UCRONÍA DE LOS ÚLTIMOS TEXTOS GALDOSIANOS

M. Ángeles Varela Olea

La desorientación temporal y la firme voluntad de oposición al despotismo y a la

intransigencia concurren en los últimos personajes galdosianos como síntomas claros de la

esquematización simplificadora de los males nacionales que Galdós denunciaba por aquellas

fechas, y que se convirtieron en prioridad en sus últimas obras, según fin y forma

regeneracionistas. Es el reflejo de esa “alternativa vital” de la que acaba de hablar Stephen

Miller en este mismo Congreso, y que caracteriza la experimentación creativa del escritor

maduro.1

Acogido Galdós a la forma del utopismo ensoñador, el tiempo pasado y el presente se

identifican, porque la persistencia del mal que el intelectual denuncia lo instala en un tiempo

psicológico de extrema duración en su inmutabilidad, pero cuya progresión se entiende

suspensa, pues, al no admitir los regeneracionistas un proceso evolutivo en nación tan

degenerada como la nuestra, el tiempo no ha transcurrido: la España fundada en el siglo XV es

la misma que en el siglo XX. Así, si el caciquismo es, en palabras de Azcárate, Costa o Silvela,

feudalismo de nuevo cuño practicado con más crudeza e injusticia que siglos atrás, el

personaje que recrea la Castilla medieval vive en un entorno tan hostil y opresor como el que

contempla el autor del siglo XX. Aquel fanatismo inquisitorial al que se enfrentan los

labradores de la Castilla de los Comuneros es el mismo que el escritor contempló en filas

carlistas, y el mismo que persiste en la opinión pública española al estallar la 1a Guerra

Mundial.

En 1901 Costa invitó a Galdós a participar en las sesiones del Ateneo madrileño en las que

se discutía el problema de la Oligarquía y el caciquismo como la forma actual de gobierno en

España. Asimismo, le envió las pruebas de los informes ya leídos, señalándole los capítulos

que creía serían más de su agrado. Al poco, Galdós escribió a Costa confesando haber leído

con deleite el texto y haber utilizado varias de las ideas allí expuestas para el trabajo que en

esos momentos le tenía ocupado, y que era su artículo sobre el clericalismo “La España de

Hoy”, que prometió leerle cuando estuviera terminado y pasado a limpio.2

Oligarquía y caciquismo está formado por un volumen escrito por Joaquín Costa,

presidente de la Sección de Ciencias Históricas del Ateneo que convocaba aquel debate, y

otro que incluye los informes escritos por los demás colaboradores. Costa realiza, además, la

síntesis de las opiniones de los informantes. Así, concluye que en España “no hay Parlamento

ni partidos; hay sólo oligarquías”.3 Costa se hace eco de las palabras de Azcárate, quien define

al caciquismo como “feudalismo de un nuevo género, cien veces más repugnante que el

feudalismo guerrero de la Edad Media, y por virtud del cual se esconde bajo el ropaje del

Gobierno representativo una oligarquía mezquina, hipócrita y bastarda.” Como conclusión

de aquel tomo, Costa hace un “Resumen de la Información”, en donde sintetiza las ideas

expuestas por los conferenciantes. Todos los intelectuales están conformes en cuanto a que el

estado oligárquico imperaba en nuestra nación ya antes del siglo XIX. Una de las ideas más

interesantes que desarrolla es la de que “España no ha salido aún del siglo XV, y no puede

competir, ni convivir siquiera, con naciones del siglo XX”.4 Ante disidencias de alguno de los

informantes, como Becerro de Bengoa, quien insiste en que España no se halla tan atrasada,

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Costa se indigna y dice que “lo menos que debemos a esta desventurada madre España es la

sinceridad” para que de este modo no se repitan los actos de ridícula patriotería que nos

empujaron a la “sima” de Cavite y de Santiago de Cuba. Confiesa que la idea de la regresión

de España al siglo XV la ha tomado de un discurso de Francisco Silvela, quien poco después

del Desastre del 98 fue presidente del breve Gobierno llamado “regenerador”, y quien

acostumbraba a emplear ideas regeneracionistas en sus discursos. Costa insiste en la idea de

nuestro estancamiento en el tiempo y compara la situación de nuestra nación con un

ferrocarril que parte de un trocadero, cruza llanuras y montañas, hace un asombroso viaje de

siete mil kilómetros y, habiendo visto desfilar la historia ante nosotros sin movernos del tren,

el viaje acaba en el mismo trocadero en el que partimos. Así sucede con los “pueblos

inmuebles que, como España, han clavado la rueda del tiempo y no viven otra historia que la

historia natural”. El afrentoso día de Cavite y de Santiago los extranjeros pudieron contemplar

“el raro espectáculo de un pueblo cristalizado, creído de que había hecho cuatro siglos de

camino, de que había vivido cuatro siglos de historia universal, colaborador en ella, y que de

pronto se encontraba con que no se había movido del siglo XV”.5 Varias páginas del libro

insisten en que somos incapaces de competir con el resto de Europa porque tenemos una

agricultura del siglo XV, maestros y escuelas del siglo XV, tribunales, comicios, elecciones y

Parlamento del siglo XV: “universidades del siglo XV, caminos del siglo XV, labriegos del siglo

XV, clases directoras del siglo XV…”. La nueva generación de españoles deberá hacer en

cuarenta años una evolución histórica de cuatro siglos, derribando la muralla espiritual que

nos mantiene aislados de la historia.6 Lo que Costa expresa en estas páginas es balance de lo

expuesto por los intelectuales en aquellas sesiones, si bien, indudablemente, es una idea que

amplió y popularizó él.7 Su también famoso Colectivismo agrario en España recuperaba

tradiciones nacionales medievales tales como la explotación comunal de tierras comunes, sus

fueros, hermandades o cofradías como formas de producción aplicables a la nación actual. Su

novela regeneracionista Último día del paganismo y primero de … lo mismo proyecta en la

nación pasada las denuncias y programas regeneradores aplicables a la nación presente, tal y

como queda patente en su subtítulo: Narración histórica del s. IV y argumento para un drama

del siglo XX. Esta idea es constante en la obra de Costa, sea cual sea el mal que denuncia y el

remedio que propone. En Maestro, escuela y patria afirma que entendemos mal la idea de

progreso, pues la identificamos con los cambios de sistema; sin embargo, “se olvida que las

épocas permanecen mientras no cambian las costumbres”.8

El artículo de Galdós que comentaba con Costa, “La España de Hoy” de 1901, niega el

progreso social de una España sometida al clericalismo; mal que ha sabido aprovechar la

debilidad de un cuerpo político lastimado por el caciquismo y la oligarquía: “Por este

desmayo, por esa parálisis lenta de la vida propiamente orgánica, por esa renuncia indolente

de todos los derechos y de su expresión, ya no sabemos donde está la parte de soberanía que

nos corresponde, y hay que pensar que se ha extinguido o que ha pasado del pueblo a los

oligarcas en cuyas manos está la escasa acción política que aquí se ejerce”. Según expresa en

este artículo Galdós, ha llegado el momento de abrir los ojos y contemplar el error cometido:

