DEL COMPROMISO IDEOLÓGICO AL COMPROMISO

ÉTICO EN DOS NOVELAS HISTÓRICAS: GERONA DE

BENITO PÉREZ GALDÓS Y LOS CIPRESES CREEN EN

DIOS DE JOSÉ MARÍA GIRONELLA

Mª Asunción Blanco de la Lama

La hermenéutica en la novela histórica

Cuando en el mes de septiembre del año 2000 la fotografía de un niño palestino muriendo

acribillado por las balas de los soldados israelíes, ante los gritos estremecedores de su padre,

recorrió el mundo entero, la opinión pública deliberaba sobre la oportunidad histórica de la

visita de Sharon a la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén. El reportero gráfico concentró

en una sola imagen el documento histórico, el dolor humano del padre ante la muerte del hijo,

las consecuencias inevitables de un conflicto político secular y, sobre todo, la vulneración

sistemática de los derechos humanos, con el consiguiente compromiso ético de quien captó la

escena y la denunció ante la opinión pública. Y me pregunto: ¿fue imparcial aquel fotógrafo?

¿emitió un juicio de valor histórico ante la prepotencia de los líderes y la impotencia de los

inocentes?.1

La analogía entre el documento gráfico y el narrativo es el punto de partida de este

estudio.2 Los elementos ideológicos, éticos o emocionales subyacentes en la imagen son lo

suficientemente significativos como para desmenuzar en diferentes estratos lo que constituye

la historia y el mito de cualquier texto histórico fabulado. En la imagen captada por la

televisión francesa están imbricados todos los estratos; en los textos narrativos que voy a

analizar se distinguen todos ellos, al modo de las pinturas renacentistas,3 de forma racional y

discursiva.

El afán de imparcialidad que pretende todo documento histórico es el primer escollo con el

que me enfrento al abordar el estudio comparativo de estas dos novelas, entre las que median

cien años. El segundo es el que se refiere a la irresoluble dicotomía historia/vida en el sentido

orteguiano4 del término. La historiografía como género literario acoge elementos de la ficción

en el género híbrido de la novela histórica. El punto de vista del historiador y del novelista se

concentran en un sólo espacio narrativo y originan distintos estratos de significación análogos

a la hermenéutica de la imagen mencionada anteriormente.

La novela histórica, como género literario, se concibe desde dos perspectivas opuestas. De

un lado, la romántica, en que domina el concepto lúdico de la historia. El componente

estético, en cuanto expresión de lo creativo, prevalece sobre el histórico. El narrador manipula

el suceso histórico supeditándolo a otros elementos como el mágico o esotérico. De este

modo, la novela histórica pierde su valor documental o ideológico y se adentra por los

vericuetos de la novela de fantasía. Nada más opuesto a la historia, al verismo de los hechos,

que la fantasía de que adolecen muchas novelas históricas.5

De otro lado, la perspectiva realista determina una novela histórica de carácter más

documental en que el elemento ideológico es fundamental en la configuración de la trama

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novelesca. La novela histórica se sitúa a caballo entre la ficción literaria y el reportaje

periodístico constituyendo un texto narrativo de múltiples lecturas.6

Las dos novelas, objeto de este estudio –Gerona y Los cipreses creen en Dios–, se sitúan,

en el contexto de la historia de la literatura, en épocas de hegemonía positivista y racionalista,

marcadas por el auge de las ideologías, donde no hay lugar para el elemento imaginativo. En

ambos casos la trama novelesca está al servicio de la historia,7 teniendo en cuenta que se

sitúan en épocas en que las corrientes literarias siguen los imperativos de la novela social.

El tercer escollo con el que me enfrento es el tiempo transcurrido entre la factura de ambas

novelas. Los cien años que las separan constituyen un obstáculo, no solamente para realizar

un estudio comparativo, sino para la correcta interpretación de la primera de ellas.

