GALDÓS: EL NOVELISTA EXTRANJERO MÁS

PUBLICADO EN CUBA DURANTE EL ÚLTIMO MEDIO

SIGLO

Ricardo Viñalet

En octubre del próximo 2002 se cumplirán cuarenta años de la publicación, por vez

primera en mi país, de una novela de Benito Pérez Galdós: El 19 de marzo y el 2 de mayo, que

apareció esa ocasión con el título de El 2 de mayo. Iba precedida de una Nota al lector, sin

firma, y presumiblemente encargada por Alejo Carpentier, entonces Director de la recién

nacida Editorial Nacional de Cuba, al destacado estudioso de las letras hispanas, editor y

pedagogo español Herminio Almendros, residente en la Isla como exiliado republicano desde

1940 hasta su fallecimiento en 1974.

La tirada alcanzó los cincuenta mil ejemplares, en edición popular que apenas costaba unos

centavos. Esa novela se reimprimió en 1978 y 1981, con la misma nota introductoria, por la

Editorial Pueblo y Educación, del Ministerio de Educación, así como en 1976 y 1983 por la

Editorial Arte y Literatura, del Ministerio de Cultura, sin prólogo alguno. Sirva el ejemplo de

la obra que aludimos, editada cinco veces, para ilustrar en principio la trayectoria galdosiana

por el movimiento editorial de Cuba desde que éste se constituyera como hecho masivo,

resultante de la aplicación de una política cultural y educativa que venía desarrollando la

Revolución triunfante en 1959.

Algo parecido tuvo lugar con Doña Perfecta, que siempre llevó un interesante prólogo

firmado por Herminio Almendros, y fue impresa por Pueblo y Educación en 1974, 1980 y

1982; y por Arte y Literatura en 1977, 1979 y 1983: seis ediciones. Eran dos novelas muy

solicitadas por los lectores, que convertían a Galdós en genuino best-seller, pero también en

autor estudiado en las aulas de la enseñanza secundaria y en las universidades.

Sobre este último aspecto, es decir, la obra de Pérez Galdós como tema de estudio dentro

del sistema escolar y académico en Cuba, muy interesantes consideraciones pueden (y

debieran) hacerse, mas ello requiere de completar ciertas indagaciones y análisis, de

conclusiones y, por tales razones, de un texto específico que, tal vez, pudiera ser el asunto de

mi comunicación en el próximo Congreso, si los organizadores lo entendiesen pertinente.

Entre 1962 y 1983 sólo dos de sus textos narrativos más conocidos eran impresos once

veces. No fueron los únicos libros. Arte y Literatura, que dentro de los perfiles editoriales

cubanos tiene a su cargo la publicación de autores foráneos, se trazó el propósito de ir

editando progresivamente la novelística galdosiana, si no en la totalidad (empresa difícil en

las circunstancias económicas del país, sobre todo en la pasada década), al menos una muestra

representativa y, a su vez, amplia.

De tal suerte, entre las llamadas novelas de la primera época, además de la ya mencionada

Doña Perfecta, apareció La familia de León Roch en 1974, con introducción a cargo del

escritor cubano Imeldo Álvarez. Como representantes de las novelas españolas

contemporáneas, fueron publicadas Tristana en 1970, Fortunata y Jacinta en 1973,

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Misericordia (con prólogo de Joaquín de Entrambasaguas) en 1976, y Miau (prologado por la

investigadora cubana Susana Montero) en 1977.

Con respecto a los Episodios Nacionales, su primera serie apareció completa en 1976:

Trafalgar (con prólogo a toda ella, por el también exiliado republicano español residente en

Cuba desde 1939 y fallecido en 1984, investigador, bibliófilo y escritor Francisco M. Mota),

La corte de Carlos IV, Bailén, Napoleón en Chamartín, Zaragoza, Gerona, Cádiz, Juan

Martín el Empecinado y La batalla de los Arapiles. Se hizo una segunda edición de las diez

novelas en 1983, ahora sin el prólogo de Mota. La segunda serie vio la luz de manera más

lenta: en 1985 se publicó Memorias de un cortesano de 1815 (2), La segunda casaca (3), 7 de

julio (5), El terror de 1824 (7), Los apostólicos (9) y Un faccioso más y algunos frailes menos

(10). En 1986 fueron editadas las restantes de la serie: El equipaje del Rey José (1), El grande

Oriente (4), Los cien mil hijos de San Luis (6), y Un voluntario realista (8).

