DICHAS Y DESDICHAS DE LA CIVILIZACIÓN

DE BENITO PÉREZ GALDÓS

Claire-Nicolle Robin

A Roberto Naccarato.

Este texto olvidado de Galdós, Dichas y desdichas de la civilización, se encuentra en Los

Contemporáneos, número 367, y corresponde al primer número del año de 1916, con fecha

del 7 de enero.

Esta revista literaria la fundó Eduardo Zamacois en 1909 y duró hasta el año 1926: se

dedicó durante varios años, como otras revistas contemporáneas y posteriores a publicar

novelas cortas inéditas, luego a publicar teatro, alternando al final, teatro y novelas cortas de

autores recientes. Cada número, que consta de veinte páginas viene ilustrado por varios

dibujantes o pintores, algunos muy conocidos –Bartolozzi, Romero de Torres, Zamora, etc...–

otros injustamente olvidados a pesar de una labor ingente compartida entre muchas revistas,

amén de exposiciones.

Este número que abre el año 1916 consta de varias narraciones, de autores célebres: Emilia

Pardo Bazán –seguramente otro texto olvidado–, Jacinto Octavio Picón, Joaquín Dicenta, el

insoslayable Cavestany, Alberto Insúa, Sinesio Delgado y por fin Benito Pérez Galdós. Es

obvio que para dar lustre a la revista, echó mano la Revista de los más afamados escritores de

la época, como garantía de valor literario. Para Emilia Pardo Bazán, las ilustraciones son de

Moreno Carbonero, para Jacinto Octavio Picón, de Garnelo, para Joaquín Dicenta, de

Benedito, para Eduardo Cavestany de Vicente, para Alberto Insúa, de Mezquita, para Sinesio

Delgado de Tovar, famoso caricaturista y para Galdós, de Bartolozzi. El número integra cinco

narraciones, un poema El Poeta y la Musa, perpetrado por Cavestany y un artículo sintético

de Galdós, Dichas y Desdichas de la Civilización, como remate no sólo del número, sino

también del año pasado y tal vez advertencia para el nuevo.

El interés de este corto artículo estriba en ser un repaso de los últimos decenios de la

Historia de España, tanto en el plano político y administrativo como el plano literario.1 Por lo

corto –y también por la vocación de la Revista dedicada a un público urbano bastante amplio,

curioso pero tal vez sin conocimientos muy completos sobre cuantos asuntos trata el artículo–,

Galdós no cita ni nombres ni fechas, que algunos bien conocidos son. El conjunto del repaso

gira alrededor de dos conceptos harto utilizados entonces desde hacía veinte años:

“civilizacion” y “europeización”, sin que haya equivalencia de sentido entre los dos

conceptos, como lo veremos a continuación.

Haciendo un repaso histórico para medir el grado de “civilización” alcanzado por España,

parte, como no, del 98, del “solar español, tan extenso en los siglos pasados”2 no para lanzar

endechas sobre la decadencia española sino para constatar “que quedó reducido a modestas

proporciones en el andar metódico del tiempo”.3

Lo que llama la atención es el punto de vista decididamente “objetivo” que adopta el

escritor: ni glorias pasadas, ni nostalgias: el tiempo, la Historia, y la necesidad implícita que

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supone la Historia en el sentido filosófico, es decir, la afirmación aquí de una filosofía de la

Historia, a pesar de burlarse a menudo Galdós de los filósofos de la Historia.4

Siempre con su modo burlón de contar la Historia de España, sobre todo cuando va en plan

de crítica, escribe:

Sus notables hijos, por efecto del contacto con otros paises, sintiéronse movidos a

cambiar su civilización castiza por la civilización de otras gentes que llegaron a

ocupar las mejores partes del planeta.5

Sin insistir más en la mofa deliberada de “sus notables hijos”, recalca Galdós un hecho

olvidado a menudo de los historiadores de antes y más de los políticos, el aislamiento en que

vivió España desde el siglo XVIII, tal como aparece en Mon voyage en Espagne de Peyron

(1777-1778, Liège 1783), para recuperarse del esfuerzo bélico del XVII y más, de la guerra de

sucesión de España que la opuso a Francia, terminando el conflicto con la llegada de los

