español.

Pero en ninguna parte de la tercera serie presenta Galdós un cuadro tan complicado ni tan

ambivalente del Carlismo y de la historia española como en La campaña del Maestrazgo. La

novela se aleja repentinamente de la trama central de la tercera serie, el destino de Fernando

Calpena. En cambio, presenta las desventuras de don Beltrán de Urdaneta, un aristócrata

envejecido en dificultades financieras, que busca los medios por los cuales puede disfrutar de

sus últimos años viviendo en el lujo y la comodidad a los que está acostumbrado. En una

historia descrita por un crítico galdosiano como “medieval, regresiva, elusiva e ilusoria”

(Urey 34), don Beltrán se encuentra vagando por el paisaje español, en búsqueda de oro

supuestamente enterrado en varias ollas por un antiguo amigo que ha sido fusilado

recientemente por las fuerzas carlistas. La única clave para descubrir el paradero del tesoro es

Marcela Luco, una monja hombruna y bien instruida, única hija sobreviviente y la heredera de

la fortuna. Mientras don Beltrán anda por el paisaje con Marcela, las fuerzas del general

carlista Cabrera los capturan. Como prisionero de guerra, don Beltrán es testigo de uno de los

actos más atroces de una campaña que los historiadores están de acuerdo en llamar

excepcionalmente violenta (Carr 189).

Fiel al período que representa, La campaña del Maestrazgo contiene numerosas escenas y

descripciones de violencia. En muy pocos textos galdosianos son los temas de brutalidad

física, la decadencia, la crueldad, la obsesión y la muerte tan directamente representados. Por

consiguiente, al examinar esta novela entre las obras escritas por Galdós a fin de siglo y en

adelante, tenemos que hacernos unas preguntas. Para empezar, en cuanto a los temas de la

novela, ¿hasta qué punto demuestra La campaña del Maestrazgo unos rasgos relacionados

con el modernismo literario? ¿Cuán estrechamente conectado está este Episodio a los

conceptos del regeneracionismo? ¿Hasta qué grado está Galdós experimentando con el

realismo? Y para concluir, ¿es válido definir La campaña del Maestrazgo como una novela

proto-modernista?

Las respuestas a estas preguntas se encuentran en un análisis breve de los protagonistas, los

temas y la forma de la novela. Los personajes centrales ofrecen un punto de partida

especialmente eficaz porque ellos representan el enlace más obvio entre la estructura

tradicionalmente realista de la novela histórica galdosiana y la temática modernista. Don

Beltrán, el aristócrata decadente, Marcela Luco, la monja hombruna, y Manuel Santapau

(Nelet) forman el triángulo alrededor del que la acción del texto se centra. Sus historias

individuales no son en sí comunes, pero su interacción por toda la novela resulta ser

desastrosa, llegando al final al asesinato y al suicidio. Juntos ellos ofrecen las pruebas más

persuasivas de que Galdós tenía plena conciencia de las características que con tiempo

ayudarían a definir el modernismo.

Por cierto don Beltrán de Urdaneta es una de las más complicadas creaciones literarias

galdosianas. Constituye una mezcla única de características que son a la vez románticas,

antiburguesas y decadentes. Esos rasgos prefiguran al personaje magnífico de Valle-Inclán, el

188

Marqués de Bradomín, quien aparecería por primera vez en 1902, sólo tres años después de la

publicación de La campaña del Maestrazgo. Como el Marqués, don Beltrán sigue siendo una

figura bastante simpática, a pesar de sus muchos y muy obvios defectos. Alfred Rodríguez ha

definido a don Beltrán como “la personificación de la liberalidad noble” (122), y Brian

Dendle lo identifica como un aristócrata avaricioso y orgulloso que finalmente debe aprender

las lecciones del regeneracionismo (57). Y son exactos estos análisis. Pero don Beltrán es más

que un símbolo de una aristocracia envejecida y cada vez más empobrecida. Sus experiencias

demuestran una aproximación única a los temas y las ideas románticos que yacen en el

corazón de la novela. Para entender lo que don Beltrán significa dentro de la estructura de esta

novela, hay que examinar su personaje como aparece a lo largo de la serie.