“¿puede un país ser indefinidamente testigo y víctima callada del mal que padece sin ponerle

remedio? Imposible”. Así no podemos seguir, pero ningún político se decide a acabar con el

caciquismo, que define, él también, como “tristísima repetición de los tiempos feudales y de

las demasías de unos cuantos señores, árbitros de los derechos y de los intereses de los

ciudadanos.”.9 Tras la publicación de este artículo, Costa volvió a escribir a Galdós

refiriéndose a este interrogante planteado en el artículo e incitándole a escribir novelas y

dramas regeneracionistas: “Mucho convendría que contestara V. mismo, con lo que haya

meditado y medite acerca de ello, y aun que llevara tema y solución al teatro, o por lo menos a

la novela, representando ambas cosas en acción”.10

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En 1902 Galdós estrenó una de las obras en que mejor se evidencian su regeneracionismo

y la necesidad de encontrar nuevos derroteros expresivos a la desolación producida por la

decadencia nacional: su pieza dramática Alma y Vida, que, ante la incomprensión con que fue

acogida por el público, requirió de un prólogo del autor. En él, Galdós, entre dolorido y

exculpador, manifestaba su deseo de aproximar aún más la forma literaria al sentir general y a

su propia desolación ante el ocaso español. Así, nacida al calor de este sentimiento, la obra se

había originado bajo un simbolismo demasiado oscuro para los más, pero sincero y

espontáneo para quienes, como Galdós, habían optado por sumarse a las filas del

regeneracionismo activo. De ahí que Joaquín Costa, quien le había convencido de la

necesidad de que llevase al drama y la novela el problema de la regeneración nacional, ahora

se congratulase de que sus musas hubiesen “echado por ese camino”.11

En aquel drama, la nación estaba personificada en Laura, reina ajena a los males en que

vive postergado el pueblo, y en Juan Pablo, joven enamorado de ella y siempre dispuesto a

darle a conocer la voluntad popular. Laura era el alma española enferma y Juan Pablo la vida

nacional necesaria para lograr nuevo impulso. El drama recreaba también una España del

pasado, pues como los regeneracionistas repetían, nuestra atrasada nación del siglo XX se regía

por instituciones cuasi medievales. La atemporalidad del mal denunciado es tal que el propio

drama adolece de cierto anacronismo buscado: el escenario, personajes y relación de vasallaje

de los habitantes de los estados de Ruydíaz con sus señores traen a la memoria a la España

feudal (la feraz Castilla de los señores medievales y el castillo feudal en lo alto de la villa), si

bien la acción esta fechada en el verano de 1780. El escritor del siglo XX toma el siglo XVIII

como escenario de un drama medieval para proyectar la idea de que se trata de un mal

sempiterno en nuestra nación. Todos los siglos aparecen fundidos en la obra literaria al

meditar sobre el estado actual de España.

El drama siguiente, la más exitosa Mariucha (de 1903) era de acción contemporánea, pero

al amenazarse la posibilidad de que en Agramante vuelva a imperar como cacique un

heredero de los antiguos señores, se repite la idea de que los tiempos actuales son iguales que

los primitivos de nuestra nacionalidad. El heredero de la casa Alto-Rey recuperará su puesto

de “feudal tirano de este país”, puesto que propiedades, influencias y demás resortes de la

autoridad le permitirán, gracias a la corrupción reinante, ejercer el mismo despotismo de

antaño, si bien Galdós opta ahora por los finales felices, más propios del optimismo

regeneracionista, y acaba la pieza con el fracaso de los planes oligárquicos.

Este fenómeno de la ucronía, habitual en novelas regeneracionistas, es el correlato a las

denuncias de los intelectuales en la prensa y el ensayo, y se convirtió en una constante en las

últimas obras galdosianas. La tragicomedia Bárbara (1905), aunque aparentemente muy

distinta al resto de las obras de Galdós, reúne elementos muy semejantes a los que aparecerán

en el mismo año en la más famosa Casandra: el asesinato del tirano (aquí, el marido), la

historia de amor que se enfrenta al poder político y a la religión, el despotismo de la

oligarquía, más que nunca, omnipotente dominadora, la crítica contra el cristianismo que

propala la resignación y se convierte en cómplice de las injusticias, etc. Pero la acción de

Bárbara se desarrolla en una mayor abstracción, pues aunque se sitúa en Siracusa y en una

fecha concreta (1815), dichos datos no son sino proyección de un tiempo y espacio que

buscan una significación presente. Y es que, como señaló Bergson, el papel principal de la

memoria es recordar las consecuencias ventajosas o nocivas que han podido provenir de

antecedentes semejantes para poder instruir sobre lo que debe hacerse. Así, en un momento

dado, los hechos del pasado se funden en una pirámide cuya cima coincide con nuestro

presente y se hunde con él en el porvenir. En el ensueño del que habla Bergson y en el que

Galdós se halla inmerso, la conciencia pone en movimiento estos recuerdos que ejecutan, en

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la noche de lo inconsciente, una inmensa danza macabra. Todos ellos corren juntos hacia la

puerta que acaba de entreabrirse y, aunque son muchos y se agolpan, querrían pasar todos a

la vez.12 De entre los hechos pasados que la memoria recupera, sólo pasan aquellos que

pueden invocar relaciones de parentesco con la situación presente, con las percepciones

actuales.

Así, tiempo y espacio, tan lejanos en apariencia, son proyección de la situación presente y

de la propia nación. Los nombres de los personajes proceden de la antigüedad clásica, como

recuperación de lo útil en el presente: Horacio (aquí, déspota intendente en constante

reflexión sobre el significado del poder, que recuerda al poeta latino del s. I a. C. que acabó

decepcionado del negocio político para dedicarse a la poética), Esopo (que, como el moralista

de los siglos VI y VII a. C., se irrita ante los abusos y fraudes de los poderosos) o Demetrio (el

caballero griego de buen corazón que acaba por rechazar los medios corruptos, como el

filósofo griego del s. I a. C. así llamado, famoso por su censura contra el epicureismo de la

corte). Por otra parte, la protagonista lleva el nombre de la santa del s. III, que murió

decapitada a manos de su padre cuando se enteró de su conversión al cristianismo. Su

recuperación en el drama galdosiano –junto a la huida del piadoso Leonardo y las

recomendaciones de una vida de penitencia y expiación, todo ello, saldado con el desenlace

trágico–, supone la llamada a la religión regenerada, desprovista de esa resignación que

favorece los planes tiránicos. Del mismo modo, el marido muerto a manos de Bárbara se

llama Lotario, como Metternich, artífice de los tratados de 1815 que supusieron la vuelta al

status anterior a la Revolución Francesa y a la propagación de los ideales liberales.13

El intendente Horacio explica que el principio fundamental de todo gobierno es conducir

los sucesos con el arte necesario para que las cosas estén siempre donde estuvieron.14 Es

como si el tiempo no transcurriera, pues no hay progreso: el presente es el pasado. El fracaso

de la Revolución Francesa, del que la obra se hace eco, es el de los ideales liberales, por lo

que la celebración de Waterloo le da pie a Esopo a exponer esta noción ucrónica del tiempo.

Mientras el personaje gira sobre sí mismo, manifiesta a Bárbara que hemos de celebrar el

gran suceso por el cual todo el mundo volverá a ser lo que fue. El mundo da vueltas, y vuelve

a estar donde estaba.15 Galdós contempla la permanencia del absolutismo a través de la

Historia, y de ahí la ucronía de la que hablamos, pues la tiranía, al apoderarse de los destinos

de los hombres, se ha adueñado del tiempo. Por eso, cuando Bárbara ve al tirano Horacio le

llama Destino y dice que el Destino [que] tiene encadenado al tiempo y lleva los días

presentes a los días pasados.16

La misma fusión de siglos sucede en una de sus obras más comprometidas y claramente

regeneracionistas: Casandra, novela de 1905, que cinco años después convirtió en drama.