Borbones. Siguiendo un bien trabado plan de enunciación y demostración, o sea siguiendo el

plan de redacción de la Primera Serie de Episodios Nacionales, evoca la sacudida que

representó “la trompetería estentórea de la Revolución Francesa”.6

Siempre sorprende la aparente “ligereza” de Galdós al comentar eventos de mucha

importancia y gran magnitud, como lo hace en los tan mal comentados artículos de La Esfera

del año 15. Pero este estilo altisonante y chusco a la vez se ha de entender como

interpretación de la Revolución Francesa sino como interpretación de la recepción del

acontecimiento por los “pobrecitos españoles”. Más aún: no se trata sólo de la “trompetería

estentórea de la Revolución Francesa” sino de “la estridencia de las revoluciones arregladas o

traducidas para uso casero”.7

“Arregladas o traducidas”: reincide aquí Galdós en una interpretación suya del siglo XIX y

sus pronunciamientos “liberales”: la falta de autenticidad, la imitación constante que hacían

de los otros países. El escorzo temporal y lógico de la frase siguiente, que viene a modo de

conclusión de todo este ajetreo histórico “Tenemos que civilizarnos” insiste en el desfase

entre una realidad dada y una solución “llovida” –como escribe en La Desheredada–, dejando

así poco espacio a una posible acción de la civilización que tendría primero que definirse. Sin

embargo, apuntó en un momento dado una definición o un camino:

[...]y en días más próximos, una voz formidable gritaba: “Tenemos que

europeizarnos”,8 aludiendo claramente a Unamuno.

A partir de estas premisas sobre “los orígenes” de la “civilización” tal como la entendían

los españoles de entonces, empieza realmente el repaso que Galdós hace de la historia de

España en los últimos decenios, haciendo como que valora lo ganado, lo conquistado.

La demostración empieza con una frase: “En largos años de tentativas culturales y

europeizantes... “, que ya da la tonalidad general del repaso, ya que “la evolución de España

es más de forma que de fondo”.9

Más allá de la ya conocida disyuntiva forma/fondo, igual a la de aparentar/ser, el acento

unamuniano se reconoce en el vocabulario: “civilización castiza”10 que se ha de entender en el

sentido tradicional de la palabra, y sobre todo

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Las antiguas virtudes de la raza subsisten precisamente en los pueblos más atrasados,

y al propio tiempo los defectos castizos aparecen con la misma gravedad en los

centros de cultura y las metrópolis de los antiguos reinos.11

A diferencia, sin embargo, del Unamuno de En torno al casticismo, opone “los pueblos [...]

atrasados” a “los centros de cultura”, que tienen un denominador común, “lo castizo”: y este

casticismo, sean virtudes sean defectos, no hacen sino oponerse, sin fuerza para realizar una

nueva síntesis. Podemos interrogarnos sobre el sentido que da Galdós a “virtudes”, si se ha de

entender como Unamuno como testimonio de un ser histórico profundo, para no emplear la

palabra de “intrahistoria” desechada rápidamente por su creador. A nuestro ver por “virtudes”

se ha de entender las costumbres –de todo tipo, morales, intelectuales etc...– auténticas de una

historia sin vestidura añadida venida de fuera. Pero esto no quiere decir que exalte Galdós

estas “'virtudes” sino que las opone a los defectos que lo son por ser imitación.

De este “statu quo” que evidencia la separación entre dos Españas sin comunicación, como

para no hundir al lector en un mar de melancolías o desesperación, salta Galdós a un aspecto,

dice él, “consolador del progreso”: la desaparición, cuando los cambios de gobierno, de la

costumbre de renovar parte del “personal administrativo”. Es evidente que no hay, de modo

claro, una relación entre este problema evocado y el tema general de la civilización. Pero esto

es un ardid irónico del escritor para deshacer este concepto de susodicho progreso o

renovación conquistada: en efecto, insiste, como en Miau, en “las catástrofes”, en el

“terremoto” que suponía el cambio de personal. Luego pone de realce lo que “la flamante

civilización” idea para solucionar esta injusticia: el sistema de oposiciones que termina “en

realidad” en “el compadrazgo y el nepotismo”.12

Con esto vemos el primer ejemplo del sistema que va a emplear Galdós a lo largo de su

artículo: hacer como que alaba para mostrar luego que los resultados son totalmente contrarios

o han tenido, por gracia de la política española, un destino distinto al previsto.

