LA MUJER ANGELICAL FRENTE A LA MUJER FATAL

EN LAS NOVELAS DE PÉREZ GALDÓS

Victoria Galván González

De la variedad de discursos sobre la mujer que se reproducen en la narrativa española

decimonónica el ideal del “ángel del hogar” o de la mujer virtuosa preside en un grado

relevante la construcción de la identidad femenina. Este modelo vital y de conducta fue objeto

de reflexiones y debates que tienen su origen en la necesidad de la sociedad española del XIX

de delimitar la naturaleza biológica, psicológica y social de la mujer en un contexto de

modificaciones estructurales. La España que va desde el período isabelino, el sexenio

revolucionario a la Restauración vive con ansiedad los acelerados ritmos de la economía, la

política, la religión, la ciencia, etc, y cómo afectan estos a la organización social y, en concreto,

a la unidad familiar. De esta particular dialéctica entre el espacio público y el privado, propia

del nuevo orden burgués, deriva la urgencia de prescribir y regular todo lo concerniente al

sujeto femenino, con conclusiones como las que se leían en La Guirnalda: “No necesita la

mujer derechos políticos sino respetos, consideraciones y cuidados. No está llamada por su

naturaleza a las rudas faenas del sexo fuerte; su misión es de paz y tranquilidad; su reinado

reside en el seno de la familia; allí tiene su trono”.1 O como declaraba F. Pi y Margall en La

misión de la mujer en la sociedad (1869):

Puede la mujer influir en la marcha política de los pueblos; pero ejerciendo su acción

sobre su marido, su padre, sus hermanos, sus hijos si los tiene, inflamándolos en el

santo amor de la humanidad y de la patria. Lo repito: en el hogar doméstico, no fuera

de él, ha de cumplir la mujer su destino […].2

A partir de propuestas similares la familia se convertirá en un espacio de protección y la

única vía sacralizada para la realización de la mujer, aparte del claustro o la muerte.

Cuando B. Pérez Galdós inicia su carrera literaria el modelo de la domesticidad, que, como

es sabido, arranca cronológicamente en 1840, según A. Andreu,3 o en 1850 para B. Alharaca,4

estaba ya consolidado. Cualquier aproximación a la obra del autor confirma, a juicio de esta

última estudiosa, que sus novelas pueden analizarse desde la ideología de la domesticidad,

dados sus planteamientos políticos, históricos y por los dictados de la propia estética realista.

Ya Galdós lo confirmaba en su discurso de ingreso en la Real Academia al afirmar que “la

grande aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma a todo esto”.5 Las artes del

período mantendrán un diálogo enriquecedor con los cambios operados en el ámbito político y

social con la redefinición de las clases sociales y los sexos al objeto de situarse en el nuevo

espacio.6 Desde esta perspectiva analizaremos brevemente el desarrollo de este ideal y el de su

connatural antagonista, la mujer fatal, caída o perversa, en Doña Perfecta, por encarnar una

visión crítica de la relación materno-filial, en La desheredada, al tratar los avatares de una

mujer fuera de la institución familar y en La de Bringas, en la que se concreta el análisis desde

dentro de la estructura familiar. Se trata de comprobar de qué manera Galdós desarrolla estos

modelos vigentes en el imaginario cultural colectivo de la sociedad decimonónica, entre la

manifiesta variedad de registros femeninos apreciables en su obra y la preocupación notoria

por la condición de la mujer perceptible en su obra literaria.

La mujer angelical frente a la mujer fatal...

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Doña Perfecta (1876), ideada desde los presupuestos de las novelas de tesis para

enfrentar dos universos en principio irreconciliables —el del progreso y el de los poderes

tradicionalistas, sumidos en la intolerancia—, presenta en uno de sus ejes la relación madre/hija

en la polaridad Perfecta/Rosario, como emblemas de las posibles maneras de entender la

feminidad contemporánea. Aunque el análisis de la vida doméstica es más nítido en La familia

de León Roch (Roch sueña con la felicidad conyugal como refugio y aspiración vital), en la que

nos ocupa puede apreciarse cómo en la relación madre/hija, Perfecta parece asumir los roles de

la sociedad patriarcal o, cuando menos, no manifiesta en sus hábitos de vida el patrón de la

mujer ocupada en exclusiva de los oficios domésticos. No hay que olvidar que la novela se

organiza en torno al enfrentamiento en clave de tragedia del nuevo hombre y la nueva

sociedad, representados por Pepe Rey, y la España tradicional y antiprogresista, que encarna el

pueblo de Orbajosa con Perfecta como líder de las fuerzas dirigentes. Las relaciones madre e

hija dibujan el perfil negativo de la protagonista. Los datos que el narrador proporciona acerca

de la educación y el modo en que ejerce Perfecta la autoridad maternal se incardinan en el

retrato negativo que la obra necesita para su objetivo primordial de conflagración dual. No

obstante, el modelo familiar que encarnan Perfecta y su hija revela hábitos y modos de

actuación apreciables en la España contemporánea. Los padres deciden el futuro matrimonial

de los hijos, a pesar de las propuestas de ruptura llevadas a cabo desde la Ilustración —

piénsese en L. Fernández de Moratín— y las hijas reciben una educación acorde con su destino

matrimonial. Desde la perspectiva del modelo de ángel del hogar, Perfecta representa su

paroxismo, pero en una dimensión de fracaso. El narrador informa al lector de la desastrosa

vida doméstica de Perfecta y su marido, de las insatisfacciones, la infidelidad y de la vergüenza

padecida por la pésima administración económica del esposo. Tras su fallecimiento ella se

refugia no en el paraíso doméstico, sino en el control del gobierno del pueblo, es decir, en el

espacio público destinado en exclusiva a los varones y en la religión. La debilidad de Rosario

se explica por el férreo dominio materno, que se traduce en la pérdida de autodominio y en la

incapacidad decisoria. Ella plasma los objetivos de realización doméstica y matrimonial

frustrada de su madre. Por ello se explica la aparente sujeción de Rosario a los dictados

maternos, que dirige con similares planteamientos su casa y Orbajosa. Representa la joven los

valores del ángel del hogar, o cuando menos, los de la inocencia cargada de atractivo

romántico, tal y como se observa en las palabras del primo al entrar en la habitación destinada

a su alojamiento en la casa familiar:

En todo lo que está delante de mis ojos veo una mano de ángel que no puede ser sino

la tuya. ¡Qué hermoso cuarto es éste! Me parece que he vivido en él toda mi vida.

