UN GALDOSIANO ESPEJO CERVANTINO: LA
DESHEREDADA
Victoriano Santana Sanjurjo
A Inma [M.C.] M.T.
Galdós cervantisita
Las constantes referencias que se perciben entre La desheredada galdosiana (1881) y El
Quijote cervantino (1605-1615) se han resaltado siempre como una irrefutable prueba de la
profunda vinculación literaria que hay entre la escritura del canario y la del alcalaíno. Esta
cuestión ha sido objeto de estudio en numerosas ocasiones,1 por lo que, dadas las
características de este trabajo, vamos a omitir cualquier incursión en este asunto salvo en lo
tocante a las novelas sobre las que sustentamos nuestra comunicación. Nos permitiremos, eso
sí, para ilustrar un poco la señalada relación, dos interesantes citas: una de Gullón y otra de
Rodríguez-Puértolas.
[...] El parentesco entre ambos escritores es incluso demasiado evidente; como si
aquél hubiera querido declarar tácitamente, paradójicamente, su admiración por el
autor del Quijote y, de modo concreto, por esta genial invención de la mente
cervantina. La forma de narrar, la de concebir los personajes y la estructura de las
novelas están, en buena parte, aprendidas en Cervantes [...] (Gullón: pp. 57-58).
[...] Mas la narrativa galdosiana tiene mucho que ver, además, con Cervantes. Así, el
humor y la ironía, el perspectivismo como forma de estudio de la realidad, la relación
dialéctica entre Naturaleza y ser humano, el amor como fuerza vitalista y cósmica... Y
también, la llamada doctrina del error cervantina, representada en unos personajes que
son destruidos como consecuencia de haber infringido un orden natural no
comprendido como tal hasta que ya es demasiado tarde (Rodríguez-Puértolas: p. 21).
El tema
En Cervantes y Galdós hay un principio de acción que justifica el fin de sus creaciones: la
enmienda de aquellas actitudes que merman las expectativas futuras de una sociedad. El
alcalaíno desea eliminar, “poner en aborrecimiento”, las disparatadas historias de los libros de
caballerías. Así lo declara explícitamente en El Quijote en numerosas ocasiones y así hemos de
aceptar su propósito, aunque luego intuyamos que hay otras intenciones. Esta declaración se
formula bajo el convencimiento de que el día a día de una nación no puede verse influido por
los falsos quehaceres de una literatura de masas cuyos estereotipos se están exportando en
ocasiones a cuestiones tan decisivas como la administración del Estado, las campañas militares,
etc. El primer siglo de vida americana a los ojos de Europa, el siglo XVI, fue un buen ejemplo
de cómo algunos pasajes de las novelas de caballería han dejado de ser meros extractos
literarios para convertirse en acontecimientos históricos.2
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A Galdós también le mueve un afán regenerador que, de alguna manera, tiene su sustento en
un fallo generacional a la hora de percibir la realidad española. El carácter de transmisión
genética de los desórdenes mentales (de Tomás Rufete, padre, a Isidora Rufete, hija), que es
característico del Naturalismo, puede verse como una metáfora del error histórico que se pasa
de generación en generación. El último capítulo de La desheredada, el 37,3 se titula
“Moraleja”. Es el más breve del libro, el que da sentido a la obra en su conjunto y el que, de
alguna manera, liga a esta novela con los propósitos de la cervantina: “Si sentís anhelo de
llegar a una difícil y escabrosa altura, no os fiéis de las alas postizas. Procurad echarlas
naturales, y en caso de que no lo consigáis, pues hay infinitos ejemplos que confirman la
negativa, lo mejor, creedme, lo mejor será que toméis una escalera”. Con esta sugerencia,
tiende el autor canario su mano a la Educación y a ella le confiere la misión de preparar al
individuo para acceder (de manera simbólica, claro) a las más difíciles y escabrosas alturas con
la debida seguridad. Los pedestales de una sociedad sólo pueden construirse con la firmeza de
la ciencia y la experiencia de la historia. Se avanza cuando se crea sobre la razón; lo que se
recrea, la invención, la apariencia… sólo son escalones falsos que terminan por hacer caer a
quien por ellos transita.
Elementos paratextuales
Dentro de lo que puede ser un estudio comparativo entre La desheredada y El Quijote, hay
unas primeras marcas que conviene que no pasemos por alto: son aquellas que denominamos
bajo el nombre genérico de paratextualidad.4 De entrada, tenemos que ambas novelas se
dividen en dos partes: en el caso de la cervantina, la trama se divide en dos tomos y diez años
de distancia entre uno y otro; en la novela galdosiana, ambas partes aparecen en el mismo
volumen. Sea de una u otra manera, ambas disposiciones conllevan un fin común: las dos
primeras partes reflejan la exaltación y exposición del conflicto que genera la distorsión de la
realidad y las dos segundas partes muestran cómo paulatinamente los momentos de ofuscación
de la primera se van disipando y el sustento del idealismo inicial no proviene tanto de la
percepción de los personajes principales como de la influencia del entorno. Los personajes que
actúan de manera irracional en la primera parte se van haciendo más racionales hasta terminar
por alejarse de la noción completa que les ha guiado a lo largo de su devenir literario: don
Quijote recupera la cordura (lo contrario de lo que hasta ahora era su estado normal) e Isidora
Rufete termina prostituyéndose (lo contrario de lo que se suponía estaba destinado a ser su
vida como heredera del Marquesado de Aransis).
En las primeras partes de las dos novelas, las acciones de sus personajes poseen el sustento
de sus creencias (la base libresca de su locura, las justificaciones de las consecuencias que
conllevan sus actos, la apelación al destino que les ha tocado vivir como razón de su estado,
etc.); en las segundas partes, las creencias no se diluyen, sino que se transforman y la realidad
pasa a ser un complemento adicional a la fantasía que les mantiene (en las primeras partes no
era una adición, sino una sustitución).
El título, otro aspecto paratextual, también nos permite establecer ciertas relaciones
semánticas entre ambas obras. Dos vocablos presiden el nombre de las novelas: “hidalgo” y
“desheredada”. Don Quijote es un hidalgo, un “hijodealgo”, un cristiano viejo que conserva
ciertas posesiones que con toda probabilidad han sido heredadas de sus antecesores. Como
hidalgo y cristiano viejo, el trabajo físico le está socialmente vetado y su locura proviene de la
abundancia de horas de ocio en las que se entrega a la lectura desproporcionada de obras
adscritas al género caballeresca. Isidora, en toda la novela, se mantiene como la “heredera”,
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la que posee unos derechos dinásticos que las circunstancias vitales le han privado
momentáneamente. Posee ficticiamente unos antecesores conocidos (la marquesa de Aransis y
su familia) que justifican su convicción de heredera.
