MODELOS DE MUJER EN
LAS NOVELAS DIALOGADAS DE GALDÓS
Elizabeth Monroy Suárez
Dentro de la extensa galería de personajes galdosianos, los retratos femeninos son, sin duda,
los más logrados. Mujeres de la clase media, burguesas, aristócratas, incluso las pertenecientes
al proletariado, llegan a poblar con mayor o menor protagonismo el inmenso mundo de su
fabulación. En este sentido, Galdós no sólo nos ofrece una importante y fidedigna fuente de
conocimiento acerca de la ideología imperante en la época, el modelo burgués de la
domesticidad, sino que nos permite, además, comprobar cuáles eran, según su criterio, los
límites naturales de formación que la mujer decimonónica no debía sobrepasar. No obstante, y
a pesar de la incultura1 que caracteriza a la mayoría de sus heroínas, Galdós aboga por un
nuevo estereotipo de mujer; un ideal femenino perfilado en sus novelas dialogadas y que
muestra, sin ambages, la evolución ideológica del autor.
El presente trabajo no pretende un estudio exhaustivo del tema, pero sí al menos una
aproximación que nos posibilite, por un lado, incidir2 en la aportación que Galdós hizo a la
construcción de lo femenino, y, por otro, mostrar cuál fue el papel que el novelista canario
quiso conceder a la mujer de su tiempo, según se desprende del análisis de las protagonistas de
Realidad (1889), El Abuelo (1897), Casandra (1905) y La razón de la sinrazón (1915).
Galdós escribe sus novelas dialogadas en medio de dos siglos3 y en el seno de una sociedad
plenamente patriarcal. Circunstancias, cronológica y social, que marcarán, quizá de forma más
acusada, los últimos años de su trayectoria literaria. Sírvanos como ejemplo las novelas que
serán objeto de nuestro estudio en las siguientes líneas; pues si en Realidad denuncia la
corrupción existente en la sociedad burguesa del XIX, en La razón de la sinrazón, propondrá
su total regeneración. Se hace evidente, por tanto, la preocupación del escritor4 por los
problemas que asolaban el país y por la búsqueda de posibles soluciones.
No es de extrañar, pues, que la educación de la mujer fuese uno de los temas que inquietó a
Galdós,5 fiel testigo del panorama nada prometedor al que debían someterse las féminas de su
sociedad. Y es que durante el siglo XIX la mujer verá considerablemente reducidas las
responsabilidades que había estado obligada a cumplir en épocas anteriores. A partir de la
Revolución Industrial la mujer de clase media y alta pasará a depender económicamente de su
marido. La mujer ejemplar se concebiría entonces como un sublime “ángel del hogar” que
dedicaba su vida al cuidado de sus hijos y a obedecer a su marido.
La situación de las mujeres de clase media sería, si cabe aún, más complicada, ya que sus
posibilidades de empleo eran bastante limitadas. La mayoría de ellas terminaba como institutriz
o maestra, puesto que su posición social las llevaba a rechazar el trabajo de industria o el
servicio doméstico. No sucedía lo mismo con las mujeres de la clase baja, para las que trabajar
era algo natural. La clase alta, con su barniz de francés, música, dibujo y baile, seguía sirviendo
de modelo. Ahora bien, si las alternativas profesionales eran escasas, más lo eran las mujeres
dispuestas a desempeñarlas, debido sobre todo al tiempo que les exigían las tareas domésticas.
VIII Congreso Galdosiano
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En definitiva, como afirma Erika Bornay6 “Nunca la mujer burguesa ha estado más ociosa,
ha permanecido más pasiva y se ha visto más desprovista de responsabilidades de otro orden
que no sea el referido al estricto espacio doméstico”.
Lo cierto es que la domesticidad durante el siglo XIX dejaría de ser un conocimiento
adquirido para convertirse en una cualidad innata que se les había de inculcar a las niñas desde
muy pequeñas.
