LA LOCURA EN PERSONAJES GALDOSIANOS
Paciencia Ontañón
Los personajes que en la obra de Galdós sufren algún tipo de enajenación son tan
numerosos que sería imposible aquí referirme a todos. La insistencia del escritor en una
cuestión que tanto le obsesiona tiene, probablemente, dos puntos de partida: uno, su interés
por la psique humana, que lo llevó a ser un verdadero autodidacta de la medicina, ayudado en
parte por su gran amigo el médico Tolosa Latour, y que lo convirtió en algunas ocasiones en
un precursor de Freud, como afirmó Stephen Gilman.1
La otra fuente, muy relacionada sin duda con ésta, es la cervantina. Con Cervantes
comparte Galdós el mismo interés, un interés centrado en un tipo particular de locura. Si se
observa la enajenación de don Quijote, se puede ver el estrechísimo contacto con la de
personajes galdosianos. El héroe cervantino no carece de lucidez y buen juicio; si se prescinde
de su obsesión caballeresca resulta un personaje lleno de cordura, provisto de un claro
entendimiento. Sólo su fantasía y sus sueños lo enajenan, le hacen ver una realidad deformada,
al proyectar sobre ella su imaginación. Cuando finalmente se enfrenta a ella es víctima de la
derrota y del fracaso.2
Varios de los personajes desequilibrados de Galdós han sido ya objeto de interesantes
estudios como Maximiliano Rubín, el Doctor Anselmo de La sombra, algunos ciegos y la
patología en general desarrollada en sus obras.3
Yo voy a tratar de cuatro, aquellos cuya locura está más directamente relacionada con la
cervantina, con la de don Quijote, más precisamente.
Me voy a referir, en primer lugar, a Isidora Rufete, la heroína de La desheredada, donde no
sólo el héroe cervantino, sino muchas de las ideas del propio Cervantes están presentes.
Galdós, en esta novela, nunca menciona la palabra ‘locura’ al hablar de Isidora. Los
personajes que la rodean, incluso el médico Miquis, jamás se dan cuenta del estado mental de
ella. Sin embargo, todos sus actos muestran el desarrollo de una patología bien conocida.4 El
escritor, además, completamente consciente de ello, va proporcionando todos los datos
necesarios para poder rastrearla.
La obra comienza con la visita de Isidora al manicomio de Leganés, donde su padre,
Tomás Rufete, está internado y muere. Se nos hace saber que ella ha sido educada por su tío
“el canónigo”, “el cual, hora es ya de decirlo, no era tal canónigo ni cosa que lo valiera”.5 Su
nombre es Santiago Quijano-Quijada, primo hermano de Tomás Rufete, lector apasionado de
novelas y entusiasta de cuestiones aristocráticas (La desheredada, p. 1141). Toda la familia
procede de La Mancha, del Toboso. El “canónigo” ha sido el forjador de muchas de las ideas
absurdas de Isidora y su iniciador en los relatos novelescos, que la han hecho lectora
insaciable.6 A los cuales se refiere Galdós en diferentes momentos de la obra: “En varias
novelas de malos y de buenos autores había visto Isidora caprichos semejantes” (La
desheredada, p. 1093). Su tía la Sanguijuelera (tía abuela, en realidad), otra víctima del
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desequilibrio de Tomás Rufete, y persona que vive en la realidad, se preocupa por el origen de
las fantasías de su sobrina: “Me parece que tú te has hartado de leer esos librotes que llaman
novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer!” (La desheredada, p. 984).
Durante toda la obra se puede ver las ideas delirantes de Isidora, pero muy específicamente
en el Capítulo XI en que se relata uno de sus muchos insomnios en un largo soliloquio. Allí se
revelan pensamientos desorbitados junto a otros de impresionante claridad, dolores físicos
imaginarios junto a una visión transparente de la realidad: “Yo tengo algo, yo estoy enferma”.
Porque este personaje posee una inteligencia relevante y pierde con dificultad el sentido de
la realidad, como sucede con los paranoicos. Sus errores proceden de los sentidos, no de
la razón.