Si a las once ediciones de El 19 de marzo y el 2 de mayo y de Doña Perfecta se suman las

dos de la primera serie de los Episodios Nacionales (y descuéntese la ya mencionada novela);

si además se añaden las diez de la segunda serie y las otras obras aludidas, se totaliza que

Benito Pérez Galdós se ha publicado en Cuba en cuarenta y cuatro ocasiones. Veintiséis de

sus novelas han podido ser disfrutadas por los lectores cubanos. La prueba de ese disfrute se

descubre en que absolutamente todas se agotaron con rapidez. Y debe tenerse en cuenta que

las tiradas nunca eran menores de diez mil ejemplares, y la primera vez, como dije antes, fue

de cincuenta mil. Son hechos objetivos. Me gustaría agregar, pues me parece un elocuente

correlato, que cuando se han exhibido, en cines o en televisión versiones de obras galdosianas,

la cantidad de espectadores y la teleaudiencia han sido notables. No es únicamente best-seller,

sino fenómeno también de taquillas y de rating.

A Benito Pérez Galdós le sigue en orden Balzac, publicado doce veces con siete títulos, lo

cual ilustra la notable diferencia entre uno y otro. Por supuesto, hay muchos novelistas cuya

obra ha sido editada completa, o casi completa, pero el volumen de su producción literaria es

incomparable con el de Galdós o Balzac. De manera que al hablar del primero como autor

foráneo más publicado en Cuba durante el pasado medio siglo se está aludiendo a un

fenómeno cuantitativo, independientemente de que en términos porcentuales sobre el total de

títulos escritos, otros autores lo superen. Lo que me interesa subrayar es su pertinaz presencia

como opción de lectura.

En Cuba tenemos empatía con Galdós. Estoy haciendo referencia al gran público, pero

también a sectores especializados como profesores y estudiantes de letras. En otras palabras,

con este autor se advierte una coincidencia de opiniones, no tan frecuente por cierto. Ante

acontecimiento semejante cabría preguntarse qué cualidades y valores de la novelística

galdosiana dictaron tal política editorial y se reflejaron, además, en los textos de nuestros

prologuistas.

En la Nota al lector para El 2 de mayo, edición de 1962, breve y de sentido muy general, se

expresa: “La Editorial Nacional de Cuba, a través de la Biblioteca del Pueblo [es el nombre de

la colección], ofrece gustosamente a sus lectores esta obra cuyo sentido histórico ejemplar

servirá, sin lugar a dudas, a una más completa comprensión de la lucha de los pueblos por

alcanzar su libertad” (1962:8). Se otorga así relevancia a Galdós como estudioso y analista de

la historia de España, como se sabe uno de los elementos sobresalientes en su vasta

producción literaria. Se halla presente la idea de cómo la interpretación de los procesos y

hechos históricos desempeña un papel significativo para la comprensión de la conducta de los

pueblos. La referencia implícita a la vida cubana y el empleo del texto literario como material

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educativo extraliterario, forma parte ineludible de las intenciones contextuales presentes en la

Nota.