La primera mención de don Beltrán ocurre en la novela Luchana, el Episodio

inmediatamente anterior a La campaña del Maestrazgo, y se refiere a su papel como patriarca

de la familia Urdaneta-Idiáquez. Sus gastos extravagantes y los intentos por parte de su nuera

de controlarlos son bien conocidos. Sin embargo, cuando aparece por primera vez, es con un

sentido de privilegio natural muy positivo:

…ábrese la desvencijada puerta y penetra un simpático y noble anciano, de buena

estatura, algo rendido al peso de la edad, de afable rostro y modales finísimos,

revelando en todo el alto nacimiento y el refinado trato social. (378)

Su insistencia en tener un alojamiento cómodo refleja sus gustos generales. Él es, como

confiesa, un hombre de extremos: “O [las comidas elementales y primitivas] o los

refinamientos de la cocina parisiense. Y en cuanto a la sociedad, o la más alta o la de estos

infelices…” (379). La ironía de esta declaración se revela más tarde cuando el aristócrata

experimenta privaciones extremas como prisionero de guerra. Su vida es verdaderamente un

ejemplo de extremos. A pesar de la ironía, don Beltrán es por lo menos consciente de quién es

y qué papel ejerce en el orden social. Describe su conflicto con sus parientes como uno “entre

mi carácter de noble en decadencia y el de ellos, plebe enriquecida” (387). La comparación

llama la atención por su tono antiburgués y además por su exactitud. La sabiduría de don

Beltrán se manifiesta también cuando le aconseja a Fernando Calpena que deje de cortejar a

Aura Negretti y que reconozca en Demetria de Castro-Amézaga una esposa más apropiada.

Le expresa a Calpena una filosofía decididamente anti-romántica y pragmática, aunque

entiende que él mismo no puede vivir según sus propios preceptos:

Mire, hijo, cuando el Destino nos pone al pie de un árbol de buena sombra, cargado

de fruto, y nos dice, “Siéntate y come”, es locura desobedecerle y lanzarse en busca

de esos otros árboles fantásticos, estériles, que en vez de raíces tienen patas… y

corren… Yo desobedecí a mi destino, y por aquella desobediencia no he tenido paz

en mi larga vida. Créalo: donde no hay raíces no hay paz. (385-386)

Como resultado, don Beltrán es un personaje cuyos juicios y valoraciones deben ser leídas

como significativos y en gran parte correctos. Ve con más claridad que Calpena o Demetria

que los dos deben casarse. Pero hace más que juzgar acertadamente a los otros personajes en

la novela. Don Beltrán tiene la capacidad de estar al tanto de lo que pasa históricamente. Por

ejemplo, en La estafeta romántica, después de sus andanzas en el Maestrazgo, él critica a los

dos lados del conflicto carlista, asegurando que “Los liberales no tienen cabeza y la de los

facciosos es una cabeza de cartón” (667). José Montesinos mantuvo que éstas “son palabras

de Urdaneta a Calpena, pero me parece obvio que detrás de aquél asiste el autor mismo” (29).

189

Por consiguiente, creo que no se debe interpretar a don Beltrán de una manera puramente

negativa, como representante de “disipación libertina, egoísmo, corrupción, mentiras y

engaño” (Urey 35). Al contrario, Urdaneta refleja la naturaleza ambivalente de cada

individuo, cuyas virtudes y fuerzas pueden convertirse, en ciertas circunstancias, en vicios y

debilidades. El aristócrata viejo, sin duda egoísta y mentiroso a veces, aún logra sobrevivir sus

aventuras para ofrecer un comentario profundo sobre los sucesos. Después de sus experiencias

en la guerra, vuelve a su vida antigua. No hay otra mención de la riña con su familia ni de sus

dificultades con el dinero. De hecho, en un ejemplo de ironía galdosiana, mucho más tarde

cuando Fernando Calpena está intentando adquirir la confianza de dos aristócratas carlistas,

amigos antiguos de don Beltrán, les dice que el viejo ha sido exitoso en su busca de oro

enterrado.

…¡qué suerte de hombre!, un tal Francisco Luco, que en la guerra del Maestrazgo

perdió a sus hijos, dejó a don Beltrán por heredero de todas sus riquezas, consistentes

en 50 o 60 ollas de dinero…, no recuerdo el número…, sepultadas en diferentes

puntos. Desenterradas lleva ya unas 40 y pico, y el dinero lo vamos transportando a

Cintruénigo, donde hay una estancia no más chica de ésta, llena de sacas de onzas y

medias onzas… (748)

Las leyendas exageradas y románticas de tesoros escondidos, que le hicieron a don Beltrán

arriesgar su libertad en los campos de batalla de la Guerra Carlista, llegan a convencer a otros

también, demostrando así que estos cuentos todavía ejercen un poder considerable.