Galdós tiene interés en que la acción de la obra sea en el momento presente, si bien la

pervivencia de un mal, que sabe antiguo, se percibe, significativamente, en que doña Juana

ejerce su despótico poder amparada en unos bienes acumulados por generaciones anteriores,

en una mansión decorada al gusto de hace 30 años, presidida por unos majestuosos retratos de

ella y su marido, también a la moda de 1875, aún reciente el fracaso de 1ª República, y con

ella, de los anhelos reformistas de los regeneracionistas de aquel partido. Son los restos

actuales de un mal fermentado hace años. Doña Juana gobierna sobre su familia como tirana

dispuesta a frustrar las ansias regeneracionistas agrarias de su sobrino, Alfonso de la Cerda –

proyección de la costista política hidráulica– y las industriales de Ismael, dispuesto a procurar

la modernización de la maquinaria y ponerla al nivel europeo. Los nombres de los personajes

aluden también a esa fusión temporal: los tradicionalmente castellanos y los del mundo

clásico y mitológico como Casandra, Aquiles, Héctor o Apolo. También resulta interesante en

esta aproximación galdosiana a un nuevo género regeneracionista el hecho de que lo

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sobrenatural adquiere un cariz más relevante y que expresamente se convierte en parte

integrante de la realidad. Así, las apariciones fantasmales se interpretan como manifestación

de que la muerte de doña Juana a manos de la profetisa Casandra no significa el fin de la

opresión, que, a juicio de los regeneracionistas, aún domina a la sociedad española.

La contemplación de la ruinosa Castilla actual y las reflexiones sobre sus pasadas

grandezas, a que le obliga el prólogo de la obra Vieja España de su amigo Salaverría, le

aportan temas e ideas que deja para mejor ocasión (como es el caso de la historia de Juana la

Loca, que no desarrollará hasta 1918). Pero reaparecen pronto en su siguiente novela, El

caballero encantado, algunos lugares que entonces destacaba por su vinculación al momento

fundacional de España. Aquel prólogo de 1907 es profundamente regeneracionista, e insiste

en la idea de que la situación nacional está motivada por la permanencia del pasado:

Bastará un querer intenso para que el país de los Comuneros rescate su vigorosa

personalidad, perdida en los repliegues obscuros del feudalismo caciquil. Únanse los

pueblos reclamando y ejerciendo el derecho de rehacer su existencia; constituyan una

aleación homogénea, descartando tendencias regresivas, culpables de la atrofia y

desmayo presentes; levántese Castilla y tome su sitio en el ruedo de las regiones

pronunciando un formidable Aquí estoy yo.17

El caballero encantado (1909) reúne en sí no sólo la identificación de tiempos hasta su

instalación en la ucronía, sino una especial relevancia del espacio como condicionante de la

narración. Por supuesto, el espacio vuelve a ser España; una España plurivalente gracias al

encantamiento y periplo del joven Tarsis. Según el narrador, el relato mismo es una historia

antigua conservada en un archivo o, en otra ocasión, una historia que dice estar copiando de

un códice guardado en la biblioteca de una catedral.18 El protagonista es un señorito ocioso

entregado a los placeres más modernos, como los “devaneos esportivos” o “el vértigo del

automóvil”, ejemplo prototípico de quien reúne en sí buena parte de los males del siglo XX.

Entre sus amigos se encuentran descendientes de los Ruydíaz de Alma y vida y de los

Samaniego de Casandra; muestra evidente de que Galdós ha renovado la familia de

personajes habituales que recuperaba de novela en novela, y que ahora, que pretende un

nuevo género regeneracionista, es también fusión de nombres épicos, del romancero

castellano, legendarios e históricos. Otro de los amigos del protagonista es Becerro, sablista

aficionado a los archivos y códices antiguos que se deleita con los autores del siglo XIII y que

confiesa buscar en el pasado el olvido de lo presente.19 Becerro es el habitual sablista retratado

en las novelas contemporáneas, salvo que pide dinero para mantener a sus misteriosas

hermanas, unas “moribundas que jamás morían”, ninguna joven y siempre enfermas,

entregadas, “siempre lo mismo”, a un “vivir lánguido y lastimoso, peor que la muerte”.20

Cuando Tarsis ya ha sido encantado y La Madre comienza a revelarle el misterio de su

transformación, le explica la naturaleza simbólica de aquellas mujeres:

Entiendo yo que eran como figuras emblemáticas de las épocas históricas: edad

céltica, edad fenicia, griega, romana, período gótico ciclos astur, leonés, castellano,

arábigo-castellano y castellano-aragonés, etcétera, etcétera. (…) La muerte aparente

de una traía la emergencia de otra. No se alimentaban; salían a los espacios como

seres alados y volvían con un granito de cañamón en el pico para alimentar al

hermano. Hoy, según creo, todas se han muerto y todas viven.21

El regeneracionista puede contemplar la historia desde dos perspectivas, no excluyente la

una de la otra: entendiendo el pasado como proyección de la nación ideal, lo que significa que

el mal actual es el resultado de un proceso de decadencia, o bien todas las etapas de nuestra

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historia han reproducido los mismos males constantemente. El protagonista manifiesta varias

veces su desdén por los artificios del presente, así como su alabanza del pasado y de la España

primitiva. Ya en proceso de regeneración, le estorba el ornato moderno y se siente celtíbero o

visigodo.22 La Madre aspira a la armonía y síntesis de todas las ramas del árbol y de todas sus

edades. Por ella, que es el alma nacional, no pasa el tiempo, no envejece, pues aunque

achacosa en sus peores momentos, como ahora, rejuvenece al arrojarse a las aguas del Tajo.23

La regeneración del degenerado español del siglo XX es la manifestación de esa misma

interpretación de tiempos y costumbres pasadas con los tiempos y costumbres actuales. Así,

las andanzas del caballero Tarsis le convierten en mozo labrador y en pastor, teniéndose que

enfrentar a los problemas agrarios, ganaderos, caciquiles y corruptelas comunes a la labranza

y pastoreo tradicionales, pero también propios de la España del siglo XX. Y en una tercera

etapa de su encantamiento, Tarsis se convierte en trabajador de una cantera, en la que

despuntan ocupaciones más modernas, pero en las que también se manifiestan los problemas

de antaño.

El último de los Episodios Nacionales se sumerge en la “soñación quimérica” del idealista

Tito, en quien se perciben tantos reflejos del anciano y casi ciego Galdós. Este personaje,

metido a historiador de la España de Cánovas es convaleciente de la misma dolorosa ceguera

que el escritor, y confiesa que el Tiempo había llegado a ser para él “un concepto caótico”.24

A oscuras, recluido en su habitación, los días y las noches se confunden y el principio y fin de

las semanas le pasan inadvertidos: “Era para mí el tiempo un concepto indiviso, una extensión

sin grados ni dobleces”.25 Como sucedía en la vida real del escritor, la continuidad sólo era

interrumpida por las curas del doctor. Las visitas de los amigos escasean y, en cambio, las

Efémeras, ninfas de la historia de cada día y de los hechos pasajeros, revolotean a su

alrededor “libres, dueñas de los aires y del tiempo”,26 sin más ley que su albedrío. En tal

situación, Tito se entrega a la “labor anárquica” de su fantasía, mezclando presente y pasado,

realidad y sueño. Estas Efémeras, mensajeras de La Madre, le confiesan que son “dueñas del

espacio” y que llevan “de un confín a otro las razones de la sinrazón”, despertando a los

dormidos y adormeciendo a los que se creen despabilados.27

El tiempo, para quien se duele de la situación actual, ha perdido la ordenación cronológica

y es yuxtaposición de hechos semejantes, ya sea el señorío feudal o el caciquismo del siglo

XX. Sólo los regeneracionistas han despertado de la sinrazón imperante, pero quienes siguen

adormecidos en la farsa actual los contemplan como a locos.