En ambos personajes, la transmisión patrimonial se convierte en eje de una condición de
vida que reflejan en sus acciones: don Quijote e Isidora se consideran nobles y ello les mueve a
actuar de una manera determinada. Recuérdese que Isidora nunca llegará a tener la noción
plena de haber sido “desheredada”; cierto es que perderá parámetros morales que pueden afear
su futuro marquesado (ser hermana de un asesino, pedir dinero o ser mantenida por otro
hombre, terminar prostituyéndose…), pero sabe que el acceso a la condición de noble le
permitirá taparlos.
Elementos intertextuales
Intertextualidad en primer grado
La relación entre La desheredada y El Quijote queda establecida a partir de dos niveles de
vinculación: uno directo, que nosotros hemos denominado de “primer grado” y otro indirecto
o de “segundo grado”. El primero se aprecia con la reproducción de anécdotas y circunstancias
en la obra galdosiana que recuerdan sin titubeos de ninguna clase a otras aparecidas en el texto
cervantino: las características que afecta a Tomás e Isidora Rufete o los consejos del tío
canónigo sobre los que nos ocuparemos más adelante. El segundo grado es más difuso porque
aparece en un sin fin de pequeños aspectos diluidos en la mayoría de los casos dentro de la
trama novelesca.
1. Tomás e Isidora Rufete: Tomás Rufete, el padre de Isidora y Pecado, es el primer gran
personaje quijotesco de la novela y el que, al menos a nuestro juicio, más concentra, en un
pequeño espacio narrativo, las particularidades del hidalgo manchego. Como don Quijote, la
lectura de decretos, discursos, documentos administrativos… durante su vida laboral como
empleado de imprenta termina enloqueciéndolo cuando lo dejan cesante y le llevan a tomar la
personalidad de un hombre entregado al bien ajeno. Rufete posee delirios de gobernante, es un
hombre de leyes que vela por el bien de la nación. Cierto es que está loco y que sus actos así lo
delatan, pero ello no excluye el propósito benefactor que encierra su locura. Lo mismo le
ocurre a don Quijote: el afán de hacer justicia, de deshacer agravios, velar por las viudas y
doncellas, proteger a los más necesitados, es el que le mueve a emprender su vida caballeresca.
Se pasa las noches, como el hidalgo, de turbio en turbio, hablando con el chorro del agua,
discutiendo con él sobre cuestiones de Estado.
Su muerte lo vincula nuevamente con el personaje principal del Quijote. Si el hidalgo
recupera la cordura hacia el final del libro, Rufete, antes de morir, se da cuenta de que está en
el manicomio de Leganés. Tratan de hacerle desistir de la idea aunque sin resultado (trasunto
similar a los ánimos del escudero cuando dice a su señor que no se deje morir —capítulo
LXXIV). La momentánea lucidez de Tomás le lleva a besar la mano del cura en un ejercicio de
confesión y, en un último esfuerzo, llama la atención sobre tres personas: “mis hijos… la
marquesa…”. Los últimos trazos de cordura son para sus hijos y para quien, según él y el tío
canónigo, debía reconocerlos. Tomás sabe que va a morir, es consciente del lugar donde está,
ha recibido indirectamente la extremaunción con el beso al cura (su adhesión a Dios) y le resta
algo muy importante en ese momento de tránsito: aclarar lo de la marquesa… Creemos que su
intención era contarlo, pero se cruzó por medio el último suspiro de vida y la verdad se disipó
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para siempre. Galdós deja en alto esta explicación porque es consciente de que su exposición
conllevaría el fin de la novela. El fin de ambos personajes (Tomás y don Quijote) es similar:
vuelven de la locura instantáneamente, son conscientes de su final y expresan su voluntad de
acceder a Dios, pero mientras uno tiene tiempo de hacer testamento, al otro se le ha vetado la
posibilidad de poner luz sobre el asunto de la marquesa.
Isidora Rufete es el segundo gran personaje de la novela donde más se percibe la influencia
del hidalgo manchego. El primer atisbo del pie que cojea nos lo da su tía en el capítulo III.
Isidora cuenta a la Sanguijelera que su tío le ha contado “todo”: “Usted se hace de nuevas, tía;
usted me oculta lo que sabe... No se haga usted la tonta. ¿Es la primera vez que una señora
principal tiene un hijo, dos, tres, y viéndose en la precisión de ocultarlos por motivos de
familia, les da a criar a cualquier pobre, y ellos se crían y crecen y viven inocentes de su buen
nacimiento, hasta que de repente un día, el día que menos se piensa, se acaban las farsas, se
presentan los verdaderos padres?... Eso, ¿no se está viendo todos los días?”. La tía responde:
“En sesenta y ocho años no lo he visto nunca... Me parece que tú te has hartado de leer esos
librotes que llaman novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer! Mírate en mi espejo. No conozco
una letra... ni falta. Para mentiras, bastantes entran por las orejas... Pero acábame el cuento.
Salimos con que sois hijos del Nuncio, con que una señorita principal os dio a criar, y
desapareció...”.
Esta referencia explícita a la lectura como causante de una percepción distinta de la realidad
es lo más próximo al Quijote que se puede estar. La propia Isidora, en el capítulo 7, confirmará
esta circunstancia: “No es caso nuevo ni mucho menos decía. Los libros están llenos de casos
semejantes. ¡Yo he leído mi propia historia tantas veces...! ¿Y qué cosa hay más linda que
cuando nos pintan una joven pobrecita, muy pobrecita, que vive en una buhardilla y trabaja
para mantenerse; y esa joven, que es bonita como los ángeles y, por supuesto, honrada, más
honrada que los ángeles, llora mucho y padece, porque unos pícaros la quieren infamar; y
luego, en cierto día, se para una gran carretela en la puerta, y sube una señora marquesa muy
guapa, y ve a la joven, y hablan, y se explican, y lloran mucho las dos, viniendo a resultar que
la muchacha es hija de la marquesa, que la tuvo de un cierto conde calavera? Por lo cual de
repente cambia de posición la niña, y habita palacios, y se casa con un joven que ya, en los
tiempos de su pobreza, la pretendía, y ella le amaba... Pero ha concluido la misa. ¿Pies, para
qué os quiero?”.
La relación con la novela cervantina adquiere en estos pasajes uno de sus puntos más
álgidos, aunque hay un matiz que, con ser importante, no desmerece nunca esta base
intertextual: a don Quijote le vuelve loco la lectura de novelas de caballería; a Isidora, en
cambio, la lectura no se convierte para ella en el elemento causante de su transformación de la
realidad (de eso ya se han encargado su padre y el canónigo), sino que es el instrumento que le
permite confirmar esa realidad infundida. Don Quijote e Isidora ven en los libros de ficción
auténticos documentos históricos, testimonios veraces… y depositan en ellos toda su
confianza.
