EL COSTUMBRISMO EN ALGUNOS EPISODIOS
NACIONALES DE BENITO PÉREZ GALDÓS: ¿UNA
INFLUENCIA PEREDIANA?
Raquel Gutiérrez Sebastián
Uno de los ingredientes de la obra galdosiana en general y de los Episodios Nacionales en
particular que, a nuestro juicio, no ha obtenido la suficiente atención de la crítica es el
costumbrismo. Si aceptamos la afirmación de un crítico como Montesinos, que llegó a indicar
en su clásica monografía sobre el autor de Fortunata y Jacinta que lo mejor que Galdós hizo
como novelista histórico fue el costumbrismo histórico,1 no cabe duda de que una lectura de
los Episodios Nacionales que revele las técnicas y procedimientos costumbristas en ellos
empleados puede no resultar descabellada, y quizá aclare la filiación de estos textos con
algunas obras contemporáneas. La empresa de analizar el elemento costumbrista en los
Episodios Nacionales es un trabajo que por su extensión y características merecería ser
abordado en una monografía; sirva lo que aquí exponemos como botón de muestra, pues se
refiere únicamente al análisis de dos de los Episodios de la primera serie, concretamente
Napoleón en Chamartín y Cádiz, ambos del año 1874.2
Antes de comenzar con dicho análisis convendrá repasar cuál fue la relación de don Benito
con los escritores y la literatura costumbrista. A pesar de que la afición a la observación de las
costumbres contemporáneas parece innata al novelista canario, en esa afición influyeron
seguramente tanto sus colaboraciones en la prensa madrileña de su época, en periódicos como
La Nación, El Debate o La Revista de España,3 como su lectura de los escritores
costumbristas y singularmente su admiración por la figura y la obra del maestro Mesonero
Romanos, al que conoció en persona tras la publicación de Trafalgar en 1873.4 A pesar de que
el altar de los escritores costumbristas venerados por don Benito estuvo presidido, sin duda,
por el citado Mesonero, del que heredó Galdós, en opinión de Baquero Goyanes, algunos
rasgos como el gusto por la caricatura, gusto que se relaciona también con la afición juvenil al
dibujo del escritor canario,5 y además ciertos recursos literarios como la cosificación, la
fosilización o la hiperbolización, refrenada en ocasiones por el instinto realista galdosiano,6 no
es menos cierto que Galdós habló también elogiosamente de otros costumbristas como
Antonio Flores o Cecilia Bölh de Faber. Precisamente en Cádiz, uno de los Episodios
Nacionales de cuyo estudio nos ocupamos en este trabajo, el narrador indica que a Fernán
Caballero “debemos las mejores y más bellas pinturas de las costumbres de Andalucía,
novelista sin igual y de fama tan grande como merecida dentro y fuera de España.” (pág. 116).
Pero, sobre todo, queremos aquí destacar la admiración que el novelista canario sintió por el
narrador cántabro José María de Pereda.
Incluso antes del primer encuentro entre ambos escritores, que se produjo en Santander en
los días iniciales del verano de 1871, de un modo casual,7 Galdós había manifestado su
admiración por el primer libro de artículos de costumbres de Pereda, Escenas Montañesas
(1864) en sus “Observaciones sobre la novela contemporánea en España. Proverbios
ejemplares y proverbios cómicos, por D. Ventura Ruiz Aguilera”, a pesar de que insistía
también en el excesivo localismo de los textos peredianos.8 A partir del encuentro entre
ambos escritores se iniciará una larga amistad, pese a sus dispares ideas políticas y religiosas,
y don Benito se convertirá en un atento y generalmente elogioso crítico de algunas obras de
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Pereda. El primer libro del escritor cántabro reseñado por Pérez Galdós fue precisamente
Tipos y paisajes (1871). Dicha reseña apareció sin firma en El Debate, el 26 de enero de
1872,9 pero por testimonios epistolares que no nos detendremos ahora en aportar quedó
suficientemente demostrado que el autor era don Benito.10 Algunas de las ideas y opiniones
sobre el costumbrismo perediano en ese libro son extremadamente interesantes en lo que a los
propósitos de este trabajo se refiere, puesto que las técnicas y procedimientos que valora
Galdós positivamente en esta colección de artículos de Pereda, creemos que intenta ponerlas
en práctica en los cuadros de costumbres que sirven como marco a sus Episodios Nacionales,
cuya elaboración iniciaría un año después de publicarse esta reseña, en 1873. Comenzaba
Galdós su artículo sobre Tipos y paisajes indicando los aciertos de esta obra perediana, y
aprovechando además para aportar ideas sobre su concepción de la novela: “Pocos escritores
contemporáneos han comprendido tan bien como el Sr. Pereda cuáles son las condiciones que
debe reunir la novela de nuestros días, para ser lo que la crítica filosófica quiere que sea, y
para cumplir la misión que la época quiere que cumpla.[...] La novela ha de ser real, española
y contemporánea, aunque esto último no puede sostenerse sin cierto exclusivismo.”11
El artículo continuaba centrándose ya en los méritos de la obra perediana “la seguridad de
observación, destreza de pincel, recto sentido y una gracia incomparable.[...] Sus pinturas son
sencillas y elocuentes como las de la antigua novela española, [...] las obras del Sr. Pereda son
satíricas, suaves y templadas, como deben ser las verdaderas sátiras literarias.” Finalmente,
pasaba revista a algunos de los tipos aparecidos en los relatos peredianos, a los que calificaba
de pintorescos y característicos.
