CAMBIOS TÉCNICOS E IDEOLÓGICOS DE LA

NARRATIVA ESPAÑOLA EN LOS UMBRALES DEL

SIGLO XX. ECOS DEL “PERSILES” DE CERVANTES EN

EL CABALLERO ENCANTADO DE GALDÓS

María Dolores Nieto García

La novela de Cervantes marca un nuevo rumbo en el recorrido de la tradición narrativa

española que llega hasta nuestros días. En esta larga cadena, la figura de Benito Pérez Galdós

ocupa uno de los más ilustres eslabones; ambos autores testimonian la realidad que vivieron e

indagan en las entrañas del ser humano con intención de universalidad. Nuestro autor canario

manifiesta admiración por la obra de Cervantes, no solo en trabajos directos sobre ella, sino en

alusiones indirectas y, sobre todo, a través de evidentes ecos cervantinos en sus novelas.

El caballero encantado es una novela de don Benito, publicada en 1909 en el periódico El

liberal de Madrid.1 Es una obra cervantina y, sin duda, singular por múltiples razones. En

primer lugar, se trata de la penúltima novela que escribió su autor, y, por tanto, condensa la

experiencia de un escritor maduro en el terreno ideológico y artístico; pero, además, manifiesta

la postura de Galdós ante los acontecimientos sociales y políticos de la España de finales del

siglo XIX y comienzos del XX. No hay ilusiones concretas a un tiempo real en el escenario de

los sucesos que se narran, pero es fácil adivinar que Galdós está poniendo en evidencia el

caciquismo todavía imperante entre los terratenientes de la España rural del momento, junto a

la ignorancia y a la pobreza de gran parte del pueblo, el arribismo mezquino de ciertos nobles

arruinados, que buscaban en los enlaces matrimoniales una salida rápida a su degradada

situación, comerciando con los sentimientos y, en definitiva, la doble o triple moral que

consentía situaciones alienantes e injustas. Podría tratarse de una crítica social fuera del

tiempo, que denunciara ciertos lados oscuros de la condición humana, con carácter universal, si

no fuera por la clara referencia que hay en la obra a la inquietud patriótica de recuperación de

los valores nacionales perdidos, y que se concreta en el personaje de la Madre como

encarnación de nuestro ser castizo, que es el más claro exponente del espíritu de la generación

del 98, a lo que se une, además, la importancia concedida a Castilla, precisamente como

principal escenario de la regeneración del protagonista a base de esfuerzo y laborioso trabajo

en el terreno de los más humildes y laboriosos canteros. A ello también hay que añadir la ya

conocida tendencia educativa del gran autor canario, que se instala en la literatura alegórica

con clara intención apologética, porque lo que realmente quiere es desembocar en una lección

moral que cale hondo en el ánimo de sus lectores.

Se adivina entre las líneas de El caballero encantado la huella del desaliento y, a la vez de la

esperanza, de figuras tan comprometidas con los problemas de España de fin de siglo como

Ganivet, Unamuno, A. Machado y tantos otros que quisieron recuperar lo esencial, lo genuino

español, para salvar la patria, y que dedicaron gran parte de sus ensayos o poemas a hacer una

angustiada crítica revisionista y, a la vez, alentaron la esperanza de un futuro mejor para las

generaciones venideras.

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España atravesaba desde finales de la Restauración un duro momento de crisis y decadencia,

y necesitaba un cambio; debía recuperar sus virtudes tradicionales. La educación y las mejores

condiciones de trabajo del pueblo se hacían imprescindibles para el renacimiento del prestigio

de gran nación que ya quedaba en un pasado lejano.

La vuelta al idealismo y espiritualidad que recorre Europa en ese momento contrasta con el

espíritu positivista y pragmático del anterior periodo materialista, y hace que los escritores e

intelectuales revaloricen las obras clásicas del Medioevo y del Siglo de Oro. Evasión más

compromiso fundirán una literatura modernista, de búsqueda de la belleza, con otra de

preocupación por los problemas nacionales y búsqueda de las ideas salvadoras de la patria. En

España, Cervantes, máximo exponente de las letras hispánicas, renace con fuerza y esplendor.

