LAS VÍAS Y SOPORTES NARRATIVOS DE
EL CABALLERO ENCANTADO
Claire Nicolle Robin
Entre las obras de Galdós no goza El caballero encantado: cuento real… inverosímil de
gran predicamento, porque parece discrepar del conjunto de su obra. Efectivamente como lo
anuncia el narrador en el mismo título es un “cuento real… inverosímil”. Como lo recuerda
Rodríguez Puértolas en la introducción que hizo para la edición de Cátedra, numerosos fueron
los que pensaron en un posible debilitamiento de Galdós, aunque los contemporáneos no
dijeron tal.
Esta obra, —y por eso tiene algo de extraño—, se inserta entre dos obras que poco tienen
que ver en su tonalidad general con El caballero encantado: España trágica que sale en marzo
de 1909 y Amadeo I (1910). El caballero encantado, comparado con los dos Episodios, más
tiene de juguete o reposo literario, algo como una fiesta pastoril por el tono desenfadado de
que hace gala al principio, que de novela “realista” al uso. Y esto es el problema: a primera
lectura, parece esta obra desdecir la tradición de “realismo” seguida por Galdós. Sin embargo,
el título conlleva como subtítulo: “Cuento real... inverosímil”, como respondiendo de
antemano a los reparos que le harían los contemporáneos.
Dos palabras primero sobre el contexto político de la época, o sea los meses que corren
desde la publicación de España trágica hasta la salida en El Liberal de El caballero
encantado, es decir desde marzo hasta noviembre de 1909: es la guerra de Marruecos,
que desencadena la Semana Sangrienta en Barcelona. Una de las últimas frases de España
Trágica era:
Su figura histórica era la puerta de los famosos jamases, la cual tapaba el hueco por
donde habían salido seres o institutos condenados a no entrar mientras él viviera.
Muerto Prim, quedó abierto el boquete.1
Esta frase está a tono con lo que ocurría en España y Galdós deja transparentar su
pesimismo. Pesimismo, palabra y concepto de moda por aquellos años, tanto entre los de la
generación de la Restauración como los de la generación fini- y primisecular. Y el desenfado
gracioso de El caballero encantado rompe con el velo de negro pesimismo que pesa sobre las
letras hispanas.
Galdós en sus cartas a Teodosia, al tiempo que habla de “esta insensata guerra” aludiendo a
la guerra de Marruecos, comenta lo que lleva entre las manos y le tiene “atareadísimo”: “Es
una obra que se las trae” comenta en una carta del 9 de agosto de 1909. En otra con fecha del
13, escribe:
¡Que obra tan bonita! Me permito alabarme sólo para ti. Es de una novedad
grandísima; es fantástica y de una actualidad transparente.
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Y en otra del 26 el mismo mes:
La obra me domina; es un vértigo que me arrastra, una hoguera que me caldea. Ya
voy por cerca de la mitad. Va saliendo con chorro afluente como el manantial de roca
viva, que no desmaya. No sé si me equivocaré; pero creo que me va saliendo muy
bien, y con extraordinario interés. Es fantástica porque en ella pasan cosas, que no son
de la vida real, cosas disparatadas y del orden sobrenatural; pero en el fondo hay
realidad o realismo y una pintura que yo creo justa de la vida social, tal como la
estamos viendo y tocando.
En otra carta del 2 de septiembre, reincide Galdós en el mismo tema:
Volviendo a mi Caballero encantado, que es ahora mi idea fija en el terreno literario,
te diré que en esta obra presenta algunos cuadros de la vida española en aspectos muy
poco conocidos, la vida de los labradores más humildes, la de los pastores, la de los
que trabajan en las canterías en obras de carreteras y en otras dura faenas. Son
cuadros de verdadera esclavitud, que en la vida hay en estos tiempos, aunque no le
parezca.
Estas largas citas aquí están para demostrar, si fuera menester, que es Galdós perfectamente
consciente de lo novedoso y diferente de lo que escribe y del contexto en que lo escribe, lo
cual no le impide a veces dudar de sí mismo:
hablaré de mi obra. A veces me digo: ¿estaré yo tonto y se habrá metido en la cabeza
una chochez de viejo? ¿Me equivocaré creyendo que esto que escribo es en verdad
cosa buena?2
Esto para la visión y la importancia que le daba el narrador a su obra. Claro está que no
habla de Cervantes en sus cartas, tal vez porque fuera obvio, pero lo seguro es que,
implícitamente, es Cervantes la coartada literaria de Galdós al escribir El caballero encantado.