Acierto y verosimilitud en el retrato y trazado de los tipos, templanza en la sátira,
comicidad, raigambre clasicista, tipos a través de los cuales se refleja la sociedad
contemporánea, eran como acabamos de notar algunas de las cualidades valoradas
positivamente por Galdós en el costumbrismo perediano. Sin embargo, como sabemos por
posteriores testimonios críticos del novelista canario, entre los que destaca el elogioso prólogo
dedicado a la novela perediana El sabor de la tierruca (1882), la verdadera revolución
literaria realizada por el escritor cántabro en opinión de Galdós es haber introducido el
lenguaje popular en el lenguaje literario. Así lo indica en dicho prólogo: “Pereda es, como
escritor, el hombre más revolucionario que hay entre nosotros, el más antiguo tradicionalista,
el emancipador literario por excelencia. Si no poseyera otros méritos, bastaría poner su
nombre en primera línea la gran reforma que ha hecho, introduciendo el lenguaje popular en
el lenguaje literario, fundiéndolos con arte y conciliando formas que nuestros retóricos más
eminentes consideraban incompatibles. [...] Pereda, haciendo hablar a marineros y
campesinos, es siempre castizo, noble y elegante, y tiene atractivos, finuras y matices de estilo
que a nada son comparables. Por esto, por sus felicísimos atrevimientos en la pintura de lo
natural, es preciso declararle porta-estandarte del realismo literario en España.”.12
Una vez que hemos puesto de manifiesto la opinión galdosiana sobre los méritos de la
literatura costumbrista de Pereda, conviene que nos dediquemos a continuación a desbrozar
los ingredientes costumbristas en los dos Episodios Nacionales que nos ocupan, ingredientes
que en un intento de sistematización abordaremos en tres bloques. En primer lugar, pasaremos
revista a los tipos costumbristas que aparecen en Napoleón en Chamartín y en Cádiz,
incidiendo en los procedimientos empleados en su recreación, procedimientos que en
ocasiones tienen que ver con el costumbrismo. En segundo lugar, indicaremos algunas
técnicas narrativas que pueden proceder del costumbrismo y que se reiteran en ambos relatos,
para por último explicar y recoger algunas referencias en ambos Episodios al papel del lector,
un lector al que se alude asiduamente en el texto y con quien el narrador establece una
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relación de cordialidad bastante pareja a la entablada entre lector y narrador en los artículos de
costumbres.
Respecto al primero de los aspectos citados hemos encontrado una gran variedad de tipos
costumbristas en los dos textos estudiados, pertenecientes a diversos estratos sociales, y
especialmente a los sectores populares. Debido a la distinta ambientación de los relatos,
madrileña en el primer caso y gaditana en el segundo, los tipos populares tienen sus propias
peculiaridades y aspectos pintorescos, y concretamente en Cádiz su modo de hablar, cuajado
de dialectalismos y deformaciones fonéticas propias del andaluz, resulta sumamente
tipificador. En opinión de Rubén Benítez en esta novela se reflejan de modo inequívoco las
experiencias lectoras de Galdós, concretamente “Fernán Caballero, en la pintura de la vida
social gaditana y Pereda en la descripción de tipos característicos”.13
En Napoleón en Chamartín los tipos de clase social baja aparecen en escenas
costumbristas que se desarrollan en las populares casas de vecindad, así como en figones y
tabernas, lugares en los que tales tipos se mezclan a veces con personajes de clases sociales
elevadas que solían acudir a saraos y tertulias barriobajeras y que llegaban incluso a adoptar la
indumentaria de los majos, como sucede con el personaje de Santorcaz en la novela que nos
ocupa. Este hombre aparece en la tertulia de Mano de Mortero “vestido elegantísimamente de
majo, con capa de grana y sombrero apuntado.” (pág. 78). A veces, dentro de un grupo de
tipos, uno de ellos recibe mayor atención por parte del narrador, y llega a individualizarse
tanto que puede ser considerado un personaje. Entre estos personajes que tienen una clara
filiación costumbrista destaca en este relato la moza Ignacia Rejoncillos, apodada la Zaina. En
las primeras páginas de la novela nos explica la voz del narrador algo a propósito de la
motejación que se aplica a esta muchacha, empleando un procedimiento aclaratorio que
también solía ser frecuente en los relatos costumbristas peredianos:
ignoro por qué le aplicaron tal nombre, pues aunque a los caballos castaños se les
llama zainos, no sé si esto cuadra a los cabellos del mismo color: ello es, sin
embargo, que la palabreja significa también “traidor, falso y poco seguro en el trato”,
y falta saber si la hija del tío Rejoncillos, alias Mano de Mortero, merecía aquellos
dictados, (pág. 8).
En el retrato de la maja, al que el narrador costumbrista alude como “la más exacta pintura
que esté a mis cortos alcances.” (pág. 74) alternan una idealización que más parece parodia,
patente en el retrato físico, con la ironía con la que alude a “la semidiosa de las coles,
lechugas y tomates” (pág. 74). La Zaina es descrita físicamente deteniéndose el narrador con
gran detallismo en los aspectos fisonómicos, como era frecuente en los retratos de tipos de los
artículos de costumbres:
Guapísima de rostro, tenía un blanco nacarado, sin que jamás se hubiese puesto otro
afeite que el del agua clara, y unos ojos chispos, pardos, adormecidillos, [...] Aunque
algo chatilla, sus dientes de marfil, su linda boca, que era puerta de las insolencias, su
garganta y cuello alabastrino bastaban a oscurecer aquel defecto. (pp. 74-75)
Otro de los recursos de caracterización de este tipo femenino es su modo de hablar, del que
dice el narrador que “daba mayor gracia lo incorrecto de la pronunciación y los solecismos
que embutía en el discurso.” (pág. 75). Después de este aviso observamos al personaje
hablando con don Diego y apreciamos su uso lingüístico vulgar, lleno de creaciones léxicas
populares empleadas por el narrador con fines humorísticos y cuyo contrapunto paródico lo
constituyen las cultas y tiernas finezas que le dirige su galán, el conde don Diego de Rumblar.