También en su vejez, Cervantes había escrito un libro de aventuras, Los trabajos de Persiles

y Sigismunda (1615), su obra póstuma, más conocida como el “Persiles”, que, aunque no goza

del mismo prestigio y popularidad de El Quijote, pieza de narrativa muy diferente, posee una

riqueza excepcional, pues en ella se recoge la experiencia de un Cervantes maduro como

lector; por ello, aunque se haya hablado del “Persiles” como un desvarío del viejo Cervantes,

esta obra ha sido muy revalorizada en los últimos tiempos, como ya anteriormente lo había

sido en el Romanticismo y volvió a serlo a finales del XIX, cuando las propuestas de

un realismo desgastado ya no convencían a nadie. El gran maestro “Azorín”, cuyo

magisterio crítico es bien reconocido, la calificó incluso como “más sublime que El Quijote”.

(“Azorín”, 1968)

No es difícil trazar un paralelismo entre las circunstancias que mueven a ambos seniles

autores —Cervantes y Galdós— a testimoniar unas circunstancia históricas similares en la

España del tiempo que a cada una le tocó vivir. Estímulos similares desembocarían, tal vez, en

respuestas afines. También Cervantes quiso luchar para recuperar la grandeza de su patria, y lo

hizo con las armas convencionales de la batalla, pero, además, con la agudeza de su pluma,

poniendo en marcha su poderoso genio literario. Su sociedad también estaba en crisis,

resentida por los múltiples conflictos que la asolaron: guerras contra Francia, Inglaterra o

contra los turcos. Él mismo sufrió en su propia carne le persecución y la cárcel. El autor del

Quijote buscó, como Galdós lo haría mucho después, la recuperación de los ideales espirituales

y puso en evidencia situaciones de injusticia y decadencia. Asimismo intuyó la necesidad de

cambios estructurales en una sociedad corrupta. Por eso, la ficción literaria, la alegoría, tan

frecuente en sus obras, como en este caso concreto del “Persiles”, le sirvió también de medio

idóneo para lograr que sus lectores reflexionaran sobre unos temas candentes en la sociedad de

su época y otros referentes a las inquietudes existenciales del ser humano fuera del tiempo y

del espacio. El resultado, como bien sabemos, desbordó infinitamente sus expectativas,

pasando a ser referente universal e imperecedero, no solo por la celebridad del Quijote, sino

también por el resto de su obra. Tan solo en 1671 Los trabajos de Persiles y Sigismunda fue

seis veces publicada y en los años inmediatamente siguientes fue traducida a varias lenguas

extranjeras. Hoy día es una obra muy apreciada como origen de la moderna novela de

aventuras, con base en la novela bizantina, a la que Cervantes añadió el elemento maravilloso,

abriendo paso a la narrativa mágica y mítica que ha dado buenos frutos hasta nuestros días.

El caballero encantado y el “Persiles”, aunque sean obras de características muy distintas y

lejanas en el tiempo, conectan desde el principio por su pretensión de interpretar la realidad a

través de un mundo de símbolos, donde la naturaleza, el mito y la magia juegan un papel

protagonista.

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Con la fantasía y los sueños ambos autores, ya ancianos, parecen querer hacerse de nuevo

niños, pero, además, los dos se sirven del elemento sobrenatural y onírico para poner de

manifiesto algo que sería difícil de contar de forma directa con elementos reales. Es un hecho

que se repite en momentos de crisis nacionales. La locura, como arma crítica, ya había tenido

una importancia relevante en múltiples episodios de las anteriores novelas de ambos escritores,

en la idea de que, tal vez, sólo un loco puede olvidarse sin fatiga de prejuicios y contar la

verdad.

El caballero encantado y el “Persiles” son novelas de aventuras, pero su lectura profunda

ofrece un material didáctico de primera fila, rico en consideraciones filosóficas y éticas. Las

conexiones entre ambas obras se aprecian ya en la misma técnica y estructura, continúan en el

lenguaje, en el tono humorístico e, incluso, más concretamente, en el tratamiento de personajes

y temas, que revela similares puntos de vista en cuanto a la interpretación de la condición

humana, el amor, el trabajo y el azar.

En ambas obras contrasta la sencillez del hilo conductor del relato con la complicación de

los episodios y las licencias concedidas a la desbordada fantasía. Asimismo el lector se sitúa

como compañero y cómplice del autor en los hechos narrados; nunca se siente perdido, pues

acepta el juego de lo fantástico como verosímil por la coherencia con que se le invita orientar

su perspectiva.