Las demandas regeneracionistas se proyectan en sus relatos, aun cuando el escritor realiza

una adaptación de la obra de otro. La amenaza del absolutismo y la tiranía se unen a las

motivaciones que la tradición atribuía a la reina de Tesalia para su sacrificio. La Alceste

galdosiana de 1914 introduce nuevos elementos en el drama de Eurípides, lo que suponía un

intento de aproximar la obra al lector, tal y como expresaba en el prólogo de la obra. Esto no

sólo significa la sustitución de Apolo por Mercurio, por considerar su carácter más mortal,

sino que el escritor también trata de acomodar la historia clásica a las nuevas preocupaciones

regeneracionistas. En la versión galdosiana del drama clásico, la reina se ofrece a los dioses

para cumplir la condena a muerte de su marido Admeto, pero además de su abnegado amor

hacia él y hacia los hijos de ambos como causantes de su sacrificio, está el amor hacia el

pueblo que teme dejar sin una soberanía justa. Galdós se permite introducir el personaje de

Erectea, madre de Admeto, para que junto a su marido Pherés discutan sobre el porvenir de la

patria. La proyectada regencia trina, que formarían ellos y la viuda de Admeto, obligaría a los

pueblos bajo su poder a renunciar a sus peculiaridades constitucionales y a someterse a una

única ley común. Y la defensa de las peculiaridades de los pueblos españoles y del derecho

consuetudinario eran una de las preocupaciones regeneracionistas de Joaquín Costa, Altamira,

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Unamuno o Giner de los Ríos. La reina de la Tesalia clásica se enfrenta a las ambiciones

absolutistas y despóticas que Galdós siente que amenazan a la España de 1914. Algunos

meses después, en sus artículos para La Esfera, el escritor manifestaba su horror ante la 1ª

Guerra Mundial, que le había hecho contemplar en la opinión pública española aquel

fanatismo que muchos habían creído desaparecido. La guerra actúa como una radiografía

reveladora del mal:

¡Y nosotros, pobres ilusos de la presente y pasada generación, que creíamos haber

progresado y ser ya un pueblo restablecido de los males que le afligieron en gran

parte del siglo XIX! Pues no es así, Los Rayos X, que Dios confunda, nos dicen que

aún llevamos dentro del cuerpo las dos guerras civiles, mejor será decir las tres, con

la inaudita barbarie del fanatismo religioso en su forma más brutal, la exaltación del

Rey Absoluto; el palo y el destierro como única razón de Estado. Los malditos Rayos

X, permitiéndonos ver el latido de nuestros corazones, nos permiten también oír el

odioso ruidillo de vivan las caenas.

Pues bien, señores míos; sobre estas monstruosidades que aún llevamos dentro, han

ido pasando, en diferentes épocas, las constituciones, como pasan los productos

farmacéuticos por un organismo enfermo, revolviendo los humores, sin lograr la

curación completa. El hecho es que nos creíamos modernizados, y lo estamos,

ciertamente en la ropa y el lenguaje, pero en lo de dentro todavía nos falta un poco,

mucho tal vez.28

La última novela de Galdós, La razón de la sinrazón, aparecía muy poco después (1915), y

como desde el título se anuncia, es también una disquisición sobre quiénes son realmente los

locos en una nación evidentemente atrasada y regida por corruptos oligarcas. Tal y como

afirma el héroe regeneracionista de la novela, “hallándose nuestra sociedad fundada en la

mentira o en las ficciones inveteradas, es locura mantenerse dentro de la razón”.29 El relato

transcurre en el siglo XX y en una simbólica Ursaria, reflejo de Madrid, por lo que España es la

Farsalia-Nova a que se refieren los protagonistas; sin embargo, los nombres y actitudes de los

personajes insisten en la pervivencia de los males a través del tiempo, pues proceden de la

mitología clásica: Alejandro, Atenaida, Dióscoro, Helena… La ruina presente como

manifestación de un mal inveterado persiste entre los regeneracionistas de la segunda década

del siglo, y en el prólogo de una novela sobre el caciquismo, Galdós insiste en la idea de que

nunca se hablará con bastante propiedad, con verdadera justicia, de esos dramas del

moderno feudalismo que parecen inverosímiles porque disuenan de la civilización,

de la evolución histórica, porque son como pergaminos de viejas hazañas, cuya

narración tomase cuerpo de realidad y formara bruscamente parte de la España

contemporánea.30

Muchos años después de que en 1871 Galdós escribiera en El audaz sobre la decadencia

social española de 1804 y reflexionase sobre la pervivencia de lo allí narrado, Benavente se

encargó de su adaptación teatral. La representación de El audaz (1919) permitió a otro insigne

regeneracionista, amigo de Galdós, Rafael Altamira, interpretar el éxito de la obra como

consecuencia de la identificación del público con el carácter revolucionario del protagonista y

por la equivalencia de los vicios denunciados en la nación de hacía más de un siglo y los

males de la nación actual. Los mismos correligionarios regeneracionistas reconocen la

atemporalidad de las denuncias. Según Altamira, lo que hubiera podido pasar por un cuadro

de época, retroacción artística de tiempos pasados, es representación de la España actual.

Dada la agitación y desilusión general, dada, en fin, la ineficacia absoluta de todos los

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cambios realizados y que hasta ahora no han sido más que sustituciones de debilidades

equivalentes con nombres propios distintos, las predicaciones de El Audaz suenan como algo

de ahora, como protestas y avisos que se dirigen a los hombres de hoy y a los problemas

palpitantes; y el drama entero, como un drama revolucionario, ofrecido en espectáculo a un

pueblo que, espiritualmente al menos, está en plena revolución.31

Esta novela, escrita al calor de los acontecimientos de la Septembrina, se enfrentaba con

temeridad a los prevaricadores de la España oficial. Para mayor evidencia de la atemporalidad

de un mal siempre vivo en nuestra historia, la novela recreaba la nación de 1808, si bien el

texto del joven escritor, anterior a la avalancha de textos regeneracionistas y a su manifiesta

influencia, condenaba a Martín Muriel a enloquecer en una cárcel tras haber visto fracasar su

Programa Liberal, el primero, según la ficción, en la historia española.

El héroe regeneracionista se debate entre esa locura o santidad característica de los

personajes espirituales, quienes a su vez, como Ángel Guerra o el mismo Nazarín, son

también personajes revolucionarios, política y religiosamente.

En estas últimas novelas “espirituales” el héroe logra parcialmente el triunfo, puesto que

básicamente sólo es posible en el terreno moral. Superado el espiritualismo finisecular de

aquéllas, o, por mejor decir, adaptado a nuevos derroteros expresivos en que lo

regeneracionista y nacional se convierten en objeto prioritario de su obra, el escritor opta por

hacer vencedor en todos los terrenos al héroe antes aplastado por el peso de la decadencia

española.

