GALDÓS Y LA DESTRUCCIÓN DEL IDILIO: LA

MODERNIDAD DE DOÑA PERFECTA

Toni Dorca

Entre el tercer y cuarto volumen de la segunda serie de Episodios Nacionales intercaló

Galdós la primera de sus novelas de tesis, Doña Perfecta, aparecida en forma seriada en

Revista de España en 1876. El novelista canario interrumpió la revisión de la historia de su

siglo a fin de reflexionar acerca de las consecuencias que el reciente fracaso de la Revolución

de Septiembre iba a tener para España. Galdós dirige, pues, su mirada a los acontecimientos

coetáneos para mitigar el desencanto de una generación que sólo ocho años antes se había

alzado triunfalmente contra Isabel II. Mucho hay en Doña Perfecta, en efecto, de

reivindicación de una ideología sustentada en la revolución científica y filosófica con la que la

vanguardia europea entró de lleno en la modernidad. Frente a la secularización del mundo

occidental encarnada en Pepe Rey, joven ingeniero y “hombre del siglo” (108) que ha cursado

estudios en Alemania e Inglaterra, el celo patriótico-religioso de los habitantes de Orbajosa

toma visos de parodia de una España aferrada a las marchitas glorias de su pasado. La serie de

polaridades que la novela establece entre tradición y progreso, provincia y metrópolis, ciencia

y religión, etc., le permite a nuestro autor un ejercicio de propaganda en defensa de su ideario

político. Que precisamente Galdós se empeñara en resucitar el espíritu posrevolucionario en

plena Restauración canovista indica hasta qué punto había cundido el desánimo en la

intelligentsia progresista tras el colapso de la Gloriosa.

Esta ponencia no quiere incidir, sin embargo, en la tendenciosidad de Doña Perfecta

dentro del marco histórico de su época, aspecto éste del que la crítica se ha ocupado ya

sobremanera.1 No se pretende tampoco poner de manifiesto el desequilibrio entre el propósito

doctrinal y la existencia de huecos en el texto que desvirtúan el sentido del mensaje –entre

ellos, la caracterización de un Pepe Rey tan intolerante como sus enemigos.2 Para esta

interpretración tan cara a los estudios de signo posestructuralista se dispone asimismo de

excelentes estudios.3 Por el contrario, mi lectura de Doña Perfecta propone que la génesis de

la obra pudo venirle a Galdós a partir de la subversión que llevó a cabo de las directrices del

realismo castizo o regionalista. Esta corriente, tan en boga desde la segunda mitad del siglo en

autores como Fernán Caballero, Pereda, Alarcón y, en parte por lo menos, Valera, la utiliza el

autor canario como referente ante el que oponer un modelo literario radicalmente opuesto.4

Como es de sobras conocido, la nostalgia de unos modos de vida en trance de desaparecer fue

proclive a la fabricación de idilios costumbristas ubicados generalmente en un marco

provincial o rural. Clemencia, El sombrero de tres picos, Pepita Jiménez o Peñas arriba –esta

última publicada mucho más tarde que Doña Perfecta– constituyen algunos de sus más

notables especímenes. Inmerso Galdós desde 1860 en la dinámica de un centro urbano en

constante ebullición, le debía de resultar imposible forjarse un concepto unívoco de la

realidad como el planteado en las obras anteriormente citadas. Dicha concepción la

consideraba además un retroceso en la marcha de España por la senda del progreso y la

renovación. Por esta vía llegó Galdós a deshacer el idilio orbajosense, convirtiendo esta

imaginaria ciudad de provincias “con 7.324 habitantes, Ayuntamiento, sede episcopal,

juzgado, Seminario, depósito de caballos sementales, Instituto de segunda enseñanza y otras

prerrogativas oficiales” (83), en escenario de una tragedia teñida de bajas pasiones.5

211

La destrucción del idilio en Doña Perfecta

En Pereda o la novela idilio, José Fernández Montesinos señaló el modo en que la novela

del autor cántabro se aparta del Realismo en mayúscula de Balzac, Flaubert, Dickens o

