LA AFRICANA Y GALDÓS: DE LA NACIÓN A

FORTUNATA Y JACINTA

Linda M. Willem

Comentarios sobre la ópera se encuentran frecuentemente en los artículos que Galdós

publicó en La Nación entre el 3 de febrero de 1865 y el 13 de octubre de 1868. La mayoría son

evaluaciones breves de las funciones que se estaban representado en los teatros de la capital,

con más atención dada de vez en cuando a ciertas obras específicas, bien por ser predilectas de

Galdós o bien por ser desconocidas entre el público madrileño. Sin embargo, de las setenta y

cuatro óperas mencionadas dentro de las páginas de estos artículos, una sobresale por ser la

más amplia y detalladamente analizada: La Africana de Giacomo Meyerbeer, la cual inauguró

la decimosexta temporada del Teatro Real el 14 de octubre de 1865, menos de seis meses

después de su estreno mundial en París y antes de su estreno en La Scala de Milán.

La Africana cuenta la historia imaginada de Sélika, la reina de una isla asiática, quien se

enamora del explorador portugués Vasco de Gama cuando él la compra como esclava en un

mercado de África, donde ella se hallaba después del naufragio de su barco. Pero Vasco está

enamorado de Inés, una dama de la corte portuguesa. Durante una expedición a las Indias, los

tres van a la sobredicha isla, dónde Sélika se casa con Vasco para salvarle la vida. Pero al darse

cuenta del amor que Vasco todavía siente por Inés, Sélika se suicida para que Vasco e Inés

puedan regresar juntos a Portugal.

No sorprende que Galdós haya escrito un artículo entero sobre esta ópera porque su estreno

en la capital había causado mucha anticipación en los madrileños, no sólo por ser la obra

póstuma de Meyerbeer que le costó casi treinta años en componer, sino también a causa de las

noticias que circulaban sobre su escenografía exótica y lujosa. En particular, el naufragio del

buque en el tercer acto fue tan espectacular que fue usado como la imagen central en la

publicidad para la ópera.1 Igualmente impresionante fue la representación de la isla, que

requirió la construcción de un templo indio, un palacio, un monumento, y un enorme árbol

venenoso.

Las primeras funciones de La Africana en el Teatro Real recibieron mucha atención en la

prensa.2 El primer número de La Escena: Revista Semanal de Música se dedicó

completamente a esta ópera, mientras que largos ensayos aparecieron en Gaceta Musical de

Madrid, Iberia: Diario Liberal, La Época, y Diario Oficial de Avisos de Madrid.3 En general,

los críticos alabaron el aparato escénico de la producción y estaban satisfechos con la orquesta,

pero lamentaron que la técnica vocal de las principales voces no igualara a la alta calidad y la

gran originalidad de la música de la ópera.

Es precisamente la originalidad de Meyerbeer lo que destaca Galdós en sus artículos

publicados en La Nación. En el del 3 de mayo de 1865 Galdós ya había loado la imaginación

de Meyerbeer por lo novedoso, especialmente en cuanto a la armonía, que se oye en otras

óperas suyas: Roberto el diablo, Los Hugonotes, y El profeta. Pero en su artículo del 25 de

octubre de 1865 sobre La Africana, Galdós da un paso más. No sólo expresa su gran

admiración por las innovaciones musicales, sino que intenta explicarlas. Imagina las palabras de

La Africana y Galdós: de La Nación a Fortunata y Jacinta

549

Meyerbeer a su libretista Eugene Scribe (“quiero ir con mi musa á describir una región de

armonía, oculta hasta ahora a la percepción de todos los músicos de la tierra”) que resultaron

en la creación de un mundo escondido —fuera de la civilización occidental, pero tampoco

situado en un lugar específico del Oriente— en el que Meyerbeer podía colocar sus novedades

más sorprendentes de la música. Galdós nota el gran número de errores geográficos que la

ópera contiene, pero los disculpa porque la isla inventada por Scribe le ofreció a Meyerbeer

“un nuevo suelo, un nuevo clima, una nueva raza y costumbres nuevas”, que permitieron que el

músico encontrara “un medio extraño y de remotísima e ignorada situación donde poder

desarrollar cierto embrión de ideas musicales que brotaban en su cerebro”.