A Isidora, como a su padre y a don Quijote, le afecta el insomnio. Este le hace fantasear en
la vigilia y recrear de forma imaginativa acontecimientos que podían llegar a ocurrir. Se trata
de la segunda vida a la que alude el propio narrador de La desheredada en el capítulo 4:
“Salvo algunas ligeras neuralgias de cabeza, Isidora gozaba de excelente salud. Tan sólo era
molestada de frecuentes y penosos insomnios, que a veces la hacían pasar de claro en claro las
noches. La causa de esto parecía ser como una sed de su espíritu, que se fomentaba, sin
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aplacarse, de audaces previsiones de lo futuro, de un perpetuo imaginar hechos que pasarían,
que tendrían que pasar, que no podían menos de tomar su puesto en las infalibles series de la
realidad. Era una segunda vida encajada en la vida fisiológica y que se desarrollaba potente,
construida por la imaginación, sin que faltase una pieza, ni un cabo, ni un accesorio. En aquella
segunda vida, Isidora se lo encontraba todo completo, sucesos y personas. Intervenía en
aquellos, hablaba con estas. Las funciones diversas de la vida se cumplían detalladamente, y
había maternidad, amistades, sociedad, viajes, todo ello destacándose sobre un fondo de
bienestar, opulencia y lujo. Pasar de esta vida apócrifa a la primera auténtica, érale menos fácil
de lo que parece. Era necesario que las de Relimpio, con quienes vivía, le hablasen de cosas
comunes, que fuese muy grande el trabajo y empezase muy temprano el ruido de la maquina de
coser, o que su padrino, el bondadosísimo don José de Relimpio, le contase algo de su vida
pasada. Como estuviera sola, Isidora se entregaba maquinalmente, sin notarlo, sin quererlo, sin
pensar siquiera en la posibilidad de evitarlo, al enfermizo trabajo de la fabricación mental de su
segunda vida”.
En el capítulo siguiente, también hay una referencia a esta circunstancia: “Se acostó, no
para dormir, sino para seguir dando vida ficticia en el horno siempre encendido de su
imaginación a la visita del día siguiente y a las consecuencias de la visita. El marqués de
Saldeoro entraba; ella le recibía medio muerta de emoción, le hablaba temblando; él le
respondía finísimo. ¡Y qué claramente le veía! Ella rebuscaba las palabras más propias,
cuidando mucho de no decir un disparate por donde se viniera a conocer que acababa de llegar
de un pueblo de la Mancha... Él era el más cumplido caballero del mundo... Ella se mostraba
muy agradecida... Él dejaría su sombrero en un sillón... Ella tendría cuidado de ver si alguna
silla estaba derrengada, no fuera que en lo mejor de la visita hubiera una catástrofe... Él había
de dirigirle alguna galantería discreta... Ella tenía que prever todas las frases de él para
prepararse y tener dispuestas ingeniosas contestaciones... ¡Cielo santo!, y aún faltaba una larga
noche y la mitad de un larguísimo día para que aquel desvarío fuera realidad...”. Isidora recrea
mentalmente lo que va a pasar. Eso también es muy quijotesco. El hidalgo, por ejemplo, se
considera a sí mismo “grande” porque en su imaginación se ha visto vencedor de batallas y
gigantes (capítulo I de la primera parte). Isidora y don Quijote construyen una realidad paralela
a la que viven y en ella se acomodan. Sólo así son capaces de dar sentido al personaje
que representan.
La locura en Isidora, la deformación de la realidad, es ante todo un hecho que se justifica
desde una predisposición biológica a ello. Y eso, que es un rasgo propio del Naturalismo, lo es
también de un personaje como don Alonso Quijano, el bueno. Aunque esto, en lo que se refiere
a Isidora, tiene ciertos matices que viene a desbrozar. Don Quijote podía no haber enloquecido
nunca después de leer sus libros, sólo una predisposición biológica al desvarío y la confluencia
de una circunstancia (el exceso de lecturas) bastaron para que su trastorno se exteriorizara en
determinadas acciones. Es cierto que Cervantes deja bien claro que las lecturas lo
enloquecieron, pero esto sólo es válido en parte: muchos lectores de novelas de caballería no
se volvían locos por su lectura, por muy aficionados que fuesen (Cervantes era un ejemplo). A
Isidora le ocurre más o menos lo mismo: la lectura de folletines le permite solidificar una visión
equivocada de la realidad impuesta en su entorno familiar. Su locura difiere sustancialmente de
la de su padre, el auténtico desequilibrado: Tomás se vuelve un maniático (de estar cuerdo
pasa a loco); a Isidora, en cambio, sólo le han deformado la realidad desde su más tierna
infancia. Le han hecho creer verdades folletinescas. Su circunstancia biológica le impide
adquirir la debida perspectiva sobre su situación real, he ahí el principio de su “locura”.
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Hay una serie de aspectos sobre Isidora en La desheredada que, como los apuntados, nos
vuelven a remitir al Quijote y que nosotros hemos simplificado en la siguiente enumeración:
Impertinencia: En el capítulo III, por ejemplo, Isidora, que parece no ser consciente del
entorno en el que vive su hermano Mariano y su tía y las dificultades económicas que
atraviesan todos, incluida ella, le pide a la Sanguijelera que su hermano vaya a la escuela.
“Aquel trabajo es para mulos, no para criaturas. Yo quiero que mi hermano vaya a la escuela. /
Y al colegio. / Eso es, al colegio replicó Isidora marcando sus afirmaciones con el puño sobre
la endeble mesa. Yo lo quiero así..., y nada más”. Esta falta de sentido común recuerda a
salidas de tono como la de don Quijote como la del capítulo IV de la primera parte, cuando
detiene a una comitiva que transita por su mismo camino: “Todo el mundo se tenga, si todo el
mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la
Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”. Ambas acciones, improcedentes, traen consigo en
sus actores una consecuencia no prevista.