Una vez libre del ambiente extraño del Maestrazgo, don Beltrán puede volver a su papel de

consejero sabio. Sus cartas a Calpena son aún más pruebas de su buen juicio esencial, si no

siempre en cuanto a su propio comportamiento seguramente en el de otros. Por eso don

Beltrán espera que sus historias, a pesar de sus aspectos extraños, tengan un efecto

provechoso.

Sucesos oiréis que os pondrán los pelos a punta, otros que os moverán a risa, y

algunos que debieran perpetuarse en letras para enseñanza de las generaciones

futuras.Y entreverando mis historias de viejo con la tuya juvenil, te diré cosas que

han de serte de gran provecho en la brillante vida que te aguarda. (673)

Sus aventuras en la guerra le han enseñado algo también. Admite por lo menos su propia

complicidad en sus desventuras. Bajo la amenaza de ser fusilado, confiesa sus pecados,

reconociendo que los dos más notables han sido su “locura … de galantear y ser grato al bello

sexo” y “el amor a ese resorte de mi vida material que llamamos dinero” (558).

En cuanto a Marcela Luco, basta notar la rareza de que una monja, casi una teóloga, ande

por los caminos rurales en plena guerra. El narrador claramente describe su ser, su forma

física como masculina, “una figura híbrida” (507). Y el atractivo que ejerce sobre Nelet

involucra a la vez su apariencia hombruna y su aparente desinterés en la sexualidad. Su

proclividad de predicarle a don Beltrán en latín y sus ideas rígidas sobre la virtud y el vicio la

hacen un personaje menos simpático. Realmente, los lectores nunca tienen acceso a su

conciencia ni comprenden los sucesos desde su perspectiva. Quedamos fuera de su sicología y

ajenos a su sensibilidad. A pesar de su papel de protagonista, Marcela resulta ser una creación

incompletamente dibujada cuya importancia, conforme a la referencia cervantina, es la de

hacer hincapié en las circunstancias extraordinarias de la Guerra Carlista y la incapacidad de

las acciones y la gente envuelta en ellas de conformarse con la realidad.

190

Nelet, como Marcela y don Beltrán, es también una figura única. Su obsesión con Marcela

corresponde a su personalidad violenta y compulsiva. Sus visiones maravillosas y sus

premoniciones supersticiosas son pruebas de un carácter que tampoco se ajusta a las normas

sociales y por consiguiente, a la realidad burguesa. De verdad, Nelet parece ser un hombre

cuyos problemas provienen de una personalidad delincuente. Aunque en general intenta

actuar según los valores sociales y entiende el bien y el mal además de las expectativas

sociales, Nelet no puede controlarse en situaciones de emoción intensa. Responde de una

manera violenta, lo que le conduce a la muerte del hermano de Marcela y el asesinato-suicidio

al final de la novela. Aquí debemos contemplar la posibilidad de que Nelet represente una

exploración por parte de Galdós de la sociología criminal, un tema muy en boga a fin de siglo

y el que llamó la atención de escritores como Baroja y Azorín (Litvak, Maristany).

Si don Beltrán, Marcela Luco y Nelet parecen protagonistas muy raros, el ambiente en que

se encuentran no es menos extraño. Los personajes en la novela comentan a menudo el

anacronismo del momento. Los sucesos ocurren, como nota don Beltrán, en “la plena Edad

Media” (515). Como ha notado un crítico del Episodio, el texto nos da “todos los registros del

Romanticismo” (Cardona 136). Por eso el trasfondo romántico de la novela se mueve al

primer plano. El romanticismo literario hasta ahora central en los primeros cuatro tomos de la

serie, específicamente en la historia de Fernando Calpena y su amor por Aura Negretti, cede a

otro romanticismo, a uno cuyo ahistoricismo y su forma de parodia tiene lazos fuertes con las

tendencias literarias finiseculares (Acosta Peña 141). Este ambiente marcadamente diferente

pero todavía romántico, evocado en La campaña del Maestrazgo, le permite a Galdós

desconectar la trama de la historia, explorar ideas que van mucho más allá de la especificidad

de la Guerra Carlista, y presentar un texto con una forma tan insólita como su trama.

