LA MODERNIDAD DE GALDÓS CON REFERENCIA A

NIETZSCHE Y DARÍO

Stephen Miller

A Federico Nietzsche (1844-1900) se le considera uno de los apóstoles máximos, o el papa

de la modernidad. Al divulgar la muerte de Dios y la justificación del superhombre, Nietzsche

eliminó las bases trascendentales y sociales de la vida humana, dejando así a la humanidad en

el vacío lógico de la voluntad sin guía o gobierno cierto, o fidedigno. La pregunta del ser

nietzschiano no era el “por qué” que intenta orientarse dentro del mundo de códigos recibidos,

sino el “por qué no” que considera todo lo pensable posible, y que vive la trayectoria del

poder que la voluntad librada de los códigos pone por obra.

No es tan común, en cambio, insertar a figuras literarias hispanas como Benito Pérez

Galdós (1843-1920) y Rubén Darío (1867-1916) en la modernidad. Ello ocurre, en parte,

debido a las confusiones prácticamente infinitas que se acumulan en torno a vocablos tan

aparentemente inofensivos como “moderno”, “modernidad” y “modernismo”. Son términos

que pueden entenderse como palabras que se refieren a realidades sincrónicas y culturalmente

idénticas, o como términos filosóficos, teológicos y literarios occidentales cuyos referentes se

remontan a Descartes (1596-1650) y que se distinguen según se trate del pensamiento y/o de

la literatura del mundo francés, hispano o anglosajón.

A estas alturas las deliberaciones en torno a “moderno”, “modernidad” y “modernismo”

amenazan con ser tan complejas, preciosistas y, según mi modo de ver, inconclusas como

las referentes a “realismo” y “naturalismo”. Empezando con equívocos semánticos

históricamente comprensibles, se termina disputando acepciones en lugar de teorizar a base de

la observación y análisis de realidades sincrónicas tales como el estado socio-espiritual de la

sociedad occidental y los textos de Nietzsche, Darío y Galdós. Por tanto, y teniendo la postura

nietzscheana como punto de referencia fundamental para orientarnos en aquel fin de siglo,

quisiera examinar algunos escritos galdosianos de la década 1890-1900. Posdatan un poco los

años de 1880 cuando Nietzsche escribió las obras consideradas más significativas para la

modernidad, pero son el fruto natural de la experiencia galdosiana y de la evolución suya

dentro del mismo marco de fuerzas culturales que producen a Nietzsche. En escritos de

creación y de teoría socio-literaria, Galdós ofrece una versión hispana de la problemática

socio-cultural que, casi por antonomasia, es nietzscheana.

Como ejemplo preliminar y coetáneo de la versión hispánica de dicha problemática,

quisiera repasar ciertas declaraciones de Rubén Darío (1867-1916), el poeta, ensayista y

narrador normalmente considerado como el iniciador del “modernismo” literario hispánico.

Es el Darío de “El rey burgués”, primera composición de Azul (1888), que contrasta los

ideales desinteresados del arte con la realidad brutal de la organización socio-económica

entonces imperante. Como Galdós, este Darío escribía textos teóricos en momentos claves de

su trayectoria. Dos declaraciones de las “Palabras liminares” a Prosas profanas (1896) son de

sumo interés. Por una parte Darío rehusa escribir, en nombre de la libertad de todos, un

manifiesto literario “Porque proclamando, como proclamo, una estética acrática, la

imposición de un modelo o de un código implicaría una contradicción” (9).1 Por otra parte,

defendiendo que sus versos se pueblan de “princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de

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países lejanos o imposibles” (11), afirma: “yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó

nacer” (12). Años después, en el “Prefacio” a Cantos de vida y esperanza (1905) y en

“Dilucidaciones” de El canto errante (1907), Darío recuerda su contribución a la literatura de

manera global. Habla de “El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América” que se

progagó hasta España”, y se ufana de que “tanto aquí como allá el triunfo está logrado” (1905:

19; cfr. 1907: 13). Sin embargo, todo no era triunfo para Darío. La libertad tenía su precio.

