EL TRATAMIENTO DE LA FICCIÓN EN EL DÍPTICO
NAZARÍN/HALMA Y SUS AFINIDADES CON
EL QUIJOTE
Rosa Eugenia Montes Doncel
Nazarín y sus críticos
A la hora de enjuiciar Nazarín y Halma parecen recurrentes varios lugares comunes de la
crítica, algunos de ellos difundidos casi desde el momento de publicación de los textos (ambas
novelas ven la luz en el año 1895, con unos meses de diferencia): primero, la consideración de
que las dos obras forman un todo o deberían conceptuarse como un todo; segundo, tachar a
una y otra de novelas fallidas; tercero, la insistencia en la construcción del personaje
protagonista en cuanto síntesis de las figuras de Cristo y Don Quijote; cuarto, omitir la
enumeración de las concomitancias entre Nazarín y el modelo cervantino con el expediente de
que resultan meridianas; y por último, buscar un venero para el tratamiento del misticismo
galdosiano en la narrativa rusa y concretamente en Tolstoi. Estas aseveraciones se vinculan
entre sí, pues uno de los fulcros en que puede apoyarse la defensa de unidad de Nazarín y
Halma es justamente el establecer su análisis desde una estructura binaria (pero discontinua en
su publicación) heredada del Quijote, con el uso de la primera parte de la novela como
elemento de la trama en la segunda y la refutación, desde el plano ficcional, a la lectura llevada
a cabo por algunos receptores reales: en el caso del Quijote del 15, se explica el lapsus del
incidente del robo del rucio y se responde a los comentarios que se hicieron sobre la inserción
de relatos autónomos; en el caso de Halma aparecen protestas contra la filiación que la crítica
inmediata había buscado para el misticismo de Nazarín en modelos rusos, y Ándara, como
Sancho respecto al Quijote del 5, se queja de lo que la novela cuenta de ella. Por otro lado, la
mayoría de críticos que valora negativamente el relato de Galdós argumenta este dictamen en
el tercero de los factores citado, esto es, en la confluencia de las siluetas de Cristo y don
Quijote que se verifica en la etopeya del santo manchego y asimismo en el peso común de los
Evangelios (u otras Vidas de Jesús) y de la obra cervantina que gravita sobre la estructura
episódica de la novela.
En cuanto al primer punto, las pruebas que cabe argüir para postular la interdependencia de
Nazarín y Halma descansan tanto en lo temático (continuidad argumental) y en lo dispositivo
(idéntico número de partes con similar extensión y similar número de capítulos en cada una de
ellas, juego metaficcional entre la una y la otra), como en la propia intentio auctoris. En una
carta a Navarro Ledesma afirma don Benito, en referencia a Halma: “Estoy haciendo la
segunda parte de Nazarín, que espero salga en octubre, o principios de noviembre”.1 Además
en el final abierto del texto mismo puede leerse una implícita promesa de continuación; como
de todos los amantes de Galdós es bien recordado, la novela se cierra con un corto párrafo en
que el Dios que visita a un Nazario Zaharín delirante le felicita por su labor y le vaticina que
aún ha de “hacer mucho más”.2 Yolanda Arencibia en su edición comenta datos del tipo de una
indicación hallada al final del manuscrito de Halma, donde el escritor solicita “Poner esto
como se puso en Nazarín”.3 Sostienen esta postura, por poner un ejemplo, Peter B. Goldman,
quien estima que ambas narraciones integran una trilogía espiritualista junto con Misericordia,
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
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dos años posterior,4 Mª del Prado Escobar Bonilla5 y la propia Arencibia, según se desprende
de su edición conjunta de ambas novelas. Sin desdeñar los elementos esgrimidos y en especial
los que atañen a la voluntad declarada del autor, me inclino más, con Kronik, por la solución
de que se trata de obras fundamentalmente autónomas,6 susceptibles de ser leídas y analizadas
por separado. Utilizo la edición binaria de Arencibia por ser solvente y la más actualizada, y
sobre todo porque para el concreto objetivo de mi estudio, las afinidades con El Quijote, sí
resulta necesario operar desde el maridaje de ambas novelas.7
Hay asimismo otros autores, como Parker, que abogan por el divorcio de los dos textos e
incluso recomiendan acceder a ellos de manera independiente. Esto nos conduce al segundo de
los tópicos enumerado, puesto que la razón que aduce Parker para descartar la necesidad de la
lectura de Halma tras la de Nazarín radica en el, a su parecer, carácter decepcionante de
aquella respecto a las expectativas creadas en ésta.8 Clarín pensaba que Halma debería haberse
incluido en el cuerpo de Nazarín al modo de los metarrelatos del Quijote, y el anatema vertido
por el autor de La Regenta sobre Halma tuvo ciertamente una sombra muy alargada en la
crítica.9 No más benevolencia ha inspirado Nazarín; ya en 1964 observa Ruiz Ramón: “Todos
los críticos de Galdós están de acuerdo en afirmar que Nazarín es una novela fallida [...] que
en la estructura de la obra y del personaje pesó demasiado la presencia de don Quijote. Y del
Cristo evangélico [...]”.10 Es la misma objeción que alegan Parker y Nimetz en el 68.
If there is a weakness in the novel’s structure, it is to be found, in my opinion, in its
relation to don Quijote (Parker: p. 91).
Nazarín is an aesthetic failure because don Quixote is its correlative. The reader, from
beginning to end, is so conscious that Cervantes’ novel lurks behind the scenes that he
tends to compare Nazarín with Quixote instead of with Christ. Thus Nazarín becomes
an object of comic irony, not of veneration. Because the structural correlative (don
Quixote) and the thematic correlative (Christ) are at odds with one another, the use of
literary metaphor is self-defeating.11
Pero sí existen relaciones entre Jesucristo y don Quijote, aunque no sea más que la palmaria
de que viajan haciendo el bien desinteresadamente y reciben ingratitud y palos a cambio. En
1989, tras recapitular las numerosas opiniones adversas que han proliferado en torno a este
aspecto, Stacey L. Dolgin señala que el punto de encuentro entre Cristo y don Quijote, los dos
pilares sobre los que se erige Nazarín, reside a su parecer en el anacronismo de sus ideales:
“both Christ and don Quijote symbolize a supreme idealism set forth in a specif historical
moment in which a prevailing materialism perceives their ideals to be anachronistic and,
therefore, diagnoses that the two men are insane”.12 Añadiría yo que las respectivas historias
de ambos personajes, histórico uno y de papel el otro, se han transmitido a través de cronistas
finitos, de informantes múltiples que ofrecen versiones fragmentarias y diversas: por un lado,
los cuatro evángelistas, el Corán, los evángelios apócrifos, historiadores no cristianos como
Flavio Josefo, vidas de Cristo literarias en la línea de la de Renan, tantas veces citada por los
exegetas de Nazarín;13 y de otro lado, el juego ficcional de cajas chinas entre el “autor” Cide
Hamete Benengeli, el traductor, y ese “editor-copista” al que se asimila Cervantes, más los
múltiples narradores-personajes que incorporan relatos intradiegéticos. Trabajos más recientes,
como el de Bly, se quejan del afán de la crítica por conectar a los tres personajes, Nazarín, don
Quijote y Cristo. Estimo que lograr el sincretismo entre sus dos principales fuentes (bastante
ancilar la de don Quijote respecto a la de Cristo) no sólo no es un demérito, sino todo lo
contrario.
VIII Congreso Galdosiano
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Y hay más cargos arrojados sobre la novela. Nimetz denuncia y reprocha que Nazarín se
convierta en objeto de ironía, en tanto que Morón Arroyo, un año antes, lamentaba que el tema
no se prestase a lo cómico. Un artículo de Dendle de 1974 reputa “incongruencias lingüísticas”
ciertos ejemplos de parodia (de la novela popular o de la literatura didáctica) típicamente
galdosianos. Son de la clase de “Y de Nazarín, ¿qué puede decirse sino que en aquellos seis
días fue un héroe cristiano y que su resistencia física igualó por arte milagroso a sus increíbles
bríos espirituales?”.14 Aquí el caso es desaprobar algo, cuando más bien la ironía y la
ambigüedad logradas merced al distanciamiento evitan caer en el riesgo de escribir lo que
formalmente hubiese sido una Vita al uso, aunque de protagonista ficticio. Galdós rebaja
deliberadamente la nota trágica de ciertos episodios, como el escarnio sufrido en la cárcel: se
dice que “más que crueldad y saña, revelaba aquella acometida en conjunto una burla pesada y
brutal, porque los golpes no eran fuertes, aunque sí lo bastante para poblar de cardenales el
cuerpo del infeliz sacerdote” (p, 226). La atenuación e incluso vulgarización realizada sobre
ciertos episodios bíblicos podrían devenir ciertamente grotescas en manos menos sutiles que
las de Galdós (vb. gr., el tratamiento que Buñuel confiere a este material). Pero el canario
sortea este peligro con una fina pátina de ironía que dota de humanidad y verosimilitud a su
criatura, y consigue alejarse tanto de la cursilería hagiográfica como de la mofa burlesca.