La idea fija de Isidora, su convicción de no ser hija de sus padres, sino de personajes de la
más alta aristocracia, es la ilusión que mantiene su ánimo durante toda la narración. Resulta
difícil, casi imposible, demostrarle el error en el cual vive, característica de los sujetos que
sufren su mal. La exaltación de los supuestos padres no es sino la exaltación de sí misma, ya
que tiene un carácter egoísta. Y considera que los que dudan de sus aseveraciones son sus
enemigos, ya que tratan de rebajarla de su verdadera condición. Pero, cuando al fin la realidad
se impone con toda su crudeza, su mundo se derrumba. “Soy una persona anónima, ya no
existo” (La desheredada, p. 984) es la expresión de su sentimiento, de su vacío vital. El último
capítulo de la novela, “Muerte de Isidora” es si duda un recuerdo al último capítulo de El
Quijote “De cómo don Quijote cayó malo....y su muerte”.
En otros personajes de La desheredada, como don José Relimpio, enamorado
platónicamente de Isidora, quien muere también en el último capítulo, las huellas quijotescas
son evidentes.
Incluso en la estructura de la novela se pueden encontrar reminiscencias cervantinas; un
ejemplo sería la forma de terminar varios capítulos, con una oración que se completa con la
primera del siguiente (“—Mañana estarás en casa de Emilia”. II.— “La admitieron” La
desheredada, p. 1112; y también en las pp. 994, 1017, 1034, 1096, etc.). Frases que aluden a
otras cervantinas, como “Las ocho serían” (La desheredada, p. 711, recuerdo evidente a “La
del alba sería”), o la que pronuncia Alejandro Miquis en una conversación con Isidora:
“—¡Leoncitos a mí!”, sin que venga mucho a cuento, exacta que una de don Quijote:
“¿leoncitos a mí?”7
*
La pareja Alejandro Miquis-Felipe Centeno (En El Doctor Centeno) es sin duda una parodia
de la don quijote y Sancho. “El hidalguete manchego”,8 como define Galdós a su personaje,
procede también de la Mancha, del Toboso. El diminutivo se refiere, en parte, a la juventud de
Miquis, de poco más de veinte años, así como también a las locuras que comete, más juveniles
que las de don Quijote, aunque a veces tengan bien visibles similitudes. En otra ocasión lo
denomina “El soñador del Toboso” (El Doctor Centeno, p. 1404).
La descripción física de Alejandro Miquis trae inmediatamente a don Quijote a la memoria:
“era raquítico y de constitución muy pobre, con la fatalidad de ser dado a derrochar sus
escasas fuerzas vitales. Sus nervios se hallaban siempre en muy alto grado de tensión y todo él
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vibraba constantemente, como cuerda de templado metal” (El Doctor Centeno,
p. 1377).
Felipe es el niño que lo acompaña y al que Miquis, en cierta forma, protege. Éste lo toma
“como criado”, en la esperanza de tener dinero suficiente para mantenerlo. Y de nuevo, la
presencia cervantina: “serás mi criado....mi escudero” (El Doctor Centeno, p. 1359). Presencia
que corrobora otro personaje de la obra al dirigirse a él: “liberal joven, digno Panza de aquel
bravo don Quijote” (El Doctor Centeno, p. 1446). Y, de nuevo, se insiste aquí en la juventud
de la pareja, en la que hasta el “escudero” es mucho más joven que el de Cervantes.
A diferencia de lo que sucede con Isidora Rufete, a cuya locura no se alude jamás, la de
Alejandro Miquis es señalada constantemente. Y es el propio Galdós el que primero, y de un a
manera casi científica, se refiere al estado mental del personaje: “Era un enfermo sin dolor,
quizá loco, quizá poeta. En otro tiempo se habría dicho que tenía los demonios en el cuerpo.
Hoy sería una víctima de la neurosis”.9
Durante su infancia en La Mancha se había hecho célebre por su talento, en especial “del
cura, del médico y del boticario”. Y, conscientes de que “el Toboso, ya tan célebre en el
mundo por imaginario personaje, lo iba a ser por uno de carne y hueso” (El Doctor Centeno,
p. 1377).
Dedicado Alejandro por su padre a la carrera de Leyes, “odiaba el derecho”. “El jus no era
otra cosa que el eterno Sancho Panza”. Aunque de mala gana, iba a clases y avanzaba a
trancas y barrancas en la carrera. Y Galdós comenta al respecto: “Nunca fuiste tirano, amigo
Sancho” (El Doctor Centeno, p. 1377). Pero para el estudiante todos los temas de su Carrera
se oponían a los ideales, a la pasión, al goce estético. Era un “trabajador incansable de lo ideal”
(El Doctor Centeno, p. 1377).