Por no ser limitada sólo a la poesía en particular o a la literatura en general, esta libertad era

una postura vital. Incluye el rechazo de la ya mencionada estructura socio-económica de

occidente, y de negación y de protesta al Dios de “Anagké” (de Azul). Al Dios que creó la

paloma, emblema de todo lo bello y lo bueno, con su verdugo el gavilán, le faltaban primero

la omnisciencia y luego la omnipotencia; es decir, carecía de los atributos que constituyen la

idea occidental de la divinidad. A esto agrega Darío, de acuerdo con algunos de los poetas del

primer romanticismo alemán e inglés, que es al poeta a quien le toca crear un mundo

alternativo mejor que el organizado por ese Dios tan poca cosa y a quien siguen seres

humanos poco valiosos.

A diferencia de los románticos, Darío y el Galdós que nos interesa aquí viven el desengaño

democrático. Mientras los románticos experimentaban como parte de su inspiración la euforia

de los primeros golpes al absolutismo monárquico y las plenas esperanzas socio-políticas de

un pueblo soberano, Darío y Galdós eran testigos oculares de cómo un absolutismo

oligárquico había sustituído al monárquico. Y dado el papel de la cooperación de la Iglesia

con los dos absolutismos, Galdós y Darío cuestionaban no sólo su eficacia práctica sino la

dominante visión religioso-teológica del mundo.

Al principio de la novela Ángel Guerra (1890-1891), Galdós establece contrastes entre el

protagonista epónimo y su querida, la buena y sencilla Dulce. Ella no entiende lo que ocupa

más a Ángel: “el interés de la Historia, la filosofía de los hechos graves que afectan a la

colectividad, interés al que no puede sustraerse el hombre de estudio” (1209; I, 1, iv). Para el

final de la novela, desengañado no sólo de la política, que vio como remedio de los problemas

de la colectividad, sino también de su propio ensayo de soluciones a través de la religión,

Guerra se limita a lo personal, su amor por una mujer. Cinco años después de escribir la

primera parte de Ángel Guerra, Galdós vuelve a ocuparse de los temas que Guerra abandona,

pero con un enfoque más amplio aún.

En la novela Nazarín (1895) hay dos momentos en los que el comportamiento del

protagonista, el cura atípico “Nazario Zaharín o Zajarín” (1683; I, 3), provoca a sus

interlocutores para que le pidan su parecer sobre el mundo contemporáneo. La primera vez el

narrador y un reportero “le pregunt[an] con pedantería” sobre el “estado actual de la

sociedad” (1687; I, iv); y, más tarde, cuando ya anda por los caminos al suroeste de Madrid, el

prócer don Pedro Belmonte, con toda seriedad, le interpela de esta manera: “¿qué piensa usted

del estado actual de la conciencia humana?” (1725; III, 8). Lo que comparten estos tres

interlocutores de Nazarín es la convicción de que la sociedad contemporánea está en crisis y

que hay algo en las acciones, palabras y posturas de Nazarín que indica la probabilidad de una

respuesta relevante para la sociedad. La “pedantería” de los primeros dos y la seriedad del

tercero indican que las mismas acciones del cura fuera de serie provocan reacciones matizadas

de diferencias. El contenido de las preguntas demuestra que dichas acciones requieren ser

tomadas en serio como crítica del mundo entonces actual y como posible respuesta a sus

problemas. Notable es el radio delimitado en la contestación de Nazarín al reportero y al

narrador: “Hago lo que me inspira mi conciencia, y si de ello, de mis acciones, resulta algún

ejemplo y alguien quiere tomarlo, mejor” (1687; I, iv). No tan diferente del último Ángel

Guerra, desengañado sobre tantas dimensiones de la vida personal y colectiva, en la vida de

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Nazarín no hay alegría. Persigue como deber lo que otro narrador denomina “sus cristianas

aventuras” 710; II, ii), y, como el igualmente solitario “caballero cristiano” Guerra (1537; III,

6, vii), tiene que contentarse con las consecuencias sombrías de sus acciones.

