HUELLAS DE LA VIDA LITERARIA EN LOS ÚLTIMOS
EPISODIOS NACIONALES
Luis María Romeu Guallart
En una ponencia plenaria leída en el Paraninfo de la Universitat de València,1 el profesor
Gonzalo Sobejano definía la “vida literaria” como “el modo de actuar y de convivir de
quienes son escritores o trabajan por serlo”. En el curso de su exposición, el crítico habla de
un tipo de novelas, muchas de ellas novelas de clave, en las que del todo o en gran parte se
retrata la vida literaria española y reclama la necesidad de la catalogación y estudio de este
género literario. En el resto de la ponencia el autor realiza un recorrido por la historia literaria
de fines del XIX y principios del XX reseñando algunas de las obras que podrían adscribirse a
este género. Señala que el posible catálogo debería comenzar por una personal adaptación de
las Scènes de la vie de Bohème de Mürger a las circunstancias españolas: la novela El frac
azul de Enrique Pérez Escrich, publicada en 1864. Sin embargo, dice, es Galdós, quien abre
de verdad el camino en España hacia este nuevo tipo de novela con la segunda parte de El
doctor Centeno. Dice Sobejano respecto a esta novela:
En la pensión de Doña Virginia, un disputadero, todos los inquilinos, excepto uno
dedicado a la pedagogía soliloquial, coinciden en la afición a las letras, la penuria de
medios económicos y la sustitución del trabajo por la charla. Ambiciones de gloria y
poder llevan a Alejandro Miquis a concentrar sus esfuerzos en la composición de un
drama histórico (El Grande Osuna) y a abandonar los estudios. Se sueña triunfador,
potentado, caballero del siglo XVII, protector de los menesterosos, y es sólo un pobre
muchacho fracasado, enfermo, necesitado de protección. Los quijotescos anhelos de
Miquis se estrellan contra la realidad, que pide sí inspiración ideal, pero también
lógica, aritmética, perseverancia, todo lo que él se niega a aprender. Alejandro es un
romántico y con su muerte, así se lee en la novela ‘el romanticismo ha muerto’.
Difícil sería, por no decir imposible, justificar la adscripción de los Episodios Nacionales
al género de las novelas de la vida literaria. Sin embargo, perteneciendo a otro tipo de obras
de muy distinta índole, los Episodios, dentro del amplio panorama histórico, político y social
que ofrecen, nos presentan abundante información de cómo era la sociedad literaria del XIX,
cómo vivían estos escritores, cómo y dónde se relacionaban, dónde escribían, etc. Esta
información que nos viene dada por varias novelas, quizás un tanto descuidada por la crítica,
es tremendamente útil para el estudioso de la literatura a la hora de aproximarse al hecho
literario en su desarrollo histórico.
Los Episodios que hemos seleccionado para un primer intento de análisis de este tipo son
los cuatro últimos de la Serie Final; Amadeo I, La Primera República, De Cartago a Sagunto
y Cánovas. Generalmente, la crítica coincide en señalar que los dos primeros de esta serie,
España sin rey y España trágica, pertenecen, estructuralmente, a la serie anterior. Así lo
entiende, por ejemplo, Juan Ignacio Ferreras,2 quien realiza un exhaustivo análisis de la
estructura de los Episodios Nacionales y afirma, entre otras cosas, que, desde Amadeo I,
asistimos a un cambio en la estructura y en el estilo.
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Por quedar un poco apartado de mi objetivo, no insistiré en estos estudios. Lo que sí ha
motivado fundamentalmente mi selección de estos cuatro Episodios es la aparición, en
Amadeo I, de un nuevo personaje narrador; Tito. Se trata de una figura compleja que trataré
de analizar más adelante para proceder ahora al estudio de las huellas de la vida literaria en
estas obras.