Al situar la acción de este Episodio en un ambiente históricamente ambivalente, aún

cuando se refiere a sucesos históricos concretos, Galdós puede comentar el pasado, el presente

y el futuro de España. Los análisis críticos de La campaña del Maestrazgo han identificado la

violencia descomunal, los personajes poco realistas y la desviación de la historia principal de

la serie como fundamentales al deseo de Galdós de representar la Primera Guerra Carlista no

sólo como un ejercicio inútil sino también como un impedimento grave al desarrollo de

España en una nación moderna. Como ha notado Brian Dendle, este Episodio “ilustra sobre

todo las consecuencias suicidas que enfrenta España si el sentido común se pierde y las

pasiones innobles reinan libremente” (56). Pero la condena de la guerra en la novela es a

veces ambigua. En las primeras páginas de la novela la voz narrativa indica que hay facetas

múltiples del conflicto armado:

La guerra mata y resucita, destruye y crea. La sangre que no se derrama en los

combates, circula con más vigor y nutre partes desmedradas del organismo social,

mientras otras perecen. (482)

Así los lectores esperan ver tanto los aspectos destructivos como los posteriores y tal vez

positivos cambios que traen a la sociedad. Cuando llegamos al final de este Episodio,

debemos preguntarnos hasta qué punto esta descripción resulta válida.

Por toda la novela Galdós desafía nuestras expectativas y nuestros deseos de dar un

significado fijo al texto. Por ejemplo, además de su primera y ambigua descripción de la

guerra, Galdós se empeña en presentar los dos lados del conflicto como igualmente culpables

de atrocidades. De la misma manera, representa a Ramón Cabrera como un líder de mucha

habilidad, con la capacidad positiva de inspirar a sus tropas. Galdós narra su historia desde

una perspectiva en que la virtud y el vicio, el bien y el mal, coexisten. Hasta cierto punto ésta

191

refleja la inclinación galdosiana de representar a los personajes con generosidad y

comprensión. Pero también indica, por lo menos en esta novela, que Galdós se niega a juzgar

a los individuos o sus acciones según un sistema de valores morales burgueses.

Verdaderamente, en un mundo tan completamente romántico, los valores burgueses no

ejercen dominio.

En cuanto al ambiente romántico y anacrónico presentado en La campaña del Maestrazgo

vale recordar que don Beltrán se ve como parte de él. En una carta escrita después de sus

aventuras, don Beltrán le admite a Fernando Calpena, “A mi modo, soy también romántico,

de la cepa maleante” (674). Entiende que su cosmovisión es única, una perspectiva romántica

que está en el corazón de su ser. Este tipo de romanticismo que demuestra este Episodio es

diferente de los otros tomos de la serie. La campaña del Maestrazgo propone una visión de un

mundo enteramente romántico, poblado también de individuos románticos. El paisaje

inhóspito, la distancia en tiempo del presente, los ecos feudales y la imposibilidad de que

cualquiera de los personajes trascienda su propio comportamiento obsesivo señalan un tipo de

romanticismo distinto del que se ve en las otras novelas de la tercera serie, con la excepción

quizás de Zumalacárregui.

Con la historia de Fernando Calpena y su trayectoria en la serie, Galdós hace hincapié en la

necesidad de que su protagonista vaya más allá de su afición al comportamiento romántico

para llegar a ser un adulto cuya conducta sigue los dictados de la razón y la madurez. Así

Galdós distingue entre un romanticismo literario y otro que es innato, no atado a un momento

o un sitio histórico particular. Fernando Calpena ilustra el primer tipo en su deseo de

perseguir a Aura Negretti y portarse según la literatura romántica de la época. En cambio don

Beltrán revela la naturaleza única del segundo tipo. Como ha notado Montesinos, “Galdós fue

uno de los primeros, al menos entre nosotros, que disoció muy a propósito lo romántico de la

literatura romántica” (38). En el mismo sentido, La campaña del Maestrazgo parece ser

precursor de los elementos románticos que se encuentran en el modernismo español. Sólo

hace falta pensar en la importancia de Larra para la generación finisecular de escritores para

darse cuenta de la manera en que ellos se aprovecharon del romanticismo como un concepto

universal. La diferencia es claramente una del espíritu y no de actitud, porque mientras ésta se

restringe a la España de los 1830 y 40, aquél trasciende la historia.

Al reconocer la forma distinta del romanticismo invocada en este Episodio, empezamos a

entender los cambios significativos en la narrativa galdosiana finisecular. Vemos su deseo de

representar algo más universal y menos históricamente específico y su interés en un

simbolismo difícil de interpretar. Los intentos por parte del autor de extender los límites de la

narrativa realista no son notablemente diferentes de los que vemos en la nueva generación de

escritores españoles, específicamente en Valle-Inclán. En cuanto a la tercera serie, las

semejanzas entre Galdós y Valle-Inclán han llamado la atención de los críticos. Montesinos

sintió las resonancias entre las obras de los dos escritores.