La ya larga bibliografía sobre Nazarín y Halma (1895), obra a veces considerada como

segunda parte de Nazarín, en la cual Nazarín pierde protagonismo, tiene énfasis extrínsecos

tales como dilucidar la cuestión de la relación teológica entre Nazarín y Jesucristo, y aducir la

relación entre el pensamiento religioso de Tolstoy y el de Galdós; e, intrínsecos como la

estructura cervantina de la novela y las dimensiones carnavelescas que contiene2. Para el

lector de Nazarín y Halma, no comprometido por ninguna ideología crítica, la mayor parte de

toda esta crítica tiene mucho interés. Es la continuación potenciada de la investigación sobre

Nazarín a la cual el primer narrador de Nazarín, al final de la primera parte de la novela,

invita al lector. Se concluye que el proteico Nazarín –recuérdese todas las dudas registradas

sobre su nacionalidad, su sexo, su motivación y su significado– no es fácilmente abarcable.

Más que la contestación que buscan el reportero, el primer narrador, don Pedro, el alcalde

“ilustrado” de “Méntrida o Aldea del Fresno” (1736; IV, ii), Halma y otros personajes de

Nazarín y Halma, Nazarín es pregunta. O, mejor dicho, es multi-preguntas, incluyendo las

que él mismo tiene que hacerse. Y éstas se resumen en una: si se está portando de acuerdo con

el ejemplo de Cristo. Pero esto es una conducta tan poco común en su tiempo que las normas

–poco cristianas– de la sociedad laica y clerical no sirven para guiarle ni confirmarle. Por

consiguiente se aprecia que formalmente Nazarín se acerca al superhombre nietzscheano: los

dos viven más allá del bien y del mal según los entiende el consenso social.3 Pero en lugar del

acto nietzscheano de inventarse una vida, Nazarín reconoce la voluntad y autoridad superiores

del Dios cristiano. Sin embargo, por los problemas de la comunicación entre Dios y el ser

humano, y habiendo eliminado, en términos prácticos, la mediación de la Iglesia, a Nazarín

–en Nazarín, no ya en Halma– le toca, como al propio Cristo, vivir directamente la

problemática de la duda que posesiona su conciencia en los momentos supremos de sus

“aventuras”.

La década de los años 1890 es de gran prueba profesional y personal para Galdós. Y para

1897 todo llega a la crisis que, en mi opinión, señala el inicio del descenso vital de sus

últimos veintitrés años. A pesar de hacerse académico de la Real y de ganar por pleito los

derechos a su obra, los cambios socio-estéticos y las complicaciones interrelacionadas de su

vida amorosa y económica hacen que don Benito viva el resto de su vida entre crisis que

puede más o menos barajar al principio del nuevo siglo, pero que terminan conquistándolo

conforme avanzan los años.4 Como ningún otro escrito suyo, sus discursos académicos de

1897, el del ingreso el 7 de febrero y el de la recepción de Pereda el 21 del mismo mes,

expresan directamente al hombre y al escritor, ya nada joven, en crisis.

Aunque segundo por orden cronológico, el discurso del 21 merece exposición anterior por

presentar, en términos más generales, el pensamiento y el estado de ánimo galdosianos en

1897. Muy importante en el discurso de recepción a Pereda es lo que describe como “la

diferencia capital” entre los “caracteres” de él y de Pereda “considerados literariamente”:

“Pereda no duda; yo, sí” (Galdós, 1897, 154). A continuación explica la “duda”:

Siempre he visto mis convicciones obscurecidas en alguna parte por sombras que

venían no sé de dónde. El es un espíritu sereno, yo un espíritu turbado, inquieto. El

sabe adónde va, parte de una base fija. Los que dudamos mientras él afirma,

buscamos la verdad, y sin cesar corremos hacia donde creemos verla, hermosa y

fugitiva. El permanece quieto y confiado, viéndonos pasar, y se recrea en su tesoro

de ideas, mientras nosotros, siempre descontentos de las que poseemos, y

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ambicionándolas mejores, corremos tras otras, y otras, que, una vez alcanzadas,

tampoco satisfacen (154-155).5

El correr tras ideas mencionado aquí recuerda a la lista de “Moisés” posibles de Nazarín

para salvar la sociedad.

