JOSÉ GARCÍA FAJARDO: EPISODIOS DEL PASADO
CON VISIÓN DEL PRESENTE
José Carlos Morales Umpiérrez
Con la llegada del Realismo se desarrollan en la literatura los aspectos subjetivos de los
escritores. La realidad de la sociedad pasa a ocupar el lugar de privilegio en las obras
literarias. Los autores se fijarán con más intensidad en lo cotidiano, haciendo de ello la base
fundamental de sus obras. Se impone la observación de la vida en sus rasgos más elementales
y esenciales. El autor será un científico de la realidad; se documentará sobre el terreno de los
propios hechos o se informará abundantemente con material escrito, intentando describir los
acontecimientos con la mayor exactitud posible. Con esta actitud, comenzarán a entrar nuevos
elementos en las obras. Aparecerán nuevas clases sociales (burgueses) y nuevos tratamientos
psicológicos (crítica social y moral). El escritor se convertirá en un nuevo crítico que con su
pluma describirá y censurará los grandes vicios de la sociedad y pasará a ser el cronista de los
acontecimientos del momento. Pero será un cronista condicionado por sus convicciones
ideológicas que presentará y defenderá como válidas para su sociedad.
Las dos últimas series de los Episodios Nacionales se ven condicionadas por estos aspectos
sociales y, así, la cuarta serie empieza con Las tormentas del 48 donde destaca un nuevo
personaje que se convertirá en el “alter ego” galdosiano contra la ineptitud y el desacierto de
la clase burguesa de finales del XIX y principios del XX. Este mismo personaje tendrá otras
apariciones en Episodios de la cuarta y quinta series.
Tanto la cuarta como la quinta series de los Episodios Nacionales se centran en los
aspectos históricos del reinado de Isabel II, entre 1846 y 1868, y sus posteriores
consecuencias. Estos años se van a caracterizar por una serie de acontecimientos históricos
que desembocarán en la grave crisis política y social del final del siglo XIX. Unas reformas
económicas e industriales que no llegan a llevarse totalmente a cabo, sumada a la
inestabilidad gubernamental con la sucesión de diversos gobiernos de diferente ideología
política, llevarán a España a su debacle finisecular.
En el momento en que Galdós llega a Madrid en septiembre de 1862, comienza a vivir in
situ los pasos previos a la finalización del reinado de Isabel II
En aquella época fecunda de graves sucesos políticos, precursores de la Revolución,
presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de
San Daniel –10 de abril del 65–, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos
linternazos de la Guardia Veterana, y en el año siguiente, el 22 de junio, memorable
por la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de
huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con otros amigos, pude apreciar los
tremendos lances de aquella luctuosa jornada. Los cañonazos atronaban el aire;
venían de las calles próximas gemidos de víctimas, imprecaciones rabiosas, vapores
de sangre, acentos de odio... Madrid era un infierno. A la caída de la tarde, cuando
pudimos salir de casa, vimos los despojos de la hecatombe y el rastro sangriento de
la revolución vencida.1
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En marzo de 1863 O’Donnell cae, dando paso a un gobierno de moderados. El cambio no
resulta. Las algaradas callejeras se suceden y el ejército las reprime con gran dureza. La reina
restituye en su cargo nuevamente a O’Donnell. A comienzos del 66 Prim intenta sublevarse
contra el gobierno. En el verano del mismo año, un grupo de sargentos de artillería, apoyados
por los demócratas en su continua actitud de alentar todo lo que fuese subversivo, se apoderan
del Ministerio de la Gobernación. Son sometidos por el general Serrano. Estos hechos
producen la nueva dimisión obligada de O’Donnell. Narváez, después de cinco
participaciones anteriores, vuelve a formar gobierno. Solamente duraría hasta 1868, cuando
demócratas y progresistas, bajo el poder de su frente revolucionario se proponen derrocar a la
reina. La agitación de todos estos años produjo el triunfo de «La Gloriosa» que trajo consigo
un nuevo periodo revolucionario que terminaría en 1874. La opresión y el desconcierto
sufridos desde tiempos anteriores llevan al país a intentar quitarse ese lastre de encima. Quiere
comenzar una nueva era, una nueva cultura de progreso técnico y social que la acerque al
perdido carro de la cultura europea, vedado hasta ahora.