Los personajes, de sicología compleja en ambas novelas, se van incorporando al relato en un

viaje que va mostrando su sólida composición arquitectónica, es decir, la elaboración de un

estratégico y armónico plan de estructura itinerante en ambas obras. El protagonismo se

distribuye de forma equilibrada en una y otra, que también tienen en común la mayor

complejidad de los papeles secundarios y la especial relevancia de los femeninos. En el caso de

“El caballero”, es en realidad la figura de la Madre quien, pese a incorporarse al relato en el

capítulo VIII, mueve los hilos y maneja la historia desde el principio, pues, como más tarde se

descubrirá, es la que encanta al caballero y lo utiliza para sus fines; y, por otro lado,

Cintia/Pascuala, su enamorada, será el motor de sus impulsos y la fuerza que contribuya a la

transformación que guíe su conducta.

Por su parte, en el “Persiles” se sitúa Auristela en el centro de la historia desde el comienzo,

compartiendo protagonismo con su enamorado Periandro, para quien también será su luz y su

destino. En su persona se condensan los valores espirituales de la bondad y de la fortaleza,

pero, además, su deslumbrante belleza física la convierte en el más codiciado tesoro para

cuantos hombres la conocen, quienes con frecuencia, tan solo al verla, quedan rendidos

incondicionalmente ante ella; y gran relieve alcanzan en esta obra también auténticas heroínas,

de gran fuerza y personalidad, como Feliciana de la voz, la joven madre que huye de su padre

porque quiere casarla contra su voluntad con un noble al que no ama, o la valerosa Rafaela,

hija de un morisco, que, con riesgo propio, libra a los ingenuos peregrinos de un inminente

peligro.

Hay que destacar la importancia de la naturaleza en ambos relatos. En el “Persiles” los

elementos naturales juegan un papel protagonista, sobre todo en la historia septentrional; hay

tempestades y fuerzas del mar, salvajismo y fuego demoledor. En El caballero encantado, es

en contacto con la naturaleza, cuando el juerguista y frívolo Tarsis pasa a convertirse en el

humilde y trabajador campesino Gil y comienza así su regeneración; y destaca el hecho de que

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es precisamente en este estado pastoril cuando se le aparece la misteriosa señora —La

Madre— que le descubrirá el sentido y razón de su peregrinaje purificador.

En ambas obras la enseñanza no se obtiene directamente de los consejos o advertencias del

narrador sino de la observación de las consecuencias que traen consigo determinados tipos de

conducta. Unos personajes aprenden de los otros, se cuentan sus experiencias, concediéndose

así gran importancia a la exposición oral de las propias hazañas que con frecuencia son

infortunios, bien merecidos o producto de un fatídico azar. Es famoso el largo relato de

Periandro en el libro II del “Persiles”, donde explica sus aventuras, pero también destaca el de

Antonio, “el bárbaro español” o el del noble portugués Manuel Sousa Coitiño, por poner sólo

algunos ejemplos.

Idéntico procedimiento utiliza Galdós en El caballero encantado donde encontramos

relatos secundarios incorporados al principal, como el de las desventuras del erudito José

Augusto del Becerro, aficionado a la ciencia de los linajes en cuya misteriosa casa comienza el

encantamiento del caballero, o el del Cívico, el buhonero que vive de los trapicheos de su

compra-venta ambulante, o el del infeliz maestro don Quiboro. Este procedimiento de estilo

directo, que concede gran importancia al relato oral, consigue dotar de perspectivismo a ambas

novelas, que no quedan limitadas al único punto de vista de solo un narrador.

En Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la peraja formada por Periandro y Auristela

—en la realidad Persiles y Sigismunda— emprende una forzosa peregrinación por tierra y por

mar en busca de la libertad. Ambos huyen para evitar que Segismunda sea desposada con

Maximino, hermano de Persiles, en cumplimiento de la promesa hecha a aquel por la madre de

ambos. Los enamorados, para salvar su amor, deben huir, fingiéndose hermanos, y sortear un

sin fin de peligros, incertidumbre y amenazas, en un viaje, que parece a veces interminable, por

tierra y por mar, desde los países septentrionales de Europa hasta Roma, símbolo de salvación

para los católicos. La recompensa será la conjunción de las circunstancias favorables al

esclarecimiento de la verdad y la consiguiente libertad de acción para los protagonistas, que

terminan su itinerario fortalecidos y purificados por la experiencia vivida y los sufrimientos

compartidos. El espinoso camino recorrido es también simbólico en el terreno religioso, pues

se va pasando desde la barbarie a la verdadera fe.

