GALDÓS Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Dolores Troncoso Durán

La crítica ha reconocido siempre la patriótica intención galdosiana de prestar ayuda

humana, social y/o política a su país latente en toda su obra. “Galdós se puso a escribir

novelas –aseguraba Amado Alonso ya en 1953– porque se sentía con una misión nacional que

cumplir: alumbrar la conciencia de los españoles y mejorar su índole política”.1

En 1913 el propio don Benito señalaba ese valor didáctico que había guiado su oficio:

“Creo que la literatura debe ser enseñanza, ejemplo. Yo escribí siempre … con el propósito de

marcar huella”;2 más de treinta años antes, tratando de defender los logros de la Gloriosa ante

el amenazador ambiente sociopolítico de 1870, el joven periodista Galdós opinaba en Revista

de España que aunar “voluntades dispersas” era “sin duda empresa hábil, prudente y

patriótica, que indica fines nobles y conocimiento real de lo que somos”;3 poco después,

comenzaría a ofrecer a los españoles ese conocimiento real de sí mismos al iniciar la

recreación de la historia del siglo XIX en sus Episodios nacionales. Y un alter ego suyo, Tito

Liviano, el narrador-protagonista de la quinta serie, afirmaba en La primera república (1911):

“vi en mi mente con absoluta claridad que mi papel en el mundo no era determinar los

acontecimientos, sino observarlos y con vulgar manera describirlos para que de ellos pudieran

sacar alguna enseñanza los venideros hombres”. Pero ni el avispado Tito Liviano con ayuda

de su profética madre Mariclío, ni el creador de ambos con toda su visión histórica, podían

imaginar que ese propósito de ayudar a hombres venideros llegasen a ejercerlo sus textos

quince años después de muerto su autor y muchos más desde que los había escrito.

Mi comunicación pretende simplemente recordar cómo ciertos fragmentos de dos

Episodios de la primera serie, El 19 de marzo y el dos de mayo y Napoleón en Chamartín,

fueron utilizados por el gobierno de la Segunda República Española con el mismo propósito

patriótico con que su autor los había escrito en 1873, aunque en circunstancias bien

impensables por entonces. Trataré de reconstruir las circunstancias de este suceso, pero desde

ahora adelanto que no es mucho lo que he podido averiguar.

A primeros de octubre de 1936, Madrid sufre los primeros bombardeos aéreos mientras las

tropas del general Franco van acercándose peligrosamente; a mediados de mes, han llegado a

Sigüenza y Robledo de Chavela por el noroeste y noreste y a Illescas por el sur. El día 19,

firma Franco las siguientes instrucciones “concentrar en los frentes de Madrid la máxima

atención y los medios de combate de que se dispone, a fin de precipitar la caída de la

capital”;4 en la capital cunde el pánico y el propio don Manuel Azaña, presidente de la

República, opta por instalarse en Barcelona. El 25 de octubre se corta la línea férrea de

comunicación con el sur, y el 29 las columnas del general Varela están ya a las puertas de

Getafe y Leganés cuando son detenidas por los primeros tanques republicanos llegados a

Madrid. El 30, el parte de guerra de Salamanca expone que la artillería rebelde puede

bombardear los suburbios de Madrid “ya que sólo distan dieciséis kilómetros”. El resultado

son ciento veinticinco muertos y más de trescientos heridos civiles. Intelectuales y artistas

entre los que encontramos a Ramón Menéndez Pidal, Enrique Navarro Tomás, Victorio

Macho, Antonio Machado o José Moreno Villa, firman un escrito denunciando estos

bombardeos de la población civil. La dramática situación de la ciudad puede comprobarse en

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cualquier hemeroteca: mientras los periódicos de principios del mes tienen el número de

páginas habitual, desde mediados la escasez de papel obliga a publicarlos con sólo una doble

página, y aunque trata de mantenerse el tono de entusiasmo sobre los éxitos bélicos de la

República, comienzan a aparecer artículos sobre la necesidad de evacuar a los niños, el modo

en que se racionan los alimentos, los homenajes a conocidos personajes muertos en los

diversos frentes, etc. Entre esas desesperanzadas noticias, y junto a numerosas críticas a la no

intervención de las potencias democráticas o a los apoyos más o menos simbólicos que envía

la Unión Soviética, aparece el día 29 en varios periódicos como El heraldo de Madrid, El

liberal o Informaciones, una nota que, por su idéntica redacción, debe suponerse enviada a

todos ellos por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Dicha nota anuncia “El

germen de una gran editorial del Estado” cuyos objetivos expone:

dentro de los apremios de la actual situación esas publicaciones serán, en el frente y

en la retaguardia, un arma más al servicio de un gran imperativo: ganar la guerra.