Otros detractores de Nazarín atacan no ya la convergencia de los dos modelos, sino el
débito con el Evangelio considerado aisladamente. Decía Casalduero:
Este buscado paralelismo puede parecer innecesario e ingenuo en extremo. No sólo la
novela no lo exige, sino que hubiera ganado sin él; pues fatalmente el peso del
Evangelio puede más y arrastra la novela, aparte del riesgo que se corre de que el
lector se divierta y distraiga viendo la mayor o menor habilidad con que el autor hace
coincidir los dos perfiles”.15
No se entiende muy bien por qué implica un riesgo que el lector se distraiga en degustar la
habilidad galdosiana en este empeño, o qué es aquello de lo que no debe distraerse. Trabajos
más recientes, como el de Avilés Arroyo, por ejemplo, se atreven a rebatir en este punto al
insigne crítico galdosiano y reivindican el uso del hipotexto desarrollado por Galdós en la obra
(Avilés: p. 32). Por último citaré la reserva apuntada por Julián Palley, quien aprecia la novela
de Nazarín (no así Halma), pero reniega de Nazarín como personaje:
Aunque las ideas son importantes, y tienden a oscurecer el perfil humano de don
Nazario, Nazarín no es una novela de tesis, no tiene fines políticos, es superior a
Doña Perfecta o León Roch. Si podemos separar nuestra evaluación del protagonista
(plano y poco convincente cuando se le compara con Myshkin), del arte magistral
manifiesto en la novela en general, resulta claro que Nazarín merece un alto lugar en
el canon galdosiano. Menos lograda que Fortunata y Jacinta o La de Bringas,
Nazarín es, sin embargo, una creación espléndida que no ha recibido la acogida
popular y crítica que merece.16
A mi juicio Palley defiende una aporía casi irresoluble, pues no se puede hacer una buena
novela con un mal personaje (lo contrario, aunque inusual, resulta más factible). Ciertamente,
Nazarín no es la encarnación de una tesis, como ocurre con Pepe Rey y, en alguna medida,
León Roch, sino un personaje de carne y hueso. Galdós esta vez ha decidido crear a un santo,
es decir, un ser humano excepcional por definición, pero siendo santo no cabe ser más
humano, creíble, cotidiano y mesurado que Nazarín. El hecho de que don Nazario insista en
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
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que cualquier defecto se puede encontrar en él, excepto la afectación (p. 356), se me antoja
muy significativo: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. No sé si es una forma de
defensa o una ironía, pero Galdós parece consciente de que ahí radica el posible talón de
Aquiles del personaje, contra el cual su pergeño debe combatir.17 También Halma manifiesta
huir de la afectación como de la peste (p. 365).
El interesante artículo de Palley, que por descontado encarece a El idiota por encima de
Nazarín, ¿no está inscrito hasta cierto punto en la órbita de esa fascinación que los lectores
occidentales (y me incluyo) hemos sentido a menudo hacia la literatura eslava, y en particular
hacia la novela decimonónica? Paradójicamente, incluso la circunstancia de haber tenido que
acceder a estas obras de manera indirecta, casi siempre a través de traducciones, y las más
veces pésimas, ha contribuido a alimentar en estos pagos su halo de exotismo y misterio y nos
ha empujado a cierto grado de sobrevaloración acrítica, al menos en el cotejo con sus
congéneres españolas, francesas o inglesas. A mí me parece que en un punto al menos Nazarín
aventaja a Myshkin: mientras que Dostoievski, para describir, como pretende, a un hombre
perfecto (apud Palley: p. 166n), ha tenido que recurrir a un enfermo psíquico, o que acaba
convertido en tal al término de su periplo, Nazarín se halla totalmente cuerdo (volveré sobre
esta importante cuestión más adelante). Es el mismo motivo por el que el puro Aliosha y el
abate Zósimo de Los Hemanos Karamazov también me interesan más que el Myshkin de El
idiota. De hecho, algunas de las reacciones sublimes de éste, como renunciar a la mujer a la
que se quiere para casarse por piedad con otra, o amar a los enemigos, son perfectamente
antinaturales, en tanto que Nazarín, no lo olvidemos, tiene que violentar sus impulsos
espontáneos para amar y perdonar a quienes le ofenden. Cuando en Nazarín aflora un
sentimiento que pudiéramos llamar antinatural, como su repentina alegría al enterarse de que
en un pueblo próximo se ha declarado una epidemia (alegría justificada, lógicamente, por la
posibilidad que tal desgracia le brindará de ejercer la caridad), el propio personaje corrige
rápidamente su expresión primera de contento al percatarse del disparate que ha dicho
(p. 182). En cuanto al cargo de “orgulloso” que Goldman arroja sobre Nazarín (p. 112, 25n),
apelando a episodios como su deseo de enfrentarse al terrible y peligroso don Pedro sin tener
ninguna necesidad de hacerlo, cabría aducir que la actitud del cura galdosiano sólo es soberbia
y forzada en la medida en que toda forma de humildad lo es.
Galdós, por boca de su personaje Manuel Flórez, niega taxativamente en Halma el cercano
parentesco con la narrativa rusa que se le había atribuido a Nazarín.
[...] al demonio se le ocurre ir a buscar la filiación de las ideas de este hombre nada
menos que a Rusia. Han dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué traer de
tan lejos lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el terruño y en el aire y en el
habla? [...] No vayan tan lejos a indagar la filiación de nuestro Nazarín, que bien clara
la tienen entre nosotros, en la patria de la santidad y la caballería, dos cosas que tanto
se parecen y que vienen a ser una misma cosa [...] (pp. 315-316).
Huelga decir que las distintas literaturas no pertenecen a compartimentos estancos
impermeables y las obras de Galdós, Dostoievski y Tolstoi se adscriben a una misma corriente
de realismo espiritualista hacia la que han evolucionado otros muchos autores del naturalismo
(las Leyendas de Santos de Eça de Queirós o las hagiografías de Emilia Pardo Bazán serían
ejemplos de ello). Pero como no existen en puridad rapports de faits registrables, los
abundantes trabajos dedicados al tema producen a veces la sensación de estar buscando tres
pies al gato.18 Desde mi punto de vista entre los elementos que plasman una común
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preocupación en Galdós y Tolstoi está el ensayo de sistemas más equitativos por parte del
propietario, que en Galdós tiene sesgos regeneracionistas: la ínsula en Halma, los métodos
practicados por Lievin con sus campesinos en Ana Karenina y por Nejliudov con los suyos en
Resurrección, novela recordemos posterior a Nazarín (no obstante, como dice Avilés Arroyo,
en Galdós no asoma ninguna punta de socialismo utópico ni de subversión; no se entrilla los
dedos ideológica o doctrinalmente como a veces el último Tolstoi). Hay en definitiva un interés
finisecular (especialmente visible en el decadentismo) hacia lo cristiano y lo místico; en Los
hermanos Karamazov de Dostoievski gentes de toda condición van a visitar al santo Zósimo,
como las señoras madrileñas de alto copete acuden a ver al santo Nazario con curiosidad no
exenta de morbo.
Es inexcusable, en último lugar, cerrar este apartado remitiendo a algunos de los
comentaristas galdosianos que rebaten la condición de novela frustrada para Nazarín. Entre los
artículos clásicos más conocidos se acoge a esta opinión el de Goldman (si bien, como dije, no
hace extensivos los méritos a Halma; Goldman: p. 100); se alzan como paladines entusiastas
de la novela Kronik, por supuesto Arencibia y la mayoría de los estudios publicados en los
últimos años.
Nazarín y El Quijote
Señalé ya antes que El Quijote constituye una referencia casi obligada entre los analistas de
Nazarín, tanto en lo que atañe a la semblanza del protagonista como en lo concerniente al
plano estructural. Pero lo que llama la atención del investigador interesado por esta
coordenada es la curiosa insistencia con que se repite la idea de que los ecos del Quijote
en Nazarín no precisan ser pormenorizados en razón de su obviedad. Empezando por
Ruiz Ramón:
No insistiré en señalar todas las semejanzas que hermanan el peregrinar de nuestros
dos admirables viadores, ni me esforzaré en descubrir, si esto es posible, alguna más
(Ruiz Ramón: p. 184).
Dendle y Kronik en 1974:
The parallels with the Quijote are obvious and have been too frequently mentioned in
previous studies to need more than passing mention here (Dendle: p. 116).
No es necesario repasar el texto de la novela para señalar las coincidencias temáticas y
estilísticas entre Nazarín por una parte y el Evangelio y Don Quijote por otra
(Kronik: p. 94).
Ni siquiera Rubén Benítez, que consagra un volumen monográfico a la impronta de
Cervantes en Galdós, se desmarca de esta tónica:
Nazarín y Halma son novelas tan impregnadas por el Quijote que sería absurdo
inventariar detalles y situaciones.19
Es el caso que todo el mundo alude a esta trabazón, que se da por supuesta, y muchos
ofrecen pruebas dispersas de ella, pero falta por hacer una clasificación exhaustiva. Por otro
lado, la presencia del Quijote no me parece ni mucho menos tan palmaria como la de la vida de
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
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Cristo; antes bien en algunas oportunidades surge de manera asaz oblicua en detalles que
fácilmente pudieran pasar desapercibidos: ¿la búsqueda de bellotas por parte de los personajes
nazaritas (por ejemplo, en p. 205) encubre tal vez, como sugiere Kronik (p. 88), una
remembranza del tópico de la Edad Dorada (es decir, de la prosecución de la felicidad) en el
contexto del discurso de don Quijote a los cabreros?:
Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puñado de
bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de
dorados...20
Pudiera tratarse de una mera casualidad, pero el ubérrimo ensamblaje de símbolos que
Galdós sabe articular en su producción nos ha enseñado a ponernos en guardia contra las
miradas inocentes,21 y más porque en el capítulo V de la primera parte el reporter dijo de
Nazarín: “Nada, que a lo bóbilis bóbilis resucita la Edad de Oro, propiamente la Edad de Oro”
(p. 114).
Soy consciente de que los préstamos del Quijote en Nazarín interactúan y no pueden
acogerse a un solo rango, estilístico, temático o estructural, pero a pesar de ello, y en pro de
obedecer algún orden metodológico, compartimentaré los ejemplos en distintas tipologías, sin
perjuicio de apelar a las otras cuando sea necesario: relaciones estilísticas, relaciones temáticas
y tratamiento de la ficción.