(Sin duda en este personaje hay también muchos aspectos biográficos del propio Galdós,
como ya algunos críticos han observado: Su llegada a Madrid, su residencia en la Pensión de la
calle de las Fuentes, sus malogrados —y detestados— estudios de Leyes, impuestos
parcialmente por la familia, su pasión por escribir teatro, que no se desarrollaría plenamente
hasta años más tarde. En todo lo anterior podríamos hipotetizar que también el escritor canario
pudiera haber establecido un paralelismo entre su trayectoria vital y la de don Quijote).
El humanismo exacerbado de Miquis lo lleva a dar a los demás lo que tiene y lo que no
tiene. Sus compañeros lo consideran loco y pronostican su fin: “Acabará en San Bernardino”
(El Doctor Centeno, p. 1310). Para todos ellos, prosaicos entes de razón, el manchego no hace
“alguna cosa a derecha y con sentido común”. Lo consideran “un desgraciado, un loco...” (El
Doctor Centeno, p. 1409). El propio “escudero” Felipe se desespera de su desorden y de sus
dispendios que lo llevan a vivir en la miseria, y critica en su mente “la liberalidad furibunda de
aquel pobre loco” (El Doctor Centeno, p. 1424). Sus actos de humanitario desprendimiento
producen hilaridad incontinente en sus amigos. Cuando se despoja de su capa para quitar el
frío al pobre Felipe, la primera vez que lo encuentra, medio muerto de frío y de abandono, el
médico “Cienfuegos se moría de risa viendo a su compañero en aquella faena, no menos
humanitaria que cómica” (El Doctor Centeno, p. 1298).
No obstante, la adhesión de Centeno hacia su “amo” es inquebrantable, fundada en un
enorme afecto y en un agradecimiento sin límites. Lo cuida en su enfermedad y no se separa de
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él hasta su muerte. Es el principal admirador de sus obras dramáticas, que su “amo”, lo mismo
que hacía Molière, que le leía las suyas a su criada, le lee con total entusiasmo durante noches
enteras. Según Galdós, los dos gozaban lo mismo, “uno por lo sabio, otro por lo ignorante”
(El Doctor Centeno, p. 1379). Todo lo cual provocaba en Alejandro estados mentales
delirantes, prueba evidente de sus desequilibrios.10 Felipe lo arropaba, cerraba las ventanas y
ahí comenzaban los sueños desbordados de Miquis, en los que aparecían príncipes, duques,
galeras y la dama de sus pensamientos, mientras el “escudero” se dormía apaciblemente en el
sofá. Cuando el escritor despertaba declamaba en voz alta pasajes altisonantes de sus obras,
que volvían a la realidad al pobre Felipe, amodorrado en su sueño.
Semejante al escrutinio que el cura y el barbero hacen de los libros de don Quijote es el que
lleva a cabo Felipe Centeno de los de su “amo”. De manera disímil de otros huéspedes de la
pensión, posee muchos, “revuelta colección de obras diferentes”. Pero, mientras que los de don
Quijote, parcialmente causantes de su locura, son obras caballerescas, los de Alejandro son, en
su mayoría, comedias y dramas en verso, también parcialmente origen de las obsesiones del
joven manchego.11 “Centeno no acertaba a comprender para qué leía su amo aquellas
tonterías” (El Doctor Centeno, p. 1374).
El amor medio secreto de Miquis por la Carniola (nombre del personaje central femenino
de una de sus obras, también conocida como la Tal), causa parcial de su miseria, es un amor
totalmente idealizado y misterioso, a causa del cual sus compañeros se refieren a él como
“Dulcineo del Toboso” (El Doctor Centeno, p. 1381). Para el manchego “no concibe la
imaginación mujer que la supere ni aun que la iguale. Respira amores; su mirada acaricia
quemando....” (El Doctor Centeno, p. 1397). En sus pocas apariciones en la novela, Galdós
revela a una mujer hermosa, sí, pero de una vida bastante airada. Vive con un hombre —o
algunos— a los cuales mantiene, y en varias ocasiones con el dinero del propio Miquis. (Tal
vez podría haber alguna relación entre ella e Isidora Rufete y sus amoríos con Pez, pero no
existen suficientes detalles para llegar a muchas conclusiones).