En lo que referente a las cuestiones sociales, la mujer ni las entiende, ni suele saberlas. A
este respecto, Bridget A. Aldaraca señala en su obra “El ángel del hogar”. Galdós y la
ideología de la domesticidad:
La exclusión de la mujer en la vida pública dominada por el hombre se basa en dos
argumentos. Primero, la mujer no posee la capacidad para desempeñar las actividades
que tienen lugar fuera del hogar; segundo, la debilidad es un defecto que contamina al
hombre para quien pueda relacionarse en la vida pública.7
No será hasta después de la Revolución de 1868 que la labor krausista logre penetrar con el
tema en la opinión pública. Se propugnará entonces que una mujer instruida servirá mejor al
hombre y a sus hijos.
Baste esta síntesis sobre la difícil situación de la mujer en el período decimonónico para que
podamos emprender nuestro breve recorrido por las novelas dialogadas.
Augusta Cisneros: “El tedio de una cortesana”
Augusta Cisneros aparecerá por primera vez descrita en La Incógnita8 (1889). De modo
que será a través de las cartas que Manolo Infante envía a su corresponsal Equis Equis que
comencemos a configurar la imagen de la cortesana más compleja e inmoral de la fabulación
galdosiana.9 Augusta se nos presenta como una mujer hermosa y sensual (Realidad, 298-299),
poseedora de un gran talento natural y carente de toda instrucción, a excepción del tradicional
barnicillo cultural burgués.
Y pensarás también, haciendo una de esas muequecillas profesionales que son
resultado del hábito de la crítica seria: “Mujer hermosa, pero sin instrucción”. Ya
tenemos en campaña el problema educativo. Pues a eso te digo que en efecto,
Augusta carece de instrucción, si por esto entiendes algo más que las llamadas
tinturas de las cosas; pero tiene tanto talento natural, y tal gracia y desenfado para
abordar cualquier cuestión grave o ligera, que oyéndola no podemos menos de
celebrar que no sea instruida de verdad. Si lo fuera, si la sosería de la opinión sensata
apuntara en aquellos ojos y en aquella boca, cree que perderían mucho.10
La ignorancia de su prima es celebrada por Manolo Infante, cuyo testimonio no hará más
que reflejar el sentir de la mayoría de españoles de la época en lo referente a la educación11
femenina. En este sentido, resulta interesante subrayar el uso que el concepto de “instrucción”
tenía en los textos de la época, entendiéndose por tal toda aquella formación que se dirigía al
cerebro y que, por ende, suponía la total corrupción de la mujer.
Modelos de mujer en las novelas dialogadas de Galdós
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En Realidad, la primera novela enteramente dialogada, Galdós concede la palabra a los
personajes,12 lo que nos permitirá una mayor profundización en su estado anímico. Es más,
ahora será la propia Augusta la encargada de descomponer el pretendido modelo burgués y de
mostrarnos la ineficacia sus principales resortes.
Al igual que un gran número de criaturas ficcionales galdosianas, Augusta es poseedora de
una gran imaginación y de un carácter un tanto desordenado. Casada con un hombre al que no
ama y en el que sólo buscó el prestigio social, Augusta intenta escapar de su aburrimiento por
medio de la aventura amorosa, convirtiéndose así en una hipócrita cortesana. Pronto nos
mostrará la infeliz Cisneros los sinsabores de una vida rutinaria y vacía que la lleva a criticar la
estructura social en la que se encuentra inmersa. Bastará que finalice una de sus habituales
tertulias, que pase de la esfera pública a la privada, para que la protagonista nos desvele sus
pensamientos y describa el principal y único aliciente de su vida hogareña:
Gracias a Dios que me he quedado sola. ¡Tener que sonreír y tocar el piano para que
los demás se diviertan…!13
El decoro va a ser el eje en torno al cual girará Augusta a lo largo de toda la obra, quien
además tendrá que amoldar su conducta a la moral social impuesta. Sin duda, este será también
uno de los motivos que lleve a explicar la decadencia de su fe religiosa, completamente
supeditada a las formas de la clase burguesa.