Galdós. A pesar de que a Montesinos nunca le preocupó demasiado precisar lo que cabía

entender por “novela idilio” –tal vez porque lo daba por sobreentendido–, en el libro se alude

repetidamente a lo que forma el núcleo de dicha poética: la presentación de un universo

estático carente de conflictividad social, donde el individuo se somete a un orden providencial

al objeto de vivir en armonía con lo que le rodea.6 No obstante, para una delimitación más

exacta de la cuestión es imprescindible acudir a lo que Bakthtin denomina el “cronotopo del

idilio”, cuyos rasgos distintivos el crítico ruso delimita así:7(1) la difuminación de los límites

temporales dentro de la unidad de lugar, con la consiguiente aparición de una dimensión

cíclica del tiempo; (2) la creación de un universo circunscrito a unas pocas realidades básicas,

tales como el amor, el nacimiento, el matrimonio, la comida y la bebida, o las etapas de

crecimiento. El idilio deja a un lado los aspectos más triviales de la existencia,

incorporándolos solamente “de una manera suave y hasta cierto punto sublimada” (226); (3)

por último, la fusión de hombre y naturaleza, “la unidad de su ritmo, el lenguaje común que se

utiliza para describir los fenómenos naturales y los eventos de la vida humana” (226).

Una derivación del cronotopo del idilio se halla en lo que Bakhtin denomina novela

provinciana, en la que se borran asimismo las coordenadas temporales y se aúnan los ciclos

de la naturaleza y de las personas. Si bien la acción de Doña Perfecta se sitúa en un momento

histórico fácilmente identificable, la segunda mitad de la década de 1870, Orbajosa lleva

viviendo desde siempre de espaldas a la realidad, en una especie de ucronía paralizadora de

cualquier tentativa de mejora. La relación de su gente con la naturaleza la establece Galdós

irónicamente en torno a la cosecha de ajos, transgrediendo así los auténticos vínculos del

individuo con la tierra que tiene lugar en el idilio. Por otro lado, la novela provinciana tal

como la entiende Bakthin dramatiza el conflicto entre huida y retorno que tan a menudo se da

en la ficción decimonónica: “ocasionalmente se encuentra a un héroe que ha roto totalmente

con su lugar de origen, que se ha marchado a la ciudad y bien perece allí o bien regresa, como

un hijo pródigo, al seno de su familia” (231). Los capítulos introductorios de Doña Perfecta

describen precisamente el periplo itinerante de Pepe Rey hasta Orbajosa, lugar de nacimiento

de sus padres. Aunque Pepe nunca ha estado allí antes, poca duda cabe acerca del peso

emocional de un viaje que tiene, además, una doble finalidad práctica: examinar las tierras de

cultivo que heredó de su madre y certificar a su prima Rosarito como futura consorte, todo

ello con la aprobación entusiasta de su padre, don Juan Rey, y su tía, doña Perfecta. Pepe

emprende su recorrido con una imagen ideal de Orbajosa (Urbs augusta) que le ha sido

inculcada por su progenitor, para quien en su ciudad natal se respira “la tranquilidad y dulzura

de un idilio. ¡Qué patriarcales costumbres! ¡Qué nobleza en aquella sencillez! ¡Qué rústica

paz virgiliana!” (89). Con entusiasmo transido de nostalgia, Juan Rey contrasta esta placidez

con la artificiosidad de las grandes urbes: “allí no se conocen la mentira y la farsa” (89). Por si

todavía no bastaran estos buenos augurios, el mismo Pepe reconoce estar algo fatigado de sus

proyectos y anhelando sumergirse por una temporada en la aurea mediocritas de Orbajosa:

“hace tiempo deseo darme … un baño de cuerpo entero en la Naturaleza; vivir lejos del

bullicio, en la soledad y sosiego del campo” (97).

