EVOLUCIÓN IDEOLÓGICA Y ESTÉTICA DE GALDÓS,
A TRAVÉS DE UNA SELECCIÓN DE SUS CRÍTICAS
PERIODÍSTICAS
Mª Dolores Nieto García
De sobra son conocidas las excelentes cualidades de Benito Pérez Galdós como novelista.
También goza cada vez de mayor estima su aportación al género dramático. En cambio, la
contribución crítica de Galdós a la historia de la literatura y del pensamiento no ha sido, a mi
juicio, suficientemente explorada, si bien es cierto que cuenta con algunos interesantes
trabajos, desde el magistral realizado por W.H. Shoemaker en 1979.1
No hay más que fijarse en las cualidades de don Benito como escritor comprometido
consigo mismo y con su época, para comprender que no podía permanecer ajeno a ofrecer sus
juicios y opiniones sobre el arte en general y sobre obras y autores concretos.
No se trata de elevar a la categoría del Galdós novelista al Galdós crítico pero sí de poner
de relieve esa faceta suya bastante más desconocida que otras y que sin duda testimonia que
nuestro autor hace gala de lo que Gracián nos dejó dicho en El Criticón: “Gran juicio se
requiere para medir lo ajeno”.2
Al acercarme a los documentos críticos de Galdós he podido comprobar no sólo esta
agudeza y talento al tratar temas referidos a la literatura o a las bellas artes, sino, sobre todo, y
es lo que más me ha llamado la atención, que, con su método crítico, probablemente ignorado
por él mismo, se adelanta a lo que hoy día consideramos como los parámetros del bien hacer
en la crítica literaria y artística.
Nunca se creyó Galdós con la categoría de crítico, pero el hecho objetivo es que escribió
mucha crítica a lo largo de su vida, y lo hizo en prólogos, revistas, periódicos y cartas: La
Nación, La Revista del Movimiento Intelectual de Europa, La Revista de España, La
Ilustración de Madrid, en Madrid o La Prensa de Buenos Aires, por citar sólo algunas
muestras de ello. Galdós sabía fijarse en la realidad, bien conocidas son sus dotes
periodísticas y su curiosidad por todo lo que le rodeó, pero además sabemos que la vocación
didáctica y el espíritu docente guiaron siempre su pluma.
Galdós había recibido una educación dentro de una normativa clásica, pero su ideología era
progresista y liberal, más cercana al librepensamiento de la Ilustración. Su habilidad consistió
en conjugar norma y libertad, siempre al servicio de unos ideales que se fundamentaban en la
búsqueda de la verdad.
Su primera colaboración en La Nación se remonta al 3 de febrero de 1865, cuando tenía
veintiún años. Pues bien, el 24 de mayo de 1868 ya se queja de la mordaza impuesta por la
censura. Dice que “no puede ocuparse de asuntos serios porque, según el alto criterio
moderno, los asuntos serios no pueden ser sustentados por las débiles columnas de un
“folletín”.3
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Desde el principio de su colaboración en prensa, Galdós tiene que tejer las artimañas que le
permitan decir lo que piensa escamoteando la censura; en esto se convierte en un nuevo
“duende satírico”, como un eslabón más de la cadena que había iniciado anteriormente Larra,
por quien don Benito sintió gran admiración. Parece ser que este tipo de trabas pudo orientar
desde el principio el estilo de Galdós hacia un tono humorístico como vía de escape evasiva
para suavizar y enmascarar la crítica satírica y, a veces, mordaz de muchos de sus escritos.
Galdós escribió artículos de crítica literaria y también hizo metacrítica desde los comienzos
de su actividad periodística, continuando en ello por un espacio no menor de medio siglo. Si
bien es cierto que en lo esencial siguió una misma línea de pensamiento, observamos también
cambios debidos a su propia experiencia y a las coordenadas en las que fue desarrollando su
obra a lo largo de esos años.
Lo que primero llama la atención es la cuestión de los géneros. En los artículos de crítica
literaria de La Nación publicados entre 1865 y 1868,4 y más adelante en una segunda etapa
entre 1870 y 1890, así como en los últimos artículos de autocrítica de la tercera etapa (1890-
1918), Galdós aboga por la supresión de las fronteras entre los géneros literarios, llegando
incluso a proponer la unidad del arte.