En esta novela, después de preguntarle Belmonte a Nazarín sobre “el estado actual de la

conciencia humana”, los dos concluyen que sólo el papa León XIII puede ejercer el liderazgo

que hace falta en el mar de problemas y dudas de aquel entonces. Aún así, Nazarín,

contestando a sugerencias de Belmonte, repasa otras “candidaturas” al Moisés. Éstas podrían

proceder, en principio al menos, de la filosofía, la economía política, o de “la tribu de la

fuerza” (1726). Pero rechazan totalmente las primeras tres alternativas. Se considera que la

filosofía y sus adeptos constituyen “un juego de conceptos y palabras, tras el cual está el

vacío, y los filósofos son el aire seco que sofoca y desalienta a la Humanidad en su áspero

camino” (1726; III, 8). Aunque no sé de ninguna documentación sobre que Galdós supiera

algo de Nietzsche, su caracterización de los filósofos pudiera ser general y/o una

contestación/crítica a Nietzsche en particular.6 Sin embargo, dadas la metodología y la

estructura no sistemáticas del pensamiento nietzscheano, parece que Galdós no tuviera a

Nietzsche en mente. De todas formas, lo que sí consta es que el novelista español y el filósofo

alemán son coetáneos casi perfectos y que es normal que estén reaccionando en sus escritos al

mismo complejo de factores, sin tener que llegar a identidad de respuestas.

Otros moiseses pueden proceder de la economía política. Pero la crítica de Nazarín

secunda a la implícita de Darío en cuentos de Azul como “El rey burgués” y “El fardo”. Dice

que “la política es agua pasada” y que “los que se llamaban problemas políticos, tocantes a

libertad, derechos, etc., están ya resueltos, sin que por eso la Humanidad haya descubierto el

nuevo paraíso terrenal” (1726). A continuación nota que no obstante tanto progreso material,

hay menos trabajo y más hambre. Concluye, de manera que aplasta a liberales, moderados y

conservadores, que “De la política no esperemos ya nada bueno, pues dio de sí todo lo que

tenía que dar” (1726).

Otra “candidatura” a Moisés puede venir de “la tribu de la fuerza”. Cuando Belmonte

especifica que dicha “tribu” podría ofrecer un “Moisés” en forma de “un dictador, un militar,

un César”, la contestación de Nazarín es muchísimo menos segura y explícita que en los casos

anteriores. Contesta que no lo puede afirmar porque “Nuestra inteligencia, al menos la mía, no

alcanza a tanto” (1726). Parece que Galdós, hablando por Nazarín y recordando las

esperanzas que tuvo por España bajo el liderazgo del asesinado general liberal Juan Prim y

Prats (1814-1870),7 no reconoce ninguna dictadura benévola y oportuna que pudiera resolver

los problemas de la humanidad occidental a finales del siglo XIX. No obstante ventila la

opción.

Rechazados para efectos prácticos estos moiseses seglares, sólo queda la “candidatura” de

una gran figura religiosa como el papa León XIII. Pero es un recurso señalado como

posibilidad, no como remedio garantizado para resolver los males sociales a los cuales el

narrador, el reportero, Belmonte, Nazarín y el alcalde de Méntrida inclusive se refieren. Las

conversaciones y las “cristianas aventuras” de Nazarín demuestran, entre otras cosas, que no

funcionan los organismos socio-religiosos. A pesar de sus esperanzas por un papa oportuno,

el “clérigo árabe” no se limita a especular sobre remedios. Él hace, al igual que Guerra,

Halma y Benina de Misericordia, mientras los demás, incluyendo implícitamente al papa,

hablan, él, tanto como Guerra, Halma y Benina de Misericordia, hace. En contra de lo que

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afirman los que ven en Nazarín una figura representativa de Cristo, creo que la indecisión

sobre “moiseses” aquí documentada sugiere otra posibilidad.