El exotismo de esta región indefinida muestra lo que Edward Said llama el Orientalismo.

Scribe y Meyerbeer representan “el Este” no como lo era de verdad, sino como lo imaginaban

los europeos del siglo XIX. En efecto, la tendencia esencialista de ver los países

no-occidentales como un mundo monolítico sin distinciones entre sus civilizaciones está

reflejada en el título. Originalmente Scribe había situado la tierra natal de Sélika en África, pero

cuando decidió cambiar su patria a una isla asiática, no cambió el título de la ópera a pesar de

que Sélika había dejado de ser africana. No importaba su nacionalidad específica porque todos

los seres no-occidentales formaron parte del “otro”, separado y diferente de la gente de

Europa.

En cuanto a la música de la ópera, Meyerbeer también siguió la práctica común de los

orientalistas, la cual consistía en incorporar elementos musicales que eran identificados por los

europeos como música del “otro”. Estos sonidos sugirieron el ambiente exótico de países nooccidentales,

pero no fueron basadas en la música verdadera de estos países.4 Para los

revisteros madrileños, estos toques orientalistas constituyeron lo más original de la música de

La Africana. El artículo de Narciso Martínez en La Escena ejemplifica la reacción al

orientalismo musical de la marcha triunfal del cuarto acto: “Original en extremo, esta pieza

caracteriza de una manera admirable las costumbres de los habitantes de aquellos países”. Por

su parte, Galdós también describe esta marcha como “originalísimo” en “los sonidos exóticos”

y “las discordantes combinaciones” que contiene. Pero su evaluación difiere de los otros

revisteros en reconocer que Meyerbeer no muestra el ambiente verdadero de una gente

específica, sino que representa un cuadro de “una civilización imaginaria” que “aunque falso,

deslumbre y fascina”. Para Galdós, la isla de Sélika sólo sirvió como un tipo de espacio libre

dentro del cual Meyerbeer podía desenfrenar su creatividad.

A pesar del ambiente plenamente orientalizado de la isla, la caracterización de Sélika es más

matizada. Durante la colaboración entre el compositor y el libretista en la creación de esta

ópera, Meyerbeer le pidió ayuda a Scribe para desarrollar el personaje de Sélika. En su carta de

1852 Meyerbeer escribió: “Es la lucha continua entre la impetuosidad de su sangre oriental y

su amor cándido que me proveerá de los colores musicales para dibujar su personaje”.5

Efectivamente, en sus descripciones de Sélika, Galdós presenta esta mezcla de rasgos

asociados en el siglo XIX con las dos mitades de la tierra.

Galdós nota que el “extraño preludio” de la orquesta que acompaña la entrada de Sélika en

el primer acto contiene “el eco de una región desconocida” que “hiere nuestros oídos”, y

también nos dice que Sélika y su fiel sirviente Nelusko “son dos salvajes de bronceado color,

que visten plumas y se adornan con cuentas de colores”. Es decir, la primera vista de Sélika

corresponde totalmente al Orientalismo, tanto en la caracterización de ella como en la música

que evoca su origen. Esta caracterización sigue al segundo acto, donde Sélika canta una nana

VIII Congreso Galdosiano

550

de su país natal. Para Galdós “esta romanza respira cierta voluptuosidad y se presenta

vaporosa, ondeante, como la odalisca en el sueño del sibarita”. De verdad, esta canción es un

buen ejemplo de la música orientalizada de la ópera. Pero de repente Galdós indica que la

cantante de esta nana difiere mucho del concepto de la mujer orientalizada: “En su carácter no

ha pintado el autor la ferocidad ni la rudeza; es por el contrario una naturaleza tierna y

apasionada, un corazón de la Europa meridional, trasplantado a las regiones de los

brachmanes”.