Pero es en el prólogo de Los condenados,5 donde encontramos la alusión directa a la unión
novela-teatro: a Galdós le parece “de una tontería inefable” pensar que las dotes del novelador
o del poeta estorben al dramaturgo.
Los críticos no coinciden exactamente sobre en qué momento Galdós asegura la
indiferenciación de los géneros novela y teatro. Para Shoemaker6 esto ocurre desde los
comienzos de la creación literaria del gran autor canario; sin embargo, otros como Palomo
Olmos7 consideran como fecha aproximada de esta evolución alrededor de 1890, momento en
el que adapta para la escena su obra Realidad. Lo cierto es que, a partir de este momento, la
cuestión se convierte en un tópico que preside los siguientes estrenos de Galdós, que se ve
obligado a defenderse de los que censuran este mestizaje de géneros en sus obras. De ahí la
autocrítica que aparece en los prólogos de La loca de la casa (1893), Los condenados (1894),
El abuelo(1897), Alma y vida (1902), Casandra (1905), etc.
A El abuelo pertenece esta cita: “... en esto, como en todo lo que pertenece al reino infinito
del Arte, lo más prudente es huir de los encasillados y de las clasificaciones catalogales de
géneros y formas”.8
El abuelo, pues, constituye uno de los más claros ejemplos de la evolución de Galdós hacia
la unidad de los géneros. La obra que aparece en 1897 como novela, reaparecerá en 1904
como novela dialogada. Los cambios más notables son la supresión de las descripciones y la
mayor fuerza e importancia de los diálogos.
Galdós con esta novedad manifiesta, por un lado, la superación de sus condicionamientos
neoclásicos, tan estrictos en los encasillamientos de los géneros, y, por otra parte, su apuesta
por el teatro como medio más idóneo para conectar con el público más directamente. Los
personajes, hablando en vivo, darán más sensación de realidad y verdad, mostrarán mejor sus
acciones y, de esta manera, podrán influir más en el ánimo del espectador.
Este cambio formal en la obra de Galdós va a ir además emparejado a una evolución
ideológica de nuestro autor, pues los personajes van a hacerse más humanos y complejos,
como corresponde a la realidad y a la verdad que persigue mostrar su autor.
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Esta negativa de la distinción tradicional y rigurosa de los géneros va a caracterizar la
última etapa de la obra de Benito Pérez Galdós. Su lenguaje se va haciendo además cada vez
más sencillo, realista y alejado del tremendismo, contra el que fue extremadamente crítico; y
la narración y la descripción van ocupando menos espacio a favor de los diálogos. También se
advierte la gradual despreocupación de Galdós por el aspecto espectacular y plástico del
teatro, a medida que crece el interés por los diálogos. La explicación está en su tendencia
hacia un teatro leído más que representado, un teatro que, de esta forma, no esté sujeto a
necesidades escénicas. De esta idea se hace eco Galdós en 1889 en Revista Nueva, donde
aboga por un “teatro libre, sin trabas[………]El que ahora tenemos –dice– reducido a moldes
cada día más estrechos, no es más que una engañifla, un arte secundario[………]conviene
hacer un teatro libre, es decir, teatro leído. No hay más remedio”.9
El 3 de diciembre de 1865 escribe Galdós en La Nación una reseña crítica a la obra El
suplicio de una mujer,10 comedia en tres actos de la que figura como autor el periodista
francés Girandin, aunque parece que la obra tiene paternidad múltiple, pues se hace alusión a
“dos ingenios franceses”.11 Creo que la lectura de esta reseña es imprescindible para conocer
al Galdós crítico en el más amplio sentido conceptual y formal de la palabra. Basta con leer
este texto, escrito por Galdós en su juventud, para comprobar su talento crítico, sustentado por
unas cualidades que hoy día podrían servir de preceptiva al moderno estilo crítico.