Un personaje más con un tipo de locura semejante a la de Alejandro es su tía Isabel Godoy,
también manchega, a la cual presenta Galdós desde un principio a partir de su “mental
dolencia”. Es un personaje encantador, que merecería un estudio cuidadoso. Su desequilibrio
se refleja fundamentalmente en sus ojos, llenos de luz y fulgor en los momentos de exaltación.
En sus situaciones de máxima tensión, las pupilas de Alejandro se encienden de manera
semejante, con un destello que “era la cifra de sus proyectos locos y de su parentesco con doña
Isabel Godoy”.
*
Ya la crítica ha observado en alguna ocasión el paralelismo entre don Quijote y una de las
grandes figuras de los Episodios, Juan Santiuste.12 La presencia de Cervantes es visible en toda
la narración y muy especialmente en la mente del protagonista. Él cree, como don Quijote,
saber quién es (aunque no siempre) y Galdós revela el error de su personaje. La diferencia
entre ser y parecer se revuelve siempre en la mente de esta figura, que cree conocerse pero
que en realidad no sabe quién es. Inclusive su apellido y su personalidad cambiarán en la
segunda parte de la obra. Su benefactor quiere saber, a través de él, las andanzas carlistas por
tierras de Aragón y Cataluña, y para ello lo hace pasar por un clérigo inocente en espera de
órdenes sacerdotales, cuyo nombre será Juan Pérez de Confusio. Apodo, este último, ganado
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durante la conquista de Tetuán13 y que se refiere a su caos interno, a su cabeza repleta de
fantasías que lo llevan a su errar confuso por el mundo a merced de los vientos.
La mente de este hombre, llena del abigarrado universo de Marruecos, se va enfrentar a
otro, el de los alrededores de Tortosa, donde tuvo lugar el tardío episodio carlista que da
nombre a la narración. Y su desbordada fantasía aumenta en su insegura cabeza los desórdenes
que ya habían aparecido. Y que se revelan hasta en sus sueños: “Y soñé que en mí se
reproducía la historia del cautivo contada por Cervantes en el Quijote. En el patio de mi
hospedaje vi el baño de Argel, donde me tenía prisionero el bárbaro Azán Bajá y por las
celosías vi asomar la caña con que la misteriosa Lea Mariam me manifestaba ser yo el preferido
entre los cautivos”.14
Una aventura de Santiuste, todavía en Marruecos, evoca plenamente otra de don Quijote.
La acción se desarrolla en un fondak, cuya traducción es casi exactamente ‘venta’. Allí deja
nuestro héroe sus armas cerca de un pozo, mientras camina meditando. Sin que se de cuenta,
un jayán se acerca al pozo para que sus mulas beban y roba las armas de Confusio. Aventura
introducida en el relato sin que tenga muchas consecuencias y que parecería sólo una forma de
acercar a los dos héroes.
Los dos mundos en que Santiuste ha vivido en sus últimos tiempos, el de Marruecos y el de
España, se confunden y forman en su mente un abigarrado desorden. Pero le llevan a establecer
una comparación entre ambos, muestra de la claridad de su razonamiento, que le permite
apreciar o criticar a los dos. Mientras vive en Marruecos se acuesta muchas noches con la
convicción de vivir en un país bárbaro. Pero se levanta con la idea de “que he venido a caer en
un país donde debemos aprender la civilización antes que enseñarla” (Carlos VI en la Rápita,
p. 340).
Cuando Confusio hace introspección y se refiere a sí mismo se describe como un ser al que
le atraen las ocupaciones espirituales que lo alejan de lo material y positivo. Enemigo de la
violencia, detesta todo lo relacionado con lo militar. Siente horror de los enredos curiales;
“nunca seré abogado, ni escribano, ni juez, declara”. Reconoce que su única creencia es la
Naturaleza (Carlos VI en la Rápita, p. 375).
El rival de Confusio en muchos terrenos, el Arcipreste Juan Ruiz, de Uldecona, ha nacido
en Alcalá de Henares, de lo cual está orgulloso: “He mamado esta lengua [el castellano] de los
mismos pechos que Cervantes, porque nací, como él, en Alcalá de Henares” (Carlos VI en la
Rápita, p. 393). Es un furibundo carlista, cazador de hombres y de animales. Pero es,
fundamentalmente, un símbolo. Representa el triunfo de la realidad sobre los ideales, del mal
sobre el bien. El revés de la moneda de Confusio. Y finalmente, para Galdós como para
Cervantes, las fuerzas que terminan por imponerse en la sociedad humana.
