GALDÓS ELECTRÓNICO
Rodolfo Cardona
La idea de una posible conjunción de la tecnología y el humanismo no se nos ocurrió hace
treinta y seis años, cuando proyectábamos el lanzamiento de los Anales galdosianos. Hubiera
sido una solución más fácil que la que, durante muchísimos años utilizamos: imprentas de las
de antes con compositores, letras de plomo, cajas, etc.; compositores que al corregir las
primeras galeradas cometían nuevos errores. En fin, la situación bajo la que publicamos los
dos primeros números de Anales, cuando la revista se imprimió en Nueva York.
Sin embargo, ya para esas fechas empezaban a idearse proyectos que, para su posible
realización, requerían el uso de ordenadores. Se podían llevar a cabo “a mano,” pero con la
obra de don Benito, tan extensa, hubiera sido obra de romanos. Lo malo es que por esas
fechas los ordenadores eran enormes máquinas poco asequibles a los humanistas. Se
reservaban para trabajos importantes en las ciencias físicas y las sociales, que en esa época
empezaron a querer equipararse con las físicas en su metodología. A pesar de todo, Carmen
Rivera, profesora de literatura española en la Mary Washington College de la Universidad de
Virginia, entusiasta galdosista, lanzó la idea de un proyecto titulado “El vocabulario de
Galdós.” Aún más, inscribió este proyecto en la Modern Languages Association, logrando así
que se iniciaran las “sesiones especiales” dedicadas a Galdós que anualmente se ofrecían en
las reuniones de esta asociación a finales de diciembre. Cada año había que presentar una
solicitud para una de estas “sesiones especiales,” hasta que Carmen recogió, con gran esfuerzo
de su parte y con la ayuda de otros galdosistas, el número suficiente de firmas para pedir que
las “sesiones especiales” se convirtieran en regulares, como en efecto sucedió.
Mientras tanto subsistió la idea de compilar el vocabulario de Galdós para lo cual, ya todos
estábamos convencidos, el uso de los ordenadores era indispensable. Pero había que
programar el proyecto para lo cual necesitábamos un modelo. Averigué, por medio de una
colega en el Departamento de Español de NYU, Alice Pollin, que su marido estaba metido
hasta las orejas en la compilación del vocabulario de Edgar Alan Poe. Hice un viaje a Nueva
York desde Pittsburgh, donde me encontraba entonces, para ver cómo funcionaba aquello.
Aquello funcionaba, pero funcionaba gracias a la labor de mucha gente. En esa época no
había escáners y todo había que hacerlo a mano, perforando unas tarjetas en unas máquinas,
que luego se metían en los ordenadores que imprimían los textos en esas largas tiras de papel
con una letra electrónica un poco odiosa para leer. Me di cuenta de que sería una labor de
chinos pasar toda la obra de Galdós a tarjetas perforadas, lo cual era posible, pero requería
fondos para pagar a los “técnicos”. Además, éstos eran casi unánimemente angloparlantes, lo
cual dificultaba el oficio de pasar a las tarjetas textos en español que utilizaban acentos y
tildes. Aún hoy día andamos a vueltas con este problema. Comparado con nuestro proyecto, el
del vocabulario de Edgar Alan Poe era mucho más fácil. Su obra, más reducida, estaba escrita
en inglés, la lengua privilegiada por los ordenadores.
Años más tarde, en uno de los primeros Congresos galdosianos, por iniciativa de Yolanda
Arencibia, se retomó el proyecto del vocabulario, pero para llevarlo a cabo por un equipo. De
esto nos hablará, quizás, Yolanda. Yo no conozco los detalles.