Ante todo cabe plantearse qué tipo de información de la vida literaria puede
proporcionarnos un texto determinado. Considero conveniente establecer una primera
distinción. Por una parte, tendremos lo que podría denominarse información puntual. Es decir,
la obra puede presentar (unas veces directamente y otras en clave) nombres de personajes,
escritores, tertulias, centros de reunión, obras, publicaciones periódicas, etc. Otras veces lo
que nos puede interesar es rastrear en la obra tipos y caracteres de la época, es decir, la obra
puede reproducir no tanto hechos históricos puntuales como ambientes, modo de vivir, de
relacionarse, etc.
En los cuatro últimos Episodios es abundante la información puntual de la vida literaria
que se nos ofrece. Como no se cansa de debatir la crítica especializada, los Episodios
presentan un tipo de novela a caballo entre la ficción y la historia, entre hechos verídicos e
imaginarios. A lo largo del discurrir de la vida de Tito aparecerán varios personajes históricos
relacionados con el mundillo literario. A modo de ejemplo, podríamos reseñar a José Luis
Albareda (fundador y director junto a Galdós del Debate), Luis Blanc (político y periodista,
escritor de obras teatrales como Rompe cadenas, El grito de guerra o La nueva Carmañola),
Roberto Robert (escritor y periodista, colaborador de La Europa, La Voz del Pueblo o La
Discusión, fundador de El Diario Madrileño y de la revista satírica El Tío Crispín y autor de
Los cachivaches de antaño, Los tiempos de Mari Castaña o La espumadera de los siglos) o
Roque Barcia (político y escritor colaborador en La Democracia –el periódico de Castelar–,
fundador de El Demócrata Andaluz y autor de un Diccionario general etimológico de la
lengua española). La lista de personajes con visos de ser reales históricamente que desfilan
por estas páginas se hace interminable (Mateo Nuevo, Ricardo Muñiz, Llano y Persi, Valero
de Hornos, etc.) y será labor del crítico el comprobar la historicidad de los mismos.
Otro tanto ocurre con los diarios y las publicaciones periódicas. Estos Episodios nos
ofrecen también un sinfín de títulos de periódicos y revistas que reflejan la bulliciosa realidad
política, social y literaria de la época; El Tribunal del Pueblo, El Debate, La Revista de
España, La Igualdad, La Ilustración Republicana Federal, El Imparcial, Las Novedades, etc.
Muchos son, también, los datos referentes a lugares y tertulias de la agitada sociedad
madrileña de la época. Encontramos, por ejemplo, La Academia de la Historia de la calle
León, el Teatro Real, el Teatro de la Alhambra, el Café Oriental (donde Tito hace referencia a
una tertulia en la que participa, entre otros, Roque Barcia), el Ateneo, el Casino Moderado en
la calle Atocha, el Café de las Columnas, el Club de la calle la Hiedra, la Tertulia del Conde
de Cheste, el Café de Venecia, etc.
Es necesario añadir también continuas referencias a autores y obras consagradas tanto de
nuestra literatura como de la historia de la literatura y del arte universal; véase Cervantes, Don
Juan Tenorio, Aída, Roberto el Diablo, Espronceda, La dama boba, Don Álvaro, El trovador,
etc. Aparecen incluso actores y actrices conocidos en la época como Hermógenes Cadalso, o
Elena Sanz. Como muy bien ha señalado y estudiado, entre otros, Hans Hinterhäuser,3
aparecen también en estas obras importantes personajes galdosianos de otras novelas como
José Ido del Sagrario, Plácido Estupiñá (de Fortunata y Jacinta), don Francisco Bringas (de
La de Bringas) o el usurero Torquemada.
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No podemos acabar de dar cuenta de la información o datos puntuales que estas obras nos
ofrecen de la vida literaria de la época sin destacar que, en un momento determinado, el
propio Galdós aparece bajo la figura de un “chico isleño”. Tito lo presentará al lector, junto a
sí mismo, en Amadeo I:
Él era “guanche” y yo “celtíbero”; quiero decir que él nació en una isla de las que
llaman adyacentes, yo en la falda de los Montes de Oca, tierra de “Los Pelendones”;
él despuntaba por la literatura; no sé si en aquellas calendas había dado al público
algún libro; años adelante lanzó más de uno, de materia y finalidad patrióticas,
contando guerras, disturbios y casos públicos y particulares, que vienen a ser como
toques o bosquejos fugaces del carácter nacional. [...] Y no digo más por ahora,
reservándome, con permiso del bondadoso lector, el nombre de mi amigo y el mío.