Bautizo del Marquesdo: En el capítulo IV, Isidora pasea con Miquis por Madrid y queda
abrumada de la ciudad y, sobre todo, de la zona pudiente: la Castellana. El verse rodeada de
personas tan principales le hace a ella asumir su condición de heredera con más vehemencia:
“Pero Isidora, para quien aquel espectáculo, además de ser enteramente nuevo, tenía
particulares seducciones, vio algo más de lo que vemos todos. Era la realización súbita de un
presentimiento. Tanta grandeza no le era desconocida. Habíala soñado, la había visto, como
ven los místicos el Cielo antes de morirse. Así la realidad se fantaseaba a sus ojos maravillados,
tomando dimensiones y formas propias de la fiebre y del arte. La hermosura de los caballos y
su grave paso y gallardas cabezadas, eran a sus ojos como a los del artista la inverosímil figura
del hipogrifo. Los bustos de las damas, apareciendo entre el desfilar de cocheros tiesos y entre
tanta cabeza de caballos, los variados matices de las sombrillas, las libreas, las pieles, producían
ante su vista un efecto igual al que en cualquiera de nosotros produciría la contemplación de
un magnífico fresco de apoteosis, donde hay ninfas, pegasos, nubes, carros triunfales y
flotantes paños. ¡Qué gente aquella tan feliz! ¡Qué envidiable cosa aquel ir y venir en carruaje,
viéndose, saludándose y comentándose! Era una gran recepción dentro de una sala de árboles,
o un rigodón sobre ruedas. ¡Qué bonito mareo el que producían las dos filas encontradas, y el
cruzamiento de perfiles marchando en dirección distinta! Los jinetes y las amazonas alegraban
con su rápida aparición el hermoso tumulto; pero de cuando en cuando la presencia de un
ridículo simón lo descomponía”. Como don Quijote cuando es armado caballero andante,
Isidora siente en ese momento que ya forma parte de la aristocracia.
Locura inveterada: Del mismo modo que don Quijote se agitaba cuando oía cualquier cosa
relacionada con los libros de caballería, a Isidora, la sola mención de la casa de Aransis, la
perturba: “Este bravo manchego se llamaba Matías Alonso y era conserje de la casa
de Aransis. Al oír este nombre Isidora palideció, y el corazón saltó en el pecho. Su
espontaneidad quiso decir algo; pero se contuvo asustada de las indiscreciones que podría
cometer” (capítulo 4).
Desamparo: Don Quijote atribuye a encantadores los males que le acontecen cuando lleva a
cabo alguna aventura, Isidora apelará al desamparo de Dios: “¡Qué triste vida! decía para sí. La
deshonra que ha echado Mariano sobre mí me impide reclamar por ahora nuestros derechos...
Parece que Dios me desampara... […]” (capítulo 8).
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2. Santiago Quijano-Quijada: En los capítulos 18 de La desheredada (“Últimos consejos de
mi tío el canónigo”, último capítulo de la primera parte de la novela) y XLII y XLIII de la
Segunda parte del Quijote (centrados en los consejos que don Quijote da a Sancho Panza antes
de que éste fuese gobernador de la Ínsula Barataria) se aprecia la intertextualidad más
relevante entre la novela cervantina y la galdosiana. Como apunta Montesinos: “[...] La
primera parte termina con una cruel ironía que hubiera hecho las delicias de Cervantes, no
ajeno a la invención del capítulo: la aparición en espíritu de aquel don Santiago Quijano-
Quijada, gran promotor de la tramoya de que es víctima la infeliz sobrina, pues él fomenta las
ilusiones de la joven [...] La carta de éste a Isidora, evidente parodia de los consejos de don
Quijote a Sancho para que se conduzca como debe en el gobierno de su ínsula, son una amarga
ironía, que en aquéllos ocurre, pues conocemos ese documento después de la caída de la joven,
cuando a todo lector se le alcanza que su ínsula va a ser el deshonor y la prostitución. Creo
interesante mencionar este detalle que tan claro permite ver cómo al comenzar su segunda
manera, Galdós se pone sin disimulo bajo el patrocinio de Cervantes” (p. 26).
Galdós decide poner punto y final al crédito de Isidora ante los lectores en el capítulo 16,
“Anagnórisis”. En este capítulo, cuando la verdadera marquesa de Aransis la rechaza y con ello
desaparecen sus esperanzas de ser reconocida inmediatamente por la que durante toda su vida
había sido considerada, al menos por ella, como su verdadera familia, Isidora Rufete ha
quedado verdaderamente “desheredada” ante los lectores, pero no ante ella misma. Ha sido
desposeída de forma instantánea de un derecho que, según ella, le era legítimo, pero no va a
dejar de luchar por ellos. Cierto es que se ha llevado un golpe muy duro, pero no es menos
cierto que seguirá con un proceso judicial que abarcará toda la segunda parte. Los ataques de
su tía, la Sanguijelera (capítulo 2) vuelven a la memoria de los lectores y, recobrando toda su
vigencia, terminan por inclinar la balanza hacia el descrédito del personaje.
No creemos en la idea de una “muerte” de Isidora en los capítulos 16 y 18. Quien “muere”
es la buena fe del lector ante la protagonista y quien asienta esta muerte es Galdós en el
capítulo de los consejos del tío: “Y luego, cuando el lector se ha casi convencido de que la
desalmada marquesa de Aransis [...] ha despedido injustamente a su nieta con el fanatismo y
orgullo aristocrático, Galdós le desengaña con la chocante conclusión cervantina: “Últimos
consejos de mi tío el canónigo”. Como la misma Isidora, el lector descubre que es víctima de
una broma elaborada y cruel. Isidora ha sido educada en estos sueños de grandeza por su
excéntrico tío, mientras que el autor provoca al lector (o al menos se lo permite) a identificarse
sentimentalmente con una existencia perturbada” (Gilman: p. 116). De entrada, no estamos de
acuerdo en la visión de la marquesa como una persona desalmada y no vemos que la despedida
de su pretendida nieta haya sido injusta o provocada por el fanatismo y orgullo aristocrático.
La marquesa de Aransis hace lo mismo que haríamos cualquiera de nosotros si alguien tratase
de usurpar la identidad de algún ser querido nuestro del que tenemos la absoluta certeza de su
muerte. Es humana su reacción y, por eso, no imprime Galdós, al menos a nuestro juicio,
ningún tinte de crueldad a su personalidad. Al contrario, es la impertinencia de Isidora la que
termina por hacer que los lectores pierdan el último atisbo de credibilidad hacia ella: las
advertencias de su tía; la actitud despótica y clasista que muestra en su paseo por Madrid con
Augusto Miquis o ante la familia que le acoge (exceptuando a don José Relimpio); la
incapacidad de administrar los fondos económicos que recibe, de actuar con un mínimo
de sentido común ante su situación… van dejando en el lector un poso de cierta aversión
hacia Isidora.
Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada
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“Anagnórisis” es el tránsito definitivo hacia una confirmación absoluta de la falta de cordura
de la hija de Tomás Rufete y Galdós, con los consejos del tío, no hace más que (a imagen de
los epílogos de los académicos de la Argamasilla) burlarse de la situación que padece su
personaje. El tío desconoce lo que le ha pasado a su sobrina; por eso, la lectura de la carta no
es más que un sarcasmo que Isidora recibirá con el dolor aún latente de lo ocurrido con la
marquesa. Su metafórico suicidio no es más que una consecuencia que el lector observa con el
afecto ya distante hacia el personaje: “Una vez que Santiago Quijano-Quijada [...] ha asestado
el golpe de gracia a nuestras esperanzas de un final feliz, parece que ya no hay ninguna razón
para que siga la novela. De hecho, como ha descubierto Ana Fernández Seín en el manuscrito,
una idea preliminar para el final de la primera parte fue el salto suicida de Isidora desde el
recién construido Viaducto de la calle de Segovia. Semejante final había sido psicológicamente
convincente, eminentemente naturalista y familiar a los lectores habituales de la prensa”
(Gilman: p. 122).