En El caballero encantado, su protagonista es Tarsis, Marqués de Mudarra, mujeriego y

despilfarrador, representante de la decadente aristocracia de divisa reaccionaria, que llega a tal

degradación material y espiritual, que, tras perder la cordura, se ve abocado a emprender,

también con fingida identidad, un durísimo itinerario regenerador físico y espiritual, a través del

cual se irá purificando por medio del trabajo y de la forzosa austeridad. Se trata, como en el

“Persiles”, de un personaje aristócrata con fingido nombre en su nueva vida de campesino, Gil,

en este caso, que de igual manera que los personajes de la novela cervantina, sufrirá

privaciones de todo tipo, prisión, desprecios y amenazas, e incluso, en su caso, la muerte, para

recuperar su dignidad perdida. También en esta obra la protagonista femenina, Cintia, es un

personaje desdoblado en mentira y verdad, con la particularidad de que comienza siendo real,

una hermosa joven colombiana que desprecia al arruinado marqués de Mudarra, nuestro

caballero en su primera etapa de juerguista irresponsable, y que, mudada de señora en villana,

pasará a convertirse en la musa idílica que guíe las andanzas de Tarsis/Gil, encarnada y

confundida con Pascuala, la joven maestra de un pueblo llamado Boñices, que corresponde, en

este caso, a sus sentimientos amorosos. El premio a su valiente tesón y esforzadas aventuras

será la ruptura de las cadenas que impedían la consecución de su amor, y la deseada libertad.

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Tras esclarecerse la verdad, Pascuala se librará de la opresión de sus tíos que querían

desposarla contra su voluntad, como a la Auristela cervantina, en este caso con un viejo

adinerado. Gil recuperará su identidad y volverá a ser el hidalgo Tarsis que, curtido por el

trabajo y arrepentido de sus despilfarros juveniles, saldrá vencedor de la muerte y, al igual que

su querida Madre Patria, resucitará, tras pasar una penitencia de silencio. Regeneración, pues,

para Tarsis, símbolo del decadente hidalgo español; para La Madre, símbolo de España

Regeneracionista; e, incluso, para lo joven Cintia, a la que en un principio sólo movían los

intereses, y que reaparece al final, devuelta su identidad y regenerada, ante el asombro y

satisfacción del caballero.

Periandro y Auristele del “Persiles” simbolizan la pareja humana en agónica y continua

lucha por sobrevivir con la conciencia pura, en un mundo engañoso, sin libertad ni siquiera

para mostrar su amor. La barca en la que viajan simboliza la nave de la vida y el fuego

amenazador del que deben defenderse en una de sus aventuras es símbolo purificador, que

borra tenebrosas supersticiones y crueldades de los bárbaros.

La influencia del Barroco está presente en el claroscuro de imaginación y realidad

sabiamente conjugadas, y un complejo entramado de símbolos.

El simbolismo universal y cósmico del “Persiles” adquiere referentes más puntuales en El

caballero encantado y advertimos la clara intención de Galdós de ceñirse al ámbito nacional

para hacerse eco de los problemas concretos de su Patria en el periodo de decadencia de fin de

siglo. Se une de ese modo —como señalamos al comienzo— a la visión revisionista de la

generación del 98 —recordamos, por ejemplo, a Joaquín Costa (1846-1911) con su eslogan

“escuela y despensa”—. Por eso, Pascuala no es sólo la musa del caballero, sino la maestra

abnegada que simboliza la educación redentora para las generaciones españolas futuras.