Pero nos equivocaríamos si pensáramos que su literatura era entendida como “valor de

uso” por razones ideológicas o políticas meramente panfletarias o coyunturales. La

intelectualidad de vanguardia cubana, desde casi los mismos comienzos del siglo XX, apreció

en el escritor canario a un baluarte de la dignidad, de la ética, del patriotismo y del respeto a la

libertad, a pesar de que no se haya escrito demasiada bibliografía pasiva sobre él en nuestro

país. Ya en el pasado VI Congreso Internacional Galdosiano tuve la oportunidad de referirme,

dentro de esta misma línea de pensamiento, a la re-escritura hecha en 1910 por don Fernando

Ortiz de El caballero encantado. Por tanto, no se trataba –a la altura de 1962, ni después– de

decir esto sobre Galdós como algo “nuevo”. Por entonces, el sabio don Fernando había

clamado, entre otros asuntos, por una Cuba regenerada; ahora, desde el presupuesto de

regeneración obtenida o en proceso de obtención, Galdós se alzaba como modelo de conducta

y de propuestas, una vez más. Así explico, sucintamente, la empatía y sus causas.

La mencionada Nota al lector se refiere también al realismo galdosiano, a su riqueza

descriptiva, a las virtudes de su prosa y a la cantidad, variedad y calidad en la caracterización

de personajes y fondos sociales. Se alude a las habituales comparaciones que se han hecho

entre el autor canario y Balzac o Dickens, sin desdoro para el primero.

Por último con respecto a este texto, no quisiera dejar de mencionar el hecho de que,

también en 1962, se publicó El siglo de las luces, la importante novela de Alejo Carpentier,

cuya conclusión narrativa tiene lugar precisamente el día 2 de mayo de 1808, cuando uno de

sus personajes protagónicos, la joven cubana Sofía, se lanza a las calles de Madrid junto al

pueblo enardecido, en el levantamiento popular por la independencia frente a las tropas

napoleónicas. Según criterio del destacado estudioso carpenteriano, mi colega Sergio Chaple,

con la publicación de El 19 de marzo y el 2 de mayo por iniciativa de Carpentier, quiso éste

rendir homenaje a Galdós y relacionar ambas obras, que espiritualmente se comunicaban.

La Introducción de Francisco Mota a la primera serie de los Episodios Nacionales,

aparecida en Trafalgar (1976: 7-20), me incita a algunos comentarios. Conceptúa a Galdós

como uno de los grandes novelistas de su tiempo en el mundo y le otorga valor de

universalidad, no de puntual localismo, algo no siempre reconocido, como bien expresa.

Habla de la fecundidad, así como de la capacidad de observación y análisis que tuvo en la

evaluación del siglo XIX español. Apunta como algo importante cuán lograda se percibe “la

representación de los muy distintos grupos humanos que poblaron a España de norte a sur y

del comienzo al final del siglo XIX” (Mota, 1976:8). Aprecia en esta literatura gran honestidad,

sinceridad y verismo. Para Mota, Galdós brilla como una lumbrera y exalta virtudes de

técnica y estilo literarios en su novelística. Leyéndola, sostiene, uno comprende que “desde

Cervantes no ha existido narrador en lengua española que le iguale” (Mota, 1976:11). No

debe haber razones para discrepar de estos juicios, al menos de mi parte.

Sin embargo, Francisco Mota intercala, en medio de sus opiniones elogiosas, otras sobre

las que sí me inclino a poner reparos, en lo esencial porque, desde mi óptica, peca de gran

dogmatismo de izquierda. Así, por ejemplo, al considerar la procedencia pequeñoburguesa de

Galdós, afirma que éste heredó “todas sus virtudes y todos sus defectos [y, por ello] no fue

sino una consecuencia ideológica de esa clase de donde procedía”. No nos explica, en cambio,

virtudes ni defectos de la pequeña burguesía, aunque uno pueda suponerlos por lecturas o

vivencias de otro carácter. Pero lo cierto es que se produce una esquematización no sólo de la

pequeña burguesía como clase social, sino también de Pérez Galdós como ser humano. Y por

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experiencia conozco que sinónimo práctico del esquematismo es el simplismo (o

simplificación, como se prefiera) y sus hermanas gemelas son la injusticia y la miopía.

Luego se adentra en generalizaciones de otro signo, más “teórico”, al sustentar que la

justificación de la existencia de un literato es “saber emocionarse con los problemas de su

tiempo, y lograr trasmitir esas emociones a través de la palabra escrita; ser reflejo de la época

que le tocó vivir, y dejarla retratada con la mayor precisión posible” (Mota, 1976:8).