Pese a estas dificultades previas, la estrictamente científica o historicista, literaria o crítica,

las dos novelas constituyen, no solamente, documentos fidedignos para conocer una época de

la historia de España convulsiva y beligerante, sino también el punto de vista del narrador

que, a modo del reportero gráfico, capta aspectos cuyo objetivo es espolear la conciencia del

lector/espectador y obligarle a tomar una postura ética ante problemas de índole social tan

relevantes como los que se tratan en sendas novelas. La pregunta que me hago y que suscita

esta reflexión es la siguiente: ¿la novela histórica puede transformarse por mor del paso

inevitable del tiempo, y por necesidades perentorias de mayor calado que las ideológicas, en

un documento ético de mucha mayor trascendencia para el lector universal que el documento

histórico? Intentaré descifrar el enigma.

Tiempo y espacio histórico/novelesco

Benito Pérez Galdós y José María Gironella abordan en sus novelas dos hechos históricos

de gran trascendencia en la historia de España y que, por otro lado, no se pueden desvincular

de la historia de Europa: la Guerra de la Independencia, en el caso del escritor canario, y la

Segunda República y primeros brotes de la Guerra Civil en la novela del escritor catalán.

La primera fue el precedente de la fractura social que se produjo en la España de la

República.8 Frente a Europa que había dirimido, después de guerras y revoluciones

sangrientas, su posición ante el conflicto estado-individuo, subyacente en el enfrentamiento

entre absolutismo y democracia, España sigue anclada en una época pretérita: la de la segunda

mitad del siglo XVI. De ahí que la guerra no fue sino el detonante de un odio fratricida

enmascarado por la defensa de la patria contra Napoleón. El propio escritor así lo testimonia

por boca del narrador, Andresillo Marijuán: “Es el caso que, fugitiva la Central, los

conspiradores erigieron allí una juntilla suprema, y azuzado el populacho, no se oían más que

vivas y mueras, olvidándose del francés que tocaba a las puertas, cual si en el suelo patrio no

hubiese más enemigos que aquellos desgraciados centrales. ¡Lo que es la pasión política,

señores! No conozco peor ni más vil sentimiento que éste, que impulsa a odiar al compatriota

con mayor vehemencia que al extranjero invasor. Yo me espantaba presenciando los

atropellos verificados contra algunos y la salvaje invasión de las casas de otros” (p.759).

Los afrancesados representaban la defensa del liberalismo y de la Constitución, frente a los

absolutistas defensores de la Monarquía de Fernando VII, escenario considerado como

precedente de las dos Españas que se enfrentarán en la Guerra Civil. José María de Gironella

en su novela relata pormenorizadamente cómo se fragua esa revolución social, que culmina en

la contienda nacional, latente ya en la historia de España del XIX.

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En la Guerra de la Independencia se forjó el concepto de patria que enfrentará en la Guerra

Civil a los dos bandos, y que late en el recuerdo de los protagonistas de Los cipreses creen en

Dios.

Lluvias de estrellas descendían sobre la Catedral y el profesor Civil, viéndolas, le

decía a su mujer que presagiaban la guerra. En el empedrado de las calles solitarias

se oían pisadas. Rodríguez, que patrullaba, les decía a sus compañeros que aquellas

pisadas eran las de la tropa que luchó contra Napoleón. “¡Entonces hasta las mujeres

tomaron su fusil!” “Ahora no ha habido más que una mujer: Marta” (p. 701).

Se reproduce el fantasma de la Guerra de la Independencia: la lucha contra el invasor no es

más que el correlato objetivo de la lucha contra el hermano. La Guerra Civil desata el odio

larvado en la Guerra de la Independencia contra el francés. La Europa de la Reforma contra la

Europa de la Contrarreforma.9 El último reducto que quedaba por conquistar después de la

Revolución Francesa era España. El advenimiento de la democracia y la desaparición del

Antiguo Régimen fueron los motivos que enfrentaron a españoles contra franceses y

afrancesados. En la Guerra Civil esa lucha quedó circunscrita al ámbito puramente local. En

Europa se estaba dirimiendo la última batalla que enfrentaba la cultura anglosajona contra la

mediterránea, el protestantismo con sus múltiples ramificaciones versus catolicismo. En

ambas novelas se registran dos fragmentos de la historia de España inacabados, en los que la

guerra únicamente contribuyó a aumentar la escisión y el odio inveterado entre los adversarios

ideológicos.