Así pues, el escritor del siglo XX incorpora lo sobrenatural y lo atemporal como rasgos

inherentes de ese realismo que, en verdad, puesto que su prioridad es destacar lo censurable

de nuestra sociedad, sigue siendo marco inevitable de la ficción galdosiana. Y dado que

intelectuales como Costa o Altamira habían insistido con frecuencia en la necesidad de animar

al lector a emprender la tarea de regeneración nacional, el periplo del héroe regenerador debía

garantizar el éxito de las promesas que se le hacían si optaba por emprender la acción. De

modo que Galdós, de haber escrito El audaz en el siglo XX, tras hacerse adalid de esta nueva

literatura y estos intelectuales regeneradores, probablemente habría premiado los esfuerzos

revolucionarios de Martín Muriel con el triunfo de su programa y con la victoria de la fusión

entre clases sociales distintas, mediante la unión del joven proscrito y de la bella aristócrata

Susana Cerezuelo, tal y como sucede en obras posteriores (La loca de la casa, La de San

Quintín, La razón de la sinrazón…) Pero Martín fracasa porque se anticipó a su tiempo,

aunque el tiempo ha venido a darle la razón, como el narrador dice situándose en la

perspectiva actual.32

Nazarín es uno de los más claros avances en el proceso de apreciación de la locura como

rasgo heroico diferenciador, actante y necesario en una nación que vive sumida en la sinrazón

(tal y como desarrollará en la posterior La razón de la sinrazón). Detenido a causa de su

atípico comportamiento, uno de los guardias pronostica que le soltarán por loco “y

presuponiendo que sea usted un santo, no por santo le han de soltar, sino por loco; que ahora

priva mucho la razón de la sinrazón, o sea, que la locura es quien hace a los muy sabios y a

los muy ignorantes, a los que sobresalen por arriba y por abajo”.33 La peculiar conducta del

sacerdote plantea la duda a quienes le tratan de si es un loco o un santo; duda que vuelven a

plantearse los personajes de la siguiente novela, Halma.

En varias ocasiones, al llevar a las tablas los enfrentamientos bélicos españoles, se había

apuntado ya la cuestión de la locura.34 Así sucede en su obra Gerona (1893), al recrear la

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acción histórica de 1809: el enfrentamiento de los españoles contra los franceses. La joven

Josefina permanecía enclaustrada en cama, ajena a la lucha contra los franceses, hasta que un

día enloquece y escapa en busca de su amado. Es precisamente la locura de la joven la que

vuelve a enamorar al soldado, porque para él la locura de Josefina es el ensueño que le

permite huir de la realidad. Tres años después, Galdós lleva a las tablas el conflicto de 1822

entre liberales y absolutistas en su pieza teatral La fiera, donde ambos bandos quedan

identificados por la misma brutalidad. Ya entonces un personaje manifestaba que “España es

una jaula de locos delirantes.”35

Sor Simona y Juana de Castilla son producto de la simplificación de estas nociones tras un

proceso iniciado en sus primeras obras, y presente, de modo casi esquemático, en las últimas.

Por entonces, hace mucho que el ideario regeneracionista es eje primordial de las obras

galdosianas, y también, hace mucho, late en el escritor la idea de que el tiempo es algo

relativo y que en el presente se repiten acontecimientos del pasado como manifestación de la

continuidad de un mismo mal, que aunque a veces damos por muerto y enterrado, escapa de

su mal cerrada tumba.36 El regeneracionista y su héroe literario deben dar muestras de que con

voluntad y trabajo es posible alcanzar la regeneración, pues el pesimista permanece quieto

contemplando las desdichas nacionales sin hacer nada por remediarlo.37 El héroe literario se

enfrenta a una nación en la que la corrupción se ha convertido en norma social. Y

paradójicamente, cuando el héroe comprende que debe combatirla, quienes gozan los

beneficios de esa norma, le juzgan loco, aunque en verdad él defienda la razón en un mundo

regido por la sinrazón.

La protagonista de la obra de 1915, Sor Simona, es una monja, Hermana de San Vicente

Paúl que estaba recluida por una “dolencia cerebral” cuando un incendio en el hospital le

permitió huir. De ella se dice que todas las compañeras la estimaban por sus virtudes y

dulzura, y la locura que se le atribuye consiste en suponerse que vivía en época anterior y en

querer infringir las normas del convento para recobrar su libertad. En cuanto a este último

aspecto de su locura, es evidente que se trata del debate sobre la utilidad de las religiosas que

no se dedicaban a obras de caridad y que vivían recluidas orando –tema insinuado en Ángel

Guerra–, que aparecieron muchas veces en los titulares de la prensa republicana como

víctimas de un supuesto secuestro en el convento –tema que también aparecía en Electra–.

Más interesante es el otro rasgo por el que se la juzga loca: su manía por creer estar viviendo

en otra época. Galdós sitúa la acción de la obra en diferentes pueblos de Navarra, en el año

1875, época y lugar de levantamientos carlistas. Pero Sor Simona habla de los veaumonteses

y agramonteses como si todavía se enfrentasen por aquellas comarcas. Los demás la creen

loca, porque identifica las disputas por el trono del siglo XIX con las que sucedieron en época

de los Reyes Católicos en el mismo escenario, es decir, identifica la época actual con la

medieval, ya que los males presentes son los mismos que los antiguos.

Y adelante con la matanza –dice Sor Simona a un seminarista–. Sin daros cuenta

reproducís los delirios guerreros de los veaumonteses y agramonteses, ofendiendo al

Dios que lleváis inscrito en vuestra bandera.38

Tanto el conflicto de entonces como el presente se han generado con la excusa de la

defensa de la religión, aunque la protagonista defiende la idea de que a Dios sólo se llega por

las buenas obras. La identificación entre los tiempos modernos y los medievales obedece, por

tanto, a una reivindicación de índole regeneracionista, que sitúa su ideario al margen de las

acotaciones cronológicas. Dice Sor Simona a los combatientes:

573

¡Matar, matar!… Vosotros creéis que vivís en un siglo que llamáis diez y nueve, o no

sé qué. Yo digo que vivimos en la Edad Media, grandiosa y terrible edad… Guerra,

santidad, poesía… Hijos míos: como criaturas nacidas en la edad trágica y bella,

purificad vuestras almas; mantened siempre limpias vuestras conciencias; socorred al

pobre; haced bien a todo ser viviente, sin excluir a los que os aborrecen; perdonad

toda ofensa, sea vuestra ley el amor, el amor en todo lugar y en toda ocasión…, y

quien dice el amor dice la paz.39

Ante los ojos del público queda demostrada la cordura de Sor Simona, cuyos afanes van

siempre encaminados hacia la paz y la caridad. Como contraste, el escritor ha de exponer que

son los demás los locos. Así, cuando el joven soldado alfonsino Ángel Navarrete es apresado

por los carlistas, Sor Simona le cuida y explica que él, y no ella, es víctima de su “loca

imaginación”, responsable de sacarle de las aulas para lanzarle a empresas bélicas, exaltado

por lecturas y discursos patrióticos que le “han trastornado el seso”. Ese es el desvarío

auténtico, tanto entre carlistas como entre los alfonsinos, que afectó a miles de jóvenes como

él, perturbando sus cabezas sin que se dieran cuenta de ello.40

Ya cuando Galdós escribió en 1907 el prólogo a Vieja España, hizo referencia al atractivo

literario de la historia de doña Juana la Loca y aun a las fuentes historiográficas sobre las que

más adelante construiría su drama de 1918 Santa Juana de Castilla. Pero en aquella ocasión,

más apegado a la historia que a los fines regeneracionistas que la obra literaria perseguiría en

un futuro, manifestó la duda con respecto a su locura y “razón de su sinrazón”.41 Dado que la

historia no aporta el motivo de su locura, Galdós imagina por qué sus coetáneos la creyeron

enajenada, presentando en la nación de 1555 la proyección de sus demandas actuales y

haciendo depender de ellas tal veredicto, para proclamarla a ojos del regeneracionista de

ahora una santa, tal y como expresa desde el mismo título de la obra.