En la Segunda parte del Quijote, cuando el hidalgo da los consejos al inminente gobernador
de la Ínsula Barataria, su escudero, el lector sabe que Sancho va a ser gobernador por escarnio
de los duques, quienes ven en él la posibilidad de continuar con la burla que llevan días
manteniendo a don Quijote y Sancho Panza. Por eso, los consejos del hidalgo, como los del
canónigo Quijano-Quijada, pierden mucho valor ante el lector, porque sabemos que el fin de
los mismos no es lo que provoca su origen, sino otro bien diferente. Ambos consejos son
certeros en la medida que obedecen a una serie de reglas para dirigirse con rectitud en dos
actividades de la vida (como gobernador y como aristócrata), pero carecen de un trasfondo
convincente donde desarrollarse: nos cuesta ver a Sancho y a Isidora desempeñando sendas
actividades. Aun así, los consejos adquieren el valor de la provisionalidad. Sancho será
gobernador y eso lo sabe el lector, quien valorará los consejos de don Quijote como consejos,
no como lecciones para un futuro gobernador (porque Sancho, de entrada, no será un
gobernador a la usanza). El lector que lee por vez primera El Quijote, con solo leer la tabla de
contenidos, sabe que el gobierno de Sancho tendrá un límite: no sabe cuál es ni cómo será,
pero sí que habrá un momento en el que el escudero ya no será gobernador. Con Isidora pasa
algo parecido: los consejos del tío son válidos en tanto que han de ayudar a cualquier mujer de
la pretendida posición de Isidora a desenvolverse de manera efectiva en la vida. La primera
parte de la novela ha dejado sentenciada a Isidora ante los lectores. El esperado juicio será el
único atisbo de esperanza que le resta a la protagonista para enmendar el paulatino descenso a
las cavernas del decoro que inicia desde el capítulo 17 de la primera parte y que termina por
recorrer en toda la Segunda parte.
De todos los rasgos cervantinos de Galdós, hay uno que, según la crítica, es muy
destacable: su extraordinario dominio de la técnica del retrato. Como apunta Montesinos:
“retratos muy rápidos, centrados en alguna peculiaridad que caracteriza inconfundiblemente al
personaje” (p. 24). Esto lo podemos comprobar en el personaje de Santiago Quijano-Quijada:
“En La desheredada, el tío canónigo de Isidora se llama Santiago Quijano-Quijada, y por si no
bastara la transparente alusión del apellido, cuando, al final, escribe a su sobrina la carta
de despedida, lo hace en estilo quijotesco, con tono y palabras del Ingenioso Hidalgo” (Gullón:
p. 58).
El creador del sueño romancesco de Isidora es un ser excéntrico y quijotesco, un
individuo tan absurdo y espurio que resulta todavía más humillante haberse dejado
engañar por él, haber esperado, como quiso Galdós que esperáramos que pudieran ser
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auténticos los misteriosos documentos y que Isidora fuera abrazada por fin por su
abuela fanática (Gilman: p. 120).
Con este personaje, como apunta Miralles, “evidencia Galdós la deuda cervantina [...] al
darle el apellido quijotesco (respetando la vacilación Quijano-Quijada) y la residencia
manchega (Tomelloso)” (p. 245, nota 171). La descripción que de él nos hace Galdós es muy
similar a la que Cervantes hace de don Quijote: “Cuando tuvo para vivir sin ayuda de nadie, se
retiró a su pueblo, donde vivió célibe, entre primas y sobrinos, más de treinta años, dedicado a
la caza, a la gastronomía y a la lectura de novelas” (Ibíd). El falso canónigo era de la misma
condición hidalga que el personaje cervantino, sin vida marital conocida, conviviendo con
parientes próximos como el hidalgo manchego con su sobrina y un ama y, por último, con tres
características que están presentes en el capítulo relativo a la condición y ejercicio de don
Quijote.
Hasta aquí, creemos delimitada la figura del canónigo, cuya intervención más directa es la
que tiene lugar en el citado capítulo 18 por medio de una carta que remite a Isidora. Galdós ha
querido que Santiago Quijano-Quijada fuese una sombra, una vaga referencia que a veces
aparecía pero de la que el lector ha carecido en todo momento de una idea completa sobre ella.
Si la Sanguijelera, con su fugaz aparición, tuvo la importancia de ser el único personaje que
“avisaba” al lector para que sospechase de Isidora; su tío, por contra, con la mencionada carta,
parece que continúa instigándolo a que siga creyendo en los derechos que le asisten a su
sobrina, la desheredada de la marquesa de Aransis: “La carta con que termina el primer
volumen de la novela refuerza, explica, aclara el sentido de la locura de Rufete con que la obra
comienza: españoles, hijos cada uno de su Rufete, descendientes todos de Quijano-Quijada. Y
todavía al final de la novela una moraleja. El que no entienda será porque no quiera”
(Casalduero: p. 79).
La carta viene fechada en El Tomelloso, a 9 de febrero de 1873. Tras los preceptivos
saludos y comentarios en torno al delicado estado de salud que declara tener el remitente y lo
inminente que parece estar su muerte, el falso canónigo insiste a Isidora, la destinataria, que
por nada del mundo debe abandonar la lucha por el marquesado de Aransis. Sabe, porque así
se lo ha hecho saber su sobrina en una anterior carta, que está esperando un aviso de la
marquesa para entrevistarse con ella y que en el plazo comprendido entre esta carta y la del tío
la entrevista ya se ha debido producir. Este da por sentado que el reencuentro entre abuela y
nieta ha tenido que dar sus frutos más fecundos y que la primera, ante la figura de la segunda,
sólo ha podido recibirla con los brazos abiertos.
Pero por si esto no hubiese sido así, el canónigo es tajante en lo que hay que hacer: acudir a
los tribunales, ya que ambos poseen la suficiente documentación que avala sobradamente el
origen aristocrático de Isidora y Mariano. Apela, como no podía ser de otro modo, a la fuerza
de la sangre como forma de resolver la historia de la desheredada.5 La búsqueda que propone
de cualquier indicio físico que sirva para el reconocimiento del origen sólo puede partir de una
realidad, la que se gesta en los folletines: “[...] un ligero vellón o cosa así han bastado para que
encarnizados enemigos se reconocieran como padre e hijo y como tales se abrazaran. De esto
están llenas las historias”.