La diferencia del tiempo histórico plasmado en ambas novelas es únicamente cronológica.

En ambas se dirimen grandes problemas que afectan a la España decimonónica y a la de la

primera mitad del siglo XX: el predominio de la clase aristócrata, el poder de la Iglesia, el

anquilosamiento ideológico e intelectual de un país cerrado a las innovaciones y revoluciones

sociales que han sacudido Europa en los últimos siglos. Todos ellos relegan a España a un

espacio anacrónico de la historia y a la defensa de unos valores obsoletos en la Europa

contemporánea.

En realidad ambos escritores novelan una parte de la historia de España en la que,

tácitamente, están latentes los gérmenes de una idiosincrasia determinante de un odio secular.

Así lo registra Gironella en un momento de la narración: “Los huelguistas salieron a la calle y

sus miradas expresaban odio de siglos” (p. 693). Del mismo modo, si el retazo de la historia

de España relatada no es más que un fragmento de la historia secular de un país enmarcado

dentro de la historia de Europa, la ciudad elegida en este caso, Gerona, se convierte en el

microcosmos a través del cual se accede a un macrocosmos: España o Europa.

Importa lo que sucede en Gerona, porque importa lo que sucede más allá de los límites

locales. En Gerona se resuelve un problema de índole nacional: una guerra contra el invasor o

entre facciones. Gironella y Galdós centran en una ciudad estratégica por su posición

geográfica, por su historia y por su población, las revoluciones cruentas que asolaron España.

El escritor catalán tiene siempre como punto de referencia lo que ocurre en el resto del país,

desde el punto de vista histórico y desde la perspectiva del mundo interior de los personajes.

Ignacio Alvear pensaba:

¿Todo aquello duraría poco o mucho? ¿Ocurriría algún milagro y España volvería a

vivir en paz? ¡Pobre España! ¿Qué ocurrirá en Málaga..., qué estaría haciendo en

Madrid su primo José, qué actitud habían tomado los de Bilbao...? (p. 735).

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Gerona resistió al asedio de los franceses y por ello el espacio adquiere una dimensión

especial. Se impone la presencia misma de la ciudad como la auténtica protagonista de la

novela. Sin embargo, Galdós no se olvida de que Gerona es un fragmento o un episodio de la

vida nacional y ya la propia estructura narrativa nos la enlaza con otros episodios. El narrador

es el hilo conductor que une Gerona al resto de España:

Pero quiero poner punto en esta materia, que seduce poco mi entendimiento.

Continuando nuestra retirada, llegamos al Puerto de Santa María, donde estuvimos

dos días con sus noches, y allí fue donde adquirí, sobre el formidable cerco de

Gerona, estupendas noticias. (p. 759).

Previamente, Andresillo Marijuán, cronista del relato, proporciona al lector cumplida

cuenta de algunas de las plazas más importantes de España y también de los avatares políticos

que enfrentan a los españoles.

Por lo que se refiere al espacio novelesco, la acción transcurre en ambos casos en la

Gerona antigua. Aparecen calles y lugares reconocibles, aunque se registran diferencias. Las

iglesias de San Félix y La Catedral, la calle de La Barca, incluso Salt son puntos de referencia

en las dos novelas. Pero el episodio galdosiano se desarrolla en la zona de detrás de La

Rambla, y en algunos puntos de Torre Gironella. Gironella no menciona estos lugares y casi

toda la acción transcurre en La Rambla y aledaños.

En definitiva, el espacio físico queda diluido en el espacio histórico en Los cipreses creen

en Dios. En Gerona el espacio novelesco o físico donde se desarrollan los acontecimientos se

identifica con el espacio histórico, siendo la ciudad de Gerona, no una metáfora de España,

sino la encarnación misma del espíritu que desencadenó la Guerra de la Independencia.