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Entre estas creaciones, al servicio de la comicidad14 y a la par empleadas en la caracterización
de esta real moza están: “irmitaño” por ermitaño, “alacoreta” por anacoreta o “platono” por
platónico (pág. 76). Además, encontramos deformaciones fonéticas, como las prefijaciones
vulgares en “enclavan” (pág. 76) por clavan, así como frases hechas de sabor populachero
como “Con las barbas de un usía friego yo los cacharros de la cocina, y tripas de caballero
echo a mi gato.” (pág. 84). Esta figura femenina, dominada por la pasión del amor y los celos,
es un claro antecedente de otras creaciones galdosianas de mujeres del pueblo en novelas
posteriores, y de su final trágico tendrá noticia el lector indirectamente, a través de un diálogo
entre don Diego de Rumblar y el narrador Gabriel Araceli.
El retrato de este personaje se redondea con su aparición dentro de una escena costumbrista
protagonizada por los tertulianos que están en la casa de su padre, el tío Mano de Mortero, un
comerciante de fardos, al que acompañan otros tipos populares como Pujitos y Majoma,
expresidiarios y gente de mal vivir que dialogan sobre los triunfos y derrotas de los ejércitos
napoleónicos en su invasión de la Península. Los dos primeros tipos aludidos, Mano de
Mortero y Pujitos, habían sido presentados al lector al comienzo del relato a través de unas
breves pinceladas que se aproximan mucho a la caricatura y que entroncan claramente con el
retrato de personajes en el sainete de Ramón de la Cruz. De Pujitos afirmaba irónicamente el
narrador que era un “joven instruidísimo y de gran erudición, pues no dejaba de saber leer
(aunque con pausa y cierto dejo o sonsonete), razón por la cual aquel esclarecido concurso
estaba al tanto de las Gacetas y papeles nacionales y extranjeros,” (pág. 12). Sobre Mano de
Mortero se indica que “conocía a fondo la geografía ibérica (merced a sus frecuentes viajes
científicos para desesperación del Estado y quebrantamiento del fisco);” (pág. 12). La pintura
y recreación del ambiente de tal escena se completa con la llegada de los señores de Mañara y
de Santorcaz, pertenecientes a una clase social superior y ante los que la Zaina cantará unas
seguidillas que nos transcribe fidelísimamente el narrador. Tras el intermedio musical, la voz
relatora, haciéndose eco de “la exactitud de esta narración”, hace alusión a la llegada a casa de
Mano de Mortero de tres tipos populares, esta vez de sexo femenino, de los que el lector no
tiene más noticia que sus nombres, reveladores de su estatus social, y unas breves
intervenciones dialogadas. Se trata de: “la Menegilda, la Alifonsa y la Narcisa,” (pág. 80). La
finalidad de su inclusión dentro del texto responde de nuevo al propósito de dotar de un marco
lleno de carácter pintoresco y tipismo al relato.
Además de las tabernas, otro de los lugares que dan pie al narrador galdosiano para trazar
una vivísima galería de tipos costumbristas en esta novela es el espacio de la casa de
vecindad. En las primeras páginas del texto el narrador, haciéndose cómplice del lector, le
hace penetrar en una de ellas, en la que tenía lugar una tertulia llena de tipismo y
protagonizada por tipos populares. La técnica de la aproximación paulatina, tan del gusto de
los escritores costumbristas, la plasticidad y detallismo en lo recreado, la gran cantidad de
tipos o la repetición de palabras y actitudes de algunos de ellos para que se fijen en la
memoria del lector son algunos de los rasgos inequívocamente deudores del costumbrismo en
dicha escena:
vea el lector cómo de manos a boca nos encontramos de nuevo en la dulce compañía
del Gran Capitán y de su esposa, y en alegre familiaridad con el señor de Cuervatón,
con don Roque, con el lañador y respetable familia, con la bordadora en fino y otras
personas que si no gozan en la historia de celebridad apropiada a sus méritos y
eminentes cualidades, tendranla en esta relación, mal que le pese a la ruin envidia,
siempre empeñada en rebajar los altos caracteres. (pág. 16).
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A lo anteriormente indicado podemos unir la onomástica simbólica de algunos de esos
tipos, como el motejado como Gran Capitán, un viejo militar que llevará hasta el final su
ridículo y quijotesco españolismo sin llegar a rendirse en el asedio de los franceses, en una
suerte de autoinmolación, así como el señor de Cuervatón, usurero cuya designación puede
venirle del color negro y los augurios negativos asociados al pájaro del mismo nombre.
Los tipos que protagonizan la escena aparecen directamente interviniendo en el diálogo, y
en ocasiones no volveremos a saber de ellos en el resto del relato. Sobresale por su
individualidad don Roque, un incansable lector de periódicos, uno de tantos quijotescos
personajes de Galdós, a quien tras su intervención en el diálogo se describe con estas
palabras:
Dotado de maravillosa memoria, don Roque recitaba trozos enteros de lo que había
leído en sus papelitos, sin mudar una sílaba. No he conocido varón más sencillo e
inofensivo que aquel fogoso lector del Semanario, comerciante que había venido
muy a menos, y a la sazón, sin negocios, sin familia, y con poquísimo dinero, vivía
en aquella casa, manteniéndose con su casi invisible renta. (pág. 21).