Si mi fe religiosa fuera más viva... me consolaría. Pero mis creencias están como
techo de casa vieja, llenas de goteras. De esto tiene la culpa el trato social, lo que una
piensa, y lo que oye, y lo que ve... Por ese lado no hay esperanza... No; lo absurdo no
es esto que pienso, sino lo otro, todo el armatoste social... (Sonriendo.) ¿Por qué me
río?... No me río; es rabia; es mi sabiduría, esta ciencia que me entra por las noches,
me hace reír... de rabia.14
Con todo, sus fugaces trastornos, producto de la desesperación y de su doble vida, no le
impedirán emitir juicios de una lucidez abrumadora. Y es que, despojada de la religiosidad
femenina, pocas son las aspiraciones morales que Galdós le ofrece a su antiheroína, que
encontrará en el adulterio su única tabla de salvación:
Este compás social, esta prohibición estúpida del más allá no me hace a mí maldita
gracia. Y lo peor es que la educación puritana y meticulosa nos amolda a esta vida,
desfigurándonos, lo mismo que el corsé nos desfigura el cuerpo. De este modo
aprendemos la hipocresía, y buscamos compensación al fastidio, trayendo a nuestra
vida algún elemento secreto, algo que no esté a la vista ni aún de los más próximos.
Tener un secreto, burla a la esencial de nuestras almas con corsé, oprimidas,
fajadas…15
En esta ocasión, las palabras de Augusta no sólo buscan justificar su indecente conducta,
sino que, una vez más, pondrán de relieve las múltiples deficiencias de la educación de
“adorno”, a la que considera principal culpable de su inmoralidad. En cualquier caso, y a pesar
de su manifiesto rechazo hacia los convencionalismos sociales existentes, la desventurada
Cisneros se muestra incapaz de escapar de una realidad que la corrompe y que le crea adicción.
VIII Congreso Galdosiano
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Es así como llegamos a la culminación de un personaje que Galdós ha querido someter al
asfixiante devenir de la sociedad que le tocó vivir. Augusta se verá frustrada en sus más
profundos anhelos. Fracasará como mujer y como esposa, y junto con ella la estructura social
burguesa que representa.
Lucrecia de Ritchmon: “La extranjera malograda”
Lucrecia, Condesa de Laín, se nos presenta en El Abuelo como madre de Nell y Dolly16
—mostrándonos su lado más afectuoso—, como nuera del Conde de Albrit
—enfrentándose a los errores del pasado— y como condesa —manifestando su repulsa hacia
parafernalia social que la rodea—. No obstante, en las siguientes páginas sólo nos centraremos
en su condición de nuera y condesa, pues consideramos que son las funciones claves que
desvelarán las causas de su declive social.
Dos serán los rasgos caracterizadores que la diferenciarán de su antecesora desde su
primera aparición en la novela, como son: su procedencia extranjera y su vulnerable
personalidad, tal cual nos revela Galdós en su pormenorizada descripción.
Es una mujer hermosa, de treinta y cuatro años, del tipo que comúnmente llamamos
interesante, mezcla feliz de belleza, dulzura y melancolía; castaño el cabello, el rostro
alabastrino, de un perfil elegante, precioso modelo de raza anglosajona, recriada en
América. Sus ojos son grandes, obscuros, con ráfagas de oro, y el mirar sereno y
triste, como de tigre enjaulado que dormita sin acordarse de que es fiera. En su talle
esbelto se inicia la gordura, fácil de corregir todavía con la ortopedia escultórica del
corsé. Viste con elegancia traje de luto. En su habla, apenas se percibe el acento
extranjero.17
Lucrecia es aparentemente otro fidedigno ejemplo de la nueva clase pujante. Introducida
por su marido en la corrupta sociedad española, la joven extranjera jamás llegó a identificarse
con su familia política, ni con el carácter español.18 Sumida en un ambiente que desconoce,
Lucrecia también intentará burlar su tedio con un supuesto amorío. Sin embargo, esta vez el
agravio cometido tendrá peores consecuencias para la protagonista, ya que su marido, Rafael,
morirá a causa de su escandalosa conducta.