En un momento de la carta, el tío de Isidora aconseja a su sobrina sobre una serie de
cuestiones a tener muy presentes en el momento de ser reconocida como marquesa de Aransis:
“Los consejos a la sobrina son como del propio Alonso Quijano y se refieren a temas
Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada
277
semejantes a alguno de los de Don Quijote a Sancho: cómo debe vestir, conducirse en
sociedad y en la vida conyugal, etcétera” (Gullón: p. 58).
1. “No dejes que se te vaya la mano en el gastar”.
2. “Cásate con persona de tu condición o superior”. Don Quijote da el mismo consejo a su
escudero: “Si acaso enviudares (cosa que puede suceder), y con el cargo mejorares de
consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu
capilla...”.
3. “No seas vanidosa ni excesivamente humilde. Da limosna. El término medio implica la
virtud de la justicia”. Cuando el canónigo formula este consejo lo hace con la idea de que su
sobrina se aleje de la soberbia que caracteriza a la aristocracia, pero esta huida no puede
desembocar en la desaparición de clases: “Dicen que la sociedad camina a pasos de gigante a
igualarse toda, a la desaparición de clases; dicen que esos tabique que separan a la Humanidad
en compartimientos, caen a golpes de martillo. Yo no lo creo. Siempre habrá clases”.
La igualdad no como fin de las clases sociales, sino como atención a los
desfavorecidos y abandono de la tiranía propia de quienes tienen el poder. Por eso,
como siempre habrá diferencias sociales, Isidora ha de cumplir con los cometidos que
se han estipulado para quienes ostentan su estado. Uno de ellos es el de dar limosna
porque “los pobres y necesitados tienen a los ricos por providencia intermedia entre la
Providencia grande y su miseria”.
Don Quijote también hace hincapié en la virtud de la igualdad. En este sentido,
aconseja a su escudero que procure “descubrir la verdad por entre las promesas y
dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre”. Y en lo
tocante a la consideración hacia el desfavorecido, le dice a Sancho: “Hallen en ti más
compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del
rico”.
4. Oculta tus orígenes: “Que no se conozca nunca que has sido pobre, pues si descubres por
entre tus sedas el paño burdo de tus primeros años, habrá tontos que se rían de ti”.
Don Quijote también trata de los orígenes, pero con una opinión contraria a la del
canónigo: aconseja a Sancho que haga gala de la humildad de su linaje, “y no te
desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguna
se podrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”.
5. Aprende aquello que no has podido y que es necesario para la gente de tu condición:
“Muéstrate al principio circunspecta y callada […] Dedícate a observar lo que hacen los demás
para aprenderlo”. Don Quijote dice a Sancho: “Si trujeres a tu mujer contigo [...] enséñala,
doctrínala, y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que suele adquirir un gobernador
discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta”. Este consejo es comparable al de
Quijano-Quijada en la medida que este y el hidalgo consideran el dominio de ciertas destrezas
como un elemento identificador de una condición. Don Quijote, cuando instruye a Sancho, le
muestra una serie de conocimientos que por sus orígenes no ha podido adquirir, lo está, en
palabras del hidalgo, “desbastando”.
VIII Congreso Galdosiano
278
6. “Distínguete del resto pero no humilles a nadie”.
7. En el vestir, huye de la vulgaridad y de la singularidad: “Hay un término medio en el que
tiene cabida algo personalísimo que no puedan imitar los demás”.
En El Quijote, el hidalgo enseña a su escudero que no debe andar desceñido ni flojo:
“que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la
descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería...” y le dicta qué debe llevar:
“calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; greguescos, ni por pienso;
que no les está bien ni a los caballeros ni a los gobernadores”.
Los consejos sobre el vestuario de uno y otro difieren por cuanto con Isidora
partimos del conocimiento implícito que tiene ella sobre cómo ha de vestir una
persona de su pretendida categoría. Este dominio proviene de la consideración que
hacia sus orígenes tiene. Isidora no parte de la pobreza para adquirir el título de noble.
Su camino (al menos el que traza en sus fantasías) no comienza en este estado, sino
que parte de la aristocracia, sucumbe en la penuria por circunstancias del destino y ha
de concluir nuevamente en la alta alcurnia. Sancho, por su parte, es consciente de su
origen villano y necesita conocer mucho del nuevo entorno en el que va a vivir como
gobernador.
Los consejos tienen un perfil común en las cuestiones abordadas, aunque difieran en la
naturaleza de los receptores: Sancho tiene una ligera noción de lo que hace un
gobernador, pero nunca ha tenido medios ni capacidad para comprobarlo; Isidora, en
cambio, tiene bien claro cómo se ha de desenvolver en su papel de marquesa y ha
tenido, lo contrario que el escudero, la posibilidad de informarse de primera mano,
aunque las fuentes no hayan sido las más adecuadas: la literatura de folletines.
8. Preocúpate por las cuestiones relativas al arte culinario ya que una “buena mesa es cosa
que enaltezca al rico y pone, por decirlo así, el sello a su grandeza”. Vigila por los comensales
que invitas. “Adopta la cocina francesa” y, de vez en cuando, en contadas ocasiones, la
española.
Los consejos de don Quijote a Sancho en el apartado culinario se refieren básicamente
a normas de comportamiento: “No comas ajos y cebollas... Come poco y cena más
poco... Sé templado en el beber... Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni
de erutar delante de nadie...”. Al igual que en el consejo anterior, Sancho requiere de
una formación básica que con Isidora no hace falta. Esta es de condición humilde pero
actúa como si no lo fuese. A lo largo de toda la novela, la protagonista se ejercita en
muchas industrias que luego, cuando sea marquesa, deberá poner en marcha. Cabe
sostener, pues, que Isidora ya sabe cómo hay que comer. Esta circunstancia no se da
en Sancho, quien, como todos los de su condición, carece de los modales
imprescindibles para sentarse a una mesa.
9. Sé buena católica: “Cumple con los preceptos de la Iglesia sin el afán propio de los
beatos. Cuídate de los señores de hábito negro”. Don Quijote también aconseja a su escudero
sobre este tema. Así, el primer consejo que le da es que ha de temer a Dios “porque en el
temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada”.
Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada
279
En suma, los consejos de ambos personajes están destinados a quienes han de ocupar
de forma inminente una posición social superior a la que tienen. Es en este sentido,
como hemos podido comprobar, cuando se aprecia la similitud en los temas que
tratan.
Intertextualidad en segundo grado.