Está convidando a la paz.7

Pepe la define como ángel, definición que repetirá en las cartas finales remitidas a su padre.

En el retrato de Rosario, incluida en el repertorio de “víctima” por D. J. Montero-Paulson,8 el

narrador recurre a una presentación que apunta a una personalidad límpida y pura, aunque el

desequilibrio emocional se imponga al declarar que “El vasto caudal de su espíritu se

desbordaba, amenazando devorar las estrechas riberas” (93), como corresponde a la naturaleza

femenina de acuerdo a la ciencia médica. Es claro que el autor pretende desacreditar a Perfecta

como madre al no dirigir los cauces de la educación de su hija por los derroteros que marcaban

la pedagogía reformista contemporánea, que quiere fortalecer el espíritu de las jóvenes para su

función social de esposas y madres. Al respecto, el krausismo y con anterioridad Pestalozzi o

Josefa Amar y Borbón promovieron el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu para un óptimo

desarrollo del individuo. Rosario padece un fuerte desequilibrio entre su interior y su cuerpo,

que la incapacitará para sus funciones de esposa y madre. A medida que la discordia crece en el

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pueblo, en la joven se recrudece la sensibilidad emocional, la afección nerviosa, que ella

interpreta como locura, manía, con antecedentes familiares al decir de don Cayetano. Pero para

Pepe Rey, desde un punto de vista racionalista, Rosario sólo tiene una perturbación moral

(185), como víctima de un modo de vida erróneo, contrario a los dictados de la higiene mental

o social, que propugna el hombre nuevo. El estado de desasosiego de Rosario se debe a su

débil formación física y espiritual, más sensible, por tanto, a cualquier obstáculo existencial

(véase el momento en que Pepe declara su amor por ella, el narrador dice: “Rosarito viose de

súbito dominada por tan viva sensibilidad, que la escasa energía de su cuerpo no pudo

corresponder a la excitación de su espíritu, y, desfalleciendo, dejóse caer sobre un sillar…”

(118). En ella se produce una mezcla de su predisposición natural y de los hábitos

educacionales. Los médicos contemporáneos, como se sabe, consideraban inferior el sistema

nervioso femenino. El estado habitual de la mujer era la debilidad y la sujeción a los nervios,

que las abocaba a la neurastenia, cercana a la locura. La histeria marca la existencia femenina.

Los efectos de las maquinaciones maternales o los errores educativos de Perfecta delinean un

retrato de un estereotipo femenino bien recreado en la medicina, la literatura y las artes como

un ser débil y enfermo, incapacitado para su propia autonomía. Rosario encarna a la perfección

la imagen que los médicos definieron de la mujer como ser en exceso impresionable con una

tendencia a lo que se denominó histeria religiosa, como puede apreciarse en el momento en que

insta a su primo a besar los helados pies de la imagen de Cristo Crucificado en el capítulo XVII

en una suerte de fetichismo religioso. Llama la atención, por otra parte, que esta imagen se

contraponga a la de los seres peligrosos que representan las Troya, las tres hermanas solitarias,

proscritas, aisladas de la sociedad bienpensante de Orbajosa, que evocan, no obstante, la

imagen de la debilidad, pero amenazante para un hombre como Pepe Rey.

Pero los modelos femeninos antagónicos al ángel que representa Rosario son dos madres,

Perfecta y Remedios. Obvio resulta la definición de Perfecta como madre castradora, la mujer

social en la variante de la “autoritaria” en la tipología de Montero-Paulson, que proyecta en su

hija los rigores de la domesticidad, entendida como dominio absoluto de lo femenino sobre el

espacio íntimo. En este sentido, Perfecta, amén de ejemplificar la intolerancia y el fanatismo

irracional de los neocatólicos denostados por Galdós, lleva hasta límites insufribles el imperio

femenino sobre el hogar en su función maternal. Perfecta ejerce un celo maternal excesivo

sobre su hija, similar al de Remedios por Jacinto, aunque el narrador presente a la sobrina del

Canónigo con la semblanza del extravío y del delirio. Para T. Dorca9 la mente fría y

calculadora de Perfecta pierde el control al imaginar que su hija pueda unirse al pretendiente

rechazado por ella. Aunque aceptó de buen grado al principio esta unión de conveniencia, la

ruptura de las expectativas previas, tanto para Pepe Rey como para Perfecta sobre la que se

construye la novela, modifica los planes matrimoniales de la madre para Rosario. Habría que

subrayar que en el desenlace de la tragedia desempeña un papel crucial la función maternal de

Perfecta, puesto que se superpone a los intereses económicos la ansiedad de la madre ante la

posibilidad de perder a la hija, en la fuga que trama la pareja.

Parece que Galdós quiere mostrar el conflicto al que puede verse abocada una mujer que en

la exacerbación de su rol como madre tergiversa las esperadas cualidades de dulzura y

comprensión maternofilial. Perfecta es la antítesis de los modelos maternales que propone la

literatura docente virtuosa, como los textos de Pilar Sinués de Marco, entre otras, y se

aproxima a las variantes de la mujer perversa decimonónica en la maternidad obsesiva o

destructiva. La mayor crueldad femenina es la madre asesina de sus crías. Libros de medicina y

revistas científicas como El Siglo Médico enaltecen el destino maternal de la mujer, pues en

palabras del doctor Jiménez “el amor materno es pues el único inagotable, el solo que nunca

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envejece…”10 Se situaría Perfecta en la galería de mujeres demonios o crueles al transgredir los

límites de su connatural y sagrada función desde la óptica liberal asumida por el narrador. En el

capítulo XXXI dedicado al personaje el narrador dice que “aborreciendo, tenía la inflamada

vehemencia de un ángel tutelar de la discordia entre los hombres” (283).