La condesa de Laín se nos muestra, además, como una mujer generosa, sencilla y de vasta
cultura, que adquirió en su país de procedencia, tal como declara Sénen:
Me permitiréis, queridos amigos, que no hable mal de mi bienhechora. Os diré tan
sólo que es un corazón tierno, y una voluntad generosa y franca hasta dejárselo de
sobra. No le pidáis gazmoñerías, eso no. Es mujer de muchísimo desahogo...
Compadece a los desgraciados y consuela a los afligidos. Y como persona de
instrucción, no hay otra: habla cuatro lenguas, y en todas ellas sabe decir cosas que
encantan y enamora.19
Lucrecia pertenece a la clase alta y ha recibido su educación en Estados Unidos, uno de los
países más industrializados del momento y pionero en la cuestión feminista junto con Gran
Bretaña, por este motivo su nivel cultural es más alto que el de las mujeres españolas.
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Es, a su vez, el personaje que experimenta una mayor evolución psicológica, pues si al
comienzo de la obra la concebimos como una mujer fría y libertina (El Abuelo, 15), al término
de la misma —y tras su examen de conciencia (El Abuelo, 229)— descubriremos que es una
buena madre e incluso nuera, cuyo único error “fue casarse creyéndose enamorada”. En
conversación con el conde: “Digo que Rafael, llevándome desde el principio, contra mi gusto,
a la esfera social más favorable a la relajación del vínculo matrimonial, contribuyó a perderme.
Me vi rodeada de gente frívola, de aduladores, de personas sin conciencia”. Como la
protagonista de Realidad, Lucrecia vive rodeada de gente sin escrúpulos y que la asedian con
la intención de medrar. La confesión de Lucrecia volverá pues a tener un mismo referente, esa
adulterada sociedad española que años atrás la intentó cautivar.
En resumidas cuentas, Augusta y Lucrecia no responden, estrictamente, al prototipo de
mujer burguesa, pues no poseen todos los rasgos caracterizadores. Asimismo, ha quedado
demostrado que las dos figuras femeninas creadas por Galdós tienen como principal función
mostrarnos la inoperancia del modelo burgués dominante. Sin embargo, la trayectoria de
ambas cortesanas es bien distinta, pues si con Augusta asistimos a la germinación y
descomposición del modelo burgués, Lucrecia no hace más que enseñarnos las nefastas
consecuencias que este tuvo para su vida. Galdós, además, experimenta por separado con las
dos protagonistas, a Augusta la somete a su propio medio, el mismo que le ha impuesto su
educación, a Lucrecia, por el contrario, la adentra en un ambiente que le es ajeno y, a pesar de
dotarla de una mayor instrucción, también termina fracasando. Sólo le quedará el consuelo de
mantenerse en paz con su alma, como nos muestra Lucrecia en confesión con el cura:
(Que se levanta, enjugando sus lágrimas) Necesito explicar a usted cómo ha venido
esta crisis..., sacudimiento moral, revolución de todo mi ser... (Se sienta. Su lenguaje
es cortado, febril.) Los temblores de tierra trastornan el suelo... Una catástrofe
horrible en mis sentimientos me ha trastornado a mí, me ha hecho morir y revivir en
menos de dos días... ¿Esto es nuevo? Yo creo que no. Ha ocurrido mil veces...
Fácilmente lo comprenderá usted [...] Mi dolor ha sido como un incendio entre las
ruinas... He visto mi conciencia..., la he visto. Ya sé que no debo ser la que he sido, y
estoy decidida a ser otra.20
Casandra:“El ángel restaurador”
En sus últimas novelas, coincidiendo con el cambio de siglo y con su adhesión al
movimiento regeneracionista, Galdós crea un nuevo estereotipo de mujer. Un ideal que roza lo
utópico y que no responde al modelo burgués estudiado en Realidad y El Abuelo. Parece pues
que, Galdós, como afirma Casalduero, anhela cambiar su sociedad “con el sueño de una utopía,
que no es sólo deseo de amor, sino trascendente necesidad de realización del Ideal”.21
Casandra no sólo es el nombre de la novela dialogada publicada por Galdós en 1905, sino
también el de su principal personaje femenino. Casandra, mujer “nueva”, símbolo y reflejo de la
España “nueva”22 aparecerá en las primeras jornadas de la obra como víctima de doña Juana de
Samaniego, una vieja y rica beata en la que Galdós concentra todos los males de la España
vieja e intransigente. Doña Juana intentará separar a la heroína de su amante, Rogelio, hijo
ilegítimo de su difunto marido. Pronto se nos desvelarán las distintas razones que empujan a la
desleal santurrona a quitar a la heroína de su camino.