Por eso, durante estos años se siguen produciendo nuevos acontecimientos. La aprobación
de la nueva Constitución, el primer intento independentista en Cuba, el reinado de Amadeo I
de Saboya, una nueva guerra carlista engendrada por la inestabilidad gubernamental, la
creación de la Primera República Española –que pese a los avances progresistas de su
Constitución, va inclinándose hacia posturas conservadoras y tradicionalistas– y la aparición
del rey Alfonso XII, llevado de la mano de Cánovas, son algunos de los más destacados
sucesos en este periodo en el que España se va desangrando progresivamente sin tener
soluciones positivas a sus continuas crisis internas.
Benito Pérez Galdós supo visualizar estos últimos años y los plasmó en los Episodios
Nacionales de su cuarta y quinta series. Lo realiza con tal visión preclara de los
acontecimientos que es uno más dentro del Madrid cortesano, revolucionario y burgués del
momento. Sus intensas vivencias de los años finales de Isabel II como reina, nos muestran su
particular percepción de observador y callejeador sobre los sucesos de ese período.
Además, este principio de siglo, literaria y culturalmente hablando, se va a caracterizar por
el auge de la llamada Generación del 98, que se inscribe en un movimiento de renovación
literaria. Galdós no será ajeno a sus postulados y los tomará como propios y los hará suyos
bajo su crítica regeneracionista. Y así, habrá un cambio radical que llevará a los escritores a
llamar la atención de ese pueblo olvidado, explotado y oprimido para que sean ellos la nueva
bandera del resurgimiento nacional ante la ineptitud de las clases dirigentes. Se les anima a
quitarse el yugo de una burguesía, supuestamente liberal, que se ha enriquecido gracias a los
esfuerzos y trabajos de las clases más desfavorecidas, y a quitarse la venda puesta por una
Iglesia conservadora y nada progresista. Incluso nuestro Fajardo se suma a esas críticas
noventayochistas cuando afirma en La revolución de julio que “todo es aridez, tierras
desoladas y libres, donde los hombres no tienen nada que hacer, como no sea lanzarse a
desesperados combates, por el gusto de pelear, no por la conquista de un suelo que tan poco
vale”.2
Benito Pérez Galdós se va a introducir en sus Episodios y va a intervenir en ellos
dirigiendo y guiando todos los elementos que aparecen en ellos. Sus juicios de valor, sus
opiniones y sus vivencias van a ser una fuente de apoyo, de engrandecimiento y de
enriquecimiento de sus escritos. En definitiva, sus alegrías y tristezas se ven también
reflejadas por medio de sus personajes, situaciones y vivencias que los llevan a deambular por
la historia española de finales del XIX y principios del XX. Galdós logra interrelacionar los
hechos del pasado con las vivencias del presente, haciendo que los condicionamientos
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ideológicos finiseculares influyan en él y los plasme en las últimas dieciséis publicaciones
episódicas. Consigue novelar y hacer más atrayente la historia española que él vivió y en gran
parte compartió con los principales personajes de la España del momento. La experiencia de
sus sesenta y seis años en Madrid le permitirá contar con una destreza en el manejo y
conocimiento de los sucesos coetáneos a su propia vida y lo ayudarán a introducir su sabiduría
popular para dar un tono de puro realismo.
Presencias en diversos episodios
El personaje de Pepe García Fajardo tiene unas breves apariciones destacadas en Episodios
como Narváez, La revolución de julio, Aita Tettauen o Prim, aunque su nacimiento y
desarrollo magistral se produce en la obra inaugural de la cuarta serie Las tormentas del 48,
de la que más adelante nos ocuparemos con detalle.
También en 1902 en Narváez, al igual que el Episodio inaugural de la cuarta serie Las
tormentas del 48, Pepe García Fajardo tiene unas intervenciones muy elocuentes sobre su
intensa búsqueda de la verdadera historia nacional que saque al país del ostracismo europeo.