A continuación, la emprende con los políticos, pero siempre en este estilo jocoso-burlesco

que invierte los valores. En efecto, a diferencia de antes empieza por afirmar:

Ved aquí una de las mayores desdichas de nuestra civilización para señalar:

“[...] nuestra imperfecta cultura” [...] en el “cuerpo político” que es “un organismo de

recomendaciones con sangre de influencias y nervios de simpatía.”13

Incidiendo en la crítica hecha desde hace lustros sobre los partidos políticos españoles y

sobre su capacidad “de embadurnar la superficie” en vez de “reformar las costumbres”.

Verdad es que Galdós lo viene diciendo desde sus primeras novelas contemporáneas; pero con

la crisis de fin de siglo, recrudece angustiosamente la crítica. En realidad, al escribir esto, no

señala mayor desdicha que en el párrafo anterior, –el nepotismo en la Administración y ahora

las recomendaciones en la política, lo que viene casi a ser igual en sus consecuencias–, a pesar

de presentarlo de modo distinto. Pero es puro juego, sin cuyo entendimiento no queda clara la

frase:

La civilización y la europeización siguen su camino y avanzan pasando junto a la

justicia sin verla, y en ocasiones, viéndola, la pisotean desdeñosas.14

Civilización y europeización, sueño y mito de una España joven, no son sino coartadas de

un poder, que las acaparó para sus propios fines, desvirtualizándolas de su contenido

verdadero. Tan desoladoras comprobaciones de la realidad, y dichas de modo aparentemente

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tan desenfadado, pocas las hay, como si además quisiera señalar el escritor que ya son

conceptos míticos que piden sustitución por otros conceptos, todavía sin utilizar por unos y

otros.

Después de dedicar al tema político dos párrafos cortos, en relación con el conjunto del

texto, a lo que más preocupaba a los intelectuales y escritores de aquella época, pasa a la

civilización desde el “terreno artístico”, señalando que el concepto de “civilizacion” sigue

siendo el astro polar, el “nuevo ideal, al cual no llega o lo rebasa sin darse cuenta”.15

Estas afirmaciones requererían algo más de espacio para demostrar cómo el concepto de

civilización oculta y encierra a la vez dos dimensiones: el rechazo de lo anterior y el seguir la

moda; por esto opone “formas extravagantes” (atracción por lo que está de moda y sale de lo

habitual) y formas arcaicas que son formas de extravagancia durante el Modernismo.16

Al enfocar el Teatro –y por cierto es la parte más novedosa de su corto artículo–, señala

Galdós las fuerzas nuevas que han nacido y se ejercen sobre éste, para modificar sus

condiciones habituales y hasta su funcionamiento; es decir, denuncia las consecuencias de

cierta “modernidad” entendida en su sentido más lato, lo que revela una extraordinaria

agudeza de juicio. Verdad también que había sido director del Teatro Español en 1912-1913.

Pero asombra siempre lo sintético de su juicio, como lo vamos a ver en la enumeracion de las

nuevas condiciones del Teatro.

Insiste primero –como lo pudo ver de director– en las “peregrinas invenciones de otros

países”.

En un primer tiempo se podría inferir de estos conceptos que Galdós rechaza lo que viene

de fuera –como lo pensó Ricard hace unos lustros–contradiciendo lo anterior en cuanto a la

necesidad de “civilizarse y europeizarse.” Efectivamente añade:

las cuales invaden el nuestro (país) apoderándose de grandes masas del público y

destruyendo el antiguo armadijo de los negocios teatrales.17

En realidad son dos los problemas evocados aquí. Empezaremos por el segundo, el

problema de la crisis del teatro por la inadecuación de los contratos de teatro a las nuevas

necesidades. Para ello, remitimos al esclarecedor artículo, leído aquí en el IV Congreso