Relaciones estilísticas
Los guiños estilísticos que evocan el idiolecto cervantino ciertamente se registran a lo largo
de toda la producción galdosiana, como dice Yolanda Arencibia respecto al “algo y aun algos”
que asoma en Halma (pp. 256-257). Se hallan además en consonancia con la habitual
tendencia arcaizante del escritor canario (en Nazarín el indino por indigno, pongamos por
caso, de la p. 193, o la expresión “con más un tenedor de peltre”, p. 106), pero en algunos
momentos concretos la estructura mnemónica o la pervivencia de la elección léxica patentizan
sin ambages su raigambre quijotesca. Ya en el incipit de la novela se pinta a la Chanfaina
como “la más formidable tarasca que vieron los antiguos Madriles y esperan ver los venideros”
(p. 96). Ningún lector del Quijote dejará de recordar ante esta construcción hiperbólica la
celebérrima apertura del prólogo del 15, en que Cervantes responde al insulto de manco que le
ha lanzado Avellaneda diciendo que su manquedad no nació en una taberna, “sino en la más
alta ocasión que vieron los siglos pasados, ni esperan ver los venideros” (p. 673).
El reporter se sirve de una famosa máxima usada en El Quijote cuando dice de Nazarín que
“tanta pasividad traspasa los límites del ideal cristiano, sobre todo en estos tiempos en que
cada cual es hijo de sus obras. —También él es hijo de las suyas [le replica el narrador]”
(p. 113). El hipertexto o texto nutriente presenta esta frase sin apenas variantes, “cada uno es
hijo de sus obras”, una vez en boca del ingenioso hidalgo, cuando defiende a Andrés, el
muchacho maltratado por su amo (capítulo IV de la primera parte, p. 70), y otra en labios de
Sancho, que suma esta noción a sus protestas de cristiano viejo (en el capítulo XLVII de esta
misma parte, p. 598). El explícito intertexto cervantino surge con especial pertinencia habida
cuenta de que Nazarín, personaje que carece de prehistoria y que es abordado por narradores
periféricos que no pueden penetrar sus pensamientos, tendrá que ser juzgado exclusivamente
por sus obras. La fórmula bíblica que alienta, soterrada en la novela, bajo esta selección
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discursiva, es por supuesto la que debe servir para juzgar a todo cristiano: “por sus frutos los
conoceréis”22 (Mateo, 7, 20).
Estructuras del tipo “No huía de las penalidades, sino que iba en busca de ellas; no huía del
malestar y de la pobreza, sino que tras de la miseria y de los trabajos más rudos caminaba”
(p. 143) —al margen del aire sentencioso que le infunde a ésta la anáfora combinada con el
quiasmo—, pueden ser deudoras de la técnica que Dámaso Alonso denominó “sintagmas no
progresivos” y que constituye uno de los estilemas del tejido de la prosa cervantina. Extrae
Dámaso del Quijote el ejemplo “allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par
Dulcinea, con la cual pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima a toda peligrosa
aventura”.23 Como apostilla Dámaso, bendición y buena licencia, pienso y tengo por cierto y
acabar y dar felice cima son bimembraciones casi tautológicas, y en la misma estela se
encuentran el malestar y la pobreza, la miseria y los trabajos más rudos.
En cuanto a las soluciones léxicas de corte caballeresco y medieval, e incluso a veces
específicamente cervantino, la Chanfaina espeta a Nazarín tras el incendio:
—[...] ¡Y con qué desahogo lo dice!... Claro, como usted nada tenía que perder y
Dios le ha hecho el favor de consumirle sus miserias, no repara en los pudientes, que
tenemos que sacar los trastos a la calle. Pues esta noche dormirá usted al raso, como
un caballero (p. 135. Cursiva mía).
Al raso acostumbra dormir don Quijote, al raso pasa la noche velando sus armas y también
en una ocasión colgando de la muñeca por una ventana, gracias a una broma de Maritornes y la
hija del ventero. Nazarín estima que un amigo le ha procurado “hidalga hospitalidad” tras el
incendio (p. 138). Se emplea incluso la palabra aventuras: a Nazarín los Peludos tratan de
disuadirle “de salir a correr aventuras” (p. 142). En el capítulo II de la tercera parte asistiremos
al “estreno de sus cristianas aventuras” (p. 147: obsérvese cómo el sintagma aúna los dos
pivotes, estructural y temático, sobre los que se sustenta la acción), que consistió justamente
en presenciar una batalla “de mentirijillas” (p. 147), unas maniobras del Ejército, igual que de
mentirijillas eran los ejércitos que creyó ver el Quijote en los rebaños y el combate que libró
con ellos. En la cárcel se dice que “un desmayo femenil era el término desairado de sus
cristianas aventuras” (p. 237). La Condesa sufre “aventuras marítimas” (p. 251) en la incoación
de Halma.
Galdós califica a Catalina de “dama errante” (p. 252) enmendando una decisión previa,24 lo
cual permite colegir que deseaba enriquecer el texto con connotaciones nuevas. Recordemos
que la casona de Pedralba era llamada castillo en la comarca (p. 362), Nazario va en rucia con
don Remigio y Urrea, que montan sendos caballos, y “parecía como escudero o espolique” de
ambos jinetes (p. 360; cursiva mía), y la institución que Halma pretende fundar es
constantemente denominada ínsula tanto por los personajes como por el narrador; aparece
incluso el derivado “insulano”. Reproduzco la cita más significativa, por incluir una mención
explícita a Sancho. La de Halma, como la del Quijote, será por cierto otra “ínsula tierra
adentro”:
—Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta entre estas breñas,
viviría pobre y oscura, ni envidiosa ni envidiada. Y ahora resulta que la cercan y la
acosan las ambiciones humanas. ¡Pobre ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por
todas partes Sanchos que quieren ser tus gobernadores! (p. 398).25
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
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Respecto al uso de designaciones predestinantes en la novela, y en lo que incumbe a
resabios cervantinos, Ándara tiene un conocido de sobrenombre Bálsamo (capítulo II de la
segunda parte), asociable al bálsamo de Fierabrás,26 y en la micronovela bizantina que sirve de
exordio a Halma participa, conectado con el periplo marítimo de la protagonista, un cuñado
suyo llamado Félix Mauricio. Mauricio se llamaba uno de los personajes del Persiles (que
sueña que se ahoga), y Félix se compone con otros nombres para formar el patronímico de
alguna figura quijotesca (Ana Félix). Hay una opción de aroma cervantino en la palabra
Trapisonda, pronunciada por Nazarín cuando, a la manera de un Cristo que rehúsa intervenir
en lo que es cosa del César, replica al mendigo viejo que “no sabía nada del comercio, ni de
negocios, ni le importaba que mandase Sagasta o no, y que conocía al señor Alcalde casi tanto
como al emperador de Trapisonda” (p. 150).
Relaciones temáticas
Galdós hace proceder a Nazarín de Migueltura, “la tierra que Sancho recuerda muy
especialmente por estar muy cerca de la suya” (Benítez: p. 157), y que contiene en el suyo el
nombre de pila de Cervantes. La novelita o primera sección del Quijote se cierra con la quema
de los libros, en tanto que el fuego de la casa de Chanfaina se convierte en el episodio
catalizador de la primera salida de Nazarín de Madrid. Al cura manchego le piden ayuda desde
el principio de la novela damas menesterosas (primero Ándara: “—Déjeme entrar, padrico,
déjeme que me esconda..., que me vienen siguiendo, y en ninguna parte estaré tan segura como
aquí” [p. 118]; más tarde Beatriz y su hermana), pero Ándara supone la inversión paródica de
la princesa Micomicona/Dorotea y se halla más cerca de Maritornes: una cortesana de
esperpéntica fealdad, asociable a una máscara de Carnaval.
Un pequeño homenaje al Quijote, sutil pero a mi juicio indudable, consiste en anudar el
motivo caracterizador de la morfología de Dulcinea, ideal de belleza femenina del hidalgo, y
del Pinto, ideal de belleza masculina de Beatriz:
[parlamento de Sancho] nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de
punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con
siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo.
—A ese lunar —dijo don Quijote—, según la correspondencia que tienen entre sí los
del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo que
corresponde al lado donde tiene el del rostro; pero muy luengos para lunares son
pelos de la grandeza que has significado.
—Pues yo sé decir a vuestra merced —respondió Sancho— que le parecían allí como
nacidos (p. 774).
Y por su parte afirma Ándara de Pinto: “es un mal hombre llamado el Pinto, o el Pintón, no
estoy bien segura. Pero le conozco: buen mozo, viudo, con un lunar de pelo aquí. Pues ése es
el que le sorbe el sentido [a Beatriz], y el que le metió los demonios en el cuerpo” (p. 159;
capítulo IV de la tercera parte), y cuando al fin comparece el personaje, y es descrito a través
de la focalización de Beatriz, por el recuerdo que deja impreso su encuentro en la imaginación
de ésta, leemos:
[...] apartar no podía de su pensamiento el bárbaro mandato de aquel hombre ni su
imagen imborrable, el cuerpo muy derecho, la ropa ceñida a estilo torero, la cara
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hermosa, cetrina y bien afeitada, los ojos que despedían lumbre, junto a la boca un
lunar de pelo muy rizado que parecía un borlón (p. 194).