Quizá será mera figuración mía, pero se me impone notar que en algunos de estos

episodios, en Zumalacárregui, en La campaña del Maestrazgo, sobre todo, sentimos

algo que nos recuerda muy vivamente a Valle-Inclán, y no tanto al Valle-Inclán de

La Guerra Carlista, lo que podría explicarse por semejanzas temáticas, sino al Valle

posterior de las Comedias bárbaras. (26)

De modo parecido, Alfred Rodríguez escribe que “Marcela Luco, quien habla en

silogismos pero se porta de una manera extravagante, una híbrida de bruja y santa que pudiera

192

haber venido de la pluma de Valle-Inclán, es una figura medieval tendida bruscamente en el

siglo diecinueve” (123).

Hay por supuesto momentos en la novela en que Galdós compite con los autores del siglo

veinte en su uso del lenguaje y su capacidad de ir más allá de la superficie realista de la

lengua descriptiva para llegar a un significado más profundo. Un ejemplo ocurre cuando don

Beltrán llega al pueblo de Alcañiz con las fuerzas cristinas:

A la luz crepuscular, los esquinazos góticos y mudéjares parecían bastidores de

teatro, dispuestos ya, con las candilejas a media luz, para empezar el drama.

Resonaban las herraduras de los caballos en el pedernal de las calles levantando

chispas, y el ruido de tambores jugaba al escondite, sonando aquí, apagándose allá,

en los dobleces de la edificación, y volviendo a retumbar a retaguardia de la tropa.

Las plazuelas se unían por pasadizos y las calles se retorcían unas sobre otras,

obscuras, ondulantes. Soldados y algunos viejos se veían discurriendo por las calles;

mujeres en algunas puertas… Triste y belicosa parecía la ciudad, como un guerrero

herido que se ve forzado a combatir con la mano que le queda. (499)

Aquí vemos la habilidad galdosiana de pintar no sólo un cuadro físico sino también un

ambiente espiritual. A pesar de la creación de personajes y marcos anacrónicos, las escenas de

acción violenta y los ejemplos esporádicos de lirismo simbólico, en última instancia hay

diferencias grandes entre la prosa modernista de Valle-Inclán y este Episodio aparentemente

proto-modernista. La diferencia más destacada yace en la creencia persistente en la eficacia y

relevancia de la historia.

Gogorza Fletcher, en su estudio de la novela histórica española, mantiene que “En 1898,

cuando Galdós empezó a escribir la tercera serie de Episodios, el progreso en la dirección del

liberalismo definitivamente ha sido reducido, si no parado, así que para él la historia ha

perdido su ímpetu” (13). Hasta cierto punto esto puede explicar la disminuida importancia de

la historia en La campaña del Maestrazgo. La teoría de la novela histórica de Georg Lukács

apoya tal interpretación, al mantener que el capitalismo bien desarrollado resulta en una

situación en que la ficción histórica revela “la pérdida de una relación íntima con la historia”

(233). Diane Urey ha notado que esta novela ofrece una cosmovisión sofocada bajo el peso de

la historia (39). Pero Galdós decidió limitar esta formulación de la historia y sus efectos

principalmente a un tomo de la serie. De mucha importancia es el hecho de que don Beltrán sí

sobrevive, alcanzando una perspectiva desde la cual puede aprender de sus experiencias. Y

esto es la esencia de la novela histórica.

Quiero sugerir que por toda la tercera serie de los Episodios nacionales, Galdós lucha por

incorporar una visión nueva de la historia dentro de una forma novelística ya bien establecida.

El fracaso de la Restauración, que motivó a los escritores como Unamuno, Azorín y otros,

también hizo que Galdós revisara sus ideas en cuanto al carácter de la historia española

decimonónica y la eficacia de esta historia para presentar lecciones significativas. Todavía

reacio a abandonar su creencia en el valor intrínseco de la historia, Galdós sin embargo

cuestiona cómo va a instruirnos esta historia.