Como en Sor Simona, sus coetáneos la consideran loca por su peculiar concepto de la fe y

del tiempo. Igual que la monja del drama anterior, doña Juana es un alma extremadamente

caritativa pero que pone en tela de juicio la religiosidad tal y como se practica: sus

formulismos y exterioridades. Galdós imagina para su disculpa una influencia erasmista que

algunos historiógrafos le habían atribuido,42 y que confirmaba su “elogio de la locura”. Doña

Juana, como Sor Simona, aunque por diferentes motivos, lamenta la reclusión a que se ve

sometida. En cuanto a su concepto temporal, vuelve a repetirse el fenómeno por el que todas

las fechas pierden su valor concreto para instalarse en la ucronía: una negación del tiempo

como sucesión, pues “para ella –como dice Marisancha– es lo mismo el antaño que el

hogaño”.43 La propia doña Juana explica que

mi cabeza es un libro en el cual no falta ninguna página, sólo que la numeración está

borrada y las fechas son para mí letra muerta.44

Aun quienes lamentaron los oropeles con los que generalmente se vestía a la historia y

acusaron a los difusores de la leyenda dorada de haber propiciado nuestra caída, los

regeneracionistas recuperaron el reinado de los Reyes Católicos para su alabanza. Igual que

Costa, Macías Picavea, Morote o Altamira, Galdós, una vez más, elogia las facultades de

Isabel para el gobierno castellano.45 Y en tanto la madre de doña Juana es digna de toda

glorificación, no así su hijo, Carlos V, responsable de la reclusión de su madre, pero sobre

todo, de iniciar el alejamiento entre gobernantes y pueblo, introduciendo a los flamencos en el

gobierno y separando definitivamente Poder y Voluntad popular. Los mismos argumentos

manejados por Macías Picavea al hablar de la “intercurrencia teutónica” y dedicar un capítulo

de su estudio sobre El problema nacional (1899) a la “Parálisis de la evolución” en el que

574

hablaba, precisamente, de los males de la invasión germánica. A pesar de los actos de defensa

de los españoles, entre los que destaca a los Comuneros, el “cuerpo extraño” a nuestro

carácter acabó imponiéndose, y con él, el autoritarismo y la intolerancia teutonas,

responsables de nuestra situación de decadencia actual.46

Ante la orden de reclusión del monarca, de origen germano, doña Juana se aproxima a su

pueblo, de quien Galdós hace representantes a los Comuneros, acomodando a sus intenciones

regeneracionistas el episodio recogido en las crónicas históricas. Los campesinos exponen a

doña Juana las injusticias y desmanes de que son víctimas. Y como en la unamuniana

alabanza de don Alonso Quijano el Bueno por haber abandonado sus aventuras quijotescas en

otras tierras y vivir pacíficamente retirado, cuidando de su hacienda, doña Juana repite sus

deseos de tranquilidad, cuidando de la nación propia sin emprender grandes actos de política

exterior:

Y más que esas empresas guerreras ¿no te gustaría una vida tranquila en tu casita,

labrando una heredad y sacando de ella el trigo, hortaliza, fruta?47

El labrador Peronuño afirma que los países distantes no nos atañen ni poco ni mucho y el

pueblo debe gobernarse a sí mismo en conformidad con su legítima soberana, quien sí sabría

interpretar la voluntad nacional. La obra acaba con una nueva ruptura del orden temporal de

doña Juana, que profetiza el retiro de Carlos V, hastiado de grandezas y ansioso de reposo.

El objeto prioritario del texto regeneracionista –España– condiciona la percepción del

tiempo, identificando los males actuales con los pasados, desapareciendo, por tanto, la noción

del tiempo objetivo para dejar paso al subjetivo, que por ser repetición constante de la misma

devastación nacional, no requiere de coordenadas temporales o las funde unas con otras hasta

la ucronía. Al situarse el regeneracionista en esta dimensión distinta, en ese ensueño

quimérico en que proyecta sus anhelos reformistas más utópicos, maneja también hechos de la

consciencia y no objetos materiales, que para su traducción al texto literario requieren de

representaciones simbólicas que Galdós incorpora a una realidad, en otros órdenes,

enteramente verosímil y para la que, a su vez, resulta imprescindible la noción de espacio. No

es un tiempo como sucesión progresiva del pasado al presente, sino un tiempo como duración,

vivido de diferentes maneras y de modo distinto al tiempo real. Aunque tradicionalmente

tiempo y espacio se entienden como nociones diferentes, Bergson llegó a afirmar que cuando

se entiende el tiempo como un medio homogéneo –sin la heterogeneidad de las cualidades

sensibles– en el que se desenvuelven los estados de conciencia, la existencia se puede

manifestar de dos formas en función de que se trate de una sucesión o una coexistencia, en

cuyo caso se le representa todo de una vez, sustrayéndolo a la duración. Es decir, que el

tiempo no es lineal y está conectado con la espacialidad, pues se ha producido el intrusismo

de la idea de espacio en el dominio de la conciencia pura. En este estado, el tiempo no es

sino el fantasma del espacio que obsesiona la conciencia reflexiva.48 Los hechos narrados se

viven en esa dimensión distinta concebida por Galdós para hacer posible el sueño de la

regeneración nacional. Es un tiempo caótico como el que describe Tito, repetidor de

acontecimientos ya vividos como el de Sor Simona, un tiempo sin orden ni fechas como el de

doña Juana, en el que importan los acontecimientos que nos han llevado a esta situación, pero

carece de valor el antes o el después. Es el tiempo cristalizado del que hablaba Costa, del que

partimos hace siglos y en el que permanecemos habiendo visto desfilar la Historia ante

nosotros desde la ventanilla.

Las últimas novelas galdosianas muestran una noción del tiempo que lo asemeja al

funcionamiento de un caleidoscopio que reacomoda siempre las mismas piezas y las

575

yuxtapone una sobre otra, sin desplazarse ni avanzar, moviéndose siempre sobre el mismo eje

para ofrecer en cada vuelco imágenes que son distintas sólo en apariencia: variación

combinatoria de los mismos males. La mente del intelectual funde los hechos históricos en

una amalgama de tiempos, de la que se sustrae la España de siempre. Una nación que es como

la catedral ruinosa con que Baroja explicaba que es mejor restaurarla que sustituirla por una

fábrica de gas o un almacén de yeso.49 El regeneracionista ve en el pasado las causas de la

decadencia actual, pero también los rasgos que le permiten pronosticar su futuro

engrandecimiento. El espacio de la mayor parte de las últimas obras galdosianas es la España

en la que todos los tiempos se funden y desaparecen en mayor o menor medida. Un tiempo

que al contemplar su ruina presente se eleva a otras dimensiones, lo que Infinito, personaje

cabalístico de Celia en los Infiernos, expresaba diciendo que lo finito tiende a volar hacia lo

infinito cuando se ve en desgracia.50

576

NOTAS

1 En su reciente comunicación “La modernidad y la evolución socio-estética de Galdós” (en este mismo VII

Congreso), Miller ha vuelto a hacer referencia a la búsqueda galdosiana de una alternativa vital, tema

presente en su anterior “El fin de siglo y la búsqueda galdosiana de un paradigma vital” (Actas del VI

Congreso Internacional Galdosiano, 1997; pp. 71-83). Ya en aquella ocasión, Miller hablaba del

simbolismo ideológico como nuevo paradigma galdosiano con el que el escritor trataba de dar contestación

a la descomposición social y su intención, evidente a partir de los últimos años del siglo XIX, de crear una

nueva estética.