Uno de los aspectos principales de la relación entre las novelas Nazarín y Halma es que la

segunda comprueba claramente que el Nazarín de la primera es un ser que intenta sólo

inspirarse en el ejemplo de Cristo, no hacerse pasar por Cristo. Nazarín no muere al final de la

novela eponómica porque no es Cristo. Y en Halma, a pesar de la crítica implícita de la

Iglesia que su manera de ser sigue constituyendo, Nazarín pasa a ser personaje secundario,

cosa imposible tratándose de una figura de Cristo. A diferencia de éste que crea una

dispensación nueva de la relación entre Dios y su creación, Nazarín no ataca la dispensación

representada por la Iglesia de Roma, sólo quiere acercarse él mismo más al ejemplo de Cristo.

Cuando Halma, con variantes, repite el experimento y el fracaso de Ángel Guerra de fundar

una institución benéfica dentro de la Iglesia católica, yerra en parte porque ni la Iglesia ni la

sociedad están preparadas para una fe demostrada por acciones. Aunque Belmonte y Nazarín

admiran al León XIII de la encíclica social y económica Rerum novarum (1891), la Iglesia

como institución está lejos de efectuar a nivel institucional la nueva orientación justificada en

la encíclica. Guerra, Nazarín, Halma y Benina son meros ensayos particulares fallidos de lo

que podría ser la implementación de Rerum novarum. En este contexto la significación de

Belmonte es grande: representa a los que ven y comprenden lo malo de la sociedad y su

propia participación en lo mismo, pero que no tienen la fuerza de voluntad para cambiar ellos

mismos y, dado su dinero y poder, a la sociedad.

Es en tal contexto que el modernismo filosófico de Nietzsche es más radical que el

galdosiano. Aunque su locura tenía causas fisiológicas, lo cierto es que Nietzsche vivía muy

aislado durante los años 1880 en los cuales escribía sus obras principales. Convertirse en

superhombre significaba vivir de espaldas al consenso social y aparte de quienes lo

abrazaban. Como Sócrates, a quien tomaba como precursor, tenía que vivir su filosofía. Lo

mismo se puede decir de los poetas/héroes de Azul. La belleza que buscaban no era del mundo

formado por la sociedad. Era la meta a la cual dedicaban su vida y que requería que vivieran

tan de espaldas a la sociedad como el superhombre nietzscheano. Sin embargo lo mismo no se

puede decir del creador de esos poetas. Como Galdós y a diferencia de Nietzsche, el Darío

muy característico de España Contemporánea, que empezó a aparecer en la prensa en

diciembre de 1898 y como libro en 1901, participaba plenamente en la vida literaria como el

ser consagrado que nunca llegaron a ser Nietsche y los poetas darianos. Mientras éstos iban

aislándose y perdiéndose cada vez más en los respectivos mundos alternativos de su propia

invención, Darío y Galdós –que vivían de la pluma– exploraban dichos mundos con sus

personajes mucho más que en su propia carne.

Se aprecia que la parte más intensa de la vida de los protagonistas modernistas galdosianos

–por ejemplo, Guerra, Tristana, Nazarín y Halma– es la constatación de un mundo alternativo,

ensayada de espaldas al consenso social. Al mismo tiempo que dicha constatación constituye

el núcleo de la creación literaria de cada obra respectiva, Galdós deja a todos estos

protagonistas cuando se ven obligados, a pesar de todo, a dejar su mundo alternativo

respectivo y a dejarse gobernar por las convenciones del consenso social. Es un paso, sea de

humildad o de falta de certidumbre, extraño por completo al superhombre nietzscheano y al

artista esencial de Azul. Más como éstos son Federico Viera de Realidad y Benina de

Misericordia que no vuelven nunca al redil del consenso social. El primero se suicida

literalmente y la segunda se tira de cabeza a los abismos de la miseria sin fin de los barrios del

sur madrileño. Estas posturas galdosianas se entienden mejor cuando son consideradas desde

la perspectiva de la duda de don Benito revelada en el discurso de ingreso del día 7 de febrero

de 1897.