Al fin y al cabo, La campaña del Maestrazgo es esencialmente una novela más preocupada

con los temas del regeneracionismo que con el modernismo. Las consecuencias destructivas

de las guerras y la necesidad de pensar de un modo más racional son algunos mensajes de este

texto. Como Joaquín Casalduero ha indicado, “Galdós está al punto de descubrir la visión de

España del siglo XIX de Valle-Inclán, pero se tiene que contentar con definirla al observar la

193

manía de España de hacer ‘verosimil lo absurdo’” (172). Esto se manifiesta en el final de la

novela, cuando don Beltrán alza su vista de las sepulturas de Marcela y Nelet sólo para ver en

el horizonte la vanguardia de la expedición Real, empezando su marcha, condenada desde el

principio, a la capital del país. Por no resolver fácilmente la historia de don Beltrán, Galdós

asegura que las lecciones del texto queden ambiguas. En su análisis de La campaña del

Maestrazgo, Montesinos escribe, “Me parece indudable que Galdós vuelve a hacer valer aquí

intenciones simbólicas que no son de interpretación segura” (58). Pero tal vez esta

ambigüedad va al grano de la cuestión. El simbolismo complicado que está al corazón de la

estética moderna encuentra un eco en este Episodio galdosiano. Como lectores de novelas

históricas, debemos apreciar que Galdós no quiere ofrecernos interpretaciones simples de la

historia española, sobre todo en un momento en que la modernidad ejerce su impacto más

grande en la sociedad contemporánea y en las innovaciones literarias.

194

BIBLIOGRAFÍA

ACOSTA PEÑA, Á., “Análisis de nuevas estrategias narrativas galdosianas en La campaña del Maestrazgo

(1899)” Actas del VI Congreso Internacional Galdosiano (1997), Ed. de Yolanda Arencibia, María del

Prado Escobar y Rosa María Quintana, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran

Canaria, 2000.

CARDONA, R., Galdós ante la literatura y la historia, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las

Palmas de Gran Canaria, 1998.

CARR, R., Spain 1808-1975, Clarendon Press, Oxford, 1993.

CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós, Ed. Gredos, Madrid, 1951.

CIPLIJAUSKAITÉ, B., “Galdós y los noventayochistas frente a la historia”, Papeles de Son Armadans, 264,

1978, pp. 197-223.

BEHIELS, L., La cuarta serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós: una aproximación

temática y narratológica, Iberoamericana, Madrid, 2001.

DAVISON, N. J., The Concept of Modernism in Hispanic Criticism, Pruitt Press, Boulder, Colorado, 1966.

DENDLE, B., Galdós. The Nature Thought, The University Press of Kentucky, Lexington, 1980.

GICOVATE, B., “El Modernismo y su Historia”, Hispanic Review, XXXII, 1964, pp. 217-226.

DE GOGORZA FLETCHER, M., The Spanish Historical Novel 1870-1970, Tamesis, London, 1973.

LITVAK, L., “La sociología criminal y su influencia en los escritores españoles de fin de siglo”, Revue de

Littérature Comparée, 48, 1975, pp. 12-33.

LUKÁCS, G., The Historical Novel, Trans. Hannah y Stanley Mitchell, University of Nebraska Press,

Lincoln, 1983.

MAINER, J. C. “El Modernismo como actitud”, Modernismo y 98, T. VI, Historia y crítica de la literatura

española, Ed. Francisco Rico, Crítica, Barcelona, 1980, pp. 45-52.

MARISTANY, L., El gabinete del Doctor Lombroso. Delincuencia y fin de siglo España, Anagrama,

Barcelona, 1973.

MONTESINOS, J. F., Galdós, T. III, Castalia, Madrid, 1980.

PÉREZ GALDÓS, B. Los episodios nacionales, T. III, Aguilar, Madrid, 1990.

RODRÍGUEZ, A., An Introduction to the Episodios nacionales of Galdós, Las Américas Publishing, New

York, 1967.

RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS, J. “Introducción” El caballero encantado, Por Benito Pérez Galdós, Cátedra,

Madrid, 1977, pp. 13-70.

SALINAS, P., “98 frente a modernismo” Modernismo y 98, T. VI, Historia y crítica de la literatura española,

Ed. Francisco Rico, Crítica, Barcelona, 1980, pp. 53-56.

UREY, D. F. The Novel Histories of Galdós, Princeton University Press, Princeton, 1989.

WILLEM, L. M., “Anticipating Modernism is Two Galdosian Fantasies: ¿Dónde está mi cabeza? and the

Final Episodios Nacionales” A Sesquicentennial Tribute to Galdós 1843-1993, Juan de la Cuesta, Newark,

1993, pp. 249-260.

195

NOTAS

1 Todas las traducciones son mías.

2 Véase por ejemplo los estudios de Lieve Behiels, Linda Willem, Diane Urey y Julio Rodríguez-Puértolas,

entre otros.

196