Ella significa, por tanto, una lectura errónea del modelo de la mujer virtuosa, al partir de

presupuestos ideológicos y éticos contrarios a los asumidos por el autor o la incapacidad de

algunas mujeres de aceptar los nuevos valores de la domesticidad burguesa, representados en

la obra por Pepe y su hija. Su desviación del modelo de madre ejemplar se explica en la novela

por la subversión del ideal de armonía social, política o familiar que sueña Pepe Rey y que la

realidad contemporánea en manos de los absolutistas echa por tierra. Perfecta ejerce la

violencia sobre el hogar como una consecuencia de sus equivocados principios, ajenos a los

valores domésticos burgueses que representarían en la novela la unión feliz de Pepe y Rosario.

Téngase en cuenta que al romperse este propósito la única salida que queda para los

personajes femeninos es la locura en el caso de Rosario, imposibilidad de existir sin el amor, o

la religión para Perfecta, una religión mal entendida desde presupuestos krausistas, receptáculo

de la represión y el fanatismo. Galdós critica aquí la creciente feminización de una iglesia

contraria al progreso y el uso instrumentalizado de las mujeres por la iglesia, contrarios a los

deseos autoriales de regeneración moral y de laicización de la sociedad española. En su artículo

“La España de hoy”, ya en el siglo XX, Galdós persistirá en su visión de España afectada por el

morbo clerical, que en especial ha captado a las mujeres, cuando dice: “Como no podía ser

tarea fácil conquistar la conciencia y la voluntad de los hombres, […] se han apoderado de las

almas de las mujeres […], llegando en esta captación a resultados increíbles”.11 Cree Galdós

que las mujeres son más proclives a caer bajo este dominio, que critica tanto en Doña Perfecta

como en otras novelas y que acarrea desastrosas consecuencias para la familia como

instrumento de cohesión social.

Como es sabido, entre los aspectos que Galdós intensifica en la maduración de su proyecto

narrativo al llegar a las novelas contemporáneas se halla la complejidad de la psicología

femenina en la relación con un entorno social problemático, sujeto a los vaivenes de la historia

contemporánea. Al acercarnos a La desheredada (1881) comprobamos la puesta en escena de

las funestas consecuencias de la desobediencia del modelo del ángel del hogar en el personaje

de Isidora Rufete. En esta novela Galdós ejemplifica las dificultades de las nuevas clases

emergentes tras la Gloriosa, la disolución de sus ideales y el advenimiento de la Restauración,

la quiebra de las ilusiones puestas en el nuevo orden político e histórico, las limitaciones del

nuevo orden burgués que no puede absorber a individuos situados en los márgenes como

Mariano o Isidora, símbolos de los desposeídos. La imposibilidad, por tanto, de regenerar una

sociedad víctima de las fantasías irracionales representadas por Canencia, Tomás Rufete y

su hija.

El estudio del personaje principal ofrece un panorama ilustrativo de la situación de la

mujer12 en el período histórico de crisis narrado, el de la 1ª República hacia la Restauración. La

trayectoria de Isidora informa con claridad de la oscilación entre el modelo de virtud, que le

proponen Augusto Miquis o Relimpio, y sus continuas caídas. Desde el principio hasta el final

el personaje atraviesa por recurrentes intentos de ascenso y reconocimiento social por las

frágiles vías de sus aspiraciones nobiliarias en oposición a las salidas más reales del trabajo o

del matrimonio. Los intentos de regenerar a Isidora conducen irrremisiblemente al fracaso en la

medida en que ella está caracterizada desde el primer capítulo por la anomalía genética,

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educacional y psicológica. A ello se suma la pretensión de legitimar sus orígenes aristocráticos,

consecuencia de su alteración mental de procedencia quijotesca. Tampoco hay que olvidar que

en el intento absurdo de querer ser la hija de la marquesa de Aransis, amén de cumplir con los

tópicos del folletín, Galdós quiere desacreditar el modelo de vida aristocrático, como estéril

para la regeneración del personaje, y, por ende, para la nación. La aristocracia ya no representa

un modelo social válido para España a partir de 1868 en clara sintonía con la evolución

histórica europea, pero Isidora como algunos sectores del país pretende luchar contra la

corriente del devenir histórico contemporáneo. La novela es también el retrato desengañado de

una España que sueña con soluciones imposibles a los problemas más acuciantes.

A través de Isidora, por tanto, Galdós pergeña las limitaciones y las dificultades de la

implantación y el mantenimiento del orden doméstico burgués. En clara interferencia con el

desarrollo de la burguesía liberal se produce la redefinición y la reinterpretación de las

identidades masculina y femenina, que el autor en sus novelas ficcionaliza, como bien ha

destacado C. Jagoe.13 La biografía del personaje arroja numerosas dudas acerca de la validez

universal de este modelo de la domesticidad. Con ello pretende el autor, entre otras cosas,

mostrar los débiles cimientos con los que se enfrenta la sociedad española a las

transformaciones socio-políticas del momento. Se ha afirmado de la novela que manifiesta un

estarse haciendo,14 que la realidad está en proceso de realización. Esta apertura de la estructura

de la novela puede vincularse al tratamiento del personaje femenino como metáfora del

proceso de consolidación del nuevo orden socio-económico que se está gestando en la España

contemporánea.

En relación con la cuestión de la mujer, la familia y el orden doméstico, con Isidora se

ponen en cuestión y se desvelan las dificultades del proceso de modernización que pasan por el

fortalecimiento de la institución familiar y la responsabilidad e implicación de las mujeres.

Isidora representa en su construcción narrativa la antítesis del ángel del hogar, con una

caracterización que la sitúa en el retrato de la mujer caída, próxima al modelo de la mujer fatal,

pero sin los tintes perversos al uso. Galdós ilustra las diferentes posibilidades de regeneración

que la sociedad le ofrece y su consciente rechazo de las propuestas más ortodoxas, inclinando,

en este sentido, la balanza del fiel de la cuestión moral más que del de las limitaciones

genéticas. ¿Isidora conoce las consecuencias de sus elecciones o está condicionada por lo que

el narrador declara: “al enfermizo trabajo de la fabricación mental de su segunda vida?”.15 No

hay que desechar la lectura de la preeminencia de la enfermedad en los avatares biográficos del

personaje y, por extensión de la sociedad española como cuerpo enfermo —piénsese que la

ciencia de la Higiene se plantea como medicina social, que ha de tratar médicamente los males

que aquejan al organismo social. Galdós en el asunto de la mujer nos muestra las serias

dificultades que las mujeres encontraban en el acomodo a unas situaciones vitales marcadas por

las transformaciones vertiginosas, apreciables en la novela en el paralelismo establecido entre la

desilusión de Isidora en sus deseos de ascenso nobiliarios y los violentos cambios políticos,

como la llegada de la República o las recurrentes dificultades para la supervivencia económica,

que ocupan buena parte de la novela.