Del resto sabemos poco más que el nombre o bien el oficio: “la mujer del lañador” (pág.
18); “la bordadora en fino” (pág. 18) o “doña Melchora” (pág. 19) son algunos de los
participantes en esa tertulia.
Retratadas con algunos procedimientos semejantes a los anteriormente indicados aparecen
las distintas clases sociales que conforman el marco ambiental de la ciudad de Cádiz, en el
Episodio Nacional del mismo nombre.
Entre los tipos populares recreados los encontramos de variada condición y oficio,
resaltando el calesero, de quien el narrador no realiza ningún retrato, sino que únicamente nos
lo caracteriza a través de su lenguaje, salpicado de dialectalismos andaluces, como la
aspiración de la h-inicial que transcribe el narrador como j en vocablos como “jerradura”
(pág. 31), las expresiones hiperbólicas, la repetición de tics verbales o muletillas como “¡Ay
sé!” (pág.31) en todas las intervenciones dialogadas del tipo y la motejación con la que es
designado “Tío Hígados” (pág. 32), onomástica irónica que le venga al personaje
probablemente de su afición por el vino. Se trata en definitiva, de tímidos intentos por
conseguir la introducción en una obra literaria del lenguaje popular, rasgo que como
anteriormente indicábamos resaltó muy positivamente Galdós en la literatura costumbrista
perediana.
En otras ocasiones, los tipos costumbristas populares se presentan formando parte de una
escena, y aparecen genéricamente retratados según su clase social. Es curioso observar que
algunas de las escenas tabernarias de este relato se recrean desde dos ópticas diferentes, como
corresponde con el prurito perspectivista típico del costumbrismo, y así la taberna del señor
Poenco, otro de los tipos populares de mayor presencia en este texto, caracterizado también a
través de su lenguaje en el que abundan vulgarismos como “güeno” o “miloro” (pág.100),
aparece pintada en primer lugar desde la óptica del narrador Araceli cuando tiene lugar una
fiesta popular con motivo de la apertura de las sesiones de las cortes:
En la taberna del señor Poenco no se pensaba más que en libaciones en honor del
gran suceso. Los majos, contrabandistas, matones, chulos, picadores, carniceros y
chalanes, habían diferido sus querellas para que la majestad de tan gran día no se
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turbara con ataques a la paz, a la concordia y buena armonía entre los ciudadanos.
(pp.55-56)
En segundo lugar, y por cierto con una mayor detención en los detalles que aportan
pintoresquismo, la misma taberna es recreada en una visita del inglés Lord Gray y Araceli a la
misma. A propósito de lo que ve indica el inglés: “Esta graciosa canalla y sus costumbres me
cautivan.” (pág. 99) y anteriormente se nos había descrito el ambiente con estas palabras:
“Había en casa del señor Poenco gran remesa de majas y gente del bronce, y las coplas
picantes, con el guitarreo y las palmadas, formaban estrepitosa música dentro y fuera de la
casa.” (pág. 99).
Una vez situado el lector en el figón, asiste divertido a la escena de la pelea verbal
protagonizada por algunos tipos populares como el tío Lombrijón y Vejarruco,15 a los que,
como solía hacer Pereda, deja hablar el narrador galdosiano antes de describirlos
someramente con cuatro pinceladas. Se trata de dos tipos correspondientes el paradigma de
los majos, tan frecuentes en la pintura y la literatura y que como tales figuras no tenían
ubicación geográfica precisa, aunque sí fuera muy diferenciador y propio de ellos su carácter
altivo y sus particulares vestimentas.16 Como ha indicado Luis F. Cifuentes los majos en este
relato: “aparecen como figuras castizas confinadas a las tabernas de la periferia, donde sólo
despiertan el entusiasmo de los visitantes ingleses.”17 Al primero de estos tipos, motejado
como Lombrijón lo oímos hablar con un lenguaje vulgar y tras su intervención dialogada el
narrador lo describe como “un viejo robusto y poderoso, de voz bronca y gestos gallardos y
caballerescos. Era traficante en vinos, y gozaba opinión de hombre rico, así como de gran
galanteador y mujeriego, a pesar de la madurez de sus años.” (pág. 100). En su lenguaje
abundan los vulgarismos como “regolviendo” (pág. 101), y el narrador intenta fijar al tipo en
la mente del lector a través de la repetición de una muletilla lingüística, “¡Zorongo!” (pág.
100), a la que responderá con otro tic verbal el segundo tipo popular protagonista de la
escena, el apodado como Vejarruco.18 Se trata en definitiva de mostrar la variedad dialectal
del andaluz hablada por las clases bajas, y por eso no falta el seseo, en términos como
“pruensia” (pág. 101) o los diminutivos con valor coloquial en vocablos como “¡Carambita!”
(pág. 100) y “Camaraíya” (pág. 101).19 En la técnica de emplear el modo de hablar de estos
tipos al servicio de su caracterización y en la reiteración de esas muletillas lingüísticas se
puede apreciar la huella perediana, puesto que uno de los recursos más reiterados por el
escritor cántabro a la hora de trazar velozmente ante el lector el retrato de un tipo era
precisamente presentarlo en un diálogo reiterando ciertas muletillas lingüísticas de efecto
cómico y salidas del magín del novelista.