Aunque a priori todo haría pensar en una comunión perpetua entre Pepe y los habitantes de

Orbajosa, la desilusión del ingeniero se produce tan pronto como desciende del tren en

Villahorrenda. Por doquier se extiende un paisaje estéril y feo, tanto más chocante cuanto que

montes y valles se designan de manera harto poética: Cerrillo de los Lirios, Valleameno,

Villarrica, Valdeflores. De “esta horrible ironía de los nombres” (73), especie de trompe l´oeil

212

geográfico, surge una visión de la provincia que nada tiene de halagüeña ni pintoresca. Las

tierras fértiles que tanto le habían encomiado a Pepe resultan poco menos que un erial: no hay

“[f]rutas, flores, caza mayor y menor, montes, lagos, ríos, poéticos arroyos, oteros pastoriles”

(74), como su madre le aseguraba, sino “desnudos cerros”, “llanos polvorientos o

encharcados”, “vetustas casas de labor” o “norias desvencijadas” (74). Desengaño todavía

mayor le espera a Pepe a la entrada de Orbajosa, tras verificar la ruina de las casas y la

abundante presencia de mendigos: todo “parece un gran muladar” (83), concluye sin disimular

su amargura. El único locus amoenus que se nos describe es la huerta de doña Perfecta (118-

119), donde Pepe y Rosario se entregan a sus confidencias amorosas –aunque vigilados ya de

cerca por don Inocencio, el confesor de doña Perfecta.8 Desde el comienzo de la novela el

lector comprende, por tanto, que el idilio al que se refería Juan Rey no puede cuajar en un

marco tan poco atractivo. Uno de los aciertos de Galdós consiste en haber colocado esta

valoración negativa antes incluso de ofrecer la acostumbrada información acerca de los

personajes y sus antecedentes. De esta manera consigue que la impresión desfavorable tenga

un impacto más fuerte que acompañe al lector a lo largo de todo el relato.

Al explorar las ramificaciones de la ficción provinciana, comenta Bakhtin que en algunas

novelas de aprendizaje (Bildungsromane) se hace hincapié en un choque de valores entre

ciudad y campo que lleva a la destrucción de la “visión del mundo y psicología del idilio, el

cual resultaba cada vez más inadecuado para el nuevo mundo capitalista” (234). La ruptura

del individuo con su entorno conlleva un desenlace trágico en el que el héroe positivo queda

reducido a una figura “ridícula, lastimosa e innecesaria” (235). Los dos arquetipos europeos

más conocidos de esta tendencia son probablemente Oblomov –personaje de la novela

homónima de Iván Goncharov– y Clym Yeobright –protagonista de El regreso del nativo, de

Thomas Hardy. Parias de este tipo pululan igualmente en novelas españolas del XIX que de una

manera u otra desmitifican la percepción idílica de la España rural o provinciana: Marisalada

y Stein en La Gaviota;9 Julián y Nucha en Los pazos de Ulloa; Gabriel Pardo, Perucho y

Manolita en La madre Naturaleza. Pepe Rey entraría por derecho propio en esta categoría, a

causa del ostracismo del que es víctima por parte de la comunidad orbajosense. Su

inadaptación al medio –en el fondo se ve siempre un “intruso de la patriarcal ciudad” (91)– va

in crescendo a medida que el ingeniero se deja enredar en la sutil dialéctica de don Inocencio,

hasta llegar al clímax de un enfrentamiento cara a cara con su tía en el capítulo XIX. Hacia el

final de la novela, el patetismo de la confesión epistolar a su padre, en el que Pepe refiere con

total sinceridad su degeneración moral al contacto con el ambiente de Orbajosa, revela su

condición de héroe trágico destinado a la muerte: “he tenido la debilidad de abandonarme a

una ira loca, poniéndome bajo el nivel de mis detractores, devolviéndoles golpes iguales a los

suyos, y tratando de confundirles por medios aprendidos en su propia indigna escuela” (272).

Es interesante a este respecto recurrir al patrón novelístico que propone Rodolfo Cardona, a

fin de reiterar el entronque con el idilio que defiende Bakhtin. Acertadamente señala Cardona

que Doña Perfecta se inscribiría en el molde del “joven de la capital que llega a la provincia

donde se encuentra con un ambiente retrógrado contra el cual choca y de cuyo choque surge

su final destrucción”.10 A diferencia del realismo costumbrista, la huida de la ciudad hacia el

reducto provincial no trae consigo un renacimiento espiritual del protagonista ni tampoco la

consagración de un amor ideal, sino el descenso a los infiernos de la hipocresía, el egoísmo y

las ansias desmesuradas de medro.