2 Estas cartas son las publicadas por Cheyne en su artículo "From Galdós to Costa in 1901", Anales

Galdosianos III, 1968; pp. 95-97.

3 Así subtitula Costa uno de los apartados del 1er capítulo en el que se describe el problema oligárquico: "No

hay Parlamento ni partidos; hay sólo oligarquías: ventajas de considerarlo así", Oligarquía y caciquismo

como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla. Tomo I: Memoria y resumen

de la Información, introd. de Alberto Gil Novales, Zaragoza: Guara, 1982; pp. 52-56.

4 Ibíd.; pp. 206-213.

5 Ibíd.; pp. 208-9.

6 Ibíd.; pp. 210-213.

7 Así, por ejemplo, uno de los textos regeneracionistas más famoso y anterior a las palabras de Costa, “Los

males de la patria y la futura revolución española de Lucas Mallada (1890)”, critica la “necia vanidad de

reyezuelos absolutos de la mayor parte de nuestros personajes políticos, esa necia vanidad de estos señores

feudales de nuevo cuño de medir su importancia relativa por el número de empleos de que pueden disponer

a su antojo y por los grados de intensidad con que se entrometen a mangonear en la administración general,

para acabarla de arreglar a su manera (…).” No obstante, en estas fechas la idea todavía no ha alcanzado su

desarrollo. Mallada contempla la historia de España de un modo más convencional, cree que en el último

siglo se ha preparado la decadencia actual, pero no insiste en la identificación entre las diversas épocas de

nuestra historia al modo en que otros regeneracionistas lo hacen. Los males presentes son manifestaciones

nuevas de un mal antiguo y la historia se entiende como sucesión: “Sujeta al caciquismo la vida nacional

en todas sus manifestaciones, en todos los negocios y para todos los individuos, son imposibles el orden, la

economía, el desarrollo de los recursos del país, la razón y la justicia. España va pasando una tras otra

época, por las diversas fases de tan tremenda plaga. En tiempos de los reyes absolutos, el caciquismo iba

vestido de fraile y se amparaba entre los pliegues del venerable manto de la Iglesia; en tiempos de revueltas

se entrometía por las filas de los ejércitos; en tiempos de las luchas pacíficas de los partidos se introducía

en las urnas de las elecciones” (Op. cit.; ed. al cuidado de José Esteban, pról. de Francisco J. Flores

Arroyuelo, Madrid: Fundación Banco Exterior, 1990. Biblioteca Regeneracionista; pp. 179 y 187-8).

8 Ideario de Costa, textos escogidos y ordenados por J. García Mercadal, pról. de Luis Zuleta, Madrid:

Afrodisio Aguado, 1964; p. 108.

9 "La España de hoy", publicado en varios periódicos españoles, entre ellos en el Heraldo de Madrid, el 9 de

abril de 1901; también recogido en los Ensayos de crítica literaria de Pérez Galdós, ed. de Laureano

Bonet, Barcelona, Península, 1999.

10 Cartas a Galdós, ed. de Soledad Ortega, Madrid: Revista de Occidente, 1964; p. 418.

11 En la misma carta de 1901 Costa escribe a Galdós: “Sí, señor, es imposible, como V. dice, que el país sea

indefinidamente testigo y víctima callada del mal que padece; tiene V. razón, así no se puede seguir; pero

sigue, y la malla no se rompe, ni se romperá como no se pongan a ello ustedes mismos, los que lo ven y

denuncian y tienen detrás millares de corazones y de brazos que les oyen..., y que les aguardan.

577

El cuadro de España con instituciones de aprensión, (cartones pintados), soberanía transferida del pueblo al

cacique, etc., está muy bien; y cómo se presta a la novela social!” (Cartas a Galdós, ed. de Soledad Ortega,

Madrid: Revista de Occidente, 1964; p. 418).

Aunque ha habido problemas al fechar la carta en que Costa afirma que celebra que la musa de V. haya

echado por ese camino, se está refiriendo a Alma y vida (Cartas a Galdós, p. 422). Se trata de una carta sin

fechar por su autor, pero que por fuerza alude a esta pieza, pues aunque Soledad Ortega la creyó de 1905,

por ser posterior a otra que fechó erróneamente en 1905, Cheyne advirtió que en realidad aquélla era de

1901 ("From Galdós to Costa in 1901", Anales Galdosianos III,1968; pp. 95-98) . Según esto, tampoco

debe estar bien fechada a la que nos referimos, ya que, en la inmediatamente anterior, Costa aludía al

estreno de Alma y vida y mencionaba que iría a verlo en cuanto regresase de Barbastro.

12 Estos son los “recuerdos-fantasmas” que, según Bergson, aspiran a revestirse de color, sonoridad y

materialidad. Cuando recuerdo y sensación quedan así unidos -tal y como sucede en estos textos

galdosianos- es cuando se produce el ensueño (Henri Bergson, La energía espiritual, cap. IV “El ensueño”,

en Obras escogidas, Madrid: Aguilar, 1963; pp. 918-920).

13 Clemente Wenceslao Lotario Metternich fue uno de los principales autores de aquellos tratados y de la

creación de la Santa Alianza, que permitía la intervención en otros países para reprimir focos

revolucionarios. Así sucedió en España en 1823, cuando Fernando VII se ayudó de los cien mil hijos de

San Luis, pasaje histórico al que Galdós dedicó un Episodio. Por otra parte, en el año y nación recreados en

Bárbara se formó la sociedad secreta carbonaria, que pretendía derrocar los gobiernos establecidos por el

Congreso de Viena de 1815. Pero los carbonarios también se extendieron por España como protesta contra

el absolutismo de Fernando VII, cuyo centro de reunión era precisamente el madrileño café “La Fontana de

Oro”, al que Galdós dedicó su primera novela.

14 Bárbara, OO. CC., Teatro; p. 698.

15 Ibíd.; p. 699.

16 Ibíd.; p. 710.

17 Benito Pérez Galdós, pról. a Vieja España (Impresión de Castilla) de José Ma Salaverría, Madrid:

Sucesores de Hernando, 1907; p. XXXVI.

18 El caballero encantado, ed. cit.; pp. 324 y 233 respectivamente.

19 “Me deleito en estos amenísimos autores; y cuando quiero mayor deleite, que a olvido mayor de los

presentes me conduzca, echo mano del Fuero de Avilés, de los Fueros de Brañosera o Zorita de los Canes,

de las escrituras de donaciones o fundaciones, o me extasío con el Cronicón Albeldense y con el Becerro

de Santillana”. El caballero encantado, ed. cit.; p. 90.

20 Ibíd.; p. 83.

21 Ibíd.; pp. 144-5.

22 Ibíd.; pp. 91-2, 176 y 337.

23 Ibíd.; pp. 233 y 323.

24 Cánovas, OO. CC., Episodios Nacionales, t. IV, Madrid: Aguilar, 1971; p. 828. En varias ocasiones, el

narrador, Tito, hace gala de su poco aprecio por el tiempo convencional, apostillando a un diálogo o

acontecimiento frases como "averigüe la fecha quien tenga empeño en conocerla" o "indagad la fecha por

el curso de los astros o el vuelo de las aves". También su amigo Segismundo es consciente de que la

situación actual es igual en sus males a la pasada: "Otra característica de los tiempos es que éstos se

retrotraen y vuelven las cosas al estado que tenían años ha", p. 828.