Otros tipos populares que intervienen en esta y otras escenas son las majas, que cobran
especial protagonismo cuando Lord Gray las invita a cenar: “y he aquí que entran metiendo
ruido y cual brazos de mar que todo lo arrollan e inundan, dos mozas de lo mejor que puede
criar Andalucía. ¿Las conocéis? Eran María Encarnación, llamada la Churriana, y Pepilla la
Poenca, a quien nombraban así por ser sobrina del señor Poenco.” (pág. 155). Además de este
breve retrato también se reproducen las palabras de estas mozas, que hablan el mismo
lenguaje vulgar que los tipos costumbristas masculinos aludidos anteriormente.
En un escalafón social inferior se encuentran los mendigos. Su retrato es abordado en una
escena en la que se emplea la enumeración y en la que el narrador también utiliza la técnica
de la aproximación paulatina tan reiteradamente empleada por los costumbristas:
Acerqueme a los infelices y los vi de todas clases: unos mutilados, otros entecos,
demacrados y andrajosos los más, y todos chillones, desenfadados, resueltos, como si
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la mendicidad, más que desgracia fuese en ellos un oficio y gozasen a falta de rentas,
del fuero inalienable y sagrado de pedir al resto del humano linaje. (pág. 144)
Estas páginas están emparentadas con las imágenes costumbristas de “Pulpete y Balbeja”
en las Escenas andaluzas de Estébanez Calderón, y anticipan la magistral recreación del
mundo de la mendicidad que realizará el novelista canario en su obra Misericordia. Entre los
protagonistas de este microcosmos de la pobreza se individualiza a un tipo femenino, la tía
Alacrana. Se trata de una vieja alcahueta de la que se vale Lord Gray para enviar recados a su
amada Asunción; posee la avaricia, el don de la palabra y la doblez e hipocresía que
corresponden al tipo al que representa. Su nombre es doña Eufrasia de Hinestrosa y
Membrilleja, pero la motejación con la que se designa parece incidir en el carácter un tanto
venenoso del personaje. Emplea el narrador el recurso de la onomástica simbólica que tanta
presencia tenía en los escritores costumbristas y especialmente en José María de Pereda. El
antecedente literario de tal mendiga no es otro que el de Celestina, pero además de la
tragicomedia de Rojas pudo tener presente Galdós en la recreación de esta alcahueta al tipo
costumbrista protagonista del artículo “La Celestina” de Estébanez Calderón, artículo que
había aparecido en la colección Los españoles pintados por sí mismos (1843-1844) y que
posteriormente pasó a formar parte de las Escenas Andaluzas en 1846.
El hecho de que el narrador se pasee por distintos ambientes sociales, desde los más bajos
a los salones de la nobleza, permite la pintura de diferentes clases, no solamente la de los
majos y mendigos, sino también el ambiente aristocrático,20 retratado a través de la recreación
de las tertulias y fiestas cortesanas en casa de doña Flora y de doña María, tertulias a las que
asiste Araceli, así de como otras escenas en las que aparecen representadas clases sociales de
todo tipo como son las de la calle Ancha o las sesiones de las Cortes. Tal como indicábamos
al analizar los personajes en Napoleón en Chamartín vuelve a advertirse la huella del sainete
en esta pintura de tipos populares, tal como se aprecia en la alusión de doña Flora a un
sainetero gaditano famoso en aquella época, Castillo, cuando intenta describir el ambiente que
allí se respira: “El pueblo cree que está viendo representar el sainete del Castillo La casa de
vecindad, y quiere tomar parte en la función.” (pág. 63). A alguna de estas escenas nos
referiremos a continuación, pues el análisis de todas las que aparecen en la novela resultaría
demasiado prolijo.
La primera de las tertulias recreada en Cádiz es la que tiene lugar en casa de doña Flora.
Para describirla nos hace el narrador una aproximación al ambiente:
La sala estaba bien iluminada, pero aún no muy llena de gente, por ser temprano. En
un gabinete inmediato aguardaban las mesas de juego el dinero de los apasionados
tertulianos, y más adentro tres o cuatro desaforadas bandejas llenas de dulces nos
prometían agradable refrigerio para cuando todo acabase. Había pocas damas, por ser
costumbre en los saraos de doña Flora que descollasen los hombres, no acompañados
por lo general más que de una docena de beldades venerables del siglo anterior, que,
cual castillos gloriosos, pero ya inútiles, no pretendían ser conquistables ni
conquistadas. (pág. 33)
El carácter histórico de la novela se revela en la mezcla en algunos episodios de la misma,
como es el caso de esta tertulia, de personajes reales, como determinados escritores o políticos
de relevancia, con criaturas de ficción; todo ello con las debidas aclaraciones del narradorcronista,
o con algunos cambios de nombre que son llevados a cabo por éste y de los que nos
da cuenta a los lectores.