Galdós propone al lector una fábula acerca de las consecuencias nefastas de no adoptar los

principios reformistas krausistas, que ven en la familia, y, por tanto, en la mujer, el pilar de la

sociedad como cuerpo orgánico que necesita del equilibrio de sus miembros para sostenerse.

La mujer es una cuestión capital en la construcción de una sociedad que se contempla como

mediadora entre el estado y los individuos. La política familiarista de los krausistas concibe la

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familia como un bastión esencial para el concepto moderno del estado. En palabras de Jo

Labanyi:

The reply of the Institución Libre de Enseñanza argued that women’s education was

more urgent than that for men, because of ‘la influencia que [la mujer] ejerce en la

familia y en las costumbres nacionales’ […] though they also argued that women

needed to be able to earn a living to avoid the moral risks of destitution.16

Isidora se manifiesta en toda la novela incapacitada para ejecutar las directrices que

marcaban los manuales de conducta o la literatura femenina al uso. Para empezar su educación

es deficiente. Ya su tía la Sanguijuelera le recrimina su inclinación a la lectura de novelones,

como causa, a su juicio, de la visión deformada de su realidad familiar. Aunque en el paseo con

Miquis por el Prado revela sus apetencias de conocimiento, que él limita a coser, planchar o

zurcir, no manifiesta un deseo auténtico. En cualquier caso, no se adecua Isidora a las

expectativas de formación que se diseñan para las mujeres como futuras esposas o madres.

Parece Isidora la antítesis de Irene de El amigo Manso. Todo el interés que ésta pone en el

estudio, aquella lo destina a la estéril empresa de construirse la imagen adecuada a su rango

social no reconocido.

En cuanto a las posibles salidas legítimas para una mujer de su condición, el trabajo,

encarnado en las Relimpio, es rechazado de plano. En el capítulo VIII de la primera parte, tras

enunciar la dedicación laboral de las dos hijas de Relimpio, su esmero y conocimiento de las

máquinas de coser, el narrador lamenta que Isidora no estuviese dispuesta a atender las sabias

razones de su padrino, que la insta a ganarse la vida con el trabajo. Es muy fácil ver aquí cómo

la narración opone la carencia de sentido práctico de Isidora a la necesidad de promocionar los

medios de subsistencia para las mujeres que asumen los intelectuales krausistas, los políticos

liberales y todos aquellos que ven en la penuria económica uno de los riesgos de las mujeres de

clase media y trabajadora. Para una escritora de la domesticidad como Mª del P. Sinués de

Marco17 las dificultades económicas de la clase media hacen indispensable el aprendizaje de

algún oficio para promover la autonomía económica de las mujeres en caso de desamparo

masculino, como es el caso de la familia Relimpio en la novela. No así Isidora, que se resiste a

ingresar en el mundo del trabajo y mira con desprecio a sus primas por ello. Cuando la

abundancia se acaba en casa de Isidora, su asunción de los “pruritos aristocráticos” (322) le

impide que su hermano trabaje en un oficio que no tenga trazas de manualidad, sino que se

aproxime al trabajo artístico. Ridiculiza el narrador su falta de perspectiva, el estar instalada en

la desfiguración de su verdadera posición social a través de los simulacros del arte verdadero,

como veremos en el cuadro de pelos de Francisco Bringas. Es como si la existencia de Isidora

constituyese toda ella un simulacro que opone su verdadera naturaleza y su cruda situación

social a la hegemonía de lo falso.

En relación con el trabajo, el dinero es otro motivo central para calibrar la ausencia de

organización doméstica de Isidora. El recorrido del narrador por los cauces que entra y sale el

dinero de las manos de la protagonista evidencia su desviación de las mínimas reglas de

economía doméstica predicadas por los defensores del hogar. En un momento el narrador

responsabiliza a la naturaleza de lo que califica de “moral desvarío”. Parece que se quiere

afirmar que los intentos de regeneración chocan contra las limitaciones de la propia naturaleza

de acuerdo a los dictados naturalistas a los que se supedita la novela. El detallismo en el relato

de la adquisición de objetos varios, muchos de ellos innecesarios, muebles, vestidos, es

ejemplar en la caracterización del personaje. Al respecto, en el capítulo VII de la primera parte,

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“Tomando posesión de Madrid”, el narrador declara: “El hechizo que estas brillantes

instalaciones producían en el ánimo de Isidora era muy particular […] ¡qué gusto ir de tienda

en tienda, mirar todo, escoger, eso tomo, esto dejo, pagar, mandar, llevar a casa el objeto

comprado, volver al día siguiente…! (173-174). Se percibe con claridad la relación sensual

entre la mujer y los productos de consumo femeninos, como en Rosalía Pipaón. Es el éxtasis

del producto que es contemplado por el personaje como un recurso de diferenciación y

de placer.

Los consejos dados a las futuras esposas y mujeres en general sobre la conveniencia de

controlar el gasto, no lanzarse al consumo suntuario o la sencillez y la frugalidad en el vestir

eran preeminentes en los discursos pedagógicos domésticos destinados a las clases medias,

dentro y fuera de España. Í. Sánchez Llama,18 a propósito de la industria de la moda en el siglo

XIX, afirma la contradicción inherente al derroche y la exhibición pública de las mujeres de la

alta burguesía europea, con Francia a la cabeza con las exigencias de rigor y control. Nancy

Armstrong,19 por su parte, relaciona la domesticidad burguesa con la defensa de “un conjunto

de prácticas económicas que iban directamente en contra de lo que se suponían los excesos de

una aristocracia decadente”. La fruición de Isidora por el consumo de ropa tiene que ver con

los signos de distinción que debe adoptar según su plan de vida aristocrático. Ella representa el

afán de emulación de los hábitos culturales de las clases aristocráticas, acto usual en las

relaciones verticales entre las diferentes capas sociales del XIX, que ven en la moda de las

clases superiores un medio de equiparación.