Sabe de la necesidad de encontrar una solución positiva a los problemas de España pero
también deja entrever la imposibilidad de llevarla a cabo del todo. Su ansia de encontrar
soluciones le hace caer enfermo al considerarse él mismo como incapacitado para tan alta
empresa que la historia le ha encomendado.
Esa Historia no puedo escribirla... Para conocer sus elementos necesito vivirla,
vivirla en el pueblo y junto al trono mismo. Y ¿cómo he de estudiar yo la palpitación
nacional en esos dos extremos que abarcan toda la vida de una raza?... El ideal de esa
historia me fascina, me atrae...; pero ¿cómo apoderarme de él? Por esto estoy
enfermo; mi mal es la perfecta conciencia de una misión... que no puedo cumplir...3
En 1904, Galdós escribe La revolución de julio donde Fajardo va a vivir con el pueblo las
algaradas callejeras y los momentos revolucionarios de un Madrid exaltado por los devaneos
entre políticos y militares del momento. Una sociedad popular madrileña que llena de
profesionales artesanos no aguanta más el poco desarrollo económico del país y estalla en
favor de la revolución que la lleve a mejores metas sociales, políticas y económicas. Fajardo
ve en el pueblo de Madrid los sentimientos y actitudes morales que los de su clase social,
aburguesada, no se han planteado anteriormente ni lo harán en un futuro próximo. Así se une
a los revolucionarios para salvar a su España.
En medio del barullo patriótico y tabernario que allí se armó, yo, silencioso,
batallaba en mi espíritu entre un deber y un deseo. ¿Qué haría yo? [...] Por fin, pudo
más la curiosidad, y a ello contribuyó mi diablo con estas sugestivas razones:
-Señor, lo primero es la Patria, que hoy está en el filo de perderse o salvarse.
Vuecencia es, ante todo, un buen español. ¿Cuándo se le presentará ocasión como
ésta de ver salvar a España, y aun de contribuir, si a mano viene, al salvamento?4
Además de esto, su crítica ácida hacia los de condición social se agudiza por momentos y
en el desarrollo de sus “Memorias”, Fajardo afirma:
Me cuenta el gran Sebo que en Madrid quedó un Comité revolucionario [...] diciendo
que Madrid no se levanta y los polacos no se rinden, porque las promesas de los
libertadores, harto vagas, hablan poco a la inteligencia del país, nada a su corazón.
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No se hacen las revoluciones por las ideas puras, sino por los sentimientos,
revestidos del ropaje de las ideas. Los libertadores ofrecen cosas muy buenas, de esas
que forman el tejido artificioso de todo programa político y revolucionario. [...] No
queremos pecar de cortos en el ofrecer. Economizaremos, moralizaremos y
descentralizaremos... Qué, ¿no nos creen?5
Aita Tettauen, escrita en 1904, se va a centrar en los momentos previos a la guerra contra
Marruecos. Galdós mantuvo una intensa relación con un colaborador de la delegación
diplomática española en Tánger, Ricardo Ruiz Orsatti. Éste le traduce material histórico sobre
Marruecos y además le facilita la organización de un viaje que Galdós realiza a la zona junto a
su criado Victoriano. La ayuda que Orsatti le proporciona con su abundante material
geográfico, político e incluso lingüístico, ayudarán a nuestro escritor a elaborar este nuevo
Episodio Nacional centrado en la contienda bélica hispano-marroquí. Con estos antecedentes
que Benito Pérez Galdós toma in situ, Pepe García Fajardo vuelve a escena contratando a
Santiuste para que le cuente de primera mano cómo se van desarrollando los acontecimientos
en el entorno norteafricano de Tetuán.
Una mañana de noviembre, hallándose don Bruno y Halconero en casa de éste,
charlando de la movilización de tropas, entró jadeante Juanito Santiuste, con la
noticia de que él, también él, ¡feliz mortal!, iría...