Hasta que llega esta precisión ignoramos que el lunar de Pinto está junto a la boca, como el
de la Dulcinea inventada por Sancho, puesto que Ándara lo ha indicado de forma kinésica y el
narrador no especificó a qué parte del cuerpo señalaba. Por supuesto, el elemento del lunar
como marca distintiva para la anagnórisis informa un antiquísimo tópico (también presente en
La gitanilla, sin ir más lejos); lo que singulariza y hermana su utilización en El Quijote y
Nazarín es el cómico aditamento de los pelos. En El Quijote el rasgo canónico de belleza de
los cabellos largos y dorados se rompe por su irrupción en semejante contexto, “a manera
de bigote” (que no deja de sorprender al hidalgo); en cuanto a Galdós, riza el rizo y nunca
mejor dicho.
Uno de los episodios de Nazarín que ha suscitado mayor interés es el encuentro con
Belmonte. Según Dolgin nos hallamos ante la única anécdota que no tiene antecedente en la
vida de Cristo —opinión compartida por Benítez;—27 y quizá por este motivo la crítica vuelve
los ojos con especial insistencia al Quijote buscando su embrión, pues como subraya Arencibia,
El marco de la aventura con el señor de la Corneja no puede ser más medieval (hasta
feudal) y legendario: difícil y arriesgada se presenta, como un reto. En ella intervienen
unos perros fieros guardadores de fortalezas, un caballero de noble apariencia pero
gigantesco como un dragón, y un castillo bien guardado que hay que expugnar
(Arencibia: p. 36).
Tras su entrevista con Nazarín, se revelará, en palabras de Benítez, que “el caballero está un
poco enloquecido por sus lecturas religiosas, lo que explica sus dos confusiones: la de
identificar a Nazarín con el Patriarca [Azarian] y la de confundir al Patriarca con Esrou-Esdrás,
obispo armenio del siglo VI que intentó por primera vez esa fusión de las iglesias” (La
literatura española...: p. 174); tal coyuntura, inequívocamente, “afianzará su relación con el
loco cervantino” (Arencibia: p. 37). El alcalde que interroga al protagonista compara el
enfrentarse a don Pedro de Belmonte con “amansar al león de los leones” (p. 211),28 y se ha
aludido a paralelos entre don Pedro y don Diego, el Caballero del Verde Gabán (Parker y Bly),
personaje cervantino de exégesis también compleja, por cierto.29 Este entronque se cifraría más
en factores estructurales que de contenido, pues aparte de que don Diego de Miranda
presenció el desafío de don Quijote al león, e invita al hidalgo a su casa como don Pedro invita
al santo a la suya ¿qué semejanza une al pacífico y equilibrado don Diego con la fiera, qué tiene
que ver la agradable estancia del hidalgo en su propiedad con la de Nazario en la del señor de
la Corneja, llena de sobresaltos y reacciones inesperadas?30 Don Diego, caballero que
personaliza a una especie de anti-Quijote, tiene un hijo, don Lorenzo, obsesionado por la
poesía, pero no loco: el otro personaje del Quijote que se ha demenciado de leer, en su caso
libros de erudición, es el Primo que acompaña al protagonista a la cueva de Montesinos. En
cualquier caso la complejidad interpretativa del segmento ha generado una dispersión
hermenéutica que sintetiza Benítez: “Para Ciriaco Morón Arroyo (p. 73), Belmonte es un
Herodes; para Parker (p. 96), una representación simbólica de la Iglesia católica; para
Goldman [...] (p. 106), un Quijote” (La literatura española...: p. 171, 31n). Benítez opina a su
vez que “Belmonte representa el nuevo espíritu de Cruzada, diplomático más que guerrero,
que León XIII sabe despertar alrededor del Congreso de Jerusalén” (La literatura...: p. 176).
Dendle resume el episodio de Belmonte diciendo que “two madmen seek to solve, with flashes
of commonsense, the problems of humanity” (p. 116).
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
193
Los motivos del prendimiento y prisión de Nazarín en el desenlace amalgaman el fermento
evangélico con dos recuerdos capitales del Quijote: el final de la primera parte, en que el
propio hidalgo termina enjaulado, y la aventura de los galeotes, puesto que tanto en la cárcel
como en los traslados (que rememoran la cuerda de presos, si bien don Quijote no formaba
parte de ella en tanto Nazario es un miembro más de la comitiva) algunos delincuentes relatan
a Nazarín el capítulo de sus cargos. El mendigo anciano y hablador y el Sacrílego operan en
este sentido como Ginés de Pasamonte y sus compañeros.
Hay nexos ya más oblicuos, por ejemplo el hecho de que el cura Flórez viva con un ama y
una sobrina, igual que don Quijote, que le cuidarán en su lecho de muerte (p. 329). Irrumpe
ésta muy pronto en el discurso, hacia la mitad de la novela: no parece sino que este personaje
literario “haya nacido” sobre todo para morir, y lo hace muy poco después de ser presentado.
Reparemos en que también Flórez, como Alonso Quijano, “abre los ojos a la verdad” en la
hora de su agonía, si bien la impresión que puedan sentir sus parientes y amigos es la de que el
siempre cabal sacerdote ha empezado a delirar. Manuel Flórez sufre una «“nazarización” de
clara estirpe cervantina» (así dice Ángeles Acosta Peña),31 pareja en cierto modo a la
conversión del díscolo Urrea. También, desde luego, es acusable en la primera de las novelas la
“nazarización” de Ándara y Beatriz, y los parlamentos en que el maestro anima a sus
seguidoras a no tener miedo y arrostrar todo peligro (p. 198) se parecen a las admoniciones de
don Quijote a Sancho sobre el mismo tema. En otro orden de cosas, ¿tenía in mente Galdós el
reluciente yelmo de Mambrino cuando provee a su protagonista de una teja de estrafalaria
prosapia (pertenecía a un muerto), pero “más nueva que un sol”?
Similitud de estructuras y tratamiento de la ficción
La interacción entre Nazarín y Halma parece edificada sobre la plantilla estructural del
Quijote. El tipo de narrador que Galdós configura para su novela y las técnicas modelizadoras
empleadas en el tratamiento de la ficción, que por supuesto también rebosan los terrenos de lo
conceptual y lo estilístico, perfilan la silueta del santo manchego sobre las sombras de la
ambigüedad, y para ello se convocan procedimientos cervantinos. No sólo hay parecido entre
don Quijote y Nazarín como personajes: también se parece la forma en que son presentados (la
vacilación en el apellido), consecuente por supuesto con la condición del relator. Dice Cesare
Segre que “el narrador certifica la autenticidad de lo narrado”,32 y Félix Martínez Bonati33 y los
estudiosos de las vigentes teorías sobre ficción literaria hablan con razón del estatuto de
autentificación del narrador, ese ente en el que el lector deposita su confianza. Sin embargo,
como indica Lubomir Doležel,
la teoría de la autentificación debería asignar un grado menor de autoridad
autentificadora al narrador en 1ª persona que a la autoridad absoluta del narrador en
3ª persona. [...] Podemos decir, un poco metafóricamente, que el narrador en 1ª
persona tiene que ganarse su autoridad autentificadora, mientras que para el narrador
anónimo en 3ª persona esta autoridad viene dada por convención.
La base de la autoridad autentificadora del narrador en 1ª persona es su conocimiento
privilegiado. Dos tipos de dispositivos son esenciales para establecer y mantener esta
cualidad del receptor: a) los dispositivos que limitan el alcance del conocimiento del
narrador; b) los dispositivos que identifican las fuentes de su conocimiento.34
VIII Congreso Galdosiano
194
Veremos que Galdós recurre a ambos dispositivos. En aras de crear la atmósfera enigmática
de que quiere envolver a su figura, construye para la primera de las obras tratadas un narrador
no ya personalizado (como lo es el de la mayoría de sus novelas —incluida Halma—, que
suele emplear la metalepsis y otros signos de presencia autorial), sino un narrador-personaje:
acude a casa de la Chanfaina, entrevista a Nazarín y se presenta como simple compilador de
crónicas e informes. El hecho de que no se especifique su nombre invita al lector ingenuo a
equipararlo con el autor empírico35 (cotéjese con el curioso caso de La de Bringas), lo mismo
que sucede con el habitual “yo” extradiegético que no se encarna en personaje alguno pero usa
la primera persona. No obstante, la naturaleza de persona, y en cuanto tal, finita, de dicho
relator, que sirve a don Benito de excusa para introducir irónicas elipsis explícitas (dispositivo
a de Doležel), no veta su acceso a los pensamientos de los personajes cuando le conviene ser
omnisciente, característica que, en puridad, sólo debería poseer un narrador en tercera persona.
Desde luego no se trata de un desequilibrio focal o paralepsis, que diría Genette, sino de un
juego deliberado de la misma índole que el que suelen emplear Cervantes, Thackeray,
Stendhal, Dostoievski y tantos otros novelistas clásicos, cuyos narradores ironizan sobre su
propia omnisciencia.36 He aquí algunas muestras de dicha introspección tomadas tanto de
Nazarín como de Halma, cuyo relator, aunque más impreciso, también comienza
denominándose “erudito investigador de genealogías” (p. 245), que ha comprobado ciertos
extremos...
—Pero venga usted acá —prosiguió el alcalde, que comprendía o adivinaba el poder
dialéctico de su contrario, y quiso batirse en regla, apelando a los argumentos que
recordaba de sus vanas y superficiales lecturas (p. 212).
[...] La triste caravana emprendió su camino por la polvorienta carretera. Iban
silenciosos, pensando cada cual en sus cosas, que eran, ¡ay!, tan distintas... (p. 219).
[...] hablaban tierra y hombre [Urrea], él contándole sus penas, ella diciéndole algo de
sus misterios impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta que no revela nada de
lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se comunicaron
hombre y tierra (p. 384).