Además de poner de manifiesto la novela la tensión entre los deseos de ascenso y las

realidades económicas, el final de la misma hace pensar en la realidad inevitable de la división

de clases, que a Isidora le cuesta aceptar por sus problemas de percepción. La transgresión de

Isidora, si puede calificarse de tal modo, no encuentra espacio social posible para su desarrollo.

Ella perseguirá hasta el último momento la apariencia de “lady”, que en su descenso a la

penuria económica no podrá ya representar. Sus estrategias son las del enmascaramiento

continuo a través de determinados signos de distinción, que para ella representan algo más que

adornos. Son su herramienta para la equiparación con las clases superiores. Sólo que parte de

presupuestos derivados de la confusión de los límites sociales de la realidad histórica en la que

vive. Al respecto, Tsuchiya20 relaciona la construcción del personaje como objeto de exhibición

con la noción de simulacro de Baudrillard, hecho que complica la representación del personaje

por la mezcla de lo real con lo falso. Lo real del consumo crea necesidades falsas. Como afirma

J. Labanyi,21 se crean signos sin referentes. Así el personaje evidencia las tensiones que crea el

nuevo sistema económico en las clases no pudientes, representadas aquí en Isidora, que han de

enfrentarse a las nuevas fórmulas de relación social, marcadas por la mencionada estrategia.

Por otra parte, ella en su proceso de búsqueda de una identidad, en ese círculo de oposición

entre lo auténtico y su negación que evoca la vida de Isidora, en la persecución de un sentido

vital termina por reconocer las reglas del nuevo orden económico y social. Progresivamente

hasta el final de la obra ella se identifica con los objetos que la seducen hasta convertirse ella

misma en una mercancía que sin la presión del orden doméstico, las propuestas renovadoras

del socialismo de Juan Bou o la ya distante anagnórisis folletinesca podrá someterse de forma

autónoma a las leyes del mercado de la prostitución.

En su retrato como modelo antidoméstico está el desempeño de su rol de madre, Isidora se

comporta de acuerdo a su trayectoria vital, marcada, como dice el narrador, por “el loco amor

al lujo y las comodidades eran los puntos débiles de Isidora; su necesidad, la brecha por donde

la atacaban, prometiéndole villas y castillos; pero, no obstante estas desventajas, resistía,

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batiéndose con el arma de su orgullo y amparada del broquel de su orgullo” (387). Desde estos

rasgos todo en su vida, incluida la maternidad, se ajusta a lo declarado por el narrador, que en

diversos momentos responsabiliza a Isidora de sus males. Llama la atención que las palabras

del último capítulo en boca de Emilia sean para relatar, por un lado la bajada a los infiernos y

por otro para subrayar que ha abandonado a su hijo. Previamente, cuando la situación

económica se hace insostenible, coincidiendo con problemas de salud de su hijo, en el capítulo

IX de la segunda parte, acude a su amigo Miquis, que trata sus problemas como enfermedad.

Le propone una cura que se cifra en los dictados de la domesticidad, eludidos constantemente

en la novela y afirma: “Tienes que educarte, aprender mil cosas que ignoras, someter tu

espíritu a la gimnasia de hacer cuentas, de apreciar la cantidad, el valor, el peso y la realidad de

las cosas. Es preciso que se te administre una infusión de principios morales, para lo cual,

como tu estado es primitivo, basta por ahora el catecismo […] (389-390). Luego le propone el

matrimonio con Juan Bou, que ella rechaza. En todo momento en la novela se presentan las

varias posibilidades de regeneración de Isidora de salir de la marginación o del estado primitivo

en el que vive y su pertinaz rebeldía e inconciencia, contraviniendo principios de la

domesticidad como la sumisión o la dulzura.

A lo largo de la biografía del personaje y de la novela se presenta, por tanto, el modelo de la

domesticidad como posible solución a los problemas de Isidora. La novela tematiza las

dificultades del código de la domesticidad para su consolidación. El discurso del ángel propone

a las mujeres como creadoras de un espacio emocional de protección para los peligros de la

vida pública. El personaje evoca en su trayectoria la negación de la sociedad a un ideal

femenino que no pase por ese código, que ella incumple. El rechazo de Isidora y la caída en la

prostitución no se plantean asimismo sólo desde criterios morales, sino que el narrador

propone las contradicciones del individuo, los diferentes perfiles de su psicología y crea el

personaje y, por ende, una visión de algunos aspectos significativos de los cambios operados

en el mundo contemporáneo, sometido a heterogéneas fuerzas contrarias a los deseos

individuales. Lo que se expone en esa trayectoria, que va desde el intento de sostener las

ilusiones a aceptar que no hay espacio ya para ellas, es que Isidora con su rebeldía patentiza las

fragilidades de respuestas estructuradas como las del código de la domesticidad, que para ella

no funciona, porque la nueva sociedad salida del mercado no puede convivir con las

limitaciones del rigor y del autocontrol, pues anuncia en sus manifestaciones justo lo contrario.

En el extremo se sitúa la evolución del personaje hacia los patrones próximos a la mujer

fatal. Como es habitual en Galdós, la caracterización de los personajes no se limita a

polaridades reduccionistas, pero sí cabe ver en el retrato de Isidora su deriva hacia las

imágenes negativas de la mujer del imaginario decimonónico. Ella representa en toda la obra la

seducción letal de las apariencias, de la que es víctima. ¿Encarna en la novela un modelo

negativo desde la óptica de la dualidad ángel/demonio? En la narración y en la perspectiva de

algunos personajes es presentada en ocasiones con los tintes propios de la seducción engañosa

y peligrosa para los hombres. Por ejemplo, cuando rechaza a Juan Bou, él declara: “¿Por qué

es tan guapa? El demonio le hizo a ella la hermosura, y a mí los ojos…” (386) Aun en los

episodios de desgaste de su cuerpo, ella se percibe a sí misma como objeto seductor. Se

evidencia el poder de seducción del ángel caído entre los hombres. Ella se presenta como

sujeto que consume para ser objeto de consumo sexual. Su obsesión es reflejarse en el espejo

de los otros, percibirse como objeto atractivo para alcanzar el éxito en la afanosa búsqueda de

una identidad. Aunque es ella, no los otros, quien finalmente padece las consecuencias de este

proceso de seductor y letal consumo.