Efectivamente, para Galdós primero, y para el lector de hoy sigue en pie el problema de lo
“fantástica” que resulta la novela, con la utilización de procedimientos que proceden de las
novelas de magia antes que de la novela de estirpe realista. Y eso que Galdós quiere conferir
las dos dimensiones a su obra, saliendo la segunda —la realista— de la primera. ¿Cómo hace
Galdós hacer lo “inverosímil” “real”?
Al intentar comparar los procedimientos empleados por Galdós con los de Cervantes, o sea
las vías narrativas y los elementos que permiten hacer la trabazón del relato, dejaremos todas la
expresiones “cervantinas” que abundan en el texto, como un constante guiño que hace Galdós
a Cervantes, y en general, la lengua española que guarda en su lenguaje corriente muchas
expresiones del Quijote, recordando, como aparecía en la primera cita de la Cartas a Teodosia,
“es fantástica y de una actualidad transparente, o sea que los dos mundos, fantástico y real,
aparentemente antitéticos no andan reñidos para el narrador. Pero ¿cómo hace para
compaginar ambos mundos? Para decirlo más claro o más galdosianistamente, ¿cómo
construye Galdós “la verdad de la mentira?
Para entender mejor las similitudes entre El caballero encantado y El Quijote, daremos un
resumen muy corto de la novela de Galdós. La novela consta de 27 capitulos que se dividen en
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tres partes o dos, según se considere: una, desde el principio hasta la mitad del capítulo cuarto,
o sea tres y medio, y otra que va desde la mitad del capítulo 26 hasta el final del 27, o sea uno
y medio, en conjunto 5 capítulos. De modo que quedan 22, entre el cuarto y el 26, que
representan el “encantamiento” de Tarsis, el protagonista. Del mismo modo, el episodio de las
Cuevas de Montesinos y los de la Isla Barataria están como engarzados dentro del relato
general, pero aquí, el “intermedio del encantamiento” ocupa más de las cuatro quintas partes
de la novela.
El protagonisma, es un señorito simpático, descendiente de todas las dinastías de la
Península, llamado Tarsis, que se gasta entre juergas, mujeres y viajes, toda la fortuna heredada
desde hace siglos, sin preguntarse nunca de dónde le sale el dinero, si bien se da cuenta de que
su administrador, con mal nombre Bálsamo, le está robando. Una solución sería casarse con
una de estas chicas “traídas del colegio francés como de una fábrica de muñecas”.3 No se hace
la boda,4 pero entre tanto ha conocido a otra mujer, una colombiana, que también, por oscuros
motivos, le prefiere un diplomático.5
O sea que hasta ahora, estamos en una novela de costumbres al uso, con la historia de un
señorito más que se va arruinando. En casa de un amigo suyo Becerro, investigador o sabio a
la antigua, se ve encantado y llevado en volandas a otras regiones. Galdós construye su Utopía
sobre la expiación, el “destierro expiatorio”,6 que terminará, con la ayuda de la Madre España
cuando haya concluido el ciclo de las penitencias, pasando por todas las capas y oficios más
difíciles de la sociedad. Hasta le cogerá la Guardia Civil que le fusilará con la Madre
aplicándoles la ley de fugas. Después de pasar por la pecera y cursar “la asignatura del buen
callar”,7 volverá a la vida normal, o sea pasaremos esta vez de lo “inverosímil” a lo real,
reanudando el relato de una novela de costumbres ubicada en un estrato social definido.