Se muestra Galdós firme, rotundo, sin dudas ni vacilaciones. Hubiera podido muy bien
emplear un estilo de descalificación demoledora contra su(s) autor(es), no en vano estaba
apoyado por otras reseñas negativas contra la obra en cuestión, sin embargo Galdós, haciendo
gala del mejor talante periodístico, no convierte su crítica en mera censura, sino que extrae
primero los valores positivos, para después, siguiendo un método ordenado, pasar al análisis
de la obra en cuestión.
Elogia al comienzo el “talento poco común” y la “intuición”.12 Justifica dicho talento por la
sencillez del plan, la claridad de la exposición, la ilación de las escenas y la soltura del
diálogo, y la intuición por la habilidad con que el autor resalta las palabras e ironiza “para
encubrir el veneno de su creación”.13 A partir de este punto, Galdós sin asomo de timidez,
comienza las argumentaciones negativas en que apoyará su veredicto final. Arremete ahora
contra los excesos del naturalismo –aunque no asoma este término– que presenta lo
repugnante de la realidad “ofendiendo lastimosamente el pudor del arte” que –dice Galdós–
“no está al servicio de una realidad grosera”. “Todo –continúa– es monstruoso y desgarrador”
y habla de “abominable franqueza”.14
Pero lo que más me llama la atención es que el tono, hasta este momento sosegado, que
emplea para juzgar los valores estilísticos de la obra, cambia repentinamente, volviéndose
áspero, agresivo y malhumorado, cuando se adentra en el contenido y pasa a comentar la
carga conceptual de la comedia. Aquí Galdós se muestra implacable, le sale su vena de
educador, de moralista y vuelca su espíritu más combativo contra el mal moral que puede
actuar como amenaza contra la sociedad. Lo que realmente le saca de quicio es el mal
ejemplo: “hay una lección –dice– execrable de criminalidad secreta, de hipocresía continua,
de engaño sostenido”.15
Parece como si Galdós sintiera en sus propias carnes la ofensa que se le está haciendo al
arte. No soporta ver degradado al personaje femenino, Elena, en su condición de esposa y
madre, porque esa imagen de la mujer supone un atentado contra la familia que para Galdós
es “la institución más santa”.16 Tan solo consentiría Galdós la aparición de un personaje tan
falso y dañino como es esta protagonista, si hubiera en la obra la antítesis bondadosa que
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dejase bien patente el contraste entre ambas actitudes, a modo de lección moral. No soporta
don Benito que el autor intente disculpar a su heroína, poniendo en sus labios que ama a su
esposo; y es que, a Galdós cualquier atentado contra la lógica le parece inadmisible.
El veredicto final con que concluye el texto crítico se desprende de expresiones como
“desconsuelo indefinible”, “repugnancia y hastío” o “...este cuadro...que degrada á la mujer,
deshonra al hombre é insulta á la sociedad entera”.17
La opinión de Galdós es, pues, rotunda, firme, sin embargo, como buen crítico, no adopta
una postura autoritaria; por eso, al final se apresura a dejar bien claro que expone su juicio
“sin la pretensión de imponerlo á nadie”,18 y las últimas dos líneas son de elogio a la
interpretación de los actores.
Cambiando ahora al terreno poético, encontramos que el pensamiento realista y pragmático
de Galdós chocaba con los sentimentalismos de muchas composiciones poéticas que conoció.
Llegó incluso a reirse a veces de los poetas. Sin embargo nos equivocaríamos si creyéramos
que descalificó el género poético en general. Lo único cierto es que fue bastante selectivo en
esta materia. Galdós admira la poesía que sabe combinar pensamiento y sentimiento,
concretados, a la manera machadiana, en las palabras precisas.
Por eso, Galdós admiró a los poetas alemanes, porque para ellos lo más importante es
siempre el pensamiento: “Caminando directamente con un fin moral...” “...plan sencillo”.19
Lo que realmente irritaba a nuestro autor eran los plagios y las pedanterías, es decir,
justamente lo opuesto a sus firmes directrices de sinceridad y observación directa. Arremete
contra la poesía pastoril que encuentra fastidiosa por falsa y artificiosa, y entre los buenos
poetas señala a Bretón de los Herreros, precisamente por la espontaneidad de sus versos.