Galdosiano en 1990, por Jesús Rubio Jiménez. Evoca dicho artículo el año 1912-1913, en que

fue director del Español Pérez Galdós, poniendo de relieve la voluntad de “regeneración”18 del

teatro de que dio muestras patentes, obstaculizado casi siempre por modas, empresas teatrales

que se limitaban a hacer lo mínimo, hasta la llegada de Tallaví. En cuanto a “las peregrinas

invenciones de otros países, las cuales invaden el nuestro apoderándose de grandes masas de

público” a opinión nuestra no se ha de entender como un rechazo de lo que viene de fuera, ya

que apreciaba el teatro maeterlinckiano de Goy de Silva, el teatro poético que no pudo

representar, sino del desajuste que existe entre la/s moda/s, con sus requisitos precisos y la

capacidad de los dramaturgos españoles a seguirlas. Evoca a continuación el

“Cinematógrafo”, pero otra vez para insistir sobre la “imitación” de los autores noveles y su

incapacidad de integrar el nuevo arte al suyo propio; escribe.

Arrollados por el Cinematógrafo, los autores noveles se acogen al drama policíaco de

fáciles emociones y de estructura folletinesca.19

Conviene primero recordar, como se puede leer en el artículo ya citado de Jesús Rubio

Jiménez, que Galdós se declaró en pro del cinematógrafo:

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No es prudente maldecir al cinematógrafo, como hacen los entusiastas del teatro:

antes bien, pensemos en traer a nuestro campo el prodigioso invento, utilizándolo

para dar nuevo y hermoso medio de expresión al arte escénico.20

El problema, por ende, no está en el hecho o arte mismo sino en la utilización –como lo

demostró antes en la reforma de la Administración– que hacen los españoles de esta nueva

posibilidad: o novelas policíacas –que ya abundan también en la literatura popular, como la de

Joaquín Belda Una mancha de sangre (1909)–, o

en comedias de pura risa, construidas con chistes maleantes y retruécanos que

producen los efectos ridículamente combinados del fastidio y la hilaridad.21

Verdad que Galdós sigue siendo hombre del XIX con su concepción de “la función

adoctrinadora del teatro”,22 pero cuando se echa un vistazo sobre el teatro breve, sin hablar de

las zarzuelas del género chico –cabe recordar que existen 18.000 zarzuelas, que las más

conocidas son las mejores, pero que yacen, al lado, olvidadas una hojarasca de obras bastante

malas– se entiende perfectamente el despecho entre amargado y asqueado que manifiesta el

escritor aquí. Por otra parte, incluso los autores de más relieve no dejaron de incurrir en esas

vulgaridades a base de “chistes maleantes y retruécanos”.

El último problema evocado del teatro es el relacionado con la “dramaturgia nacional”.

Según Galdós:

no sujeta al capricho de las modas, anda muy de capa caída, temerosa de que han de

faltarle pronto escenarios en que manifestarse.23

Si se toma al pie de la letra esta frase, el lector entiende que decae el gusto por el gran

teatro nacional español del Siglo de Oro. Lo cual da cuenta sólo de una parte de la realidad.

Que decayera la afición, en el momento de inventarse y difundirse el cine, es obvio. Y Galdós

nos deja con este único enfoque, tal vez suficiente para el nivel de un artículo corto que se

publica para iniciar un nuevo año. Pero el ya citado artículo de Jesús Rubio Jiménez echa otra

luz sobre este fenómeno, ya que Galdós hubo de vivirlo cuando estaba de director de El

Español.

El contrato con el Ayuntamiento obligaba a estrenar “dos refundiciones nuevas” del teatro

clásico. El año cuando hizo de director Galdós representaron A secreto agravio secreta

venganza de Calderón y El anzuelo de Fenisa de Lope de Vega. La refundiciones se deben,

para la primera obra a Tomás Luceño, conocido también como dramaturgo y a Cristóbal de

Castro la segunda.24 La obligación de estrenarlas hacía que los actores hicieran lo preciso para

no salir despedidos por el público, resultando de ello que se dieran las funciones

“imprescindibles” para cumplir.