Para construir “la verdad de la mentira” se vale Galdós, como Cervantes, de la crónica de
otro narrador, estableciéndose un paralelo perfecto entre el capítulo XXIV del la IIª parte del
Quijote y el XXVI de El caballero encantado:
Sin dudar de la veracidad del reverendo franciscano descalzo que nos ha transmitido
aquellos interesantes coloquios.8
Y repite algunos renglones más tarde:
La propia indeterminación se advierte en el relato del fraile franciscano tan descalzo
como erudito.9
Lo que recuerda las dudas de Hamete al narrar los episodios de la Cueva de Montesinos,
que concluye de este modo:
y así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo.10
Por otra parte, el punto de partida del “cuento” en ambos casos es o una cueva —la de
Montesinos— o la “caverna papirácea” donde vive Becerro.11 El espectáculo que presencian
ambos protagonistas es semejante: don Quijote ve:
tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como
cabras,12
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mientras Tarsis ve:
un tropel de muchachas, lo menos cincuenta, guapísimas, vestidas tan a la ligera que
no llevaban más que un fresco avío de lampazos. [...] Piernas y brazos trazaban en el
aire, con ritmo alegre, airosas curvas y piruetas.13
Pero a diferencia de don Quijote en el episodio de la Cueva,
las juguetonas ninfas hombrunas se dirvirtieron zarandeando a don Carlos de Tarsis,
entre gozosos ijujúes y ajijíes, y después de balancearle como a un pelele, le lanzaron
con ímpetu por la pendiente de abajo.14
La Madre España reconoce, páginas después, que la “transformación se hizo [...] con un
poquito de bambolla”15 y echa la culpa de la “estrepitosa farándula” a Becerro, como si
hubiera, otra vez, una confabulación de adivinos y brujos y quisiera la venerable Madre España
quitarse de encima la responsabilidad de una teatralización demasiado vistosa. En los dos
casos, el sueño16 es el vehículo para pasar de un mundo a otro y su consecuencia es el olvido.
Para don Quijote, el olvidar significa reintegrar su mundo, en el que se puede reunir con
Dulcinea, como es el caso en el episodio de la Cueva. Para Tarsis el problema es el mismo pero
más complejo: primero el olvido es la condición para reintegrar su verdadero ser humano
oculto bajo la hojarasca de los hábitos sociales. Pero en siglo XX, el acudir a los
encantamientos, incluso con la evidente referencia a Cervantes, no basta para que acabe siendo
la historia un “cuento real”. Parece que Galdós quiera responder de antemano a un lector
suspicaz:
La subconciencia o conciencia elemental estaba en él como escondida, y agazapada en
lo recóndito del ser, hasta que el curso de la vida los descubriera. [...] Así lo dicen los
estudiosos que examinan estas cosas enrevesadas de la física y la psiquis, y así lo
reproduce el narrador sin meterse a discernir lo cierto de lo dudoso.17
Por otra parte, si don Quijote, encuentra en su sueño a Dulcinea, en traje y figura de
campesina, deplorando el encantamiento que le afea, se encuentra también Tarsis con Cintia la
colombiana, a la que quería de veras, en traje también de campesina, pero nada fea, sólo que
sin memoria de nada y menos de él, lo que le acongoja bastante.18 Como don Quijote, Tarsis
reconoce a Cintia y le explica que está encantada en la forma y apariencia de campesina sin
conseguir, aún principio, realmente convencerla.
El sueño altera las nociones de tiempo y espacio. En el episodio de la Cueva de Montesinos,
escribe Cervantes:
...se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga
con mucha facilidad.19
Por lo cual se asombra el primo de que:
en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo, haya visto tantas cosas y
hablado y respondido tanto.
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A lo que responde don Quijote que “allá me anocheció y amaneció, y tornó a anochecer y a
amanecer tres veces”.20 El mismo problema se plantea para los personajes de Galdós
encerrados en la pecera, pero son los mismos protagonistas los que se plantean el problema del
tiempo. A Tarsis, airado por “la duración de aquel lento suplicio”, le responde el amigo que en:
la pecera sin ruido las leyes del tiempo se (rigen) por cómputos y divisiones distintas
de las del mundo,21
y añade que:
La Madre me ordenó que volvamos a nuestras viviendas, como si de ellas hubiéramos
salido ayer. En tu casa y la mía encontraremos lo que dejamos, y nuestra ausencia no
habrá sido notada.22
De modo que Galdós va más allá de Cervantes: la relación entre el tiempo exterior y el
interior cambia: el tiempo exterior, social, nada tiene que ver con el tiempo personal, íntimo,
son dos mundos ajenos, extraños uno a otro, y por ende, puede Galdós cohonestar, justificar,
dar una coartada de verosimilitud al conjunto de la novela, por la supresión de este tiempo
exterior, en provecho del tiempo interior. También el tema del tiempo es un rasgo de la
modernidad, en su acepción nietscheana, como la resistencia del individuo frente a la
“globalización”, a la “archipielagización” del hombre ante el mundo moderno. Es un juego por
cierto, pero un acierto al mismo tiempo, al nivel psicológico.