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Los años pasan y la tecnología avanza a pasos aún más agigantados que los del mismo
tiempo. Se inventan los escáners que facilitan el pasar un texto al ordenador, pues no requiere
mecanografiarlo ni perforar tarjetas. Mejor aún, la digitalización, que permite a los pixels
reproducirlo todo fielmente, hasta los acentos y las tildes que se les escapaban a los escáners
para los que un acento les asustaba y escupían una letra cualquiera, parecida en la forma a la
vocal con el acento. La digitalización ahorra una gran cantidad de problemas y es un proceso
mucho más rápido. Lo cual no quiere decir que no presente aún ciertos problemas de los que
se hablará después.
¿Qué es lo que la digitalización ha hecho posible para los galdosistas?
Se puede establecer una Red de Centros (o bibliotecas) con un archivo virtual de Galdós
que comprendería:
- Una bibliografía completa de los estudios que se han escrito sobre cada una de las obras
de Galdós.
- Acceso a todos los manuscritos que existen de sus obras (novelas y teatro) en las diversas
bibliotecas.
- Acceso a las galeradas de obras suyas que se puedan encontrar en bibliotecas y archivos.
- Acceso a los textos impresos de todas las primeras ediciones de sus obras, incluyendo las
que aparecieron primero en revistas.
- Acceso a las últimas ediciones que pudieron haber sido alteradas o corregidas por mano
de Galdós.
- Acceso a todos los artículos que publicó en la prensa.
- Acceso a toda su correspondencia conocida más las cartas que vayan apareciendo en el
futuro.
- Acceso a fotografías de los montajes de sus obras de teatro.
- Acceso a los cuadernos copiados para el director y los actores de sus obras de teatro que,
en la mayoría de los casos difieren bastante de los textos impresos.
Es decir, que el investigador podrá acceder, desde su casa, a todos los materiales que pueda
necesitar para investigar y escribir sobre cualquiera de las obras de Galdós, sobre cualquier
tema que traten estas obras; podrá cotejar cualquier texto para encontrar variantes, empezando
con el manuscrito (si existe), para hacer exhaustivos estudios lingüísticos de sus obras, en fin,
para hacer lo que su imaginación le dicte.
Mucho de lo anterior, como veremos en intervenciones siguientes, ya se ha conseguido.
Falta bastante por hacer, pero ya está en camino.
¿Qué se ha conseguido hacer ya con esta tecnología?
El valioso estudio de Estelle lrizarry, de Georgetown University, sobre el estilo de Galdós,
publicado en el Vol. 74, Número 4 de Hispania, analiza 27 novelas por ordenador. Sin
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embargo, limita el análisis a ejemplos de 5.000 palabras de cada una de estas 27 novelas. Si
tenemos en cuenta que una novela puede sobrepasar las 100.000 palabras, el estudio de
lrizarry es bastante limitado, pero es un comienzo significativo. Queda mucho por hacer en
esta línea de investigación.
¿Cuáles han sido los impedimentos para este tipo de investigación tecnológica de textos?
Se puede mencionar varios:
1. Los filólogos no hemos sido entrenados en computación. Es un milagro que alguien
como yo, de mi generación, considere seriamente esta posibilidad. Los que han recibido ese
tipo de instrucción, dada la escasez de puestos, la mala paga de profesores en nuestro campo,
y la dificultad de obtener permanencia, posiblemente han abandonado la profesión y se
dedican a la ciencia de la computación en cualquier empresa, con más sueldo y, posiblemente
mayores beneficios.
2. El ordenador personal con menús y ratones, el escáner y la digitalización, son
innovaciones relativamente recientes. Aún más, la WWW es cosa de hace poquísimos años.
Recuérdese que durante la última campaña presidencial Gore dijo que él la había creado
durante su período como Vicepresidente.
3. Los programas que han existido (software) hasta hace poco, fueron concebidos para la
escritura, no la lectura y, menos, el análisis textual. Su principal objetivo ha sido el desplazar
la máquina de escribir y, junto a éstas, a las secretarias. Los programas que existen ofrecen
muy pocos medios para leer, navegar e interpretar textos. Por eso, casi todos nosotros
utilizamos nuestros ordenadores para redactar nuestros artículos o libros y no para estudiar o
investigar (y si lo usamos para esto último, nos limitamos a buscar en bibliotecas qué libros
puede haber que nos interesen para el proyecto en que estamos trabajando). Para mí la internet
ha sido útil para verificar fechas de publicación de cualquier libro cuando estoy lejos de una
biblioteca de investigación.