1. Sanguijelera: Representa, junto con personajes como doña Laura, la esposa de don José
Relimpio, uno de los lados “cuerdos” de una historia protagonizada por alguien que no lo es
del todo. La tía de Isidora es quien da al lector el primer aviso del problema que afecta a su
sobrina. Sus advertencias la convierten en el Sancho Panza de la novela, sobre todo cuando
hace uso de los refranes. En el capítulo III, por ejemplo, cuando le echa en cara a Isidora sus
altos vuelos y ataca al padre de esta por ser el responsable de la actitud de su sobrina,
sentencia la cuestión con un “de mala cepa no puede venir buen sarmiento”. Como el escudero
de don Quijote, es analfabeta y su conocimiento del mundo proviene de su experiencia, que le
hace ser pragmática donde otros (Isidora o el hidalgo manchego) son teóricos. Pero Sancho
evoluciona en El Quijote y termina sosteniendo tesis propias de la caballería (cree a pies
juntillas que lo que le ocurre con los duques, por ejemplo, es real y no una burla); a la
Sanguijelera esto no le ocurrirá, por lo que, bien mirado, en realidad representa, con respecto
al Quijote, todas las fuerzas opuestas al mundo caballeresco que encarna el hidalgo: la
Sanguijelera es, a la vez, ama y sobrina, cura y barbero y, en buena medida, como ya hemos
apuntado, el escudero Sancho Panza...
2. Augusto Miquis: Su padre es del Toboso, circunstancia que ya de por sí nos remite a la
novela cervantina: “Nació en una aldea tan célebre en el mundo como Babilonia o Atenas,
aunque en ella no ha pasado nunca nada: el Toboso” (capítulo 4). Las razones de la fama de la
aldea están de más que las destaquemos.
Augusto Miquis es, por decirlo de algún modo, el Sansón Carrasco de La desheredada.
Estará presente en toda la novela (como el bachiller en toda la segunda parte) y su presencia
quedará supeditada a la reconducción de Isidora por la vía adecuada. La relación que
mantienen fluctúa entre el amor, al principio; la solidaridad, el afecto, la indiferencia... Son
números estados de ánimo los que consolidan y disuelven la relación de estos personajes y sólo
desde la distancia es desde donde se logra que haya cierta firmeza. Miquis intenta lograr el
amor de Isidora, pero esta, más preocupada por otras cuestiones, entiende que no es el futuro
doctor Miquis alguien propio para su condición. La separación que la indiferencia deja al amor
queda suplida por la perpetua voluntad de Miquis por atender a Isidora.
Cuando lo relacionamos con Sansón Carrasco lo hacemos bajo el parámetro de la noble
voluntad que lo vincula a Isidora. Los mismo le ocurre al Bachiller, que se une al devenir de
don Quijote desde el mismo comienzo de la segunda parte (una noble voluntad que se
relaciona con la admiración que le inspira un personaje como su vecino) y del propósito
benefactor que le mueve a vestirse de Caballero de los Espejos (capítulos XIII, XIV y XV) con
el fin de redimir al hidalgo de sus propósitos caballerescos. Cierto es que es la venganza por
verse humillado en el combate como Caballero de los Espejos lo que le mueve a planear un
segundo intento, ahora como Caballero de la Blanca Luna (“Eso os cumple respondió Sansón,
porque pensar que yo he de volver a la mía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es
pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el
de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos”,
VIII Congreso Galdosiano
280
capítulo XV), pero no es menos cierto que su posterior victoria sobre don Quijote no se
formaliza con crueldad, sino con el sostenimiento del principio inicial que le llevó a disfrazarse
de homólogo de don Quijote.
El fin del Caballero de los Espejos y del Caballero de la Blanca Luna es el mismo y es un fin
que rezuma humanidad, aunque entre uno y otro haya habido por medio ciertos malos
pensamientos: “Sabed, señor, que a mí me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo
lugar de don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima
todos cuantos le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo; y, creyendo que
está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa, di traza para hacerle estar
en ella; y así, habrá tres meses que le salí al camino como caballero andante, llamándome el
Caballero de los Espejos, con intención de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo
por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que yo
pensaba pedirle, porque ya le juzgaba por vencido, era que se volviese a su lugar y que no
saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado; pero la suerte lo ordenó de otra
manera, porque él me venció a mí y me derribó del caballo, y así, no tuvo efecto mi
pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví, vencido, corrido y molido de la caída, que
fue además peligrosa; pero no por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle,
como hoy se ha visto. Y como él es tan puntual en guardar las órdenes de la andante caballería,
sin duda alguna guardará la que le he dado, en cumplimiento de su palabra. Esto es, señor, lo
[que] pasa, sin que tenga que deciros otra cosa alguna; suplícoos no me descubráis ni le digáis
a don Quijote quién soy, porque tengan efecto los buenos pensamientos míos y vuelva a cobrar
su juicio un hombre que le tiene bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería”
(capítulo LXV).
Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada
281
BIBLIOGRAFÍA
CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós. 1974, Madrid, Gredos, 4ª ed.
CERVANTES SAAVEDRA, M., El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. 1992, Madrid, Austral,
37ª edición.
CHEVALIER, M., “La Diana de Montemayor y su público en la España del siglo XVI” en Creación y
público en la Literatura española. Edición a cargo de Botrel, J. F., y Salaün, S., 1974, Madrid, Castalia.
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1977, Madrid, Gredos.
GILMAN, S., Galdós y el arte de la novela europea. 1867-1887. 1985, Madrid, Taurus.
GULLÓN, R., Galdós, novelista moderno. 1973, Madrid, Gredos, 3ª edición.
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y América. Tomo II. Volumen editado por Nieto Ibáñez, J. Mª., 2004, León, Universidad-Servicio de
Publicaciones, pp. 271-332.
VIII Congreso Galdosiano
282
NOTAS
1 Hemos elaborado una pequeña lista de sugerencias bibliográficas sobre las relaciones entre Cervantes y
Galdós que, aun cuando somos conscientes de su insuficiencia, valoramos como bastante representativa
del tema: Benítez, Rubén: Cervantes en Galdós (Literatura e Intertextualidad). Murcia: Secretariado de
Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1990; Benítez, Rubén: "Génesis del cervantismo de Galdós
(1865-1876)". En A Sesquicentennial Tribute to Galdós 1843-1993. Newark, DE: Juan de la Cuesta,
1993, pp. 344-360; Retortillo, Pilar: "Cervantes en Galdós: la primera serie de los Episodios Nacionales".