La nota anuncia que “junto a folletos y relatos históricos, publicaremos cuentos y novelas

breves que tengan un valor social y combativo” y propone que las nuevas publicaciones

recojan “los episodios de nuestra lucha actual, el heroísmo y la iniciativa del pueblo en armas,

las experiencias de la vida en el frente, etc.”

En el tono populista esperable de un gobierno de coalición entre republicanos, socialistas y

comunistas, que además intenta incorporar a la CNT, de un gobierno acosado por el ejército

rebelde, se invita a colaborar en dicha iniciativa “no solo a los escritores y periodistas sino

muy en especial a los trabajadores, campesinos y soldados que sientan en esta hora vocación

literaria” porque “en el actual despertar de España debe oírse también la voz del pueblo para

la elaboración de la nueva cultura”.

El diario ABC, el único cuya redacción reelabora la nota ministerial, apoya la iniciativa

recordando el origen popular del Romancero y las críticas de André Gide al elitismo de la

literatura francesa en el Congreso Internacional de Escritores para Defensa de la Cultura de

1934.

Ignoro si el llamamiento del Ministerio, que incluía oferta de ayudas y premios, tuvo eco

entre “obreros campesinos y soldados” ya que de esas anunciadas “Ediciones de la guerra

civil”, sólo he conseguido encontrar tres números y en un anuncio del lugar donde se

imprimieron, Artes Gráficas Aldus, publicado el 18 de diciembre se citan nueve títulos entre

los que sólo esos mismos tres pertenecen a la proyectada colección. El último, que acabó de

imprimirse el treinta de noviembre, fue el Romancero de la guerra civil que reúne poemas de

Altolaguirre, Aleixandre, Alberti, Prados, Hernández, Lorenzo Varela, Bergamín, Dieste …

Su prólogo, sin firma, explica que dichos poemas respondieron a una propuesta de la Alianza

de Intelectuales hecha en los primeros días del levantamiento, y que habían ido apareciendo

todas las semanas en El mono Azul, la revista dirigida por Rafael Alberti y Mª Teresa León.

Ahora, se recogen ordenados como épicos, líricos, burlescos, etc., romances que giran

temáticamente sobre la contienda.

Los otros dos folletos, publicados a mediados de noviembre, son los ya citados fragmentos

de los Episodios y su adecuación al dramático momento en que aparecen, cuando el asedio y

bombardeo de Madrid es más fuerte y se cree eminente su caída, habla de unos editores que

conocían bien la obra galdosiana y supieron elegir los textos más indicados.

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El primero, titulado El 2 de mayo, se termina de imprimir el 14 de noviembre del 36.

Reproduce los capítulos XXV al último de El 19 de marzo y el dos de mayo que relata como

Gabriel, su narrador-protagonista, mientras busca ayuda para esconder a Inés de los Requejo

en la mañana del 2 de mayo de 1808, se sorprende al encontrar una enardecida multitud en las

calles de Madrid. Las explicaciones de Pacorro Chinitas truecan su indiferencia ante los

sucesos en entusiasta participación en el intento de impedir la salida de España de la familia

del rey. Abundan en estos capítulos párrafos que describen el ardor de un pueblo abandonado

por sus más altas instancias y malamente armado contra un poderoso ejército invasor:

Su artillería avanza ¡Ah perros! Todavía somos suficientes aunque pocos ¿queréis a

España? ¿Queréis este suelo? […] Pues ahí está, ahí está dentro de esos cañones lo

que queréis […] Aquellos hombres que hacían fuego desde la tapia han perecido

todos. No importa. Cada muerto no significa más sino que un fusil cambia de mano,

porque antes que pierda el calor de los dedos heridos que lo sueltan otros lo agarran.5

También la prensa republicana presentaba el asedio a Madrid como un ataque del fascismo

internacional a un pueblo que se gobernaba legalmente a sí mismo y que se sentía huérfano

ante la marcha de sus autoridades a Valencia.