-¿Adónde, hijo mío?
¡A la guerra! Por el marqués de Beramendi, su amigo, había conseguido una plaza en
la Sección Volante de la Imprenta de Campaña.6
Nuevamente el alter ego galdosiano quiere conocer de primera mano todos los sucesos
históricos que se producen en el conflicto armado. Realmente, nuestro escritor también acude
a África. Así nos lo confirma Carmen Bravo-Villasante en su Galdós visto por sí mismo
donde nos comenta que “Galdós emprende viaje a Marruecos para estudiar sobre el terreno las
ciudades donde tuvo lugar la guerra hispano-marroquí, al tiempo que las costumbres del
pueblo musulmán”.7
En Prim el nombre de Santiuste vuelve a aparecer pero se lo cambia por el de Confusio
-Quien conoció a este hombre hace un año y ahora le vea –dijo Beramendi– no
comprenderá que así podamos saltar de la juventud alegre a la triste vejez. El que se
llamó Santiuste, ahora lleva el nombre de Confusio, que él mismo se aplica, olvidado
de su verdadero apellido. [...] De su ser anterior y del desplome de su entendimiento
y de su memoria no restan más que el sentimiento patrio y una idea, una sola idea y
propósito: escribir la Historia de España, no como es, sino como debiera ser.8
Nuestro Fajardo que ve y oye por los ojos y oídos de Santiuste se transforma en un ser
confundido, desorientado, perdido en un país que se derrumba sobre sus propios cimientos
levantados desde siglos imperiales. Nuestro personaje es un Galdós alegórico que se
encuentra en un principio de siglo español catastrófico. No se tiene un norte al que seguir, un
personaje brillante al que destacar por sus esfuerzos a favor de la patria. En definitiva, una
Confusion que hunde al país en la más pura miseria social, económica y sobre todo política.
Creemos que Pérez Galdós juega con el nombre de Confusio y lo relaciona directamente con
el sustantivo confusión, para así crear una interrelación entre los dos elementos y hacerle ver
al lector la problemática del país en el propio nombre del personaje.
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También en el Episodio Nacional La revolución de julio, Pepe García Fajardo hace una
confesión clara pero dura contra los de su condición social. Arremete contra la burguesía al
mismo tiempo que exalta la valiente decisión del pueblo de unirse a la causa revolucionaria
que cree una nueva España, una España de nuevos horizontes que los saque de la mayor de las
miserias.
Sentí lástima de aquella pobre gente, y también admiración muy viva, pues desde la
hondura de su vida miserable se lanzaban impávidos a la conquista de una España
nueva. Cuanto tenían, las vidas inclusive, lo sacrificaban por aquel ideal de pura
soñación [...] Y después de pasarse largos días y noches en tan peligrosas andanzas,
volvería cada cual a sus obligaciones. [...] ¿Cómo no admirarles si, en medio de su
ruda ignorancia, advierto en ellos una elevación moral que en mí propio y en los de
mi clase no veo, no puedo ver, por más que la busco?9
El Galdós de principios de siglo XX ve cómo su clase social burguesa ha dejado pasar una
oportunidad de oro para intentar la restauración del país y conseguir que el verdadero
progreso social comience en España. Así, aunque los acontecimientos históricos estén
concentrados en el siglo XIX, Galdós introduce su presente en las obras. Sus incertidumbres
por el momento en que nuestro país se debatía a principios del siglo pasado las deja entrever
en el panorama que nos presenta de desconcierto social burgués en contraposición con el afán
de las clases menos pudientes para salir de su penuria continua. Un Galdós ya maduro trata
los hechos históricos con la ventaja doble de haberlos vivido intensamente por una parte y la
objetividad del paso del tiempo visto con ojos experimentados por otra. Sus anhelos,
incertidumbres y esperanzas las llegó a manifestar en un artículo publicado en el Heraldo de
Madrid el 9 de abril de 1901:
Bien puedo asegurar que la situación presente, de las más críticas en la trágica
historia de mi país, ofrece un nudo muy difícil de desatar. Los que no dudan que será
forzoso cortarlo, discurren sobre si ello debe hacerse violentamente, con cuchillo o
cuidadosamente y suavemente, con tijeras. Esto sería lo mejor; pero nadie puede
prever en qué ambiente y con qué manos ha de efectuarse tan delicada operación.