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Los paseos del narrador Araceli también nos permiten asistir a las escenas que tienen lugar
en la calle Ancha y en las primeras sesiones de reunión de las Cortes. La recreación del
ambiente de la calle Ancha en 1811 está llena de recursos y tópicos costumbristas, incluso el
tema tan reiterado por estos escritores de la crítica irónica a la prensa política, de la que se
dice: “Allí aparecieron, arrebatados de una mano a otra mano, los primeros números de
aquellos periodiquitos tan inocentes, mariposillas nacidas al tibio calor de la libertad de la
imprenta en su crepúsculo matutino;” (pág. 111). También aparecen gran cantidad de tipos
colectivos, designados genéricamente y de los que el narrador, como observador detallista, se
fija en su aspecto externo. Destacan las damas, de ostentoso lujo: “no por hacer alarde de
tranquilidad ante las amenazas de los franceses, sino porque era Cádiz entonces ciudad de
gran riqueza,” (pág. 112) o los “petimetres y la juventud florida” (pág. 112), dominada por “la
vanidad de lucir uniformes y arreos de gran golpe de vista” (pág. 112). A continuación pasa
revista a los distintos uniformes de los soldados, aludiendo a las motejaciones con las que se
les conocía en virtud de su colorido o forma:
guacamayos, por haber elegido el color grana para su uniforme, [...]cananeos, por
usar cananas en vez de cartucheras. [...] Con los mozos de cuerda y trabajadores
formose un regimiento de artillería, y como eligieran el morado, el rojo y el verde, en
episcopal combinación, fueron llamados los obispos, (pp. 112-113).
Otros elementos costumbristas surgen en las técnicas empleadas a la hora de realizar la
pintura de algunos personajes. Entre ellos encontramos la relación entre el rasgo fisonómico
de un personaje y su psicología, como sucede con el retrato de Quintana: “Era de fisonomía
dura y basta, moreno, con ojos vivos y gruesos labios, signo claro esto, así como su frente
lobulosa, de la viril energía de su espíritu.” (pág. 35). Además en el retrato de uno de los
personajes más extravagantes del relato, don Pedro, se reiteran algunos recursos y
procedimientos como la detención en el aspecto exterior, el gusto por el detalle, la insistencia
en la verosimilitud de lo descrito o la aparición de términos como pintado que remiten al
costumbrismo. Veamos algunos fragmentos de esa descripción:
Pero lo más singular de aquel singularísimo hombre era su vestido, a la manera de
los de Carnaval, consistente en pantalones a la turquesca, atacados a la rodilla, jubón
amarillo y capa corta encarnada o herreruelo, calzas negras, sombrero de plumas
como el de los alguaciles de la plaza de toros, y en el cinto un tremendo chafarote,
que iba golpeando en el suelo, y hacía con el ruido de las pisadas un compás triple,
como si el personaje anduviese con tres pies.
Parecerá a algunos que es invención mía esto del figurón que pongo a los ojos de mis
lectores; pero abran la historia, y hallarán más al vivo que yo lo hago pintadas las
hazañas de un personaje, a quien llamo don Pedro, para no ridiculizar, como él lo
hizo, un título ilustre, que después han llevado personas muy cuerdas. Sí; vestido
estaba como le he pintado; y no fue él sólo quien dio por aquel tiempo en la manía de
vestir y calzar a la antigua; (pp. 36-37)
Advertimos en la descripción anterior el gusto galdosiano por la caricatura, que, además de
proceder de la afición del novelista canario por la pintura, puede tener relación con el afán
caricaturesco tan típico de los escritores costumbristas y que probablemente recogió Galdós
del maestro Mesonero Romanos, tal como indicábamos al comienzo de esta exposición.21
Un segundo aspecto que ha centrado nuestra atención, además de la aparición en los dos
relatos analizados de tipos y de personajes recreados a partir de procedimientos del
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costumbrismo, han sido los ingredientes deudores del movimiento costumbrista en lo
referente a la voz del narrador y a algunas de las estrategias narrativas empleadas por éste.
La voz narrativa que vertebra el relato en los dos Episodios analizados es una voz en
primera persona, que representa a un observador, testigo y protagonista de los
acontecimientos. La presencia del narrador Gabriel Araceli en las escenas que retrata resalta
la verosimilitud de las mismas, y tanto por este aspecto como por el uso de esa voz en primera
persona podemos emparentar estos textos con los modos de narrar que resultaban habituales
en los artículos de costumbres y que eran empleados de modo reiterado en los escritos de
Pereda.22 Precisamente por su carácter de observador el narrador hace gala de un fuerte prurito
de verosimilitud, considerándose a veces como un fiel cronista y transcriptor de los hechos
relatados. Ejemplos de ello encontramos en varias alusiones en Cádiz, pero como muestra
puede bastar la siguiente expresión del relato: “Para que no se dude de mi veracidad, quiero
trasladar aquí un párrafo...” (pág. 39). También aparecen fórmulas que refuerzan la veracidad
de lo relatado en el otro Episodio, Napoleón en Chamartín:
Pero no quiero desviarme de mi principal objeto, que ahora es decir a cuáles sitios
iba don Diego, y cuáles no; y firme en tal propósito, afirmo y juro en realidad de
verdad, y sin que ninguna persona me lo pueda desmentir, que don Diego y el señor
de Mañara iban de noche a una reunión de masonería incipiente del género tonto,
(pág. 8)
Además es frecuente la reiteración de un léxico pictórico en la voz narradora, unido en
ocasiones a la fórmula costumbrista de la generalización, según la cual la realidad recreada ha
sido escogida o manipulada por el narrador entre varias posibles por su carácter representativo
o pintoresco. Indica por ejemplo Araceli en Napoleón en Chamartín al describir el claustro de
un convento:
El aspecto de uno de aquellos claustros en que se verificaba el alistamiento era digno
de ser eternizado por los más diestros pinceles. Dichoso yo si con la pluma pudiera
dar efímera existencia a uno de ellos. ¿A cuál? Todos eran igualmente pintorescos, y
si alguno contenía mayor número de curiosidades, era el claustro de la Trinidad
Calzada, en la calle de Atocha. (pág. 94).