La jerarquía de este narrador y las dudas que él mismo expresa sobre la veracidad de los
hechos que transmite implican evidentemente al plano de la ficción. Atendamos a sintagmas
muy cervantinos del tipo “esta verídica historia” (p. 192) y a las continuas alusiones al manejo
de sus fuentes, que a menudo cimentan la vacilación:
Se encaminaron a un pueblo que no sabemos si era Méntrida o Aldea del Fresno, pues
las referencias nazarinistas son algo oscuras en la designación de esta localidad. Sólo
consta que era lugar ameno, y relativamente rico, rodeado de una fértil campiña
(p. 191).
Malísimo alojamiento tenían los infelices presos en Móstoles (o en donde fuese, que
también esta localidad no está bien determinada en las crónicas nazaristas)
(p. 236).37
Como de todos es sabido, la técnica narrativa del Quijote poseía una complejidad similar
trazada sobre el desdoblamiento de entidades narrativas. El “yo” sin nombre llamado a ser
identificado con Cervantes surge no ya en el rol de cronista ni de traductor, sino de supuesto
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
195
comprador de un texto escrito en otra lengua, la arábiga, que contrata a una tercera persona
para que lo vierta al español. La circunstancia de desconocer el idioma, aparte de enmarcarse
en la parodia de una nutrida tradición,38 incrementa la curiosidad sobre el contenido del
manuscrito. Este ponderar lo narrado mediante la expectación se manifiesta también en
Nazarín en el hecho de que oigamos hablar del personaje antes de su primera comparecencia.
Galdós tensa el procedimiento en Halma, donde la curiosidad que el cura excita es mucho
mayor merced a la difusión del libro que cuenta su historia, y se dilata también mucho más la
aparición del personaje (hasta la parte cuarta, más allá del ecuador de la novela). Invito a
comparar este sistema con el de la presentación escalonada de Fortunata y, en cierta medida, la
de La Regenta de Clarín.39 Como no han dejado de percibir algunos autores, la fusión del
plano ficcional y del real que se verifica en las primeras partes de Halma cuando sus personajes
ficticios insertan en la conversación como elemento intradiegético el libro Nazarín, realmente
publicado y comentado, es sin discusión deudora de los diálogos del Quijote del 15 que versan
sobre el del 5 y el famoso (y también real) apócrifo.40
Una de las maniobras más eficaces para lograr esta aleación en la que las fronteras de lo
empírico y lo ficticio se difuminan es mezclar historia e intrahistoria otorgando a ambos planos
el mismo tratamiento: Cervantes lo hace en El Quijote al ficcionalizar al bandolero catalán
Roque Guinart, o al tomar como base para crear a otras figuras a Jerónimo de Pasamonte, que
tiene mucho que ver con Ginés, y por descontado a “un tal Saavedra”, que fue cautivo en
Argel, y del que sólo se dicen cosas buenas. Galdós, aparte su costumbre de retratar a algunos
de sus personajes tomando como elemento de comparación la fisonomía de personas
conocidas, vb. gr., don Remigio-Hartzenbusch (quizá uno de los antecedentes más destacados
de este fenómeno sea la identificación Bringas/Thiers), une a los pintores Sorolla y Moreno
Carbonero, seres de carne y hueso, al grupo de personajes literarios interesados en Nazarín.
Se ha defendido que los principales rasgos del protagonista están inspirados en la
personalidad de dos contemporáneos de Galdós, el sacerdote Jacinto Verdaguer y el sobrino
del escritor José Hurtado de Mendoza, así como en San Francisco y San Ignacio.41 Si seguimos
las premisas que sobre el estudio de la construcción de ficciones clasifica Doležel en un
interesante trabajo,42 ha existido un tipo de crítica mimética (defendida por Strawson)
empeñada en buscar referentes concretos para los seres de papel; Doležel sintetiza tales
principios en la siguiente función, aplicable al caso que estudiamos: “El particular ficcional P /f/
representa al particular real P /r/”. El particular ficcional Nazarín se forjaría según algunos
estudiosos sobre el particular real Verdaguer. Una segunda tendencia, la semántica
universalista (ejemplificada en Auerbach), busca en el particular ficcional /f/ al Universal real U
/r/. Se acogerían a esta noción quienes se preocupan por la naturaleza “realista” del personaje.
¿Encarna don Nazario a un tipo de personas existente en la realidad? ¿Es el prototipo del
santo, o del visionario español? Para le seudomímesis (Watt), “la fuente real F /r/ representa
(proporciona la representación) del particular ficcional P /f/”. Son muchos los estudiosos
galdosianos que se uncen al carro de este postulado: partiendo de una asimilación inocente
entre personaje y persona, y extendiendo pues la dimensión del personaje más allá de lo dicho
o sugerido en el texto, intentan resolver la ambigüedad y lagunas de su etopeya; se preguntan
cómo es verdaderamente Nazarín, o cuál es su prehistoria, como si los entes de ficción, igual
que las personas, tuviesen necesariamente un pasado concreto previo a la situación en que les
conocemos. El teórico checo elabora un sistema que supera las limitaciones de estas
perspectivas en su semántica de los mundos posibles.
VIII Congreso Galdosiano
196
En cuanto a su modalidad ficcional, Nazarín se enmarca como El Quijote en la ficción
realista. Señala Benítez que no “pasa nada que no pueda explicarse con la estricta verosimilitud
de una crónica policial; nada sucede fuera de la contingencia de los hechos mismos” (La
literatura española...: p. 167). Cuando quiere introducir el ingrediente fantástico Galdós
recurre precisamente a la misma estrategia justificativa que su antecesor, una estrategia muy
grata al canario: el sueño. El pasaje que comienza “Vio la cárcel como una anchurosa cueva...”
(p. 238) actúa como correlato del sueño del Quijote en la cueva de Montesinos (si bien es
discutible la condición onírica de este fragmento del Quijote).
La multiplicación de informes y las limitaciones del narrador consiguen sembrar la duda
sobre el material tratado y concretamente sobre el protagonista. ¿Cómo es de verdad Nazarín,
sobre quien existen juicios tan diversos, e incluso antagónicos? El narrador no quiere
decantarse explícitamente, como avisó Parker (p. 93) —aunque no caben dudas de la ternura,
entremezclada de ironía, que siente hacia su creación—, y el hecho de que la crítica se haya
escindido en la interpretación de Nazarín como personaje es una prueba de que triunfó la
ambivalencia pretendida por Galdós.43 Son muy significativos los pasajes siguientes:
¿Concluí por construir un Nazarín de nueva planta con materiales extraídos de mis
propias ideas, o llegué a posesionarme intelectualmente del verdadero y real
personaje? No puedo contestar de un modo categórico (p. 116).
Y una de dos: o era don Nazario el pillo más ingenioso y solapado que había echado
Dios al mundo, como prueba de su fecundidad creadora, o era..., ¿pero quién
demonios sabía lo que era, ni cómo se había de discernir la certeza o falsedad de
aquellas graves palabras, dichas con tanta sencillez y dignidad [estilo indirecto libre
del alcalde] (p. 212).
De que Galdós está jugando con el lector al gato y al ratón no hay aquí duda ninguna: la
exposición de las diferentes alternativas, la aposiopesis o reticencia justo antes de llegar a un
posible desvelamiento, la pregunta retórica. En una ocasión es el propio personaje quien,
protestando contra la confusión de don Pedro de Belmonte, que le cree el patriarca Azarian,
tiene que declarar su identidad, y en tal momento no procede una vacilación “a lo quijotesco”
como al principio, pues no sería plausible que el sujeto ignorara su propio nombre; nótese sin
embargo que entonces, cuando el discurso, por boca del hablante, ha de ser categórico, se
acoge a la via negatione: Nazarín prefiere decir lo que él no es, no lo que es. Sus únicas
afirmaciones positivas se refieren al lugar de nacimiento, que ya sabíamos, y a la precisión del
nombre: “[...] yo no soy árabe, ni obispo, ni patriarca, ni me llamo Esdras, ni soy de la
Mesopotamia, sino de Miguelturra, y mi nombre es Nazario Zaharín” (p. 178). En este
momento de declaración explícita y concreta, y por tanto unívoca, del patronímico del
personaje, y según anota Yolanda Arencibia en su edición, Galdós había bautizado a su criatura
como “Nazario Quijada” en el manuscrito de la novela, pero posteriormente enmendó esta
solución, “una identificación simbólica aunada de las dos grandes fuentes del personaje [...] tal
vez por considerarla simplista por demasiado evidente” (Arencibia: p. 27).
En cuanto a la disposición del material, dijo ya Alas que “el parecido de don Quijote y
Nazarín [...] es evidente. Hasta en la forma de correr aventuras y hasta en la clase de tierras
por donde las buscan, se parecen. La vuelta de Nazarín a Madrid, y esta época de reposo en
que ahora, en Halma, le encontramos, pueden representar la vuelta primera del hidalgo
manchego a su casa y el reposo en que a la fuerza tuvo que vivir, y la cordura con que hablaba
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
197
en cuanto no se tocaba a sus caballerías” (Obras completas...: p. 284). También Palley ve en el
periodo cortesano de la segunda parte del Quijote, que se desarrolla en torno a los duques, el
precedente de la estancia de Nazarín en Pedralba junto a la Condesa.
Parker afirma que “The influence of Don Quixote is predominant in Parts II and III. It
establishes Nazarín as a “quixotic” character. The pattern of the Gospels is followed in Parts
IV and V” (Parker: p. 88). Respecto al rol del escudero, para Agnes Gullón “el acompañante
representa un aspecto negativo de la sociedad (Sancho, el materialismo; Ándara, el pecado)”;44
es notorio por otro lado que la primera parte de Halma se diseña siguiendo el patrón de una
novela griega condensada e incluso elige espacios griegos como marco, con un detalle
cervantino: la dama termina siendo rescatada por frailes.