Teóricamente no llego a una total discrepancia, aunque se vuelve a sentir el tufo esquemático.

Entonces el asunto se vuelve del todo inaceptable cuando, a seguidas, plantea: “La función

social de la literatura no pasa de ser eso” (Mota, 1976:8), porque no es toda la verdad; la

verdad completa es mucho más que eso.

Desde tales presupuestos, para Mota, la literatura galdosiana es de denuncia y equipara el

concepto con el de literatura de testimonio, lo cual me parece francamente desacertado. Y

despoja a Galdós del título de escritor revolucionario para sustituírselo por el de progresista,

ya que según concluye, “[Galdós] no duda en presentar directa o indirectamente muchas de

las lacras y calamidades sociales. [...] Pero se conforma con ello” (Mota, 1976:9). Semejante

enfoque le conduce inevitablemente a decir algo tan desafortunado como: “Analizada su obra

en conjunto, puede decirse que Galdós se conformó por lo general con señalar el mal moral –a

veces hasta con violencia– pero nunca o pocas veces se atrevió a dirigir sus críticas al mal

social” (Mota, 1976:10).

Se contradice, pues, varias veces, y sólo he seleccionado algunos ejemplos, aunque existen

otros referidos a técnica narrativa, elaboración de personajes y generalizaciones literarias.

Obsérvese tan sólo éste: ya ha dicho que Galdós brilla como lumbrera, pero únicamente

porque la literatura española del siglo XIX es “pobretona y pacata” (Mota, 1976:10). Yo creo

que alguna lo es, pero sobran ejemplos demostrativos de lo contrario. En resumen, para Mota

a Galdós se le acercan exclusivamente –entre las figuras del XIX hispano–, Bécquer, Larra y

Menéndez y Pelayo. ¡Ni siquiera Clarín! Como podrá apreciarse, el texto introductorio a esta

edición cubana de la primera serie de los Episodios Nacionales, deviene bien polémico por la

rigidez de ideas que denota el prologuista. Se han puesto en él de manifiesto estrecheces de

pensamiento que, lamentablemente, se entronizaron en la vida cultural de Cuba por aquellos

años y fueron, acertadamente, desterradas.

Sin embargo, Herminio Almendros, en su Prólogo a Doña Perfecta, aparecido por primera

vez en 1974, dos años antes que el de Mota aunque en circunstancias similares, ofrece una

diferente perspectiva, aun siendo esta novela mucho más “ideológica”, tal vez, que toda la

primera serie de los Episodios Nacionales. Almendros toca problemas medulares con notable

madurez de juicio. Se refiere a cómo van “manifestándose signos que anuncian como un

redescubrimento de Galdós, de la grandeza de su obra: elogios debidos, estudios en España y

en otros países, traducción de sus novelas a otros idiomas” (Almendros, 1980:9). Por mi

cuenta, y en concordancia, añadiría cómo la existencia de la Asociación de Galdosistas, la

celebración de estos congresos y la cantidad de estudiosos en él interesados son elocuentes

ejemplos de lo apuntado por Almendros hace ya veintisiete años.

Se lamenta de que ante tan relevante figura, “sólo unas pocas inteligencias calaron la

asombrosa riqueza de aquel raro caudal creador” (Almendros, 1980-9); y refiere cómo en los

finales del siglo XIX, así como en los últimos años de la vida de Galdós y, aún más, vencida la

primera mitad de la vigésima centuria, ganaron renombre muchos autores mientras don Benito

disminuía y oscurecía su fama. Responsabiliza del injusto olvido no sólo a los intereses y

preferencias mudables de diversas generaciones, sino también al hecho de que, para su

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tiempo, la obra de Galdós devenía revolucionaria. Y añade: “No podía la dominante reacción

político-social de España, apoyada en el espíritu y en el poder temporal de la iglesia

anticristiana, ver de otro modo que como enemiga aquella obra amasada de liberalismo, de

sinceridad, de pasión por el pueblo y su justicia, de concepción realista y científica del

mundo; antes bien, tenía que poner en juego y lid todas sus artes para socavarle el mérito,

contrarrestarle el peligro y anularla en fin” (Almendros, 1980:10).