En Cádiz encontramos también ejemplos de este recurso:
pero yo, por no aburrir a mis lectores presentándoles uno tras otro a estos tipos tan
característicos como extraños, he hecho con las personas lo que hacen los partidos, es
decir, una fusión, y me he permitido recoger las extravagancias de los tres y
engalanar con tales atributos a uno solo de ellos, al más gracioso sin disputa, al más
célebre de todos. (pág. 37).
Otra de las estrategias de la narración galdosiana que está emparentada con el
costumbrismo, y en concreto con el costumbrismo perediano, es la introducción en el relato
de intertextos folklóricos, cuya finalidad es en la mayor parte de la ocasiones proporcionar un
colorido pintoresco al ambiente recreado. En ambos Episodios encontramos recogidas
cancioncillas populares o coplas, generalmente de temática amorosa, como sucede en la
coplilla popular que canta la hija de doña Melchora, en la novela Napoleón en Chamartín, que
reproducimos: “Con un albañilito/madre, me caso, /porque son de mi gusto/los hombres
blancos.” (pág. 27). La misma muchacha poco después entona uno de los cantares de moda,
esta vez de tema político: “Bonaparte en los Infiernos/tiene su silla poltrona,/y a su lado está
300
Godoy/poniéndole la corona./ Sus compañeros/van de dos en dos;/ Murat, Solano,/ Junot y
Dupont.” (pp. 27-28). Otro de los tipos populares femeninos a los que anteriormente
aludíamos, la Zaina, interpreta también en el mismo relato unas seguidillas: “Todas las
duquesitas/de los Madriles/no sirven pa calzarme/los escarpines./Dale que dale,/y póngame
esa liga/que se me cae./Señora principesa/de panza en trote,/ las sobras que yo dejo/usted las
coge./Viva quien vive,/le regalo ese peine/que no me sirve.” (pp.79-80). En este caso además
de proporcionar la ambientación popular y pintoresca, se emplean estas seguidillas al servicio
de la caracterización del personaje, para mostrar su despecho por el abandono de su amante, el
señor de Mañara.
En Cádiz, sin embargo, todos los intertextos folklóricos que fielmente nos transmite el
narrador corresponden al tema político, refiriéndose bien a la ayuda de los ingleses durante la
invasión napoleónica, como el que se inicia: “La trompeta de la Gloria/dice al mundo
Velintón...” (pág. 28), bien a las Cortes de Cádiz: “Del tiempo borrascoso/que España está
sufriendo/va el horizonte viendo/alguna claridad./La aurora son las Cortes,/que con sabios
vocales/remediarán los males/dándonos libertad.” (pp. 56-57) o bien a las fallidas bombas con
las que los franceses pretendían asediar la ciudad: “Con las bombas que tiran/los
fanfarrones,/hacen las gaditanas/tirabuzones.” (pág. 84). En todos estos ejemplos se recogen
las coplas con el aviso por parte del narrador de que eran cantadas por el pueblo o muy
famosas, sin que ningún personaje o tipo de la novela sea quien las entone, aspecto que las
diferencia de las recogidas en el otro Episodio, en el que eran cantadas por personajes o tipos
conocidos por el lector.
El tercero de los aspectos que nos proponíamos analizar al inicio de esta exposición era el
papel del lector. El tono de camaradería y complicidad revelado en las fórmulas con las que la
voz narradora se dirige a los que leemos indica que el narrador imagina a un lector muy
interesado en la materia narrada, como lo demuestra por ejemplo esta referencia en Cádiz:
“Figúrense ustedes cómo me habría quedado yo, si Amaranta hubiera cogido el pico de
Mulhacén, es decir, el monte más alto de España...y me lo hubiese echado encima. Pues lo
mismo, señores, lo mismo me quedé.” (pág. 18). En este mismo Episodio, la voz que narra
llega a entablar un ficticio diálogo con los lectores intentando defender la verosimilitud de lo
relatado, diálogo que se repetía en muchos artículos de costumbres:23 “¡Señores, que es verdad
lo que digo! Me ofenden esas muestras de incredulidad de los que me escuchan.” (pág. 52).
En otros momentos del mismo relato domina la actitud omnisciente del narrador, que le oculta
datos al lector: “(don Pedro era marqués, aunque me callo su título)” (pp. 37-38); o por el
contrario le da una detallada explicación de las razones de la introducción de una escena: “He
referido la anterior burlesca escena, que parece insignificante y sólo digna de momentánea
atención, porque con ser pura broma, influyó mucho en acontecimientos que luego contaré,
proporcionándome sinsabores y contrariedades.” (pág. 47); “Tal vez extrañará alguno de los
que me oyen o me leen, que con tan buena amistad fuera recibido un extranjero protestante en
casa donde imperaban ciertas ideas con dominio absoluto.” (pág. 71).
En Napoleón en Chamartín se encuentran también esas fórmulas de camaradería entre
narrador y lector típicas del costumbrismo: “En confianza revelaré a mis lectores que el
deslenguado y procaz que de tal modo prohibió a nuestro Gran Capitán que se acercase a los
cañones, fue el insigne Pujitos,” (pág. 123), así como una gran profusión de fórmulas de
enlace entre unos y otros capítulos: “mi viaje a la casa de la condesa, donde me pasó lo que el
lector verá a continuación, si tiene paciencia para seguir leyendo.” (pág. 168); “En cuanto a
esto, mis lectores verán más adelante algo que les interesará.” (pág. 213).