25 Ibíd., p. 831.

578

26 Ibíd.

27 Ibíd.; p. 832.

28 Benito Pérez Galdós, "Pesadilla sin fin", La Esfera, 24 de julio de 1915, texto incluido en la edición de sus

artículos realizada por Brian Dendle (Galdós y la Esfera, Murcia: Universidad de Murcia, Secretariado de

Publicaciones, 1990; p.35).

29 La razón de la sinrazón, OO. CC., Novelas y miscelánea, tomo III, Madrid: Aguilar, 1a ed., 4 a reimpr.,

1990; p. 1142.

30 "Pórtico" de Pérez Galdós a la novela de Arturo Mori De horca y cuchillo, Madrid, Biblioteca "La Itálica",

1915.

31 Rafael Altamira, Arte y Realidad, Barcelona: Ed. Cervantes, 1921; pp. 62-4.

32 El audaz, OO. CC., Novelas, tomo I, p. 239.

33 Nazarín, OO. CC., Novelas y miscelánea, tomo III, p. 575.

34 Sara E. Schyfter en un trabajo sobre Santa Juana de Castilla, apuntó que de los cuatro dramas históricos

escritos por Galdós, tres recrean hechos del s. XIX -Gerona, La fiera y Sor Simona- y sólo uno otro siglo --

Santa Juana, el s. XVI-, donde, además, a diferencia de los anteriores, la protagonista es una figura

histórica prominente. Las cuatro obras están protagonizadas por mujeres consideradas locas, que actúan

con cordura al plantearse cuestiones políticas o sociales. "The fabrication of History in Santa Juana de

Castilla", Anales Galdosianos XIX, 1984; pp. 53-60.

35 La fiera, OO. CC., Teatro, p. 450.

36 “Al examinar lo que caducó y lo que germina en el alma nuestra, observemos la triste ventaja que da la

tradición a las ideas y formas de la vieja España. Las disputamos muertas, y vemos que no acaban de

morirse. Las enterramos y se escapan de sus mal cerradas tumbas. Cuando menos se piensa, salen por ahí

cadáveres que nos increpan con voz estertorosa, y arremeten con brío y dureza de huesos sin carne contra

todo lo que vive, contra lo que quiere vivir; defendámonos. Respetando lo que la tradición tenga de

respetable, rechacemos el espíritu mortuorio que en buena parte de la Nación prevalece aún, ‘dilettantismo’

del morir y de toda destrucción.” Pérez Galdós, "Soñemos, alma, soñemos", Alma Española, 8 de

noviembre de 1903.

37 Los regeneracionistas se refirieron en muchas ocasiones a este problema que Azcárate expuso con toda

claridad en su informe para Oligarquía y caciquismo: “No interesa menos que nos prevengamos contra otra

tendencia que se ha manifestado asimismo en el curso de esta importantísima Información: la de considerar

el asunto con criterio optimista o con criterio pesimista, porque aquél encalma el espíritu y le pone ala,

pero le induce a dormirse sobre la almohada de la confianza, mientras el otro, obrando de un lado como

espuela y acicate que obliga a pensar en salir de su inercia, de su pasividad, de su atonía, lleva consigo el

peligro de matar toda esperanza e inducir a cruzarse de brazos sin hacer ni intentar nada. Por algo los

sociólogos norteamericanos han introducido recientemente una dicción nueva, expresiva de un criterio

intermedio o mixto, meliorism, esto es, ni todo bueno ni todo malo, y, por tanto, la necesidad de mejorar lo

existente. Oligarquía y caciquismo…”, Tomo II, Informes o testimonios, Zaragoza: Guara, 1982; p. 463.

Esta actitud, común en los regeneracionistas, casaba muy bien con el optimismo galdosiano, quien en un

banquete celebrado por la colonia canaria en 1900, pronunció la misma idea en su discurso sobre la "Fe

nacional", donde, como en todas las ocasiones en que habló de la decadencia nacional, se refirió a la

necesidad de reacción: “Contra este pesimismo, que viene a ser, si en ello nos fijamos, una forma de

pereza, debemos protestar…. Ahora que la fe nacional parece enfriada y obscurecida, ahora que en

nosotros ven algunos la rama del árbol patrio más expuesta a ser arrancada, demos el ejemplo de confianza

en el porvenir. No seamos jactanciosos, pero tampoco agoreros, siniestros y fatídicos” (Recuerdo del

banquete celebrado por la Colonia Canaria de Madrid en honor de su compatriota, 9 de dic. de 1900,

Madrid: Est. Tipográfico Viuda e Hijos de Tello, 1901).

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38 Sor Simona, OO. CC., Teatro; p. 920.

39 Ibíd.

40 Ibíd.; pp. 924 y 926.

41 “No hay drama más intenso que el lento agonizar de aquella infeliz viuda, cuya psicología es un profundo y

tentador enigma. ¿Quién lo descifrará? Los elementos allegados por el sagaz erudito señor Rodríguez Villa

en su admirable libro Doña Juana la Loca, ofrecen singular encanto al lector, y le conducen por una selva

de amenas relaciones tan verídicas como novelescas, sin que al término de ella se vea claramente el alma

de la Reina, ni la razón de su sinrazón.” Pról. a Vieja España, ed. cit., p. XXXIV.

42 Sobre las posibles fuentes del erasmismo que atribuye a doña Juana, vid. "Nuestro teatro selecto" de

Ricardo Cardona en la introd. que hizo junto a Gonzalo Sobejano para la ed. del Teatro Selecto de Benito

Pérez Galdós, Madrid: Escelicer, 1973; p. 71.

43 Santa Juana de Castilla, OO.CC, Teatro; p. 954.

44 Ibíd.; p. 956.

45 En este sentido, cabe citar nuevamente el prólogo a Vieja España, donde expresa su devoción por esta

figura histórica y sólo lamenta el rasgo de intolerancia por el que judíos y árabes fueron expulsados de la

nación, aunque habría que entenderlo, dice, en el contexto de su época.

46 Ricardo Macías Picavea, El problema nacional, introd. por Andrés de Blas, Madrid: Biblioteca Nueva,

1996; cap. dedicado a "Las Causas", subcapítulo XV: "Parálisis de la evolución y germanismo" y

subcapítulo XVI: "Defensa orgánica y transmisión del mal".

47 Santa Juana, ed. cit.; p. 962.

48 Bergson, Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, en Obras escogidas, ed. cit.; p. 119. Según

Bergson, cuando se habla de un orden de la sucesión en la duración, y de la reversibilidad de este orden

no se sabría establecer ese orden sin distinguir primero los términos, ni comparar los lugares que ocupan.

Entonces es cuando son múltiples, simultáneos y distintos, pero se les yuxtapone y la sucesión se convierte

en simultaneidad (pp. 120-1). La simultaneidad, entonces, podría definirse como la intersección del tiempo

con el espacio (p. 127).

49 Baroja, "España por descubrir", de El tablado de Arlequín, en España como preocupación, ant. de Dolores

Franco, Barcelona: Argos Vergara, 1980; p. 269.

50 Celia en los Infiernos, OO.CC., p. 870.

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