La principal diferencia entre las etopeyas de Nazarín y don Quijote, y que resulta
fundamental a mi juicio para la tesis de la novela, reside en la cordura del personaje galdosiano.
En efecto, la cuestión tantas veces planteada de cómo reacciona la sociedad ante un ser
auténticamente bueno, tomándolo por loco y encerrándolo,45 pierde sentido si tal ser está de
veras loco. De ahí el especial esfuerzo en subrayar la ortodoxia católica de Nazarín y su
mesura y sensatez, pues jamás cae en el anatema ni se permite una estridencia.
Kronik define la novela diciendo que “Nazarín es un comentario sobre el acto de escribir”
(p. 81), y esta aseveración es aplicable al Quijote. La presencia del Quijote irriga de manera
continua, aunque también velada, Nazarín, por lo que no dudo que la crítica seguirá en el
futuro sacando a flote este iceberg del que yo he querido aportar una muestra.
VIII Congreso Galdosiano
198
NOTAS
1 Apud Peter A. Bly, Pérez Galdós: Nazarín, 1991, Londres, Grant and Cutler, p. 99.
2 Ocioso es decir que la promesa de continuidad, y el cumplimiento de tal promesa por parte del mismo autor
o por otro ajeno, suponen un fenómeno muy propio de Cervantes y de su época. Pero, aparte de esto, ¿es a
su vez Nazarín continuación de otra cosa, pueden hallarse los orígenes del personaje en el homogéneo
universo de Galdós? (Han dedicado páginas a las reapariciones de las criaturas galdosianas en sus
distintas novelas Martha Krown-Lucal entre otros [“El personaje recurrente en la obra de Galdós”, 1994,
en John W. Kronik y Harriet S. Turner, eds., Textos y contextos de Galdós, Madrid, Castalia, pp. 157-
161]; según autores como Michel Arrivé las relaciones entre obras autónomas de la producción de un
escritor poseen rango de intertextuales: “Para una teoría de los textos poli-isotópicos”, 1997, en don
Navarro, ed., Intertextualité. Francia en el origen de un término y el desarrollo de un concepto, La
Habana, Casa de las Américas/Embajada de Francia en Cuba, pp. 75-86). Este aspecto también ha sido
debatido. Parker, en un artículo clásico en la bibliografía sobre Nazarín (“Nazarín, or the Pasión of Our
Lord Jesus Christ According to Galdós”, en Anales Galdosianos, II, 1967, pp. 83-101), recuerda el final
de Gloria: el hijo huérfano de la cristiana y el judío es conocido como el Nazarenito, y físicamente
recuerda a su homónimo el Niño Jesús:
«“[...] tú, que en una sola persona llevas la sangre de enemigas razas y eres el símbolo en que se han
fundido dos conciencias, harás, sin duda, algo grande.
Hoy juegas y ríes e ignoras, pero tú tendrás treinta y tres años, y entonces quizás tu historia sea digna de
ser contada, como lo fue la de tus padres.”
The similarity of names and the close association with Christ in both cases (thirty-three was, according to
tradition, Christ’s age at his death) lead us to expect that Nazarín is the promised story of Gloria’s son,
but there is nothing in the novel to support this. Nazarín is described as “un árabe manchego, natural del
mismísimo Miguelturra, y se llama don Nazario Zaharín o Zajarín”, “[...] su origen [...] era humilde, de
familia de pastores” [...] Nazarín clearly is the Christ-like figure envisaged in el Nazarenito eighteen
years previously, and if his story is not now what Galdós then thought it would be, this is because Galdós
himself has changed: he no longer looks for the religion of love in a naive religion of humanity set in
opposition to Christianity, but seeks it in Christianity itself” (Parker: p. 83; cursiva mía).
Leonardo Romero Tobar (“Del ‘Nazarenito’ a Nazarín”, en Actas del V Congreso Internacional de
Estudios Galdosianos I, 1995, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, pp. 471-487) suscribe esta
hipótesis: “En la trayectoria que puntean los dieciocho años que separan Gloria de Nazarín, Galdós fue
transformando una visión polémica de la figura de Cristo —identificación insistente de su imagen con el
aspecto del judío Daniel Morton— hasta llegar al modelo del dulce Mesías, absolutamente libre y
plenamente entregado a la práctica del amor desinteresado que es el clérigo Nazarín. [...] El final de la
novela, como tantas veces se ha dicho, deja un horizonte abierto en el niño nacido de los amores del judío
y la cristiana: el Nazarenito llamado a ser “la personificación más hermosa de la Humanidad emancipada
de los antagonismos religiosos por virtud del amor”. El vaticinio del narrador acerca del porvenir del
pequeño nazareno con el que se cierra Gloria [...] no sólo suscitó las expectativas de algunos lectores
inmediatos de la novela sino que, además, provocó un paralelo semántico y estructural en el cierre de
Nazarín, donde el Cristo soñado por el protagonista le asegura solemnemente: “yo sé que has de hacer
mucho más”» (pp. 479-480). La ausencia en el discurso de la prehistoria y padres de Nazarín, justificada
por el carácter limitado del narrador, resulta insólita para los principios de la novela naturalista en
general y de Galdós en concreto, y constituye la nota que mejor refrenda la tesis de Romero.
3 Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 11 y 68.
4 “Galdós and the Aesthetic of Ambiguity: Notes on a Themacic Structure of Nazarín”, en Anales
Galdosianos, IX, 1974, pp. 99-112. Para esta cuestión, vid. p. 100. No pocas veces se ha comparado al
personaje de Nazarín con el de Benina, protagonista de Misericordia. Así por ejemplo en John Sinnigen,
“The Search of a New Totality in Nazarín, Halma, Misericordia”, en Modern Language Notes, 93, 1978,
pp. 233-251; o Enrique Avilés Arroyo, “Univocidad de dos personajes galdosianos: Nazarín y Benina”, en
Actas del V Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, 1995, Las Palmas de Gran Canaria,
Cabildo Insular, pp. 31-37.
5 “Nazarín y Halma, novelas complementarias”, en Actas del V Congreso Internacional de Estudios
Galdosianos, 1995, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, pp. 67-76.
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6 “Estructuras dinámicas en Nazarín”, en Anales Galdosianos, IX, 1974, pp. 81-98: “Son de interés las
interrelaciones de las dos novelas (por eso mencionamos varias veces la segunda), pero cometen un error
los críticos que se niegan a tratarlas como obras independientes. Tampoco nos parece justo hablar de una
trilogía al incluirse Misericordia. La importancia de la última frase de Nazarín (“Yo sé que has de hacer
mucho más”) —a la que tantas veces nos referimos por los muchos contextos en que es preciso leerla—
reside en la pervivencia del protagonista como símbolo del cristianismo social y como personaje literario”
(p. 97).
7 Todas las citas de Nazarín y Halma están tomadas de la edición de Yolanda Arencibia: señalo entre
paréntesis el número de la página. Existe otra edición reciente de Gregorio Torres Nebrera, aunque sólo
de Nazarín, un año anterior a la de Arencibia (2001, Madrid, Castalia). Es muy útil su exhaustiva
recopilación y sinopsis de los trabajos dedicados a la novela.
8 “If the novel is no more than a human story these words must point to a series of continuations that does
not exist, for Halma certainly does not present Nazarín as doing much more for God. […] If Nazarín is an
allegory of the life of Christ, we must expect it and its continuation to contain some sort of allegorical
presentation of the Church” (Parker: p. 95), pero “Hopes having been raised by incidents of the plot and
by the imagery which depicts them that the Countess of Halma symbolizes the Church, the repository of
Nazarín’s spirit and the source of new life for men, we are fobbed off with her marriage to Urrea. That the
Agony and Passion of Nazarín should lead only to this is ludicrous. Such a novelistic commonplace as an
unconventional marriage and a consequent “happy ending” are incommensurable with the intensity with
Galdós felt, and depicted symbolically, the fact of redemptive suffering and the drama of the “madness” of
the spirit in a materialist world. Nazarín needed for its completion a religious experience of an altogether
deeper kind than Halma gives it. It is, in consequence, best read alone” (pp. 98-99). El hecho de que,
como recuerda Parker, Catalina “no funde cosa alguna” (p. 405) —tal es el consejo que le da el cura
manchego— puede ser un mal final para la dilogía Nazarín, pero quizás no es mal final para Halma.
Aunque a simple vista parezca efectivamente que este desenlace en boda peca de facilón, debemos
apreciar también que mediante él Galdós resuelve su novela en coherencia con el mensaje expuesto en
Ángel Guerra y nada extraño en el clima espiritualista finisecular (en la línea, por ejemplo, de la Marta y
María de Palacio publicada en 1883): es sofisma intentar disociar el espíritu de la carne y, salvo para los
santos como Nazarín —que son los menos—, los empeños de misticismo y el desprecio del plano material
corren el riesgo de derivar en fanatismo, exageración y religiosidad mal entendida. Aparte de Nazarín y
Tristana, otra mitificada película del sobrevalorado director aragonés, Viridiana, se inspira en su segunda
parte (que no tiene nada que ver con la primera) en un texto galdosiano, Halma. No por casualidad
Viridiana ha sido vista como un Quijote con faldas. Viene esto al caso porque la Viridiana de Buñuel
abunda en la idea de Ángel Guerra sobre la inutilidad de que el ser humano intente ejercer la caridad (y
por supuesto también en la inutilidad de que intente sustraerse a la dimensión sexual).