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Después de pintar el mismo estado de la sociedad que en Nazarín y Misericordia, y de

afirmar la dependencia mutua del arte y la sociedad, Galdós dice que tal cuadro de

“descomposición social” no “ha de traer días de anemia y de muerte para el Arte narrativo”

(23-24). Admite que la relación entre el arte y la sociedad puede ser la inversa a lo que se

piensa normalmente: en lugar de decir que “la divina Poesía y artes congéneres prosperen más

lozanamente en las épocas de unidad que en las épocas [como la contemporánea] de

confusión”, asevera que “la falta de principios de unidad [social] favorece el florecimiento

literario” (26). Galdós juzga, no obstante la probabilidad de que la descomposición social no

haya tocado fondo todavía, que “la narrativa no ha de perderse” por ello (28). Y, a renglón

seguido, pronuncia un verdadero acto de fe artístico-personal:

Quizás aparezcan formas nuevas, quizás obras de extraordinario poder y belleza, que

sirvan de anuncio a los ideales futuros o de despedida a los pasados, como el Quijote

es el adiós del mundo caballeresco. Sea lo que quiera, el ingenio humano vive en

todos los ambientes, y lo mismo da sus flores en los pórticos alegres de flamante

arquitectura, que en las tristes y desoladas ruinas (28-29).

No hay crítica galdosiana de la generación que le sigue –es decir, la del 98– como la hay

de sus colegas y de generaciones anteriores. Entonces no sabemos si don Benito, absorto en

las últimas tres Series de Episodios nacionales y en la política de la Conjunción republicanosocialista,

creía ver en las publicaciones de los nuevos escritores la realización de su acto de

fe. Lo que sí sabemos es que desde las juventudes literarias del 98 hasta nuestros tiempos se

ha hecho caso omiso tanto del último Galdós, como del realista/naturalista. En sí y como ya

he estudiado en otro lugar, este estado presente de la cuestión no significa gran cosa. La

“inmoderación moderna” (Octavio Paz) y la “ansiedad de la influencia” (Harold Bloom)

permiten entender como reflejo, y no juicio objetivo, la tendencia moderna del deseo de

romper con el pasado y declarar que desde ahora –el de las generaciones del 98 y la mayoría

de las siguientes en España– se empieza de nuevo.8 En vista de esta situación, ¿qué se puede

decir sobre Galdós como escritor de la modernidad?

Al relacionar a Galdós con Darío y Nietzsche en el presente trabajo, he querido

contextualizar lo más ampliamente posible la problemática del fin de siglo que los tres

vivieron, y de la cual escribieron cada uno a su manera. Dada la vuelta obvia de Darío a la

preocupación por lo pan-hispano, la novedad de Cantos de vida y esperanza, su último gran

libro, y las labores políticas de Galdós durante el siglo XX, es obvio que a pesar de todo la

modernidad de Darío y Galdós era más moderada que la de Nietzsche y la de muchos

escritores que se establecen ya pasada la crisis de fin de siglo. Para estos últimos el “espejo”

Nietzsche, no el de Darío y Galdós, refleja lo que son y lo que hacen: proclamadores del

mundo nuevo que repudia y rechaza el pasado en nombre de maneras de ver y expresarse

supuestamente inéditas y superiores. Sin embargo, como bien se sabe, muchos de estos

proclamadores terminaron siendo reaccionarios cuya reputación descansa sobre un número

breve de textos de juventud. Frente al problema del vacío lógico de la voluntad sin guía o

gobierno cierto, fidedigno, muchos eran los jóvenes del 98 y del 14 que no tuvieron la

valentía del Antonio Machado de “Una España joven” (1914), o del Galdós de la Conjunción

republicano-socialista, o del Darío pan-hispánico: reconocer los límites de su proyecto

modernista de crear mundos alternativos; y, en lugar de dar la espalda a los proyectos

gradualistas de correción del mundo constituido por el consenso social, intentar cambiar dicho

consenso.