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NOTAS
1 Fernández Montesinos, J., Galdós, Castalia, Madrid, 1980, 2ª edición, vol. I, pp.17-18.
2 A falta de ediciones críticas sobre estas dos novelas, citaremos por las ediciones siguientes: Pérez Galdós,
B., Napoleón en Chamartín, Madrid, Alianza Editorial, 1981, 2ª edición y Pérez Galdós, B., Cádiz,
Madrid, Alianza Editorial, 1981, 2ª edición.
3 Madariaga de la Campa, B., Galdós. Biografía santanderina, Santander, Institución Cultural de Cantabria,
1979, pág. 62.
4 Fernández Montesinos, J., Galdós, Castalia, Madrid, 1980, 2ª edición, vol. I, pp.17-18.
5 Bly, P., “Historia y arte en la narrativa galdosiana” en Plenitud del relato realista (I): Galdós en Historia
de la Literatura Española. Siglo XIX, Coordinador Leonardo Romero Tobar, Madrid, 1998, pág.480.
6 Baquero Goyanes, M., “Las caricaturas literarias de Galdós”, BBMP, XXXVI, 1960, pág. 336.
7 Parece ser que tuvo lugar tal encuentro en la fonda La Europa, en la santanderina calle de Atarazanas,
fonda en la que entró Pereda buscando a un amigo y en cuya lista de huéspedes vio el nombre de don
Benito Pérez Galdós, un joven escritor al que le interesó conocer. El episodio ha sido referido con detalle
en Madariaga de la Campa, B., Galdós. Biografía santanderina, Institución Cultural de Cantabria,
Santander, 1979, pp. 47-52 y Simón Cabarga, J., “Santander en la biografía de Galdós”, BBMP, XXXVI,
1960, pp.364-365.
8 Pérez Galdós, B, “Observaciones sobre la novela contemporánea en España. Proverbios ejemplares y
proverbios cómicos, por D. Ventura Ruiz Aguilera” en Revista de España, vol. XV, número 57, pp. 162-
193, citamos por la selección de L. Bonet, Pérez Galdós, B., Ensayos de crítica literaria, Selección,
introducción y notas de Laureano Bonet, Barcelona, Península, 1972, pp. 115-132.
9 Sin firma, “Bibliografía. Tipos y paisajes”, en El Debate, 26 de enero de 1872; año II, citamos por González
Herrán, J.M., La obra de Pereda ante la crítica literaria de su tiempo, Santander, Colección Pronillo,
1983, pp. 39-41.
10 Para este dato ver González Herrán, opus cit. nota anterior, pág. 40.
11 Todos los fragmentos de esta reseña se citan por González Herrán, J.M., La obra de Pereda ante la crítica
literaria de su tiempo, Santander, Colección Pronillo, 1983, pp. 39-41.
12 Pérez Galdós, B., Prólogo a El sabor de la tierruca, en Pereda, J.Mª. Obras completas, Santander, Editorial
Tantín, 1992, vol.V, pp.61-62.
13 Benítez, R., “Literatura pastoril y égloga realista: Galdós y Pereda”, en La literatura española en la obra de
Galdós (Función y sentido de la intertextualidad, Murcia, Universidad de Murcia, 1992, pág. 197.
14 Este tipo de creaciones humorísticas eran frecuentísimas en los relatos costumbristas peredianos desde sus
primeros escritos a sus grandes novelas, con la misma finalidad cómica y caracterizadora con las que las
emplea el narrador galdosiano.
15 “Los personajes populares, como Lombrijón y Vejarruco, que beben en la casa de Poenco, cerca de la
Puerta de Tierra, poseen, además de la figura, un lenguaje que los caracteriza. Galdós se esfuerza por
reproducir el habla del puerto gaditano, sobre el modelo del habla santanderina de personajes como el de
“El raquero” de Pereda: se extiende así en escenas que no tienen otra finalidad, dentro de la economía del
relato, que proporcionar un toque regionalista”, en Benítez, R., opus cit., pág. 197.
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16 Las figuras de los majos estuvieron presentes además en la tradición literaria posterior a este Episodio,
concretamente en la novela Los majos de Cádiz (1896) de Armando Palacio Valdés.
17 Cifuentes, L. F., Introducción a su edición de Armando Palacio Valdés, Los majos de Cádiz, Cádiz,
Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1998: pág. 127, nota 1.
18 Es de notar que un personaje con el mismo nombre lo encontramos en la novela Doña Perfecta; se trata de
un labriego de Orbajosa, arrendatario de doña Perfecta.
19 El narrador galdosiano no maneja con la soltura con la que lo hace Pereda el diálogo entre personajes
populares, como observó ya Fernández Montesinos, opus cit., 1980, pág. 117.
20 Curiosamente, una de las recriminaciones que le hace doña Flora a Araceli es su afición a desfogarse y
divertirse con el trato de “la gentezuela maja y tabernaria” (pág. 33) y precisamente este carácter itinerante
del personaje-narrador es lo que permite la recreación ante el lector de los distintos ambientes.
21 Baquero Goyanes, M., “Las caricaturas literarias de Galdós”, BBMP, XXXVI, 1960, pág. 336. Alfar, 1988,
pág. 198.
22 En palabras de Isabel Román Gutiérrez: “la literatura costumbrista se caracteriza-rasgo que me parece
fundamental-por la presencia ineludible de ese “observador-narrador”, que se identifica las más de las
veces con el autor y que, además participa del relato a través de la primera persona.” en Román Gutiérrez,
I, Historia interna de la novela del siglo XIX. Hacia el realismo, 2 vol., Sevilla,
23 Román Gutiérrez, I, opus cit., pág. 199.
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