4. Lo más serio es que los Departamentos de Lengua y Literatura en los EEUU y los de
Filología en España, “premian y estimulan” la publicación de artículos en revistas que utilizan
el sistema de peer review, y libros publicados en editoriales reconocidas, pero no la labor
técnica de escanear y corregir textos, o de crear páginas web que contengan dichos textos y
nuevas maneras de acceder a ellos. Además, es difícil cobrar regalías por una página web o
por facilitar el acceso a fuentes textuales.
Veamos, por último, lo que el presente o futuro investigador podría hacer con la nueva
tecnología:
1. Podría iniciar cualquier tema de investigación, ponerlo en la WWW y hacerlo asequible,
inmediatamente, a sus compañeros galdosistas en cualquier latitud del mundo quienes, a su
vez, podrían hacerle sugerencias, sugerirle cambios, añadir material, etc. El resultado de lo
que se inició como artículo o libro individual se puede convertir en trabajo de equipo.
(Algunos de nosotros ya hemos experimentado, con cierto éxito, en trabajos escritos en
colaboración, mucho antes de que existieran estas nuevas facilidades. Visión del esperpento,
por ejemplo, fue un trabajo de colaboración.)
2. Se podría crear la revista virtual y aún, el libro virtual. La revista virtual podría recoger
colaboraciones, como hace Anales galdosianos, de galdosistas de cualquier procedencia. Un
cuerpo editorial se ocuparía de aceptar, rechazar o corregir por medio de sugerencias,
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cualquier artículo enviado. El libro virtual podría ser el producto de un solo autor o de una
colaboración como se indicó antes. En cualquiera de estos dos casos, el de la revista o el del
libro, el producto final podría convertirse fácilmente, en revista y libro tradicionales, es decir,
impresos en papel y encuadernados al gusto. Ya existe la tecnología que permite convertir un
libro virtual en un libro concreto, creado individualmente para cada persona que lo solicite.
Los editores, que ya existen, y que hacen esa conversión, no tienen que preocuparse de la
tirada de la edición, nunca tendrá problemas de residuos editoriales ni de espacio para
almacenamiento de sus ediciones. El libro se imprime y se encuaderna para cada lector que lo
solicite. El editor se encargará de pagarle regalías al autor.
Para los que crean que éste es un sueño, les remito al siguiente reclamo publicado en la
New York Review of Books:
37 maneras como un escritor puede evitar escribir.
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Como ven, la publicación de libros virtuales se puede convertir, fácilmente, en una
publicación tradicional. La tecnología ya existe. En el futuro, así como hoy día podemos tener
nuestro propio ordenador en casa, también podremos acceder a la tecnología que nos permita
imprimir y encuadernar libros que están en la red en nuestra propia casa.
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Termino con la siguiente advertencia: “No hay que hacer caso de ciertas predicciones que
se han hecho.” John Perry Barlow, autor del libro The Social Life of Information, llama
“endism” (finalismo) a estas predicciones de que “el mundo, tal y como lo hemos conocido
hasta ahora ha terminado.” Predicciones “finalistas,” basadas en los adelantos en la tecnología
de los ordenadores, no se han cumplido. Por ejemplo, la idea de una oficina computarizada
“sin papeles”, pues ha terminado la era de los memorándums, de las máquinas fotocopiadoras
y de los documentos impresos. Como todos hemos experimentado, eso es falso. Quizá yo
tenga más papeles que nunca en mi despacho.
La era de la tecnología no significa que hayan acabado o que en el futuro se acaben los
libros.
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