De modo que el texto de Galdós resulta sintético en cuanto a los problemas exteriores del

teatro, pero, por sintético, a veces corto en las referencias que debe suplir el lector.

Pasa luego de los problemas “exteriores” del teatro a lo que podríamos llamar problemas

“interiores” o de personas. Siguiendo con el modo burlón e irónico empleado antes, o sea

anunciar una conquista de la civilización para desbaratarla al terminar el párrafo, inicia el

párrafo siguiente con esta frase algo altisonante:

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De estas desdichas de la civilización, que tan pronto se precipita como retrocede, nos

consuela el hecho de que la raza no ha cesado en su fecundidad. Jóvenes muy bien

dotados aparecen … 25

Es de notar primero que Galdós emplea el lenguaje al uso al escribir “raza”, como lo hacía

Unamuno en En torno al casticismo, que significa al mismo tiempo pueblo, civilización,

según los casos y que nada tiene que ver con la etnología. Esta vez, se ejerce la ironía sobre el

desfase entre esos “jóvenes muy bien dotados”, que descuellan en la novela y el Teatro, “sin

desmerecer de sus predecesores” –lo que prueba una vez más si era necesario demostrarlo, lo

atento que seguía siendo Galdós a cuanto se producía en el suelo patrio– y “la forma

anticuada de los banquetes y comistrajos en que los admiradores se reúnen para discursear y

festejarse unos a otros”.26

Desajuste esta vez entre la creación moderna y una forma anticuada, inversión del

parámetro anterior en que la forma, lo exterior engañaba sobre el fondo, pero el resultado es

igual de desolador, sobre todo, cuando Galdós escribe que se reúnen “para discursear y

festejarse unos a otros”, olvidando al primer interesado, el público: literatura o arte

nombrilista semejante al que iba a existir en España, como lo dice Vázquez Montalbán, hacia

los años 60 en la novela. Pero la ironía de Galdós no se basta con recordar este rito cultural

español: lo contrapone a “la calamidad de los tiempos, la carestía de las subsistencias y la

escasez de metálico circulante”.27

Es una de la pocas veces en que Galdós interviene muy directamente en lo social,

oponiendo sin mediación de personajes o fábulas la riqueza de unos a la pobreza de otros. En

este texto, es la única alusión precisa a un contexto y un hecho determinado. Por otra parte, el

ritual español del comistrajo, si anula al público, tampoco ayuda a conformar una cultura

nacional, asegurando cierto bienestar –aboga “pro domo” el escritor– a los creadores:

Pasados el bullicio y la indigestión el escritor festejado se queda perplejo

acariciándose la frente, requiriendo en ella nuevos pensamientos para recomenzar su

tarea. El pan se aleja. Hay que correr en busca de otra hogaza.28

Este problema de la cultura nacional, de la creación de algo que se puede llamar la

“pirámide cultural” es añoranza constante en Galdós, tal vez nunca expresada tan sencilla y

hondamente como aquí, añoranza suya pero también de otros escritores de la nuevas

generaciones como Dicenta, Zamacois y otros muchos, preocupación mucho más presente en

éstos que no en los de la generación fini- y primisecular.

La última parte del artículo, la más larga, en vez de tomar asuntos determinados como la

política, la administración, la literatura, se explaya a temas más generales, como si fuera un

artículo periodístico, alrededor del tema inicial. “Debemos civilizarnos,” pero con otra

motivación, el de romper el encierro –isolacionismo– en que se encuentra España, y más en

1916:

[...] es forzoso que nos civilicemos, que podamos alternar con el mundo vistiendo

nuestros cuerpos y nuestras almas a la europea.30

Primero, podemos notar que establece aquí Galdós una correlación entre “civilizarse” y lo

“europeo” interesante de analizar: es como si Galdós, queriendo salir del aislamiento político

y cultural en que se encuentra España, invitara a los españoles a entrar por fin en el concierto

europeo, cambiando las líneas acostumbradas de su política. Por otra parte, establece una

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disyuntiva entre “cuerpo” y “alma” que desarrolla a continuación, no para indicar que España

no sabe vestir a la moda –que ya se están desarrollando en Madrid tiendas de modas que serán

famosas algunos años más tarde–, sino para oponer, una vez más, la discrepancia existente

entre lo aparente y lo real, con un símil bastante gracioso, a pesar del tono desconsolador:

[...] en el indumento de los cuerpos empezamos por el sombrero y los guantes,

dejando para luego las levitas y chalecos, y para lo último la camisa, que por su corte

y tejido es la misma de la Edad Media.31

Al tiempo que patentiza el desfase entre lo interior –lo castizo que diría Unamuno– y lo

exterior, vuelve a insistir sobre la falta de cohesión –tantas veces recordada en todos los

escritores– entre los españoles, lo cual impide cualquier movimiento para adelante:

Españoles hay que ávidos de manifestar su amor al progreso no lo consiguen por

hacerlo impremeditamente, sin ponerse de acuerdo unos con otros.32

Es obvio que recuerda este texto el artículo de 1903 Soñemos, alma, soñemos en el que

pedía “un sueño constitutivo y crónico”33 para todos. Pero esta incoordinación española se

desarrolla en otra imagen que constituye en realidad, y en diferentes planos, el final del texto.

La mejor encarnación para Galdós de esta insubordinación, incoordinación españolas es el

reloj. En el barrio donde vive, “barrio modernismo” escribe, todos los relojes suenan

desacompasadamente, con horario “variadísimo”. Luego, humorísticamente, cuenta el

devaneo de seso que supone para él, ciego, saber la hora. Recuerda el trozo al principio de La

Busca de Baroja. Pero el extender toda la problemática de la necesaria europeización a la

imagen de un reloj tiene más enjundia de lo que parece.

Primero, se puede recordar que el reloj es el símbolo de la regularidad mecánica, armónica,

tal como la concibió Leibnitz; que esta regularidad armónica es portadora de la Utopía, o sea

de la proyección en un porvenir de una idea del hombre y de la sociedad. Faltando la debida

concertación en los instrumentos creados para medir el tiempo –sustrato de la creación–, se

derrumba el sueño del porvenir, incluso cuando Galdós lo cuenta con gracia:

Toda mi paciencia y el detenido estudio que he puesto en el lenguaje de las

campanas, no me han bastado para llegar al conocimiento de las horas nocturnas.34

Por otra parte, tal vez se encuentren de Galdós otros textos más tardíos que éste, pero algo

llama la atención: en su primera novela –La Fontana de Oro– describía el reloj parado de las

de Porreño –reloj que analizó y comentó muy atinadamente Sadi Lakdhari en un artículo

difícil de encontrar ahora–,35 como si este reloj parado fuera ya, antes de empezar a crear su

obra, una imagen de referencia de España. Y termina su obra con relojes, no parados, sino

desconcertados entre sí, lo que vale tanto como un reloj parado, salvo el ruido. Y esta

oposición, silencio de las tumbas y del pasado / ruido de lo moderno viene a rematar los

demás comentarios en su repaso de la historia de España.

El último párrafo, después de tan desconsoladas observaciones sobre la inmovilidad

profunda y destructora de España, parece al contrario dejar un resquicio de esperanza: el ciego

sólo puede confiar en los gallos y en los tranvías para saber “cuando es de día”, como cantaba

el romance del prisionero. Dos esperanzas al final: la Naturaleza y el trabajo del hombre. Pero

Galdós no puede terminar un texto de modo tan abrupto, sino con un último diálogo, esta vez

con la “Civilización” que llega con el alba –imagen que se utilizará mucho en los años

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siguientes en la poesía comprometida–, con la cual se pone a “parlotear. Y a los reproches del

autor de haber introducido relojes” que son “tantos y tan desconcertados entre sí”, contesta la

Civilización:

Querido Simplicio, estas costumbres relojeras y otras de orden distinto y más

trascendentes, obra mía son; pero tan mal concertadas, que yo que las traje tampoco

las entiendo.36

lo que vale tanto como afirmar el fracaso de la Civilización, desdicha última.