Mientras que la ideología castiza tiende a enaltecer el espíritu regional en oposición al

centralismo de la capital, en Doña Perfecta se condenan severamente las ínfulas separatistas

de Orbajosa. Hay unanimidad en sus habitantes a la hora de desligitimar a Madrid, acusándole

de no ser sino un “centro de corrupción, de escándalo, de irreligiosidad y descreimiento”

(231) que se vale de las otras poblaciones únicamente para recaudar impuestos y reclutar

213

soldados. Según colige Pepe de los habituales del Casino, los principios de la fe orbajosense

se cifran en dos puntos incontrovertibles: por un lado, un chauvinismo a ultranza: “la

supremacía de Orbajosa y de sus habitantes sobre los demás pueblos y gentes de la tierra”

(142); por otro, una xenofobia no menos rampante: “un sentimiento de viva hostilidad hacia

todo lo que de fuera viniese” (143). Ni tan siquiera se libra de esta ceguera el cuñado de doña

Perfecta, don Cayetano Polentinos, erudito bonachón pero ridículo, dedicado en cuerpo y

alma a desempolvar orbajosenses ilustres e incapaz de ver más allá de la letra pequeña de sus

manuscritos. La pequeña ciudad vive de hecho ensimismada en una especie de modorra que

sólo se sacude cuando surge una amenaza proveniente del exterior. Así pues, al grito de

“¡Viva Orbajosa, muera Madrid!” se prepara aquélla para defenderse de la ocupación de las

tropas gubernamentales. A tal efecto se organizan partidas por todas las comarcas al mando

del sin par Caballuco, lanza del patriotismo local y acérrimo protector de doña Perfecta y los

suyos: “el que venga de fuera y se atreva a tentar el pelo de la ropa a un hijo de Orbajosa, ya

puede verse con él”, advierte Licurgo a Pepe apenas iniciada la obra (81). Frente a la

belicosidad de las huestes carlistas, nada va a poder hacer un ejército poco expeditivo que

termina poniendo pies en polvorosa. Además de testimoniar el fracaso de los planes de Pepe,

la derrota militar viene a simbolizar el constante retroceso de la España constitucional soñada

por Galdós a manos de las fuerzas reaccionarias, pues no en vano Orbajosa se sitúa “en todas

partes y por doquier que los españoles revuelven sus ojos y sientan el picar de sus ajos” (194).

Clarín lo expresó de manera más contundente en su reseña de la novela: “Orbajosa es toda

España”.11

Por otro lado, es obvio que el desenlace trágico pudiera haberse evitado si Pepe se hubiera

marchado antes de ocasionar más contratiempos. Esta decisión hubiera satisfecho

sobradamente a los habitantes de Orbajosa, quienes en principio no buscaban sino agotar la

paciencia del joven y obligarle a una retirada digna. La huida la contempló Pepe en más de

una ocasión, incluso a instancias de su padre, mas el amor que siente por Rosario le hizo

desistir de su propósito: “un interés profundo, como interés del corazón, le detenía, atándole a

la peña de su martirio con lazos muy fuertes” (146). Al incluir motivaciones sentimentales

añade Galdós verosimilitud a su obra, distanciándose a un tiempo de la subordinación al

mensaje que singulariza la novela de tesis.12 Al mismo tiempo, desde el punto de vista

artístico el texto se abre a la multiplicidad de dimensiones que conforman la realidad, tanto

física como emocional, del individuo. Se atisban, pues, rasgos de modernidad en Doña

Perfecta en la medida en que no es la doctrina sino el corazón lo que determina la marcha de

los acontecimientos. Incluso un espíritu encaminado a la conquista del saber científico a

través de la razón y la experimentación, educado por su padre en la templanza y el control de

los instintos, va a sucumbir a los extravíos de una pasión imposible. Aunque constreñido aún

en las coordenadas del relato tendencioso, Pepe Rey está prefigurando –como lo volvería a

hacer León Roch dos años después– la intrincada psicología de los grandes personajes del