Personajes históricos y novelescos

Del mismo modo que ficción y realidad se entrecruzan en el espacio narrativo para crear

un escenario verídico, como es propio de la historia, y verosímil, como es propio de la novela,

también los personajes pertenecen al ámbito de lo histórico y de lo novelesco.

Álvarez de Castro, como defensor de la plaza de Gerona, es el personaje histórico que

encarna unos valores enraizados en la historia y cultura de España: aquellos por los que

luchan los combatientes y los civiles. Su defensa numantina del sitio gerundense le hace

acreedor de los más acendrados valores seculares. Así lo manifiesta el Padre Rull: “Amigo,

con Gerona se acabó España, y con la salud de Álvarez se acabaron los españoles bravos y

dignos” (p. 814).

El estoicismo, carácter propio de los españoles según Galdós, y de los gerundenses en

particular, en opinión de Gironella,10 es el rasgo esencial de la personalidad de Álvarez de

Castro que Galdós describe detalladamente:

Su semblante era en toda Gerona el único que no tenía huellas de abatimiento ni

tristeza y conservábase tal como el primer día del sitio... La multitud vitoreó a

Álvarez, quien no dijo nada, absteniéndose de manifestar disgusto ni alegría por la

ovación, y descendió tranquilamente (p. 791).

Parco en palabras e incisivo, Pérez Galdós se sirve de muletillas sugerentes que expresan

con claridad la tenacidad y la resistencia de su ánimo: “se hará lo que se convenga” (p. 792).

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Tal vez Gironella, cuando hace referencia al estoicismo del carácter gerundense, tenía

presente la resistencia de este pueblo en la Guerra de la Independencia.

Los personajes históricos de Los cipreses creen en Dios pertenecen al ámbito nacional:

desde Casares Quiroga hasta Goded pasando por Queipo de Llano. Pero en lo que se refiere a

la vida de la ciudad, Gironella, al igual que el escritor canario, crea personajes ficticios,

aunque basados en hechos reales. Quienes detentan el mando o el poder en la ciudad, Julio

Campo, el coronel Muñoz, el comandante Martínez Soria, han sido creados por la pluma de su

autor, aunque en todos ellos late el espíritu de contienda que enfrentó a las dos facciones.

Muchos de estos personajes, aunque no reales, son arquetipos que encarnan ideas y

representan muy bien las dos Españas: los anarquistas con Cosme Vila a la cabeza, los

comunistas liderados por El Responsable y Porvenir, los falangistas con Mateo, Marta o el

comandante Martínez Soria. Es un retrato de la sociedad española de aquel momento y

también de la idiosincrasia beligerante11 que caracteriza, según Galdós, al español. Quijotesco

por naturaleza se enfrenta a imponderables,12 o lucha por unos ideales obsoletos o pretende

transformar las estructuras sociales y el carácter español en el menor tiempo posible.13 El

derramamiento de sangre se presenta como inevitable en ambos casos. España estaba herida

de muerte ya desde el siglo XVI, y en esas dos guerras se intentaron saldar las deudas con la

historia.

Los personajes novelescos se mueven en el espacio histórico con una flexibilidad que

denota el dominio de la narración de ambos autores. Sin dejar de tener relevancia en el

contexto socio-histórico, mantienen su propia individualidad como personajes literarios que

generan una correlación de fuerzas. Las pasiones experimentadas por cada uno de ellos, el

afán de superviviencia, el amor, el odio, les dotan de una profunda humanidad frente a las

ideas que encarnan los arquetipos o personajes históricos.

Los dos protagonistas de ambas novelas, Andresillo Marijuán e Ignacio Alvear, adquieren

vida propia en el espacio novelesco y se convierten en auténticos héroes de la narración. Pero

quien proporciona la dimensión histórica y ética a ambas narraciones es el pueblo anónimo, el

que muere bajo los ataques del invasor o a manos del fratricida. Que muere o que mata, en la

mayoría de los casos, sin saber las razones ideológicas que le conducen a ese trance.

¿Documento ideológico o ético?