Este texto de Galdós, tal vez el último, por lo menos uno de los últimos es en sí

emocionante, conociendo el estado de salud del maestro. Pero al mismo tiempo alegra al

lector, el ver cuán atinadamente percibe el mundo, diciendo verdades entre ironía y humor,

como siempre, pero dominando esta vez la amarga ironía, sin perder su modo gracioso de

contar y hablar con imágenes que hilvana de párrafo en párrafo. Además, es uno de los textos

más sintéticos que se pueden encontrar sobre cuarenta y cinco años de la vida de España, y a

veces tan sintético, como en lo que se relaciona con el teatro, que el lector no percibe el

conjunto de lo aludido. Por otra parte, en comparación con otros autores cuyas memorias o

diarios se publican ahora en Francia –aludidos directamente a Paul Morand, gran escritor por

lo demás–, no incurre en las ñoñeces o desfases temporales e históricos, que dicen que es de la

senectud, y mantiene alerta el sentido crítico, sin que la desesperanza, tal vez subyacente,

aparezca de modo evidente. Deja una puerta abierta, como al final de Cánovas: ahí siguen dos

valores o entidades en pie: la Naturaleza y el hombre, el maquinista que acciona el tranvía, el

movimiento, la circulación de los hombres, y más allá, la de las ideas.

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NOTAS

1 Citaremos por la fotocopia hecha a partir de la Revista, dividiendo el texto en tres páginas como consta en el

original, y distinguiendo las columnas con las letras a y b.

2 Benito Pérez Galdós: Dichas y Desdichas de la Civilización, p. 1a. Citaremos en las notas siguientes el texto

sólo con la abreviación Dichas y...

3 Ibíd., p. 1a.

4 “La historia no es filósofa cuando está pasando, sino después que ha pasado, cuando vienen los sabios a

ponerle perendengues...” Benito Pérez Galdós: España Trágica, Madrid, Perladado, Páez y Compañía,

1900, cap. XIV p. 149.

5 Dichas y…, op. cit. p. 1a.

6 Ibíd., p. 1a.

7 Ibíd., p. 1a.

8 Ibíd.. p. 1a.

9 Ibíd, p. 1a.

10 Ibíd, p. 1a.

11 Ibíd., p. 1a.

12 Ibíd., p. 1b. Todas las citas proceden de la misma página.

13 Ibíd., p. 1b

14 Ibíd., p. 2a.

15 Ibíd., p. 2a.

16 El personaje que mejor encarna esta moda arcaizante y extravagante es Ruderico en El crimen de ayer

(1907) de Joaquín Dicenta, en particular en la escena XVI del acto primero.

17 Ibíd., ambas citas proceden de la p. 2a.

18 Jesús Rubio Jiménez: Pérez Galdós Director Artístico del Teatro Español (1912-1913): Contexto y

significacíón in Actas del Cuarto Congreso Internacional de Estudios Galdosianos (1990), Las Palmas de

Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1993, Vol. II, p. 544. En las notas siguientes

citaremos la obra sólo por Pérez Galdós director artístico..

19 Dichas y ... op. cit., p. 2a.

20 Jesús Rubio Jiménez: Pérez Galdós director artístico... op. cit., p. 544.

21 Dichas ... op. cit. p. 2a.

22 Jesús Rubio Jiménez: Pérez Galdós director artístico… op. cit., p. 531.

23 Dichas y ... op. cit., p. 2a.

24 Jesús Rubio Jiménez: Pérez Galdós director artístico... op. cit., p. 531.

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25 Dichas y .... op. cit., p. 2a.

26 Ibíd.. proceden ambas citas de la p. 2a.

27 Ibíd.. p. 2a.

28 Ibíd, p.2a.

30 Ibíd., p. a-b.

31 Ibíd., p. 2b.

32 Ibíd., p. 2b.

33 Benito Pérez Galdós: Obras Completas. VI. Novelas. Teatro. Cuentos. Miscelánea. Madrid, Aguilar, 1961,

p.1485.

34 Dichas y .... op. cit., p. 2b.

35 Sadi Lakhdari: L'horloge arretée dans les romans de Benito Pérez Galdós , París Ibérica III, 1981, Cahiers

ibériques et ibéro-americains de l'Université de Paris Sorbonne, pp. 47-57.

36 Ibíd., p. 3b.

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