En efecto, Sélika es la “otra” del Orientalimso en sus aspectos externos —su nacionalidad y

raza— pero sus cualidades internas corresponden al concepto de lo europeo. Esta naturaleza

híbrida es lo que permite que Sélika sea digna de rivalizar con Inés por el amor de Vasco. El

duo que cantan Sélika e Inés en el último acto de la ópera subraya la semejanza entre estas dos

mujeres enamoradas del mismo hombre. Cuando Inés repite las palabras que Sélika acaba de

cantar (Ya empiezo a sentir el dolor tan profundo, y el corazón vacila al abandonar. Dios que

ves mi pena, ayúdame a cortar los lazos), es evidente que no hay ninguna diferencia entre las

emociones que sienten la dama europea y la reina asiática.6

Este Orientalismo híbrido de Sélika es clave para entender la referencia de La Africana en la

obra maestra de Galdós. Ocurre en el volumen 1, capítulo 5 cuando Jacinta piensa en

Fortunata después de asistir a una función de la ópera con Juanito durante su luna de miel: “A

media noche, cuando se retiraron fatigados a su domicilio, después de haber paseado por las

calles y oído media Africana en el teatro de la Princesa, Jacinta sintió que de repente, sin saber

cómo ni por qué, la picaba en el cerebro el gusanillo aquél, la idea perseguidora, la penita

disfrazada de curiosidad”. No es difícil adivinar lo que liga esta ópera con Fortunata en la

mente de Jacinta. El triángulo sentimental de Sélika, Inés, y Vasco en La Africana le ofrece a

Jacinta un paralelo a su propia situación. Pero es importante reconocer que no es cualquier

triángulo. Al contrario, pertenece a la rivalidad entre una mujer europea y una mujer que

representa la “otra” en su nacionalidad y raza. Para Jacinta y Juanito, Fortunata también es la

“otra”, pero su marginalización está basada en su clase social.

Esta actitud refleja los prejuicios que Teresa Fuentes Peris ha observado en la retórica de la

segunda mitad del siglo XIX, la cual asoció la clase media con la civilización, y relacionó la

clase baja con la salvajez. De la perspectiva burguesa, los barrios más pobres constituyeron un

tipo de “terra incognita” bárbara.7 En efecto, la “visita al cuarto estado” que Jacinta hace en

volumen 1, capítulo 9 la lleva a una región de Madrid tan misteriosa y desconocida para la

clase media madrileña como lo fue la isla de Sélika para los europeos. Focalizada por el punto

de vista de Jacinta, esta terra incognita está poblada de mujeres que “parecían moras” y de

niños disfrazados como si fueran “una manada de salvajes” negros que “no parecían pertenecer

a la raza humana.” Además, para Jacinta todo brilla con los “colores vivos y elementales que

agradan a los salvajes”, sobre todo el rojo que “abundaba tanto, que aquello parecía un pueblo

que tiene la religión de la sangre”.8

También se ve este Orientalismo clasista en volumen 1, capítulo 5 cuando Juanito describe

sus visitas a los barrios bajos de Madrid como un tipo de práctica antropológica: “La

educación del hombre de nuestros días no puede ser completa si éste no trata con toda clase de

gente, si no echa un vistazo a todas las situaciones posibles de la vida, si no toma el tiento a las

pasiones todas. Puro estudio y educación pura”. Al escuchar lo que Juanito cuenta de la vida

diaria de esta terra incognita, Jacinta se asusta del “salvajismo” que Juanito había observado.

Hablando de la clase baja como si fuera un grupo homogénico sin distinciones entre las

La Africana y Galdós: de La Nación a Fortunata y Jacinta

551

personas que la forman, Juanito declara que “El pueblo no conoce la dignidad. Sólo le mueven

sus pasiones o su interés”. Pero su descripción de Fortunata es más matizada. Primero la

presenta plenamente orientalizada: “un animalito muy mono, un salvaje que no sabe ni leer ni

escribir”. Pero de inmediato Juanito nota que Fortunata tiene una virtud que la distingue de

otros miembros de su clase social: ella es “un animal, pero buen corazón, buen corazón”.