Y llego a la que es la cuestión central de esta reflexión: ¿estamos ante un documento de

dimensión histórica pero que trasciende el ámbito cronológico e ideológico para alcanzar una

dimensión ética? Parece ser que la historia narrada por ambos escritores no puede deslindarse

del compromiso ético de alcance universal. En el horizonte de expectativas se intuye una

nueva lectura desde la perspectiva actual. Desvinculados de cualquier compromiso

ideológico, en una época en que el fin de las ideologías en su acepción más tendenciosa está

fuera de toda duda, los textos históricos como los de Galdós y Gironella adquieren una nueva

dimensión, más cercana a la del reportaje periodístico actual o a la filmografía14 que se viene

realizando en los últimos años. Con este logro, las dos novelas se consolidan como tales

mediante la prueba inexorable del paso del tiempo.

Las situaciones de degradación moral a las que conduce la guerra, el odio desatado e

irracional entre los seres humanos, lleva implícita en ambos casos una condena ética mucho

más plausible, desde la perspectiva actual, que el compromiso ideológico.15

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La actuación casi infrahumana de Nomdedéu, en el episodio galdosiano, que le lleva a

cometer las mayores tropelías por un trozo de pan o las reacciones más instintivas de los

personajes que forman parte de los pelotones de fusilamiento, en que los pensamientos y las

imágenes se suceden a un ritmo vertiginoso, y donde se dan cita los sentimientos más

contradictorios, llevan a concluir que las situaciones descritas por ambos escritores nada

tienen de compromiso ideológico. La denuncia se decanta más por la defensa de la tolerancia

ante las imágenes cruentas y desoladoras que provoca todo conflicto armado, que por el

alegato ideológico y, por tanto, partidista. Aquí estriba la auténtica imparcialidad de la novela

o relato histórico: en el compromiso ético que adopta el narrador ante los hechos enjuiciados.

Gironella registra el detalle humano hasta en las situaciones más cruentas:

Hubo personas, como el Cojo, que, al tiempo que sentían un gusto amargo en el

paladar, se molestaban porque los cuerpos se caían. Hubieran deseado que

continuaran en pie, que pudiera continuarse disparando, como en las ferias. Otros

intentaban recordar los motivos por los cuales cometían aquello, y no conseguían dar

con ellos. No recordaban sino motivos fútiles, como le ocurrió a Porvenir al disparar

contra don Pedro Oriol. No recordó sino que un día le vio en una acera recogiendo un

pedazo de papel que le había caído. ¡Imposible recordar nada más, ni El

Tradicionalista ni los bosques de su propiedad! Lo mismo que le ocurrió a Cosme

Vila en casa de don Jorge. Al ver a don Jorge tranquilo, con guantes, botines y un

fusil en la mano, a pesar de la rabia que este fusil le dio y del sabor a caciquismo de

toda aquella casa, en el momento de disparar -ta-ta-ta-ta- la imagen que vio como un

relámpago que le cruzó la mente, fue simplemente la de don Jorge preguntándole un

día, en el Banco Arús, dónde estaban los lavabos (p. 740).

Asimismo Galdós plasma momentos culminantes en la degradación moral de los

personajes:

Yo no era hombre, no; era una bestia rabiosa que carecía de discernimiento para

conocer su estúpida animalidad. Todo lo noble y hermoso que enaltece al hombre

había desaparecido, y el brutal instinto sustituía a las generosas potencias eclipsadas.

Sí, señores, yo era tan despreciable, tan bajo como aquellos inmundos animales que

poco antes había visto despedazando a sus propios hermanos para comérselos. Tenía

bajo mis manos, ¿qué manos?, bajo mis garras, a un anciano infeliz, y sin piedad le

oprimía contra el duro suelo. Un fiero secreto impulso que arrancaba del fondo de

mis entrañas me hacía recrearme con mi propia brutalidad, y aquélla fue la primera,

la única vez en que, sintiéndome animal puro, me gocé de ello con salvaje excitación

(p. 808).