9 Vid. Leopoldo Alas (Clarín), Obras completas, Galdós, I, 1912, Madrid, Renacimiento, y “Halma, novela
de Pérez Galdós”, en El Imparcial, Madrid, 30 de octubre de 1895. Para comprobar cómo el juicio
desfavorable sobre Halma ha pervivido un siglo cfr. por ejemplo lo que dice Donald L. Shaw en El Siglo
XIX. Historia de la literatura española, 1980, Barcelona, Ariel, p. 211.
10 Francisco Ruiz Ramón, Tres personajes galdosianos. Ensayo de aproximación a un mundo religioso y
moral, 1964, Madrid, Revista de Occidente, p. 174.
11 Michael Nimetz, Humor in Galdós, 1968, New Haven, Yale University Press, p. 120.
12 “Nazarín: A Tribute to Galdós’ indebtedness to Cervantes”, en Hispanófila, 97, septiembre de 1989,
pp. 17-22. Vid. p. 18. Ruiz Ramón se había expresado en parecidos términos: “Galdós proyecta la figura
de don Quijote en la de Nazarín porque uno y otro son cifra de una misma realidad, cuya esencia consiste
en una incurable y radical ucronía” (p. 186).
13 Vid. Ciriaco Morón Arroyo, “Nazarín y Halma: sentido y unidad”, en Anales Galdosianos, II, 1967,
pp. 67-81.
VIII Congreso Galdosiano
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14 Brian J. Dendle, “Point of View in Nazarín: An Appendix to Goldman”, en Anales Galdosianos, IX,
1974, pp. 113-121. Vid. p. 115.
15 Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós (1843-1920), 1974, Madrid, Gredos, p. 126. John Sinnigen
recoge la misma idea en el artículo citado supra.
16 Julián Palley, “Nazarín y El idiota”, en Ínsula, 258, p. 3. También en el volumen El laberinto y la esfera.
Estudios sobre la novela moderna, 1978, Madrid, Ínsula, pp. 165-174, por donde cito. Vid. p. 173.
17 Por boca de Ándara se alude a la extrañeza que causa la perfección de este carácter: “Pues el vicio del
tabaco, ése nada más, bien lo podría tener, ¡mal ajo! Vamos, que el no tener ningún vicio, ninguno, lo que
se dice ninguno, vicio también es” (p. 123).
18 Vid., aparte del articulito de Palley, Eduardo Gómez de Baquero, “Halma, Nazarín y el misticismo ruso”,
en La España Moderna, enero de 1896, pp. 147-153; George Portnoff, La literatura rusa en España,
Nueva York, Instituto de Las Españas, 1932 (pp. 173-205 en relación a Nazarín: uno de los trabajos más
citados, que no aporta nada de interés); Vera Colin, “A Note on Tolstoy and Galdós”, en Anales
Galdosianos, II, 1967, pp. 155-168; Zajar Plavskin, “Benito Pérez Galdós y la literatura rusa de su
tiempo”, en Actas del IV Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, II, Las Palmas de Gran
Canaria, Cabildo Insular, 1993, pp. 635-641; Ella Braguinskaya, “Homenaje a Nazarín o “pensamientos
sobre lo eterno”, en Actas del IV Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, Las Palmas de Gran
Canaria, Cabildo Insular, 1993, pp. 361-368 (confronta también a Nazarín con el Savelj Tuberosov de Las
gentes de Catedral, novela de Nicolás Leskov); Vsevolod Bagno, “Las inquietudes religiosas de los héroes
de las novelas rusas y su huella en la obra galdosiana finisecular”, en Actas del V Congreso Internacional
de Estudios Galdosianos, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, 1995, pp. 341-355. Georges
Haldas por su parte niega que el personaje de Nazarín sea tributario del protagonista de El idiota de
Dostoievski (“Un Christ anachronique”, en Trois écrivains de la relation fondamentale: Pérez Galdós,
Giovanni Verga, C. F. Ramuz, Lausana, L’Age d’Homme, 1978, pp. 25-59, vid. pp. 56 y ss.). El propio
Palley matiza la tantas veces mentada conexión del Quijote con El idiota (amparada en parte por la
declarada admiración de Dostoievski hacia el libro cervantino), que se reduce a muy sucintas alusiones a
lo largo de una extensísima novela, por ejemplo al hecho de que Aglaia guarde inadvertidamente una
carta entre las páginas de un ejemplar del Quijote (Palley: pp. 168-169).
19 Rubén Benítez, Cervantes en Galdós, 1990, Universidad de Murcia, p. 157. Cfr. también pp. 78-79.
20 Las citas del Quijote corresponden a la edición dirigida por Francisco Rico, 2004, Barcelona, Galaxia
Gutenberg. Esta en concreto, extraída del capítulo XI de la primera parte, a la p. 132.
21 En dicha habilidad reposa uno de los mayores méritos de Galdós, aparte de su calidad estilística, y este es
el motivo por el que cabe rebatir el planteamiento ya citado de Casalduero. La densidad narrativa afecta al
barroquismo estructurador más que a la esfera de la elocución; los símbolos en la novela no suelen darse
aisladamente sino en una serie, y por lo habitual no pertenecen a la categoría de metáforas puras: su valor
connotativo o condensador se superpone al denotativo (el “término real”), pero éste sigue actuando. Sobre
la naturaleza de los símbolos en el género narrativo en general y en Galdós en particular remito a lo que
expongo en el capítulo “Metodología. Rapports de fait, intertextualidad, recurrencia, leit-motiv, concepto
de estructura, invariante” de mi libro La tematología comparatista en la literatura y el cine. El aristócrata
en su decadencia (Madrid, Pliegos, actualmente en prensa).
22 Vid. nota 4. Recuérdese que una fe tan grande que haga mover montañas sin caridad no es nada
(Corintios, 13), pero la caridad sin fe basta. Las novelas de la trilogía espiritualista no son psicológicas;
no se orientan hacia la fe de Nazarín, Halma y Benina (en esta última el componente se torna casi
irrelevante), sino en sus manifestaciones de caridad.
23 Dámaso Alonso y Carlos Bousoño, Seis calas en la expresión literaria española, 1970, Madrid, Gredos,
p. 29.
24 Vid. la nota de la edición de Arencibia. Se sustituye el más neutro sintagma “noble señora”. Sobre los
constituyentes de la novela griega (y en concreto del Persiles) en Halma se tratará más adelante.
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
201
25 En el sintagma “ni envidiosa ni envidiada” es perceptible, por supuesto, el intertexto de “Al salir de la
cárcel” de Fray Luis, al igual que la estructura asindética “las grandezas terrenales son ceniza, polvo,
nada” (parlamento de don Manuel) rememora el cierre del soneto gongorino “Mientras por competir con
tu cabello” y de otros pertenecientes al mismo diseño retórico. Aquí valdría tal vez hablar del fenómeno
que Heinrich F. Plett denomina “estancamiento”, que se produce cuando las citas son tan usadas que
adquieren autonomía (y más en esta ocasión en que se ofrecen con variantes; Fray Luis escribió “ni
envidiado ni envidioso”); pierden la vinculación que mantenían con su contexto original y pasan a
convertirse en adagio. Sería lo que ocurre con fragmentos afortunados del tipo de “to be or not to be”.
Heinrich F. Plett, “Intertextualities”, en Intertextuality, Berlín, Walter de Gruyter, 1991, pp. 3-29.
26 Existe asimismo un personaje de apellido Bálsamo en El caballero encantado. Vid. mi artículo “Galdós y
el componente fantástico. Análisis comparado”, en Actas del VI Congreso Internacional Galdosiano,
1997, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, pp. 489-503. En él enumero los integrantes
cervantinos de esta novela, que se apuntala en muchos aspectos sobre los elementos del relato bizantino
(nuevamente el Persiles y Sigismunda) y que recurre al quijotesco juego metanarrativo del manuscrito
hallado.
27 La literatura española en las obras de Galdós (función y sentido de la intertextualidad), 1992,
Universidad de Murcia, p. 171. No obstante Arencibia vincula la escena con pasajes del Antiguo
Testamento como el del intrépido rey David (Arencibia: p. 36), y podría añadirse el de Daniel y los
leones.
28 Parker (p. 94) equipara al alcalde con el capellán del duque que reprocha a don Quijote su vesania.
29 Vid., por citar dos trabajos clásicos, Francisco Márquez Villanueva, Personajes y temas del Quijote, 1975,
Madrid, Taurus, pp. 150 y ss., y Edward C. Riley, Introducción al Quijote, 1990, Barcelona, Crítica,
pp. 177 y ss.
30 Para Peter Bly existe asimismo un paralelismo interno de esta situación con la del narrador en la parte
primera cuando entra en la casa de la calle Amazonas, que él explica del siguiente modo: “In his hability
to comprehend the meaning of the portraits of Pope Pius IX and the saints, as well as scenes from the
story of St John the Baptist’s ordeal at Herodes’s court, Nazarín is experiencing the same bewilderment
that the narrator of Part I experienced before the ‘mil fantásticos dibujos’ of Chanfaina’s portal or the
‘irregularidad más que pintoresca, fantástica’ of the patio’s structures. Nazarín was in Part I the object of
the verbal insults of the four ‘tarascas’; now he is physically attacked by real wilds animals, the
guard-dogs” (p. 40).
31 Acosta, “Aspectos significativos de las novelas Nazarín y Halma”, en Actas del V Congreso Internacional
de Estudios Galdosianos, I, 1995, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, pp. 19-30. Vid. p. 20.
32 Segre, Principios de análisis del texto literario, 1985, Barcelona, Crítica, p. 40.
33 La ficción narrativa (Su lógica y ontología), 1992, Murcia, Publicaciones de la Universidad de Murcia.
34 “Verdad y autenticidad en la narrativa”, en Antonio Garrido Domínguez, ed., Teorías de la ficción
literaria, 1997, Madrid, Arco/Libros, pp. 95-122. Vid. pp. 111-112.