El amor es para Confusio el móvil vital que lo vuelve omnipotente y le concede fuerzas
invencibles: “¡Ya tu apasionado caballero abre los brazos para traerte a la libertad, a la paz y al
amor! Hierros del harén, rompeos en mil pedazos. Astucias y malas artes de El Nasiry, ya no
podeis contra las invencibles armas de Confusio” (Carlos VI en la Rápita, p. 407). Un amor
confuso también, en el que se mezcla la imagen de Erhimo, la esclava del harén de Marruecos
que nunca llegó a ver y la de Donata, una de las amas del Arcipreste, que roba del “harén” de
éste. Y al “salvar” a Donata, salva también en su fantasía a la bella Erhimo y confunde a las
dos. Sin embargo, el amor de Santiuste es menos platónico que el de don Quijote por
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Dulcinea, como señaló Robert Ricard, que ve en él un Quijote degenerado.15 Pero la mente de
Confusio no está consciente de ello y actúa imaginariamente como si sus sentimientos fueran
sólo ideales: “Bastaría con una rápida visión de tan sobrehumana belleza, la cual, por ser
perfecta y divina forma no había de despertar en mí ni el más leve destello de lo que llamaba
don Quijote incitativo melindre” (Carlos VI en la Rápita, p. 367).
Cuando al final de la obra, en su huída constante del Arcipreste, la pareja es alcanzada por
él, éste se burla abiertamente de Confusio, dejándolo profundamente humillado: “¿—Por qué
no me dijiste entonces que querías a Donata?....Yo te la hubiera cedido...gustoso, si,
gustosísimo. Ya estaba yo pensando en el cómo y cuándo colocarla....” (Carlos VI en la
Rápita, p. 436) . Es el triunfo final de los fuertes imponiéndose a los débiles...
*
Una última figura quijotesca a la que voy a referirme es Wifredo de Romarate, protagonista
de España sin rey, “un caballero cincuentón, de corta talla y tiesura ceremoniosa”. Aunque a
veces parezca no estar en sus cabales o reaccionar con actitudes visionarias, Galdós afirma que
“no era falto de seso”. Como otros personajes un tanto desequilibrados tenía “ribetes de
manchego por su lógica refranesca y su diáfano estilo”.16
Su amor por Fernanda Ibero es absolutamente platónico y sin esperanza, ya que sabe que
ésta ama a otro hombre, e inclusive la ayuda en sus desventuras amorosas. Su máximo acto por
ella es hacer pasar como suyo el asesinato pasional que Fernanda comete al final de la obra.17
Sus planes habían sido ser él el verdadero asesino, pero dentro de su mente está seguro de que
él ha sido el que ha cometido el acto: “La espada es mía y yo el matador enmascarado. Lo digo
y lo juro yo, bailío de Nueve Villas en la Hospitalaria Orden de Jerusalén; yo, que jamás he
mentido”.18
Todo en el Episodio se mueve entre lo absurdo y desorbitado. Las imágenes que Gilman
señala como características de la época, “madness and threaticality”19 se desarrollan a todo lo
largo de la narración.
La inocencia de don Wifredo lo vuelve con frecuencia incongruente para las gentes que lo
rodean y, como consecuencia, sujeto de sus burlas. Actitudes que el caballero observa y que
atribuye a un embrujamiento ejercido contra él: “Se me han metido en el alma uno o varios
demonios que a este paso pronto harán mangas y capirotes de mi nobleza, de mi honradez pura
y hasta de mi santo temor de Dios” (España sin rey, p. 812).
Don Wifredo, como don Quijote, no es loco, aunque los otros lo vean como tal; es un
personaje con sentimientos auténticos, amor, tolerancia, justicia; un visionario, en fin.20
La profunda ironía con que Galdós ve a su personaje no es obstáculo para que lo sitúe, lo
mismo que Cervantes a don Quijote, como el último refugio de la justicia, del heroísmo y de la
verdad. El juego entre ilusión y engaño sería la esencia de lo que constituye el origen de la
locura humana.
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NOTAS
1 “Otherwise we should have to assume not merely that Freud would have appreciated Galdós as a novelist
precursor (which he surely would have) but the later had discovered independently a central aspect of
contemporary psychoanalytical theory”, Galdós and the Art of the European Novel 1867-1887, 1981,
Princeton University Press, Princeton, p. 353.