Tanto el escritor canario como el catalán recuperan del fondo del ser humano el elemento

incorruptible, aunque sus acciones lleven a pensar lo contrario. La carencia en ambos casos de

reflexión moral por parte del narrador, le imprime al relato un carácter intuitivo, plástico, de

mayor fuerza que todas las disquisiciones morales o ideológicas. Los dos escritores han

utilizado sendas imágenes visuales, al modo del reportero del inicio de esta exposición, para

captar todos los detalles que rescatan al ser humano de su propia indignidad. La regeneración

ética conduce inexorablemente a la regeneración histórica.

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El punto de vista del narrador

Este último apartado que, en cierta manera, ya ha sido tratado en los anteriores, es tal vez

el más difícil de abordar en una novela histórica. La imparcialidad objetiva del historiador

bajo la forma de observador analista que da cuenta minuciosa de los hechos desaparece tras el

narrador literario que cuenta sus propias peripecias o las ajenas. Tanto el personaje de

Andresillo Marijuán de Gerona como el del narrador omnisciente de Los cipreses creen en

Dios se fragmenta en un focalismo múltiple, según proporciona datos históricos verificables y

verídicos, como cuando se adentra por los vericuetos de los personajes en un monólogo

interior que da cauce a las más variadas reflexiones. El punto de vista del historiador o del

novelista se entremezclan y dificultan su deslinde, del mismo modo que se mezclan vida e

historia, juicios éticos e ideológicos.

El perspectivismo múltiple se da no en cuanto a técnica narrativa, sino desde el campo de

la hermenéutica. Un solo narrador construye una narración en una doble dimensión histórica y

novelesca, sujeta a diversas lecturas. Los planos semióticos ideológico, emocional-estético y

ético operan en el único narrador que oscila desde la aparente objetividad de los hechos

históricos hasta la aparente subjetividad de los juicios éticos.

Las aporías de una novela histórica son múltiples, como variados son los enfoques que

requiere la cámara fotográfica del reportero que registró en una sola imagen las más diversas

significaciones. El receptor debe deslindar los distintos estratos: desde la denuncia histórica al

sentimiento humano, pasando por el hecho documental o el juicio ético que se concentran en

un espacio delimitado del tiempo y de la geografía, pero que, en ambos parámetros, tienen

alcance universal.

Conclusiones

La fotografía que ha dado pie a esta reflexión, la del niño acribillado a balazos por los

soldados israelistas, mientras, como telón de fondo, el espectador contemplaba,

escépticamente, la cumbre de Camp David, es análoga a todos los documentos históricos de

carácter narrativo en que ficción y realidad; mito e historia se entralazan.

Si los pintores del Renacimiento utilizaron el mito como correlato objetivo de la historia

narrada frente a los pintores del Barroco donde ya no se distingue entre mito e historia,

ocupando aquél el primer plano de la narración pictórica; el fotógrafo, al modo de los pintores

barrocos, ha utilizado la misma técnica: historia y mito; “logos” y “ethos” se superponen en el

mismo plano de significación.

Benito Pérez Galdós y José María Gironella, inscritos en la tradición realista, se sirven del

mito, de la fábula, para retratar unos hechos históricos. En el primer plano, lo que el

espectador/lector contempla o lee es el relato intrahistórico vinculado al significado ético o

mítico, mientras se elabora, en un segundo plano, la historia de los grandes eventos vinculada

al significado ideológico.

La facticidad del hecho histórico no desaparece absorbida por el presente ontológico de

Foucault,16 sino que se extiende al presente a-histórico. No es ésta la única interpretación

plausible de un texto histórico que se sirve del mito como correlato objetivo.

La historia de España, ubicada en una ciudad, Gerona, de claras resonancias nacionalistas,

no se desgaja de los avatares de la historia de Europa. La Europa anglosajona frente a la

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Europa mediterránea; la Reforma frente a la Contrarreforma; la Europa de los dos Bloques;

las disputas ideológicas que sembraron de cadáveres el Viejo Continente desde el siglo XVI

hasta el siglo XX se hallan presentes, para el conocedor de la historia y de su filosofía, en la

lectura de ambas novelas.