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En el colegio, como he dicho, aprendí la Doctrina, y confesé y comulgué dos veces...
Más tarde, hallándose mi padre enfermo del mal que murió..., unas señoras amigas de
casa, la esposa y la hermana de un pintor, me llevaron a la iglesia, y allí estuvimos
rezando con mucha devoción largo rato. Muerto mi padre, las tías que me recogieron
y con quienes viví muy mal, no me hablaron nunca de cosas de Fe ni de Doctrina.
Abandoné todo acto religioso... y...23
Las palabras de Casandra nos confirman que apenas posee formación religiosa. Huérfana de
padres, su inserción familiar resulta un tanto dudosa, más aún si tenemos en cuenta que su
padre era escultor, profesión que no despertaba simpatías en la clase burguesa. Para más inri,
Casandra y Rogelio convivían fuera del matrimonio. Por todos los motivos expuestos, será que
la protagonista deba enfrentarse con exacerbado fanatismo religioso de doña Juana.
Doña Juana. —Yo no he visto en las Vidas de los santos ni en ninguna relación de
mártires el nombre de Casandra... Sólo recuerdo haberlo visto en algún novelón..., no
sé si es una tragedia.
Casandra. —(Turbada, sin saber qué decir). Pues..., no sé... Ahora recuerdo que una
vez pregunté lo mismo a mi padre..., y mi padre me dijo que había una Santa
Casandra..., y que mi santo era un día... (Queriendo recordar). ¿Qué día era señor?24
Pero muy distinta es la Casandra que nos presenta Galdós a través de sus personajes, que
ven en ella al “ángel restaurador”.
Rosaura.—Que se equivocan los que ven en Casandra una mujer desordenada y
voluntariosa... Tiene bastante gobierno; es muy viva y despierta, cariñosa de trato,
pronta de genio... Empecé por compadecerla y acabé por administrarla.25
Casandra es una mujer de pueblo, fuerte, trabajadora, sin ambiciones económicas y llena de
razón, que tomando conciencia de su ser y movida por la firmeza de su emociones acaba con la
vida de la malvada doña Juana: “He matado a la hidra que asolaba la tierra!... ¡Respira,
Humanidad!26 Triunfo que, sin duda, también le podemos adjudicar a esa “nueva” España. Con
todo, consideramos que el mayor logro conseguido por Casandra en la novela es el que le
atribuye el propio Rogelio: “Mi reformadora es Casandra, en quien veo una gran maestra,
educadora de los pueblos, pues me ha educado a mí, que soy todo un pueblo por la
complejidad de mis rebeldías...”.27
De modo que, al contrario de lo que sucedía en Realidad y El Abuelo, donde podemos
culpar a las protagonistas de la caída moral de sus maridos, en esta etapa la mujer pasará a ser
la regeneradora, es decir, el mayor soporte de esa nueva sociedad.
Nótese, sin embargo, la ausencia de referentes culturales en la educación de Casandra.
Rogelio la denomina “maestra” porque, efectivamente, ha logrado encauzarlo por el camino de
la razón, pero al lector no se le escapa que dentro de la trama ficcional este nombramiento
metafórico carece de toda base. Casandra sólo se dedica al cuidado de sus hijos y de su
marido, así como a administrar su maltrecha economía familiar.
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Casandra.—Mucho más de la mitad de esos cien duros tengo que dedicar a las deudas
de Rogelio... a intereses pelados, señora; que lo que llaman principal no hay manera
de recogerlo.
Doña Juana.—¡Jesús, Jesús! ¿Deudas nuevas, recientes?...