Herminio Almendros siente verdadera admiración por Galdós, como se ha podido apreciar,

más allá de la literatura en sí misma, pero también a partir de ella. No sorprenderá, pues, que

lo considere gran novelista y autor de una obra que llegó a altas excelencias, “el más grande

novelista de nuestra lengua desde Cervantes” (Almendros, 1980:9). A continuación se detiene

a examinar la vida y personalidad del escritor canario, su amistad con Francisco Giner de los

Ríos, el método de creación, su capacidad de observación y análisis, a la vez que el carácter

no necesariamente siempre igual ni convencional de su realismo.

Una honda comprensión del autor y su obra hace decir a Almendros: “El protagonista de la

gigantesca obra de Galdós es el pueblo español; el tema, el genio de ese pueblo, su vida y su

nervio, sus pugnas y decepciones, sus duelos y alegrías, su división en dos radicales

antagonismos, los males que caracterizan una aciaga época de decadencia. Galdós hurga en la

compleja trama de venturas y desventuras de ese gran protagonista, con una profunda

emoción compasiva y una firme luz de esperanza” (Almendros, 1980:14). En tal sentido, para

él emergen triunfantes en Galdós la tolerancia, el amor, la justicia y el progreso. No deja

Almendros de anotar ciertos matices del ideario galdosiano como “una ingenua actitud

filosófica” (Almendros, 1980:14), pero está seducido por su bondad y ello le hace admirarlo y

respetarlo, sobre todo, porque sin excluir la rebelión, deposita gran fe en la educación del

pueblo. En estos juicios de Herminio Almendros se percibe la concomitancia que advirtió (o

intuyó) entre Galdós y algunos de los hombres que integraron la llamada Generación del 98.

La importancia que otorgo a los criterios de este estudioso radica en el cuándo y el dónde se

escribieron, aunque pudiera, hoy, decirse tal vez que nada novedoso se está apuntando, pero el

texto de Almendros denota una peculiar sensibilidad y entendimiento raigal de Pérez Galdós.

Almendros ha sido también capaz de interpretar la significación de Galdós como punto de

giro en el arte de novelar. Inició, afirma, “una firme renovación y el auténtico nacimiento de

la novela moderna en España” (Almendros, 1980:12). Con ello alude a lo que se da en llamar

modernidad como concepto histórico-cultural y, de hecho, inserta a Galdós en un ámbito de

análisis del siglo XX y no específicamente decimonónico, como suele aún leerse en textos de

ciertos estudiosos. La aprehensión de la modernidad galdosiana es, en mi opinión, uno de los

más relevantes aciertos críticos de Herminio Almendros.

Tampoco es posible dejar de referirse al tratamiento que da el prologuista de Doña

Perfecta a un punto controvertido en las valoraciones sobre Galdós. Me refiero a lo que suele

llamarse el problema del estilo. Expone Almendros: “En ambientes de exacerbado

preciosismo literario se procuró también morder en la obra del genio, aludiendo a su estilo

descuidado y vulgar” (Almendros, 1980:17). Y añade: “Así como desde su primera novela

rompe Galdós con la producción narrativa de su tiempo, de temas convencionales, ya de

ficción o de costumbrismo local, así para copiar el humano y real mundo inmediato que va a

ser su cantera y modelo, necesitó romper también con la prosa amanerada, afectada y retórica

imperante” (Almendros, 1980:17). Está haciéndose referencia a un modo de emplear el

lenguaje y de estructurar la prosa en virtud de necesidades temáticas y expresivas que difieren

de otras al uso, esto es, de un soberano acto de voluntad estilística en un autor dueño de su

personal y peculiar universo creativo.