En los días siguientes a la catástrofe en que perdimos los restos del gran Imperio,
daba pena ver el semblante nacional, menos turbado de lo que a nuestro parecer
pedían la gravedad de aquel suceso y la evidencia de nuestra desdicha. [...] Llegado
el momento de abrir bien los ojos y de ver en toda su desnudez y fealdad el error
cometido, ¿puede un país ser indefinidamente testigo y víctima callada del mal que le
padece sin ponerle remedio? Imposible. Los hombres de más saber político
reconocen que así no se puede seguir, y forcejean dentro de la red que ellos mismos
han tejido, y que les entorpece para toda obra grande de reforma. Pero ninguno se
dedica a romperla con arte, destruyendo siquiera alguna malla por donde sacar un
dedo, después una mano, y llegar por sucesivas rupturas de hilos a la libertad de esta
desgraciada nación, esclava de lo que aquí llamamos caciquismo, tristísima
repetición de los tiempos feudales.10
Las tormentas del 48
José García Fajardo nace de la mano de Benito Pérez Galdós un mes de marzo de 1902 en
una acomodada familia de la localidad de Sigüenza. Nace como el narrador de sus propias
“Memorias” en las que está dedicado plenamente:
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Vive Dios que no dejo pasar este día sin poner la primera piedra del grande edificio
de mis Memorias... Españolas nacidos y por nacer: sabed que de algún tiempo acá
me acosa la idea de conservar empapelados, con los fáciles ingredientes de tinta y
pluma, los públicos acaecimientos y los privados casos que me interesen.11
La primera parte de la obra se centra en la vida juvenil de nuestro protagonista que resulta
ser seminarista en su ciudad natal. Sus buenas capacidades para el estudio lo hacen destacar
en su clase, prometiendo llegar a ser un gran humanista y teólogo. Su buena estrella hace que
sea descubierto por un amigo de su padre que es clérigo, Matías de Rebollo. Este cura es
asesor de la embajada española en Roma y apasionado por las dotes de Fajardo, se decide a
llevárselo a Roma con él para que amplíe estudios y progrese como hombre de bien en Italia:
[...] propuso a mis padres llevarme consigo a la llamada Ciudad Eterna, para que en
ella diese la última mano a mis estudios y recibiera las órdenes sagradas. Por su
posición y valimiento en la Corte pontificia podía el buen señor dirigirme en la
carrera sacerdotal y empujarme hacia gloriosos destinos...12
El mismo Rebollo lo pone en contacto con el cardenal Antonelli y éste a su vez lo pone
bajo su protección y cuidado. La suerte de Fajardo va en aumento aunque surge un inesperado
contratiempo. Se enamora de una de las criadas que el cardenal tiene a su servicio, Barberina,
y este suceso desemboca en la pérdida de confianza del cardenal y su precipitada vuelta a
España. Incluso Fajardo mismo reconoce la atracción que lo pagano comienza a tener en su
vida; ¡qué gran contradicción, lo pagano cobra vida en la primera ciudad y columna vertebral
del catolicismo!:
[...] la inclinación vivísima que a las cosas paganas sentía yo sin cuidarme de
disimularla; [...] mi despego de los estudios teológicos, exegéticos y patológicos, en
los cuales mi entendimiento desmentía ya su anterior capacidad; la insistencia con
que volvía los cien ojos de mi atención a historiadores y filósofos vitandos, y aun a
poetas que mi protector creía sensuales, frívolos y de poco fuste, pues él, por una
aberración muy propia de la monomanía humanista, no quería más que clásicos
latinos.13
Se deja entrever también una velada crítica a la jerarquía eclesial que no permitía la
desviación formativa de los futuros clérigos con obras que no estuviesen en la línea de una
correcta moral católica. Además este mismo conservadurismo se ve desarrollado en la propia
familia de Fajardo. Él mismo cuenta, a su regreso a Sigüenza que:
Mi madre es una santa, que hoy vive petrificada en los sentimientos elementales y en
las ideas de su juventud, creyendo a pie juntillas que la inmovilidad es la forma
visible de la razón [...] en lo demás que atañe a la vida general no quiere entender de
nada: ni discute novedades, ni comprende constituciones, ni se cura de opinar
conforme a estas o las otras ideas, firme en su inquebrantable dogmatismo religioso,
que a lo social y político extiende...14
En su vuelta a España García Fajardo comienza a entrar en contacto con la realidad de su
época. Empieza a participar en una animada tertulia de su localidad donde se dan cita los más
importantes personajes de Sigüenza. La tertulia es fiel reflejo de las diferencias políticas que
se producían en España. Las más opuestas convicciones políticas se desarrollan en el local
que su padre le tenía alquilado al boticario de la ciudad.