Casandra.—No, señora: antiguas; lo que él llama su bagaje histórico.28
Resulta evidente, por tanto, que sobre la figura de Casandra continúa proyectándose la
sombra de “el ángel del hogar”. En conclusión, aunque en esta novela Galdós ponga de
manifiesto su actitud renovadora y reformista, aún no ha terminado de gestar esa nueva mujer
capaz de hacer resurgir su sociedad.
Atenaida: “El nuevo ideal de mujer”
Atenaida, protagonista de La razón de la sinrazón, será la última figura femenina que
analizaremos y la que Galdós nos perfila como mujer ideal. Si en Casandra la muerte de doña
Juana simbolizaba la caída de la vieja España, Atenaida será la encargada de reconstruir la
nueva sobre las ruinas existentes. La regeneración social en esta “fábula teatral absolutamente
inverosímil” nos llegará por medio de un evangelismo totalmente utópico, una forma fantástica
de describir el caos en el que se encontraba inmerso la sociedad. Es en este ambiente donde
Galdós crea a Atenaida, una bella maestra empeñada en derrotar a las fuerzas del mal que han
invadido Ursaria y en reformar a Alejandro, un aristócrata empobrecido del que se ha
enamorado.
Atenaida ejerce como institutriz en la casa de Dióscoro: “En su nueva colocación, Atenaida,
no le faltará trabajo. Domar señoritas huérfanas de madre; pulimentar sus entendimientos
bravíos; prepararlas para el matrimonio.29 Las palabras que Arimán le dirige a la protagonista
nos demuestran que en esta novela, Galdós vuelve a abordar el tema de la educación de la
mujer, aspecto que, creemos, en Casandra había quedado relegado a un segundo plano.
Atenaida.—Yo les enseño la Filosofía, pero ellas no quieren aprenderla. También les
doy lección de Arte culinario, de Corte y costura; Dibujo, Aritmética, Historia, Física,
Economía Política, Música y Coreografía.
Alejandro.—De tu saber enciclopédico, esas frívolas muchachas no aprenderán más
que la culinaria y el baile.30
Aunque el fin que los padres deseaban para sus hijas parecía seguir siendo el mismo, el
matrimonio, observamos que dentro de las materias que Atenaida les imparte a las niñas,31 se
incluyen algunas que no se correspondían con el, hasta ahora pretendido, barniz burgués, con
el que sin duda la maestra no se sentía representada.
“Entonces ya eras tú una sabia que asombrabas al mundo por tu conocimiento de lo humano
y lo divino”.32 Como denota la admiración de Alejandro, el nivel de instrucción de Atenaida
llegaba a superar los límites impuestos a la mujer de su sociedad, siendo esta, un personaje de
gran energía y razón. Aunque la constancia en el trabajo será su mayor virtud:
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Y mi conciencia es pensamiento y acción. Yo vivo proyectando mi sér sobre todo lo
que rodea. El trabajo continuo que ves en mí es creación, radiación de energías. Yo
estudio y enseño a los que no saben; yo produzco elementos de vida.33
La novela concluye con la destrucción apocalíptica de Ursuaria, de la que Atenaida
y Alejandro logran escapar. Se constituirá entonces la nueva pareja, que nos mostrará a un
Alejandro totalmente regenerado gracias a la labor realizada por Atenaida. Tras casarse
iniciarán un proyecto común, una escuela, en la que la maestra impartirá una educación
intelectual dirigida a ambos sexos.
Muchedumbre de niños de ambos sexos. […]
Atenaida.—Sabrá usted que los niños comen y meriendan aquí y se van a dormir a sus
casas, después de haber recibido la enseñanza elemental y el conocimiento práctico de
cuanto constituye la vida humana. Presencian la siembra del grano, la recolección; ven
el trigo en las eras, en el molino; y como tenemos tahona en la casa, se hacen cargo de
las transformaciones de la mies hasta convertirse en pan. Saben cómo se hace el vino,
el aceite, los quesos, el carbón, y conocen las manipulaciones del lino desde que se
arranca de la tierra hasta se convierte en la tela que visten.
El cura.—¡Prodigiosa enseñanza!