En un momento de la obra, Tito caerá enfermo de tifoidea. Su único consuelo serán los
cuidados de su compañera Felipa y de este joven isleño. Treinta y siete años después, narra
Tito, él y el isleño se encontrarán y éste último le pedirá que le devuelva el favor escribiendo
un libro acerca del reinado de don Amadeo mezclando los casos privados y los públicos. La
cronología que propone Galdós parece ajustarse, más o menos, a la realidad pues dataría este
“encuentro” alrededor de 1908 y sabemos que Amadeo I fue escrito entre agosto y octubre de
1910. Otro dato que justifica la identificación, por otra parte obvia, de este personaje con
Galdós es la colaboración de ambos en El Debate, dirigido por J. L. Albareda, amigo de
Galdós.
Respecto a los tipos, caracteres y ambientes que aparecen en estas cuatro obras lo primero
que cabe destacar, a la luz de los datos que he señalado con anterioridad, es la íntima ligazón
existente en la época entre lo social, lo político y lo literario. Los años que van desde
Amadeo I hasta Cánovas (1971-1975) son de una profunda agitación político y social. Se
suceden la monarquía de Amadeo de Saboya, la I República, el gobierno autoritario de
Serrano, la Restauración de la casa de Borbón, etc. La sociedad española vive los fuertes
enfrentamientos entre distintas ideologías y partidos políticos. Moderados, liberales,
progresistas, demócratas o republicanos “por citar algunos” revuelven la escena política
española. Por si esto fuera poco, hay que añadir la problemática generada por las
insurrecciones cantonales, los carlistas o los acontecimientos cubanos.
En esta sociedad convulsa cobran gran importancia los intelectuales. Prensa, literatura y
política forman un grupo difícil de disolver. Las bulliciosas redacciones de los periódicos se
alinean con una u otra causa. Lo mismo sucede con las más relevantes revistas o tertulias del
momento. Los personajes importantes suelen unir una labor política a una periodística o/y
literaria. El mundillo literario se ve abarrotado de personajes que, como el mismo Galdós,
llegan a Madrid con las aspiraciones de hacerse un nombre colaborando con los distintos
diarios y, a ser posible, participando de la vida política.
Un ejemplo claro de estos personajes, y con esto quiero concluir mi exposición, es la figura
de Tito. El protagonista de los últimos cuatro Episodios Nacionales se distingue, ante todo,
por su inconstancia de carácter. Detengámonos, en primer lugar, en el nombre. Dice él
mismo:
Era yo, pues, un caso peregrino de proteísmo; y ved, amigos, cómo esta, mi voluble
constitución mental venía consagrada desde mi nacimiento y bautismo por mi
nombre y cognomen. Yo me llamo, sabedlo ya, Proteo Liviano, de donde saqué Tito
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Livio usado en mis primeros escritos, y el Tito a secas que hoy merece mi preferencia
por lo picante y diminuto.
En la mitología clásica Proteo era una divinidad marina que adivinaba el futuro, pero sólo
se le podía abordar cuando salía a la superficie, y esto lo hacía en contadas ocasiones.
Además, para despistar a sus perseguidores, solía mudar de aspecto. Figuradamente se usa la
expresión ‘proteo’ para designar a una persona inconstante que cambia frecuentemente de
opinión y afectos. Por si esto no bastara, la inconstancia de Tito viene reforzada por su
segundo nombre “Liviano”. Galdós presenta este personaje como cronista, el cual escoge, no
por casualidad, como primer seudónimo Tito Livio (nombre del historiador romano por
excelencia, autor de Ab urbe condita, una historia de Roma en ciento cuarenta y dos libros).