La pérdida de la razón de Tarsis, que pasa a convertirse en Gil, nos sumerge en la novela en

el ámbito de lo mágico, donde alterna la razón con la sinrazón, los elementos reales con los

fantásticos, dando paso a un mundo de encantamientos. En su locura, Gil, durante su etapa

pastoril, visiona a un personaje que adquiere excepcional relevancia en la obra. Se trata de La

Madre, antes mencionada, que irrumpe en la imaginación del protagonista como misteriosa

señora aparecida en el campo, donde éste trabaja como pastor, con la cabeza rodeada de

potentes rayos solares. Se presenta como la reina de la tierra y la madre de los hombres que en

ella habitan. Espíritu y materia fundidos en esta misteriosa mujer, cuya identidad se nos irá

poco a poco desvelando en el mundo mágico creado por el protagonista.

[...]—Pero ¿quién es esa Madre? Pregunta Pascuala desde su mundo de realidades.

La tuya y la mía, la de todos, responde Gil.

Es nuestro ser castizo [...] (Pérez Galdós, 2000, p. 173)

La Madre es la querida España, cuyo dolorido semblante muestra una y otra vez en sus

diálogos con el caballero encantado. Es la tradición española, nuestras raíces e historia, a quien

la imaginación del infortunado Tarsis da cuerpo al final de la obra en una anciana enferma,

presa, maltratada y sola. Es el fatídico final de aquella misteriosa Madre, aparecida todavía

radiante y mágica ante el asombrado Gil, protestando contra aquello hijos que en su nombre

dirigen la sociedad con recetas que “embriagan o adormecen a la muchedumbre gregaria,

(Pérez Galdós, 2000, p. 238) que reaparece en la última parte del libro, compartiendo con el

caballero su trágico final, atadas sus manos a una cuerda que la conducirá a la muerte, pero

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que, más tarde, como Tarsis/Gil, resucitará para renacer purificada y con la gloria gracias al

amor de sus queridos hijos, que, como el caballero, también saldrán de sus propias cenizas para

salvar a su patria, porque Galdós quiere que la alegoría contenga un final feliz para España:

Dice La Madre:

Yo, eterna, sé morir [...] He muerto, he revivido, a fuer de creyente en la grandeza de

mi destino (Pérez Galdós, 2000, p. 308).

Parece estar presente en esta Madre el espíritu de Ganivet, quien en su Idearium auguraba

un renacer feliz para España con unas regeneraciones fecundas en “idea madres”, o sea,

reforzada por los valores de la tradición, capaces de impulsar a la patria hacia los senderos de

la gloria perdida.

Vemos también los ecos de la “intrahistoria” de Unamuno, confiado en el resurgimiento de

la nación gracias a los valores tradicionales del pueblo que hace la historia como un mar hondo

y continuo. “Es el alma de la raza, triunfadora del tiempo y de las calamidades públicas; la que

al mismo tiempo es tradición inmutable y revolución continua...” [Pérez Galdós, 2000, p. 300]

le dice Gil a José Augusto Becerro, a lo que éste, entre otras cosas, contesta “lo presente no es

más que espuma” (2000, p. 301).

No es El caballero encantado una novela autobiográfica, como tampoco lo es el “Persiles”,

porque no se narran en ellas relatos de experiencias propias, pero sí son reflejo de las

inquietudes de dos autores que tuvieron en común un mundo interior rico, y sintieron la

necesidad de testimoniarlo en su último recorrido. Estamos en ambas obras ante la literatura

existencial, que busca la realización del ser humano a través del esfuerzo y del trabajo,

superando las dificultades de un espinoso camino que es la vida.

Se trata en ambos casos de un tipo de literatura evasiva, con juegos de realidad e irrealidad,

y clara intención de crítica social, donde el sentido del humor consigue hacer más llevadero el

perfil agrio de la denuncia. Es literatura, por tanto, arte, pero inducido para transformar la

fantasía simbólica en alegoría. El hombre inventa el ideal que necesita, situándolo en un mundo

de imaginación que habita en su subconsciente, tras su infructuosa búsqueda en el mundo real.

Lo importante es al final salvarse, como Periandro y Auristela o Tarsis, que fueron capaces de

salir de un mundo confuso de oscuridad a la luz verdadera, en brazos del amor. Ese es el

destino que Cervantes y Galdós quisieron para la humanidad, en general, y para su querida

patria, en particular.

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NOTAS

1 Desde el número del 9 de noviembre de 1909, hasta el número del 6 de marzo de 1910.