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Cada cual lleva su periódico, que lee o comenta: mi padre saca El Faro, que goza
opinión de sensato; el Canónigo desenvaina La Iglesia y El Lábaro, ambos de su
cuerda; el Coronel esgrime El Clamor, órgano del progreso; otro tremola El Heraldo,
y Cuevas, en fin, enarbola El Tío Carcoma, satírico y desvergonzado, pues algo hay
que dar también a la risa y al honrado esparcimiento. Predomina en la botica el tinte
moderado, y contra una mayoría formidable luchan gallardamente los dos únicos
progresistas, el Coronel y el Boticario.15
El regreso de Fajardo a la realidad española le va a devolver su buena estrella y así, gracias
a las buenas amistades de su hermano en Madrid, le va a encontrar un trabajo donde pueda
labrarse un prometedor futuro en la corte. A la llegada de una carta de su hermano, Fajardo se
decide a emprender su viaje hacia la esperanza de nuevos y mejores horizontes laborales:
Añadía mi hermano en la carta que era llegada la ocasión de colocarme, toda vez que
no había para mí, después del desengaño de mi viaje a Italia, mejor arrimo que el de
la Administración pública [...] Quedó, pues, determinado que para no perder tan
dichosa coyuntura partiese yo a la Corte sin dilación, llevándome toda la balumba de
mis libros, los cuales habían de ser mi mejor ornamento y mi garantía más segura de
que no se me volvieran humo las esperanzas cortesanas.16
La ilusión de un trabajo fijo, estable y que no suponga un sobreesfuerzo físico elevado se
manifiesta en estas declaraciones de nuestro personaje que, al igual que hoy, ve en los
empleos de la Administración estatal la salvación a todos sus males laborales y económicos.
Su hermano consigue que entre a trabajar en la redacción del periódico la Gaceta. Su fama
como gran humanista también la lleva a Madrid y gracias a ella consigue que su jefe lo
coloque en una oficina donde no haga nada, pudiendo así cultivar su talento extraordinario y
dedicarse a una vida de fiestas, relaciones sociales y momentos de desenfreno amoroso y
económico que lo llevarán a endeudarse económicamente.
Sus problemas no acaban más que empezar. El nivel de vida que tiene está muy por encima
de sus posibilidades económicas como simple funcionario del Estado. Sus necesidades cada
vez van a más:
Ni los 12.000, ni el doble, si doble fuera mi estipendio, me bastan para la vida que
me doy, y el pie de disipación en que me he puesto. Ya se habrán maravillado los que
leyeran las anteriores páginas de cómo logro sostenerme en una sociedad tan superior
a mis escasos medios. Pero hasta hoy, lo digo sinceramente, no he caído en la cuenta
de que voy andando a ciegas por los caminos más arduos de la vida; y lo peor es que
no puedo retroceder, ni me siento con el suficiente brío de voluntad para detenerme.17
La conquista de un puesto en la sociedad del momento será el motor que lleve a Fajardo a
seguir hacia delante, con la sana intención de conseguir una estabilidad monetaria que le
permita una vida desahogada. Cómo conseguirlo es lo de menos. No debemos olvidar que el
hermano de Pepe ha conseguido llegar a ser lo que es gracias a la usura. Sus aspiraciones a
mejorar su clase social le hacen olvidar las mínimas conductas humanas y perder los
escrúpulos para poder alcanzar su necesitado fin. Pero García Fajardo, a diferencia de su
hermano, se mantendrá firme en su posición de no prostituir sus ideales y de mantener su
espíritu crítico, aunque también está convencido de que esos ideales suyos no van acorde con
la clase social a la que pertenece.