El tema de la liviandad y de la ideología del personaje está ya muy estudiado por la crítica,
por lo que no me detendré en ese punto. Sin embargo sí que hay un aspecto del personaje que
afecta más al propósito de mi intervención y en el que me gustaría incidir. Tito se presenta
como un personaje cuyas afinidades políticas no parecen claramente definidas; de hecho,
parece adaptarse proteicamente a la circunstancia política del momento.
Nuestro narrador se nos aparece primero como un vulgar cronista de la vida política, la que
nos ofrece alternándola con sucesos de su vida amorosa. Sin embargo, en el transcurso de los
cuatro Episodios objeto de comentario, los hechos fabulosos empiezan a mezclarse con los
creíbles. Aparece Clío o Mariclío, primera de las nueve musas de la mitología clásica y
personificación de la Historia. La relación Tito - Clío marcará el desarrollo de las obras.
Llegados a un punto, Tito se convierte en siervo de Clío, de la Historia, por lo que recibe una
remuneración periódica en la Academia. El lector, al final, no sabe encasillar muy bien a Tito.
No sabe si los sucesos fantásticos que narra son fruto de la realidad o de sus desvaríos. Nada
parece hacer Galdós por sacar al lector de semejantes dudas. “Tito el Indefinible”, le ha
denominado Juan Ignacio Ferreras en su ensayo citado anteriormente.
El aspecto que me interesa resaltar es que Tito se nos presenta, en realidad, como el
prototipo de escritor de la época, venido de fuera de la capital para lograr hacerse una firma
en Madrid. La vida política de la España del momento, como ya hemos visto, es muy agitada,
con continuos cambios en el poder. El escritor de la época, en su lucha por conquistar un
lugar, deberá adaptarse a ellos. Esta habilidad de adaptación, este proteísmo, la manifiesta
Tito en múltiples ocasiones; por ejemplo, mientras está viviendo con María de la Cabeza le es
infiel en una ocasión, pasando un par de noches en casa de Graciella. Deberá entonces
inventar un discurso supuestamente dictado de viva voz por Zorrilla para encubrirse. En otra
ocasión, retirado por motivos de salud al pueblo de su padre, se ve en la obligación de
pronunciar un discurso del agrado de la beata gente del lugar. Entonces, proclama la
necesidad de hacer de España una “República Pontificia” donde el presidente sería ni más ni
menos que el Sumo Pontífice. Ni que decir tiene que el discurso es recibido con
enfervorizados aplausos.
Esta adaptabilidad de caracteres, esta labor periodístico-literaria enfocada como un oficio
al servicio de fines más imperiosos que las propias ideas políticas, como es el sobrevivir o el
poder ingresar en una profesión como la periodística, es una constante del tipo de escritor y
periodista de la época y la encontramos reflejada en varias obras de nuestra literatura como,
por ejemplo, en La horda de Vicente Blasco Ibáñez donde, el protagonista, Isidro Maltrana,
acuciado por el hambre, se ve obligado a componer clandestinamente libros y discursos para
altos cargos políticos.
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En resumen y para concluir, estos cuatro Episodios Nacionales son de gran utilidad al
crítico por la abundancia de información de la vida literaria de la época que presentan; tanto
datos puntuales de personajes, obras, publicaciones periódicas o lugares como por la
presentación de rasgos que pueden llevar a la reproducción de tipos y ambientes en los que se
desenvolvían los escritores alrededor de 1970-75.
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NOTAS
1 Gonzalo Sobejano, “La Calle de Valverde en el linaje de las novelas de la vida literaria” [13 de diciembre de
1993]. En Actas del Congreso Internacional “Max Aub y el Laberinto Español”, Valencia: 1996.
2 Juan Ignacio Ferreras, Benito Pérez Galdós y la invención de la novela histórica nacional, Madrid:
Endymion, 1997; pp. 170, 171
3 Hans Hinterhäuser, Los “Episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós, Madrid: Gredos, 1963; p.283.
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