Y si Gabriel comenta como algo que “raras veces presenta la historia”, ese “sentimiento

patrio [que] no hace milagros sino cuando es una condensación colosal, una unidad sin

discrepancias de ningún género”,6 un artículo testimonial de Hora de España publicado en

agosto del 38 y titulado “Madrid-noviembre 1936” describe:

en las calles de Madrid, en Madrid, todos teníamos el mismo rostro. Nadie hablaba

porque nada había que decir solo los ojos sabían hacerlo y se miraban unos a otros

para hallar la respuesta fiel a aquello que decían […] Aquel mirarse y aquel silencio

nos enlazaban a todos íntimamente; todos nos hallábamos unidos.7

La coincidencia entre el contenido del segundo folleto extraído de los Episodios, y las

circunstancias en que se publica en estas Ediciones de la Guerra Civil el 21 de noviembre del

36, queda clara ya en su subtítulo: (fragmento sobre la defensa de Madrid y el heroísmo de

los madrileños). Para elaborarlo se seleccionaron de los capítulos XII a XXX de Napoleón en

Chamartín, aquellas partes que describen cómo se constituyó el cuerpo de voluntarios ante la

abrumadora minoría de tropas españolas de la capital frente al ejército traído por el

emperador, la escasez e inadecuación de sus armas, y la poca eficacia de su heroica

participación:

La milicia llamada honrada, –evoca el anciano narrador del episodio– se formó por

enganche voluntario […] Hízose aquella llamando a todos los ciudadanos desde diez

y seis a cuarenta años, y declarando derogadas todas las excepciones que establecen

las Reales Ordenanzas […] para el reemplazo del ejército […]. Bastaron pues pocos

días para que las filas de la guarnición de Madrid se llenaran con muchos miles de

hombres […] que casi en general carecían de fusiles, y estaban tan ignorantes de lo

que habían de hacer como la madre que los echó al mundo.8

En 1966, historiando la guerra civil, escribe Tuñón de Lara:

En plena defensa de Madrid (puedo aportar mi propio testimonio) se reclutaba

voluntariado sin formalidades de ninguna clase para integrarlo en las columnas y

unidades de Milicia que estaban en línea y se organizaban incluso nuevas unidades

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de Milicias de voluntarios, con todos sus mandos incluidos […]. Los reclutas

presentados en octubre tardaron mucho en ser operacionales.

en todos los locales de sindicatos, partidos y juventudes, se reclutaban nuevos

voluntarios que las más de las veces, marchaban sin armas a la línea de fuego.9

También coinciden ambos relatos en lo referente a la fortificación defensiva de la ciudad:

Morla dirigió las obras de defensa –narra Gabriel–, que consistían en grandes fosos

abiertos fuera de las puertas de Fuencarral, Santa Bárbara, Los Pozos, Atocha y

Recoletos; en aspillerar toda la muralla de la parte norte; en desempedrar las calles

de Alcalá, Carrera de San Jerónimo y calle de Atocha para levantar barricadas, y, por

último, en fortificar el Retiro con trincheras.10

La ciudad –escribe Tuñón– se fue llenando poco a poco de guerra, de trincheras, de

parapetos, de sacos terreros. El paseo de Rosales, mirador de los fondos velazqueños

de la sierra, era ya toda una línea de trincheras. A veces no se podía doblar una calle

porque había un allí un nuevo parapeto de piedras y sacos.11

Se elimina el episodio de los cartuchos rellenos de arena, que suponía un traidor entre las

autoridades encargadas de repartir armas al pueblo, y se suprime cualquier fragmento de los

varios que podemos encontrar en cualquiera de los dos Episodios donde se haga alusión a

heridos o muertos civiles en las calles. Aún así, no puede ocultarse la victoria napoleónica con

que terminaron las dos ocasiones en que el pueblo de Madrid intentó defender su

independencia, por lo que un anónimo prólogo advierte:

este fracaso de los bravos madrileños de entonces, atendiendo a las causas que lo

originaron, puede resultar del más alto interés para los vencedores de hoy […]. La

llamada Junta Central no era un gobierno popular, sino una reunión de señores

discretos. Madrid tenía voluntad de vencer, pero no tenía ni dirección ni medios […].

