ELEMENTOS CERVANTINOS EN LA QUINTA SERIE DE

LOS EPISODIOS NACIONALES

Paloma Falconi Villar

La presencia del Quijote en la obra galdosiana es, como bien sabemos, una constante

innegable sobradamente señalada por la crítica.

Así mismo, sabemos bien que esta quinta serie es una serie “de otra manera”, una serie, en

primer lugar, en que los dos primeros episodios son de un carácter absolutamente distinto a los

cuatro últimos: por sus protagonistas; por sus técnicas narrativas; por la introducción de Tito

Liviano; por el quehacer de Mariclío; por la presencia agudizada de lo mítico en lo histórico,

etc. Una serie distinta, en que la presencia de Cervantes se continúa con los rasgos de los

Episodios anteriores en España sin rey y en España trágica, pero que varía, como varía todo,

a partir de Amadeo I. Y obsérvese que digo varía, no desaparece.

Ya señaló Alan Smith:

Del Quijote no se apartó Galdós jamás, pero su concepto del héroe cervantino cambia

y crece a lo largo de su carrera, precisamente desde una apreciación alegórica a otra

mítica. Paralelamente cambia su concepto de la imaginación, desde considerarla como

un desvarío de la mente hasta apreciarla como una enriquecedora peripecia del

espíritu.1

En efecto, me parece observar en estos seis últimos Episodios galdosianos, ese cambio

respecto a Cervantes que señala el profesor Smith. Hablamos de estos seis últimos episodios,

pero quizá convendría mejor hablar de estos dos más los cuatro finales. En España sin rey, el

episodio de las Constituyentes, en el capítulo II, presenta el autor a Wifredo de Romarate

y Trapinedo, caballero de la Orden de Jerusalén. Wifredo Romarate es un personaje

absolutamente cervantino, es en realidad un trasunto de don Quijote, no sólo por pertenecer a

una orden de caballería, sino por la trascendencia que él mismo le da a ese hecho. El Bailío,

que claro está es un personaje absolutamente literario que deambula en el entramado histórico

real de la España del 69, como es habitual en los personajes intrahistóricos galdosianos, bebe

de las fuentes de don Quijote en carácter, en mentalidad y en palabras:

¡Oh, Fernanda hermosa, la más arrogante, la más honesta y pulcra doncella que Dios

ha puesto en el mundo!, ¿quién te había de decir que este bailío de San Juan habría de

ser mantenedor de tu inocencia, burlada por un libertino?... Por el nombre que llevo y

el hábito que visto, no pasará el día de mañana sin que yo me plante frente al señor de

Urríes y le exija reparación, y le amenace con los furores de mi justicia implacable, si

no rinde su necia vanidad de seductor ante la belleza y honestidad de la sin par

Fernanda Ibero...” Con estas belicosas ideas se durmió al fin el caballero de Jerusalén,

abandonando su noble cabeza sobre la almohada hospederil

Así termina el capitulo V.

Elementos cervantinos en la quinta serie de los Episodios…

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En sus usos amorosos es también un personaje anacrónico. Galdós en varias ocasiones

caracteriza sus requiebros y miradas con la acompañante de la extremeña, como “del año 43”.

Además del lenguaje, como hemos visto en la primera cita, también en algunas escenas, las

reminiscencias quijotescas son clarísimas. Igual que le sucede al gran héroe de la Mancha, los

personajes que se va encontrando don Wifredo no entienden ni su conducta ni su condición de

caballero. Los personajes populares con que se topa no se hacen cargo de su rango de

caballero de la Orden de Jerusalén. Por eso, cuando una noche Tapia le invita a un colmado

donde le servirán “unas muchachas muy lindas”, en palabras de Tapia y “dos mozas de

insolente hermosura, bravas, jocundas y desfachatadas” en palabras del narrador, al quedarse él

con Paca la africana, transcurre así una parte del diálogo:

—No, hija, digas disparates. Soy caballero por decisión del Capítulo de la misma

Orden de San Juan.