35 Ángel García Galiano en su artículo dedicado al narrador de Nazarín manifiesta admiración por el
personaje pero juzga errónea la opción estructural: “El narrador en Nazarín”, en Actas del IV Congreso
Internacional de Estudios Galdosianos, I, 1993, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, pp. 19-29.
36 Esta estrategia puede amparar la falsa elipsis, cuando el narrador acude al expediente de omitir algún
suceso porque las crónicas no lo revelan. Por ejemplo: “Lo que platicaron aquella noche, después de
cenar, la gobernadora de la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles del archivo
nazarista, de donde todos los materiales para componer la presente historia han sido escrupulosamente
sacados. Sin duda, después de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa Condesa, no
creyeron los cronistas del nazarismo que debía extenderse en mayores desarrollos historiales de tan
considerable suceso, o conceptuaron vacías de todo interés religioso y social las sentidas palabras conque
VIII Congreso Galdosiano
202
aquellas dos personas hicieron confirmación solemne de su propósito matrimoniesco. Lo único que se
encuentra pertinente al caso es la noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella misma noche
para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel nazarista corrobora que, en efecto, partió a
caballo al romper el día, y que Halma salió a despedirle y a desearle un buen viaje, agregando algunas
advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la noche anterior. Es un hecho incontrovertible,
del cual darán fe, si preciso fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el presunto gobernador
de la ínsula, y cuando estrechaba la mano de la Condesa, pronunció estas palabras [...] El primer día de la
ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y afectuoso conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en
documentos de indubitable autenticidad [...]” (pp. 411-412). Repárese en el gusto de Galdós por los
derivados inusuales. En Ángel Guerra también el adjetivo “matrimoniesco” (que no figura en el DRAE)
califica en algún momento las intenciones de Dulce respecto a Ángel.
37 Entre los incontables ejemplos que atesora El Quijote me decanto por el presente pasaje, y llamo la
atención sobre el retruécano Digo que dicen que dejó el autor escrito, culminación irónica de esta suerte
de fórmulas que remiten a ajena fuente. Participa del humor por supuesto el tema tratado: “No quitó la
silla a Rocinante, por ser expreso mandamiento de su señor que, en el tiempo que anduviesen en campaña
o no durmiesen debajo de techado, no desaliñase a Rocinante: antigua usanza establecida y guardada de
los andantes caballeros, quitar el freno y colgarle del arzón de la silla; pero quitar la silla al caballo,
¡guarda! Y así lo hizo Sancho, y le dio la misma libertad que al rucio, cuya amistad dél y de Rocinante fue
tan única y tan trabada, que hay fama, por tradición de padres a hijos, que el autor desta verdadera
historia hizo particulares capítulos della, mas que, por guardar la decencia y decoro que a tan heroica
historia se debe, no los puso en ella, puesto que algunas veces se descuida deste su prosupuesto y escribe
que así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el uno al otro, y que, después de cansados y
satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio (que le sobraba de la otra parte más de
media vara) y, mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella manera tres días, a lo
menos todo el tiempo que les dejaban o no les compelía la hambre a buscar sustento. Digo que dicen que
dejó el autor escrito que los había comparado en la amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y Pílades y
Orestes; y si esto es así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme debió ser la amistad
destos pacíficos animales [...]” (pp. 785-786).
38 Martín de Riquer cita entre otros al “Cirongilio de Tracia [, que] se presenta como traducido de un
original que “escribió Novarco y Promusis en latín”; el Belianís de Grecia se dice “sacado de lengua
griega, en la cual lo escribió el sabio Fristón”“. Aproximación al Quijote, 1983, Barcelona, Savat, p. 66.
39 Respecto a Fortunata y Jacinta, vid. mi artículo “Elipsis no temporal: tipología en las literaturas europea y
americana”, en Homenaje a la Profesora Carmen Pérez Romero, Cáceres, Facultad de Filosofía y Letras,
pp. 233-248.
40 Vid. Laureano Bonet, De Galdós a Robbe-Grillet, 1972, Madrid, Taurus, pp. 38-41, y Mª del Prado
Escobar Bonilla, Art. cit. Escribe Riley en Introducción al Quijote: “La idea de explotar la fama que los
personajes literarios habían adquirido en el pasado ya había sido empleada, por supuesto, antes de
Cervantes, pero de modo muy distinto. En su Grimalte e Gradissa, romance de fines del siglo XV, por
ejemplo, Juan de Flores había recogido de Boccaccio los personajes de Pánfilo y Fiammetta para llevarlos
a su propia obra. Pero esto es muy distinto a reciclar los éxitos literarios propios, por así decirlo. Los
pocos seguidores de Cervantes en este aspecto han tendido a trabajar en el campo de la ficción popular
superior, como en los relatos del padre Brown, de Chesterton. Y en La isla misteriosa de Julio Verne los
viajeros descubren que el dueño de la isla es el famoso capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje
submarino” (Riley: p. 156). Es muy representativo el caso de El año de la muerte de Ricardo Reis de
Saramago, donde se hace ficción del universo ficcional de Pessoa que tantos lectores confundieron con la
realidad.
41 Sobre la fuente plausible más comentada, Verdaguer, vid. Walter T. Pattison, “Verdaguer y Nazarín”, en
Cuadernos hispanoamericanos, LXXXIV, 250-252, 1971, pp. 537-545; Matilde L. Boo, “Una nota acerca
de Verdaguer y Nazarín”, en Anales Galdosianos, XIII, 1978, pp. 99-100, y Peter Bly: p. 96 y 100, n33.
Se ha subrayado el parecido fonético entre Pedralbes, heredad perteneciente al marqués de Comillas,
protector del sacerdote catalán, y la Pedralba de Halma. El modelo de José Hurtado es aducido por
Arencibia (p. 46). Sobre San Francisco vid Bly: p. 94 y sobre San Ignacio Alas, Obras completas...:
pp. 283-284. Por supuesto, la crítica buscadora obsesiva de “influencias” rastrea cualquier posible huella
El tratamiento de la ficción en el díptico Nazarín/Halma…
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literaria (al margen de las evidentes de Cristo -en su vertiente legendaria- y Don Quijote). En Pattison,
Bly y Arencibia se hallan recapitulaciones de estos personajes novelescos en los que se han creído
encontrar concomitancias con Nazarín (Myshkin de El idiota, Brand de la obra homónima de Ibsen, Gil
de La fe de Palacio Valdés). Algunos de ellos se parecen a don Nazario en que son como él religiosos
cristianos o santos, y todo otro débito resulta algo forzado.
42 Lubomir Doležel, “Mímesis y mundos posibles”, en Antonio Garrido Domínguez, ed., Teorías de la
ficción literaria, 1997, Madrid, Arco/Libros, pp. 69-94. Vid. pp. 71 y ss.
43 Para Sinnigen Nazarín peca de egoísta; Goldman lo reputa orgulloso (vid. supra, p. 5). Dentro de las
propias ficciones Halma es acusada de soberbia por Feramor y Benina por doña Paca (las críticas
provienen como vemos de dos personajes que son acabadas encarnaciones del egoísmo). Goldman plantea
asimismo en su artículo, igual que Parker, la ambigüedad adoptada deliberadamente por el narrador
galdosiano. Hay reflexiones sobre este mismo aspecto en Arencibia (p. 33).
44 Agnes Gullón, “Escenario, personaje y espacio en Nazarín”, en Actas del II Congreso Internacional de
Estudios Galdosianos, II, 1980, Las Palmas, Cabildo Insular, pp. 211-222. Vid. p. 215.
45 Parker se pregunta “what would happen to Christ if he returned to the world today: he would not be
crucified but confined to a madhouse, not a tragic, still less a dangerous, figure but an inoffensive lunatic:
Nazarín is thus also a counterpart to Dostoevsky’s Grand Inquisitor” (p. 88). En El gran inquisidor,
incluida en Los hermanos Karamazov, un Cristo redivivo en la España católica del siglo XV es
encarcelado de nuevo (repara también en el recuerdo de este opúsculo Ruiz Ramón: pp. 186-187). Cfr. el
film Europa 51 de Rossellini; ante la actitud de entrega desinteresada del personaje de Irene los que la
rodean no hallan más que tres respuestas: o se ha hecho comunista, o está engañando a su marido con
otro hombre, o quiere ingresar en un convento. Puesto que Irene niega las tres opciones es tomada por
loca, e igual que Nazarín y Benina, recluida. También las personas del círculo de la Condesa la tienen por
una lunática, y, como no ha dejado de recalcar la crítica, la fisonomía de Catalina es comparada con la de
Juana la loca (p. 253). Son muchos los momentos de Nazarín y Halma en que emerge el tema de la
atribución de locura a sus protagonistas (aparte de la anécdota del loco don Pedro). Una mujer traba con
Beatriz una conversación transmitida en estilo indirecto e indirecto libre: “[...] le preguntó si Nazarín era
su marido, y como respondiese que no, y que ninguna de las dos era casada, se hizo muchas cruces en la
cara y pechos. Luego quiso averiguar si eran gitanos, o de esos que andan por los pueblos componiendo
sartenes... ¿Eran ellos los que el año anterior estuvieron allí con un oso encadenado por la ternilla, y un
mico que disparaba la pistola? Tampoco; pues entonces, ¿qué demonches eran? ¿Pertenecían a la
cristiandad o a alguna seta idólatra? Respondió Beatriz que por cristianos a macha-martillo se tenían, y
que no podía decir más” (p. 204). Como resultado de estas averiguaciones los labradores concluyen por
creer que los nazaritas pueden embrujar a su niña. El alcalde dice a Nazarín: “[...] supongo que su
abogado le defenderá por loco, porque por cuerdo no hay cristiano que le defienda, ni ley que no le
condene” (p. 211).