Para conocer la opinión de Galdós en materia poética, tiene un gran valor testimonial su
reseña a La Arcadia Moderna,20 de Ventura Ruiz Aguilera, aparecida en la Revista de Madrid
el 9 de enero de 1868.
De nuevo nos encontramos ante un texto crítico bien estructurado, rico en argumentaciones
y con una firme valoración.
Comienza con una “tesis” donde expone con claridad la evolución de la preceptiva poética
que viene a ser reflejo de la suya propia. Habla Galdós de “indigesto catecismo de la
ortodoxia literaria”21 aludiendo a los antiguos rígidos parámetros con que se medía el arte en
el siglo anterior, y se queja de aquellos ídolos impuestos por la autoridad ante los cuales
deponemos nuestra flaca razón en un tiempo de “infantil entusiasmo”.
Se lamenta de la época en que “fanáticos con inocencia” “... Nos entusiasmaba la poesía
bucólica propia del arte del XVII, elogiábamos un sistema poético que ahora nos parece falso y
convencional”.22
Salva la poesía pastoril que aparece en España con Boscán y Garcilaso “porque cultivada
por autores de ingenio, establece un método de versificación, depura la lengua, autoriza y da
fijeza a locuciones poéticas, pero nada más”.23
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Manifiesta Galdós su deseo de una nueva poesía “de más trascendencia y aplicación a la
vida”24 en cuanto a los contenidos y “más sencilla...desnuda de artificios, limpia de retórica”25
en cuanto al estilo.
Concluye estas disquisiciones previas al análisis concreto de la obra, dejando bien claro
que una buena poesía es, a su juicio, la que conjuga armónicamente verdad con belleza.
De las cinco composiciones de que consta, Galdós prefiere la titulada Pastores al natural,
precisamente porque pone de manifiesto lo absurdo del clásico mundo pastoril. La considera,
además, la más realista y de más vivo diálogo, por presentar tipos con admirable verdad que
se graban en nuestra mente y parecen personajes de nuestra vida que hemos visto y tratado.
El veredicto final es francamente positivo pues considera que la obra tiene un
“extraordinario mérito”, habla de “amenísimo entretenimiento”, “picante filosofía”, “serena
reprensión de las humanas flaquezas...”etc.26
Dentro de la obra inédita de Benito Pérez Galdós, Alberto Ghiraldo recoge en 1923 bajo el
título de Nuestro teatro una serie de artículos de crítica dramática, aparecidos entre 1885 y
1890.27
En estos artículos manifiesta Galdós la situación decadente del teatro y propone remedios
para su resurgimiento. Asegura que el público está cansado de las viejas formas dramáticas y
dividido; unos se aferran a los viejos moldes y otros pretenden renovar todo el organismo
escénico. Galdós se queja de las trabas impuestas todavía: limitación de personajes, tiranía del
lugar de la escena, corta duración de los actos, etc.:
Hacedle comprender –al público, se refiere– que debe prestar atención a un diálogo
de carácter analítico, que no hay razón ninguna estética para que los actos terminen
con la emoción viva; quitadle de la cabeza la preocupación de los caracteres
simpáticos y el teatro ganará en verdad.28
Galdós concede en este momento mucha importancia a la interpretación: “Ésta
empequeñece las obras o las agranda, las perjudica o las favorece, según la habilidad de los
actores”.29
El 31 de agosto de 1903 Luis Morote escribe un artículo que publica El Heraldo de
Madrid.30 Se trata de un interesante documento que aporta nuevos datos sobre el concepto que
sobre la crítica literaria tiene Galdós en aquella época. Expone Morote el rechazo del autor
canario al tipo de crítica impresionista, precipitada por la urgencia periodística.
Morote reproduce palabras textuales de Galdós “y lo peor es que esa primera impresión,
fugaz, precipitada y sin reflexión, viene a resultar duradera, inefable, como un dogma”.31
Además Galdós exige en este momento tanto al dramaturgo como al novelista, que sean
fieles a una lógica, es decir que no alteren su personalidad literaria; si hay que evolucionar,
que se haga “justificadamente”.