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Asimismo, se aprecia el proceso de rebajamiento al que se expone en relación con el modo

de vida imaginada. Por ejemplo, en un principio piensa en el matrimonio con Joaquín Pez,

imposibilitado por tratarse de un fiel representante de la avaricia de la genealogía de los Peces,

aparte de responder al arquetipo de Don Juan. Luego su predecible caída explicaría la crudeza

de la dinámica de las relaciones intersociales con nefastos resultados para las mujeres que no

cuentan con la protección de la estructura familiar. En su ingreso final en el espacio de la

marginación a través de la prostitución se concretan los riesgos que corren las mujeres desde

las estrictas reglas del juego del mercado capitalista. Desvela, además, los miedos de una

sociedad y la fascinación ante sujetos no aptos para la integración —piénsese que en la novela

se repite la percepción de Isidora como un ser indómito y salvaje, pero atractivo en cierto

sentido desde la perspectiva de los defensores del modelo de la domesticidad, En su

desaparición final, triunfo del modelo de la mujer perversa, disolución de la domesticidad, lo

que se evidencia es el éxito de la nueva realidad socioeconómica que todavía enfrenta en

España posiciones antitéticas. Isidora, como mujer concreta, en su inmersión consciente en la

prostitución, dejando a un lado la maniquea condena del ejercicio del mal, y en una lectura que

celebre su final como acto de rebeldía, anuncia el imperio del objeto, del cuerpo, del sexo, que

ejerce su derecho a existir al margen de las condiciones de la vida privada regulada que se le

ofrecen. No obstante, no se aprecia una visión totalmente negativa ni unidimensional de la

conducta de Isidora, a pesar de constituir su retrato el claro exponente de la mujer caída.

Porque Galdós expone con precisión las razones por los que ella no puede salvarse de esa

vorágine que es la nueva sociedad española, debidas a la lucha entre el medio y la psicología

del personaje, que provoca en el lector la ambigua oscilación entre la condena y la

comprensión de sus circunstancias vitales.

En La de Bringas (1884) muestra asimismo Galdós la fragilidad de la institución familiar

por las tensiones que se producen entre el espacio público y el privado. La familia de Bringas

encarna en ciertos aspectos los rasgos de la domesticidad más estricta en la figura de Francisco

Bringas, modelo de esposo en su gestión económica y en su dedicación afectiva a los hijos del

matrimonio. También Rosalía encarna, en cierto sentido, las virtudes de la esposa ideal en la

medida en que manifiesta su sumisión absoluta a los dictados del marido, contra el que se

rebelará y, en especial, en el episodio de la enfermedad de Francisco Bringas, donde da señales

de una dedicación abnegada ejemplar. En cualquier caso, la crítica ha interpretado la actuación

de Rosalía desde la rebelión y la responsabiliza de acabar con la armonía doméstica, aunque

ésta se asiente en un equilibrio inestable. Para B. Aldaraca “la mujer descontrolada ante el

consumo (y también sexualmente) es la representación diabólica del ‘ángel del hogar’”.22 A

través del lujo y del consumo de las modas europeas, recrea el narrador las consecuencias

destructivas para la unidad familiar por su mayor influencia en las mujeres, que pierden el

control como Rosalía ante los placeres que le proporciona la adquisición de telas. C. Jagoe

apunta con precisión que “Galdós represents female luxury as a dangerously addictive and

almost aphrodisiac habit. Rosalía’s libidinous gaze at the fatal shawl does indeed suggest a

sublimated current of female sexuality”.23 Añade que el deseo femenino en las novelas

crematísticas no se orienta hacia los hombres, que actúan en todo caso como medios para

obtener el dinero necesario para lograr el auténtico deseo. Aunque señala las contradicciones

surgidas por el supuesto rechazo del lujo en una sociedad en la que el capital ha de estar en

continuo movimiento y que Galdós podría asumir por esta declaración del narrador: “¡Oh! ¡El

dinero de manos muertas es la causa del atraso de la nación!” (138). La culpabilidad por el

derroche del dinero se vería enfrentada a las consecuencias negativas de su inmovilidad para

la economía.

La mujer angelical frente a la mujer fatal...

397

Por otra parte, Lou Charnon-Deutsch24 cree que la novela escenifica la lucha por el poder y

sus consecuencias en una unidad familiar. Este deseo de poder es esencial para comprender la

evolución de Rosalía, que convierte la novela en el relato de la pérdida de la inocencia de una

mujer. Rechaza las interpretaciones de Gullón,25 que subraya la inmoralidad del personaje

como consecuencia natural de su “morbosa vanidad” y de Montesinos,26 que ve en Rosalía “los

agobios de una cursi”. Opta por leer la novela más allá de ser una manifestación de conductas

patológicas o un reflejo de la decadencia nacional y moral. Rosalía es el claro retrato de una

mujer que sucumbe a las presiones de la época en que vive y la novela lo relata en clave de rito

de iniciación. En otro ensayo A. Tsuchiya27 señala que la forma en que la protagonista se

fabrica a sí misma revela su capacidad subversiva del orden social patriarcal. La novela

dramatiza la ruptura de la aparente oposición entre el cuerpo y la ropa, la mujer y su imagen a

través de la transformación del personaje por la obsesión fetichista, que se vuelve sintomática

de su falta de poder, supeditada a la voluntad del esposo.

Desde la perspectiva del ángel del hogar, el conflicto en la novela se dirime entre el espacio

doméstico y la sociedad que está fuera, cuyas murallas se derrumbarán, el primero por la

rebelión de Rosalía y la segunda por la llegada de la revolución del 68, como expresión de la

imposibilidad de mantener los valores que sustentan a ambos espacios. ¿Pretende el autor

denunciar que los principios institucionalizados de la vida doméstica necesitan de una

revolución como la que sucede en el contexto histórico representado en la novela? Parece que,

entre otras cosas, la novela insta a una transformación ética y política a través de la crítica de la

actuación de los personajes. Rosalía ha extraído sabias lecciones acerca de cómo funciona la

máquina administrativa y la relación entre sus deseos de posesión y la conservación de su

honor.