—Pero el capítulo ése ha de ser cosa del Rey o Reina. Déjame a mí de historias. Eres

caballero porque la Reina fundó para pasar el rato esas caballerías... ¿Qué quería ella

más que caballeros? (cap. XI)

El parecido con el episodio de la venta y las criadas-doncellas es evidente. Pero hay

ocasiones en que Galdós indica explícitamente su imitatio. Ante la descripción de la Cámara de

diputados que el “señor enclencle, con vanagloria de cicerone parlamentario” va haciendo en el

capítulo VI, señala el narrador:

El otro se dio por enterado, y fue más discreto en lo restante de sus informaciones,

que recordaban el retablo de Maese Pedro.

Y en realidad es que acaban de empezar las asiduas visitas del protagonista-quijote al

parlamento. Los discursos de los parlamentarios contribuirán al desvarío de Romarate, que se

obsesiona con ellos, como los libros de caballerías enloquecen a Alonso Quijano.

Ya señaló Rubén Benítez:

El motivo cervantino lectura-locura es de tal uso en Galdós que no hay prácticamente

Episodio o novela en que no se utilice.2

Y creo que en realidad, en forma de discurso, como sucede en España sin rey, de periódico,

o de obra literaria, manifiesta en esto Galdós una fe inmensa en la fuerza de la palabra. Una

fuerza tan intensa que es capaz de condicionar el comportamiento y las decisiones de sus

personajes. Es en realidad esa convicción de la influencia de la literatura en la vida.

En uno de los grandes autores realistas de nuestras letras, vemos, pues, no sólo a la realidad

entrar a formar parte de la literatura, sino también parece, creo, que Galdós quiere dejar clara

la influencia de la literatura en la vida real. Este me parece uno de los rasgos cervantinos en

más importantes de nuestro autor. Parece querer poner de manifiesto en esta última etapa de su

creación literaria esa deuda, más bien ese reconocimiento o comunión ideológica de su

quehacer literario, con el gran maestro del novelar.

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Por seguir dentro de la serie que nos ocupa, en el siguiente episodio, España Trágica, el

joven Vicente Halconero es visitante asiduo de la librería de Durán en la Carrera de San

Jerónimo, y ávido lector y admirador de autores extranjeros:

Impelido por intensa curiosidad, dedicóse el incipiente lector a los maestros alemanes.

Devoró a Goethe y Schiler, se enredó luego con Enrique Heine [...], y por esta curva

germánica volvió a Francia con Teófilo Gautier, Janin, Vacquerie, que le llevaron de

nuevo a la espléndida flora de Víctor Hugo. [...] Releyó historias y poemas, y

buscando al fin en la belleza la amargura que a su alma era grata, se refugió en Werter

como en una silenciosa gruta llena de maravillas geológicas, y ornada con

arborizaciones parietarias de peregrina hermosura. (cap. I)

A partir de este momento, se designa a Vicente en varias ocasiones como “el chico

romántico”, y este “chico romántico”, poco después, empieza a devorar un libro de Mitología

griega que había comprado en Durán: un libro “con texto eruditísimo y sugestivas

ilustraciones”. En él hay una estampa de Melpómene de extraordinario parecido con su madre,

Lucila, y el joven Halconero cada vez que ve a su progenitora asocia las imágenes.

Ante el drama que rodea la ya tenue vida de Fernanda, el joven lector, ebrio de literatura

clásica, acoge en su trastornada imaginación el amor a la joven como una exaltación del amor

romántico:

Amar a una mujer trágica, ¡qué hermosura! Amar a la que en sus divinos ojos dejaba

traslucir el alma de Esquilo, ¡qué felicidad!

Y ante la muerte de Fernanda, reacciona en el capítulo IV:

La idea de suicidio que embargaba su espíritu con clavada fijeza, señalándole el

término eficaz de su inmenso padecer, se embotó en el corazón de Lucila. Y la terrible

idea no vino, no, exenta de cierto orgullo, porque el propio aborrecimiento de la vida

se encariñaba con un morir semejante al del joven Werter, gloria y ejemplo de los

amantes desesperados.

La lectura de los autores románticos provoca, pues, en el ánimo de Vicentito un espíritu

exaltado, dramático y tremendista, como era propio de los héroes de este periodo. Pero me

parece atisbar también en eso un rasgo cervantino. Sabido es que para Cervantes no todas las

novelas de caballería eran desechables: muchas de ellas eran admiradas, y no por eso deja de

edificar su monumento paródico sobre el género. Yo creo que en el caso de Galdós sucede lo

mismo en cuanto al Romanticismo, y que estas páginas de España trágica, que empieza con la

trágica muerte por tuberculosis de una joven y termina con la tragedia que fue para España en

la mente de Galdós el asesinato de Prim, son, entre otras cosas, una parodia-censura de los

tremendistas héroes del romanticismo, lúgubres, tristes y desmesurados.