¿Dónde encontrar la regeneración histórica de un continente asolado por tantas guerras?

Cuando el fantasma de los nacionalismos radicales emerge tras las aparentes guerras

ideológicas, se concluye que toda lucha dialéctica esconde una lucha territorial.

Pérez Galdós y José María Gironella, posiblemente, lo intuyeran. ¿La guerra contra el

invasor no escondía acaso una guerra fratricida por motivos ideológicos? Los dos textos

narrativos se convierten en documentos éticos, por la denuncia implícita de la vulneración

sistemática de los derechos humanos que se produce en toda contienda. La imparcialidad

objetiva se consigue en el momento en que el narrador/autor consigue del lector el

compromiso ético que no prescribe.

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BIBLIOGRAFÍA

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YIMOU, Zhang: 1994, Vivir, China.

641

NOTAS

1 Creo importante precisar algunos términos filosóficos. El primero es el de “ideología”. El concepto

marxiano de “ideología” es el de sistema de ideas que interpreta la realidad. El estado comunista, según él,

se producirá cuando desaparezcan las ideologías. Por lo tanto, la vinculación ideológica de un texto con su

contexto no deja de ser anacrónica y parcial. Frente a la “ideología” se contrapone el “pensamiento”, cuyo

carácter integrador y evolutivo, conforme a la dialéctica de lo real propugnada por Dilthey y reivindicada

por Ortega, anula la confrontación antitética de la dialéctica hegeliana. Quiero clarificar que en todo el

estudio está implícito el concepto de “pensamiento” en la acepción aquí desarrollada, considerando la

interpretación marxista de la historia, como ideológica y parcial, según sus propios postulados.

2 Este estudio aborda la faceta de Galdós como filósofo de la historia. No se puede olvidar que la intuición

histórica de Galdós se cifra en su visión de futuro y en su interpretación del pasado histórico. La

hermenéutica de la historia adopta en este estudio una función de primer orden. Tener un concepto preciso

del concepto de historia en una época como la nuestra, en que se ha producido el fin de las ideologías y ,

por tanto, el tiempo histórico, fundamental en cualquier estudio de esta índole, ha sufrido una

fragmentación sintetizada en la fórmula “foucaultiana” del presente ontológico y de la desvinculación con

el pasado y la carencia de perspectiva, implica, por parte del lector, un conocimiento de los axiomas

fundamentales de la filosofía de la historia, tanto del concepto de historia de la Modernidad, que ha

dominado hasta nuestros días, como de su disolución en la filosofía posmoderna. Galdós parte del concepto

de historia propio de la Modernidad, con el análisis del pasado, aplicado al presente y proyectándolo al

futuro. Este hecho convierte a Galdós en uno de los más eminentes filósofos de la historia que utiliza la

novela como “método dialéctico”. En este sentido, el fabular galdosiano, sus grandes dotes narrativas, se

conjugan con su intuición histórica, dejando a un segundo plano otros aspectos importantes de la

narratología, como son los personajes. De ahí que este estudio se centre más en cuestiones de hermenéutica

histórica que de historia de la literatura. Por otro lado, la semiótica, entendiendo el texto artístico como un

acto de comunicación, sirve de fundamento para la analogía constante entre la narración y otros actos de

comunicación como son los periodísticos, pictóricos o cinematográficos.

3 Cfr. Claude Lévi-Strauss, 1987: 69.

4 Cfr. José Ortega y Gasset, 1947: 21 o Pedro Cerezo, “La razón histórica en Ortega y Gasset”, en Reyes

Mate, 1993: 167-193.

5 Cfr. toda la narrativa histórica que se está produciendo en la actualidad desde Richard Berling a Anna

Benson.