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Continúa Almendros: “Galdós intenta y consigue la expresión apropiada a su obra y a

cambios de sensibilidad que los hechos históricos van preparando. Su estilo se limpia de

adornos y flecos retóricos, y logra ser sencillo, natural, claro. Su instrumento es la lengua

viva, hablada, coloquial; la lengua común, el prodigioso tesoro de la lengua común,

patrimonio general con el que nos entendemos todos. Su producción toda es ancha corriente

de ese rico caudal expresivo, que él manejó con soltura y con admirable maestría de narrador”

(Almendros, 1980:18).

Sentadas las premisas deseadas en su Prólogo, pasa después a valorar de manera más

específica la novela Doña Perfecta, en su opinión una joya por su estructura, armonía de

proporciones, crítica del fanatismo religioso, a la intolerancia y al conservadurismo. Y

concluye con un interesante punto referido a la religiosidad de Galdós: “No se vuelve contra

el sentimiento religioso ni contra la fe católica cuando es sincera y sirve como norma de amor

y garantía del bien” (Almendros, 1980:22-23). Menciona, como demostración, a Nazarín. Así,

según Almendros, lo que Galdós denuncia es la intromisión de la Iglesia en los asuntos

políticos y el modo hipócrita de dominio clerical sobre el pueblo. En mi criterio, el texto de

Herminio Almendros sobre Benito Pérez Galdós es de los más profundos y mejor escritos y

publicados en Cuba.

La familia de León Roch apareció el mismo año de la primera edición de Doña Perfecta

(1974). En su Prólogo, el crítico y narrador cubano Imeldo Álvarez revela coincidencias casi

absolutas con Herminio Almendros al valorar a Galdós y su obra. No es de sorprender, si se

tiene en cuenta que ambos intelectuales trabajaron juntos durante bastante tiempo en la

Editorial Nacional de Cuba y luego mantuvieron cercanas relaciones profesionales. Opino, sin

embargo, que los puntos de vista sustentados por Álvarez proceden en lo esencial del

magisterio de Almendros. Por supuesto que existen matices diferenciadores, donde el cubano

estrecha demasiado el prisma de sus interpretaciones. Por ejemplo, al intentar establecer

determinadas confluencias y alejamientos en el interesantísimo tema de la relación entre

Galdós y los escritores de la llamada Generación del 98, sólo traza una que otra pincelada y

deja sin sustentación ideas ya de entrada débiles, tales como entender a ese grupo formando

parte de la reacción políticosocial de España, negarle pasión por el pueblo y considerarlo

dotado de una concepción realista y científica del mundo, excepción hecha de Azorín, con lo

cual se conforma en este asunto una perspectiva caótica de todo el conjunto.

Tal vez el apunte más enjundioso de Álvarez (si bien polémico y, lamentablemente, de

nuevo carente de argumentación) y ajeno a lo expresado por Almendros, sea: “La narrativa de

Galdós tiene una visión de conjunto superior al de cada una de sus novelas aisladas; en rigor

constituye una trama multifacética y única, recreación ficticia de un mundo vivo en el cual

habitan, luchan, aman, odian y sueñan sus personajes; hombres y mujeres que se escapan de

las manos del artista, a vivir y a morir, a pelear y a vencer” (Álvarez, 1974:12-13). Emplea

Imeldo Álvarez también un término que me parece medular en la caracterización del realismo

galdosiano: autenticidad.

Concluye su prefacio con unos breves comentarios acerca de La familia de León Roch que

lo llevan a evaluarla como “una magnífica novela” y a sentenciar: “Es la pintura de una

situación muy real y abundante en la sociedad española... y no sólo en los tiempos del

novelista” (Álvarez, 1974:15).