Pero a propósito de la imagen de Rosalía como ángel diabólico, esto es, como responsable

de la fractura del paraíso doméstico, su culpabilidad es relativa. La novela detalla las causas

por las que ella decide rebelarse, cometiendo progresivas transgresiones y los lentos pasos para

dinamitar las normas domésticas de Francisco, para decirlo con la imagen bélica que emplea el

personaje cuando sus ocultos negocios están a punto de descubrirse. Igual que sucede con la

importancia que tiene en la novela la adquisición de trapos para la forja de una imagen en la

que nada es lo que parece, Rosalia ya no será el ángel que imagina el esposo, pues todo se

transforma por mor de la fascinación y la búsqueda incesante de la seducción propios de la

modernidad, en palabras de Baudrillard.28

El matrimonio Bringas tampoco es la quintaesencia de la felicidad conyugal, como se

aprecia en los capítulos XXIX, XXXI o XXXVII. La vida matrimonial por este proceso dejará

de ser el paraíso imaginado desde la óptica de Francisco Bringas y en el que ella estaba forzada

a permanecer. La ausencia de compatibilidad entre los esposos se refleja en la oposición entre

el credo doméstico defendido por cada uno, con frases ilustrativas del narrador como éstas:

“La infeliz estaba rodeada de peligros, llena de zozobras y remordimientos, mientras su esposo

dormía tranquilo al lado del abismo”.29 La novela representa el conflicto entre dos visiones

irreconciliables de la existencia familiar.

Las insatisfacciones de Rosalía al verse a sí misma no tratada de acuerdo a la posición social

que ocupa tan próxima a la Reina se van desvelando progresivamente en la novela para

explicar que su obsesión por la ropa y sus atentados a la rígida economía doméstica conducen

a la transgresión de la supuesta felicidad conyugal. Se trata de una mujer incómoda con las

normas de la domesticidad de Bringas. En su existencia conyugal se revela paso a paso la huída

VIII Congreso Galdosiano

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de Rosalía, potenciada por un nivel elevado de frustración, que Galdós recrea magistralmente

con la oposición entre el amante ideal que encarna Manuel Pez, antes del desengaño final,

frente al insípido Francisco Bringas.

El relato de la propia Rosalía de su infierno doméstico se acerca al de otras mujeres

insatisfechas de la novela del XIX, como Ana Ozores, que encontrarán en el adulterio el medio

de rebelarse. En su caso, la frustración se libera más que por el adulterio por la lujuria

consumista. De esta transgresión se desprende que es incompatible el mercado de la moda, el

espectáculo de las apariencias que proporcionan los vestidos con una visión restrictiva de la

vida doméstica. El narrador al insistir en el relato de las sombras de la vida conyugal minimiza

su culpabilidad por el rígido control económico, que simboliza la privación de libertad de

acción de Rosalía, continuamente impelida por su entorno a la vorágine del lujo. Su oscilación

existencial entre la virtud doméstica y la transgresión la sitúan en el conflicto de la sociedad

española y de las mujeres, en particular, ante estímulos y exigencias contradictorios. Su

adecuación a los dictados domésticos la convierte en una mujer virtuosa, pero llena de

insatisfacciones. La seducción de los nuevos objetos de consumo no sólo expresa su debilidad

desde la óptica del marido, sino que le proporcionan un medio de rebelarse ante la tiranía.

La pérdida de la condición angelical y su consiguiente ingreso en el modelo de la mujer

perversa no puede interpretarse de forma unidimensional. Se puede defender la lectura del

delito de la ruptura de la paz doméstica, pero más allá de lo evidente está la escenificación del

contraste entre los beneficios del paraíso doméstico con la progresiva toma de conciencia de la

frustración de Rosalía. Según esto, ella se convierte en una víctima de un sistema económico y

social que impide la convivencia armónica. Vuelve a desvelar Galdós los frágiles límites del

modelo de la domesticidad. La crítica está ahí y se aprecia también en la quiebra de otro

paraíso doméstico, el de Pez, puesto en peligro en su caso por los embates del misticismo

obsesivo, por lo que los médicos calificaron de síndrome de “Imitatio Christi”. Galdós narra la

posible inutilidad de unos patrones vitales enfrentados al seductor espectáculo del mercado,

que no es inocente, por otra parte.

Rosalía sólo puede mantenerse en su deseo de afianzarse como individuo liberado, si admite

que ello no casa con precisión con el modo de vida desprestigiado. El inevitable conflicto entre

las aspiraciones públicas de Rosalía con la vida privada de su matrimonio se resuelve en la

imposibilidad, a no ser que ella mantenga de cara a cada ámbito la falsedad de sus estrategias.

La ocultación de las auténticas estrategias al esposo y al exterior le permitirían mantener sus

deseos de liberación. Con ello Galdós ejemplifica cómo el triunfo de los productos derivados

de la moda, o la producción en serie, su incesante seducción, anuncian nuevos roles a costa de

la inmovilidad de otros signos, aquí los de la domesticidad. El que Rosalía sea una posible

mujer fatal sería la respuesta de una sociedad ante la presión del espectáculo visual que

proporciona el mercado. La perversidad de Rosalía no sería vista en exclusiva como un

atentado contra el orden doméstico, sino como una lógica reacción ante su fracaso. Las

mujeres son contempladas, por tanto, desde la perspectiva de la confrontación, de la dificultad

para redefinirse y para asumir los nuevos retos de la contemporaneidad. Los modelos de la

domesticidad y de la mujer fatal le sirven a Galdós en estas novelas para exponer las contrarias

fuerzas que el universo contemporáneo, desde la ubicuidad del discurso médico-cientifico, del

religioso, del económico o del pedagógico, ejerce sobre la necesaria redefinición de los roles

sexuales. Parece cómodo afirmar que el autor critica las desviaciones de los modelos

canonizados de conducta femenina, que conducen a la polaridad ángel/demonio. Pero en estos

casos particulares, como en otras novelas suyas, El amigo Manso, Fortunata y Jacinta o

La mujer angelical frente a la mujer fatal...