Si Don Quijote en su sueño anda por la entrañas de la tierra, descubriendo el origen de los
ríos y lagunas, al contrario, —es la época de la aviación— descubre Tarsis a España desde
arriba, en volandas, cogido del vestido de la Madre. Sitúa Galdós la novela en la provincia de
Soria, y los pueblos que va citando, los toma de un “mapita” que le mandó Teodosia. Pero
Soria es algo más que geografía: es el mismo corazón de España, de donde salió la Historia,
como lo escribe un año más tarde Antonio Machado, hablando de las mismas tierras y sierras
de Soria:
—Soria es una barbacana hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.23
Así va tomando su verdadero sentido la frase que le dice a Tarsis su compañero de pecera:
Esto excede al desatino de los más locos ensueños; pero así ha de ser..., quien manda,
manda.24
Y quien manda en este caso es la Madre.
Por lo cual, cambia todo. En realidad, el propósito nacional de Galdós en 1909 justifica
todas las rupturas y libertades que se toma con la verosimilitud al uso: habiéndolo hecho
Cervantes, lo puede hacer él, pero más que esto, la necesidad de componer un cuadro de la
situación nacional le obliga a encontrar los caminos más sencillos (tradicionales) y más cortos,
o sea los encantamientos ayudado de los Merlines de la creación, para concentrar en una sola
novela cuanto quiere decir: la necesidad del optimismo en 1909 para contrarrestar el
derrotismo nacional, la necesidad de conocer a España para ver e idear la soluciones, la
necesidad de un Vía Crucis individual para concientizarse de lo necesario que es el optimismo
y del trabajo que está por hacer; la necesidad de amar y procrear en vez de buscarse una
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heredera para seguir gastando dinero;25 la necesidad de poner los descubrimientos de la ciencia
y tecnología modernas al servicio del país, de su tierra, de sus habitantes, con el ejemplo del
pueblo de Boñices, en el que van a construir escuelas, y cuyos pantanos van a desecar,
teniendo el dinero, la necesidad de respetar a los que trabajan, después de convivir con ellos.
Un sueño real. Verosímil, podía haberlo sido. Por eso lo llamábamos en otro lugar “Utopía
realista”. Pero después del año de 1909, vino 1910, totalmente distinto, como lo vemos en
César o nada de Baroja o AMDG de Pérez de Ayala y entre tanta obra desesperanzada,
aparece la novela de Galdós como un oasis de frescor que alienta al trabajo y a la alegría de
crear.
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NOTAS
1 España trágica, cap. XXXI, p. 474, Madrid, Aguilar, Episodios Nacionales IV, 1971.
2 Sebastián de la Nuez Caballero, El último gran amor de Galdós. Cartas a Teodosia Gandarias desde
Santander (1907-1915), 1993, Colección Pronillo, Santander, respectivamente pp. 157, 166, 170, 174.
3 Benito Pérez Galdós: El caballero encantado, 2000, 6ªedición, Cátedra, Madrid, p. 79. Citaremos siempre
por esta edición.
4 Explica el narrador que uno de los motivos del rechazo procede de “de los Padres” que “trabajaban contra
ti y en favor de un joven muy arrimado a ellos...” p. 100.
5 Ibíd., p. 101.
6 Ibíd., p. 166.
7 Ibíd., p. 332.
8 Ibíd., p. 332.
9 Ibíd., p. 336.
10 Migual de Cervantes: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Castalia, 1978, IIª tomo, cap.
XXIV, p. 223.
11 El caballero encantado., op. cit., p. 112.
12 Don Quijote, op. cit., p. 220.
13 El caballero encantado, op. cit., p. 114.
14 Ibíd., p. 116.
15 Ibíd., p. 143.
16 Don Quijote, op. cit., p. 211.
17 El caballero encantado, op. cit., p. 117.
18 Ibid., p. 165.
19 Don Quijote, op. cit., p. 210.
20 Ibíd., p. 219.
21 El caballero encantado, op. cit., p. 333.
22 Ibíd., p. 337.
23 Antonio Machado: Campos de Castilla (1907-1917), “A orillas del Duero”, XCVIII, (1910).
24 El caballero encantado, op. cit., p. 337.
25 La última frase de la novela es: “escansaremos… Siento aquí la presencia invisible de nuestra Madre que
nos manda repoblar sus estados…”, p. 345.