Atenaida.—Y así, sin sentirlo, sin que se les sujete a una compostura impropia de la
infancia, aprenden los chiquillos la Aritmética, nociones de Física, Historia Natural,
Geografía, y cuanto es menester para la preparación de los distintos oficios o carreras
a que han de dedicarse, según la vocación de cada cual.34
Atenaida, pues, posee las características necesarias para levantar la sociedad, por lo que
ahora sí podemos afirmar que Galdós a configurado a la mujer soñada para España.
En este punto, que consideramos el más alto alcanzado por las figuras femeninas
galdosianas, no podemos evitar comparar a Atenaida con otra de las conocidas maestras de su
fabulación, Irene, protagonista de El amigo Manso (1882). Los dos personajes son creados
por Galdós en distintos períodos y, por ende, apreciamos en ellas notables diferencias. La
profesión de Irene le sirve solamente hasta que llega el marido adecuado,35 a Atenaida para
ofrecer una enseñanza en igualdad de condiciones, en definitiva, donde concluyen las
aspiraciones de una, comienzan las de la otra.
A partir de lo expuesto en estas páginas, hemos podido conocer cuál ha sido el modelo de
mujer plasmado por Galdós en sus novelas dialogadas. Un prototipo que a pesar de
distanciarse progresivamente del ideal burgués, creemos, continúa forjándose sobre la base del
sistema patriarcal. En efecto, en las cuatro novelas estudiadas, se hace evidente la
preocupación que muestra el novelista canario por la educación recibida por sus protagonistas.
En este sentido, es digno de subrayar los reproches que al respecto hace Augusta en Realidad,
o la fascinación, que por medio de sus personajes, muestra el escritor por el grado de
instrucción de Atenaida. Sin embargo, tampoco podemos negar una idea que se advierte a lo
largo de toda su obra, y es que Galdós no alcanza a concebir la mujer sin la compañía del
hombre, es decir, en ningún momento llega a concederle su libertad personal.
Modelos de mujer en las novelas dialogadas de Galdós
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Como apuntábamos en anteriores apartados, es indudable que tanto Casandra como
Atenaida difieren de sus antecesoras y que triunfan dentro de sus respectivos mundos
ficcionales, puesto que han conseguido materializar todas sus aspiraciones al lado del hombre
que aman. Quizá su éxito se deba a que sus pretensiones no sobrepasaban el límite que Galdós
consideraba oportuno para una mujer. Casandra seguiría ejercitándose como buena esposa y
madre y Atenaida como maestra y fiel compañera. Probablemente, su final sin la presencia
masculina no hubiera sido tan halagüeño, bástenos una mirada retrospectiva hacia algunas de
las heroínas galdosianas.
Ahora bien, Galdós también le confiere a la mujer un lugar clave en esa sociedad del nuevo
siglo con el fin de conseguir el equilibrio social buscado. Esa pareja ideal que mencionábamos
líneas atrás, contribuirá a formar una nueva familia, pues Galdós cree que “la buena
organización de una familia es causa de la buena organización de una sociedad”.36 Augusta y
Lucrecia se pierden y con su deshonra han destruido su estructura familiar, por lo que se nos
muestran incapaces de regenerar la sociedad. Casandra y Atenaida, por el contrario, han
conseguido reconstruirla incluso fuera del vínculo matrimonial.
Lo cierto es que las ideas de Galdós sobre la educación de la mujer y la posición que le
corresponde en su sociedad encajan perfectamente en su contexto histórico-cultural. Por lo que
consideramos oportuno concluir con las palabras de Bridget Aldaraca: “Es evidente que la
solidaridad o el desapego que pudo haber sentido Galdós para con las metas feministas habrían
de evaluarse basándose en muchos más datos que el contenido de una de sus novelas, o incluso
de todas ellas”.37
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NOTAS
1 Escobar Bonilla, Mª., “Galdós y la educación de la mujer”, 1980, Actas del II Congreso de Estudios
Galdosianos, Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, p. 166.
2 Se han publicado numerosos y valiosos trabajos que analizan los personajes femeninos de las obras
galdosianas, gran parte de ellos buscan la vinculación existente con la ideología burguesa de la
domesticidad.