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La hermana de Pepe, sor Catalina de los Desposorios, conocedora de las dificultades por
las que pasa su hermano, decide urdir un plan para conseguir que su hermano pueda casarse
con una señorita de familia acomodada y así poder poner fin a los problemas que su hermano
tenía. Así, consigue que trabe relación con María Ignacia de Emparán, señorita de altos vuelos
que, según su hermana, podría solucionarle todos sus males económicos y sociales. Sor
Catalina empieza a desarrollar su plan aunque su hermano se resista a llevarlo a cabo.
Ciertamente, las primeras palabras que José García Fajardo tiene para la que en un futuro,
no muy lejano, llegará a ser su mujer no son del todo agradables y parecen más bien de
aquella persona enamorada a la fuerza y contra su voluntad:
Hice un mental esfuerzo por descubrir en el rostro de María Ignacia algo que
despertar pudiese admiración o agrado, y no lo encontré, bien sabe Dios que no lo
encontré. En la estricta verdad me inspiro al afirmar que la señorita de Emparán
nació desfavorecida de todas las hadas. Deseando conceder algo, sostengo que es
aceptable su rostro cuando la niña permanece con la boca cerrada.18
La búsqueda de una estabilidad lo aboca a aceptar esta oportunidad que se le presenta de la
mano de su hermana. Incluso sus amistades más cercanas lo animan a que acepte ese grato
regalo que su hermana le ha brindado. Esa oportunidad la debe tomar como un proyecto ya no
matrimonial basado en el amor, sino en un negocio mercantil que lo lleve a salir de su
situación económica angustiosa:
No se ofenda usted de la palabra, Pepe... Colocación: no hay otra manera de decirlo;
y yo, que reparo en soltarle a usted las verdades más amargas, le digo que está
perdido si no se coloca, y que no encontrará, créame a mí, mejor plaza que ésa,
porque no la hay, ni lugar más ancho y cómodo para el descanso de toda su vida... Dé
gracias a Dios y a su hermana, que es para usted como un ángel bajado del Cielo.19
Fajardo que había sido rechazado por sus flirteos amorosos en Roma con la criada del
cardenal, es ahora salvado por su hermana que representa los valores más puros del
cristianismo. Su hermana monja le pondrá un “puente de plata” para que cambie radicalmente
con un giro de ciento ochenta grados toda su vida y empiece una renovada como nuevo
miembro de la aristocracia acomodada y adinerada.
Finalmente la boda se consuma y Pepe García Fajardo pasa a ser miembro de la
aristocracia española. Eso que él comenzó criticando, rechazando y poco menos que
aborreciendo, será lo que le dé la solución a todos sus males.
Extendida está ya la Real cédula del título de Castilla que se concederá al señor de
Emparán. Será regalo de boda del Gobierno a esa familia ilustre, firmísima columna
del Trono y del Altar... Con que ya lo sabes: marqués de Beramendi.20
Su crisis de identidad se agudiza por momentos. Él que rechazaba y criticaba la
inoperatividad de las clases elevadas, va a formar parte de ella muy a su pesar, aunque acabe
aceptando y asumiendo su nuevo papel en la sociedad española del momento.
Mis conocimientos de las teorías o utopías socialistas reviven en mí, y reconozco y
declaro la usurpación que efectúo casándome con Mariquita Ignacia. Yo, señorito
holgazán, inútil para todo; yo, que no sé trabajar ni aporto la menor cantidad de
bienes a la familia humana, ¿con qué derecho me apropio esa inmensa fortuna? [...]