Las mismas cualidades internas que Galdós había visto en Sélika, se las da a Fortunata. Es

decir, Fortunata también tiene una naturaleza híbrida que la distancia de su ambiente

orientalizado. Por eso, Fortunata, como Sélika, no es simplemente la “otra” inferior que puede

ser descartada por su rival. Al contrario, en la penúltima sección del último capítulo de la

novela, Jacinta se da cuenta de la “fraternidad fundada en desgracias comunes” que la liga con

Fortunata, y siente “algo de compañerismo” con ella. Tanto Jacinta y Fortunata como Inés y

Sélika han compartido las mismas emociones y han sufrido los mismos tormentos a pesar de

sus diferencias de nacionalidad, raza, y clase social.

Durante los veintiún años que separaron la publicación del ensayo de Galdós en La Nación

(1865) y la del primer tomo de Fortunata y Jacinta (1886), La Africana había sido

representada casi doscientas veces en el Teatro Real de Madrid y también se había cantado

frecuentemente en diferentes teatros de toda España.9 Gracias a la gran popularidad de esta

ópera, Galdós pudo contar con el conocimiento de su público para sutilmente subvertir los

prejuicios de su siglo. Ni Fortunata ni Sélika confirman el concepto clasista y racista de la

“otra.” Junto al “Naturalismo espiritual” de Mauricia en su obra maestra, Galdós ofrece el

Orientalismo ambiguo de Fortunata para demostrar el error de aceptar cualquier teoría

totalizante.10

VIII Congreso Galdosiano

552

NOTAS

1 Reproducida en José Subirá, Historia y anecdotario del Teatro Real (1949, Madrid, Editorial Plus Ultra),

p. 173.

2 En total habían cuarenta y siete funciones de La Africana durante la temporada de 1865-1866: 14, 17, 18,

19, 21, 22, 24, 25, 28, 29, 31 de octubre; 2, 7, 9, 18, 21, 23, 25, 26, 29, 30 de noviembre; 21, 23, 26, 29

de diciembre; 4, 5, 6, 9, 15, 22, 29, 30, 31 de enero; 3, 6, 7, 8, 10, 13, 15 de marzo; 1, 2, 9, 15, 21, 24 de

abril. Para una lista de las otras óperas de esta temporada, vea Joaquín Turina Gómez, Historia del Teatro

Real (1997, Madrid, Alianza Editorial), p. 356.

3 La Escena: Revista Semanal de Música, 12 noviembre 1865; “Primera y segunda representaciones de La

Africana,” Gaceta Musical de Madrid 19 octubre 1865: 10; “Folletín: Revista de la Semana,” Iberia:

Diario Liberal 22 octubre 1865: 1; “Revista Musical: Teatro Real: La Africana,” La Época 23 octubre

1865; “Variedades,” Diario Oficial de Avisos de Marid 16 octubre 1865. Le agradezco a Cristina Antón

Barrero de la Hemeroteca Municipal de Madrid su ayuda a conseguir estos periódicos.

4 Para una lista de elementos típicos de música orientalizada vea Derek B. Scott, “Orientalism and

Musical Style,” Critical Musicology Journal: A Virtual Journal on the Internet,

http://www.leeds.ac.uk/music/info/critmus/articles/1997/02/01.html y Ralph P. Locke, “Exoticism,”

Grove Music Online, ed. L. Macy, http://www.grovemusic.com

5 Citada en Gabriela Gómes da Cruz, “Giacomo Meyerbeer’s L’Africaine and the End of Grand Opera,”

diss., Princeton U, 1999, p. 53.

6 Le agradezco a Elisa Lucchi-Riester su traducción al español del texto italiano.

7 Teresa Fuentes Peris, “Images of Filth: Representation of the Poor in Una visita al Cuarto Estado”, New

Galdós Studies: Essays in Honor of John Varey, ed. Nicholas G. Round (Woodbridge: Tamesis, 2003).

8 Para una discusión detallada del punto de vista de esta escena y de su relación con la clase social, vea Linda

M. Willem, “Jacinta’s ‘Visita al cuarto estado’: The Galley Version”, Anales Galdosianos 31-32 (1996-

97), pp. 97-103.

9 Para las fechas específicas de las funciones en el Teatro Real, vea Turina Gómez, pp. 356-396.

10 Ese estudio se desarrolló debido al seminario NEH dirigido por Carolyn Abbate, “Opera: Interpretation,

Reading, Staging,” que tenía lugar en Princeton Univeristy en 2002.