Desde nuestra perspectiva en 2001, hay que empezar a evaluar más claramente los

elementos de continuidad y de innovación que se observan en los textos literarios hispánicos

433

publicados entre la década de 1880 y los años de 1930. Parte fundamental del proyecto sería

trazar la evolución socio-literaria de Galdós, sus amigos y colegas del realismo/naturalismo,

los modernistas americanos, y los escritores de las generaciones del 98 y del 14. Después se

podrían compaginar las trayectorias reveladas para poder, después, precisar cronológicamente

las coincidencias y diferencias temáticas y técnicas de los escritores de 1880 hasta la Guerra

Civil y Mundial. Sólo al hacer ese trabajo se podría llegar a afirmaciones dignas de aceptación

universal sobre la modernidad hispana y de los escritores del aquel entonces, y de Pérez

Galdós en particular.

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NOTAS

1 Para la documentación bibliográfica de los materiales citados en el texto del presente estudio, véase la

sección de "Obras citadas".

2 Los artículos de Bowman, Colin, Morón Arroyo y Parker documentados en las "Obras citadas" versan, en

una especie de coloquio escrito organizado en 1967 por Rodolfo Cardona, sobre todas estas cuestiones. El

libro de Bly (1991) contextualiza este aspecto de la crítica sobre Nazarín y constituye una magnífica

introducción a múltiples aspectos de la novela.

3 Esto se entiende especialmente bien al releer las representaciones del alcalde de Méntrida (1748-1751; IV,

vii). Éste explica bastante claramente el principio hipócrita que divide lo que dice el cristianismo español y

lo que hace, justificándolo todo en el nombre de la ilustración y el progreso que Nazarín condena en las

partes I y III de la novela.

4 Se puede consultar a Berkowitz y Ortiz-Armengol al respecto, pero el estudio de García Bolta y el

epistolario editado por S. de la Nuez presentan de manera única los detalles económicos y sentimentales

que explican la ruina galdosiana.

5 Uno de los contextos de la duda galdosiana y la serenidad perediana aquí explicadas por Galdós debe ser

religioso-teológica. Para el pensamiento católico una de las bases psicológicas de la modernidad, atacada

por Pío X en la encíclica Pascendi (1907), era la duda: "In modernism we find . . . many tendencies of the

mentality of the present generation. Inclined to doubt, and distrustful of what is affirmed, men's minds tend

to minimize the value of dogmatic definitions. . . . (Vermeersch, 420).

6 Leopoldo Alas "Clarín" publicó artículos en los que menciona a Nietzsche en septiembre de 1899 y en

septiembre de 1900; en 1900 indica haber escrito sobre Nietzsche antes que nadie en España. Habla de

forma respetuosa pero sin impresionarse por él, citando antecedentes griegos y alemanes a Nietzsche que

cree relevantes. Puede ser que tanto Clarín como Galdós, independientemente de su ortodoxia católica,

rechacen en Nietzsche precisamente la tradición luterana. A pesar de no ser practicantes católicos en el

sentido normal de la palabra, los dos españoles son--quiéranlo o no--culturalmente católicos, y por

consiguiente antagónicos a la cultura luterana que forma la primera cosmovisión de Nietzsche.

7 Estudio al Prim liberal, político de talla europea, que interesaba a Galdós en "Españoles por la autonomía

cubana (1868-1893)". Pero se debe recordar que sólo el ejemplo de la inhabilidad española para lograr una

consolidación perfectamente democrática, después de la Revolución de septiembre de 1868, le llevó a

Galdós a pensar en las alternativas que Prim ofrecía.

8 Esto es tema del artículo mío "The Spanish novel from Pérez Galdós to Marías: tradition and nescience,

rupture and europeanization".

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