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Afirmo que el mundo es del pueblo, de todos, y que el derecho a los goces no es
exclusivo de una clase privilegiada. La riqueza pertenece a los trabajadores, que la
crean, la sostienen y aquilatan, y todo el que en sus manos ávidas la retenga, al
amparo de un Estado despótico, detenta la propiedad, por no decir que la roba.21
José García Fajardo comienza a ser consciente de que desde el momento de su boda con
María Ignacia de Emparán, empezará a tener que convivir con dos realidades en su interior:
por un lado, es miembro de la aristocracia española a la que se considera la columna vertebral
del trono hispano, y por otro, sigue teniendo sus ideales revolucionarios en defensa de la clase
social trabajadora. La contradicción física y espiritual se manifiesta de forma muy clara.
Desea ser un activo revolucionario, un defensor del pueblo y de sus necesidades sociales pero
es consciente de que se debe a los de su clase social burguesa.
Su mala conciencia burguesa lo lleva a criticar los desmanes sociales que los de su clase
producen sobre los sectores sociales menos favorecidos. Sus profundas y críticas
meditaciones se quedarán en eso, puras y simples reflexiones que no llegarán más lejos que
un simple comentario. Físicamente no desarrolla sus críticas, son sólo elucubraciones de una
mente crítica que desahoga así sus cavilaciones para con los de su clase.
Fajardo en sí es un ser puramente contradictorio. Es fiel reflejo de lo bueno y lo malo de la
sociedad que Galdós vive en su momento. Tiene los rasgos que caracterizan a los de su clase:
adinerado, de buena familia, bien considerado y de honorabilidad intachable. Pero también es
un ser del pueblo llano que quiere luchar por salir de su situación. Fajardo es un trabajador
más que intenta huir de sus pobres condiciones sociales.
Galdós lo crea a imagen y semejanza suya. Él tuvo y tiene una buena condición social que
le ha permitido, a lo largo de toda su vida, una serie de facilidades que no todos los españoles
del siglo XIX se podían permitir. Pero, además, también vive y percibe su alrededor. Lo
interioriza como propio y entiende las necesidades y penurias por las que pasa la clase social
trabajadora en los duros momentos del final del XIX y principios del XX. La historia de España
se ve retratada con los ojos de Fajardo pero con la mente y la pluma de Galdós.
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NOTAS
1 BRAVO-VILLASANTE, C., Galdós visto por sí mismo, Magisterio Español, Madrid, 1976, págs. 35-36.
2 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas III, ed. de Federico Carlos Sainz de Robles, Aguilar, Madrid, 1966,
pág. 64. (Las notas citadas como Obras Completas II y III serán tomadas de la edición realizada por Sainz
de Robles, 1966).
3 Obras Completas II, 1563.
4 Obras Completas III, pág. 67.
5 Ibíd, pág. 84.
6 Ibíd, pág. 245.
7 BRAVO-VILLASANTE, op.cit., pág. 231.
8 Obras Completas III, pág. 563.
9 Ibíd, págs. 103-104.
10 PÉREZ GALDÓS, B., “La España de hoy”, artículo publicado en el Heraldo de Madrid, 9 de abril de 1901,
incluido en el catálogo de la exposición Electra de Pérez Galdós, cien años de un estreno, comisariada por
Ana I. Mendoza de Benito y Elisabeth Hernández Santana y celebrada en la Casa de Colón de Las Palmas
de Gran Canaria entre el 30 de enero y el 23 de febrero de 2001, págs. 124-125.
11 Obras Completas II, pág. 1413.
12 Ibíd, pág. 1414.
13 Ibíd, págs. 1416-1417.
14 Ibíd, pág. 1429.
15 Ibíd, pág. 1430.
16 Ibíd, pág. 1432.
17 Ibíd, pág. 1461.
18 Ibíd, pág. 1479.
19 Ibíd, pág. 1499.
20 Ibíd, pág. 1510.
21 Ibíd, pág. 1510.
467