Realismo galdosiano, a los que de ninguna manera se les puede caracterizar de una sola

pincelada. Tal grado de complejidad no lo iba a alcanzar ninguno de los personajes de la

narrativa castiza –a excepción tal vez de la indescrifrable Marisalada–, mera encarnación de

las filias y fobias ideológicas de sus creadores. Lo mismo habría que decir de la sobrina de

don Inocencio, María Remedios, cuyo exceso de amor maternal es el causante directo de la

tragedia. Ajena por completo a toda contienda política, su único objetivo en la vida ha sido el

de casar a su hijo Jacinto con Rosario para, de este modo, “verle rico y poderoso; verle

emparentado con doña Perfecta, con la señora” (256). Ni que decir tiene que la llegada de

Pepe ha puesto en peligro su plan, de ahí que se confabule con el penitenciario a fin de echar

por tierra la reputación del forastero.

214

La dialéctica fuga/permanencia consustancial a la estructura de la novela anti-idílica no

solamente gira en torno a Pepe Rey. Al contrario, y de manera inesperada, Doña Perfecta

termina en una desbandada general que cabría intepretar como castigo a los responsables del

impune asesinato a sangre fría del ingeniero. Al encierro de Rosario en un manicomio de la

provincia de Barcelona sucede un evento inesperado, puesto que María Remedios rompe

enérgicamente con su tío el penitenciario y se traslada a Madrid con Jacinto en busca de

fortuna: “-¡Yo me voy de aquí, yo me voy con mi hijo!… Nos iremos a Madrid; no quiero que

mi hijo se pudra en este poblachón” (264). Convertido de la noche a la mañana en un parvenu

que tendrá que labrarse un futuro a base de esfuerzo e ingenio, el personaje de Jacinto daba

para una novela acerca de sus vicisitudes en la capital que Galdós, lamentablemente, nunca se

animó a componer.13 En cuanto a don Inocencio, el desprecio de su sobrina le ocasiona un

enorme desengaño que le lleva abruptamente a las puertas de la vejez. Desde la muerte de

Pepe vive solo y recluido en su casa, hasta que decide finalmente abandonar su carrera

eclesiástica y exiliarse en Italia –indicio tal vez de su arrepentimiento: “Ahora dice que

renuncia a su silla en el coro de la catedral y se marcha a Roma” (294). En una manifestación

más de la esencial ironía que recorre la novela, al final permaneció en Orbajosa quien desde

apenas su llegada deseaba marcharse, mientras que terminaron por irse los que hubieran

deseado quedarse. La justicia poética se cumple, por último, en el caso de doña Perfecta,

enferma de ictericia y cada vez más próxima a la beatería: “Pasa casi todo el día en la iglesia,

y gasta su gran fortuna en espléndidas funciones, en novenas y manifiestos brillantísimos”

(295). Solamente don Cayetano continúa inmune a la desgracia desde el refugio que le

proporciona su locura bibliófila. Incluso él va a reconocer, sin embargo, que la alegría que

solía reinar en casa de su hermana se ha visto amenazada por la presencia de “una nube negra

encima de nosotros” (295).

En conclusión, la lectura que ofrezco de Doña Perfecta apunta a una posible subversión

del modelo idílico que Galdós efectúa con un objetivo tanto literario como político. El eje

temático de la obra se concreta en una oposición provincia/metrópolis igualmente inspirada en

la estética costumbrista, si bien Galdós invierte el cuadro de valores al conceder a Madrid la

supremacía moral frente al empuje separatista de Orbajosa. En consonancia igualmente con la

poética del idilio, la acción de Doña Perfecta se encuadra dentro del patrón del regreso a la

tierra natal. Una vez más, sin embargo, la llegada a la provincia desde un centro urbano carece

de la dimensión idealista que se encuentra en el realismo castizo – caso de Marcelo en Peñas

arriba. En parte por su propia intransigencia, Pepe Rey no va a lograr aclimatarse a la

atmósfera de una Orbajosa tan pagada de sí misma que no acepta ninguna crítica proveniente

de afuera. Adonde quiera que Pepe pone los pies se le mira con recelo y hostilidad, como un

intruso al que hay que expulsar. La huida que tanto anhela tampoco se produce, a causa del

amor que le ha inspirado su prima Rosario. Al final, y tras el abominable asesinato del

protagonista, Maria Remedios y Jacinto se marchan a la capital en busca de mejores

oportunidades. La locura de Rosario, el exilio del penitenciario y la caída de Doña Perfecta en

una devoción exagerada culminan un desenlace con visos de tragedia clásica. Pese a quien

pese, el idilio orbajosense se ha esfumado para siempre.