6 Lo de las múltiples lecturas de un texto, la fenomenología del lenguaje, no es un descubrimiento de la

posmodernidad. Ya Cervantes, con su finura habitual, lo reivindicaba para una correcta interpretación de su

novela. He aquí el fragmento en que el lector puede solazarse y defenderse de las lecturas unívocas y

equívocas: “Ahora, dijo don Quijote, que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante

hablador que, a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja,

el pintor de Úbeda, el cual, preguntándole qué pintaba, respondía: lo que saliere. Tal vez pintaba un gallo,

de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas, escribiese junto a él: este es gallo;

y así debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla. -Eso no, respondió Sansón,

porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los

hombres la entienden y los viejos la celebran...” (p. 439). Asimismo Umberto Eco en la actualidad, en

obras como Lector in fabula o Los límites de la interpretación, ha defendido abiertamente en la

deconstrucción del texto, la participación del lector en la creación del producto artístico, lo que ha

desarrollado la nueva corriente de la Teoría de la Recepción.

7 Lo novelesco está al servicio de lo histórico en la medida en que el objetivo principal es transmitir una

información fidedigna. La novela se configura únicamente como un escenario. Lo verídico prevalece sobre

lo verosímil, y en este sentido la novela está al servicio de la historia. Montesinos considera que la historia

se supedita a la novela, pero entiendo que solamente en lo que se refiere a los componentes narratológicos:

estructura, personajes, punto de vista. Cfr. Montesinos, 1968: 108-115.

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8 Al respecto dice Montesinos: “Si Galdós odia la guerra, todas las guerras, mucho más esta de la

Independencia, fuente de todos los males de nuestra historia moderna, por haber sido causa de la fatal e

irremediable escisión entre las dos Españas”, 1968:103.

9 Recuerde el lector que el fundamento de las democracias liberales está en el protestantismo. El

protestantismo decapita la autoridad eclesial e instaura un nuevo orden en el gobierno de la sociedad

eclesial, análogo al gobierno de la sociedad civil: democracia versus absolutismo.

10 Cfr. Gironella, 1953: 425.

11 Galdós hace decir al mercedario en Napoleón en Chamartín: “Yo que observo lo que pasa, veo que esa

controversia está en las entrañas de la sociedad española y que no se aplacará fácilmente, porque los males

hondos quieren hondísimos remedios, y no sé yo si tendremos quien sepa aplicar éstos con aquel tacto y

prudencia que exige un enfermo por diferentes partes atacado de complicadas dolencias. Los españoles son

hasta ahora, pero muy fogosos en sus pasiones, y si se desatan en rencorosos sentimientos unos contra

otros, no sé cómo se van a entender” 1966: 575.

12 Las referencias al quijotismo español son continuas. Una de ellas aparece en La batalla de los Arapiles:

“Ellos (libros de caballería) suspenden el ánimo, despiertan la sensibilidad, avivan el valor, infunden

entusiasmo por las grandes acciones, engrandecen la gloria y achican el peligro en todos los momentos de

la vida” 1966: 1075.

13 Montesinos considera que “el novelista escribe estos diez tomos con la lectura del Quijote muy fresca en la

memoria. Del Quijote deriva la interpretación que de España hace Galdós, sobre todo le ha dado la clave de

la locura española, raíz de nuestras grandezas y nuestras miserias”, 1968: 105.

14 Cfr. Before the Rain sobre el conflicto en Los Balcanes; Vivir sobre la Revolución Cultural en China; Más

alla de Rangún sobre la dictadura en Birmania o la recientemente premiada La vida es bella sobre los

campos de concentración nazis. El componente ético, en todas ellas, prevalece sobre el componente

dialéctico o ideológico, en el sentido marxiano del término.

15 Al respecto es interesante el comentario de Montesinos: “Galdós odia la guerra, que si puede ser

ennoblecida por el ideal, casi siempre se desarrolla en la penumbrosa zona de los primarios instintos

infrahumanos”: 1968:102.

16 Precisamente es el presente ontológico lo que priva de perspectiva histórica a los sucesos. El elemento ético

e ideológico deben de estar unidos en cualquier análisis histórico. De lo contrario se produce la

desvinculación del hombre con lo vivido y el culto a lo efímero, propio de la posmodernidad. Cfr. Javier

Sádaba, 1993: 195-196.

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