Se advierte, además, la preocupación creciente de Galdós por el receptor; hace hincapié en
la idea de que el autor no debe desorientar a su lector o espectador; nunca debe éste quedarse
perdido ni confuso por la alteración injustificada por parte de aquel de su conducta literaria,
estética o ética: “El autor influye en el público y las ideas generales influyen en los autores; y
el crítico debe ser el conductor de esa doble influencia”.32
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Nunca expresó mejor Galdós su concepto de la misión de la crítica literaria. Rechaza
criterios externos y rígidos y se anticipa a la crítica de nuestros días, insistiendo en la
necesidad fundamental de buscar en la intención del artista y de valorar la obra en sí.
En esta misma línea se mostrará Galdós en sus Memorias de 1916,33 así como en otros
artículos aparecidos también en La Esfera desde el 4 de marzo al 14 de octubre del mismo
año, es decir, cuando Galdós es ya anciano.
Resumiendo, hemos podido comprobar que el pensamiento de Galdós, en materia de
preceptiva crítica y estética, no experimenta un cambio brusco con el paso de los años, sino
que ofrece un proceso de reafirmación y consolidación en unas constantes que identifican al
Galdós ideólogo con el Galdós artista. Abogó por una escritura comprometida, con un
contenido social y moral, servido en bandeja de plata literaria. Supo conjugar la fantasía con
la lógica. Hoy, a comienzos del siglo XXI sigue siendo punto de referencia obligado por su
habilidad para armonizar el mundo clásico con la modernidad, en defensa de unos ideales de
libertad y verdad; y descubrimos en él a un adelantado de los métodos más estimados
actualmente en materia de crítica periodística.
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NOTAS
1 William H. SHOEMAKER, La crítica literaria de Galdós. ÍNSULA. Madrid, 1979.
2 Baltasar GRACIÁN, El Criticón. Editorial Cátedra. Madrid, 1984.
3 Galdós periodista. Edición realizada en homenaje a don Benito Pérez Galdós por el Banco de Crédito
Industrial. Madrid, 1981.
4 Benito PÉREZ GALDÓS Artículos de crítica en La Nación 1865-1866-1868. ÍNSULA. Madrid, 1972.
5 Benito PÉREZ GALDÓS, Los condenados. Madrid, 1894. Galdós censura en el prólogo a los críticos de su
drama e incluso la índole de la crítica teatral y periodística.
6 Ob cit.
7 Bienvenido PALOMO OLOMOS, Benito Pérez Galdós, teoría y práctica de una poética de los géneros
literarios. Madrid 1986 .
8 Benito PÉREZ GALDÓS, El abuelo. Alianza Editorial S.A. Madrid, 1986, p.8.
9 Benito PÉREZ GALDÓS. Revista Nueva., p.638.
10Benito PÉREZ GALDÓS, "El suplicio de una mujer" La Nación, 3.12.65 en Galdós periodista. Ob. cit.,
p.44.
11 Ibídem.
12 Ibídem.
13 Ibídem.
14 Ibídem.
15 Ibídem.
16 Ibídem.
17 Ibídem.
18 Ibídem.
19 Benito PÉREZ GALDÓS Introducción a la reseña de Auroras de Fernández Neda. Se trata de un largo
ensayo sobre lírica realizado en 1865.
20 Benito PÉREZ GALDÓS, "La Arcadia moderna" La Nación, 9.1.68, en Galdós periodista. Ob cit.,p.73.
21 Ibídem.
22 Ibídem.
23 Ibídem.
24 Ibídem.
25 Ibídem.
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26 Ibídem.
27Benito PÉREZ GALDÓS "Nuestro teatro" en OBRAS INÉDITAS. Tomo V. Madrid, 1923. Ghiraldo.
28 Op. cit. pp.152-153.
29 Ibídem.
30 Luis MOROTE, "En Santander, oyendo a Pérez Galdós" en El Heraldo de Madrid, 31.8.03.
31 Ibídem.
32 Ibídem.
33 Benito PÉREZ GALDÓS, Memorias de un desmemoriado, publicadas en 1916 en La Esfera.
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