215

NOTAS

1 En especial cabe señalar el artículo de Anthony Zahareas, “Galdós Doña Perfecta: Fiction, History, and

Ideology”, Anales Galdosianos XI (1976), 29-58.

2 El narrador afirma de él que “no conocía la dulce tolerancia del condescendiente siglo que ha inventado

singulares velos de lenguaje y de hechos para cubrir lo que a los vulgares ojos pudiera ser desagradable”

(Doña Perfecta, ed. Rodolfo Cardona, Madrid, Cátedra, 1995, 90; todas las citas posteriores son de esta

edición).

3 Así por ejemplo, el de Germán Gullón, “La batalla por la hegemonía discursiva: Doña Perfecta (1876)”,

incluido en La novela del XIX: estudio sobre su evolución formal, Rodopi, Amsterdam-Atlanta, 1990, 49-

64.

4 Me place indicar que Vernon Chamberlain dedicó un artículo a exponer la manera en que Doña Perfecta

puede leerse como una Pepita Jiménez vuelta del revés: “Doña Perfecta: Galdós’ Reply to Pepita

Jiménez”, Anales Galdosianos 15 (1980), 11-21.

5 El uso del vocablo “tragedia” no es gratuito. Hace ya más de medio siglo que Stephen Gilman estudió la

semejanza estructural de Doña Perfecta con dicho género en “Las referencias clásicas de Doña Perfecta:

tema y estructura en la novela”, Nueva Revista de Filología Hispánica 4 (1949), 353-362.

6 Ética y estética se alían en el idilio perediano: “El mundo novelesco de Pereda parece implicar la creencia en

una realidad poética y moral a un tiempo –poética porque moral-, encanto y lección de conducta, en que la

pureza de los sentimientos y la rectitud de las acciones condicionan la belleza. Y por eso, la novela de

Pereda, realista, insobornablemente realista en las apariencias, se organiza en torno a una concepción

idílica de la vida” (Montesinos, Pereda o la novela idilio, Madrid, Castalia, 1969, 67).

7 “Forms of Time and of the Chronotope in the Novel. Notes toward a Historical Poetics”. El extenso artículo

de Bakhtin se encuentra en The Dialogic Imagination. Four Essays, Austin, Texas University Press, 1988,

84-258. La traducción del inglés al español es mía. Las citas irán acompañadas de la página entre

paréntesis.

8 El penitenciario ejerce una autoridad indiscutible en la familia. Cuando Pepe Rey llega a casa de su tía, la

primera imagen que se le ofrece es la de Rosario al lado de “un señor sacerdote” (84). Simbólicamente

apunta Galdós que la iglesia gusta de arrimarse al poder.

9 Soy consciente del riesgo que entraña calificar La Gaviota –o cualquier obra de Fernán Caballero- de antiidílica.

Para mi interpretación me fundo en recientes análisis feministas (Susan Kirkpatrick) o

psicoanalíticos (Javier Herrero), así como en el final claramente realista de la novela.

10 Introducción a su edición de Doña Perfecta, 45.

11 Preludios de Clarín, ed. Jean François Botrel, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1972, 87.

12 En palabras de Susan Rubin Suleiman, este tipo de ficción “se presenta al lector con una finalidad

eminentemente didáctica, queriendo demostrar la validez de una doctrina política, filosófica o religiosa”

(Authoritarian Fictions. The Ideological Novel As a Literary Genre, Princeton, Princeton University Press,

1983, 7; la traducción es mía).

13 Comparto la sutil apreciación de Rodolfo Cardona: “Por desgracia Galdós no llegó a escribir su novela que

nos hubiera dado la vida de Jacinto en Madrid” (op cit., 54).

216