Más adelante las referencias a Cervantes son a modo de Auctoritas. Son en realidad

referencias a frases y situaciones del Quijote que han pasado ya a formar parte del acerbo

popular, y que también Galdós refleja, porque reflejó muy bien, ya lo sabemos, al pueblo del

Madrid del XIX.

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En los cuatro últimos episodios, sin embargo, la presencia y la influencia de Cervantes

adquiere un muy distinto jaez. La imaginación del protagonista-narrador Tito Liviano es un

elemento más de la materia narrable, además de la Historia. Quiero decir que a partir de

Amadeo I, no sólo la Historia y la intrahistoria componen la narración, sino también la fantasía.

Y es cierto, ya lo señalaba Yolanda Arencibia, que las referencias clásicas en esta serie son

especialmente significativas.3 La presencia de lo mítico es en realidad la presencia de lo

literario. La mitología es sólo literatura. La atracción que la Musa de la Historia ejerce sobre

Tito Liviano le hace dejarse arrastrar por cualquiera de las ninfas que está al servicio de Clío.

En estos episodios los personajes mitológicos adquieren carta de naturaleza entre los reales,

tanto los históricos como los creados por Galdós. Pero en el momento en que quiere dejar

constancia histórica de la sublevación cantonal de Cartagena, en vez de inventarse un viaje al

hilo del argumento, como pasaba en episodios de otras series, o de enviar a su narradorprotagonista

de vacaciones por el verano o cualquier otro recurso literario que no entre en

pugna con la verosimilitud, en La Primera República, hace descender a Tito Liviano a un viaje

subterráneo.

Tito es conducido a una caverna por una de las ninfas de Clío, y va recorriendo unos parajes

imaginarios a lomos de un toro. Lo que allí Tito presencia es una realidad absolutamente

literaria. Se encuentra a las nueve musas, a Morfeo, a Júpiter... Y sobre todo, el tiempo es una

dimensión diferente. En el viaje de Tito no amanece ni anochece. Una de las ninfas le afirma

que allí no hay tiempo, pero lo cierto es que sí lo hay, porque los personajes tardan un tiempo

en llegar a su destino. Un tiempo que se mide en la cantidad de veces que meriendan. Además

se cansan, porque tienen que dormir. Lo que no hay es ni noche ni de día, porque una

luminosidad general domina todo los parajes. De hecho uno de los signos de la llegada es el

cambio de luz. En uno de los momentos de descanso Tito sueña con la realidad deseada:

Pues señor, me vi en el Congreso (Tribuna de la Prensa) oyendo un discursazo de

Salmerón, magnífico, elocuente. Cuando terminó, todos decían: “Ya hay Gobierno en

la República española”. Aquello se me representaba como un teatro de niños con

figurillas diminutas que se movían con alambres...

Una realidad tan deseada que sueña al mismísimo Ríos Rosas como un convencido

republicano. Al despertar del sueño, en el capítulo XV, el protagonista se pregunta: “¿La

realidad era lo de allá o lo de acá? ¿Eran este y el otro mundo igualmente falaces?” Tito pues,

duda entre realidad y ficción.

Por lo dicho hasta aquí del viaje mítico de Tito, solo con este esbozo, ya se puede advertir

la referencia constante al episodio cervantino de la cueva de Montesinos. Si don Quijote baja a

una cueva, Tito desciende a una caverna; si don Quijote presencia allí a los grandes héroes de

la caballería andante que gobiernan su mente y es su mente la que conduce la novela, Tito se

encuentra allí a su gran ideal —que es Clío— y a todo el mundo que la rodea, y es Clío quien

justifica también el quehacer narrador de Tito Liviano; si el episodio de Cervantes es narrado

por el propio don Quijote, también aquí es el protagonista quien narra su aventura; si en la

Cueva de Montesinos refiere don Quijote haber visto parte de la realidad que él quiere creer, al

afirmar que ha visto a Dulcinea tal como se la describió Sancho, también Tito, como hemos

visto, sueña una realidad deseada; si el tiempo que pasa don Quijote en la cueva no cuadra con

el de Sancho y el primo de Sansón Carrasco, también en el episodio galdosiano el tiempo es

algo relativo.