2 Cfr. Antonio Vilanova, Erasmo y Cervantes, 1949, C.S.I.C., Barcelona.
3 Cfr. Ángel Garma, “Jaqueca, seudo-oligofrenia y delirio en un personaje de Galdós” en Ficción, Buenos
Aires, XIX, 1958, pp. 84-102; George H. Allison & Joan Connelly Ulman, The intuitive Psychoanalytic
Perspective of Galdós in Fortunata y Jacinta”, International Journal of Psycho-Analysis, 1974, 55, pp. 33-
43; E. Amat y C. Leal, “Dos observaciones del síndrome de Sanchís Banús —reacciones paranoides de los
ciegos— dentro de la obra literaria de Benito Pérez Galdós”, en Medicina Española, nº 326, (1966),
pp. 347-358; Leota W. Elliot & F.M.Kercheville, “Galdós and Abnormal Psychology”, Hispania, 1940,
pp. 27-30, etc.
4 Se trata de una paranoia delirante, cuya principal característica es la idea del paciente de creer que sus
padres reales no lo son, sino que desciende de un personaje principesco y por alguna razón “misteriosa”
ha sido entregado a sus padres adoptivos. Cfr. Otto Rank, El mito del nacimiento del héroe, 1989,
Editorial Paidós, Buenos Aires-Barcelona, p. 111.
5 Benito Pérez Galdós, La desheredada, en Obras completas, Novelas, Tomo IV, 1966, Editorial Aguilar,
Madrid, p. 1060.
6 “Y diciendo esto se le representaron en la imaginación figuras y tipos interesantísimos que en novelas había
leído”, La desheredada, p. 1074.
7 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, en Obras completas de Cervantes, Real Academia Española,
Madrid, 1917, II, III, 60 vº.
8 Benito Pérez Galdós, El Doctor Centeno, en Obras completas, IV, p. 1380.
9 Como he señalado ya en otro lugar, es interesante saber que bastantes años después Sigmund Freud
pronunció casi exactamente la misma frase, en un estudio sobre el pintor Cristóbal Haitzman: “Los casos
de posesión diabólica corresponden hoy a nuestras neurosis”, Una pasión demoniaca en el siglo XVII, en
Psicoanálisis aplicado, 1972, Alianza Editorial, Madrid, p. 59.
10 “La excitación cerebral de Miquis concluía en enfermizo marasmo. Se acostaba rendido de fatiga, y le
entraba delirio, con escalofríos muy penosos”. El Doctor Centeno, p. 1379.
11 También menciona Felipe libros en francés, como los de Balzac, Scribe, Victor Hugo, lecturas sin duda del
propio Galdós, que de nuevo acercan su persona a la de Alejandro Miquis.
12 Personaje que “nace” en O’Donell y es el desequilibrado protagonista, primero de Aita Tettauen y después
de Carlos VI en la Rápita a cuyas andanzas nos referimos aquí.
13 “Confusio llama ahora [Galdós] a Santiuste, confusión de la vida espiritual, de la cual se sale únicamente
por una seguridad interior”, Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós, 1961, Editorial Gredos, Madrid,
p. 169.
14 Benito Pérez Galdós, Carlos VI en la Rápita, en Obras completas III, Episodios nacionales, 1945,
Editorial Aguilar, Madrid, p. 367.
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15 “Un Don Quichotte dégéneré, moins authentiquement fou que le héros de Cervantes, et dont les amours
avec Yohar et Donata ne rappellent guère le culte platonique de Don Quichotte polur Dulcinée”, Robert
Ricard, “Structure et inspiration de Carlos VI en la Rápita, 1955, Bulletin Hispanique, 57, pp. 76-79.
16 Benito Pérez Galdós, España sin rey, en Obras completas, III, pp. 777 y 795.
17 “Señores guardias: tan claro es esto que no necesitan interrogarme. En el corazón de la muerta está mi
espada... y aquí, en mi corazón y en mis labios la verdad de esta tragedia... Llevadme ante el juez”
España sin rey, p. 882.
18 Tal vez sea esta la primera vez que miente, España sin rey, p.881.
19 Stephen Gilman, “The Fifth Sens of Episodios nacionales. Memories of Remembering”, en Bulletin of
Hispanic Studies, LXIII, 1986, p. 50.
20 Cfr. Rubén Benítez, Cervantes en Galdós, 1990, Universidad de Murcia, p. 121.