Actas IIICIAC (1993), pp. 139-148; Caminals Heath, Roser: "The Madman in Spanish Literature:
Cervantes and Pérez Galdós". MidHudson Language Studies, 8 (1985), pp. 53-62; Cardona, Rodolfo:
"Cervantes y Galdós". Letras de Deusto, 4 [8] (1974), pp. 189-205; Correa, Gustavo: "Tradición mística y
cervantismo en las novelas de Galdós, 1890-1897". Hispania, 53 (1970), pp. 842-851; Dolgin, Stacey L.:
"Nazarín: A Tribute to Galdós' Indebtedness to Cervantes". Hispano, 33 (1989), pp. 17-22; Dolgin, Stacey
L.: "Nazarín and Galdós's Point of View". South Atlantic Review, 55 [1] (1990), pp. 93-102; Dowdle,
Harold L.: "Galdos' Use of Quijote Motifs in Ángel Guerra". Anales Galdosianos, 20 (1985), pp. 113-122;
Goldman, Peter B. "Galdós and Cervantes: Two Articles and a Fragment". Anales Galdosianos, 6 (1971),
pp. 99-106; Gómez Quintero, Ela R.: "Cervantismo en Galdós". En Actas del Tercer Congreso de
Hispanistas de Asia (1993), Hiroto Ueda, ed., pp. 560-566; Green, Otis H.: "Two Deaths: Don Quijote
and Marianela". Anales Galdosianos, 2 (1967), pp. 131-134; Herman, J. Chalmers: "Galdós' Expressed
Appreciation for Don Quijote". MLJ, 36 [1] (1952), p. 3134; Herman, J. Chalmers: "Quotations and
Locutions from Don Quijote in Galdós". Hispania, 36 (1953), pp. 177-181; Herman, J. Chalmers: "Don
Quijote" and the Novels of Pérez Galdós. Ada: East Central Oklahoma State College, 1955, p. 66;
Latorre, Mariano: "Cervantes y Galdós (anotaciones para un ensayo)". Atenea, 34 [268] (1947), pp. 11-
40; Obaid, Antonio H.: "La Mancha en los Episodios Nacionales de Galdós". Hispania, 41 (1958), pp.
42-47; Obaid, Antonio H.: "Galdós y Cervantes". Hispania, 41 (1958), pp. 269-273; Obaid, Antonio H.:
"Sancho Panza en los Episodios Nacionales de Galdós". Hispania, 42 (1959), pp. 199-204; Pamp, Diana:
"Cervantes en los Episodios Nacionales de Galdós: Resonancias y analogías". En Cervantes: Su obra y su
mundo (1981), M. Criado de Val, ed., pp. 1043-1045; Pascual Pérez, Carolina: "Don Quijote y Don Juan
en Tristana de Galdós". En Actas del Congreso sobre José Zorrilla: una nueva lectura (1995), Javier
Blasco Pascual et alii, ed., pp. 453-460; Pedraz García, Margarita: La influencia del "Quijote" en la obra
de Pérez Galdós. Madrid: Imp. Veloz, 1971, p. 166; Pérez de Ayala, Ramón: "Cervantes y Galdós".
Lectura (Madrid), 20 (1920), pp. 67-68; Rodríguez Chicharro, César: "La huella del Quijote en las
novelas de Galdós". La Palabra y el Hombre, n. 38 (1966), pp. 223-263; Smith, Alan: "La imaginación
galdosiana y cervantina". En Textos y contextos de Galdós. Actas del Simposio Centenario de Fortunata
y Jacinta. John W. Kronik y Harriet S. Turner, ed. Madrid: Castalia, 1994, pp. 163-167; Smith, Paul C.:
"Cervantes and Galdós: The Duques and Ido del Sagrario". RomN, 8 (1966), pp. 47-50.
2 Sobre la ficcionalización de la historiografía de la conquista hay una interesante bibliografía compuesta por
títulos como: Esteve Barba, Francisco: Historiografía indiana. Madrid: Gredos, 1992; Jaimes, Héctor: La
reescritura de la historia en el ensayo hispanoamericano. Madrid: Fundamentos, 2001; Leonard, Irving:
Los libros del Conquistador. México: Fondo de Cultura Económica, 1953; Lozano, Jorge: El discurso
historiográfico. Madrid: Alianza, 1987; Morales Padrón, Francisco: Historia del Descubrimiento y
Conquista de América. Madrid: Editora Nacional, 1981; O’Gorman, Edmundo: La invención de América.
México: Fondo de Cultura Económica, 1958; Pupo-Walker, Enrique: La vocación literaria del
pensamiento histórico en América. Madrid: Gredos, 1982; etc. En la actualidad estamos trabajando en
esta cuestión, no con la intensidad que nos gustaría, y hemos podido constatar, al menos en lo que
respecta al Reino de Chile, la Araucania, cómo los intereses militares (y por extensión los financieros y
los políticos) de los conquistadores movieron a desfigurar los hechos objetivos por otros ficcionales cuya
base libresca, en muchos casos y con diferente gradación, estaba en las novelas de caballería. Para
Chevalier, las novelas de caballería eran las lecturas predilectas de los caballeros, de los que, según los
inventarios de bibliotecas particulares de nuestro período, compraban y leían obras de entretenimiento.
Recuérdese que son los caballeros quienes hacen la guerra, no los cortesanos (aficionados en el siglo XVI
a las cuitas de las novelas pastoriles) [1974: 4243].
3 Hemos decidido fijar con numeración arábiga los capítulos de La desheredada y con numeración romana
los del Quijote con el fin de evitar cualquier atisbo de confusión.
Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada
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4 El concepto de paratextualidad, heredado del término de Genette, ha sido desarrollado en nuestro «El
paratexto de Ninfas y pastores de Henares». Básicamente, la idea del término abarca todos aquellos
aspectos no-textuales de una obra y que aportan una información adicional a su conocimiento: portada,
distribución de la materia novelada, cuestiones de imprenta y edición del texto, etc.
5 Correa apunta la posibilidad de que Galdós tuviese presente, en esta intervención de Isidora, la novela de
Cervantes La fuerza de la sangre [72, nota 1]. La “llamada del origen” como prueba de reconocimiento es
una fórmula muy arraigada en la literatura universal. El reencuentro de lo perdido por el destino crea en
el espectador, en este caso el lector, un sentimiento de purificación. El lector de La desheredada ha sido
partícipe de una tensión argumental en la que Isidora era la heroína que debía luchar porque la fuerza de
su sangre se impusiese a los dictámenes del destino. En el fondo, cabría esperar (porque así parece
demandarlo la tradición literaria cuando trata este tema) que el final fuese el que suele tener este tipo de
obras; pero Galdós, cuando decide que el desenlace de la novela no sea el previsto, hace que la utilización
del tópico literario sucumba bajo otro tipo de intereses y con ellos las expectativas de los lectores. Si la
utilización de un tema tradicional, con su correspondiente respuesta tradicional, se aleja de la línea
marcada, la respuesta que cabe esperar necesariamente ha de ser otra. Esto sólo se produce por un hecho
fundamental: las intenciones catárticas de la tradición no coinciden con las de Galdós: la primera busca
eso, la liberación de una tensión acumulada; el autor canario, por su parte, busca el final desagradable, no
como pretensión naturalista, sino como efecto propio de sus aspiraciones pedagógicas.