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Tristana, la ambigüedad asoma por algunos intersticios textuales. No se contenta el autor con

mostrar patrones estáticos al estilo de algunas novelas de la adalid de la domesticidad en el

siglo XIX, Mª del P. Sinués de Marco. O ejemplos de mujeres fatales estrictas, tal y como se

definen en el conocido ensayo de E. Bornay,30 como Salomé, Salambó, Matilde, Cleopatra o

las protagonistas de Las diabólicas de Barbey d’Aurevilly. Al contrario, le interesa recurrir a

códigos establecidos en la cultura decimonónica para someterlos al filtro de la compleja

sociedad española. En el análisis de la mujer contemporánea Galdós propone una lectura

caleidoscópica, que tensa los dualismos reduccionistas del ángel del hogar frente al ángel

perverso. Difícil resulta con estas novelas afirmar posiciones concretas respecto a la defensa de

la mujer. Le preocupa esta cuestión, pero manifiesta notables contradicciones para determinar

si cree de forma absoluta que el modelo de la domesticidad es apto para resolver los conflictos

de la feminidad o si la única salida que queda tras la renuncia a los valores oficiales es la

marginalidad que encarna la mujer fatal. Es evidente que así eran las reglas del juego sexual en

la sociedad decimonónica, pero sus obras no terminan de conformarse con exactitud a esta

polaridad.

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NOTAS

1 Tubito, F. M., “La mujer y su reforma moral”, en La Guirnalda, año VII, núm. 147, 1 (febrero 1873), pp.

9-10; cit. en Aldaraca, B., El Ángel del Hogar: Galdós y la ideología de la domesticidad en España,

1992, Visor, Madrid, p. 25.

2 Pi y Margall, F., La misión de la mujer en la sociedad, Imprenta de Rivadeneyra, M., Madrid, 1869;

reproducido en de la Fuente Monge, G., y Serrano García, R., La revolución gloriosa. Un ensayo de

regeneración nacional (1868-1874), 2005, Antología de textos, Biblioteca Nueva, Madrid, p. 107.

3 Andreu, A., Galdós y la literatura popular, 1982, Sociedad General Española de Librería, Madrid, p. 71.

4 Aldaraca, B., op. cit., p. 43.

5 Pérez Galdós, B., “Observaciones sobre la novela contemporánea en España”, en Ensayos de crítica

literaria, 1999, ed. De Bonet, L., Nexos Península, Barcelona, p. 130.

6 Levy, A., Other Women: The Writing of Class, Race and Gender, 1832-1898, 1991, Princeton UP,

Princeton.

7 Pérez Galdós, B., Doña Perfecta, 1995, ed. De Cardona, R., Cátedra, Madrid, p. 94.

8 Montero-Paulson, D. J., La jerarquía femenina en la obra de Galdós, 1988, Editorial Pliegos, Madrid.

9 Dorca, T., Volverás a región. El cronotopo idílico en la novela española del siglo XIX, 2004,

Iberoamericana, Madrid, p. 104.

10 Cit. por Aldaraca, B., op. cit., p. 60.

11 Reproducido en Pérez GaldóS, B., Ensayos de crítica literaria, op. cit., p. 265.

12 Jaffe, C. M., “Genre and the Construction of Gender in La desheredada: Desire and the Masculine

Narrative Gaze”, en López de Martínez (ed.), A Gullón R.,: sus discípulos, 1995, Publicaciones de la

Asociación de Licenciados y Doctores Españoles en Estados Unidos, Erie, pp. 121-130.

13 Jagoe, C., Ambiguous Angels Gender in the Novels of Galdós, 1994, University of California Press,

Berkeley-Los Ángeles-London.

14 Engler, K., The structure of Realism: The “Novelas Contemporáneas” of Benito Pérez Galdós, 1977,

Chapel Hill, North Carolina.

15 Pérez GaldóS, B., La desheredada, 2000, ed. De Gullón, G., Cátedra, Madrid, p. 115.

16 Labanyi, J., Gender and Modernization in the Spanish Realist Novel, 2000, Oxford Hispanic Studies,

Oxfrod University Press, Oxford, p. 64.

17 Así lo defiende en sus colaboraciones en El Correo de la Moda. Un libro para las damas (1875) o en La

dama elegante. Manual práctico y completísimo del buen tono y del buen orden doméstico (1880). En su

obra narrativa se aprecian las dificultades de la modernización decimonónica para una familia. En su

escritura desde 1870 se intensifica su preocupación por la mujer de clase media.

18 Sánchez Llama, Í., Galería de escritoras isabelinas. La prensa periódica entre 1833 y 1895, 2000,

Ediciones Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer, Madrid, p. 128.

19 Armstrong, N., Deseo y ficción doméstica, Una historia política de la novela, 1991, trad. De Mª Coy,

Cátedra, Madrid; cit, por Sánchez Llama, Í., op. cit., pp. 133-134.

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20 Tsuchiya, A., “The Female Body Under Surveillance: Galdós’s La desheredada”, in J. P. Brownlow and

Kronik J. W., (eds.), Intertextual Pursuits: Literary Mediations in Modern Spanish Narrative, 1998,

Bucknell University Press, Lewisburg, Pa., pp. 201-221; cit. por Labanyi, J., op. cit., p. 112.

21 Labanyi, J., op. cit., p. 113.

22 Op. cit., p. 134.

23 Jagoe, C., op. cit., pp. 92-93.

24 Charnon-Deutsch, L., “La de Bringas and the Politics of Domestic Power”, en Anales galdosianos, Año

XX, 1 (1985), pp. 65-74. Véase de la misma autora: Narratives of Desire. Nineteenth-century Spanish

Fiction by Women, 1994, The Pennsylvania State University Press, Pennsylvania.

25 Gullón, R., Técnicas de Galdós, 1970, Taurus, Madrid, pp. 115-125.

26 Montesinos, J. F., Galdós. Estudios sobre la novela española del XIX, II, 1969, Castalia, Madrid, pp. 120-

152.

27 Tsuchiya, A., “The Construction of the Female Body in Galdós’s La de Bringas”, en Romance Quarterly,

40, 1 (1993), pp. 35-47.

28 Baudrillard, J., Las estrategias fatales, 2000, trad, de J. Jordá, Editorial Anagrama, Barcelona.

29 Pérez Galdós, B., La de Bringas, 2001, ed. De Blanco, A., y Blanco Aguinaga, C., Cátedra, Madrid,

p. 271.

30 Bornay, E., Las hijas de Lilith, 2001, Ensayos Arte Cátedra, Madrid