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No es exacto, desde luego. Hay muchas diferencias. Pero sí me parece observar uno de esos

elementos cervantinos más nítidos en este pasaje de Galdós. Estamos además ante uno de los

pasajes más desconcertantes de los Episodios Nacionales. Tito duda de la realidad de lo que ha

contado, y que un narrador de los Episodios dude entre realidad e imaginación de la realidad

de lo narrado, implica automáticamente sembrar la duda en el lector. Quiero decir con esto

que, dado el talante general de realismo —histórico o intrahistórico— que domina en los

Episodios, esto es dar carta de ciudadanía no ya a la ficción literaria, sino a la imaginación

creadora, como señalaba el profesor Smith. Porque Galdós no tiene el filtro de la acotación

que, según el traductor del manuscrito cervantino, estaba escrita de mano del propio Cide

Amete Benengeli, que es quien en el Quijote recalca, además del escudero y el primo, la

inverosimilitud de lo referido por el hidalgo manchego.

Tenemos pues, en este pasaje, uno de los rasgos más señalados de la obra de Cervantes: el

perspectivismo. El lector ahora no puede limitarse a interpretar la historia narrada, sino que

tiene que decantarse por confiar en la veracidad del relato o no. Esto es muy significativo, y

pone de manifiesto, a mi parecer, la progresiva confianza de Galdós en la literatura. Ahora ya,

al final de su vida literaria, puede hacer este guiño al lector y embaucarlo en la ficción. Es, en

cierto modo, lo que señala la mencionada acotación cervantina:

No me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso don Quijote le

pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito: la razón es

que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contengibles y verisímiles; pero

esta desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera

de los términos razonables[...] y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa;

y así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, letor, pues eres prudente,

juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más.

Tito, al comienzo de su aparición en los Episodios, se había encontrado a un viejo isleño

que le encarga que escriba esta parte de la Historia de España. Después es la mismísima Musa

de la Historia quien le contrata para narrar lo acontecido. Y Tito lo hace, lo hace fielmente.

Transmutado, “proteico”, en algunas ocasiones, penetra en ambientes insólitos para él, como

los aposentos del Palacio Real, y allí, y en distinto escenarios, se va encontrando personajes

misteriosos y se ve envuelto en situaciones desconcertantes, pero es que Clío ha hecho de él un

juguete. De hecho le llama “muñeco” en varias ocasiones. Cosas así no habían pasado nunca en

los Episodios de Galdós.

En el Quijote, “todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles verisímiles”.

Sancho no cree a su señor. En el retablo de Maese Pedro don Quijote no puede sacarse esta

espina de la incredulidad de su escudero, porque el mono responde solo que algunas cosas de

las que contó son ciertas y otras no. Pero cuando llega el episodio de Clavileño y Sancho le

cuenta a su amo lo que ha visto, éste le responde:

Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que

vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más.

Lo que sí es verdad es que Tito llega a Cartagena y nos relata los sucesos de la insurrección

cantonal. Respecto a cómo llegó y cómo fue el viaje: “Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo

que te pareciere, que yo no debo ni puedo más”.

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NOTAS

1 Cfr. Alam Smith, “La imagiación galdosiana y la cervantina”, en Textos y contextos de Galdós, Actas del

Simposio Centenario de Fortunata y Jacinta, edición de John Kronik y Harriet S. Turner, Madrid,

Castalia, 1994, p.164.

2 Cfr. Rubén Benítez, Cervantes en Galdós, Universidad de Murcia, 1990, p.149.

3 Cfr. Yolanda Arencibia, “Referencias clásicas en los episodios nacionales últimos de Pérez Galdós”, en

Homenaje a Alfonso Armas Ayala, tomo II, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran

Canaria, 2000, pp. 99-113 y Rodolfo Cardona, “La victoria de Nicéfora: consideraciones sobre la quinta

serie, en Galdós ante la literatura y la historia, Biblioteca galdosiana, Ediciones del Cabildo insular de

Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1998, pp. 163-172.