La batalla que hoy tenemos ante nosotros planteada quedaría bien pronto resuelta a

nuestro favor si nuestros milicianos todos supiesen luchar y morir como este heroico

Gran Capitán.12

No es ésta la única vez durante la guerra civil en que la propaganda republicana se vale de

Galdós. Un artículo de El Mundo Gráfico informa de que un grupo de milicianos se ha

reunido ante la casa en que murió don Benito para conmemorar el diecisiete aniversario de su

muerte en enero del 37; el articulista añora la pluma galdosiana para escribir el “episodio

nacional” que ahora están viviendo, y comenta “su ausencia se nos ha hecho más sensible

desde que rugen sobre España las cóleras de la revolución y la guerra”.13 Pocos días después,

también el periódico Estampa rinde homenaje al autor de los Episodios con un artículo

titulado “La casa de Galdós bajo las bombas” con diversas fotos de la calle Hilarión Eslava

destruida por los bombardeos excepto la casa de Galdós que, según el periódico, “ha sido

respetada”.14

Más revelador aún resulta el artículo publicado por Rosa Chacel en Hora de España en

febrero del 37 que, sin aludir a los fragmentos publicados por el Ministerio tres meses antes,

confirma el acierto de haberlos seleccionado:

El que quiera cobrar alientos en la lucha actual […] hunda su pensamiento en las

páginas galdosianas […] Las páginas de Galdós, estas que describen las vicisitudes

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de España en la pendiente de sus Episodios […] contemplan todos los momentos de

la pasión de nuestra patria y, sin ensalzarlos, los eternizan […]. Todo el que quiera

recordar y esperar, todo el que quiera sustentar su confianza en el cimiento

inconmovible de las amarguras superadas, busque estas fuentes originarias de donde

brota el caudal que hoy nos nutre y que nutrirá nuestro futuro.15

Por otra parte, la evocación del parentesco entre la situación de Madrid en noviembre del

36 y la de esta misma ciudad durante la invasión napoleónica, debió ser bastante común en

ese primer otoño de la guerra civil. Así, en la “Hoja semanal de los intelectuales antifascistas

por la defensa de la cultura”, El mono azul del 5 de noviembre el artículo “Madrid se

defiende” aparece ilustrado con la fotografía del cuadro de Los mamelucos de Goya con la

siguiente leyenda al pie: “el pueblo madrileño defendiéndose de las hordas africanas traídas a

España”. Y el diario Informaciones reseña una asamblea del Arte de Imprimir celebrada en el

Teatro Calderón el 17 de octubre, en la que su presidente “Buscó acertadísimos parangones en

la historia universal y refiriéndose a la invasión francesa, hizo resaltar que todos los políticos

del mundo creían en el triunfo de Napoleón” y terminó “Es en la historia donde hemos de

estudiar el pasado para preparar nuestro presente y construir nuestro porvenir”. Esta idea,

heredera de concepto ilustrado de la historia como maestra, había sido defendida con

diferentes formulaciones por Galdós.

No he pretendido más que aportar unos datos que confirmen cómo ese propósito de

“marcar huella” que Galdós señalaba como guía de su obra, siguió vivo años después de

muerto su autor y que el patriotismo que según Amado Alonso movió a Galdós a escribir sus

Episodios nacionales, continuó funcionando en los años de una guerra que enfrentó a los

españoles como varias veces a lo largo de su vida había temido don Benito.

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NOTAS

1 Alonso, Amado, "Lo español y lo universal en la obra de Galdós", en Materia y forma en poesía, Madrid,

Gredos, 1953, p. 232.

2 Caudet, F. y J. M. Martínez, Pérez Galdós y Clarín, Madrid, Júcar, 1993, pp. 144-145.

3 Revista de España, XXIV (1870) pp. 608-609.

4 Citado por Tuñón de Lara, La España del siglo XX, Madrid, Laia, 1966, p. 601.

5 El 2 de mayo, Madrid, Ediciones de la Guerra Civil, 1936, p. 9.

6 Ibídem, p. 7.

7 Chacel , Blanca, "Madrid-noviembre 1936", Hora de España, XX (1938), p. 39.

8 Napoleón en Chamartín, Madrid, Ediciones de la Guerra civil, 1936, p. 4.

9 Tuñón de Lara, cit., pp. 633 y 609.

10 Napoleón en Chamartín, cit., p. 5.

11 Cit. p. 615.

12 Prólogo a Napoleón en Chamartín, cit. p. 2.

13 José Romero Cuesta, "Los milicianos ante la casa de Galdós", El Mundo Gráfico, 6 de enero de 1937.

14 Cimorra, Clemente, Estampa, 16 de enero de 1937.

15 "Un hombre al frente: Galdós", Revista de España, II, febrero de 1937, pp. 48-50.