El prólogo a Miau, a cargo de la ensayista e investigadora cubana, mi colega Susana

Montero, es de notable interés, tanto para el lector promedio como para quien se asome a

Galdós (sobre todo a sus novelas españolas contemporáneas) con una intención más

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especializada. En primer lugar, y tomando como eje referencial un artículo de don Benito

aparecido en La Prensa de Madrid en 1893, donde se hace una caracterización del cesante

con ciertas notas humorísticas, se pregunta si sería ésa su opinión cierta, si tal “concepción

parcial e inmutable la única que lograría este artista quien tantas veces nos ha sorprendido por

la exquisita observación y la exactitud serena del parecer” (Montero, 1977:7-8).

Si la respuesta fuese afirmativa, explica Montero, “la importancia medular y teórica de su

novela Miau [...] trasciende no sólo la crítica frecuente de aquella España finisecular, sino que

trasciende sobre todo a su afamado creador” (Montero, 1977:8). Nos ubica así la prologuista

ante el sugestivo y complejo problema de hasta dónde puede estar consciente un escritor de lo

que dice, esto es, del alcance que su creación es capaz de lograr a pesar de sí mismo. No

importa, como a mí me parece, si el aludido fragmento es más irónico que jocoso y por ello a

Montero le resulta parcial e inmutable; es cuestión de interpretación textual. Lo

verdaderamente capital radica en el planteamiento del asunto, de la consciencia de la

conciencia y del papel del arte como misterio de adivinaciones y anticipos del real

conocimiento.

Por estos caminos, Susana Montero se introduce en la novela. Como debe ser, entiende que

es mucho más que la anécdota narrada, en su opinión, hábil y amenamente concebida y

realizada, como vitales son los personajes. Miau, según ella, es también “sobre todo y en

última instancia la historia posiblemente más moderna de Galdós” (Montero, 1977:8).

Es precisamente este aserto el segundo, y esencial, punto objeto de mi interés. Porque en

casi todos los textos examinados que han constituido prólogos a nuestras ediciones de novelas

galdosianas (excluyo al de Misericordia por Joaquín de Entrambasaguas, probablemente

tomado de alguna española, es decir, no escrito por cubanos o españoles residentes en Cuba,

por ende no pensado ni escrito en mi país y sus circunstancias), se han circunscrito los

enfoques a entender a Galdós como escritor del siglo XIX. Sólo Herminio Almendros se había

referido a su modernidad, como ya se ha expresado. Ahora Susana Montero se detiene más

profundamente en el tópico y utiliza la novela Miau como excelente ejemplificación del otro

Galdós, del autor contemporáneo, premonitorio además de técnicas y procedimientos

narrativos propios del siglo XX.

A través del caso Villaamil, precisa Montero, se plantea “la absorción, enajenación y

destrucción del hombre frente al absurdo creciente de una burocracia capitalista” (Montero,

1977:8). A seguidas, esta idea se desarrolla y la prologuista hace observar cómo a partir del

capítulo veintiuno “se comienza la pintura cierta de la maquinaria burocrática estatal, en un

recorrido de tensión creciente, de ritmo progresivo, dado a través del cesanteado” (Montero,

1977:8). Por lo tanto, en la medida en que al bueno de Villaamil se le va haciendo

insoportable la situación, comienza entonces “la lucha por aparentar una posición que no se

tiene; lucha que Galdós conoce muy bien, hondamente nacional, y que viene desde los

tiempos del escudero señor de Lázaro de Tormes” (Montero, 1977:11).

En este punto, retoma Montero su criterio inicial a propósito del cesante visto jocosamente

en aquel artículo de La Prensa, y dice que la diatriba galdosiana sobre la situación de

Villaamil es neutralizada de cierta forma por el propio autor con las figuras de Pantoja y

Federico Ruiz, debidamente atendidos por el Estado, y es como si Galdós “hubiera querido

insistir en lo particular del caso que lo ocupa por interesante (o aún peor) por lo simpático del

tema” (Montero, 1977:11). De ser así, volvería ella al punto de que la novela ha superado al

escritor en intenciones y ganado en hondura temática. Entonces yo diría que mi amiga Susana

está siendo bien exigente con nuestro buen don Benito, y demandándole cosas que tal vez él

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comprendió, o no, y las posibilidades hermenéuticas empezarían a tornársenos inasibles. Por

mi parte, soy más dado a pensar que Galdós aquí nos somete a unos procedimientos muy

inteligentes, ambiguos con toda intención y nada panfletarios en el análisis social y la

expresión de su realismo.