3 Mientras que Realidad (1889) y El Abuelo (1897) vieron la luz a finales del siglo XIX, Casandra (1905) y
La razón de la sinrazón (1915) lo hicieron a principios del XX. Con su publicación el novelista canario
inauguraría una nueva modalidad narrativa, la novela dialogada. Las tres primeras fueron convertidas al
teatro lo que supondría la iniciación de Galdós en este género y que las novelas dialogadas fueran
relegadas a un segundo plano. Quizá por esta razón, la mayoría de trabajos que abordan estas novelas, se
centran en su comparación con la nueva modalidad narrativa. Aunque peor suerte corrió La razón de la
sinrazón, dado que el género fantástico aún no contaba con muchos adeptos.
4 Interés que Galdós compartió con otros intelectuales que fueron muy críticos con la decadente situación
intelectual española, como fueron Joaquín Costa, Francisco Pi Margall, Nicolás Salmerón, etc.
5 Desde comienzos de la época de los setenta, Galdós colaboró en la revista “La Guirnalda”, cuyo objetivo
fue elevar el nivel cultural de la mujer española.
6 Bornay, E., “La mujer en la clase ociosa del siglo XIX: «Dolce far niente»”, Las hijas de Lilith, 2004,
Cátedra, Madrid, pp. 68-69.
7 El ángel del hogar. Galdós y la ideología de la domesticidad, 1992, Visor, Madrid, p. 22.
8 Ha sido necesario recurrir a esta novela, a pesar de estar fuera de nuestro campo de estudio, porque la
primera y más completa descripción física de Agusta aparece en ella.
9 Montero-Paulson, D., La jerarquía femenina en la obra de Galdós, 1988, Pliegos, Madrid, p. 41.
10 Pérez Galsós, B., Novelas Contemporáneas, V. VII., 2001, Biblioteca Castro, Madrid, pp. 299-300.
11 El término aludía a la formación del alma, del corazón, del carácter, de la voluntad, de los buenos
modales.
12 Su publicación en 1889 inaugura una nueva modalidad narrativa, la novela dialogada.
13 Pérez Galdós, B. Realidad, 1977, Taurus, Madrid, p. 68.
14 Ídem., pp. 71-72.
15 Ídem., p. 77.
16 Por lo que Galdós no le concede el papel de protagonista.
17 Pérez Galdós, B., El Abuelo, 2002, Alianza, Madrid, p. 57.
18 Ídem., p. 77.
19 Ídem., p. 264.
20 Ídem., p. 226.
21 Vida y Obra de Galdós, 1970, Gredos, Madrid, p. 173.
Modelos de mujer en las novelas dialogadas de Galdós
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22 Montero-Paulson, D., La jerarquía femenina en la obra de Galdós, p. 219.
23 Pérez Galdós, B., Obras Completas, V. VI, Aguilar, Madrid, p. 141.
24 Ídem., p. 140.
25 Ídem., p. 133.
26 Ídem., p. 183.
27 Ídem., p. 131.
28 Ídem., p. 138.
29 Ídem., p. 353.
30 Ídem., p. 363.
31 Las discípulas de Atenaida reproducen el esquema tópico de las tres hermanas presente en tantos cuentos
de hadas, el cual se combina con una paródica referencia al tema de La dama boba lopesca presente en la
figura de la tonta Protasia, hazmerreír de sus dos hermanas.
32 Pérez Galdós, B., Obras Completas, p. 362.
33 Ídem., p. 387.
34 Ídem., p. 401.
35 Escobar Bonilla, Mª., “Galdós y la educación de la mujer”, p. 180.
36 Shoemaker, W. H., Los artículos de Galdós en la Nación, 1972, Ínsula, Madrid, p. 335. (Ref. extraída del
artículo de Ámese Kochiwa,”La Condición de la mujer en las obras de Galdós y las mujeres de Japón en
su época correspondiente, 1989, Actas del Tercer Congreso Internacional Galdosiano, Cabildo Insular de
Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, p. 225.)
37 Alharaca, B., El ángel del hogar: Galdós y la ideología de la domesticidad en España, p. 198.