Mas sigo insistiendo en la importancia de lo apuntado por Montero con respecto a la

contemporaneidad galdosiana. Para ella, el tema en Miau, pero sobre todo su tratamiento,

acercan al modo kafkiano del verse apresado por un absurdo superior, por hostilidades

ambientales inexplicables, oscuras y enigmáticas. Y sigue teniendo razón al aludir, en una

rápida incursión por la novelística cubana, a Mi tío el empleado, de Ramón Meza, publicada

en La Habana en 1897, donde el autor “nos pinta el caos de unas oficinas ministeriales en las

que el fraude se da la mano con el enajenante quehacer burocrático” (Montero, 1977:12). Son

estos los elementos fundamentales que Montero destaca en ambos modos de tratar el

problema: fraude, absurdo y enajenación.

Un valor adicional merece ser resaltado en el texto de Susana Montero, y es el apunte

referido a cómo esta novela galdosiana no se agota con los tópicos analizados, y ve otro plano

narrativo con un diferente protagonista (Luisito Cadalso), dueño de un “universo particular y

mágico que llega a convertirse gradualmente en su estímulo vital y que resulta de la

confluencia de lo real y lo maravilloso [permítaseme acotar que aproximadamente una década

antes del cuento real... inverosímil conformado por El caballero encantado, por ejemplo] [...]

resuelto por Galdós con las alucinaciones o trances oníricos de la epilepsia” (Montero,

1977:13). Resalta la ternura al analizarse el cosmos infantil, y al presentar visiones de Dios

“lejos de la autoridad teológica, bonachón, padrote, que se deja tirar de las barbas, colecciona

anillos de tabaco y es a veces desoído y olvidado de los adultos sin poderlo remediar”

(Montero, 1977:13-14).

Cuando ya al final de su prólogo, la autora se siente en la necesidad de recapitular esencias,

enfatiza en la “modernidad ideológica y humana” (Montero, 1977:14) de Galdós. Así pues, en

apretadas páginas, Susana Montero hace un interesante y profundo recorrido por Miau, por su

autor y por los aportes de éste al arte narrativo. Una lectura donde, si se sugieren múltiples

reflexiones por el escritor canario, no pocas nos siembra también la prologuista en su

excelente texto.

Finalmente, es preciso hacer notar un elemento de desproporción. Si con Galdós tenemos

en Cuba al novelista extranjero más publicado del último medio siglo, su bibliografía pasiva

en igual período resulta insignificante.

Fuera de los mencionados y comentados prólogos, desiguales y no siempre sólidos, existe

un capítulo titulado “Benito Pérez Galdós” que forma parte del segundo tomo de mi libro

Temas de literatura española (Editorial Pueblo y Educación, 1984), que es un texto

concebido para la docencia universitaria y presenta más bien un acercamiento introductorio a

la figura y su obra. No se trata de un estudio crítico. De tal perfil, sólo tengo conocimiento del

ensayo “Galdós y Valle Inclán, espejos de la vida española”, del prestigioso intelectual, Dr.

José Antonio Portuondo, primero impartido como charla en acto organizado por la Sociedad

de Amistad Cubano-Española y el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, el 21 de

enero de 1975, y luego transcrito y aparecido en la Revista de la Biblioteca Nacional “José

Martí”, en el año 1976. Estos datos, empero, tienen cierto carácter de provisionalidad, pues

forman parte de una indagación todavía inconclusa en la que estoy enfrascado. De cualquier

manera, otros trabajos que puedan hallarse –obviamente escasos– no deben alterar la carencia

apuntada.

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BIBLIOGRAFÍA

ALMENDROS, H., (1974): Al lector. Prólogo a Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós, Editorial Pueblo y

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